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Escuchar a los Alegres de Genoy, la Guanga de Mocondino, los Montañeros de Catambuco entre
muchos otros, es asistir al encuentro con la ruralidad y la reminiscencia propia de un territorio
añejado en su singular historia, y que genera apuestas con la autoritaria presencia de otras
expresiones musicales del mundo y la modernidad.
Nuestra Música Campesina posee una rítmica madurada en el sur, acá en nuestra tierra, en
ambientes de familiaridad y camaradería, de chistes y aromas andinos; esa música que, según el
Maestro Chato Guerrero, es nuestro Son Sureño (seis octavos), pariente cercano del bambuco y
del pasillo, constituido en bellas composiciones musicales, románticas y bailables de mucha
tradición, música depositaria y transmisora de orgullo a las nuevas generaciones.
Hoy a pesar de que el mundo está atravesado de profundas transformaciones que afectan
particularmente el patrimonio cultural inmaterial, especialmente el de los países del tercer mundo,
es menester que las comunidades y los organismos encargados de la cultura continúen
preservando, promocionando y posicionando esta bella expresión de autenticidad llena de vitalidad
conectada al pasado y enriquecida a lo largo del tiempo.
Nuestra Música Campesina representa una de las categorías más importantes de nuestro
patrimonio común, que da testimonio a propios y extraños de la unidad de la familia de los que
habitamos esta región más allá de nuestras diferencias.