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DEL LIBRO EL LENGUAJE DEL CORAZÓN

¿Qué es la aceptación?

Marzo de 1962

Una manera de llegar al significado de la aceptación es meditar sobre este principio dentro
del contexto de la muy utilizada oración de A.A., "Dios, concédeme la serenidad de aceptar
las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría
para reconocer la diferencia."

Esto es esencialmente pedir el recurso de la gracia por medio de la cual podemos progresar
espiritualmente sean cuales sean las circunstancias. Lo que se encuentra destacado
grandemente en esta maravillosa oración es la necesidad de tener la clase de sabiduría que
puede distinguir entre lo posible y lo imposible. También veremos que el formidable
repertorio de penas y problemas de la vida requerirá muchos grados diferentes de
aceptación según tratamos de aplicar este valioso principio.

A veces tenemos que encontrar el tipo apropiado de aceptación para cada día. A veces
necesitaremos desarrollar aceptación para lo que pueda ocurrir mañana, y otras veces
tendremos que aceptar una condición que quizás no cambie nunca. Luego, además,
frecuentemente tiene que existir la apropiada y realista aceptación de nuestros lamentables
defectos de carácter y de los graves fallos de los demás - efectos que tardarán muchos
años en remediarse completamente, si acaso alguna vez lo hacen.

Todos nosotros cometeremos errores, algunos reparables y otros no. A menudo nos
encontraremos con fracasos - a veces por accidente, a veces causados por nosotros
mismos, y aun otras veces provocados por la injusticia y la violencia de otra gente. La
mayoría de nosotros llegaremos a alcanzar algún grado de éxito material en el mundo, y en
cuanto a esto, el problema del tipo apropiado de aceptación será verdaderamente difícil.
Luego se presentarán la enfermedad y la muerte. ¿Cómo podremos aceptar todas estas
cosas?

Siempre vale considerar lo mucho que se puede tergiversar esa buena palabra aceptación.
Se puede desvirtuar para justificar casi cualquier tipo de debilidad, tontería e insensatez.
Por ejemplo, podemos "aceptar" el fracaso como una condición crónica, sin provecho ni
remedio para siempre. Podemos "aceptar" orgullosamente el éxito material, como algo que
se debe enteramente a nosotros mismos. También podemos "aceptar" la enfermedad y la
muerte como evidencia cierta de un universo hostil y sin Dios. Nosotros los A.A. tenemos
una vasta experiencia con todas estas tergiversaciones de la aceptación. Por lo tanto
tratamos constantemente de recordarnos a nosotros mismos que estas adulteraciones de la
aceptación sólo son trucos para fabricar excusas: un juego perdido de antemano en el que
somos, o al menos hemos sido, los campeones del mundo.

Por eso valoramos tanto nuestra Oración de la Serenidad. Nos aporta una nueva luz que
puede disipar nuestra antigua y casi mortal costumbre de engañamos a nosotros mismos.
En el resplandor de esta oración vemos que la derrota, si se acepta de la forma apropiada,
no tiene porqué ser un desastre. Ahora sabemos que no tenemos que huir, ni debemos de
nuevo tratar de superar la adversidad por medio de otra ofensiva precipitada que sólo nos
creará obstáculos más rápidamente de lo que podamos derribarlos.

Al entrar en A.A., nos convertimos en los beneficiarios de una experiencia muy distinta.
Nuestra nueva manera de mantenernos sobrios está basada literalmente en la proposición
de que "Por nosotros mismos, no somos nada, el Padre hace las obras." En los Pasos
Primero y Segundo de nuestro programa de recuperación, estas ideas se encuentran
explicadas específicamente: "Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol - que
nuestras vidas eran ingobernables" - "Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros
mismos podría devolvernos el sano juicio." No podíamos derrotar al alcohol con los recursos
que nos quedaban y por eso aceptamos el nuevo hecho de que la dependencia de un poder
superior (aunque solo fuera nuestro grupo de AA) podría realizar esta tarea que hasta ahora
había sido imposible. En el momento en que pudimos aceptar totalmente estos hechos,
empezó nuestra liberación de la obsesión por el alcohol. Este par de aceptaciones nos
había requerido a la mayoría de nosotros un gran esfuerzo. Tuvimos que abandonar toda
nuestra querida filosofía de la autosuficiencia. Esto no se consiguió con la acostumbrada
fuerza de voluntad; se trataba más bien de un asunto de desarrollar la buena disposición de
aceptar estas nuevas realidades de la vida. Ni huimos ni peleamos. Pero si aceptamos. Y
entonces nos liberamos. No había ocurrido ningún desastre irremediable

Este tipo de aceptación y fe puede producir un 100 por cien de sobriedad. De hecho, lo
suele hacer; y debe hacerlo, de lo contrario no tendríamos vida en absoluto. Pero en el
momento en que aplicamos estas actitudes a nuestros problemas emocionales, nos damos
cuenta de que sólo es posible conseguir resultados relativos. Por ejemplo, nadie puede
liberarse completamente del miedo, de la ira, y del orgullo. Por lo tanto, en esta vida nunca
llegaremos a conseguir nada parecido a la humildad y al amor perfectos. Así que, en cuanto
a la mayoría de nuestros problemas, tendremos que contentarnos con un progreso muy
gradual, interrumpido a veces por serios contratiempos. Tendremos que abandonar
nuestras viejas actitudes de "todo o nada."

Por lo tanto nuestro primer problema es aceptar nuestras actuales circunstancias tales
como son, a nosotros mismos tales como somos, y a la gente alrededor nuestro tal como
es. Esto es adoptar una humildad realista, sin la cual no se puede ni tan solo comenzar a
hacer auténticos progresos. Una y otra vez tendremos que retornar a aquel punto de partida
tan poco halagador. Esto es un ejercicio de aceptación que podemos practicar
provechosamente cada día de nuestras vidas. Estos reconocimientos realistas de los
hechos de la vida, siempre que evitemos por todos los medios convertirlos en pretextos
poco realistas para la apatía o el derrotismo, pueden ser la base segura sobre la que se
puede construir un mejor bienestar emocional y, por lo tanto, un más amplio progreso
espiritual. Al menos, ésta parece ser mi propia experiencia.

Cuando las cosas se ponen muy duras, la aceptación agradecida de mis bendiciones,
repetida frecuentemente, también puede traerme algo de la serenidad de la que habla
nuestra oración. Cada vez que me encuentro sometido a graves tensiones, alargo mis
paseos diarios y voy recitando calmadamente nuestra Oración de la Serenidad al ritmo de
mis pasos y de mi respiración. Si me parece que mi dolor ha sido ocasionado en parte por
otros, trato de repetir, "Dios, concédeme la serenidad para amar lo mejor de ellos y nunca
temer lo peor." Este benigno proceso curativo de repetición, en el que a veces es necesario
persistir por algunos días, raras veces ha fallado en devolverme un equilibrio emocional y
una perspectiva suficientes por lo menos para seguir.

El dolor es sin duda uno de nuestros mejores maestros. Aunque todavía me resulta difícil
aceptar las penas e inquietudes de hoy con mucha serenidad - como, según parece, los
más avanzados en la vida espiritual pueden hacer - puedo no obstante dar gracias por los
dolores del presente. Encuentro la voluntad para hacer esto al contemplar las lecciones
aprendidas de los sufrimientos del pasado - lecciones que me han llevado a las bendiciones
de las que ahora disfruto. Puedo recordar cómo las angustias del alcoholismo, la pena de la
rebeldía y del orgullo frustrado a menudo me han conducido a la gracia de Dios, y así a una
nueva libertad. Así que, mientras voy caminando, sigo repitiendo frases como éstas, "La
pena es la piedra de toque del progreso ... "No temas a ningún mal"... "Esto también pasara
... Esta experiencia se puede convertir en un beneficio."

Estos fragmentos de la oración me traen algo más que el mero consuelo. Me mantienen en
la senda de la debida aceptación; disuelven mis temas obsesivos de culpabilidad,
depresión, rebeldía y soberbia; y a veces me infunden el valor para cambiar las cosas que
puedo cambiar, y la sabiduría para reconocer la diferencia.

A aquellos que no se han aplicado vigorosamente a practicar estos potentes ejercicios de


aceptación, les recomiendo enérgicamente que los prueben la próxima vez que se vean en
apuros. O, de hecho, en cualquier momento

Solamente dos pecados


. . . solamente hay dos pecados; el primero es interferir en el desarrollo de otro ser humano,
y el segundo es interferir en el desarrollo de uno mismo.

Alcohólicos Anónimos, p. 542

La felicidad es un estado tan elusivo. ¿Cuán a menudo mis “oraciones” por otros incluyen
oraciones “escondidas” para mi propio beneficio? ¿Cuán a menudo mi búsqueda de la
felicidad es un obstáculo en el sendero del desarrollo de otro, o aun del mío? Buscar el
desarrollo por medio de la humildad y la aceptación nos trae cosas que difícilmente parecen
ser buenas, íntegras y vitales. No obstante, al mirar atrás, puedo ver que el dolor, las luchas
y los contratiempos han contribuido finalmente a la serenidad por medio de mi desarrollo en
el programa.

Le pido a mi Poder Superior que me ayude a no impedir el desarrollo de otra persona o el


mío propio.
Unidos venceremos o pereceremos
. . . ninguna otra asociación de hombres y mujeres ha tenido nunca una necesidad más
urgente de eficacia continua y unión permanente. Nosotros los alcohólicos vemos que
tenemos que trabajar juntos y conservarnos unidos o de lo contrario la mayoría de nosotros
pereceremos.”

Alcohólicos Anónimos, p. 262

Así como los Doce Pasos están escritos en secuencia específica por una razón, también lo
están las Doce Tradiciones. El Primer Paso y la Primera Tradición intentan inculcar en mí la
suficiente humildad como para darme una oportunidad de sobrevivir. Juntos son la base
sobre la que los siguientes Pasos y Tradiciones se construyen. Es un proceso de
desinflamiento del ego que me permite crecer, como individuo a través de los Pasos, y
como miembro contribuyente de un grupo a través de las Tradiciones. La total aceptación
de la Primera Tradición me hace posible poner a un lado las ambiciones personales, los
temores y la ira, cuando éstas están en conflicto con el bienestar común. Sin la Primera
Tradición, yo tengo muy poca oportunidad de mantener la unidad requerida para trabajar
eficazmente con otros y también corro el riesgo de perder las demás Tradiciones, la
Comunidad y mi propia vida.

Yo soy responsable
Porque la buena disposición para aceptar todas las consecuencias de nuestros actos
pasados, y para asumir al mismo tiempo la responsabilidad del bienestar de los demás,
conforma el verdadero espíritu del Paso Nueve.

Doce pasos y doce tradiciones, p. 92-93

En la recuperación y con la ayuda de Alcohólicos Anónimos, llego a reconocer que lo que yo


temo es mi libertad. Viene de mi tendencia a rechazar tomar responsabilidad de nada: yo
niego, ignoro, culpo, evito. Pero entonces, un día yo miro, admito y acepto. La libertad, el
alivio y la recuperación que experimento están en eso, mirar, admitir y aceptar. Aprendo a
decir, “sí, yo soy responsable”. Cuando puedo decir estas palabras con honestidad y
sinceridad, soy libre.

Un grado de humildad
En cada caso, el dolor había sido el precio de admisión a una nueva vida. Pero este precio
de admisión había comprado más de lo que nosotros esperábamos. Esto trajo un grado de
humildad que pronto descubrimos que cura el dolor.

Doce pasos y doce tradiciones, p. 80

Fue doloroso renunciar a tratar de controlar mi vida, aunque el éxito me había eludido, y
cuando la vida se me hacía muy dura yo bebía para escapar. Lograré aceptar la vida como
es por medio de la humildad que experimento cuando entrego mi voluntad y mi vida al
cuidado de Dios como yo lo concibo. Con mi vida bajo el cuidado de Dios, el temor, la
incertidumbre y la ira, ya no serán las respuestas a aquellas partes de mi vida que preferiría
que no me sucedieran. El dolor de vivir esos momentos será aliviado por el conocimiento de
que he recibido la fortaleza espiritual para sobrevivir.

Si nos aceptáramos exactamente tal como somos, podríamos comprendernos y


perdonarnos, para recién ahí iniciar el tan deseado proceso de cambio. Aceptando lo peor
de nosotros, sin "victimizarnos" echándole la culpa a los demás y sin resistirnos
obstinadamente a las dificultades actuales.

Aceptarnos, comprendernos, perdonarnos y dejar de echar la culpa a los demás. Hacernos


responsables de todas las dificultades.

Dice el Libro Grande en la página 58: "Así es que nuestras dificultades, creemos son
básicamente producto de nosotros mismos, surgen de nosotros, y el alcohólico es un
ejemplo extremo de la obstinación desbocada, aunque el piense que no es así".

Cuando logramos aceptarnos tal cual somos, y hacernos cargo de todas nuestras
dificultades sin echar culpas, no generamos resentimientos con los demás y asumimos la
responsabilidad de nuestra experiencia.

Muchos de nosotros vivimos atormentándonos constantemente con frases del tipo: ¿No
puede ser, a mí siempre me pasa lo mismo!, y generalmente se nos ocurre como solución el
famoso: ¡Tengo que cambiar, tengo que cambiar! para finalmente "no cambiar nada". Sin
darnos cuenta que el proceso de cambio se inicia con la aceptación de lo que somos y lo
que nos sucede.

Con nuestra forma de beber sucedió lo mismo. Mientras nos resistíamos, intentando
controlar la copa, o justificabamos nuestra manera de beber, echándole la culpa a los
demás y a las circunstancias, la mayoría de nosotros fracasó. Cuando al fin aceptamos que
éramos impotentes ante el alcohol y nos rendimos, por fin pudimos comenzar a superar la
obsesión por la bebida.

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