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Los diáconos asimismo deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino, no codiciosos de

ganancias deshonestas; que guarden el mis- terio de la fe con limpia conciencia. Y estos también sean
sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles. Las mujeres asimismo
sean honestas; no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo. Los diáconos sean maridos de una sola
mujer, y que gobiernen bien a sus hijos y sus casas. Porque los que ejerzan bien el diaconado, ganan
para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús» (1 Tim. 3: 1-13; ver
también Tito 1: 5-11 y 2: 1, 7, 8).

La obra del diaconado se describe en el Nuevo Testamento, donde se emplea el término griego
diakonos, del cual deriva la palabra «diácono». Este vocablo griego es traducido como: «servidor», «ministro»,
«asistente»; y entre los cristianos adquirió el significado especializado que ahora se le atribuye a «diácono».

Los hombres que llegaron a ser conocidos como los siete diáconos de la iglesia apostólica fueron
elegidos y ordenados para servir en los asun- tos prácticos de la iglesia (ver Hech. 6: 1-8). Los requisitos
que debían cumplir, ligeramente menos exigentes que los de los ancianos, son enu- merados en 1
Timoteo 3: 8-13.

«El hecho de que estos hermanos habían sido ordenados para la obra especial de mirar por las necesidades
de los pobres, no les impedía en- señar también la fe, sino que, por el contrario, tenían plena capacidad
para instruir a otros en la verdad, lo cual hicieron con grandísimo fervor y feliz éxito» (HAp 71).«El
nombramiento de los siete para tomar a su cargo determinada mo- dalidad de trabajo fue muy beneficioso a la
iglesia. Estos oficiales cuidaban especialmente de las necesidades de los miembros así como de los intereses
económicos de la iglesia; y con su prudente administración y pia- doso ejemplo, prestaban importante ayuda
a sus colegas para armonizar en unidad de conjunto los diversos intereses de la iglesia» (HAp 71).

En la actualidad, la designación de diáconos mediante elección proporciona bendiciones similares para


el buen funcionamiento de la iglesia, al descargar a los pastores, a los ancianos y a otros dirigentes de
deberes que pueden ser perfectamente desempeñados por los diáconos.

«El tiempo y la fuerza de aquellos que en la Providencia de Dios han sido colocados en los principales
puestos de responsabilidad en la iglesia deben dedicarse a tratar los asuntos más graves que demandan
especial sabiduría y grandeza de ánimo. No es plan de Dios que a tales hombres se les pida que
resuelvan los asuntos menores que otros están bien ca- pacitados para tratar» (HAp 73).

La Asociación Ministerial del campo local, en coordinación con los departamentos, promueve el
entrenamiento y la capacitación de los diá- conos. Sin embargo, el pastor, junto con sus ancianos, es el
principal responsable de la capacitación de los diáconos (ver nota 3, p. 184)

La junta de diáconos. Cuando en una iglesia exista un número suficiente de diáconos, se constituirá una junta
de diáconos, con el director de diáconos como presidente y con otro diácono como secretario. Esta junta es
la encar- gada de la distribución de responsabilidades y de la coordinación de sus aportaciones al bienestar
de la congregación. Esta junta servirá también para capacitar e instruir en sus deberes a los nuevos diáconos.

Los diáconos tienen que ser ordenados. Quien sea elegido diácono por primera vez no podrá
desempeñar sus funciones hasta que no haya re- cibido la ordenación de un pastor ordenado que tenga
sus credenciales en vigor emitidas por la asociación.
El sagrado rito de la ordenación tiene que caracterizarse por la sen- cillez y debe realizarse en
presencia de la iglesia. El pastor puede presentar un breve resumen de la función bíblica del diaconado, de
las cualidades requeridas para el servicio y de las principales funciones que los diáconos están autorizados
a realizar. Tras presentar una breve exhortación a la fi- delidad en el servicio, el pastor, asistido por un
anciano cuando ello sea aconsejable, ordena al diácono mediante la oración y la imposición de manos
(ver p. 27).
Si el diácono ha mantenido su comunión con la iglesia, una vez que ya ha sido ordenado, no es necesario
ordenarlo nuevamente, aunque haya venido trasladado de otra iglesia. Si al terminar el año eclesiástico la
iglesia desea que continúe sirviendo como diácono, deberá reelegirlo a fin de que pueda continuar
oficiando como diácono.
Si un anciano es nombrado diácono, no necesita ser ordenado al dia- conado, puesto que su
ordenación como anciano cubre esta función.
DEBERES DE LOS DIÁCONOS

La obra de los diáconos abarca una amplia gama de servicios en favor de la iglesia,
como:

1. Colaborar en los servicios y las reuniones. Los diáconos son


generalmente los responsables de dar la bienvenida a los miembros y a
los visitantes, y de ayudar, cuando sea preciso, a que todos los
asistentes encuentren asiento. También cooperan con el pastor y los
ancianos con el fin de que las reuniones llevadas a cabo en la iglesia se
desarrollen sin contratiempos.

2. Visitar a los miembros. En muchas iglesias, la visitación se organiza


agrupando a los miembros por zonas y asignando una a cada
diácono, con el objetivo de que cada hogar sea visitado al menos una
vez al trimestre.

3. Colaborar en los servicios bautismales. Los diáconos se ocupan de los


preparativos necesarios para la ceremonia bautismal (ver p. 39).

4. Colaborar en el servicio de comunión. En la ceremonia del


lavamiento de los pies, los diáconos y las diaconisas facilitan todo lo
necesario: toallas, palanganas (jofainas o lebrillos), agua y baldes.
Después del servicio, se ocupan de que los recipientes y las toallas
sean lavados y debidamente guardados. Después de la Cena del
Señor, los diáconos y las diaconisas han de ejercer mucho cuidado en
cuanto al destino dado a cualquier resto del pan o el vino que haya
sobrado, que deberá ser desechado con el debido respeto.

5. Atender a los enfermos, a los pobres y a los necesitados. Los


diáconos y las diaconisas tienen la misión de atender a los enfermos, a
los pobres y a los necesitados, y han de mantener a la iglesia informada
de sus necesidades y recabar el auxilio de los miembros. El dinero
necesario pro- vendrá del fondo de pobres y necesitados de la iglesia
local. El tesorero, por acuerdo de la junta directiva, entregará a los
diáconos, o a las diaconisas, los recursos que se requieran para los
casos de necesidad.

6. Cuidar y mantener las propiedades de la iglesia. En las


congregaciones donde el cuidado y mantenimiento de las propiedades
de la iglesia no hayan sido asignados a una comisión de mantenimiento,
los diáconos y las diaconisas asumirán dichas responsabilidades (ver
nota 4, p. 184).
DEBERES DE LAS DIACONISAS

Las diaconisas sirven a la iglesia dentro de una amplia gama de importantes actividades, incluyendo:

1. Saludar y visitar a los visitantes y a los miembros. En muchas


iglesias, las diaconisas colaboran en el saludo a los visitantes y a los
miembros en las reuniones y en la visitación de sus hogares cuando
ellos no pue- den asistir a los cultos.

2. Colaborar en las ceremonias bautismales. Las diaconisas atienden


a las damas que se van a bautizar, antes y después de la ceremonia.
Tam- bién aconsejan y ayudan, en lo concerniente a la vestimenta
adecuada para el bautismo. Debe disponerse de túnicas bautismales
de tejidos adecuados. Cuando se usen túnicas, las diaconisas deben
encargarse de que sean lavadas y debidamente guardadas (ver p.
39).

3. Colaborar en el servicio de comunión. Las diaconisas y los diáconos


dis- ponen todo lo necesario para este servicio y se ocupan de que,
una vez terminado, todo quede ordenado (ver pp. 123, 124).
Antes de que comience el servicio de comunión, las diaconisas pre-
paran la mesa de la comunión, incluyendo la preparación del pan y el
vino, poniendo la mesa del rito, echando el vino, colocando los
platos con los panes sin levadura y cubriendo la mesa con el mantel
previsto para ese fin.
Las diaconisas colaboran en la ceremonia del lavamiento de los pies,
auxiliando de manera especial a las damas visitantes y a los nuevos
miembros de iglesia.

4. Atender a los enfermos y a los necesitados. Las diaconisas ayudan


a los diáconos en el cuidado de los enfermos, los pobres y los
necesitados (ver p. 72).

5. Cuidar y mantener las propiedades de la iglesia. En las


congregaciones donde el cuidado y mantenimiento de las propiedades
de la iglesia no hayan sido asignados a una comisión de bienes
inmuebles, los diáconos y las diaconisas asumirán dichas
responsabilidades (ver nota 4, p. 184)
Las diaconisas
Las diaconisas estaban incluidas entre los dirigentes regulares de la igle- sia cristiana primitiva. «Os
recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea. Recibidla en el
Señor, como es digno de los santos, y ayudadla en cualquier cosa en que necesite de vo- sotros, porque
ella ha ayudado a muchos y a mí mismo» (Rom. 16: 1-2).
Las diaconisas tienen que ser elegidas tomando en cuenta su consa- gración y otras cualidades que
las capaciten para desempeñar las fun- ciones correspondientes.
La Asociación Ministerial del campo local, en coordinación con los departamentos, promueve el
entrenamiento y la capacitación de las dia- conisas. Sin embargo, el pastor, junto con sus ancianos, es el
principal responsable de la capacitación de las diaconisas (ver nota 3, p. 184).

La junta de diaconisas. Cuando una iglesia elija varias diaconisas, debe constituirse una junta de
diaconisas, con la directora de diaconisas como presidenta y otra diaconisa como secretaria. Esta junta
tiene autoridad para asignar funciones a cada una de las diaconisas, y coopera estrecha- mente con la
junta de diáconos, especialmente en la tarea de dar la bien- venida a los miembros y los visitantes, y en la
visitación de los hogares (ver pp. 70-72). Esta junta servirá también para capacitar e instruir en sus deberes
a las nuevas diaconisas.

Ceremonia de ordenación. Esta ceremonia, igual que la ordenación de los diáconos, debe estar presidida
por un pastor ordenado con credenciales en vigor emitidas por la asociación. La ceremonia de ordenación
tiene que caracterizarse por su sencillez y debe realizarse en presencia de la iglesia.
Cuando se elija a una diaconisa que ya ha sido ordenada previamente y que se ha mantenido en plena
comunión con la iglesia, no es necesario ordenarla nuevamente, aunque haya venido trasladada de otra
iglesia. Si al terminar el año eclesiástico la iglesia desea que continúe sirviendo como diaconisa, tendrá
que reelegirla.

Limitaciones de las funciones de las diaconisas. Las diaconisas no están autorizadas a presidir ninguna
de las ordenanzas de la iglesia, ni las reunio- nes administrativas, ni pueden ser oficiantes de una ceremonia
matrimonial, y tampoco pueden oficiar en la admisión o el traslado de miembros.
Si una iglesia no dispone de alguien autorizado para cumplir con las funciones anteriores, el director de
la iglesia tiene que solicitar el consejo y la asistencia de la asociación.

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