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Una nueva apologética: intervención en el sínodo de 2018

Robert Barron, obispo auxiliar de Los Ángeles, ofreció esta intervención


el 4 de octubre de 2018 en el Sínodo sobre los Jóvenes, la Fe y el
Discernimiento Vocacional

El encuentro de Jesús con dos antiguos discípulos en el camino de


Emaús aporta un hermoso modelo del trabajo de acompañamiento de la
Iglesia a lo largo de las edades. El Señor camina con esta pareja, aunque
se están alejando de Jerusalén, es decir, espiritualmente hablando, van
en la mala dirección.

Él no empieza con palabras que les juzguen, sino con atención y ánimos
en silencio. Jesús se mantiene escuchando, mientras ellos le relatan,
con bastante exactitud, todos los datos que a Él se refieren. Pero
entonces, sabiendo que ellos carecen del patrón para interpretar los
datos de forma que tengan sentido, les reprende (“oh, qué insensatos
sois, qué lentos de corazón para creer todo lo que los profetas hablaron”)
y después lo expone todo(“empezando con Moisés y todos los profetas,
interpretó para ellos lo que sobre Él referían todas las Escrituras”). Él
escucha con amor, y habla con fuerza y claridad.

Innumerables sondeos y estudios de los últimos 10 años han confirmado


que los jóvenes con frecuencia citan razones intelectuales cuando
se les pregunta qué les ha impulsado a dejar la Iglesia o a perder
confianza en ella. La principal de esas convicciones es que la religión se
opone a la ciencia o bien que no puede resistir un escrutinio racional, que
sus creencias están desfasadas, son un remanente de una época
primitiva, que la Biblia no es fiable, que la creencia religiosa aumenta
la violencia y que Dios es una amenaza para la libertad humana.
Puedo verificar, en base a 20 años de ministerio en el campo de la
evangelización online, que estas inquietudes son piedras de
tropiezo para que los jóvenes acepten la fe.

Lo que se necesita hoy vitalmente, como un aspecto del


acompañamiento de los jóvenes, es una apologética y una catequesis
renovadas.

Me doy cuenta de que en algunos círculos de la Iglesia, el término


apologética es “sospechoso”, ya que parece indicar algo racionalista,
agresivo, condescendiente. Espero dejar claro que el proselitismo
arrogante no tiene lugar en nuestra acción pastoral, pero espero que
quede igualmente claro que una explicación de la fe inteligente,
respetuosa, sensible a la cultura (“dar razón de la esperanza que hay
entre nosotros”) es ciertamente algo deseable.
Hay un consenso entre la gente de pastoral de que, al menos en
Occidente, hemos vivido una crisis de catequesis en los últimos 50 años.
Que la fe no se ha comunicado eficazmente lo verificó el estudio
Religious Landscape más reciente, del Pew Research Center en
América. Indicaba que, entre las principales religiones, el catolicismo
era el segundo peor en transmitir su tradición.

¿Cómo es que durante las últimas décadas los jóvenes en nuestras


escuelas secundarias católicas han leído a Shakespeare en literatura, a
Homero en latín, Einstein en clase de física, pero, demasiado a
menudo, textos superficiales en religión? El ejército de jóvenes
nuestros que afirman que la religión es irracional es un fruto amargo
de este fallo en la educación.

Entonces, ¿cómo debería ser una nueva apologética? En primer


lugar, surgiría de las preguntas que los jóvenes espontáneamente
hacen. No se impondría desde arriba, sino que más bien emergerían
orgánicamente desde abajo, la respuesta a una inquietud de la mente y
el corazón. Tomaría ejemplo del método de Santo Tomás de Aquino. Los
austeros textos del gran maestro teológico de hecho surgieron de las
vivas “quaestiones disputatae” que estaban en el corazón del proceso
educacional de la universidad medieval. Tomás estaba profundamente
interesado en lo que los jóvenes de verdad preguntaban. Y nosotros
deberíamos estarlo también.

En segundo lugar, una nueva apologética debería trabajar en


profundidad la pregunta de larelación entre religión y ciencia. Para
muchas personas hoy, lo científico y lo racional son términos
equivalentes, coextensivos. Por lo tanto, puesto que la religión no es
ciencia, obviamente, debe ser irracional. Sin denigrar ni por un instante la
ciencia, tenemos que mostrar que hay caminos no científicos pero
eminentemente racionales que conducen hacia el conocimiento de
lo real. La literatura, el teatro, la filosofía, las bellas artes... son todas
primas cercanas de la religión. No solo entretienen y deleitan, también
llevan en sí verdades que no pueden obtenerse de otra forma. Una
apologética renovada debería cultivar estos acercamientos.

En tercer lugar, nuestra apologética y catequesis debería seguir la “via


pulchritudinis”, como el Papa Francisco señalaba en Evangelii
Gaudium. Especialmente en nuestro contexto cultural postmoderno,
empezar por lo que es verdadero y bueno –qué creer y cómo
comportarse- está a menudo contraindicado, ya que la ideología de la
auto-invención estáestablecida muy firmemente.
Sin embargo, el tercer trascendental, la belleza, a menudo demuestra ser
un camino más encantador, menos amenazante. Y parte del genio del
catolicismo es que hemos abrazado la belleza de forma consistente,
en canciones, poesía, arquitectura, pintura, escultura y liturgia- Todo eso
aporta una matriz poderosa para evangelizar.

Y como argumentaba Hans Urs von Balthasar, la belleza más


convincente de todas es la delos santos. He encontrado mucha
potencia evangelizadora al presentar las vidas de estos grandes amigos
de Dios, de la misma forma que el entrenador de béisbol atrae a nuevos
jugadores al juego mostrándoles el juego de algunas de sus mayores
figuras.

Cuando Jesús se explicaba con los discípulos en el camino de


Emaús, sus corazones empezaron a arder en su interior. La Iglesia
debe caminar con los jóvenes, escucharles con atención y amor y estar
lista para con inteligencia dar razón de la esperanza que nos habita.
Esto, confío, encenderá en fuego los corazones de los jóvenes.

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