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FUL­

La historiografía
del siglo XX
Desde la objetividad científica
al desafío posmoderno

Georg G. Iggers

Traducción, edición y presentación de Iván Jaksic

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


IN TR O D U C C IÓ N

Hace más de tres décadas publiqué u n pequeño libro sobre el


estado de los estudios históricos en Europa. Allí quise demos­
trar que las formas tradicionales de investigación habían sido
reemplazadas por los nuevos métodos de las ciencias sociales.1
lo s historiadores de varios países estaban generalmente de
acuerdo en que la investigación, tal como se había practicado
ir.iemacionalmente desde comienzos del siglo XIX, ya no tenía
relación con las condiciones sociales y políticas de la segunda
mitad del siglo XX, o con las exigencias de la ciencia moderna.
Desde entonces, las ideas sobre la historia y la historiografía
ta n experimentado u n cambio profundo. Por lo mismo, este
libro no debe leerse como una continuación que busca, por
así decir, poner mi obra anterior al día. Más bien es u n ensayo
que se ocupa principalmente de algunos cambios importantes
en la m anera en que los historiadores piensan y practican su
disciplina en la actualidad. Aunque hay bastante continuidad
respecto de las formas más antiguas de investigar y escribir la
historia, podemos decir que ha habido u n cambio considerable
ce orientación.
En las últimas décadas, los supuestos en los que se basaba la
mvestigación y la escritura de la historia a partir del surgimiento

; Georg G. Iggers, New Directions in Eurcrpean Historiography


Middletown, Conn., 1975, 1984).

19
La historiografía del siglo XX

del campo como una disciplina profesional en el siglo XIX, han


estado sometidos a u n creciente cuestionamiento. Varios de es­
tos supuestos se rem ontan a los comienzos de una tradición
historiográfica occidental que h a evolucionado continuamente
desde la antigüedad clásica. Lo que resultó nuevo en el siglo
XIX fue la profesionalización de los estudios históricos y su
establecimiento en universidades y centros de investigación.
Un aspecto central de esta profesionalización fue la firme con­
vicción en el estatus científico de la historia. El concepto de
ciencia, sin embargo, fue entendido por los historiadores de una
m anera distinta a la de los expertos en ciencias naturales, quie­
nes buscaban el conocimiento a través de generalizaciones y le­
yes abstractas. Para los historiadores la historia difería de la na­
turaleza puesto que se preocupaba de los significados tal como
fueron expresados a través de las intenciones de los hombres y
mujeres que hicieron la historia, y de los valores y costumbres
que dieron cohesión a las sociedades. La historia se encargaba
de personas y culturas concretas del pasado. No obstante, los
historiadores compartían el optimismo de las ciencias profe­
sionalizadas en general, en el sentido de que la investigación
organizada metodológicamente hacía posible el conocimiento
objetivo. Tanto para ellos como para los demás científicos, la
verdad consistía en la correspondencia entre el conocimien­
to y una realidad objetiva que, para el historiador, mostraba
el pasado "tal como había ocurrido".2 La autodefinición de la
historia como un a disciplina científica implicaba, para la labor
del historiador, una clara división entre el discurso científico y
el literario, y entre los historiadores profesionales y los aficio­
nados. Pero estos historiadores no contemplaron la medida en
que su investigación descansaba tam bién en supuestos acerca

2 Véase Leopold von Ranke, "Preface to the First Edition of Histories


o f the Latín and Germanic Nationf, en Leopold von Ranke, Theory and
Practice ofHistory, editado por Georg G. Iggers (Londres, 2011), 86.

20
Introducción

del curso de la historia y de la estructura de la sociedad que


predeterm inaban los resultados de sus estudios.
La transformación del campo en una disciplina institucional
no debe, sin embargo, llevarnos a subestimar las continuidades
respecto de formas anteriores de escribir la historia. La historio­
grafía del siglo XIX era parte de una tradición que se iniciaba
con los grandes historiadores de la antigüedad clásica griega.
Compartían con Tucídides la distinción entre el mito y la ver­
dad, y al mismo tiempo, a pesar de su énfasis en el carácter cien­
tífico y por ende no retórico de la redacción histórica, procedían
de la misma m anera que en la tradición clásica al suponer que
la historia siempre se escribía en forma narrativa. El problema
con la narrativa histórica, sin embargo, tal como Hayden White3
y otros teóricos de la historia han señalado, es que aun cuando
procede a partir de hechos o eventos empíricamente validados,
requiere necesariamente de la imaginación para enmarcarlos en
u n cuadro coherente. De este modo hay u n elemento de ficción
que pasa a ser parte de todo discurso histórico.
De aquí que el quiebre entre la historia "científica" del siglo
XTX y las tradiciones histórico-literarias más antiguas no era
tan fuerte como lo suponían varios historiadores decimonó­
nicos. Tanto el discurso histórico "científico" involucraba una
imaginación literaria, como la tradición literaria antigua bus­
caba tam bién la verdad en la reconstrucción del pasado real.
La orientación "científica” desde Leopoldo von Ranke compar­
tía tres supuestos fundam entales con la tradición histórico-
literaria desde Tucídides hasta Gibbon: 1) ambas aceptaban
la teoría de la verdad como correspondencia al sostener que

3 Véase Hayden White, Metahistoria: La imaginación histórica en la


Europa del siglo XIX (México D.F., 1992), obra originalmente publicada en
inglés en 1982; El texto histórico como artefacto literario y otros escritos
(Barcelona, 2003), publicado originalmente en inglés en 1978; El contenido
de la forma narrativa, discurso y representación histórica (Barcelona, 1992),
originalmente publicado en inglés en 1987.

21
La historiografía del siglo XX

la historia se ocupa de gente que realmente existió y sobre


hechos que realmente ocurrieron; 2) suponían que las accio­
nes hum anas reflejaban las intenciones de sus actores y que la
tarea del historiador era comprender tales intenciones para ela­
borar u n relato histórico coherente, y 3) operaban con u n con­
cepto de tiempo a la vez unidimensional y diacrónico, de modo
que los eventos posteriores se derivaban de los anteriores en
una secuencia coherente. Estos supuestos de realidad, inten­
cionalidad y secuencia coherente determinaron la estructura
de la historia escrita desde Hérodoto y Tucídides hasta Ranke,
y desde Ranke hasta avanzado el siglo XX. Son precisamente
estos supuestos los que han sido gradualmente cuestionados
por parte del pensamiento histórico reciente.
Podemos distinguir dos orientaciones m uy diferentes en
el pensamiento histórico del siglo XX. La primera se ocupa­
ba de la transición que va desde el tipo de historia narrativa
y centrada en eventos que caracterizaban a la historiografía
profesional del siglo XIX, hasta la investigación y escritura his­
tórica científico-social propia del siglo XX. Algunos supuestos
fundamentales de la historiografía tradicional fueron desafia­
dos, pero las premisas básicas compartidas mencionadas ante­
riormente siguieron intactas. Los diferentes tipos de historia de
orientación científico-social cubrían una gama metodológica e
ideológica que incluía las aproximaciones sociológicas y eco­
nómicas cuantitativas y el estructuralismo de la escuela de los
Anuales, hasta el análisis marxista de las clases sociales. De
diferentes maneras, todos estos enfoques buscaban adecuar
la investigación histórica al modelo de las ciencias naturales.
En tanto que la historiografía tradicional se concentraba en la
agencia individual y en los elementos de intencionalidad que
se resistían a ser reducidos a generalizaciones abstractas, las
nuevas formas de historia científico-social enfatizaban las es­
tructuras sociales y los procesos de cambio social. Sin embargo,
compartían dos nociones centrales con la historiografía anterior.

22
Introducción

La primera era la afirmación de que la historia versaba sobre


remas reales que debían guardar una correspondencia con los
relatos de los historiadores. Obviamente, esta realidad no podía
ser aprehendida directamente pero, como toda ciencia, debía
estar mediada por los conceptos y las construcciones mentales
de los historiadores que sin embargo intentarían alcanzar u n
conocimiento objetivo. Los nuevos enfoques científico-sociales
criticaban varios aspectos de la historiografía anterior: argu­
m entaban que se concentraban m uy limitadamente en indivi­
duos, especialmente en "grandes hombres" y en eventos, como
si ellos fueran el verdadero objeto de la historia, y descuidaban
el contexto más amplio en el que ellos se desenvolvían. En este
sentido, los enfoques de orientación científico-social, ya fueran
marxistas, parsonianos o de los Anuales, representaban una de­
mocratización de la historia, una inclusión de segmentos más
amplios de la población y una extensión de la perspectiva his­
tórica desde la política a la sociedad. Criticaban los enfoques
anteriores no por ser científicos, sino por no serlo lo suficiente.
Desafiaron una de las premisas básicas de la historiografía an­
terior, a saber, que la historia se preocupaba de lo particular,
no de generalizaciones, y que su propósito era “comprender” y
no “explicar”, y afirmaron por su parte que todas las ciencias,
incluyendo a la historia, debían basarse en la causalidad.
La segunda orientación tam bién era compartida tanto por
la tradición anterior como por los nuevos enfoques científico-
sociales. Ambos operaban con un a noción de tiempo de carác­
ter unidireccional, es decir, u n concepto sobre la existencia de
una continuidad y sentido en la historia, y además que había
una historia en contraste con una multiplicidad de historias.
Pero esta concepción de la historia tenía una forma diferente
en el caso de la historiografía convencional, que en la de los
enfoques científico-sociales posteriores. Ranke había recha­
zado la noción de una filosofía de la historia que involucrara
un esquema de historia universal, pero igual supuso que la

23
La historiografía del siglo XX

historia poseía una coherencia interna y u n desarrollo,4 y ade­


más le asignaba u n puesto privilegiado a la historia de Occi­
dente. Los historiadores de la línea científico-social tendían a
creer que al menos en la historia de la era m oderna había u n
claro sentido de dirección. Aunque eran pocos los que acep­
taban una idea de progreso que confiriese algún carácter be­
néfico a esta dirección, la mayoría operaba con una noción de
"modernización" o "racionalización" progresiva que le daba co­
herencia al desarrollo histórico. Aquí, también, la historia del
m undo occidental moderno recibía un estatus privilegiado. La
historia del m undo coincidía con la occidentalización.
Estos supuestos han sido crecientemente cuestionados por
el pensamiento filosófico desde fines del siglo XIX. Es sólo en
las últimas décadas, sin embargo, que las dudas a que dio lu­
gar este desafío han producido u n cambio serio en la labor
de los historiadores. Esta reorientación del pensamiento his­
tórico reflejó cambios fundamentales en la sociedad y en la
cultura. En u n sentido, el paradigma de la historiografía profe­
sional iniciado por Ranke ya estaba fuera de sintonía con las
realidades sociales y políticas de su tiempo cuando pasó a ser
el estándar universal de los estudios históricos. Ranke era en
gran medida un producto de la era de restauración que siguió
a la Revolución Francesa y al período napoleónico. Su concepto
de Estado descansaba en las realidades políticas de la Prusia
anterior a 1848, es decir, el período anterior al establecimiento
de las instituciones representativas y al de la industrialización
y sus concomitantes sociales. De aquí su énfasis en la primacía
de la política, relativamente aislada de las fuerzas económicas
y sociales, y la dependencia casi exclusiva en los docum en­
tos oficiales del Estado. Para ese momento, a fines del siglo
XIX, cuando su paradigma se transformó en el modelo de la

4 Ranke, "On the Character of Histórica! Science” en The Theory and


Practice ofHistoty, 8-16; y "The Great Powers", ibíd., 52.

24
Introducción

vistoriografía profesional en Francia,5 Estados Unidos6 y otros


: ases, las condiciones sociales y políticas en las que se basaba
ya se habían alterado fundamentalmente.
En el um bral del siglo XX, los historiadores de Francia, Bél­
ic a , Estados Unidos, Escandinavia e incluso Alemania comen­
taron a criticar el paradigma de Ranke y a exigir una historia
rae diera cuenta de los factores sociales y económicos.7 Tal his­
toria debía necesariamente evitar una concentración en even-
: :s o figuras destacadas para enfocarse más bien en las condi­
ciones sociales de las que estos surgían. La democratización y
el surgimiento de la sociedad de masas tam bién clamaban por
na historiografía que tomara en cuenta el papel de segmentos
m á s amplios de la población y de las condiciones en que vi­
vían. De modo que desde diferentes perspectivas, los “Nuevos
Historiadores" en Estados Unidos, el círculo de Henri Berr en
Francia, Henri Pirenne8 en Bélgica, y los marxistas en general
en la Europa continental, utilizaron sus conceptos particulares
ce las ciencias sociales como parte integral de la labor de los
historiadores. Si bien las formas convencionales de la historia
eolítica y diplomática dominaron en la profesión m ucho más
allá de 1945, se le dio un a creciente atención a la historia so­
cial. Especialmente después de esa fecha, las ciencias sociales
sistemáticas empezaron a jugar u n papel cada vez más impor­
tante en la obra de los historiadores. Esta es la transformación
que describí en mi libro de 1975.

5 Véase Wílliam Keylor, Academy and Community: The Foundation of


fhe French Historical Profession (Cambridge, Mass., 1975)
6 Véase John Hígham, History: Professional Scholarship in America (Bal­
timore, 1983); Peter Novick, Ese noble sueño: la objetividad y la historia
profesional norteamericana, 2 tomos (México D.F., 1997). Publicado origi­
nalmente en inglés en 1988.
7 Véase, por ejemplo, la sección "Historical Science”, en Congress ofthe
Arts and Sciences: Universal Exposition, St. Louis, 1904, tom o 2 (Boston,
1906).
8 Véase Bryce Lyon, Henri Pirenne: A Biographical and Intellectual Study
(Gante, 1974).

25
La historiografía del siglo XX

Sin embargo, el optimismo en torno a la naturaleza y di­


rección del m undo moderno en la que se basaba la historia
científico-social se vio profundam ente alterado por los cam­
bios en la estructura social propios del m undo industrial avan­
zado. Los historiadores de esta orientación concebían el m un­
do moderno de u n a m anera más dinámica que la de la escuela
de Ranke. Presagiaban que el crecimiento económico continuo
y la aplicación de la racionalidad científica al ordenamiento de
la sociedad constituirían valores positivos para la definición de
la vida moderna.
Pero ya en la segunda m itad del siglo XIX tales expectativas
habían sido sometidas a un a crítica devastadora por parte de
Jacob Burckhardt9 y Friedrich Nietzsche.10 Este pesimismo se
vio tam bién reflejado en las discusiones y reflexiones filosófi­
cas sobre el estado de la cultura m oderna a lo largo de la pri­
mera mitad del siglo XX, pero no llegó a impactar seriamente
el pensamiento de los historiadores sino hasta la década de
1960. En muchos sentidos, esa década representó u n punto de
inflexión en el cual la conciencia respecto de u na crisis en la
sociedad y cultura modernas, de larga incubación, se manifes­
tó con toda su fuerza. Fue sólo entonces que las consecuen­
cias de la Segunda Guerra M undial resultaron obvias, como el
fin de los imperios coloniales y u na mayor conciencia de que
los pueblos no occidentales tam bién tenían historia.11 Al inte­
rior de las sociedades occidentales, las antiguas concepciones
sobre u n consenso nacional, reiteradas en la década de 1950,12
fueron reemplazadas por u n a mayor conciencia sobre la

9 Véase, de Burckhardt, Reflexiones sobre la historia universal (México


D.F., 1961) y Briefe, 10 tom os (Basel, 1949-1986).
10 Por ejemplo, Friedrich Nietzsche, "Sobre la utilidad y los perjuicios de
la historia para la vida” (Madrid, 2004). Véase también, Alan Megill, Prophets
of Extremity: Nietzsche, Heidegger, Foucault, Derrida (Berkeley, 1985).
11 Erik Wolf, Europa y la gente sin historia (México D.F., 1987).
12 John Higham, “Beyond Consensus: The Historian as Moral Critic”
American Historical Review 57 (1961-62), 609-625.

26
Introducción

diversidad existente en los Estados nacionales establecidos. La


obra de Michael Harrington, La cultura de la pobreza en Esta­
dos Unidos, de 196113 retrató a la sociedad estadounidense de
una m anera bastante menos optimista que la de historiadores
como Daniel Boorstin14 y sociólogos como Daniel Bell.15 Pero
las concepciones marxistas de clase parecían inadecuadas en
un ambiente en el que había mayor conciencia de otras divi­
siones como las de género, raza, etnia y estilos de vida. El cam­
bio de una sociedad industrial a u na de informática tam bién
tuvo u n efecto im portante sobre la conciencia. Por prim era vez
hubo u n a aguda comprensión de los aspectos negativos del
crecimiento económico, como asimismo de la amenaza que
este representaba para u n medio ambiente estable. El impac­
to completo del Holocausto penetró en la conciencia pública,
si bien no inmediatamente después del térm ino de la guerra,
sí una vez que una nueva generación adquirió un a distancia
crítica. Los elementos destructivos del proceso civilizador pa­
saron a ser parte central de la conciencia colectiva.
Para el historiador estas transformaciones de la conciencia
tuvieron varias consecuencias. Para muchos marcó el fin de la
“gran narrativa”.16 Occidente aparecía cada vez más como me­
ramente una de varias civilizaciones, sin que ninguna de ellas
pudiera proclamar primacía sobre las otras. De la misma m ane­
ra, la m odernidad perdió su cualidad unívoca. Oswald Spengler
se había referido relativamente tem prano a una pluralidad de
civilizaciones, cada un a de las cuales, sin embargo, seguía u n

13 Michael Harrington, La cultura de la pobreza en los Estados Unidos


(México D.F., 1963).
14 Véase Daniel Boorstin, The Genius o f American Politics (Chicago,
1953).
15 Daniel Bell, The End o f Ideology: On the Exhaustion o f Political Ideas
in the Fifties (Nueva York, 1960).
16 Véase Alan Megill, '"Grand Narratives' and the Discipline of History”
en Frank Ankersmit y Hans Kellner, eds., A New Philosophy o f History (Chi­
cago, 1995), 151-173.

27
La historiografía del siglo XX

mismo patrón de desarrollo.17 Marc Bloch y Fernand Braudel,


ya en las décadas de 1930 y 1940, se apartaron de la histo­
ria narrativa organizada en torno a una secuencia de eventos,
para desarrollar una historia que examinaba las condiciones de
un período específico.18 Desde una perspectiva m uy diferente,
Burckhardt ya había intentado algo similar.19 Pero como enfa­
tizó Braudel al examinar el siglo XVI desde tres perspectivas
temporales diferentes, incluso una época específica no llega­
ba a constituir una unidad integral.20 El tiempo en el sentido
newtoniano de una entidad objetiva, o kantiano en el sentido
de u na categoría universal de pensamiento, dejó de existir. El
tiempo histórico variaba para Braudel según los temas de estu­
dio, cada uno de los cuales se movía a un ritmo o velocidad di­
ferentes, ya fuera que el historiador se ocupara de las grandes
estructuras en las que la historia natural, social, económica
o cultural experimentaban cambios graduales, o que se ocu­
para, del rápido ritmo de la historia política. Además, incluso
dentro de un marco social fijo, las diferentes concepciones del
tiempo coexistían o competían, como puede observarse en la
distinción que hace Jacques Le Goff entre la noción de tiempo
del clero y aquella de los comerciantes en la Edad Media,21 o
en la perspectiva de Edward P. Thompson sobre el enfrenta­
m iento entre el tiempo preindustrial y el industrial en la era

17 Oswald Spengler, La decadencia de occidente, 2 tomos, traducido por


Manuel García Morente (Madrid, 1966).
18 Marc Bloch, La sociedad feudal, 2 tomos (México D.F., 1958), pu­
blicado originalmente como La Société féodale, 2 tomos (París, 1939-40);
Fernand Braudel, El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de
Felipe II, 2 tomos, segunda edición (México D.F., 1976). Originalmente, La
Méditerranée et le monde méditerranéen á l'époque de Phillippe II (París,
1949), segunda edición ampliada, 2 tom os (París, 1966).
19Por ejemplo, La cultura del renacimiento en Italia (Buenos Aires, 1962).
20 Véase Braudel, El mediterráneo y el mundo mediterráneo.
21 Véase Jacques Le Goff, Pour un autre moyen áge: temps, travail et
culture en Occídent (París, 1970).

28
Introducción

¿el capitalismo industrial emergente.22 Las demandas de una


ooblación previamente excluida de las narrativas históricas, es-
cecialmente las mujeres y las minorías étnicas, condujeron a la
creación de nuevas historias que a veces eran parte integral de
_na narrativa más amplia, pero con mayor frecuencia, no.
La fragmentación temática de la historia no significó por sí
cusma el repudio del interés histórico. En muchos sentidos el
cmbito de la historiografía se expandió considerablemente en
das últimas décadas. Las nuevas historias desafiaron a la histo-
c : grafía tradicional, que se había concentrado primordialmen-
cc en las elites políticas y sociales, y exigieron la inclusión de
; cuellos segmentos de la población que habían sido ignorados,
¿crecieron una "historia desde abajo" que incluía no sólo a las
rccjeres, sino que tam bién lo hacían desde una perspectiva
eminista. También desafiaron los enfoques derivados de las
ciencias sociales, que habían instalado a las grandes estructu­
ras impersonales en el centro de la indagación histórica, sin
cuestionar las relaciones existentes de poder, tal como eñ el
cus: de la antigua historia política. Si la historia científico-so-
ru' había intentado reemplazar el estudio de la política por el
i la sociedad, la nueva historia se concentraba en el estudio
¿ t la cultura entendida como las condiciones de vida y la ex­
cedencia cotidiana. Desde esta perspectiva, el énfasis marxista
ere el papel central de la política y la economía como ejes del
cocer y la explotación seguía siendo impermeable ante los in­
tereses y preocupaciones reales de los seres hum anos. Más que
_c declive en el interés por la historia, estas últimas décadas
roo visto u n verdadero auge historiográfico, en la m edida en
varios segmentos de la población han buscado establecer
m~~ identidades fuera de las esferas totalizadoras nacionales
dad; clónales.

- - dv.-ard P. Thompson, "Time, Work-Discipline and Industrial Capita-


É d * Past and Present 38 (1967), 56-97.

29
La historiografía del siglo XX

El cuestionamiento de la posibñidad misma de llevar a cabo


una investigación histórica objetiva ha constituido u n desa­
fío bastante más serio. La creciente desilusión respecto de la
calidad de la civilización occidental m oderna conllevó una
reacción profunda en contra de la perspectiva científica mo­
derna. Antropólogos como Claude Lévi-Strauss negaron que la
racionalidad científica m oderna tuviera alguna ventaja sobre el
pensamiento mítico "salvaje" en lo que se refería a las maneras
de concebir la vida.23 Desde la sistematización de Ranke de la
crítica de las fuentes en la década de 1820, hasta los intentos
de Robert Fogel en la de 1970 por transformar la historia en
u n a ciencia basada en modelos teóricos cuantificables,24 los
historiadores suponían la existencia de objetos de investiga­
ción histórica a los que se podía acceder mediante métodos
de investigación claramente definidos. Esta confianza corres­
pondía a la separación estricta entre el discurso histórico y el
literario, y a la m anera en que se diferenciaban el historiador
que se concebía a sí mismo como científico, del escritor popu­
lar de temas históricos más sensible a las cualidades literarias
de su obra. Desde sus primeros escritos, como El nacimiento
de la tragedia (1872) y Sobre la utilidad y las desventajas de
la historia para la vida (1874), Nietzsche ya había descartado
tanto la utilidad como la posibilidad de la investigación histó­
rica y de la historiografía académica. Pensaba que no sólo el
objeto de la investigación estaba determinado por los intere­
ses y prejuicios del historiador, sino además que la convicción,
en el pensamiento occidental a partir de Sócrates y Platón,
sobre la existencia de un a verdad objetiva libre de la subjeti­
vidad del pensador, eran insostenibles. Para Nietzsche, como
tam bién anteriormente para Marx y para Foucault después, el

23 Claude Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje (México D.F., 1984).


24 Véase Robert Fogel y Geoffrey Elton, Two Ways to the Past? Two Views
ofHistory (NewHaven, 1983).

30
Introducción

conocimiento era una forma de ejercicio del poder.25 Pero


■:etzsche no compartía la confianza de Marx en que el desen-
nascaram iento de los factores ideológicos presentes en el co­
r acimiento pudiera lograr realmente u n conocimiento objeti­
ve. La historia de la razón filosófica desde Sócrates en adelante
le parecía una forma contraria a la razón, es decir, u na m anera
efectiva de ejercer la autoridad y el poder. De este modo, nega­
ra la superioridad de la lógica, por ejemplo socrática, respecto
iel pensamiento mítico o poético.
Desde este punto de partida una cantidad cada vez mayor
fe historiadores ha llegado a la conclusión, en décadas recien­
tes, de que la historia es más cercana a la literatura que a la
rienda. Esta noción ha desafiado los supuestos mismos en los
rué descansaba la investigación histórica moderna. La idea de
rué la objetividad en la investigación histórica no es posible
r orque no existe un objeto de la historia ha ganado creciente
terreno. De acuerdo a esto, el historiador es siempre cautivo
f el m undo desde el que piensa, y sus pensamientos y percep-
rtones están condicionados por las categorías del lenguaje con
ti que opera. En este sentido el lenguaje puede moldear la rea­
lidad, pero no referirse a ella.26 Esta idea surgió a partir de las
itorías lingüísticas y literarias de la década de 1960,27 aunque
ti concepto en el que se basa había sido insinuado por Ferdi-
rrand de Saussure, cuyo Curso de lingüística general, de 1916,28
concebía al lenguaje como un sistema autocontenido. Roland
Zarthes en la década de 196029 y Hayden White en la de 197030

25 Véase Megill, Prophets o f Extremity.


26 Véase el capítulo 10.
27 Véase Art Berman, From the New Criticism to Deconstruction: The
7 -ception o f Structuralism and Post-Structuralism (Urbana, 1988).
28 Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general (Buenos Aires,
1971).
29 Véase Roland Barthes, “The Discourse of History", traducido por Sie­
nten Bann, en Comparative Criticism: A Yearbook, tom o 3 (1981), 3-28.
30 Véase la nota número tres más arriba.

31
La historiografía del siglo XX

enfatizaron el carácter literario de los textos históricos y los


elementos de ficción que inevitablemente contenían. A partir
del concepto de De Saussure sobre el lenguaje como u n siste­
m a autocontenido de signos, los teóricos literarios en Francia
y Estados Unidos, como Jacques Derrida y Paul de Man, fueron
más allá al sostener que el lenguaje construía la realidad más
que referirse a ella. El historiador trabajaba con textos, pero
estos textos no hacían referencia a u n m undo externo. Para
decirlo con el conocido aforismo de Derrida, "no existe nada
fuera del texto".31 Tal texto no necesitaba tener u n a forma escri­
ta o verbal. Las culturas, dirían los antropólogos como Clifford
Geertz, son tam bién textos.32 Los textos no solamente carecen
de u n referente, sino que además sus significados son ambi­
guos. Cada texto puede leerse de innumerables maneras. La
intención del autor deja de importar, no sólo por sus múltiples
niveles y contradicciones, sino porque el texto existe indepen­
dientemente del autor. Aplicado a la historia, esto significa que
a final de cuentas cada obra histórica es una obra literaria, y
debe por lo tanto ser juzgada m ediante las categorías de la crí­
tica literaria.
Esta es la línea de argum entación seguida consistentemen­
te por la teoría literaria francesa y estadounidense desde que
Barthes la formulara en la década de 1960. Barthes negaba
que hubiera una distinción entre historia y literatura, como
asimismo entre hecho y ficción, que había sido generalmente
aceptada por el pensamiento occidental desde que Aristóteles
la estableciera en su Poética. Esta crítica del realismo histórico
se relaciona con una crítica de la sociedad y la cultura moder­
nas. Por eso es que Barthes se quejaba de que "el realismo del
discurso histórico es parte de u n patrón cultural general que

31 Jacques Derrida, De la gramatología (México D.F., 1998). La cita pro­


viene de la edición en inglés, O f Grammatology (Baltimore, 1976), 158.
32 Clifford Geertz, La interpretación de las culturas (Barcelona, 1997). El
título original inglés, The Interpretation o f Cultures (Nueva York, 1973).

32
Introducción

: : r : u c e a u n enajenante fetichismo de lo 'real', con el que los


- m a re s buscan escaparse de su libertad y de su papel como
aroductores de significados".33 En una línea similar, Hayden
• rute notó “la renuencia a considerar las narrativas históricas
romo lo que tan manifiestamente son: ficciones verbales cuyos
manidos son más inventados que hallados, y cuyas formas
rrite n más en común con sus contrapartes literarias que con
d s científicas".34 Llevando más allá la crítica de la supuesta au-
candad en la sociedad moderna, Hans Kellner sostuvo que "la
- ardad' y la 'realidad' son, por supuesto, las principales armas
zmoritarias de nuestro tiempo”.35 Todo esto redunda en la ne­
gación de la m anera en que los historiadores han investigado
_ ristoria desde la antigüedad clásica y más específicamente
cesde la profesionalización de los estudios históricos. Como ha
cacho Robert Berkhofer, “dado que los historiadores normal-
n em e tratan de conciliar interpretaciones variadas mediante
vvrencia a los hechos antes que m ediante argumentos sobre
o naturaleza de la narrativa como tal, deben en la práctica su­
co ner que la factualidad posee algún tipo de realidad coerciti-
c . Al negar la factualidad, "la teoría literaria contemporánea
iesafía los fundam entos intelectuales mismos de la práctica
rotórica actual”.36
Sin embargo, los críticos del realismo histórico que insistían
en la autonomía de los textos raramente iban más allá de las de­
coraciones teóricas para enfrentar u n tem a histórico concreto,

: Véase Lionel Gossman, "History and Literature: Reproduction or


- nciflcation”, en Robert H. Canary y Henry Kozicki, eds., The Writing
i History: Literary Form and Historical Understanding (Madison, 1978),
: C-33.
Hayden White, "The Historical Text as Literary Artifact” en The
ternes o f Discourse, 82.
5 Hans Kellner, "The Politics of Interpretatiori', en W. J. T. Mitchell, ed.,
Tic Politics o f Interpretation (Chicago, 1982), 301.
*' Robert Berkhofer, “The Challenge of Poetics to (Normal) Historical
¡tacace” Poetics Today 9 (1988), 435-452. Berkhofer, cabe mencionar, no
- ■raím ente crítico del realismo histórico.

33
La historiografía del siglo XX

que para ellos no podía ser más que una construcción lingüís­
tica. Los defensores del movimiento que se autodefinía como
el “Nuevo Historicismo”37 se ocupaban más directamente de la
literatura y la cultura en u n contexto histórico, específicamen­
te el de la Inglaterra Isabelina,38 vista a través de sus produccio­
nes literarias, como tam bién del encuentro entre Europa y las
culturas nativas del Nuevo Mundo.39 Ambos grupos compar­
tían los supuestos fundamentales de la teoría literaria posmo­
derna acerca de la centralidad y opacidad del lenguaje, como
tam bién las concepciones antropológicas de las culturas como
redes simbólicas de significado. No obstante, los "Nuevos His-
toricistas" rechazaron la noción de la autonom ía de los textos,
para verlos más bien como parte de complejas negociaciones
simbólicas que reflejaban relaciones de poder entendidas en
términos parcialmente foucaultianos y parcialmente marxistas.
Los textos que formaban las bases de sus análisis contenían la
misma dialéctica cultural de la sociedad en su conjunto, en la
que operaban las fuerzas capitalistas de mercado a partir del
período moderno temprano. Para ellos, como para el sociólogo
Pierre Bourdieu, tales fuerzas adoptaban la forma de u n capi­
tal simbólico culturalmente negociable, y no material. Enfati­
zando los significados múltiples de todos los textos literarios y
culturales, continuaron criticando las prácticas de la "historia

37 Véase el excelente ensayo de revisión bibliográfica de John H.


Zammito, "Are We Being Theoretical Yet? The New Historicism, The New
Philosophy of History, and 'Practicing Historians"' The Journal ofModern
History 65 (1993), 783-814; y Jan R. Veenstra, "The New Historicism of
Stephen Greenblatt: On Poetics of Culture and the Interpretation of
Shakespeare", History and Theory 34 (1995), 174-198. Véase también H.
Aram Veeser, ed., The New Historicism (Nueva York, 1989).
38 Véase, como autor, Stephen Greenblatt, Renaissance Self-Fashioning:
From More to Shakespeare (Chicago, 1980) y Shakespearean Negotiations:
The Circulation o f Social Energy in Elizabethan England (Oxford, 1988);
y como editor, The Power of Forms in the English Renaissance (Norman,
Okla., 1982).
39 Véase Stephen Greenblatt, Marvellous Possessions: The Wonder o f the
New World (Chicago, 1991).

34
Introducción

i : r mal” como tam bién lo hacían los propulsores de la teoría


.ceraria posmoderna. Ellos intentaban aproximarse a lo que el
andador del Nuevo Historicismo, Stephen Greenblatt, denomi-
- : una "Poética de la Cultura".40
Las críticas más radicales de los métodos aceptados de in-
■estigación histórica que han dominado las discusiones teóri­
cas sobre la historia desde la década de 1970 hasta el presente,
han tenido u n impacto importante pero a la vez limitado en la
::rm a en que se escribe la historia. Si se aceptaran las premisas
le esta crítica, una producción histórica que posea significa-
io sería imposible. Es obvio que la historia admite cualidades
iterarías. El historiador, como ha sostenido E R. Ankersmit41
- empre hace uso de metáforas para recrear imágenes histori­
a s . La diferencia entre lo que él llama la historiografía moder-
aa (tanto Rankeana como de orientación científico-social) y la
costura posmoderna yace en la insistencia de esta última en
el carácter metafórico y no referencial de todo texto histórico.
7 ero tam bién en la convicción ilusoria de la primera en torno
a la existencia de una substancia histórica aparte de la prosa o
r-oética del historiador. En una línea similar, Hans Kellner ha
considerado la totalidad de la tradición de investigación histó­
rica m oderna como una aberración respecto del concepto pre­
moderno de la historia como parte de la retórica.42

40 Stephen Greenblatt, "Towards a Poetics of Culture”, en su Learning to


Curse: Essays in Early Modern Culture (Nueva York, 1990).
41 F. R. Ankersmit, "History and Postmodernism”, History and Theory 28
-989), 137-153, reimpreso en Ankersmit, History and Tropology (Berkeley,
.994). Véase la presentación de Kellner en la sesión sobre "Fictionality,
:'"arrativity, Objectivity" en el International Congress of Historical Sciences
riiMontreal, agosto 27-septiembre 3,1995; véase también Kellner, Language
j.nd Historical Representation: Getting the Language Crooked (Madison,
1989); y como coeditor con F. R. Ankersmit, A New Philosophy o f History
iChicago, 1995). Más recientemente, Frank Ankersmit, Eva Domanska y
Hans Kellner, eds., PrefiguringHayden White (Stanford, 2009).
42 Véanse las Actes/Proceedings del XVIII International Congress of
Historical Sciences (Montreal, 1995), 159-182.

35
La historiografía del siglo XX

El asunto es obviamente más complejo. Incluso aquellos


historiadores anteriores al período de la profesionalización se
entendían a sí mismos como retóricos para quienes la historia
debía contener ejemplos, lecciones de vida, y al mismo tiempo
estar comprometida con la verdad. La tendencia de las discu­
siones recientes, como las del panel "Ficcionalidad, Narrati-
vidad, Objetividad" en el Congreso Internacional de Ciencias
Históricas celebrado en Montreal en 1995 h a sido la de ocupar
una posición intermedia, para reconocer, como lo mencionó
Roger Chartier, que aunque "sea una forma más de narración,
la historia es, sin embargo, singular porque m antiene una re­
lación especial con la verdad. Más precisamente, sus construc­
ciones narrativas tienen el objetivo de reconstruir u n pasado
que realmente existió. Esta referencia a una realidad preexis­
tente al texto histórico y situada fuera de él, en donde el texto
cumple la función de producir un a descripción inteligible es lo
que constituye la historia y la hace diferente de la fábula o de
la falsedad".43
La distinción entre la verdad y la falsedad continúa sien­
do fundam ental para el trabajo del historiador. El concepto de
verdad se ha complejizado enormemente con el desarrollo del
pensamiento crítico reciente. Es cierto que el postulado de “la
absoluta objetividad y cientificidad del conocimiento histórico
ya no es aceptado sin reservas".44 Sin embargo, el concepto de
verdad y el deber que conlleva para el historiador de evitar e
incluso desvelar la falsificación no ha sido de m anera alguna
abandonado. Como profesional con entrenam iento especiali­
zado, el historiador continúa trabajando críticamente con las
fuentes para hacer posible el acceso al pasado real. La distin­
ción entre racionalidad e irracionalidad en la investigación
histórica descansa no en u n concepto abstracto de verdad u

43 Roger Chartier, ibíd., 174.


44 Ibíd.

36
Introducción

: rietividad sino que en "la idea de la historia como una comu-


ndad interpretativa, una disciplina que se practica de acuerdo
i estándares profesionales.45
La fuga ante la realidad del pasado por parte del pensa­
miento literario, lingüístico e histórico refleja u n profundo
descontento con los aspectos enajenantes de la civilización
moderna. En la m edida en que la ciencia ocupaba u n lugar
:entral en esta civilización, los m étodos científicos fueron ata­
cados junto a la tradición m oderna de investigación histórica.
Esta crítica, por supuesto, tam bién tenía ramificaciones polí­
ticas. Lo que comenzó en el siglo XIX y en la prim era m itad
del XX con Burckhardt, Nietzsche y después Heidegger, como
en rechazo del legado hum anista de la Ilustración desde una
rerspectiva elitista y antidem ocrática fue continuado por
rensadores como Jean Paul Sartre y la Escuela de Frankfurt
-Theodor Adorno y Max H orkheim er- que tom aban posi-
:;ones generalm ente más identificadas con la izquierda, pero
que ya no veían en la fe de la Ilustración en la razón y la
ciencia u n medio para liberar a los seres hum anos sino, al
contrario, como u n medio de controlarlos y m anipularlos.46
Si la Ilustración intentó liberar a los seres hum anos de los mi­
cos y las nociones ilusas, sus críticos intentaban liberar a los
seres hum anos de la falta de sentido ético que en su opinión

45 Zammito, “Are We Being Theoretical Yet?”, 804.


46 Véase Max Horkheimer y Theodor W. Adomo, Dialéctica de la
ilustración: Fragmentos filosóficos (Madrid, 1998). Sobre la Escuela de
rrankfurt, véase Martin Jay, La imaginación dialéctica: historia de la Escuela
1¿ Frankfurty el Instituto de Investigación Social, 1923-1950 (Madrid, 1974)
^ John Abromeit, Max Horkheimer and the Foundations o f the Frankfurt
shool (Cambridge, 2011). Sobre una nueva temática de la Teoría Crítica,
~éase Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa (Madrid, 1989)
7 El discurso filosófico de la modernidad (Madrid, 1989); Steven Seidman,
:i , Jürgen Habermas on Society and Politics: A Reader (Boston, 1989); una
publicación más reciente sobre Habermas es la de Dieter Freundlieb, Wayne
Hudson y John Rundell, eds., Critical Theory after Habermas (Leiden, 2004)
v David Ingram, Habermas: Introduction and Analysis (Ithaca, NY, 2010).

37
La historiografía del siglo XX

implicaba el enfoque racional - o racionalista- de la vida y la


realidad. La razón científica se transformó repentinam ente en
u n monstruo. Foucault y Derrida estaban de acuerdo en que, al
ubicar a la razón abstracta en u na situación tan central, la tra­
dición filosófica occidental a partir de Sócrates había legitima­
do patrones de dominación47 o, como sostuvo Joan Scott desde
una perspectiva feminista, habían establecido un a autoridad
patriarcal en el lenguaje mismo del discurso común.48
Esta crítica posm odem a contenía puntos válidos e impor­
tantes. Demostró que la noción de u n a historia unívoca no
era sostenible, ya que la historia se caracteriza no sólo por las
continuidades sino que tam bién por las rupturas. Los críticos
apuntan acertadam ente a los supuestos ideológicos que se
hallan presentes en el discurso dominante de la investigación
histórica profesional. También aciertan al desafiar su m anera
exagerada de hablar con la autoridad de expertos. Al mismo
tiempo, tienden a actuar con exceso de celo cuando niegan la
posibilidad de cualquier tipo de discurso histórico racional y
cuestionan la noción de verdad histórica y con ella la de false­
dad histórica. Así, eliminan no sólo la frontera reconocidamen­
te porosa que existe entre el discurso histórico, que siempre
tiene elementos ficticios, con la ficción, que busca más que
nada interpretar la realidad, sino además la frontera entre la
indagación honesta y la propaganda. Este modo de ofuscar las
fronteras ha sido particularm ente problemático en las discu­
siones sobre el Holocausto como evento histórico.49 Las con­
tradicciones del intento de reducir la historia a la literatura p u ­
ram ente imaginativa resultaron obvias en el reconocimiento,

47 Véase Megill, Praphets ofExtremity.


48 Véase Joan Scott, Género e historia (México D.F., 2009); Bonnie Smith,
The Gender o f History: Men, Women, and Historical Practice (Cambridge,
Mass., 1998).
49 Véase Saúl Friedlander, ed., Probing the Limits o f Representation: Na-
zism and the Final Solution (Cambridge, Mass., 1992).

38
Introducción

cor parte de Hayden White, de que resulta inaceptable negar,


irsde una perspectiva moral, la realidad del Holocausto, pero
oue al mismo tiempo resulta imposible para la narrativa histó­
rica establecer objetivamente el que haya ocurrido .50
El reto posmoderno ha tenido u n impacto significativo en
el pensamiento y la escritura histórica sin por ello destruir sus
: cntinuidades con las prácticas y conceptos anteriores. El pos-
—odernismo refleja u na sociedad y cultura en transformación,
: 3 la que las antiguas certezas en torno a crecimiento indus­
trial, las mayores expectativas económicas y los valores de la
clase media tradicional han sido fuertem ente golpeadas. Esto
se ve reflejado en la historiografía de las últimas décadas. La
temática histórica h a cambiado de curso, desde las estructuras
t procesos sociales, a la cultura en el sentido amplio de vida
: otidiana. La historia ha asumido u n aspecto más hum ano en
la medida en que ha prestado mayor atención a los individuos,
tanque en esta ocasión no a los influyentes y poderosos, sino
a la gente común. Una escuela de historiadores ha buscado
reemplazar los estudios de los procesos macrohistóricos y ma-
crosociales por lo que llaman microhistoria, concentrándose
en unidades sociales pequeñas que aglutinan a individuos con­
cretos. El nuevo énfasis en la cultura de la vida cotidiana ha
cuesto a la historia en contacto estrecho con la antropología
ce Clifford Geertz. "Creyendo, con Max Weber, que el hom bre
re un animal suspendido en redes de significado que él mismo
loa tejido", Geertz "entiende por cultura aquellas redes y para
. es efectos de análisis no recurre a las ciencias experimentales
cara buscar leyes, sino a una interpretación que busca el sig-
rchcado. Es una explicación que busca entender expresiones
sociales que parecen enigmáticas en la superficie". Tal sería la
resqueda del estudioso de la cultura. Así, la nueva historia

50 Hayden White, “Histórica] Emplotment and the Problem of Truth",


-- íbíd.. 37-53.
La historiografía del siglo XX

cultural, como la "hermenéutica" del historicismo clásico, en­


tiende la "explicación" como el intento de reconstruir el signifi­
cado de las expresiones sociales que utiliza como textos .51
Sin embargo, la herm enéutica de la nueva historia difiere
de la escuela rankeana. Esta últim a no sólo trataba de u n tem a
diferente, en este caso las grandes personalidades operando en
u n contexto de grandes instituciones políticas, sino que tam ­
bién suponía que los textos contenían u n significado claro que
podía ser reconstruido mediante el análisis filológico. Ranke
y su escuela todavía pensaban que la historia era un a ciencia
estricta, si bien diferente en su temática y métodos respecto de
las ciencias explicativas. Para la nueva historia cultural, las ins­
tituciones consideradas centrales como el Estado, la Iglesia y el
mercado mundial se han desintegrado, y además el significado
de los textos dejó de ser transparente y quedó marcado por las
contradicciones y rupturas.
Todo esto parecía validar los ataques posmodemos en contra
de las nociones de objetividad y método científico, que espera­
ban abolir la distinción entre la narrativa histórica y la ficción.
No obstante, un examen de la historiografía de las últimas dé­
cadas, sobre la que versa este libro, sugiere que si bien los his­
toriadores son mucho más cautelosos en su fe en la autoridad
de la ciencia, han trabajado con la convicción de que el histo­
riador indaga sobre u n pasado real y no imaginario, y que este
pasado real, aunque accesible sólo mediante el raciocinio del

51 Clifford Geertz, La interpretación de las culturas. La cita proviene


del original, “Thick Description: Toward an Interpretive Theory of Cultu­
re” en The Interpretation o f Cultures: Selected Essays (Nueva York, 1973), 5;
véase también su definición de cultura en "Religión as a Cultural System",
en ibíd., 89: "El concepto de cultura al cual adhiero no tiene ni múltiples
referentes o, como puedo ver, ambigüedades inusuales: denota un patrón
históricamente transmitido de significados inherentes en símbolos, un
sistema de conceptos heredados expresados en las formas simbólicas por
medio de las cuales los hombres se comunican, perpetúan y desarrollan su
conocim iento y sus actitudes sobre la vida".

40
Introducción

ns* criador, exige métodos y enfoques que siguen una determi-


zuuí. lógica. Impresiona el que, a pesar del cuestionamiento
v r tiente de la autoridad del estudioso profesional por parte
oensamiento posmoderno, el trabajo histórico sintió más
n t n las presiones de la creciente profesionalización. Aunque
tu ro algunos llamados por parte del movimiento "History
H irkshop "52 a fines del siglo XX para que los ciudadanos no
_:__:ersitarios indagaran sobre sus raíces, la nueva historia cul-
u ral ha sido llevada a cabo casi exclusivamente en las insti-
xuiooes de educación superior. Una buena parte del desafío
a ethos científico del trabajo histórico provino desde fuera de
a disciplina -teóricos y críticos literarios que buscaban fundir
a rastoria con la literatura imaginativa. Sin embargo, la crítica
ir eraría misma, que era anteriormente practicada por intelec-
i-.ríes independientes a través de diferentes tipos de revistas,
estado crecientemente confinada tras los muros de la aca­
te zúa. A pesar de ciertas reorientaciones filosóficas, la cultura
es adámica, que incluye los criterios para la adquisición de las
credenciales necesarias para obtener un puesto universitario y
levar adelante una carrera exitosa, ha permanecido sorpren­
dentemente constante desde los inicios de la historiografía pro­
cesional en las universidades alemanas de principios del siglo
U j I hasta el presente. Así es que a pesar de los llamados a
-rtudiarlo, el ethos científico ha perdurado en la práctica.
Esto resultaba fundam ental para u n trabajo histórico que
tuviera sentido. La historia seguía siendo u n campo de conoci-
czcento. Los historiadores de las décadas de 1970 y 1980 apren-
crcron de los antropólogos la importancia de la cultura para la
.rtnprensión de la conducta social y política. De este modo,
os estudios sobre la Revolución Francesa tom aron una nue-
■a dirección. El énfasis en los factores económicos y de clase51

51 Sobre la historia del movimiento History Workshop, véase el capítulo 7.

41
La historiografía del siglo XX

que caracterizaba el análisis marxista de Georges Lefebvre53 y


Albert Soboul,54 y el análisis antimarxista de Alfred Cobban 55 a
mediados del siglo XX, fue reemplazado por un mayor énfasis
en la cultura, el lenguaje, los símbolos y rituales en las obras
de Fran^ois Furet ,56 Lynn H unt ,57 William Sewell58 y Simón
Schama 59 en las décadas de 1980 y 1990. Pero, en último tér­
mino, la nueva historia cultural, como sus antecesores tradicio­
nales, tenía que ir tam bién a los archivos. Aunque podían ser
m uy críticos de los supuestos de la historia científico-social,
igual utilizaban (muchas veces con la ayuda de las técnicas de
computación) datos empíricos para proporcionar las bases de
su reconstrucción interpretativa de la cultura local.
Aunque el trabajo histórico de las décadas de 1970 y 1980
enfatizaba con frecuencia la importancia de la cultura a ex­
pensas de la política y de los procesos sociales más amplios,
los eventos ocurridos desde 1989 han demostrado que estos
últimos no pueden ser ignorados. Si bien es difícil estar de
acuerdo con la teoría de la modernización, especialmente des­
pués de las brutalidades del siglo XX, en cuanto a otorgar a la
civilización occidental una dignidad especial, o ver la historia

53 Georges Lefebvre, La Revolución Francesa y el imperio (México D.F.,


1960) y también su Quatre-vingt-neuf (París, 1970).
54 Albert Soboul, Compendio de la historia de la Revolución Francesa
(Madrid, 1966) y también su Los sans-culottes: movimiento popular y
gobierno revolucionario (Madrid, 1987).
55 Alfred Cobban, La interpretación social de la Revolución Francesa
(Madrid, 1971).
56 Frangois Furet, Interpreting the French Revolution (Cambridge, 1981);
también Furet y Mona Ozouf, eds., The Transformation o f Political Culture,
3 tom os (Oxford, 1989).
57 Lynn Hunt, Politics, Culture, and Class in the French Revolution
(Berkeley, 1986).
58 William Sewell, Work and Revolution in France, The Language o f La­
borfrom the Oíd Regime to 1848 (Cambridge, 1980).
59 Simón Schama, Ciudadanos: crónica de la Revolución Francesa
(Buenos Aires, 1990). Publicado originalmente en inglés como Citizens
(Nueva York, 1990).

42
Introducción

como u n proceso unívoco, es empero claro que las poderosas


ruerzas descritas por esa teoría operan realmente en el m undo
moderno. La teoría de la modernización puede haber sido ex­
cesivamente optimista al considerar el m undo moderno como
el fin de la historia "60 o como el resultado de u n proceso be-
rigno. Además, el colapso del imperio soviético ha demostrado
.us desventajas de depender exclusivamente del análisis políti­
co, económico y cultural, cuando la persistencia de actitudes
nacionalistas y religiosas antiguas, y sus transformaciones bajo
las condiciones modernas, como se manifiesta en los conflictos
sínicos y la irrupción del fundamentalismo religioso en años
recientes, han expuesto los límites de la teoría de la moderniza­
ción. Lo que se necesita más bien es u n enfoque histórico más
amplio que considere los aspectos tanto culturales como insti-
racionales. La crítica posmoderna de la ciencia y la historiogra-
::a tradicional ha dado lugar a rectificaciones importantes en
el pensamiento y la práctica histórica. No h a llegado a destruir
el compromiso del historiador por reconstruir la realidad, o su
ce en una lógica de la investigación, pero sí ha demostrado la
complejidad de ambos. Quizás podamos ver en la historia de
la historiografía u n diálogo en curso que, aunque no llegue
cmás a u n punto final, aporta sin embargo perspectivas cada
vez más amplias.
Nuestra historia comienza con la profesionalización de los
estudios históricos en el siglo XIX. La historiografía es, por
supuesto, m ucho más antigua. Los seres hum anos han estu­
diado su pasado en todas las culturas, pero la m anera en que
lo han hecho ha sido diferente en cada un a de ellas. Por lo
canto, en el m undo occidental, incluyendo el islámico, como
nm bién el asiático del Este, la historia escrita h a jugado u n

60 Véase Francis Fukuyama, “The End of History?”, The National Interest


- (verano 1989), 3-18; véase también su El fin de la historia y el último
• :-vibre (Buenos Aires, 1992).

43
La historiografía del siglo XX

papel importante. Pero tam bién lo h an hecho las formas no


escritas de la historia, como los m onum entos, los símbolos ji­
las tradiciones populares. Desde tiempos tan rem otos como
los de Heródoto y Tucídides en Occidente y Ssu'ma Chi'en en
el Oriente, ha habido u n esfuerzo consciente por distinguir a
la historia del mito y por lograr una descripción verdadera de
los hechos del pasado. Sin embargo, no hubo u n intento por
otorgar a la historia el estatus de u n a ciencia similar en su ri­
gor al de las ciencias naturales. El cultivo de la historia como
u n género literario que busca recobrar la realidad del pasado
genuina y honestam ente, pero tam bién de un a m anera esté­
ticam ente elegante, ha persistido desde la antigüedad clásica
occidental y asiática hasta u n período relativam ente recien­
te. Fue sólo en el siglo XIX que la historia se transform ó en
una disciplina profesionalizada, que se veía a sí misma como
u n a “ciencia” ejercida por historiadores entrenados profesio­
nalmente.
El térm ino "ciencia histórica" (Geschichtswissenschaft) se uti­
liza comúnm ente en la Europa continental y tam bién en los
lenguajes del Este asiático para distinguir a la historia como
disciplina de la historia como un a actividad literaria. Este tér­
mino no es com ún en inglés, en donde “ciencia” generalmente
se refiere a las ciencias naturales sistemáticas o a una lógica de
raciocinio y explicación modelada a partir de las ciencias n atu­
rales, como puede observarse en los enfoques y proclividades
sistemáticas de abstracción que se encuentran en las "ciencias
sociales”. En los lenguajes del continente europeo, Wissenschaft
(alemán), Science (francés), scienza (italiano), ciencia (español) o
nauk (ruso) denotan u n enfoque sistemático respecto de cual­
quier esfera del conocimiento, incluyendo las hum anidades,
que se guíe por los métodos de investigación aceptados por la
comunidad de estudiosos.
En este libro usaremos el término para referirnos a la disci­
plina histórica moderna. El surgimiento de la ciencia histórica

44
Introducción

en este sentido coincide con el establecimiento del campo como


ana disciplina profesional que se enseña y estudia en las uni­
versidades. La disciplina nunca ha tenido el rigor conceptual
de las ciencias naturales o el de las ciencias sociales analíticas
porque los elementos de voluntad, intención y significado de
~lj conducta hum ana rechazan el nivel de abstracción en que
descansa el conocimiento de las ciencias duras. Mas, exige una
adhesión a la lógica de la investigación compartida por los es­
tudiosos, mediante la cual los resultados de la indagación his­
tórica pueden ser sometidos a examen para verificar su validez,
tal como es el caso de otras disciplinas. También espera que el
investigador vaya más allá de los datos básicos proporcionados
por sus fuentes para crear u n relato coherente que, como todo
discurso científico, proporcione explicaciones. La naturaleza de
la explicación es obviamente diferente en la historiografía y
en las ciencias duras porque debe tomar en cuenta no sólo la
intención y la individualidad de sus objetos de estudio, sino
;ue tam bién el papel de la subjetividad del investigador, que
es claramente mayor en los estudios históricos que en las cien-
ñas duras. Thomas Kuhn ha sostenido que incluso en física las
concepciones de lo que constituye el trabajo científico no son
exclusivamente el resultado de desarrollos y discursos internos
de la disciplina, sino que se encuentran estrechamente ligados
a las corrientes intelectuales más amplias de la cultura dentro
de la cual se realiza el trabajo científico .61 Si esto se aplica a una
zisciplina como la física, que enfáticamente busca excluir los
elementos de subjetividad en el juicio científico, se aplica con
mayor razón a la historia, la que reconoce la subjetividad como
un elemento inevitable de cualquier investigación.

61 Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas (México


I 2007). El original en inglés lleva el título de The Structure o f Scientific
■■■ivlutions, publicado en 1962.

45
La historiografía del siglo XX

Lo recién señalado no es para sugerir que el trabajo del


científico o el historiador pueda ser explicado primordialmen­
te en términos de factores sociales, o que tenga una función
principalmente ideológica. Pero sí quiere decir que la ciencia,
y especialmente la "ciencia histórica", tan estrechamente rela­
cionada con los valores y las intenciones hum anas, deben ser
vistas en el marco sociocultural y político en el que se practi­
can. Una historia de la historiografía que tom a en cuenta so­
lamente los factores internos de la disciplina no es posible. Es
concebible que un conjunto de hechos históricos pueda ser
examinado con estándares consensuados dentro de la disci­
plina; pero difícilmente se puede obtener el mismo consenso
cuando esos hechos se observan a la luz de u n contexto más
amplio de eventos. Como he señalado, la ciencia, y esto incluye
la ciencia histórica, no puede ser reducida a un conjunto de
procesos de pensamiento internos e incorpóreos de la discipli­
na. Ella siempre involucra a seres hum anos vivos que operan
dentro de u n marco de instituciones académicas y científicas
y proceden mediante supuestos acerca de la naturaleza de la
realidad que comparten con u n gran núm ero de sus contem­
poráneos. La ciencia siempre supone una comunidad de estu­
diosos que comparten prácticas de investigación y formas de
comunicación. Es, por lo tanto, imposible separar la historia
de la historiografía tanto de las instituciones como del marco
social e intelectual en el que se desarrolla la investigación.
Las tres partes de este libro examinan el establecimiento
de la historia como una disciplina de estudio, el desafío de las
ciencias sociales a la investigación tradicional, y finalmente la
crítica del pensamiento posmoderno a los enfoques científico-
sociales, y su impacto en el quehacer de los historiadores.

46

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