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En su día supremo, Constancio, el pez dorado de la niña Margarita, tomó la ruta de su último viaje

desde el retrete, a través del drenaje. Pero eso Margarita no lo sabe. Ella confía en la llegada de
Constancio al cielo de los peces, tal como le explicó su padre esta mañana.

Una correcta definición del término “honestidad” requiere que se reconozca, en primer lugar, que
nada tiene que ver con siempre decir o revelar la verdad. En ocasiones, la actitud más honesta,
pertinente, amable y viable es la de la mentira o la retención de la verdad.

Tal vez el padre de Margarita debió tomar otro camino en su educación; hablarle de biologías, de
anatomías, de geografías y astronomías, porque su hija no precisara de cuentos de hadas para hallar
consuelo tras lo inevitable, como la muerte de un ser querido. Pero ¿en verdad hay que ser así? No
lo creo. Ciertamente, el padre de Margarita no espera que su niña crea esta historia por siempre. Ni
siquiera por espacio de un año más, o más o menos. ¿Por qué mentirle entonces? Bueno, pues ¿qué
de malo tiene mentir de vez en cuando, por evitar un llanto, un dolor o una pena; o mejor aún, por
regalar una sonrisa? La verdadera maldad está en los que mienten no por dar consuelo o alegría a
esos pequeños seres rollizos e indefensos, ya sea con cielos de peces, santacloses o reyes magos,
hadas de los dientes y demás; no, que la verdadera maldad está en los que te mienten por robarte,
por controlarte, porque te lo creas para siempre. Y es que en el cielo de los peces reina Posidón, si
quieres, o Constancio el pez dorado; pero allá no hay Jeohvás ni Alás, créanmelo cuando se lo digo.

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