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Los cristianos creemos en el amor desmedido de un Dios que para salvarnos, al final de los
tiempos hizo que su Palabra se hiciera hombre para que todos llegáramos a ser hijos suyos, y
pudiéramos con la fuerza del Espíritu, decirle con seguridad Padre (Rm 8,15).
Jesús al asumir nuestra naturaleza, aprovechó lo más característico del ser humano: La palabra.
De esta manera la Palabra divina es para nosotros palabra humana, no es ajena a nosotros.
Trasmitida por hombres, escrita por hombres y proclamada por hombres, porque Dios mismo se
hizo hombre
Podemos señalar la historia de la evolución del lectorado señalando 5 momentos o períodos más
importantes:
LOS ORÍGENES: El lectorado tuvo un origen judío y en el A.T.. Este servicio fue asumido
por la Iglesia de los apóstoles. La lectura de los libros sagrados en las Asambleas litúrgicas
fue confiado en los primeros años a personas designadas indistintamente por el presidente
de la Asamblea. Recogiendo los testimonios de san Justino (Siglo II) y de la Tradición
Apostólica de san Hipólito de Roma (Siglo III). En estos comienzos el ministerio del lectorado
fue desempeñado por laicos jóvenes o adultos, como función o un ministerio laical.
EDAD MEDIA: La lectura de la Sagrada Escritura se volvió una función eclesiástica, este
oficio sagrado paso a ser un servicio litúrgico y especifico reservado a los clérigos. Se podía
ser lector siendo niño. En el siglo IV se hicieron muy numerosos. Se volvió una orden por la
cual se iniciaban niños que querían entrar en el clero. No se podía ser portero, exorcista o
acólito sin edad adulta más o menos 20 o 30 años, pero si se podía ser lector siendo menor
de edad. En el siglo V los lectores fueron organizados en corporación llamada “Schola
Lectorum” se les enseñaba a leer y modular el canto litúrgico.
A) Cuando se retiró la Lectura del Evangelio a los lectores para reservarlo a los Diáconos. (En el
año 380 el Papa san Gregorio Magno dio esta norma). Se les confió la lectura del Evangelio a
los Diáconos o subdiáconos, también la Epístola y los cantos de la Misa. Los lectores
perdieron gran parte de los motivos que habían justificado su existencia en los primeros
siglos.
B) El Oficio de los lectores se vio reducido al canto de la salmodia, por eso en el siglo VI la
Schola Lectorum se convirtió en la Schola Cantorum.
C) La edad legítima para la ordenación al Lectorado se desplazó hacía los 18 años, después de
recibir la tonsura y demostrar saber leer bien, como lo atestigua Justiniano en el año 546.
Por extensión, se reconoce al lector la facultad de dar el catecismo tanto a los niños, como los
adultos. Aunque sea deber del Párroco instruir a los feligreses.
REFORMA DE PABLO VI:
Ø Con la carta Apotóslica Ministeria Quedam del 15 de agosto de 1972. Se devuelve al lectorado
toda la importancia y la razón de ser en las celebraciones litúrgicas. Pero esta vez, no como
orden menor para aquellos que se preparan para el orden sagrado, sino como un ministerio
Instituido. Propio del laico, para que este ejerza su sacerdocio bautismal dentro y fuera de la
liturgia.
Ø Así, como dice al Tradición Apostólica de Hipólito de Roma: “ Se confiere lectorado no por la
imposición de manos del Obispo sino por la institución mediante una bendición del Obispo y la
entrega del libro de las Sagradas Escrituras”
VIDA COTIDIANA
Sin duda alguna que la palabra juega un papel de suma importancia en nuestro diario vivir –
pensemos por un momento que sería si tú y yo no pudiéramos expresar lo que pensamos o
sentimos- por ello podemos decir que el hombre no sería plenamente hombre, si se le negará el
poder hablar, le faltaría una de las principales facultades.
*La palabra es INFORMACION: la palabra informa sobre hechos, cosas, sucesos, personas. La
palabra comunica al lector u oyente una situación o un acontecimiento.
*La palabra es EXPRESION: toda persona al hablar se expresa, dice algo de sí mismo y se da a
conocer.
*La palabra es LLAMADA Y VOCACIÓN: la palabra humana por su misma naturaleza busca al
otro, quiere darse y espera una respuesta. El hombre vive para el encuentro y la comunicación.
Toda palabra es una llamada al otro y expresa el deseo de compartir.
El lector que proclama la palabra de Dios debe ser consciente de estas funciones de la palabra
humana porque, al proclamar un texto, él mismo debe permitirle a Dios desempeñar esta realidad
a través de la propia palabra humana.
Así por medio del lector, Dios da a conocer a su pueblo las acciones y acontecimientos
fundamentales de la historia de salvación; expresa y revela su plan de amor a los hombres;
llama y convoca a todos a participar de su vida y su amor.
† Palabra transformadora: La palabra de Dios es una palabra que transforma los corazones y
lleva al pueblo a la conversión (Ez 33,10-20). La palabra de Dios, más que expresión de una
idea interior, revela y hace presente y actuante la voluntad liberadora de Dios. El anuncio del
designio salvador sugiere un camino y un proceso histórico que realizar, es decir, se convierte
en criterio de vida y felicidad para quien la acepta, que a su vez resulta de la fidelidad a la
misma palabra (Prov 16,20).
† Diálogo de Dios con su pueblo: Dios habla a su pueblo, y el pueblo responde con el canto y
la oración. El deseo de la conversión nace del encuentro entre personas, del pueblo con la
palabra, es decir con Dios, un misterioso diálogo, un pacto que nace de la aceptación de la
palabra. Así, la historia del pueblo, hecha de tantas imperfecciones, se transforma en historia
de la salvación (Ex 19,24). Todo esto revela que la celebración, en la que son proclamadas las
lecturas bíblicas, es un lugar de convocación, encuentro, diálogo y comunicación entre Dios y
su pueblo, entre Cristo y su iglesia.
Dios habla a través de hechos: Las letras y textos de la Sagrada Escritura, antes de ser
palabra, son historia. Son una historia sagrada, testimonios históricos de las acciones de Dios,
intervenciones serias y decisivas, creadoras y liberadoras, a través de las cuales Dios revela su
grandeza. La historia es una secuencia de las comunicaciones de Dios y de las respuestas fieles o
infieles del pueblo de Dios. Dios habla a través de hechos y actúa mediante la palabra.
“La revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza
en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras
significan” (DV 2).
† Palabra que exige decisión: La palabra de Dios es un acontecimiento ante el cual el pueblo
no puede permanecer pasivo. El oyente, por un lado, se siente convocado para constituir la
asamblea, y por otra se ve enfrentado a tomar una posición, es decir a comprometerse en el
proyecto de la alianza (Dt 30,19). La acogida y la respuesta a la palabra de Dios se constituyen
en un compromiso de vida de fe. Cuando Dios comunica su palabra, siempre espera una
respuesta, para que se manifieste en la vida de quien la escucha en la acción litúrgica (Sant
1,22).
La comunicación de Dios alcanza su cima en “la Palabra que se hizo carne y puso su tienda entre
nosotros” (Jn 1,14). Jesucristo es la palabra de Dios pronunciada en plenitud, y al mismo tiempo,
la gran intervención de Dios en la historia de la humanidad. Jesús es la palabra definitiva y
el acontecimiento decisivo; es la expresión final de lo que Dios quería decir, y la
realización de aquello que quería hacer. El centro y la plenitud de toda la Escritura y de toda
celebración litúrgica es Jesucristo. Y “quien ignora las escrituras, ignora a Cristo” (San Jerónimo).
Cristo mismo es quien habla cuando se leen las sagradas Escrituras en la liturgia. Esta certeza ha
llevado a la iglesia a nunca omitir la lectura litúrgica de la Palabra de Dios. La iglesia venera la
escritura del mismo modo que el Cuerpo del Señor (DV 21). La presencia del Señor hace que los
textos sagrados, no se transformen en meros documentos históricos sino presencia del Padre y de
Cristo que hablan a la comunidad reunida.
La acción del Espíritu Santo no sólo precede, acompaña y sigue toda la liturgia, sino que también
sugiere al corazón de cada uno, todo lo que en la proclamación de la Palabra fue dicho por Dios a
toda la comunidad de los fieles. Así, la palabra de Dios propuesta continuamente en la liturgia, es
siempre viva y eficaz (Hb 4,12).
La proclamación de los textos bíblicos, en consecuencia, deberá ser tal que resulte una verdadera
celebración.
La asamblea recibe la invitación de acoger con alegría la Palabra de Dios. No pocas veces la
palabra se reduce a una lección, a un discurso religioso o a una reflexión teológica. El carácter
celebrativo supone considerar que:
Y La palabra presupone ser acogida y proclamada en un clima festivo, entre cantos y oraciones.
No debe ser sólo leída sino celebrada. El clima de acogida no es otro que el de la escucha con fe
y oración.
Y El modo como el lector o ministro proclama la palabra, revela la permanente actualidad del
acontecimiento salvífico y proporciona a los fieles una profunda comprensión del mismo. Se debe
insistir en la manera de leer (voz alta y clara, vocalización, dicción, emisión, modulación, ritmo de
lectura, postura corporal, sin teatralizar, ni leer de manera impersonal, neutra, monótona y
uniforme) y con conocimiento de lo que se lee.
Y El lector debe estar consciente de la importancia de su función y papel, ya que cuando él actúa
hace presente en la asamblea la palabra viva de Dios, como acontecimiento nuevo, único e
irrepetible. Cuando él lee es Dios quien habla a su pueblo.
La palabra de Dios, como la tenemos hoy, es “Palabra escrita”. Para convertirse en acontecimiento
salvador de quienes participan de una celebración litúrgica, necesita pasar del estado estático de
letra escrita, al proceso vivo de la comunicación. Necesita pasar del escrito y la vista, al oído. La
Palabra viva y eficaz necesita ser proclamada.
Son varios los oficios y funciones que corresponden a la asamblea en lo que atañe a la palabra de
Dios. De la Asamblea de los fieles, la Palabra de Dios exige: una fe viva, una escucha disponible y
alegre, una disposición a cambiar de vida, una participación activa y un amor de profundización de
las Sagradas Escrituras.
El lector, es una persona que anuncia la palabra en nombre de quien un día la pronunció
suscitando vida nueva. Su misión es hacer presente a Jesucristo, ser profeta, pregonero
suyo. Es Cristo mismo quien por la voz del lector invita a los oyentes a vivir el memorial de
su vida, muerte y resurrección, para la conversión y salvación.
Después de la primera lectura sigue el salmo responsorial, que es parte integral de la liturgia
de la Palabra y de por sí tiene una gran importancia litúrgica y pastoral, por cuanto favorece
la meditación de la Palabra de Dios. El salmo responsorial será el correspondiente a cada
lectura y normalmente se tomará del Leccionario.
“Si tu voz no resuena no resonará la Palabra de Cristo; si no das bien el sentido el Pueblo no
podrá comprender bien la Palabra; si no das la debida expresión, la Palabra perderá su fuerza”
San Agustín
EL ARTE DE LEER
Son pocos los que leen bien, todo el mundo lee pero improvisando, aprender a leer bien
requiere un largo aprendizaje y serios esfuerzos. El común denominador en nuestras
lecturas a veces es la mediocridad solo unos pocos captan la especial presencia del Señor en las
lecturas, ¿es Cristo quien ha hablado? y ¿que es lo que han recibido a través de nuestra voz? Un
mensaje empobrecido quizás por nosotros los ministros de la Palabra.
La Palabra merece respeto, así como lo merece una persona, más aún si es la Palabra de Dios,
por ello a continuación están una serie de condiciones para una buena proclamación:
C) LA VOZ: La voz del lector debe tener una potencia apta par ser oído por el auditorio, para una
adecuada proclamación se debe tener en cuenta el lugar (recinto cerrado o abierto). Las palabras
han de ir desgranándose lentamente sin excesiva velocidad pero tampoco silabeando. Cada
palabra a de proyectar un silencio. Este silencio impuesto por los oyentes garantiza su asimilación.
D) LA RESPIRACIÓN: Para que las palabras escritas adquieran su autentico volumen en nuestra
voz, necesitamos aprender a respirar durante las lecturas, para ello se han de aprovechar las
pausas que se intercalan en la lecturas, ya sean de puntuación o de sentido.
La otra preparación es a nivel técnico, para que los lectores sean aptos para el arte de leer ante el
pueblo: manejo de micrófono, de publico etc.
EL ARTE DE PROCLAMAR:
Es el ser portavoz de Dios; por lo tanto, debe hacerse con: vida: testimoniar que ha tomado en
serio lo que proclama, gesto: perfecta solidaridad con lo que dice (apoya o traiciona), voz:
expresiva, no puede ser neutra, de un lector se espera, cadencia, melodía, matices o sea, ser un
intérprete, pues en su boca el texto toma vida, resucita.
Preparación: Debe familiarizarse con las palabras que va a proclamar, hasta que las haga suyas.
Entender los vocablos con los sonidos reales tal y como lo escucharán. Sirve para conocer
palabras esenciales o difíciles de pronunciar y descubrir momentos de intensidad y para guiarse
por la inspiración del texto (no los propios sentimientos).
Expresión: El buen lector ha de traducir la vida del texto, su palabra es reveladora. Debe
provocar sensación, recuerdo, imagen, sacudir inteligencia y para ello se necesita expresividad. Lo
primero es identificarse con lo que lee así le saldrá con fuerza y espontaneidad la emoción y sabrá
dar entonación, ritmo, intensidad, acentuación adecuada.
Características de la expresión:
La misión del lector es despertar el poder oculto de la Palabra de Dios contenido en la Escritura y
lograr que dicha Palabra exprese con fidelidad lo que su autor quiso decir y realice lo que quiso
obtener el escrito en su tiempo. Pero en el hoy de nuestras vidas, pues la Palabra de Dios es una
Palabra ante la que el hombre no puede permanecer pasivo, es una Palabra que pone al hombre
ante una opción a favor o en contra de la vida.
DERECHO: Es un derecho recibido en el bautismo por el que se hace parte del Pueblo de
Dios llamado a proclamar las maravillas de Dios (1Pe 2, 9-11). Por tanto todos sin excepción
podemos proclamar La Palabra de Dios, siempre y cuando estemos debidamente preparado.
SERVICIO: De hacer presente a Cristo ante la asamblea de los hermanos que escuchan su
Palabra, por ello se debe hacer con fe y humildad.
ANTES DE PROCLAMAR