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Dependiente De
Programa
J.D. Keehn
Atkinson College York University, Toronto
CONTENIDO
EL ORGANISMO Y EL AMBIENTE
Conducta de morder inducida por el programa. Agresión inducida por extinción con reforzamiento positivo. ........................................... 18
MODIFICACIÓN DE LA AGRESIÓN
La agresión como acontecimiento reforzante ......................................................................................................................................... 38
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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EL ORGANISMO Y EL AMBIENTE
“ojo por ojo y diente por diente”, o quizá aún más, como cuando se aplica la
pena de muerte al rapto y a pequeñas raterías. En 1938, Burt, impulsor pionero
del “Movimiento de Guías para la Infancia”, en la Gran Bretaña, fue citado para
que expusiera argumentos en favor de un punto de vista diferente, aquel que
representase la postura del psicólogo en lugar de la del policía:
“No es en la investigación del delito, sino en la investigación del
transgresor en donde se concentran principalmente los esfuerzos (del
psicólogo)” (Burt, 1938, pág. 5).
Desde este punto de vista Burt clasificó diversos crímenes de acuerdo con
las características motivacionales, emocionales o instintivas del criminal, lo cual
se muestra en forma resumida en la tabla 3.1. Los psicólogos investigadores,
lejos de interesarse por aprehender a los delincuentes, se ocupan de las fuerzas
emocionales o las instintivas, como el hambre y el sexo, o de los estados
patológicos como la psicopatía o el sadismo. El hincapié se cambió del
cumplimiento de la ley al análisis psicológico; es decir, se desplazó del
organismo-respuesta (el delito) al organismo (el criminal)-respuesta. Este
énfasis puede describirse como el análisis de la dependencia psíquica,
conceptuada como las características de la psique que, según se cree,
determinan la ocurrencia de la conducta, incluida la delictuosa.
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más raro. Los salones de clase son a menudo lugares faltos de estímulos
excitantes, pero cuando menos alientan la acción de dejar vagar la vista; y esto
es conducta. En cualquier forma que se considere, este es un acontecimiento
dinámico en que un cambio ambiental acompaña a la conducta. Y esta última no
es impermeable al cambio.
De ordinario, los espacios experimentales son, más o menos, topo-
gráficamente estériles; pero muestran notorias propiedades dinámicas como la
administración de comidas o de choques eléctricos, contingentes respecto de
acontecimientos temporales o conductuales. La dependencia de programa se
refiere a los efectos conductuales que producen los cambios específicos del
medio. Este término se deriva del de programas de reforzamiento (Ferster y
Skinner, 1957), que son formas de regular las contingencias entre respuestas
especificadas y cambios ambientales. El concepto de programa de reforzamiento
es el que impone la elección de dependencia de programa para describir el
ambiente dinámico que contiene a un organismo (en contraste con el concepto
tradicional de que un organismo está dentro de un ambiente) como centro del
estudio de la conducta; pero la dependencia de programa no se restringe a las
contingencias entre respuestas y reforzadores específicos. Los programas de
reforzamiento tienen efectos que trascienden su control directo sobre las
respuestas especificadas por el programa; y tales efectos entran en el concepto
de dependencia de programa.
En el caso de la agresión ilustraremos aspectos de la dependencia de
programa con algunos datos sobre tres clases de efectos de programa: los
efectos del programa directo cuando la de morder es la conducta especificada, la
respuesta de morder inducida por un programa, y los efectos dependientes de
programa en donde atacar y morder dependen de programas que han tratado de
especificar otras conductas.
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FIGURA 3.1. Un microinterruptor colocado dentro de la palanca se cierra cuando sus dos superficies,
superior e inferior, entran en contacto por presión. Las opresiones a toda la palanca cierran otro
microinterruptor.
Que las mordidas registradas en las figuras 3.2 y 3.3 pertenecen a más de
una clase lo sugieren los trabajos hechos con pichones que han presentado
efectos de automoldeamiento (Brown y Jenkins, 1968). En la figura 3.4 se
presentan los picotazos acumulativos de dos pichones a los que se les administró
grano con respecto a un programa de intervalo variable de sesenta y cuatro
segundos independiente de la respuesta, y en donde la luz de la tecla se encendía
4, 8, 12 o 20 segundos antes de la presentación de la comida. En la figura 3.5 se
muestra el efecto obtenido con uno de estos pichones al hacer que la entrega del
grano dependiese de la respuesta. Esta prueba se realizó en condición temporal
de doce segundos de luz encendida y el resultado fue que aumentó la latencia de
la respuesta media con respecto a la luz y la tasa de la respuesta media. El
incremento de la tasa de respuestas se debió al hecho de que más movimientos
de picoteo, previamente sin dirección, se encauzaron ahora hacia la tecla. El
incremento de la latencia sugiere que las respuestas de latencia más breve en la
condición de independencia de la respuesta no fue producto de coincidencias
accidentales de picoteo al azar con las presentaciones de la comida.
El trabajo de Schwartz y Williams (1972) indica que no todos los picotazos
a la tecla, que se dan en los experimentos de esta clase, tienen por qué estar
sometidos a una sola fuente de control, esto es, dentro de la misma categoría
funcional o topográfica. Demostraron que, en condición de mantenimiento
autonegativo, el que los pichones pospusieran las entregas del grano, los
picotazos duraron menos que en aquellas condiciones en que los picotazos no
ejercían ningún efecto sobre el programa de entrega del grano.
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Indudablemente las complejas relaciones que existen entre las propiedades
topográficas y dinámicas del ambiente determinan la manera cómo ocurrirán el
beber y el morder inducidos por programa, así como otras conductas, pero hay
que atender también a los factores filogenéticos. Keehn (1963), al estudiar las
pausas por reforzamiento en programas de reforzamiento de razón fija con ratas
Maudsley reactivas (MR) y ratas no reactivas (MNR) de la misma cepa
(Broadhurst, 1960; enero de 1963), notaron que los animales MNR casi siempre
bebían entre reforzamientos mientras que los sujetos MR comúnmente mordían
la palanca. Esta observación se comprobó en un experimento en que se reforzó a
tres animales de cada variedad por oprimir la palanca conforme a un programa
de intervalo fijo de un minuto en cámaras experimentales Lehigh-Valley,
equipadas con botellas de agua y palancas para morder como la ilustrada en la
figura 3.1. En las figuras 3.15 y 3.16 se presentan los datos relativos a la manera
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de beber de ambas variedades: las MNR (R4, R5, R6) lo hicieron regularmente
durante los intervalos entre reforzamientos, las MR (R1, R2, R3) lo hicieron
erráticamente y a un nivel mucho más bajo.
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Los registros de la conducta de morder diaria, que aparecen en la figura 3.18, no
son tan regulares. Todos los animales mostraron conducta de morder que se
elevó hasta alcanzar un máximo y luego descendió, salvo en el caso del sujeto
MR R2. En un estudio de la conducta de morder la palanca, durante
condicionamiento de evitación de Sidman, Pear, Moody y Persinger (1972,
véase adelante) notaron también que la conducta de morder la palanca se elevó
hasta llegar a un máximo y luego declinó. La naturaleza errática de la conducta
de morder inducida por programa, emitida por animales individuales en una
sesión, se ilustra en las figuras 3.19 y 3.20. En contraste con el morder, el beber
inducido por programa es regular y predecible (Keehn y Colotla, 1970).
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mordidas por minuto. Es posible que este morder errático inducido con
reforzamiento positivo esté en función del blanco usado y no del tipo de
reforzamiento, pues morder el hule tal vez proporcione una retroalimentación
más favorable para futuras acciones de morder, que la proporcionada por la
palanca metálica.
El empleo de un trozo de manguera como estímulo para estudiar la conducta
de morder inducida por dolor fue iniciado por Hutchinson, Azrin y Hake (1966).
Trabajando con monos, se mostró que el morder el manipulando constituido por
un trozo de manguera variaba legalmente con el voltaje de los choques
eléctricos aplicados a la cola de los animales (Hutchinson, Azrin y Renfrew,
1968) y con el intervalo entre uno y otro choques. En la figura 3.22 se ilustra la
regularidad del morder inducido por dolor conforme el voltaje varía de setenta y
cinco a doscientos voltios (Hutchinson y Emley, 1972); pero con la exposición
constante a choques repetidos surge un nuevo patrón de conducta, en donde el
morder prosigue durante el intervalo entre choques, como se aprecia en la figura
3.23. El festoneado que presenta esta figura se asemeja al patrón conductual
mantenido por programas de reforzamiento positivo de intervalo fijo. Parece
ejemplificar también las respuestas condicionadas de manera clásica,
originalmente producidas por choques eléctricos. En apoyo de esta apreciación,
Hutchinson y Emley (1972) publicaron un experimento sobre conducta
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FIGURA 3.23. Conducta de morder una manguera, inducida por choques eléctricos, de un mono ardilla
al que se le aplicaron brevemente voltajes de 400 voltios a intervalos de 240 seg. En la esquina inferior
derecha aparece amplificado un segmento característico de la conducta de morder entre choques, en
donde se aprecia una ráfaga de respuestas de morder a medida que se aproxima el momento del choque.
(Tomada de Hutchinson y Emley, 1972, con autorización.)
El responder antes y después del choque tiene que ocurrir forzosamente en
el mismo manipulando. Hutchinson y Emley (1972) comunicaron el
descubrimiento accidental de que, si hay una palanca, algunos monos la
oprimirán durante los intervalos entre uno y otro choques. En estos casos, las
opresiones a la palanca (que no son funcionales) muestran curvas festoneadas de
respuestas acumuladas que se aceleran hasta el momento en que ocurre el
choque, mientras que las mordidas a la manguera muestran “ráfagas”
características por choque.
Hake y Campbell han publicado datos que confirman estos resultados
(1972). Empezaron condicionando respuestas de opresión a la palanca conforme
a un programa de reforzamiento negativo de intervalo fijo (terminación del
choque con respecto a un programa de IF) y luego agregaron una manguera para
ser mordida como segundo manipulando. Al igual que Hutchinson y Emley
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animales que una vez evitaron los choques lucharan cuando no pudiesen
evitarlos aunque esto condujese a más choques; sin embargo, los resultados
obtenidos con evitadores pareados, comunicados por Powell y colaboradores
(1972), muestran que la conducta de luchar puede decrecer con el
entrenamiento; y Myers y Baenninger (1966) demostraron que los ataques en
contra de ratones, efectuados por ratas, quedaron suprirñidos mediante choques
contingentes con la respuesta.
Ulrich y colaboradores (1972), trabajando con monos araña (Saimirí
sciureus), lograron suprimir la conducta inducida por choques, de morder una
manguera, aplicándoles en la cola a sus sujetos choques contingentes a la
respuesta; pero a veces se presentó facilitación de la respuesta de morder. La
facilitación apareció cuando el castigo de la conducta de morder era intermitente
y cuando se usaron dos mangueras para morder, en una de las cuales se
castigaba tal conducta mientras que en la otra no. En este caso ocurrieron tasas
elevadas de morder en una de las mangueras cuando morder en la otra era
castigado.
En la figura 3.24 se presentan datos de muestra tomados de Ulrich y
colaboradores (1972). Al sujeto, un mono, durante cada sesión se le aplicaron
primero diez choques eléctricos de trescientos voltios en la cola, con una
frecuencia de uno cada cinco minutos, en veintitrés sesiones con dos mangueras
de morder distintas, una a la izquierda y otra a la derecha de su cabeza. Desde la
sesión 24 a la 112, las mordidas a la palanca más atacada previamente fueron
castigadas de manera inmediata con choques de seiscientos voltios. Las
mordidas a la palanca postergada no tuvieron efecto. En la tercera fase del
experimento se interrumpieron los choques de castigo. En la figura 3.24, las
mordidas a la manguera diferente se muestran con marcas diagonales sobre los
registros acumulativos, las mordidas a la otra manguera no están marcadas y los
choques están indicados con puntos sobre los registros. El registro de la parte
superior de la sesión 5, mues¬tra que después de los choques ocurrieron noventa
y tres mordidas casi todas en la palanca preferente. Los registros segundo y
tercero de las sesiones de castigo 24 y 72 muestran tasas muy elevadas de
morder la manguera, con más mordidas en la palanca postergada, y a me¬nudo
y continuamente en los intervalos entre choques. Los cuatro registros de la parte
inferior, de las sesiones 127, 136, 170 y 211, cuan¬do se dejó de aplicar el
castigo, muestran un retomo gradual al patrón que prevalecía antes que se
comenzaran a castigar las respuestas.
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MODIFICACIÓN DE LA AGRESIÓN
Participación
Poner de relieve el papel del ambiente en el control de la conducta no es
dejar de considerar por completo al organismo. Después de todo, es un
organismo el que se está conduciendo y algunas de sus formas de conducta
pueden ser funcionalmente autorreforzantes. Los datos del experimento con
ratas sobre la conducta de morder una palanca especificada por programa dan
pocas pruebas del “despegue” de la conducta del control de la comida
administrada en forma contingente; pero como observaron Reynolds y
colaboradores (1963), y como yo he tratado de demostrarlo con otros ejemplos,
el luchar controlado por contingencias tal vez difiera del luchar incondicionado
y producido. Azrin, Hutchinson y McLaughlin (1965) mostraron que la
oportunidad para morder ante un choque productor de dolor reforzó una
respuesta arbitraria de jalar una cadena, y los ejemplos tomados de la conducta
humana que dan también la impresión de conducta de luchar placentera se
muestran en las figuras 3.25 y 3.26. En la figura 3.27 se da un ejemplo de
violencia humana realizada en nombre de la autoridad; pero hay muchos otros
ejemplos, de todas partes del mundo, que aparecen diariamente en la televisión
y en las fotografías de los periódicos. En contraste con los ejemplos tomados del
deporte, en estos casos se aprecian la brutalidad y la frecuencia exageradas,
características de todas las conductas inducidas por programa (Falk, 1972).
Zimbardo (1969) escribe varios casos palpables de aspectos reforzantes (en
el sentido de placenteros o satisfactorios) de la violencia y el vandalismo
humanos. Cita el informe periodístico de una interrogante militar de prisioneros:
“Primero pegas para volverte loco, luego pegas porque ya lo estás, y al último
por el puro placer de hacerlo” (Zimbardo, 1969, pág. 244). En un caso
experimental, después de que los experimentadores, “cebaron” la situación, un
coche abandonado fue destruido a golpes de mandarria:
“Tan pronto como alguien comenzaba a blandir el mazo, ya era difícil
lograr que se detuviera para pasárselo al siguiente par de manos ansiosas... Un
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Las dos clases principales de teorías sobre la agresión, las de la reactividad y las
de la espontaneidad (Eibl-Eibesfeldt, 1970), poseen testimonios en favor, pero
ambas son incompletas; pues la agresión especificada por programa y la
inducida por éste están bajo diferentes fuentes de control; sin embargo, ninguna
teoría necesita concentrar su atención en cualidades intrapsíquicas como
determinantes de la conducta de luchar; pues el luchar, como otras conductas
agresivas, está siempre bajo el control ambiental. El problema del control de la
agresión estriba en si es mejor arreglar contingencias ambientales de modo que
nunca ocurran respuestas agresivas, que hacer los preparativos para tomar
medidas de contracontrol a fin de suprimir la conducta agresiva cuando
aparezca. En la actualidad, es imposible resolver totalmente esta cuestión, pero
sí es posible asegurar que la agresión es un fenómeno controlable. Lo único que
hace falta entender es que depende completamente de circunstancias
ambientales, y de las pruebas examinadas en párrafos anteriores parece ser que
los ambientes que apoyan conductas incompatibles con la agresión representan
las circunstancias más prometedoras para llegar a controlar la agresión.
En el caso de la agresión humana, queda por resolver el grado en que,
reforzando la observación de agresiones se fortalecen conductas distintas de las
de participar en la agresión; o bien se proporcionan modelos para el
moldeamiento de la conducta agresiva en sí. Hay muchas pruebas en favor de
este último (Bandura y Walters, 1963); pero queda abierta la posibilidad de que
la conducta que se modela, como la de morder, especificada por la respuesta en
ratas, monos y palomas, sea algo menos que las conductas instintivas
determinadas filogenèticamente, observadas en la invasión y defensa de
territorios.
Concluiremos con un comentario de Nathan Mirón (1966) sobre el control
punitivo de la agresión:
“Una mañana, me propuse corregir de una vez por todas la agresividad de
una de las pacientes; me valí de la botella lanza chorros, y la respuesta fue tan
inmediata y reforzante que de pronto me encontré, con la botella en la mano,
observándola atentamente. Los espectadores comentaron que parecía como si yo
estuviese «acechando» a la paciente, previendo la oportunidad de usar otra vez
mi «arma». Debo admitir la sorpresa que sentí al darme cuenta de la leve
decepción que me invadía cuando la conducta prohibida ya no dio muestras de
volver a presentarse” (pág. 9).
Reconocemos aquí un ejemplo de agresión especificada por programa operante:
el lanzar los chorros de agua con la botella, el acosar los sentimientos, todas
estas son conductas que están bajo el control contingente con la respuesta. Estas
conductas difieren claramente de las respuestas de cólera a la “frustración” con
la cual son igualmente familiares. El análisis experimental de la agresión ha
comenzado a aislar las condiciones ambientales responsables del
establecimiento y manutención tanto de la agresión especificada por programa
como de la inducida por éste, y a la larga servirá para someter estas conductas al
control social benigno.
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