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NEMESIS
Acaso una de las deidades alegóricas más terrible sea Némesis, que personificaba
la venganza de los seres superiores. Su mismo origen da lugar a reflexiones de
diverso signo. En primer lugar, si aceptamos la versión de Hesíodo, deberemos
admitir que Némesis es hija de la Noche o de las Tinieblas quien, a su vez,
había nacido del Caos o "Abismo Primordial", y había tenido por esposo a la
deidad que personificaba el río pestilente de los infiernos, es decir, a
Aqueronte. La Noche había engendrado, también, a la Discordia, al Sueño, al
Destino, al Engaño, a la Fortuna, al Afecto, al Sarcasmo, a la Amistad, al
Dolor, a la Vejez...
Ocasiones hubo, empero, en que la Noche apaciguó la ira del poderoso Zeus cuando
éste, irritado contra Hipnos/Sueño, se vio sorprendido, e inmerso, entre la
oscuridad de aquélla, que protegió al uno y en volvió en profunda calma al otro.
Otras narraciones del mito de Némesis explican que esta deidad nació de un huevo
que Leda había recibido de la diosa Atenea. No obstante, la tradición más
aceptada contempla la leyenda de Némesis transformándose de continuo para huir
del acoso de Zeus quien, sirviéndose de una de sus artimañas, consiguió yacer
con ella. Como en cierta ocasión aquélla se convirtiera en ganso, hizo lo propio
el rey del Olimpo (se transformó en cisne) y, de tan sutil modo, se consumó la
unión de ambos. Un huevo fue el fruto de semejante acto; unos pastores lo
encontraron y se lo entregaron a Leda. De este huevo nacerían los famosos
gemelos Cástor y Pólux, cuyas aventuras han quedado recogidas en todas las
tradiciones mitológicas.
Némesis era, pues, tanto una divinidad como un símbolo que remitía a la venganza
que podría sobrevenir de parte de la trascendencia y de los seres superiores.
Allí donde Némesis se encontraba, había envidia y represalia, y surgían los
desacuerdos más terribles. Vigilaba, además, porque la justicia de los dioses se
cumpliera con todo detalle entre los mortales. Estos nunca podrían sobrepasarse
en sus atribuciones y, si lo hacían, Némesis se encargaría de infligirles severo
castigo. Así se garantizaba que los humanos nunca podrían ser como dioses. Se la
representa apoyada en un timón, lo cual indica que es capaz de cambiar los
destinos de las personas y hacer peligrar el orden del universo. Si su rostro se
cubre con un velo, simboliza la objetividad de la justicia de los dioses y la
igualdad de trato que la ley otorga.
LARES
DIOSES DOMESTICOS
Los Lares, sin embargo, han sido reconocidos, por lo general, como dioses
domésticos que se veneraban en el interior de los hogares. No había casa que no
tuviera una estatuilla alusiva a las deidades de marras. Aunque también se les
ofrecía culto público y se los tenía por protectores de la ciudad, de sus calles
y de todos los caminos. En otros casos los Lares eran genios a los que se acudía
para invocar a los antepasados y, por lo general, aparecían relacionados con el
culto a los muertos. Eran geniecillos bondadosos, a los que la tradición popular
hacía descendientes de la diosa Manía. Esta, personificaba la locura y el
delirio que asaltaban a las mujeres durante el desarrollo de los rituales
báquicos o dionisíacos. Otras versiones, en cambio, explican que la diosa Manía
era una hija del Averno que había sido concebida exclusivamente para tentar a
los hombres hasta volverlos locos y convertirlos en criminales.
"LEMURES"
"LARVAS"
ESPIRITUS PROTECTORES
La época clásica reconocía varias funciones a cumplir por los Lares aunque, por
lo común, aparecían adscritos siempre a objetos y zonas geográficas, en vez de a
personas. Y, así, había Lares de las encrucijadas de los caminos, a quienes les
corresponda la misión de velar para que fueran transitables. Se les denominaba
"Lares Compitales", pues presidían una capilla erigida en su honor que, por lo
común, aparecía construida en la vera del cruce de caminos o en la confluencia
de las principales calles de la ciudad. Cuando los Lares tenían por función
proteger y cuidar las murallas que rodeaban a las grandes urbes, entonces
recibían el nombre de "Lares Praestites" ("Lares Protectores"). Y si su cometido
era preservar las casas o los hogares de todo peligro, es decir, si se
convertían en personificaciones de los espíritus que anidaban en la más
recóndita de las dependencias, su nombre era el de "Lares Familiaris"; éstos
aparecían representados, en algunos casos, con la figura de un muchacho que
cubría su cabeza con una corona de rosas, y se acompañaba de un perro. El
sentido último, no obstante, de los Lares ("lar" en latín significa "hogar")
guardaba relación con la necesaria sacralización de la tierra, para que los
campos produjeran el fruto deseado; con la pretendida estabilidad de la
institución familiar, pilar sobre el que se asienta la sociedad misma y, por
último, con el temor que inspiraba la posible toma de las ciudades por parte de
los enemigos, de aquí que no sólo se edificaran murallas para protegerse, sino
que también se evocaba la presencia de los Lares para librarse, así, de todo
daño exterior.
LA FORTUNA O EL DESTINO
Otra de las deidades relacionadas con la vida moral, o con las costumbres, es la
Fortuna. También se la conoce con el apelativo de "Tique" o "Tiqué" y, por lo
general, presidía todos los actos provenientes de la incidencia del Destino en
las acciones y negocios de los humanos. Se decía que los efectos de la Fortuna
no empezaron a conocerse hasta bien entrada la época helenística; y la propia
urbe por excelencia se habría constituido en símbolo de aquélla: Roma
identificada con la Fortuna. Sin embargo, casi todas las leyendas atribuyen a la
Fortuna un poder sobre la perfecta consecución de los negocios entre humanos. La
Fortuna presidía, pues, todas las transacciones comerciales realizadas por mar.
Ella protegía el ingente volumen de riquezas que llegaban a través de los
océanos. La tradición más aceptada identifica a la Fortuna con la deidad que
conduce el Destino y el Azar y, entre los primitivos griegos, se la denominaba
con el epíteto Fors ("Casualidad", "Fortuna", "Azar"); era la diosa del Destino.
Pero fueron los romanos, de la mano de Servio Tulio -a quien la Fortuna había
mimado sobremanera, puesto que de esclavo lo había convertido en rey-, quienes
aseguraron entre los pueblos antiguos la divinización del Destino o la Fortuna;
además la asociaron con la riqueza y el poder alcanzados por su vasto imperio.
Era necesario que el Destino, caprichoso y arbitrario de por sí, se pusiera
siempre de parte de los humanos y, por ello, se le ofrecían sacrificios y se le
instituyó culto en su honor. Varios templos se erigieron en Roma en honor de la
Fortuna que aparecía representada con los atributos de la abundancia y otros
símbolos.
LA RUEDA DE LA FORTUNA
Por ejemplo una esfera, que representaba al orbe entero, lo cual indicaba que la
Fortuna gobernaba al mundo. Y si, en el conjunto, se la mostraba agarrando un
timón de un barco, simbolizaba la fuerza del destino entre los mortales y su,
por otra parte, dominio de aquél por la diosa Fortuna. También podía aparecer
con una rueda a su vera, lo que indicaba el natural contingente de la Fortuna,
los continuos cambios y avatares diversos que ella produce. En otros casos, la
iconografía nos la muestra con sus ojos vendados, intentando explicar que la
Fortuna, el Azar y el Destino, son ciegos y que no ayudan a quien más lo merece
y necesita, sino a quien la casualidad les dicta.
PRUEBAS HISTORICAS
GENIOS BENEFICOS
PLEGARIAS POPULARES
Lo cierto es que todas las deidades hasta aquí reseñadas aparecen evocadas en
los denominados "Indigamenta" que, en realidad, eran como una especie de cuerpo
doctrinal cuyo contenido estaba formado por oraciones e invocaciones de todo
tipo. Había una para cada tiempo y circunstancia de la vida, y cada genio o dios
doméstico tenía la suya. La creencia popular inventaba las diferentes preces de
los "Indigamenta" con el propósito de procurarse todos los beneficios atribuidos
a las deidades benéficas que, a través de los tiempos, habían ido creándose.
Pero también existían geniecillos dañinos que había que calmar y, por esto
mismo, se hacía necesario imprecarles de algún modo. Es aquí cuando los
"Indigamenta" son recitados por las gentes, al margen de las creencias y formas
oficializadas; pues, según el particular criterio de la masa -azuzado y
alimentado, sin ningún rubor, por los arribistas y cuajaenredos de turno-, el
mundo entero albergaba toda clase de criaturas misteriosas que tenían por
especial misión dirigir las acciones de los humanos. Para conseguir la libertad
plena, por tanto, se hacía necesario estar a bien con esas criaturas ocultas y
poderosas, ya que dominaban la propia voluntad de los humanos, y la mejor forma
de conseguir los apetecidos logros era echar mano de la oportuna "Indigamenta".
De aquí que el conocimiento pleno de las distintas plegarias, allí contenidas,
se hiciera imprescindible para las gentes de toda condición. Esta especie de fe
popular tuvo mayor arraigo en Roma que en Grecia y, las deidades alegóricas,
detentadoras de aspectos morales, constituyeron una de las improntas más
marcadas del pueblo romano.
ASCLEPIO/ESCULAPIO
Pero, puesto que Asclepio es, nada menos, que un hijo de Apolo, de él recibirá
el inmenso caudal de conocimientos que le establecerá como prototipo del médico,
como espejo en el que se debe mirar todo humano que quiera aspirar a aliviar a
sus semejantes de las penalidades y miserias de su condición. El hombre va a
tener que ceñirse más y más a aquel discípulo directo de la divinidad misma, si
es cierto que quiere mejorar su técnica y su inspiración curadora.
EL CENTAURO OUIRON
Quirón era hijo de Cronos y de la oceánide Filira; cuentan las leyendas que Rea,
esposa de Cronos, los sorprendió juntos y maldijo a ambos, por lo que enseguida,
este último, se transformó en caballo y salió huyendo a galope. Más tarde,
Filira parió un ser híbrido, mitad hombre, mitad caballo -es decir, un centauro
al que pusieron por nombre Quirón-, y sintió tal aversión hacia él que clamó a
los dioses para que la convirtieran en árbol; su ruego fue escuchado y, a
continuación, los dioses la transformaron en un tilo. Pero el fruto de este
lance amoroso cogió muy pronto merecida fama entre los principales personajes
influyentes de la época, por lo que Quirón desarrolló sus dotes de persuasión
que, en puridad, no consistían más que en poner en práctica su carácter apacible
y buenos modos en el trato. Y, así, le fueron confiados personajes y héroes de
la importancia de Eneas, Medeo, Jasón, Aquiles y el propio Asclepio. Quirón
vivía en las regiones montañosas y conocía las propiedades curativas de todas
las plantas y yerbas. Se le tenía por inmortal, pero el mítico héroe Hércules le
hirió con una flecha que, previamente, había envenenado con la sangre de la
monstruosa "Hidra de Lerna". Más nada pudo salvarle ya y, a partir de entonces,
será Prometeo quien goce del privilegio de la inmortalidad.
Como ya sabemos, Asclepio tuvo por padre a Apolo, pero no hemos comentado nada
sobre su madre, sobre la infeliz Corónide, la hija del rey tesalio Flegias, que
se vio convertida en amante de Apolo, pero sin poder dejar de amar en verdad a
su Isquis. El nombre Corónide significaba "larga y venturosa vida", lo que
indicaba ya el camino que su hijo iba a seguir, el cual no sería otro más que el
relacionado con la salud. Aunque el ejercicio de la medicina, en cuanto arte y
maña para librar a los mortales de sus enfermedades, lo heredó Asclepio de su
padre Apolo.
EL ARTE DE CURAR
Los griegos supieron establecer una perfecta red asistencial de dioses menores
que encajaban a la perfección con las necesidades cotidianas, precisamente con
aquellas que sí eran importantes para la vida. Naturalmente, al sentir la
enfermedad, entonces -como ahora- los dolientes se olvidaban de trascendencias
animistas y dejaban de centrar su empeño en una vida eterna. Lo que importaba
era, si no se podía cortar la enfermedad, al menos, eliminar los síntomas para
tratar de olvidar también nuestro miedo animal o intelectual a lo desconocido.
Asclepio/Esculapio gobernará sobre los remedios y las intervenciones; es la
doble capacidad curativa del médico verdadero. Aquella que puede modificar el
curso de los acontecimientos, obrando a través de la farmacopea, manejando
prudentemente los productos que cooperen con la naturaleza, por ser de
constitución y efectos similares, y de productos que tengan la virtud de
complementar, sustituir, o enfrentarse a los malsanos, por ser de
características y acciones contrarios; y actuando el médico también a través de
la cirugía, la técnica con la que el sanador puede, en la circunstancia
especifica, terminar con el daño, aunque sea a través del mal menor de la
intervención, a costa de cortar el tejido sano, de cercenar miembros no dañosos,
cerrando con sacrificio el paso al progreso del mal. Resulta, además,
paradigmático que el dios Asclepio, como detentador de funciones curativas,
naciera en un mítico monte cercano a la ciudad de Epidauro, y subsistiera allí
(puesto que las más ancestrales leyendas explican que su madre tuvo que
abandonarlo) amamantado por una cabra y defendido por un perro.
Cuando el dios Apolo observó que su amante Corónide le engañaba (?) con Isquis
-joven arcadio de ascendencia noble que, curiosamente, era el prometido de la
muchacha- decidió matar a ambos. Pero, al percatarse de que Corónide estaba
embarazada, Apolo salvó al niño y dejó que la madre se consumiera en el fuego.
Este niño, de nombre Asclepio, se transformaría con el correr del tiempo en el
más famoso curador de la historia. Se le concedería el título de dios de la
medicina y se le erigirían templos en su honor, el más importante de éstos era
el santuario que se hallaba en la ciudad de Epidauro, que se había convertido en
centro de peregrinación y culto al dios Asclepio/Esculapio. Otros centros de
adoración dedicados al dios de la medicina eran el de Atenas, el templo de
Pérgamo, el de Coz, etc. No obstante, parece que fue Tesalia el lugar en el que
comenzó la adoración del dios que estamos considerando; desde aquí se extendería
por todo el territorio de Asia Menor, por la región del Peloponeso y, en
definitiva, por toda la zona habitada por los griegos. Era norma común que los
templos y santuarios en honor de Asclepio se construyeran en sitios sanos y
silenciosos, alejados de las urbes y cercanos a la corriente de ríos o
manantiales de cristalinas aguas, entre frondosos árboles y verdes valles.
Numerosos enfermos acudían a tan idílicos lugares para curarse de sus
enfermedades. Los sacerdotes -que eran los únicos intérpretes autorizados para
transmitir el mensaje del dios- intentaban poner remedio a tanto sufrimiento y,
por lo mismo, acaparaban todo el poder sobre los santuarios y se enriquecían a
cuenta de los enfermos o suplicantes.
UN PINGÜE NEGOCIO
Aquellos que acudían al santuario porque eran víctimas de una enfermedad grave,
y eran curados por completo, tenían la obligación de grabar en un cipo, o
pilastra, todos los datos concernientes a tan extraordinario desenlace. De este
modo quedaba constancia para la posteridad de todos los logros conseguidos por
los curanderos, y de todos los favores que los mortales recibían del dios de la
medicina.
CURANDEROS
Era tal el volumen de gente que acudía a los santuarios erigidos en honor de
Asclepio, con la esperanza de hallar remedio eficaz a sus males que, según la
tradición, los sacerdotes optaron por fundar grupos y asociaciones que tuvieran
como único objetivo la curación de sus pacientes. Y, así, surgieron maestros
itinerantes de la medicina que, en vez de esperar a los enfermos en los templos
y santuarios, iban ellos mismos a visitarlos a sus domicilios. La
desmitificación de los recintos médicose ponía en marcha y, con cierta lentitud,
iba ganando adeptos para su causa. Sin embargo, los diversos santuarios -
conocidos también con el sobrenombre de Asclepias- siguieron en auge y se
abarrotaron, una y otra vez, de pacientes y "suplicantes". Estos no tenían
inconveniente alguno en someterse a los distintos ritos y prácticas previos a su
solicitado reconocimiento. Lo cierto es que antes de presentarse ante la
divinidad había que cumplir con ciertas formalidades y realizar toda una serie
de actos, tales como ayunos, abluciones, baños... Para conseguir la total
purificación, y aparecer limpio y sin mácula ante los servidores del dios de la
medicina, nada más adecuado que arrojar varias monedas de oro -o, en su defecto,
valían también las de plata- al estanque sagrado que se hallaba situado a la
entrada de los santuarios más famosos. De este modo, ya podrían instalarse en
las dependencias interiores del templo y congregarse en torno al sacerdote que
se disponía a encender la lámpara sagrada y a celebrar un rito nocturno que,
básicamente, consista en apagar las luces y esperar, en ademán pensativo, la
llegada de Asclepio. Este podía tanto aparecer de im proviso como no presentarse
en ocasión alguna. Lo primero no sucedió nunca, y lo segundo, consecuentemente,
era la norma. Se trataba, por tanto, de perpetuar un embuste largamente
alimentado por toda clase de embaucadores y que, a no dudarlo, producía buenos
resultados crematísticos.
Las más ancestrales leyendas acerca de cuál sea el origen de los seres humanos
explican que éstos surgieron de las piedras o de los árboles. No se sabe muy
bien por que, pero lo cierto es que un día nefasto, el poderoso Zeus se propuso
destruir a los humanos y envió una lluvia torrencial sobre la tierra. Todo quedó
anegado por las aguas, excepto la cima del idílico monte Parnaso. Aquí arribaría
-después de andar a la deriva con la barca que Prometeo, su padre, le había
aconsejado construir- Deucalión, el único hombre que se salvó de la ira del
dios; estaba acompañado por su esposa, la bella Pirra. Ambos, en cuanto cesó el
temporal, salieron para ofrecer sacrificios al rey del Olimpo, con el propósito
de aplacar su ira. Zeus escuchó sus súplicas y les prometió que accedería a
cualquiera de las peticiones que ambos le hicieran. Deucalión y Pirra le
solicitaron que la vida en la tierra volviese a renacer, y así fue a partir de
entonces. La fórmula para lograrlo se la dio el oráculo de Temis, al cual había
acudido la pareja en demanda de ayuda. Allí se les dijo que arrojaran piedras
recogidas de entre la tierra y, así, volverían a tener compañeros y compañeras;
de cada piedra que tiró Deucalión nacería un hombre y de cada piedra que tiró
Pirra nacería una mujer.
EL MITO DE PANDORA
Otro mito célebre nos habla de la creación de Pandora - la primera mujer - por
Hefesto/Vulcano. Este, a instancias de Zeus, modeló a Pandora mezclando arcilla
y agua; y la dotó de voz, de fuerza vital, y de todos los encantos de las mismas
diosas inmortales. Y de esta guisa se la entregó a Prometeo para que la
desposara; llevaba Pandora, además, un presente para su futuro marido que el
propio Zeus le había dado; se trataba de una misteriosa cajita gustosamente
decorada. Más Prometeo, que no se fiaba de dios alguno -y mucho menos del rey de
todos ellos-, rechazó con decisión tanto a la mujer como a todo lo que ésta
portaba. En cambio, su hermano Epimeteo, en cuanto vio a Pandora quedó prendado
de su hermosura y decidió casarse con ella; fue entonces cuando se dispuso a
abrir la caja que el rey del Olimpo había entregado a la primera mujer. Casi al
instante salieron de aquélla todos los males que imaginarse pueda -la guerra, el
hambre, la miseria, la envidia, la enfermedad...- y Epimeteo, espantado al ver
cómo la tierra se cubría de tanta calamidad, tapó con presteza la maldita caja
y, sin saberlo, aún acrecentó más el daño, pues dentro quedó encerrada la
esperanza.