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Acerca de los compromisos ontológico-epistémicos del lenguaje

Rojas Camacho, Carlos Enrique

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Rudolf Carnap, en Empirismo, Semántica y Ontología, tiene una entrada interesante al

problema que vamos a tratar. Refiriéndose a cómo opera la moderna filosofía de los empiristas,

nos dice que estos prefieren trabajar de manera nominalista (en el sentido medieval de la

palabra), es decir, intentan evitar a toda costa la referencia a entidades abstractas. Consideran,

a juicio de Carnap, a las matemáticas como un simple cálculo, un juego derivado de ciertas

reglas dadas. Un físico, en cambio, trabaja con estas entidades -dice-, con la misma inquietud

de conciencia que un hombre que a diario realiza actividades contrarias a los altos principios

morales que profesa los domingos. (Carnap, R., 1956).

Preocupados así por la falta de sentido, por estar acometiendo sinsentidos, los mismos que

creyeron superar en el pasado, como fantasmas, acometen y ‘desordenan’ sus construcciones.

Pero, ¿es cierto que solo aquello que hace referencia inmediata a una cosa tangible tiene

sentido?

Carnap, en el texto ya referido, se decanta por poner en cuestionamiento lo anteriormente

planteado y pasa a hablar de cuestiones internas y cuestiones externas. Lo primero hace

referencia a la consistencia que tiene cierto término dentro de un sistema cerrado, mientras que

lo segundo habla de lo concerniente a la existencia o realidad de los sistemas de entidades.

Entre los diversos sistemas o marcos lingüísticos que empleemos en la construcción del

conocimiento verdadero o científico, debe haber pues conmensurabilidad, además de que, en

última instancia, rastrearse referentes. Es decir, habrá indefectivamente un marco lingüístico

donde hagamos referencia y nombremos a cosas del mundo real, y también marcos lingüísticos,
propios de la ciencias que hagan uso de términos que no tengan por qué estarse ligando a cada

instante con los hechos, pero que signifiquen un éxito –en tanto su empleo- en el campo de las

ciencias. La aceptación de un marco lingüístico –dice Carnap-, no implica una doctrina

metafísica concerniente a la realidad de las entidades en cuestión.

Una de las críticas que se harían a esta postura, aunque ya hayamos señalado la salida,

sería la de que se podría crear un marco lingüístico donde se hable de entidades, y este marco,

cerrado en sí mismo, tendría sentido aun si hablara de unicornios o minotauros. Como dice en

La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje: “Las proposiciones de

los cuentos de hadas no entran en conflicto con la lógica sino sólo con la experiencia”. Sin

embargo, esta clase de entidades, las del mundo de las hadas, es inconmensurable con el marco

lingüístico de la zoología y la taxonomía. Otra cosa muy distinta es plantear como hipótesis

que ciertas partículas operan en el nivel subatómico, y que esto no encuentre contradicción con

lo que la física ha dicho ya del mundo macroscópico. Cualquiera que haga una aserción interna

está obligado a aportar pruebas: de índole empírica en el caso de un animal o una partícula,

pruebas lógicas en el caso de una entidad numérica.

A esto mismo se refiere Carnap cuando en La superación de la metafísica mediante el

análisis lógico del lenguaje menciona dos tipos de pseudoproposiciones: aquellas que

contienen una palabra a la que erróneamente se le asignó un significado, o aquellas que han

sido reunidas de un modo antisintáctico. (Carnap, R., 1978)

En dicho texto se ahonda en las contradicciones de la cuestión interna de un marco

lingüístico. En un marco, debe determinarse bajo qué condiciones una proposición cualquiera

es verdadera o falsa. El lenguaje cotidiano que manejamos brinda, en buena o mala hora, la

posibilidad de formular proposiciones sin sentido a raudales. Desde declaraciones poéticas

como ‘un llanto azul’ (donde azul no es una característica observable o adjetivable del llanto),
hasta ‘el principio trascendente’. Un respeto a la sintaxis, determinaría no cometer errores al

juntar dos sustantivos incompatibles, como Álvaro es un número.

Moritz Schlick, en Sobre el fundamento del conocimiento, afirma que los enunciados

fundamentales, a diferencia de los enunciados protocolares, no se encuentran en los protocolos

de la ciencia, sino que ésta, trabaja siempre de manera hipotética, validando en la experiencia

lo que ésta dice. Un enunciado fundamental, entonces, puede llegar a ser comparado con

elementos de un nicho paradigmático en los cuales se sostiene la ciencia y que están pendientes

de comprobación y modificación perennemente. (Schlick, M., 1978)

Frente a lo ya señalado, y con respecto a la valoración de un lenguaje figurativo-

representacional en una concepción científico-materialista y sus compromisos ontológicos y

epistémicos, nosotros asumimos que para que un lenguaje sea apropiado o válido, este no solo

debe contar con coherencia interna sino también externa. Una concepción científico-

materialista de lo que acontece no puede soslayar las reglas sintácticas para la construcción

adecuada de sus proposiciones; así mismo, vemos que el conocimiento científico no se basa en

enunciados protocolares sino que arriba a enunciados fundamentales, donde se afirma el

paradigma siempre revisable. Es decir, incluso entre paradigma distintos, no debería haber una

inconmensurabilidad para la construcción de conocimiento, toda vez que el abandono de un

paradigma significa que ciertas proposiciones en un marco empiezan a chocar

contradictoriamente con los hechos que contradicen sus pronósticos; un nuevo paradigma no

puede empezar a explicar estos nuevos hechos y a su vez estar en conflicto con los anteriores.

Concedemos que solo se puede admitir un marco lingüístico cuando, en primer lugar, este es

conmensurable con los ya habidos y, en segundo lugar, que contenga coherencia interna. Con

lo primero queremos decir que consideramos necesario definir si las entidades a las que se

refieren existen por sí o son entidades derivadas, como la diferencia que se encuentra entre las

cosas y las categorías que las agrupan. Así, un lenguaje figurativo-representacional, no puede
ser un lenguaje que se separe absolutamente de lo fáctico sino que debe estar en capacidad de

mostrar los resultados de sus hipótesis, y debe ser el éxito lo que signe la viabilidad o

inviabilidad de su uso.

En lo que respecta al lenguaje como figura, en tanto que la figura es un hecho, y que tanto

hecho como figura deben guardar cierta relación isomórfica, la representación correcta de un

hecho cualquiera se encuentra en la asignación consensuada de los elementos de la figura,

donde cada elemento representa algo susceptible de ser nombrado (y mostrado) si se trata de

una representación del mundo de las cosas, en un objeto [simple]. Y si se trata del mundo de

los números –por ejemplo-, la figura no debe guardar otra relación entre sus elementos que la

ya planteada en la sintaxis de ese mundo. Así, parece ser que en el mundo de los números,

Figura y Hecho son reductibles; sin embargo, los hechos del mundo de los números son

conceptos, los conceptos matemáticos, susceptibles de ser representados de mil y un maneras,

en sistemas decimales o sexagesimales, por ejemplo; sin embargo, lo que ha de primar para la

elección de una figura o un lenguaje figurativo, o marco lingüístico, ha de ser a su vez el

consenso de una comunidad científica que comparte sus resultados y los use para operar en el

mundo de tales entidades. Es decir, incluso en el mundo de los números, la representación

elegida se rige con el éxito posible en la ‘manipulación’ de las entidades, en los resultados de

sus hipótesis.
BIBLIOGRAFÍA

Carnap, R. (1956). Empirismo, semántica y ontología.

Carnap, R. (1978). “La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del

lenguaje”. En Ayer, A. J. (Ed.) (1978). El positivismo lógico. (pp. 66 - 87).

Madrid: Fondo de Cultura Económica.

Schlick, M. (1978). “Sobre el fundamento del conocimiento”. En Ayer, A. J. (Ed.)

(1978). El positivismo lógico. (pp. 215 - 232). Madrid: Fondo de Cultura

Económica.

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