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I. Introducción.
X. Bibliografía.
La Ley 29/1985 de aguas (en adelante LA), que más de un siglo después
se adopta con fin de adecuar la regulación del agua a la nueva realidad
política, jurídica y socioeconómica de España, refleja también en su
Preámbulo la singular naturaleza del agua como bien esencial para el
desarrollo humano: “El agua es un recurso natural escaso, indispensable
para la vida y para el ejercicio de la inmensa mayoría de las actividades
económicas; es irremplazable, no ampliable por la mera voluntad del
hombre, irregular en su forma de presentarse en el tiempo y en el
espacio, fácilmente vulnerable y susceptible de usos sucesivos”.
Fundamentada ya en un mejor conocimiento científico del ciclo
Por otra parte, la creciente importancia que en las tres últimas décadas
ha adquirido la protección del medio ambiente ha contribuido a
intensificar los instrumentos de intervención pública en la regulación de
este recurso natural, si bien ya al margen de su configuración como bien
demanial o como bien privado. El deber que asumen los poderes públicos
de proteger el medio ambiente va a quedar reflejado en nuestro
ordenamiento, con carácter general, en el art. 45 de la Constitución de
1978 y, en el ámbito específico de nuestro Derecho de aguas, en la Ley
29/1985 así como en las principales modificaciones que ha sufrido dicho
texto en los últimos años. Tras la reforma que la Ley 46/1999 operó en
la Ley de Aguas de 1985, se aprueba por Real Decreto Legislativo 1/2001
el Texto Refundido de la Ley de Aguas (en adelante TRLA). Texto que,
con posterioridad ha sufrido también modificaciones en varias ocasiones,
siendo sin duda las más importantes las introducidas por la Ley 62/2003,
de medidas fiscales, administrativas y del orden Social, con el fin de
adecuar nuestro ordenamiento jurídico a lo que ha venido a ser la
directiva más relevante de las hasta ahora adoptadas por la Comunidad
Europea en materia de protección de las aguas: la Directiva 2000/60/CE,
por la que se establece un marco comunitario de actuación en el ámbito
de la política de aguas7 (en adelante DMA). En esta Directiva, que ha
dado un importante impulso al proceso de armonización de las
legislaciones de los Estados miembros de la Unión Europea en materia de
protección de las aguas (tanto de las superficiales continentales y
subterráneas, como de las de transición y costeras), también se va a
poner de relieve la singularidad de este recurso: “El agua -dice- no es un
bien comercial como los demás, sino un patrimonio que hay que
proteger, defender y tratar como tal”. No obstante, sus disposiciones -
dirigidas a proteger la calidad y buen estado ecológico de las aguas- no
van a prejuzgar, en absoluto, el régimen de titularidad de las aguas por
Por otra parte, y también desde comienzos de los años 70, la entonces
Comunidad Económica Europea -a la que nos íbamos a adherir en
198635- comienza a prestar una especial atención a la tutela de la
calidad de las aguas en el marco de su entonces incipiente acción en
defensa del medio ambiente36. Y ya en nuestro ordenamiento interno, la
Constitución de 1978 establece un nuevo marco político y jurídico para el
Estado español que va a reflejar también el valor que nuestra sociedad
atribuye a la protección del medio ambiente (art. 45), así como a los
bienes de dominio público estatal (art. 132), y en el que se articula,
además, una nueva organización territorial de España (Título VIII).
(i) El art. 45 CE, al imponer a los poderes públicos el “deber de velar por
la utilización racional de todos los recursos naturales, con el fin de
proteger y mejorar la calidad de la vida y defender y restaurar el medio
ambiente”, va a dar una nueva impronta al Derecho de Aguas en España:
a la luz de este principio rector de la Política económica y social, el
legislador ya no puede limitarse a regular este recurso como si tan sólo
fuera un factor (escaso) de producción, sino que en el Derecho de aguas
que adopte tendrá que integrar debidamente en sus disposiciones las
exigencias de protección del medio ambiente; su papel como elemento
indispensable para el desarrollo económico va a tener que conciliarse con
el de su condición de recurso natural, crucial para la conservación y
protección del medio ambiente en general, pasando así a un primer
plano la necesidad de garantizar su uso racional y sostenible, y de forma
que se preserve su calidad y se protejan los ecosistemas que de él
dependen.
5º) Por último, hay que señalar que la Directiva parte de la premisa de
que la información y participación de todos los posibles interesados (las
distintas administraciones implicadas, ONGs y público en general),
durante todas las fases de su ejecución y puesta en práctica en los
Estados miembros, resultan vitales para la transparencia y eficacia de
todo el proceso80. Por ello impone a los socios comunitarios la obligación
de fomentar la participación activa de todas las partes interesadas en la
aplicación de sus disposiciones y, en particular en la elaboración, revisión
y actualización de los planes hidrológicos de cuenca (art. 14), detallando
Hay que advertir, por otra parte, que pese a que uno de los objetivos
perseguidos por el legislador comunitario cuando se inició la elaboración
de esta Directiva era simplificar la normativa de aguas, lo cierto es que el
resultado ha sido una Directiva compleja, de difícil lectura, y cuya
transposición a los ordenamientos nacionales (prevista para diciembre de
2003), y posterior ejecución (de acuerdo con el prolijo calendario
escalonado que ha establecido) está planteando importantes retos a los
Estados miembros. A la vista de lo cual, y para apoyar este proceso, la
Comisión Europea decidió crear grupos de “expertos gubernamentales”
en materias de aguas cuyas reuniones han servido como foro de debate
e intercambio de opiniones y experiencias, y para elaborar una
“estrategia común” para la ejecución de la Directiva marco de aguas en
sus respectivos territorios81. Las repercusiones que hasta el momento
ha tenido esta Directiva en el Derecho de aguas español serán objeto de
análisis en apartados posteriores.
Hay que tener en cuenta, no obstante, que el art. 2.2 de la Ley de Minas
se remite a su vez, a la hora de determinar el dominio de las aguas
minerales y termales, “a lo dispuesto en el Código Civil y las Leyes
especiales, sin perjuicio de lo que establece la presente Ley en orden a
su investigación y aprovechamiento”; por tanto, dichas aguas van a
formar parte del dominio público hidráulico, o van a quedar
excepcionalmente bajo dominio privado, en los mismos términos
previstos por la Ley de Aguas de 1985 para todas las aguas
Sin el debido conocimiento real del uso que se está haciendo de las
aguas subterráneas, difícilmente puede la Administración abordar una
adecuada planificación y gestión de este recurso; desconocimiento que
también dificulta el control sobre los aprovechamientos ilegales. Ante
esta situación, una de las medidas adoptadas en los últimos años ha sido
la de intentar regularizar definitivamente las inscripciones de los
aprovechamientos de aguas calificadas como privadas conforme a la Ley
de 1879. Más de diez años después de que terminara el plazo previsto
inicialmente por el art. 195 RDPH para la inscripción de dichos derechos
en el Catálogo de aguas privadas -tras el cual la Administración podía
proceder a la imposición de multas coercitivas para forzar la citada
inscripción, conforme a la Disposición 4º LA-, el Legislador optó por
establecer en la Ley 10/2001 del Plan Hidrológico Nacional un nuevo
plazo para la declaración de derechos sobre aguas privadas: en la
Disposición Transitoria 2ª de dicha Ley se otorgó -a los titulares de
aprovechamientos de aguas privadas que no hubieran inscrito en plazo
En segundo lugar, y con el mismo fin, en esta nueva regulación las aguas
desaladas del mar no pasan a integrarse de forma automática e
incondicional en el dominio público hidráulico del Estado: conforme a la
redacción recibida por el apartado (e) del art. 2, las aguas procedentes
de la desalación de agua de mar solamente pasarán a formar parte del
mismo cuando sean incorporadas a uno de los elementos enumerados en
el art. 2 como pertenecientes al mismo. En definitiva, en tanto en cuanto
las aguas marinas desaladas no entren en contacto con uno de esos
elementos no serán parte del demanio público hidráulico del Estado y
podrán, por tanto, integrarse en el tráfico jurídico privado152.
1. Principios generales.
La Ley de Aguas también establece las bases que han de respetar las
Comunidades Autónomas cuando, conforme a sus Estatutos de
Autonomía, ejerzan competencias sobre el dominio público hidráulico “en
cuencas hidrográficas comprendidas íntegramente dentro de su territorio”
o “intracomunitarias”. En virtud del que ahora es el art. 18 TRLA -sobre el
“Régimen jurídico básico aplicable a las Comunidades Autónomas”- dichas
bases son dos: a) la aplicación de los principios rectores de la gestión en
materia de aguas recogidos en el 14 TRLA; y b) la representación de los
usuarios en los órganos colegiados de la Administración hidráulica, que
no deberá ser inferior al tercio de los miembros que los integren153.
A esto hay que añadir que la Ley 46/1999 introdujo también en otros
artículos, además de en el antiguo art. 23 LA, disposiciones sobre
cooperación o coordinación funcional en ámbitos o materias específicas:
este es el caso, en concreto, del apartado 2º del art. 11 TRLA sobre las
zonas inundables185 y del art. 128 TRLA en el nuevo Título sobre las
obras hidráulicas186.
Tras la Ley 46/1999, la Ley 10/2001 por la que se aprueba el PHN vino a
incluir también una serie de disposiciones ordenando al Ministerio de
Medio Ambiente la adopción de medidas activas para mejorar la
información sobre los el estado del agua puesta a disposición del público.
En su art. 33 se impone a dicho Departamento la obligación de mantener
un registro oficial de datos hidrológicos que incluirá diversa información
sobre el estado de los caudales en ríos, los acuíferos, las existencias
embalsadas, y la calidad de las aguas continentales; en las cuencas
intercomunitarias ha de establecer, además, una red básica oficial de
medida de datos hidrológicos que debe mantenerse actualizada. Medidas
sin duda necesarias, pero hoy día insuficientes: una mejora real de la
información al público exige en la actualidad, de conformidad con medios
técnicos disponibles, que se presenten en tiempo real los datos sobre las
condiciones de las aguas y de su calidad, tanto a escala local como por
medio de Internet. Objetivo este que debería asumir una Administración
transparente y moderna, particularmente cuando la información se
refiera a situaciones o acontecimientos que puedan tener efectos sobre la
salud y seguridad de las personas. Esta es la dirección en la que ha
comenzado ya a trabajar la Comisión Europea, como muestra algunas de
las propuestas de directivas sobre aguas que ha presentado en los
últimos años203.
Los usos comunes generales son aquellos que, según el art. 50, todos
pueden hacer sin necesidad de autorización administrativa, y de
conformidad con las Leyes o Reglamentos: “usar de las aguas
superficiales, mientras discurren por sus cauces naturales, para beber,
bañarse y otros usos domésticos, así como para abrevar el ganado”.
Cuando un particular procede a este tipo de usos, que en principio no
han de obstaculizar ni impedir el uso del agua por otros, deberá respetar
una serie de límites establecidos en el apartado 2 del mismo artículo a
tales efectos: han de llevarse a cabo de forma que no se produzca una
alteración de la calidad y caudal de las aguas; cuando se trate de aguas
que circulen por cauces artificiales, tendrán, además, las limitaciones
derivadas de la protección del acueducto; y, en ningún caso, las aguas
podrán ser desviadas de sus cauces o lechos, debiendo respetarse el
régimen normal de aprovechamiento.
2. Usos privativos.
Los usos privativos del dominio público son aquellos que implican la
utilización de una parte del mismo que limita o impide cualquier otro
aprovechamiento de dicha parte por un tercero. Los derechos al uso
privativo del dominio público hidráulico se configuran, de este modo,
como derechos reales administrativos que confieren a su titular una serie
de facultades para el aprovechamiento exclusivo de una porción de los
recursos que lo integran242; derechos de contenido patrimonial,
inscribibles en el Registro de la Propiedad, que son oponibles frente a
terceros y frente a la propia Administración que los ha otorgado.
Por último, es preciso señalar que el TRLA prevé en el art. 59, como
excepción a la regla general de que todo uso privativo de las aguas no
incluido en el artículo 54 requiere concesión administrativa, que “los
órganos de la Administración Central o de las Comunidades Autónomas
podrán acceder a la utilización de las aguas previa autorización especial
extendida a su favor o del Patrimonio del Estado, sin perjuicio de
terceros” (apartado 5). Se trata, en definitiva, del reconocimiento legal
de un aprovechamiento a favor de las Administraciones del Estado y de
las Comunidades Autónomas que únicamente precisa de autorización
para hacerse efectivo. Se ha puesto de relieve, sin embargo, que en
estos casos estamos, más que ante una autorización propiamente dicha
como las previstas para los usos especiales, ante “un acto de reserva
demanial de caudales justificado por una necesidad de servicio
público”261. En cualquier caso, no deja de ser sorprendente el hecho de
que entre las Administraciones cuyos órganos no precisan de concesión
para ser titular de un derecho al uso privativo del agua no se haya
incluido a las Corporaciones Locales, pese a que compete precisamente a
Ayuntamientos y Mancomunidades garantizar el servicio esencial de
abastecimiento de poblaciones. Omisión que ha sido objeto de merecidas
críticas por la doctrina262, y que el legislador podría haber solventado en
alguna de las diversas ocasiones en que, en los últimos años, ha
abordado la modificación de la Ley de Aguas de 1985. Finalmente, hay
que advertir que si bien estos aprovechamientos se van a reconocer con
la única limitación de que se hagan “sin perjuicio de tercero” -esto es, de
2º) En segundo lugar, hay que tener en cuenta que toda concesión se
otorgará con carácter temporal y por plazo no superior a setenta y cinco
años (apartado 1 del art. 59 TRLA). No obstante, cuando para la normal
utilización de una concesión sea absolutamente necesaria la realización
de determinadas obras, cuyo coste no pueda ser amortizado dentro del
tiempo que falta por transcurrir hasta el final del plazo de la concesión,
éste podrá prorrogarse por el tiempo preciso para que las obras puedan
amortizarse, con un límite máximo de diez años y por una sola vez,
siempre que dichas obras no se opongan al Plan Hidrológico
correspondiente y se acrediten por el concesionario los perjuicios que se
le irrogarían en caso contrario (apartado 6 del art. 59). En el caso de los
Por otra parte, esta figura está prevista para las aguas demaniales, por
lo que no podrán utilizarla los titulares de aguas privadas, los cuales
pueden celebrar libremente cualquier otro negocio jurídico sobre sus
aguas291, si bien dentro de las limitaciones impuestas directa o
indirectamente por la Ley de Aguas292. De hecho, el apartado 4º del art.
Todos los usos privativos, cualquiera que sea el título por el que se
hayan adquirido, van a quedar sometidos a las limitaciones previstas por
la Ley de Aguas con el fin de superar, conforme al principio de uso
racional de las aguas, situaciones especiales o de crisis hídricas. Y en
directa relación con estas limitaciones hay que entender lo dispuesto en
el art. 59.2 TRLA, en el que se va a precisar que el título concesional no
garantiza la disponibilidad de los caudales concedidos; disponibilidad que
puede verse afectada en los siguientes casos:
Los derechos a un uso privativo del agua, tanto los reconocidos mediante
disposición legal, como los adquiridos mediante concesión, otorgan un
caudal máximo que su titular puede aprovechar, pero hasta
recientemente la carencia de mecanismos adecuados de medición
imposibilitaba saber en cada caso cuál era el caudal efectivamente
consumido. Información esta que es imprescindible tanto para proceder
de oficio a la modificación de la concesión para acomodar el caudal
concedido a las necesidades reales del aprovechamiento, como para
posibilitar la celebración de los contratos de cesión de derechos al uso
privativo del agua examinados en el apartado anterior. Va a ser con la
Ley 46/1999 cuando se afronte la necesidad de introducir en la Ley de
Aguas disposiciones en las que se regule la obligación de medir los
caudales consumidos y vertidos mediante sistemas homologados de
control o por medio de la fijación administrativa de consumos de
referencia para regadíos. Conforme al que ahora es el art. 55.4 TRLA, se
Para que funcione esta medida, sin duda imprescindible para controlar el
uso del agua y posibilitar una gestión racional del mismo, la
Administración del agua deberá estar en condiciones de establecer
mecanismos de comunicación e inspección efectivos con todos los
usuarios306. Pero también en este caso hay que advertir que la
importante contribución que los mecanismos de medición pueden hacer a
la gestión racional de este recurso quedará en entredicho si
simultáneamente no se pone freno a la grave situación que genera la
existencia de miles de pozos y de hectáreas de regadío ilegales en
algunas de las cuencas más sobreexplotadas de nuestro territorio. Por
otra parte, no se aprovechará todo el potencial que tiene como
instrumento para fomentar el ahorro del agua en tanto en cuanto no se
combine con el establecimiento de un precio adecuado sobre el consumo
de agua con el que se incentive un uso de este recurso lo más eficiente
posible. Precio que, como veremos en el apartado VIII.1.C) va a venir en
el futuro de la mano de la Directiva marco de aguas.
A fin de reducir los peligros que implica el deterioro de las aguas para la
salud y los ecosistemas, así como para la disponibilidad del recurso
mismo, es esencial prevenir su contaminación y sobreexplotación, y
proteger y utilizar de un modo sostenible los ecosistemas que captan,
filtran, almacenan y nos suministran el agua, como ríos, pantanos,
bosques y suelos. Por ello, junto a las disposiciones que regulan la
utilización del dominio público hidráulico, el otro pilar básico de nuestro
Derecho de aguas está formado por aquellas disposiciones dirigidas a
garantizar su protección y, en particular, las diseñadas para proteger la
En cuanto al precio del agua, el mero consumo o uso privativo del agua
como tal por los particulares ha sido hasta el momento gratuito. Ello sin
perjuicio de que la Ley de Aguas exija a los usuarios, cuando sean los
beneficiarios de obras de regulación de las aguas superficiales o
subterráneas, o de otras obras hidráulicas específicas financiadas total o
parcialmente a cargo del Estado -incluidas las de corrección del deterioro
del dominio público hidráulico-, el pago de ciertas tasas o tarifas
destinada a compensar los costes de inversión que soporte la
Administración estatal y a atender a los gastos de explotación y
conservación de tales obras (art. 114 TRLA). Esta situación deberá
cambiar en el futuro con motivo de la aplicación de la Directiva marco.
Como ya mencionamos en el apartado III.2.B), la Directiva consagra el
principio de la recuperación de los costes de los servicios relacionados
con el agua, “incluidos los costes medioambientales y los relativos a los
recursos”. Para hacerlo efectivo a los Estados miembros impone la
obligación de articular una política de precios que proporcione incentivos
adecuados para que los usuarios utilicen de forma más eficiente del
agua, y que deberá ser efectiva a más tardar en el año 2010. El precio se
concibe, en definitiva, como un instrumento esencial para fomentar un
uso más sostenible del agua y evitar su despilfarro y deterioro. En esta
línea, la Ley 62/2003 ha insertado un nuevo art. 111.bis en el título VI
(“Del régimen económico-financiero de la utilización del dominio público
hidráulico” del TRLA) que incorpora el principio de recuperación de costes
a nuestro Derecho de aguas en los siguientes términos: “Las
Administraciones públicas competentes tendrán en cuenta el principio de
recuperación de los costes de los servicios relacionados con la gestión de
las aguas, incluyendo los costes ambientales y del recurso, en función de
las proyecciones a largo plazo de su oferta y demanda”. Según dicho
artículo la aplicación de este principio deberá hacerse de manera que
incentive el uso eficiente del agua y, por tanto, contribuya a los objetivos
medioambientales perseguidos. Asimismo, deberá implicar una
contribución adecuada de los diversos usos, de acuerdo con el principio
del que contamina paga, si bien “se tendrán también en cuenta las
consecuencias sociales, ambientales y económicas, así como las
condiciones geográficas y climáticas de cada territorio, siempre y cuando
ello no comprometa ni los fines ni el logro de los objetivos ambientales
establecidos”. Por último, los planes hidrológicos de cuenca deberán
motivar las excepciones a la aplicación del principio de recuperación de
costes que se puedan adoptar como consecuencia de la consideración de
estos factores.
A) El deslinde.
B) El Registro de Aguas.
Téngase en cuenta, por otra parte, que los atentados más graves contra
el dominio público hidráulico pueden ser también objeto de represión
penal conforme a los artículos del CP 247 (sobre “Distracción de aguas”),
255 (sobre las “Defraudaciones de fluído eléctrico y otras análogas”) y
325 y siguientes (en donde se tipifica, utilizando la técnica del delito
penal en blanco, “los delitos contra los recursos naturales y el medio
ambiente”). En los supuestos en que una misma acción contra el dominio
público hidráulico cualifique como infracción administrativa y como delito
penal, se estará a las reglas generales de prevalencia de la jurisdicción
penal sobre los procedimientos sancionadores administrativos y a las
exigencias del principio de “non bis in idem”351.
ALONSO GARCÍA, R.; LOZANO, B.; Y PLAZA MARTÍN, C., "El medio
ambiente ante el Tribunal Constitucional: problemas competenciales y
ultraeficacia protectora", RAP º 148, 1999.
BERNALDO DE QUIRÓS, L., "Un mercado para el agua", Rev. del Instituto
de Estudios Económicos, nº 4/2001.
DEL SAZ, S., Aguas subterráneas, Aguas Públicas (El nuevo Derecho de
Aguas), Marcial Pons, Madrid, 1990.
- "¿Cuál es el contenido de los derechos privados sobre las aguas
subterráneas?", en S. DEL SAZ, J. M. FORNES, M.R. LLAMAS, Régimen
jurídico de las aguas subterráneas, Mundi-Prensa, Madrid, 2002.
DEL SAZ, S., FORNES, J.M., LLAMAS, M.R. (ed.), Régimen jurídico de las
aguas subterráneas, Mundi-Prensa, Madrid, 2002.