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Economic Focus / Antonio I.

Margariti

El capitalismo alemán
La Alemania devastada que emergió luego de la Segunda
Guerra Mundial recuperó su economía y su sociedad a partir
de una versión propia del capitalismo que, sin embargo,
mantiene intacta la principal característica de este sistema: la
libertad que permite distribuir el bienestar entre todos y no
entre unos pocos.

No puede entenderse el capitalismo alemán sin saber que, después de la Segunda Guerra
Mundial, Gran Bretaña y Alemania tomaron distintos caminos económicos.

En ese entonces, la triunfante Inglaterra se hundió en el experimento del socialismo fabiano


y comenzó a implantar el Welfare State (Estado de Bienestar) como tercera posición entre
capitalismo y comunismo, con la nacionalización de empresas, la hegemonía sindical, la
estatización del servicio de salud y un sistema impositivo ferozmente hostil hacia el sector
privado para “suprimir toda renta sin trabajo y aniquilar toda ganancia especulativa”.

En la derrotada Alemania, en cambio, surgió un modelo distinto denominado


Marktwirtschafts und Sozialordnung (Orden Social de la Economía de Mercado).

Alemania presentaba un cuadro sobrecogedor. La contienda había arrebatado la vida a 3,8


millones de personas, los sobrevivientes estaban humillados por un régimen demencial, la
mitad del territorio estaba ocupada por el ejército rojo, 12 millones de refugiados huían del
terror soviético, sus ciudades habían sido convertidas en esqueletos humeantes,
maravillosas joyas de la arquitectura gótica y barroca quedaron reducidas a escombros, las
plantas industriales fueron desmanteladas y confiscadas como botín de guerra, sus más
brillantes técnicos y científicos se habían expatriado a los países aliados, los servicios
públicos estaban desarticulados, las reservas de alimentos habían saqueadas, millones de
personas no tenían trabajo, los archivos civiles estaban destruidos y los bienes en el exterior
habían sido incautados. Para completar este cuadro fantasmal, los vencedores intentaron
aplicar el Plan Morgenthau que pretendía convertir a Alemania en un “campo para sembrar
patatas”.

Sin embargo, en 1948, a tres años del fin de la guerra, Alemania resucitó y se produjo el
“milagro alemán” cuya detallada explicación fue afortunadamente realizada día a día por
André Piettre, destacado economista que integraba los cuadros técnicos del ejército de
ocupación francés, quien dio testimonio de todo lo que veía en un libro imperdible:
“Economía alemana contemporánea”.
Un pequeño grupo de economistas, historiadores, filósofos y teólogos nucleados en la
Escuela Austriaca y la Escuela de Friburgo comenzaron a pensar en el futuro de la nación
alemana arrasada por la guerra y devastada por la experiencia totalitaria. Bajo la guía
intelectual de Wilhelm Röpke, con la conducción de Ludwig Erhard y Konrad
Adenauer, diseñaron y pusieron en práctica el modelo de economía de mercado que
salvó a Alemania.

Plantearon una diferencia sustancial con el socialismo británico al reconocer la supremacía


de la libertad económica, la restauración del mercado de libre competencia, la estabilidad
de la moneda y un sistema impositivo que fomentaba el desarrollo de empresas privadas.

1. Aspectos culturales

El capitalismo alemán no está basado en el individualismo sino en un sentido de espontánea


solidaridad que responde a las tradiciones del artesanado medieval donde el jefe manda
pero, al mismo tiempo, protege y forma a sus subordinados. Para este capitalismo, cumplir
con el deber es más importante que observar las normas legales porque el deber es un
imperativo categórico surgido de la propia conciencia. Ese sentimiento kantiano del deber
unido al espíritu de camaradería entre maestros y aprendices, en un marco de orgullo
patriótico, produjo el milagro de multitudes de ciudadanos que, fuera de horario,
reconstruyeron todos los edificios emblemáticos destruidos por los bombardeos aliados.

La predilección alemana por la química y la ingeniería y el gusto por la precisión junto con
su desconfianza por la especulación financiera quedaron marcados en el capitalismo
alemán, donde el clima cultural imperante no es el de la anarquía creadora sino el profundo
respeto por el orden, la jerarquía y la disciplina industrial.

2. Aspectos económicos

Los distintos gobiernos que se sucedieron en Alemania, después de la reforma monetaria de


1948, priorizaron la producción de alta calidad porque esa estrategia les permitía exportar a
mercados exigentes que no se rigen por el criterio del precio sino por el sello de la
excelencia. De este modo, el capitalismo alemán puede pagar actualmente salarios
elevadísimos porque exporta la calidad de su mano de obra.

En Alemania, el mercado bursátil no tiene importancia para el financiamiento de las


empresas. Su lugar ha sido ocupado por bancos organizados como banca universal y no
como entidades especializadas, es decir que no sólo atienden operaciones comerciales sino
también inversiones y participaciones en empresas.

Pero el secreto del capitalismo alemán se encuentra en las famosas Mittelstand, que son
empresas -grandes o pequeñas- de origen familiar y dirigidas por personas de clase media
donde la regla máxima es el respeto por las tradiciones y las costumbres. Las Mittelstand
son sociedades de personas, no de acciones, en las que la pericia profesional y la
responsabilidad individual son fundamentales.

El espíritu de camaradería entre directivos y trabajadores se nota hasta en el lenguaje. El


patrón es denominado Arbeitgeber, que significa “el que crea trabajo”, y los obreros son
llamados Mitarbeiter, que se traduce como “mis colaboradores”. Los hombres de empresa
no son considerados capitalistas ni managers profesionales, sino creadores o capitanes de
industria. Por eso, el sentimiento de la población hacia ellos no es de envidia ni emulación,
sino de profundo respeto.
En el capitalismo alemán no existe la litigiosidad norteamericana. En general, las empresas
tratan de establecer acuerdos privados recurriendo a árbitros arbitradores sin pasar por la
justicia.

Existe una reducida base impositiva porque las empresas, al contrario de lo que sucede en
EE.UU., no tratan de repartir enormes ganancias sino que las capitalizan. Es frecuente
encontrar gigantescas empresas que minimizan contablemente sus activos con reservas
ocultas invertidas en equipos y herramientas de altísima tecnología.

3. Aspectos sociales

Los trabajadores alemanes, a diferencia de los americanos, no tiene alta movilidad laboral.
Desde pequeños se relacionan con las empresas como aprendices, a través de un eficiente
sistema educativo donde los estudios se hacen en perfecta combinación entre escuelas y
empresas. Esta familiaridad explica la existencia de un sistema de gestión compartida
entre empresarios y trabajadores porque ellos no se sienten enemigos de la patronal
sino cogestores en el consejo de gestión empresaria y el empresario es el que ocupa el
cargo de Leiter (conductor y jefe).

En Alemania, es importante el espíritu de Zusammenarbeit (cooperación del trabajo en


equipo) y entre sus costumbres destacadas está el llamar a las personas por sus títulos,
que orgullosamente colocan en sus tarjetas y documentos de identidad. También es
fundamental respetar en la conversación la regla de que nadie puede interrumpir al
interlocutor hasta que haya terminado de exponer. El bien más valioso en la vida alemana
es la planificación personal del tiempo entre actividades laborales, familiares, recreativas,
religiosas y culturales.

La preocupación por la vida de los empleados y la alta valoración de los puestos de trabajo
constituyen el rostro humano que falta en otros capitalismos. Por eso cubren los riesgos de
salud, desocupación, vejez y maternidad con seguros sociales independientes de la gestión
gubernamental en un ingenioso sistema de ahorros garantizados a nombre del grupo
familiar.

Las organizaciones católicas y evangélicas, las cajas de ahorro de agricultores y artesanos y


las entidades filantrópicas como Adveniam y Misereor cumplen la indelegable función de
asistir a quienes tienen necesidades básicas y extienden su generosa acción hacia países
extranjeros.

El ascenso social no se produce por la selección natural entre el más fuerte y los más
débiles, sino por el reconocimiento de los méritos personales, la inteligencia, la
capacidad y el empeño que ponen en su trabajo. En medio de la opulencia que goza esta
primera economía exportadora mundial, la imagen más frecuente no es la ostentación ni el
exhibicionismo, sino la austeridad y un estilo de vida recoleto.

El capitalismo alemán presenta características culturales y sociales muy particulares


que tienen poco que ver con las del capitalismo americano, debido a sus tradiciones y a
un excelente sistema de educación técnica. En general, el Estado actúa de manera eficiente
y paternalista, pero el aspecto que engendra un cuadro de armonía social es la escasa
dispersión salarial existente entre personas de altos niveles de ingresos con los que
perciben menor renta.

Tanto en el caso alemán como en el americano, el capitalismo demuestra tener una enorme
flexibilidad para adoptar los perfiles culturales y sociales de cada pueblo. No tiene la
rigidez dogmática ni ideológica del socialismo y, mucho menos, del comunismo. Pero
necesita contar imprescindiblemente con un substrato de moral individual
fuertemente arraigado en la vida social.

Por eso ha triunfado como el sistema económico que, en libertad, permite distribuir el
bienestar entre todos y no entre unos pocos. © www.economiaparatodos.com.ar

Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que
todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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