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05/07/2018

El teatro como género literario, como texto para la lectura


“El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que
marca su grandeza o su descenso”, afirmaba Federico García Lorca a lo largo de una conferencia dedicada
precisamente al teatro, a ese arte al que dedicó gran parte de su vida. Para el dramaturgo y poeta granadino, “un
teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la
sensibilidad del pueblo”, una idea que no está muy lejos de lo que sostenía en Alemania Bertolt Brecht, para quien
el arte y, en concreto, el teatro “no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”. El teatro
siempre es teatro, nunca pierde su esencia, a pesar de que poco o nada sea el interés por parte del Estado, que
hasta ahora con el IVA al 21% y, actualmente, al 10%, reduce considerablemente la asistencia del público, al que,
además, la escuela no le ha formado en la cultura del teatro. Lorca, junto a Valle-Inclán y Buero Vallejo, es uno de los
pocos nombres que aparecen en los manuales de secundaria en los apartados, extremadamente reducidos,
dedicados al teatro. Se lee poco teatro y se enseña poco a leer teatro. Si bien el teatro se ve, también se lee, pues,
como apuntaba en esta misma revista Carlos Rod, editor de La Uña Rota, hay diferencias entre la parte textual y la
parte representativa de una pieza teatral, que, por tanto, no puede entenderse sin tener en consideración tanto el
texto como su representación.

El éxito de festivales como el Grec, este año dedicado a Oriente, o el de Teatro Clásico de Mérida reflejan no solo el
arraigo del arte teatral en la sociedad, sino el interés del público, un interés que, sin embargo, debe ser favorecido
no sólo haciendo que el arte, en cualquiera de sus expresiones, sea accesible al público y no solo a una élite
económica, sino también a través de la formación y, sobre todo, a través del fomento de la cultura teatral, que solo
puede llevarse a cabo a través de la invitación a la lectura. Con esta selección de títulos teatrales queremos
reivindicar, ante todo, el teatro y a sus autores, los dramaturgos. Asimismo, queremos reivindicar el teatro como
género literario, como texto para la lectura, como libro. No están todos y no lo están no solo porque toda selección
implica, para bien y para mal, una exclusión, sino también porque todavía son muchos los dramaturgos
contemporáneos cuyas obras no llegan a convertirse en libro. Editar y publicar los textos dramáticos es alargar su
vida más allá de la representación, es reconocer a los dramaturgos como autores literarios y, por tanto, reconocer al
propio texto teatral como una pieza autónoma que puede y debe ser comprendida, apreciada y disfrutada desde la
lectura, porque el texto y su representación se complementan, pero no se anulan. Leer teatro es una cosa, verlo es
otra y ninguna de las dos experiencias debe anular a la otra; al contrario, deben convivir en una sociedad en la que
el teatro importe.

Trilogía del infinito, de Angélica Liddell (La Uña Rota).

La geometría del trigo, de Alberto Conejero (Dos Bigotes).

Una vida americana, de Lucía Carballal (Ediciones Antígona).

Blasted, de Sarah Kane (Arola Editors). Traducción al catalán de Albert Arribas.

Teatro 1989-2014, de Juan Mayorga (La Uña Rota).

La correspondencia personal de Federico García Lorca, Juan Carlos Rubio (Ediciones Antígona).

El temps, de Lluisa Cunillé (Ediciones Antígona).

Tres monólogos, de José Sanchis Sinisterra (Ñaque Editora).

Los amores diversos, de Fernando J. López (Ediciones Antígona).

La sang de les promeses, de Wajdi Mouawad (Edicions del Periscopi). Trad. Cristina Genebat y Raimon Molins.

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