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Resumen
Los avances en la biomedicina y el perfeccionamiento de las técnicas de
reproducción humana asistida han cambiado la realidad del derecho filiatorio. Tal es así que
desde la vigencia del Código Civil y Comercial se implementó una nueva causa fuente de la
filiación, aquella que surge de las técnicas de reproducción asistida y se funda en la
voluntad procreacional de la o las personas que se someten al procedimiento médico.
El presente trabajo busca analizar la posible aplicación de este principio propio de la
filiación por trha para los casos de filiación por naturaleza cuando entra en conflicto la
realidad genética con el reconocimiento voluntario consolidado socio-afectivamente.
Introducción
En nuestro país y a partir del año 2013 con la sanción de la ley 26.862 de Acceso
integral a los procedimientos y técnicas médico-asistenciales de reproducción medicamente
asistida el empleo de las Técnicas de Reproducción Humana Asistida (TRHA) creció
considerablemente. A este respecto, según un informe de la Sociedad Argentina de
Medicina Reproductiva luego de la sanción de dicha ley acceden a los TRHA 500 personas
cada millón de habitantes argentinos, cantidad que se quintuplicó si se tiene en cuenta el
periodo anterior a la ley1.
1
http://www.samer.org.ar/revista/numeros/2018/numero_1/6_7-editorial.pdf
Esta realidad innegable rápidamente se hizo eco en nuestro ordenamiento jurídico e
hizo repensar las reglas relativas a la filiación cuestionando si debía primar el elemento
biológico, el genético o el volitivo a la hora de determinar con quién se establecerían los
vínculos jurídicos propios de la responsabilidad parental de la persona nacida.
Fue así que en los Fundamentos del Proyecto de Reforma se dijo que “de
conformidad con las particularidades que ostenta este tipo de técnicas, amerita una
regulación especial constituyéndose en una nueva causa fuente de la filiación.” y de ese
modo quedó incorporada en el texto definitivo del Código Civil y Comercial en un apartado
específico garantizando su especialidad y autonomía frente a las otros dos modos de
filiación ya reconocidos.
Ahora bien esa consideración de la voluntad procreacional como causa fuente para
establecer la filiación puede hacer caer el peso de la realidad genética en casos de filiación
por naturaleza? Podemos llegar a admitir que el acto voluntario de reconocer a una persona
como hijo sin consideración del vínculo genético debe ser respetado por el derecho como
un derecho de autodeterminación, de plan de parentalidad, de intimidad familiar, de vida
privada? O, el derecho debe hacer primar la realidad genética por sobre todas las cosas?
Por su parte, la verdad volitiva queda expresada con la intención, el querer ser padre
o madre de una persona, la idea de asumir los derechos y obligaciones que surgen de la
responsabilidad parental. Claramente lo expresa el autor español Rivero Hernandez citado
por la Dra. Kemelmajer de Carlucci al decir que “Lo que nadie puede suplir en cada caso
en concreto, para un determinado nacimiento, es el acto de voluntad en ese sentido de una
pareja, casada o no — excepcionalmente, si ha lugar, de una mujer sola — y sólo de ella.
El hijo nace precisamente por su exclusiva decisión de que nazca, causa eficiente e
insustituible, y por tanto, la más relevante: sin ella ese hijo no hubiera existido.”
Es decir, que en el caso de las trha lo que prima es la voluntad procreacional por
sobre la realidad biológico-genética, es la intención plasmada, a partir de la información
libre, el modo en que se determina que una persona es hija de otra no admitiendo otra
prueba en contrario que no sea justamente la falta de ese consentimiento.
Tal es así, que conforme a lo dispuesto por el art. 561, si la persona prestó su
consentimiento y la técnica no dio los resultados esperados, debe, necesariamente, prestar
una nueva conformidad antes de introducirse en un nuevo ciclo de fecundación asistida.
Los motivos que llevan al matrimonio a realizar esta acción están fuera del eje de
discusión y corresponden a la esfera íntima de la pareja, por lo que aquí interesa analizar es
qué sucede si ese tercero que participó se presenta a reclamar su vínculo filial.
Frente a esto podemos decir que la pareja tuvo voluntad procreacional, pues así se
expresó al comportarse como progenitores desde un principio, aun sabiendo de la falta de
vínculo genético, asumiendo las responsabilidades y obligaciones que eso implicaba,
voluntad que expresaron en la inscripción frente al Registro Civil, generando los vínculos
jurídicos propios de la responsabilidad parental y estableciendo lazos socioafectivos de un
grupo familiar. Así las cosas, y frente al interés del tercero de generar su emplazamiento
como progenitor basándose en la realidad genética del niño se cuestiona qué derecho debe
primar.
Claro está que al matrimonio no le asiste la protección jurídica existente en las trha,
pues al no existir el consentimiento expreso de la voluntad procreacional otorgado en un
centro de fertilización asistida sus vínculos jurídicos podrían ser impugnados.
Frente a esto, podemos decir que hay autores que manifiestan que la verdad
biológica no se negocia, y aducen que el derecho a la verdadera filiación que se condice
con el derecho a la identidad demanda que existan normas jurídicas que no obstaculicen
que el ser humano sea tenido legalmente como hijo de quien biológicamente es hijo. El
carácter medular de la aspiración del ser humano es conocer quiénes lo han engendrado.
(Zenere-Belforte). En igual línea se sostiene que la realidad biológica no puede tener
condicionamientos para garantizar el vínculo biológico; que la identificación, como un
aspecto de la identidad, no es más que la coincidencia en el binomio “padres-hijos”; pero
que esto no significa que la posesión de estado y la intimidad familiar (como otros
principios vinculados) no tengan importancia, sino que son dos aspectos distintos: una cosa
es la realidad biológica, aspecto que debe independizarse de otra cuestión, cual es la
asunción de un vínculo afectivo entre un padre de crianza y que debe resolverse en otro
terreno: guarda, tenencia o adopción (Solari).
Para decir esto no debemos perder de vista que tanto la constitución y protección de
la familia son derechos esenciales garantizados por la normativa convencional de Derechos
Humanos. Así lo establece el art. 17 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos en cuanto señala que la familia es el elemento natural y fundamental de la
sociedad, debiendo ser protegida por el Estado y la Sociedad. Conforme a la misma
normativa nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, en
la de su familia, en su domicilio o en su correspondencia, ni de ataques ilegales a su honra o
reputación (art. 11 CADH). De igual modo lo ha sostenido la Corte Interamericana de
DDHH (CIDH) en el fallo “Artavia Murillo y otros c/ Costa Rica”2 donde aplicando una
interpretación amplia del art. 7 de la CADH señala que la libertad es, en un sentido extenso,
la capacidad de hacer y no hacer todo lo que esté lícitamente permitido, constituyendo el
derecho de toda persona de organizar, con arreglo a la ley, su vida individual y social
2
Disponible en: http://www.corteidh.or.cr/cf/Jurisprudencia2/ficha_tecnica.cfm?nId_Ficha=235
conforme a sus propias opciones y convicciones. La libertad, así definida, es un derecho
humano básico, propio de los atributos de la persona y de su capacidad de auto-
determinarse y escoger libremente las opciones y circunstancias que le dan sentido a su
existencia, conforme a sus propias opciones y convicciones.
Es decir, el derecho no puede cuestionar el modo en que una pareja decide procrear
y reconocer como propio un hijo que genéticamente no lo es, es un acto voluntario,
individual, correspondiendo a la esfera intima de esa persona.
Ahora bien, es importante decir que este derecho no se corresponde con un derecho
a ocultar esa realidad. Todo lo contrario. La persona que ha nacido a partir de este método
tiene derecho a conocer sus orígenes pero este derecho se distingue del derecho a tener
vínculos jurídicos y a ser reconocido como hijo de alguien. Todos estos temas hacen a su
identidad.
Por ello, la persona que ha nacido bajo estas circunstancias puede reclamar tanto el
derecho a conocer sus orígenes, como así también, conforme a toda la información que se
la ha brindado puede decidir accionar o no a fin de generar vínculo jurídico con el tercero
que participó en su gestación. Ésta es la manera de reconocer su capacidad de
autodeterminación, de autonomía progresiva, de respetar su interés superior, de su derecho
a la intimidad, dignidad e identidad, pues, si sus progenitores le contaron cómo fue
concebido, si le brindaron toda la información y le dieron las herramientas necesarias
podrá, con el grado de madurez suficiente y conforme a su propia voluntad, ejercer o no la
respectiva acción de desplazamiento, generar vínculos jurídicos o socioafectivos, o decidir
cuál es la mejor opción para él.
Por último, aquel que participó voluntariamente del acto que permitió la concepción
de la persona no podría alegar que tuvo “voluntad procreacional” si desde un comienzo
supo lo que estaba haciendo y sabía que lo hacía para otro/s. Si bien tendrá abierta la
posibilidad de accionar, serán los jueces los encargados de ponderar todos los derechos aquí
debatidos considerando que “ningún derecho es absoluto, y en determinadas situaciones el
derecho que nace del dato genético puede entrar en conflicto con otros intereses dignos de
protección, como la verdad sociológica manifestada y, no atender a éstos puede contradecir
el interés superior del niño, analizado en concreto”3
3
Kemelmajer de Carlucci, A.
Conclusiones
La persona que ha sido reconocida como hija por parte de aquel que no tiene
vínculo genético, tiene derecho a saber el modo en el que fue concebida, a conocer sus
orígenes, a recibir la información y todos los datos que sean necesarios para conformar su
identidad y con toda esa información disponible poder ejercer las acciones filiales si así lo
desea.
Pettigiani, E. (1998) “La identidad del niño ¿está sólo referida a su orígen? En
AA.VV, La nueva ley de adopción, nº 24.779, coordinado por Nora Lloveras,
Jurisprudencia Argentina 1997, Buenos Aires. (JA 1998-II-100).