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Mascara la historia, mascara la sonrisa .

Por: Alexandra Charloth Correa

Nosotros, los latinoamericanos, culpamos a la vida por las desgracias; y las desgracias a la
historia.

Ya lo decía Hugo Zemelman la realidad que enfrentamos no es una realidad clara,


inequívoca. No tiene una significación cristalina. No hay una explicación de nuestra
realidad por una razón básica; la construcción conceptual es mucho más lenta que el tiempo
mismo, no se puede hablar del presente que se vive.

Partiendo de eso Octavio Paz no se equivoca cuando afirma que Tenemos que aprender a
mirar cara a cara a la realidad. Inventar si es preciso, palabras nuevas e ideas nuevas, para
estas nuevas y extrañas realidades que nos han salido del paso. Pensar, es el primer deber
de la inteligencia. Y en ciertos casos, el único.

He aquí el problema de la historia. La historia, nos construye y nos enseña todo tipo de
cosas, y entre las más prominentes, los errores. Nuestras memorias, son la de los
perdedores, la historia que cuenta un puñado de mudos a una nación sorda. Nos quedamos
con lo que se rumora, o con las culpas que los historiadores nos enseñaron por educación

Buscamos incansablemente excusas a títulos de colonización, déficit fiscal, saqueo,


inseguridad social, mercado injusto, mal de ojo, TLC, paramilitares, extrema izquierda,
corrupción. Y al final de una larga lista pensamos ¡putos españoles se llevaron todo el oro!
Pero, ni la independencia del dominio español nos puso a salvo de la demencia. La
desconfianza tomó el control de la revolución, cuando debió hacerlo la igualdad.

Estamos en un sueño, reino de mentiras eternas. Estanislao Zuleta no nos mintió en 1980 en
la universidad del Valle; En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y
perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un
idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y, por lo tanto, en última instancia un
retorno al huevo.
Queremos volver al principio, cuando todo estaba ‘’bien’’ Cuando no necesitábamos crear
una nación. Ni tener tratados internacionales, ni ser llamados a una justicia transicional, y
mucho menos a tener que esforzarnos en pro a los otros.

Entender que ahora, en pleno siglo XXl somos agentes de cambio. Tenemos voz ante el
mundo, y podríamos ser una economía emergente no hace parte de nuestros afanes del día,
en conjunto no somos nadie, no hay una identidad que nos una.

Aquí podría decir que empieza la soledad de la que habló Octavio Paz. Latinoamérica es
una. le damos la espalda a los que viven una realidad similar a la nuestra. Aquí la guerra
es de todos contra todos. Porque el país que más resalte va a ser bien visto por los que
creeríamos que son el mesías, la salvación a la desesperación que vivimos por no saber
quiénes somos, cuando dejamos de ser. Por falsos ideales del sueño americano, de conocer
la torre Eiffel. Conocer el puente que nos une a nuestros antepasados del viejo continente.
Somos desconocidos, Enajenados por ignorar nuestra cultura.

Nos sentimos solos porque queremos ser quien no nos corresponde, quienes no podremos
llegar a ser. Nos vendieron una farsa, de ser una nación, de vivir todos en igualdad de
condiciones bajo la democracia y culpamos a la historia de ello.

Cuando hemos sido nosotros los que no nos conocemos. Nos han enseñado que la soledad
es sinónimo de pena, y su trasfondo es la vida, la muerte, la soledad es incomodidad. La
soledad nos reta a buscar conexiones. A despertar del reino de mentiras.

Pero confundimos rápidamente este sentimiento con el de crear formaciones colectivas que
para Zuleta se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática,
desechan la necesidad de pensar por sí mismos. Así dejamos en manos de una
representación, los miedos y las aspiraciones. Inevitablemente buscamos que otros
solucionen nuestros conflictos. Aclarando que estas representaciones no son malas o
equivocas pero conllevan a un peso que cargan solos.

Nuestro cólera son los otros, en muchas medidas. Empezando por el creer que por nuestra
boca sale la verdad absoluta y que el otro se equivoca, prueba de esto es que lo que sale por
la boca del otro es contrario a nuestro pensamiento. Prueba contundente de su falsedad.
Ahora, el que se confía se enajena dice Paz, renuncia a su soledad. El hermetismo es un
recurso de nuestro recelo y desconfianza. Muestra que instintivamente consideramos
peligroso al medio que nos rodea. Se justifica en la sociedad que hemos creado y esta
misma en la historia.

La incapacidad de ver al otro como un otro, nos cierra las posibilidades de caer en la cuenta
de que las desgracias aunque si vienen con la historia no son culpan de la misma. Y mucho
más aún no son una cadena que tenemos que cargar generación tras generación. El mundo
mismo nos muestra como los conflictos bélicos interminables, acaban.

Como después de cada guerra se ha reorganizado el panorama mundial geopolítico, y


estados que se veían destruidos han nacido de las cenizas. Pero, nosotros, precolombinos,
latinoamericanos. No tenemos raciocinio, no sabemos lo que es el contexto. Queremos ser
una cultura que no conocemos y cuando nos sale mal culpamos a la historia. Pero a la
historia que aún no hacemos.

Con esto no quiero decir que Latinoamérica son unos perezosos, que viven aislados, en un
sueño profundo. Márquez tenía algo claro: frente a la opresión, el saqueo y el abandono,
nuestra respuesta es la vida. No de la mejor forma, a hacha y machete. Con las uñas. Pero,
aún creo que Latinoamérica es un espacio rico, y si, ya es claro que biológicamente lo es.
Pero desde la antropología lo es aún más.

En medio de tanto pesimismo, están esos que se cansaron de ser más rodillas que hombres.
De esos que no están lejos de sí mismos, de esos que van más allá del odio de clases. Que
están en búsqueda de su identidad. Que no son desconocidos ni esclavos del complejo de
inferioridad. Nosotros los que decimos la culpa es mía, La historia no se puede modificar.
Pero, nuestras mentes si. Nuestra vida si, el futuro si. Y cuando cambiemos la historia que
es ahora nuestra realidad, no culparemos a la vida por nuestras desgracias.

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