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b) Colores y aglutinantes
Los colores se amasan a mano y se mezclan con el aglutinante y con el agua; la
proporción varía según el aglutinante y según el color. El temple de huevo no decolora y es
una de las técnicas más duraderas en pintura; seca rápidamente y se puede pintar encima; los
colores de los cuadros al temple están todavía hoy frescos y brillantes. Puede decirse que un
temple al huevo se altera menos en 500 años que un óleo en 30.
La "cera colla" es un jabón de cera con agua de cola y constituye un medio diluyente
pictórico empleado ya desde los tiempos de los bizantinos hasta Giotto.
Aún se conservan frescos tan antiguos como los del palacio de Knossos en Creta (h.
1800-1400 a.C.).
Lo peor que tiene el fresco es su dificultad técnica. Hay que aplicar los pigmentos
antes de que se sequé el estuco, en una jornada de 8 horas, y no es posible rectificar
el trabajo de la jornada anterior con la misma técnica. El techo de la Capilla Sixtina
es un ejemplo monumental del dominio técnico de Miguel Ángel.
En caso de querer retocar el fresco en seco se puede utilizar pintura al temple, pero
ya no se considera un ‘buon fresco’, sino un ‘fresco secco’ y pierde parte de las
características del fresco original.
Conviene aclarar que los conceptos pintura mural y fresco ni son sinónimos ni van
siempre ligados. La pintura mural puede pintarse con otras técnicas cuyos
pigmentos ya están aglutinados (temple, óleo, acrílico) y no necesitan una superficie
de estuco húmedo para fijarse. Igualmente es posible pintar frescos pequeños e
independientes de un muro.
En el buon fresco, se aplica el color en la última de las varias capas de yeso. En la penúltima,
el pintor superpone un dibujo preparatorio, o cartón, de la obra, aunque también puede
trabajar sobre un esquema de color independiente. A continuación, refuerza con acuarela
oscura las diferentes figuras y formas del cartón y aplica la última capa de yeso sobre el
dibujo por pequeñas zonas, y el color sobre el yeso mojado.
Al secarse, la cal contenida en el yeso reacciona químicamente con el dióxido de
carbono del aire, formando una película de carbonato de calcio que une de forma estable los
colores a la pared. Los colores de un fresco suelen ser poco densos, translúcidos y claros y,
en muchos casos, tienen una apariencia calcárea. En el renacimiento se encontró el modo de
dar un poco más de opacidad a los colores. En el buon fresco es necesario pintar rápidamente,
limitándose a lo esencial. El artista debe saber la cantidad de color que absorberá el yeso.
Demasiada pintura hace que la superficie se agriete y hace necesario levantar la zona
defectuosa, extender yeso fresco y volver a pintar.
En el fresco secco hay que proceder a quitar la corteza de yeso seco, frotando con piedra
pómez, para después lavarlo con una mezcla clara de agua y cal. Los colores se aplican sobre
la superficie resultante. El efecto del fresco seco es inferior al del buon fresco, pues los
colores no resultan tan claros, ni la pintura tan duradera.
Historia
La pintura al fresco era conocida por los antiguos egipcios, cretenses y griegos. También la
practicaban los romanos, según demuestran los extraordinarios ejemplos encontrados
en Herculano y Pompeya. Entre las culturas prehispánicas de Mesoamérica, los mayas y los
teotihuacanos, por ejemplo, usaron la técnica del fresco en sus dos versiones. Algunos
ejemplos son los murales de Tetitla, Tepantitla y Atetelco, en México. Al principio de la era
cristiana (siglo II) se decoraban con pinturas al fresco los muros de las catacumbas o de las
cámaras mortuorias subterráneas. En la cripta de San Isidoro de León (siglo XI) se encuentra
el mejor conjunto de pinturas murales del románico español.
El arte del fresco resurgió con fuerza en Italia durante el siglo XIII y el siglo XIV de la mano
de los pintores florentinos Cimabue y Giotto, quienes han dejado bellos ejemplos en las
iglesias de Asís, Florencia y Pisa. En el siglo XV, el resurgimiento de esta técnica se produjo
en Florencia, especialmente con las obras de Masaccio, Benozzo Gozzoli y Domenico
Ghirlandaio. La pintura al fresco alcanzó su máximo esplendor en el siglo XVI con el
soberbio trabajo de Rafael en el Vaticano y con el Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla
Sixtina. La influencia italiana tuvo un papel decisivo en el resurgimiento de la pintura mural
en España.
Los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid, obra del pintor Francisco
de Goya, constituyeron la obra cumbre de la pintura española en este género. La arquitectura
virreinal de América Latina plasmó la influencia europea y las técnicas autóctonas en
numerosas decoraciones al fresco realizadas especialmente en iglesias y conventos. Ése es el
caso del convento agustino de Actopan, en el estado de Hidalgo (México).
En el siglo XVIII, la práctica de la pintura al fresco estaba muy extendida en Europa y en
América, sustituyendo la nobleza de estilo por la elegancia y los efectos ilusionistas. Uno de
los principales exponentes de esta técnica durante ese periodo fue Giovanni Battista Tiepolo,
en Italia. En el siglo XIX, se produjo un resurgimiento de este arte, destinado sobre todo al
embellecimiento de edificios públicos. El núcleo más importante de pintura al fresco en
el siglo XX, ha sido México, donde Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro
Siqueiros, entre otros muralistas, han creado notables frescos monumentales en edificios
gubernamentales y privados.
También en la India se practicaba la técnica del fresco. Entre los ejemplos más conocidos
están los de las cuevas de Ajanta, pintados entre los años 200 a.C. y 650 de nuestra era, y los
de Ellora, del siglo VIII. En China se conocía también el arte antiguo de pintar sobre paredes
de yeso; en las cuevas de los Mil Budas, en Gansu (China), se conservan escenas de la vida
de Buda que datan del siglo V.
Fases de realización
Aunque cada una de las técnicas es versátil en las manos de un artista con talento, añadir
diferentes técnicas puede dar a una obra una mayor sensación visual y una riqueza de texturas.
Los artistas que trabajan la técnica mixta pueden mezclar acrílico y óleo, grabado y collage
o dibujo y fotografía.
Otros artistas dan un paso más, añadiendo elementos encontrados en la superficie de la obra,
lo que da dimensiones escultóricas a una pieza bidimensional.
En algunas ocasiones la mezcla de técnicas son muy resaltadas, mientras que en otras
ocasiones esta diversidad de medios puede aparecer velada e inapreciable a primera vista.
Mezclar técnicas ofrece a los artistas posibilidades infinitas para la creación artística.
El aerógrafo en si mismo es una técnica que puede resultar “blanda” o “sosa” debido a su
extraordinaria capacidad de difuminar la pintura mediante el rociado a través del chorro de
aire, esto hace que los bordes de las masas de color sean de trazo difuso.