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Continuamos con la exposición de la sección que comprende los versículos 1-10

del capítulo VI de la Carta; de manera que alargaremos el discurso que iniciamos


en la ocasión anterior bajo el título “Exhortaciones pastorales para la vida en
comunidad”, las cuales, recordemos, consisten en consejos pastorales o
indicaciones para la vida cotidiana que explicitan o exponen la manera como se
manifiesta la vida dirigida por el Espíritu, en formas de ayuda y servicio mutuos
entre los miembros de una comunidad cristiana.

Recapitulando, revisamos, en el v. 1, que la primera de esas recomendaciones


pastorales se enfocaba en una forma de ayuda concreta hacia los demás
hermanos en la fe, como lo es el RESTAURAR AL CAÍDO EN UN ESPÍRITU DE
MANSEDUMBRE. Dice aquel versículo: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido
en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de
mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas
tentado”. Lo cual, como se anotaba, ciertamente habla acerca de cómo un
creyente que ha pecado ha de ser tratado por sus otros hermanos espirituales, los
cuales deben disciplinarlo de la manera correcta en una actitud de mansedumbre,
es decir, de completa humildad ante Dios y de paciencia con su hermano caído.

De la misma manera, según leíamos en el v. 2, los hermanos espirituales deben


estar muy dispuestos a “sobrellevar” la carga de su hermano. Deben ayudarle a
soportarla. El ver. 2 se explica en el ver. 1. No conviene, entonces, aislar el ver. 2
y aplicar esta exhortación a otros asuntos; sino que el ayudarse mutuamente a
soportar las cargas hace parte de restaurar al miembro que ha caído en pecado.
La carga del hermano del ver. 1 es muy pesada y lo está destruyendo. Así que es
necesario ayudarle para que pueda vencer sus debilidades. Es verdad que hay
muchas “cargas” y de distintas clases, pero, como también observábamos, en este
texto el sobrellevar las “cargas” de otros hermanos se explica en el ver. 1. Las
“cargas” son las enfermedades espirituales y sus consecuencias (la tristeza, la
vergüenza, el remordimiento). Si somos espirituales y restauramos con espíritu de
mansedumbre al hermano caído en transgresión recordando que también nosotros
podemos caer, entonces de esa manera sobrellevamos las cargas de otros
hermanos.

Por lo tanto, no debemos caer en la actitud orgullosa del miembro carnal descrito
en el v.3, el cual “cree ser algo, no siendo nada”. Él es indiferente al sufrimiento
y a las necesidades espirituales de los demás miembros, y tiene el mal hábito de
compararse con otros, y de encontrar en ello causa para satisfacción; ignorando,
lo que dice el apóstol en los v. 4-5 acerca de que “cada uno someta a prueba su
propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí
mismo, y no en otro; porque cada uno llevará su propia carga”. Lo cual quiere
decir que el cristiano no debe mirarse a sí mismo en el espejo de la conducta de
otra persona, sino en el espejo de la ley de Dios y el ejemplo de Cristo. Entonces,
tendrá motivo de gloriarse de la única cosa de la que lo puede hacer: de lo que el
Señor ha realizado en su corazón y no por haberse comparado con otro. Su
satisfacción y gloria tendrán un enfoque correcto, y se fundamentarán, entonces,
en la transformación que Dios ha hecho en su propia vida, en la diferencia que la
gracia de Dios ha producido entre lo que era antes y lo que es ahora; pero de
ninguna manera entre lo que es su hermano y lo que él es; no entre lo que él es
capaz de hacer y su hermano no.

Además, compararse con otro resulta vano y sin fruto, porque como decía Pablo
en el v. 5: “cada uno llevará su propia carga”. Es decir, ante el Tribunal de
Cristo seremos examinados individualmente, y no en comparación con otros. Cada
persona será juzgada según sus propias obras. Estas obras y la medida de gracia
que estuvo operando en cada uno serán la base para juzgar el grado de fidelidad
que cada uno ha tenido en lo que se le encomendó. De igual manera, el peso de
responsabilidad varía de un individuo a otro, y en el Día del Juicio la forma en que
el hermano A ha asumido su responsabilidad no hará las cosas mejores ni peores
para el hermano B.

Ahora bien, en la sucesión de recomendaciones correspondientes al creyente que


es conducido por el Espíritu, nos corresponde examinar otra de esas indicaciones
pastorales para la vida cotidiana que el apóstol preceptúa en el v. 6 de la sección
que estamos analizando. Me refiero a LA PARTICIPACIÓN EN EL
SOSTENIMIENTO DE LA IGLESIA (leamos el v. 6).

Insisto en que este es otro de los ejemplos de la ayuda y servicio mutuos que se
inculcan a lo largo de la sección, y que da cuenta respecto a si los miembros de
una comunidad cristiana están siendo guiados por el Espíritu. Lo que aquí se
interpreta es que el creyente miembro debe participar en el sostenimiento y el
cuidado de aquellos que están dedicados a la enseñanza de la Palabra en su
congregación.

Dice F.F. Bruce: «El maestro alivia la ignorancia del alumno; el alumno debe aliviar
al maestro de la preocupación por su subsistencia. Se trata de otra manera de
afirmar el principio de que “el obrero es digno de su salario” (Lc. 10:7; I Ti 5:18; cf.
Mt 10:10) o, como Pablo parafrasea las palabras de Jesús en otro lugar: “los que
anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (I Co. 9:14). Mientras que el
énfasis de estos últimos textos se encuentra en el derecho del predicador o del
maestro a recibir el sustento, en Gálatas [6:6] se enfatiza la obligación para los
que son enseñados a proveer materialmente a sus maestros».
Sin embargo, según otra línea de interpretación sostenida por eminentes eruditos
bíblicos, la obligación del enseñado en la palabra, de hacer partícipe de toda cosa
buena al que lo instruye, va más mucho más allá de la simple responsabilidad del
hermano enseñado de compartir sus bienes materiales con el que le enseña; pues
implicaría la necesidad de que cada hermano (cada persona enseñada) tenga co-
munión con el hermano fiel que le enseña, que tengan en común todas las cosas
buenas impartidas por el maestro. El hermano enseñado debe esforzarse y
trabajar con su maestro y, de esta manera, tener su parte en las bendiciones que
resultan de tales actividades.

La exhortación, por lo tanto, es que el discípulo debería hacer causa común con el
maestro en toda cosa que es moralmente bueno y que promueve la salvación.
Entre el maestro y el alumno debe haber un compañerismo que estimule el
compartir en la Palabra de Dios, y el participar de toda cosa buena que se
relaciona con ella.

Aún más, la expresión de toda cosa buena resulta ser ambigua. Puede referirse a
alguna contribución económica o en especies para el instructor, pero también la
palabra cosa buena (traducción del plural de agathos) contenida en dicha
expresión, se emplea en otros lugares del Nuevo Testamento con referencia a la
excelencia espiritual y moral. Así, por ejemplo Pablo utiliza esta palabra para
describir el evangelio mismo que es las “buenas nuevas” (Ro. 10:15), y el escritor
de Hebreos la usa en el mismo sentido para hablar de “los bienes venideros”; de
igual forma, el verbo griego “compartir” (lit. koinonéo) puede referirse también al
tiempo y a los sentimientos.

Tendremos que concluir que quizá, como sugieren algunos estudiosos, aquí Pablo
es intencionalmente ambiguo, pues él quiere incluir tanto el aspecto material como
el espiritual en el compañerismo entre el discípulo y su maestro.

Ahora que el apóstol ha terminado de exponer estos consejos pastorales o


indicaciones para la vida cotidiana que, repito, explicitan o exponen la manera
como se manifiesta la vida dirigida por el Espíritu, el apóstol dice en los v. 7 y 8:
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne
segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida
eterna”.

Estas palabras cobran relevancia después de estas recomendaciones porque


precisamente lo que el apóstol quiere advertir es que si el supuesto creyente no
vive de esta manera, siguiendo esta vida de ayuda y servicio a los demás
miembros de la comunidad sino que vive una vida centrada en sí mismo, separada
del interés por la edificación y el crecimiento de la iglesia e indiferente a los
problemas y necesidades de los demás miembros, no debería engañarse a sí
mismo y pretender que engañará a Dios.

El hombre que pretende burlarse de Dios aquí es aquel que piensa que es muy
piadoso pero su corazón dice otra cosa. La persona se vanagloría con su religión.
Pero ningún hombre puede vanagloriarse delante de Dios ni burlarse. La Biblia
dice que Dios sabe todas las cosas del hombre, sean externas o internas. Dice el
Proverbio 21:2: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero el
Señor pesa los corazones”.

El autoengaño y el intento de burlar a Dios, del que habla Pablo aquí, se refiere al
comportamiento de quienes hacen alarde de la posesión del Espíritu Divino,
fanfarronean de ser cristianos, de su vida impecable y de su piedad, pero que en
realidad viven según la carne y estaban segando de ella, y lo estaban haciendo de
forma consciente y enfática. Y esto evoca lo que ya se dijo en Gá. 5:26 y 6:3.

Y recordemos que vivir según la carne no es sólo practicar “adulterio, fornicación,


inmundicia, lascivia (descritos en Gálatas 5:19 como obras de la carne)”. No
necesariamente son pecados escandalosos y considerados abiertamente
impúdicos. Vivir según la carne también implica “enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, disensiones, herejías, envidias” (según Gál. 5:20).

Ahora bien, insisto en que sembrar para la carne es practicar aquello que está
incluido entre “las obras de la carne” en el capítulo 5:19-21; esta siembra no puede
producir la cosecha del reino de Dios, sino la cosecha de la destrucción y
perdición perpetuas (como en la parabola del trigo y la cizaña, en Mt. 13:24-30).
Pablo piensa aquí en ciertas “obras de la carne” en concreto, como las disputas y
la envidia, a las que los cristianos gálatas parecen haber sido especialmente
propensos (5:15; 26). Ser indulgente con tales cosas tendría resultados
desastrosos en su vida personal y corportartiva. Por otra parte, sembrar para el
Espíritu es cultivar el fruto del Espíritu y recoger vida eterna.

La vida eterna es al vida resucitada de Cristo, mediada a los creyentes por “el
Espíritu de aquel que levantó a Jesús de la muerte” (Ro. 8:11); pero aquí connota
de forma especial su aspecto futuro, con su comparecencia ante el Tribunal de
Cristo, para “recibir bueno o malo, según lo que haya hecho en el cuerpo” (2 Co.
5:10). Por esto también el falso creyente se burla o desprecia a Dios porque él no
cree en serio en este cálculo futuro, o piensa que la ley de la siembra y la cosecha
podría ignorarse sin peligro.
Por tanto, en vista de este juicio futuro, el apóstol exhorta a los que va por el buen
camino, a los que están siendo guiados por Espíritu y sembrando para el Espíritu:
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si
no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a
todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (v. 9-10).

Examinemos, primero el v. 9. La palabra “cansarse” (egkakéo) tiene que ver con


un agotamiento que lleva a la persona a dejar su labor. Y esto denota que
inevitablemente, como observa Hendriksen, “Hacer el bien [un concepto muy
amplio, tan abarcador como “andar por el Espíritu” y “ser dirigido por el
Espíritu”] requiere un esfuerzo continuo, un trabajo constante; pero la naturaleza
humana, amiga de lo fácil, carece de perseverancia, pronto se desanima. Esto
ocurre especialmente cuando los resultados demoran en aparecer, cuando los que
debieran cooperar no ayudan, y cuando pareciera que no nos llega ninguna
recompensa (…). Así que el apóstol les recuerda que segaremos “a su debido
tiempo”, mas no como nosotros lo determinemos sino como Dios lo ha decretado
en su plan eterno. Es entonces que la recompensa de gracia— ¡no de méritos!—
será conferida. La recibiremos si no nos desanimamos y no nos damos por
vencidos (cf. Heb. 12:3, 5)”.

Ninguna cosa que hagamos por la causa y la obra del Señor será en vano. Es
importante pensar y confiar en que el que trabaja de tal modo segará bendiciones
en esta tierra y posteriormente galardones en la vida venidera (2 Jn. 8; 1 Cor. 3:8).
El mismo Pablo se aferraba firmemente a esta convicción (Hech. 20:24).

Finalmente, el Apóstol explica que el cristiano tiene la responsabilidad de hacer el


bien para con todos (v. 10), sin tomar en cuenta la raza, la nacionalidad, la
clase, la religión, el sexo o cualquier otra cosa. La palabra oportunidad (kairós)
tiene que ver con tiempo en el v. 9 y con oportunidad en el v. 10, una oportunidad
es cuando el tiempo es correcto para algo. La idea aquí tiene que ver con
oportunidades en su totalidad que vienen al cristiano en el andar de esta vida. Se
puede decir en otras palabras que mientras el cristiano tenga la oportunidad de
hacer el bien debe hacerlo. La idea aquí no es que de vez en cuando haya una
oportunidad de hacer el bien y el cristiano lo haga, sino que en la vida del cristiano
hay muchas oportunidades para servir. El hacer el bien envuelve las buenas obras
que pueden ser de ayuda económica a cualquier labor social que involucre lo
bueno. El hacer el bien no es para una gratificación personal sino para servir a la
humanidad (a todos) y especialmente a los cristianos. Pablo menciona la
comunidad cristiana como la familia de la fe. La familia tiene la idea de hermanos y
hermanas en la fe que comparten el mismo nacimiento espiritual (2 Pe. 1:1). La
responsabilidad de hacer el bien cae aún más en aquellos de la familia de Dios.

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