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Por lo tanto, no debemos caer en la actitud orgullosa del miembro carnal descrito
en el v.3, el cual “cree ser algo, no siendo nada”. Él es indiferente al sufrimiento
y a las necesidades espirituales de los demás miembros, y tiene el mal hábito de
compararse con otros, y de encontrar en ello causa para satisfacción; ignorando,
lo que dice el apóstol en los v. 4-5 acerca de que “cada uno someta a prueba su
propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí
mismo, y no en otro; porque cada uno llevará su propia carga”. Lo cual quiere
decir que el cristiano no debe mirarse a sí mismo en el espejo de la conducta de
otra persona, sino en el espejo de la ley de Dios y el ejemplo de Cristo. Entonces,
tendrá motivo de gloriarse de la única cosa de la que lo puede hacer: de lo que el
Señor ha realizado en su corazón y no por haberse comparado con otro. Su
satisfacción y gloria tendrán un enfoque correcto, y se fundamentarán, entonces,
en la transformación que Dios ha hecho en su propia vida, en la diferencia que la
gracia de Dios ha producido entre lo que era antes y lo que es ahora; pero de
ninguna manera entre lo que es su hermano y lo que él es; no entre lo que él es
capaz de hacer y su hermano no.
Además, compararse con otro resulta vano y sin fruto, porque como decía Pablo
en el v. 5: “cada uno llevará su propia carga”. Es decir, ante el Tribunal de
Cristo seremos examinados individualmente, y no en comparación con otros. Cada
persona será juzgada según sus propias obras. Estas obras y la medida de gracia
que estuvo operando en cada uno serán la base para juzgar el grado de fidelidad
que cada uno ha tenido en lo que se le encomendó. De igual manera, el peso de
responsabilidad varía de un individuo a otro, y en el Día del Juicio la forma en que
el hermano A ha asumido su responsabilidad no hará las cosas mejores ni peores
para el hermano B.
Insisto en que este es otro de los ejemplos de la ayuda y servicio mutuos que se
inculcan a lo largo de la sección, y que da cuenta respecto a si los miembros de
una comunidad cristiana están siendo guiados por el Espíritu. Lo que aquí se
interpreta es que el creyente miembro debe participar en el sostenimiento y el
cuidado de aquellos que están dedicados a la enseñanza de la Palabra en su
congregación.
Dice F.F. Bruce: «El maestro alivia la ignorancia del alumno; el alumno debe aliviar
al maestro de la preocupación por su subsistencia. Se trata de otra manera de
afirmar el principio de que “el obrero es digno de su salario” (Lc. 10:7; I Ti 5:18; cf.
Mt 10:10) o, como Pablo parafrasea las palabras de Jesús en otro lugar: “los que
anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (I Co. 9:14). Mientras que el
énfasis de estos últimos textos se encuentra en el derecho del predicador o del
maestro a recibir el sustento, en Gálatas [6:6] se enfatiza la obligación para los
que son enseñados a proveer materialmente a sus maestros».
Sin embargo, según otra línea de interpretación sostenida por eminentes eruditos
bíblicos, la obligación del enseñado en la palabra, de hacer partícipe de toda cosa
buena al que lo instruye, va más mucho más allá de la simple responsabilidad del
hermano enseñado de compartir sus bienes materiales con el que le enseña; pues
implicaría la necesidad de que cada hermano (cada persona enseñada) tenga co-
munión con el hermano fiel que le enseña, que tengan en común todas las cosas
buenas impartidas por el maestro. El hermano enseñado debe esforzarse y
trabajar con su maestro y, de esta manera, tener su parte en las bendiciones que
resultan de tales actividades.
La exhortación, por lo tanto, es que el discípulo debería hacer causa común con el
maestro en toda cosa que es moralmente bueno y que promueve la salvación.
Entre el maestro y el alumno debe haber un compañerismo que estimule el
compartir en la Palabra de Dios, y el participar de toda cosa buena que se
relaciona con ella.
Aún más, la expresión de toda cosa buena resulta ser ambigua. Puede referirse a
alguna contribución económica o en especies para el instructor, pero también la
palabra cosa buena (traducción del plural de agathos) contenida en dicha
expresión, se emplea en otros lugares del Nuevo Testamento con referencia a la
excelencia espiritual y moral. Así, por ejemplo Pablo utiliza esta palabra para
describir el evangelio mismo que es las “buenas nuevas” (Ro. 10:15), y el escritor
de Hebreos la usa en el mismo sentido para hablar de “los bienes venideros”; de
igual forma, el verbo griego “compartir” (lit. koinonéo) puede referirse también al
tiempo y a los sentimientos.
Tendremos que concluir que quizá, como sugieren algunos estudiosos, aquí Pablo
es intencionalmente ambiguo, pues él quiere incluir tanto el aspecto material como
el espiritual en el compañerismo entre el discípulo y su maestro.
El hombre que pretende burlarse de Dios aquí es aquel que piensa que es muy
piadoso pero su corazón dice otra cosa. La persona se vanagloría con su religión.
Pero ningún hombre puede vanagloriarse delante de Dios ni burlarse. La Biblia
dice que Dios sabe todas las cosas del hombre, sean externas o internas. Dice el
Proverbio 21:2: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero el
Señor pesa los corazones”.
El autoengaño y el intento de burlar a Dios, del que habla Pablo aquí, se refiere al
comportamiento de quienes hacen alarde de la posesión del Espíritu Divino,
fanfarronean de ser cristianos, de su vida impecable y de su piedad, pero que en
realidad viven según la carne y estaban segando de ella, y lo estaban haciendo de
forma consciente y enfática. Y esto evoca lo que ya se dijo en Gá. 5:26 y 6:3.
Ahora bien, insisto en que sembrar para la carne es practicar aquello que está
incluido entre “las obras de la carne” en el capítulo 5:19-21; esta siembra no puede
producir la cosecha del reino de Dios, sino la cosecha de la destrucción y
perdición perpetuas (como en la parabola del trigo y la cizaña, en Mt. 13:24-30).
Pablo piensa aquí en ciertas “obras de la carne” en concreto, como las disputas y
la envidia, a las que los cristianos gálatas parecen haber sido especialmente
propensos (5:15; 26). Ser indulgente con tales cosas tendría resultados
desastrosos en su vida personal y corportartiva. Por otra parte, sembrar para el
Espíritu es cultivar el fruto del Espíritu y recoger vida eterna.
La vida eterna es al vida resucitada de Cristo, mediada a los creyentes por “el
Espíritu de aquel que levantó a Jesús de la muerte” (Ro. 8:11); pero aquí connota
de forma especial su aspecto futuro, con su comparecencia ante el Tribunal de
Cristo, para “recibir bueno o malo, según lo que haya hecho en el cuerpo” (2 Co.
5:10). Por esto también el falso creyente se burla o desprecia a Dios porque él no
cree en serio en este cálculo futuro, o piensa que la ley de la siembra y la cosecha
podría ignorarse sin peligro.
Por tanto, en vista de este juicio futuro, el apóstol exhorta a los que va por el buen
camino, a los que están siendo guiados por Espíritu y sembrando para el Espíritu:
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si
no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a
todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (v. 9-10).
Ninguna cosa que hagamos por la causa y la obra del Señor será en vano. Es
importante pensar y confiar en que el que trabaja de tal modo segará bendiciones
en esta tierra y posteriormente galardones en la vida venidera (2 Jn. 8; 1 Cor. 3:8).
El mismo Pablo se aferraba firmemente a esta convicción (Hech. 20:24).