You are on page 1of 9

emyyéÁiov [euangélion] buena nueva, buena noticia;

EDocyyEÁí(co [euangelízo], eóayyeXí- Cofioa [euangelízomai] traer


buenas noticias, anunciar buenas nuevas;

eóoíyyeÁiaTrjt;[euangelistés] anunciador de la buena nueva, evangelista

I 1. El verbo euangelízomai, que aparece desde Aristófanes, así como


euangelízo, más conocido en el ámbito griego posterior, y también el
adjetivo sustantivado euangélion, que encontramos a partir de Homero, y,
por último, el sustantivo sváyyEÁoc [euángelos] (desde Esquilo), son
vocablos derivados de áyyEAoq [úngelos], mensajero o de áyyéXXco
[angélló], anunciar, palabras procedentes del persa y asimiladas al griego
(-» ángel).

Euángelos es el mensajero que trae la noticia de una victoria, o también,


una buena noticia de carácter político o personal.

En la época helenística el término puede designar también al que anuncia


un oráculo.

Análogamente, el verbo euangelízomai significa dar o proclamar buenas


noticias, y, cuando se refiere a un mensajero sagrado, anunciar.

Pero euangelízomai adquiere también un sentido religioso cuando se


emplea en el contexto de la aparición de un «hombre divino», cuya venida
es proclamada con alegría (p. ej. así ocurre con Apolonio de Tiana en
Filostrato, Vit. Ap. I, 28; s. III d. G).

Por otra parte, el verbo pierde con frecuencia su significado originario y se


hace sinónimo de angéllo: traer noticias, anunciar.

El sustantivo euangélion significa: la recompensa que recibe el mensajero


que trae la noticia de una victoria.

Su buena noticia trae la felicidad al que la recibe; por eso es


recompensado. (Este es el sentido de la palabra castellana, hoy poco
usada, «albricias», que es de origen árabe —basira: se alegró— y de la
misma raíz que el verbo hebreo [en pi.] bissar: dar una buena noticia,
alegrarse con una buena noticia).
Pero euangélion significa: también el mensaje mismo, y entonces es un
terminus technicus que designa, ante todo, la noticia de una victoria,
aunque puede referirse también a las buenas noticias en el terreno
político o privado.

El judaismo tardío mantiene viva la idea del mensajero de las buenas


noticias.

Este puede ser esperado como un desconocido, como el precursor del ->
mesías o como el mesías mismo.

Lo fundamental de este mensaje no es su contenido, Más bien, lo decisivo


es el hecho de que él, MESIAS viene y, por medio de su anuncio, trae la
salvación.

Todo se basa en su venida y en su anuncio en donde la autodesignación


del mensajero como mensajero de la buena nueva nos recuerda
claramente a Isaias 61.

El verbo euangelízomai y el sustantivo euangélion tienen mucha


importancia en el NT, aunque su distribución es muy diferente en cada uno
de los escritos:

Euangelízomai se halla en Mt sólo una vez (11, 5), mientras que en


Lucas (Hech inclusive) aparece 25 veces, en Pablo 19 y, además, 2 en Ef, 2
en Heb, 3 en 1 Pe;

Aparte de esto, el verbo euangelízó se encuentra 2 veces en Ap. aparece


en 7 ocasiones (4 en Mt).

A la inversa,\Lucas muestra una marcada preferencia por la forma verbal


euangelízomai; sólo emplea 2 veces el sustantivo.

En Hech (15, 7 y 20, 24). Pero el sustantivo euangélion se encuentra con


mucha frecuencia en Pablo (52 veces en Ef 4 veces, en las cartas pastorales
4 veces, una vez en 1 Pe y en Ap.
EVANGELIO tip, ESCA DOCT vet, (gr. «buenas o gratas nuevas»)

Todo lo digno de este título tiene que provenir de Dios. No siempre tuvo el mismo
carácter.

La grata nueva para Adán y Eva fue que la Simiente de la mujer heriría la cabeza de la
serpiente. Es indudable que creyeron este anuncio, porque Eva dijo al nacer Caín: «Por
voluntad de Jehová he adquirido varón» (Gn. 3:15; 4:1).

La grata nueva a Noé fue, cuando se le anunció que iba a destruir toda carne, que él y su
familia serían salvados en un arca, y que Dios establecería su pacto con él. Noé creyó a
Dios, y. fue preservado (He. 11:7).

La grata nueva para Abraham fue, cuando fue llamado afuera por Dios para que le
sirviera, que tendría un hijo en su vejez; que su descendencia poseería la tierra y que en
su Simiente serían bendecidas todas las naciones de la tierra (Gá. 3:8). Abraham creyó
a Dios y le fue contado por justicia (Gn. 15:6; Ro. 4:3).

Para los israelitas esclavizados por Faraón la grata nueva fue que Dios había
descendido para liberarles por mano de Moisés. Creyeron las buenas nuevas «se
inclinaron y adoraron» (Éx. 4:31). Pero esto fue solamente una parte de las buenas
nuevas para Israel; no sólo iban a ser sacados de Egipto, sino que iban a ser llevados a
«una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel». Pero aquí muchos fueron los
que fallaron; aunque esta buena nueva, como es llamada en la Epístola a los Hebreos,
les fue anunciada, no les aprovechó, porque no estuvo en ellos mezclada con fe: «no
entraron por causa de desobediencia» (He. 4:2-6).

«La buena nueva del reino» fue preanunciada en el AT, y fue proclamada por el Señor
Jesús en su venida a la tierra (Mt. 4:23; Lc. 4:43, etc.). Volverá a ser proclamada en el
futuro (Mt. 24:14). Aunque este evangelio fue rechazado mayoritariamente en Israel, el
Señor reunió a su alrededor a «una pequeña manada» de discípulos, que vinieron a ser
el núcleo de la iglesia en Pentecostés. Entonces la proclamación fue acerca del Señor
Jesús y del perdón de los pecados por su muerte, «el evangelio de la gracia de Dios», y
se dirigía a toda la humanidad (Hch. 20:24).

A Pablo le fue revelado «el Evangelio de la Gloria», que Dios ha glorificado a Cristo, y
que su gloria resplandece en el rostro de Aquel que ha quitado los pecados de los
creyentes (2 Co. 4:4; 1 Ti. 1:11). Esta proclamación fue dada a Pablo de una manera tan
peculiar que la llamó «mi evangelio» (2 Ti. 2:8). Abarcaba más que la salvación, por
magno que sea este hecho, porque estaba deseoso de dar a conocer «el misterio del
evangelio», que separa a los creyentes del primer hombre, el terreno, asociándolos con
el Cristo glorificado en el cielo.

En el futuro habrá buenas nuevas para Israel cuando llegue el tiempo para que Dios
bendiga esta nación. Los mensajeros publicarán paz y salvación, y dirán a Sión: «Tu
Dios reina» (Is. 52:7). Se proclamará también «el Evangelio Eterno» a los gentiles, que
ha sido proclamado desde el principio, que la Simiente de la mujer heriría la cabeza de
la serpiente. El testimonio dado por el poder angélico será: «Temed a Dios, y dadle
gloria, porque la hora de su juicio ha llegado», junto con el mandato de adorar al
Creador (Ap. 14:6, 7).

EVANGELIOS tip, LIBR CRIT vet,


Al principio, y en el mismo NT, el término evangelio no designaba ningún libro, sino el
mensaje, la buena nueva. Durante el período postapostólico (hacia el año 150 d.C.,
Justino Mártir, Apol. 1:66), sin embargo, el término «Euangelion» designaba ya
además los escritos en los que los apóstoles daban testimonio de Jesús.
Cada uno de estos escritos recibió el nombre de Evangelio; también se dio el nombre de
Evangelio al conjunto de los cuatro escritos.

(a) Los cuatro evangelios.


El testimonio de la historia da prueba de que, desde el mismo principio, se atribuyeron
los cuatro evangelios, respectivamente, a Mateo, Marcos, Lucas y Juan; ya en el mismo
inicio de la era postapostólica la Iglesia consideró a los Evangelios como documentos
autorizados, que presentaban el testimonio apostólico sobre la vida y la enseñanza de
Cristo. Durante el siglo II se citaban, comentaban y leían los Evangelios: su
autenticidad es incontestable. El examen de las epístolas del NT demuestra asimismo
que sus alusiones a Jesús y a sus obras concuerdan con los relatos de los Evangelios.
Podemos así tenerlos como totalmente dignos de crédito.

Los tres primeros evangelios presentan una gran cantidad de analogías. Presentan en
general la vida del Señor bajo el mismo aspecto. Se les denomina Evangelios Sinópticos
(del gr. «synopsis», «vista de conjunto»).

Son, en cambio, de un carácter totalmente distinto del Evangelio de Juan. El tema


principal de los Sinópticos es el ministerio de Cristo en Galilea; el cuarto evangelio, en
cambio, destaca su actividad en Judea; sin embargo, la traición, el arresto, juicio,
crucifixión, y la resurrección, son de tal importancia que aparecen en los cuatro
evangelios.

El único episodio anterior que figura en todos cuatro evangelios es la multiplicación de


panes para alimentar a los 5.000. Los Sinópticos se refieren relativamente poco a la
divinidad de Cristo, en tanto que Juan recalca el testimonio del mismo Jesús a este
respecto.

Los Sinópticos presentan sobre todo las obras de Jesús, así como sus palabras acerca
del reino de Dios, las parábolas, las enseñanzas dadas al pueblo; Juan cita lo que Jesús
dijo de Sí mismo, generalmente en discursos bien comprensibles. El cuarto evangelio
supone e implica la existencia de los otros tres que, a su vez, se hacen inteligibles
gracias a los hechos relatados en el Evangelio de Juan. Por ejemplo, Jn. 1:15 supone el
conocimiento de Mt. 3:11, etc.; Jn. 3:24 el de Mt. 4:12; y Jn. 6:1-7:9, el de todos los
relatos sinópticos del ministerio en Galilea, etc.

Por otra parte, solamente los acontecimientos relatados en los caps. 1 y 2 de Juan
explican la acogida que dieron a Jesús en Galilea, y la buena disposición de Pedro,
Andrés, Santiago y Juan a dejarlo todo para seguir a Jesús. Asimismo, la repentina
controversia acerca del sábado que se presenta en los Sinópticos (cp. Mr. 2:23, etc.) no
se comprende sin el relato de Jn. 5.

Todo y teniendo las mismas características generales, cada uno de los tres Evangelios
Sinópticos tiene sus propias características, debidas al objetivo del redactor y a la
audiencia a la que se dirigía:

Mateo, que escribía para judíos, destaca la condición regia de Jesús, el Mesías. Se
apoya constantemente en citas del AT, y expone la enseñanza de Cristo sobre el
verdadero reino de Dios, en oposición a las opiniones erróneas que se daban en el seno
del judaísmo.

Marcos escribía, en cambio, dirigiéndose primariamente a los gentiles, y recalca el


poder de Cristo para salvación, manifestado en sus milagros.
Lucas, que fue durante largo tiempo compañero de Pablo, muestra al Señor en su
carácter de Salvador lleno de gracia, ocupándose de una manera especial de los caídos,
de los marginados, y de los destituidos.
Juan destaca sobre todo a Jesús como la Palabra divina encarnada, revelando el Padre
a aquellos que quisieran aceptarlo.

Ninguno de los evangelistas se propuso presentar una biografía completa de nuestro


Señor. Cada uno de los hechos y palabras de Jesús presentado en cada Evangelio tiene
un propósito didáctico.

Los evangelistas no actuaron con la pretendida frialdad objetiva de los historiadores. Su


fin era además muy distinto del de un historiador (Jn. 20:30, 31; cp. 21:25): eran
testigos de una Persona (Jn. 15:27; 17:20).

¿De dónde sacaron los evangelistas sus datos? Siendo que Mateo y Juan eran apóstoles,
hubieran estado presentes en los sucesos que relatan o hubieron oído las palabras que
registran.

Marcos acompañó a Pablo y a Pedro; una tradición muy antigua afirma que Marcos
resumió en su Evangelio la predicación de Pedro acerca de Jesús.

Lucas, por su parte, afirma que recibió información de parte de los que «lo vieron con
sus ojos, y fueron ministros de la palabra» y que redactó su Evangelio «después de
haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen» (Lc. 1:1-4).

Así, los Evangelios nos dan el testimonio de los apóstoles. Los numerosos puntos en
común que se hallan en el lenguaje de los Sinópticos confirman este extremo. Un
conferenciante itinerante, o un misionero en licencia temporal, cuando van de lugar en
lugar contando sus experiencias, acaban recogiéndolo todo en un relato estereotipado,
a fin de dar con precisión los mismos hechos, añadiendo de vez en cuando detalles que
quizá se han omitido en otras ocasiones anteriores.

Es probable que los apóstoles y los primeros evangelistas hayan procedido con
frecuencia de la misma manera, de forma que su relato estaba, en cierta medida,
estereotipado. Algo más tarde, se consignaron fragmentos de este relato en forma
escrita, para provecho de las iglesias de nueva fundación. Es así que se dispersó, según
nos lo dice la tradición inmediatamente posterior a los apóstoles, un relato evangélico
de variada extensión, pero que ofrecería una gran uniformidad, incluso en la expresión.

Las similaridades lingüísticas de los Evangelios Sinópticos indican así que nos
transmiten el testimonio dado de Jesús por parte de los apóstoles. El cuarto evangelio,
por otra parte, trata de temas que al principio no eran tan precisos. Juan, que conocía
personalmente estas cuestiones, las expuso algo más tarde, cuando la Iglesia precisaba
de su conocimiento.

(b) Crítica.
No hay ningún dato histórico que permita dudar que los Sinópticos hayan estado
redactados entre Pentecostés y la destrucción del templo (entre los años 30 y 70) por
los autores cuyo nombre llevan, o que hubieran estado escritos en griego. Sin embargo,
la crítica ha intentado asignar una fecha tan tardía como fuera posible a la redacción de
los evangelios, de manera que perdieran su valor testifical histórico. Para ello ha
edificado toda una cadena de hipótesis de las que se da a continuación un breve
resumen y examen.
La crítica literaria se apoya en una cita de Papías (a principios del siglo II) para
rechazar la autenticidad del Evangelio griego de Mateo, admitida unánimemente por
los Padres de la Iglesia. Papías escribió (Eusebio, «Historia Eclesiástica», III, 39:16):

«Mateo ordenó las sentencias en lengua hebrea, pero cada uno las traducía como mejor
podía.»

Basándose en esta cita, a pesar de nuestra total ignorancia acerca de estas «sentencias
(gr., «logia») en lengua hebrea», se afirma lo que sigue:

(A) Mateo no escribió el Evangelio en griego por cuanto escribió las Logia en hebreo;

(B) el Evangelio de Mateo, escrito mucho tiempo después por algún desconocido,
incluye posiblemente extractos de las Logia, pero han quedado entremezcladas con
relatos procedentes de otras fuentes. La escuela de Baur se ha destacado por su afán en
discernir una falta de unidad en el Evangelio griego que lleva el nombre de Mateo (cp.
P. Fargues, «Les origines du N. T.», París, 1928, PP. 56ss.).

Este trabajo de zapa es esencialmente subjetivo y marcado de entrada por un


dogmatismo apriorístico sistemático y muy tendencioso.

No se puede pretender que Mateo escribiera las Logia y no escribiera posteriormente el


Evangelio que lleva su nombre. Ireneo (Contra Herejías, 3:1, 1), entre otros, da
testimonio de Mateo como autor de este Evangelio. Se trata de un sólido y permanente
testimonio histórico frente a unas opiniones personales muy condicionadas por una
filosofía en principio hostil a la factualidad de la revelación divina.

Con respecto a Marcos, no habría sido el autor del segundo evangelio. Estaría basado
en un documento imaginario que nadie ha visto jamás: el proto-Marcos, y la redacción
del Evangelio hubiera implicado fuentes diversas que permitirían postular ciertas
«incoherencias». Sin embargo, las evidencias internas del segundo evangelio revelan
una estrecha relación con Pedro y su testimonio (cp. J. Caba, «De los Evangelios al
Jesús histórico», Madrid 1970, PP. 133-135).

Hay otra clase de evidencia que ha salido recientemente a la luz con respecto al
Evangelio de Marcos. La identificación de unos fragmentos de papiro escritos en griego
en la llamada Cueva 7 de Qumrán, fechados entre el 50 y el 100 d.C., como
pertenecientes al Evangelio de Marcos, hace desvanecer definitivamente las dudas que
se habían arrojado sobre la fecha de su redacción. El Padre José O'Callaghan, S.I., que
llevó a cabo, tras penosas investigaciones, esta identificación sobre nueve fragmentos,
dice: «Creo que me he encontrado con una evidencia innegable de que ciertos libros
clave del Nuevo Testamento circulaban ya en vida de aquellos que habían caminado y
hablado con Jesús» (cp. J. O'Callaghan, S.I., «Los papiros griegos de la Cueva 7 de
Qumrán», Madrid, 1974; D. Estrada y William White, Jr., «The First New Testament»,
Nashville, 1978).

Del tercer evangelio se afirma que, aunque está marcado por una unidad más real que
los anteriores, no puede ya ser atribuido a Lucas, y como única razón se dice que sería
del mismo autor que el del libro de los Hechos. Pero ¿qué podría impedir a Lucas ser el
autor tanto de Hechos como del Evangelio que lleva su nombre? Si el Evangelio es del
mismo autor que Hechos, cuadra perfectamente bien como el «primer tratado» del que
hace mención en Hechos 1:1.

Por lo que respecta al cuarto evangelio, la crítica literaria rehúsa asimismo atribuirlo a
Juan. El discípulo amado (Jn. 19:26; 20:2) que, modestamente, no quiso poner su
nombre, ha sido universalmente reconocido por la tradición de la iglesia desde los
primeros siglos como el autor. Jamás se ha dudado en el seno de la iglesia que Juan
hubiera sido «aquel discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas»
(Jn. 21:24). Nunca ha dudado la iglesia que él fuera el más capacitado para completar la
obra de los sinoptistas, al relatar, por ejemplo, las comunicaciones del Señor a sus
discípulos en la víspera de su muerte (Jn. 15-16). El cuarto evangelio nos hace entrar
profundamente en la intimidad de Cristo, e insiste más que los otros en la divinidad del
Salvador, el Verbo eternamente existente (Jn. 1:1-2, 18; 8:58), «Creador» y «Luz» (Jn.
1:3-12).

Para la crítica racionalista y modernista, todo el elemento dogmático que caracteriza al


cuarto evangelio proviene en línea recta del misticismo griego, hallando su origen en la
filosofía alejandrina del siglo I. A esto se podría replicar que estas afirmaciones
provienen de un desconocimiento total del pensamiento bíblico, totalmente ajeno al
pensar helénico, si no estuvieran dominadas por la postura a priori que las ha
motivado: que se busca negar a los Evangelios su valor como documentos históricos
fidedignos.

Quien lea el cuarto evangelio sin prejuicios previos, junto con la 1ª Epístola de los
Corintios, y constate que Juan, al igual que Pablo, usó el vocabulario helénico,
reconocerá que lo hizo precisamente para mostrar la sima que separaba a la revelación
bíblica del dogma pagano de los griegos.

Con respecto a la redacción del Evangelio de Juan, frente a los muchos intentos de los
racionalistas y modernistas para atribuirle una fecha de redacción postapostólica, se
levanta el hecho de la existencia, en la Biblioteca John Rylands, de la Universidad de
Manchester, de un fragmento de un códice que contiene unos cuantos versículos de
Juan 18. Dice el doctor F. F. Bruce: «Naturalmente, este pequeño fragmento no puede
dar una gran contribución a la crítica textual; su verdadera importancia reside en el
testimonio que aporta en favor de la fecha tradicional de su redacción por parte de Juan
(alrededor del año 100 d.C.)» (cp. F. F. Bruce, «The Books and the Parchments»,
Pickering and Inglis, Ltd., Londres, 1963, p. 181).

(c) Fecha.
Si bien es difícil asignar una fecha precisa a la redacción de los Evangelios Sinópticos,
se puede aceptar que fueron escritos alrededor de unos 40 años después de la muerte y
resurrección del Señor, entre el 65 y 70 d.C. En esta época, los relatos orales que
circulaban en las comunidades palestinas debieron quedar fijados por escrito. La
lengua griega estaba entonces muy difundida por todo el mundo mediterráneo.

El cuarto evangelio fue indudablemente escrito bastante más tarde, mucho después de
la caída de Jerusalén, al final del siglo I. Es obra del apóstol Juan, autor asimismo de
tres cortas epístolas que llevan su nombre, y del libro del Apocalipsis, que recibió del
Señor cuando estaba desterrado en la isla de Patmos (Ap. 1:9).
A mediados del siglo XX se propuso un nuevo método de estudio del NT que cuenta en
la actualidad con numerosos adeptos. Se trata del método de la crítica formal o crítica
de las formas (Formgeschichtliche Schule, o Form Criticism), del que Rudolf Bultmann,
profesor de Marburgo, es el principal exponente e impulsor. Entre los representantes
más importantes de esta escuela puede citarse a Dibelius, Schmidt, Easton, Grant,
Lightfoot.

Estos autores suponen que diversas tradiciones sirvieron como base para la elaboración
de los Evangelios, pero que primero circularon oralmente durante muchos años. Entre
estas tradiciones orales se hallarían paradigmas, historias, leyendas, milagros,
parábolas, logias, profecías. Estas tradiciones hubieran sido ordenadas en base a los
intereses religiosos de las comunidades primitivas. El cuadro cronológico y los detalles
geográficos serían una posterior aportación, añadida a los incidentes separados y a los
discursos. Se afirma, así, que el Evangelio no es una narración. Es «kerigma»,
predicación. La verdad, en este esquema, es extra, o suprahistórica. Hace falta salir del
plan histórico para llegar a la verdad. El método de la crítica formal practica lo que se
llama la desmitologización, es decir, la retirada de las formas, o mitos, para poder ver a
través de la historia evangélica. Entre estos mitos, que sin embargo son declarados
objetos de fe, se hallan los relatos de la navidad, del bautismo, de la tentación, de la
resurrección, etc. En suma, todo el marco histórico de los Evangelios (cp. las obras de
R. Bultmann, y en particular «Theologie des Neuen Testaments», 3 tomos, Tubinga,
1958; «Geschichte und Eschatologie», Tubinga, 1958. Esta última obra reúne seis
conferencias dadas en Edimburgo en 1955 bajo el título general de «History and
Eschatology»).

La crítica formal constituye una negación total de la historia. Esencialmente


existencialista, este método busca un puro subjetivismo. Es el mundo concreto en el
que estamos inmersos lo que nos abre al ser, decía Heidegger. Es el mundo lo que nos
abre a la verdad y a Cristo, dice Bultmann. Pero el mundo concreto no tiene sentido
más que por el hombre; está muerto sin él. Y cuando el hombre ha desmitologizado (o
desmitificado) la totalidad de la tradición evangélica, ¿qué queda en los Evangelios?
¿Qué queda de Cristo? Un misterio que se esconde detrás de los Evangelios con una
indescriptible imprecisión. Jesús dijo: «Si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque
de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?» (Jn.
5:46, 47).

Estas hipótesis tan precarias se basan en una distorsión de la historia de la transmisión


del texto evangélico y del desarrollo de la iglesia apostólica. Su endeblez más bien sirve
para confirmar la convicción de que los Evangelios son lo que pretenden ser:
documentos históricos y testificales; si no lo fueran, nuestra fe sería tan sólo una
palabra carente de todo contenido.

Para tener una idea clara de la vida de Cristo y de su ministerio, es conveniente tener a
mano una Armonía de los Cuatro Evangelios, preparada teniendo en cuenta las
indicaciones cronológicas y otras indicaciones históricas que sean de utilidad. Se debe
tener en cuenta que en muchos de sus puntos, una tal armonía sólo podrá ser
aproximada. Una obra a señalar para el lector hispano es «Una armonía de los Cuatro
Evangelios» de A. T. Robertson (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, Texas, 1975).

EVANGELISTAS tip, DONE vet,


(gr. «evangelistës», «mensajero de buenas nuevas»).

Se hallan incluidos entre los dones del Señor ascendido (Ef. 4:11).

En el NT el único que recibe este nombre es Felipe (Hch. 21:8), aunque es indudable
que había muchos más que lo eran.

Pablo dijo: «¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!» Él era el apóstol al que le había


sido dada una comisión especial, la de proclamar a Jesús como el Hijo de Dios, entre
los gentiles.

Timoteo fue exhortado a que hiciera la obra de evangelista, aun cuando tenía otros
dones (2 Ti. 4:5).

Aunque había y hay un don especial dado a algunos para que proclamen el evangelio,
leemos de otros que ayudaban a esparcir las buenas nuevas, como cuando hubo
persecución en Jerusalén; «todos» fueron esparcidos excepto los apóstoles, y fueron
por todas partes anunciando las buenas nuevas de la palabra (Hch. 8:4).
Los cuatro Evangelistas es un término frecuentemente utilizado para designar a los
escritores de los cuatro evangelios.

En obras de arte son frecuentemente simbolizados con los cuatro querubines de


Apocalipsis (Ap. 4:6 ss, cp. Ez. 1:5 ss.).

Ireneo ya simbolizó los Evangelios, según su carácter, de la siguiente


forma:

Mateo como hombre;


Marcos como león;
Lucas como buey;
Juan como águila.

You might also like