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Comentario al texto El historiador y los hechos en la conferencia titulada ¿Qué es

la Historia? de E. Carr
Metodología de la investigación histórica
*Amado Gabriel Freire.

Si aún hoy es necesario navegar entre Escila y Caribdis para hallar alguna vista de las costas de la
aceptación historiográfica es que hemos sido unos pobres Odiseos modernos. Y es que siguiendo la
metáfora de Carr, es altamente probable y más sencillo identificar a unos u otros de los nuestros con
los infortunados compañeros de viaje de aquel que demoró media vida para llegar a casa en Itaca. Sin
embargo, considerar las implicancias que tuvo y tiene la pregunta a la que Edward Carr buscaba
responder en los 60’ y la que aún parece difícil de encarar más de medio siglo después parece a todas
luces urgente. Puesto en perspectiva medio siglo no es poco tiempo para tener que seguir remando.

La controversia planteada por el autor británico para presentar la dificultad que han tenido los
historiadores por encontrar un espíritu filosófico en su quehacer académico es sin duda una forma de
manifestar los miedos de una generación dando los tumbos comunes a los primeros pasos. No es que
se manifieste de modo alguno una nueva infancia para la historiografía, pero la necesidad de romper
con los anquilosados límites del racionalismo de un siglo largo como el XIX y las sucesivas crisis y
guerras que lo hicieron morir tan definitivamente, fueron suficientes para otorgar a Carr la certeza de
lo que no era la historia.

El procedimiento que se desprende de las palabras de Carr para alcanzar la respuesta de como se ha
de entablar la relación entre el historiador y los hechos parece tener dos etapas. La primera estaría
representada, según mi entender, de un proceso mediante el cual se puede apartar todo aquello que la
historia no es, es decir, por medio de un ejemplo inquietantemente progresivo y cronológico de
posturas historiográficas pudo establecer los límites de su respuesta, otorgándoles a uno y otro un
carácter de oposición con la que desnuda una vez más la “fe postiva” del siglo XIX a la que Acton
encomiaba la brega de su barco.

Pero la oposición a la que Carr somete a Acton ―el historiador George Clark― pudo ser fruto del
decoro académico para no situarse a si mismo como referencia opositora (Carr muere apenas 3 años
después que Clark), y es que la mención de tal cosa resulta tanto más curiosa cuando Carr hace resaltar
el hecho que las posturas de uno y otro historiador solo están separadas por 60 años.

Fuera de esta comparación sobre la comparación, el texto de Edward Carr no deja de desbordar
lucidez en cuanto al tratamiento que hace del hecho y del casi azaroso motivo mediante el cual
adquiere su condición. Fue el equívoco optimismo racionalista el que exhumaba con prontitud a la
divina providencia a fin de encargarle a la “mano oculta” la armonía universal lo que quizás más lo
perturbaba.

Carr no dice que cualquier suceso que tenga lugar en el presente se enquista naturalmente con el paso
de los años en el telar del pasado y no adquiere inmediatamente la condición de hecho histórico sino
hasta que la voluntad del investigador lo arranca del anonimato, para situarlo en el campo de lo
reconocible hasta ser aceptado o descartado por los demás, parece hoy en día algo más que una verdad
revelada.

El historiador selectivo queda entonces al descubierto.

Croce comenzó a abogar por una filosofía de la historia, pues si como señalaba “toda historia es
historia contemporánea” era necesario valorar los hechos al mirar la historia en retrospectiva. Más
abiertamente Becker arremetía con la negación del hecho, otorgándole la creación de este al
historiador al realizar su oficio. La disertación cronológica de Carr va a detenerse a los pies de
Colinwood de forma póstuma en el 45’, cundo “La idea de historia” es publicada, dando espaldas a
la argumentación a la que quiere acercarse, la que se resume en que “toda historia es historia del
pensamiento, y la historia es la reproducción en la mente del historiador del pensamiento cuya historia
estudia.”

Con esta exposición el autor considera establecer tres indicios Colinwoodianos al desnudar la historia,
el primero de ellos son las llamadas cojeras, y se refiere a las construcciones y adecuaciones mentales
del historiador al escribir la historia, a la conformación de su relato y aquello a lo que en hará énfasis
cuando pase por el estrecho de Mesina en busca de las buenas costas.

El segundo indicio es la capacidad del historiador de establecer una comprensión imaginativa de las
mentes que estudia, a fin de situarse adecuadamente y no calafatear con alquitrán contemporáneo el
barco de Odiseo.

Finalmente llega la comprensión a través del cristal del presente, en donde los vínculos con los
conceptos del lenguaje son lo familiares que son, y no resulta válido disfrazar la conceptualización
para ocultar la filiación de quién escribe.

En este punto la interpretación por sobre los hechos revierte para Carr peligros tanto o más terribles
de afrontar.

En conclusión, para Edward Carr existiría una tensión sostenida e inherente a la pregunta innombrable
(¿Qué es la historia?), la que se manifestaría en las relaciones antagónicas de lo particular contra lo
general, lo empírico contra lo teórico, lo objetivo contra lo subjetivo, etc. Y sería esta misma tensión
la que generaría el equilibro para establecer una relación de igualdad entre el historiador y los hechos.
Una igualdad basada en el intercambio y la adecuación, pero igualdad, al fin y al cabo.

La pregunta ¿qué es la historia? es contestada rotundamente al final de la conferencia (como pocos


lo hacen he de decir) con la siguiente afirmación: “un proceso continuo de interacción entre el
historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado.”

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