Le tocó avanzar a saltos entre las rodillas del público, mayores y
niños, para poder llegar a la tarima donde sus compañeros montaban ya los pertrechos, como banderas en colina, con que cubrirían el acto. El impulso de brincar la última rodilla coincidió con que el niño se levantó y, al no encontrar la resistencia esperada, Arturo Pantanrico Juárez voló estirando los brazos por reflejo, soltando lo que llevaba, para amortiguar la caída. Su cuerpo ancho y joven resonó a baqueta envuelta en paño, el bulto de los instrumentos chasqueó metálico. Al torpe aterrizaje siguieron, como ondas en el agua, un asombro redondo y un coro de risas infantiles.
-Ya te vale, Pantan, el primero como siempre… ¡y esa manera tan
tuya de abrirte paso! Pero mira, hoy estás de suerte. No han llegado todavía- Le dijo, con una palmada en el hombro, otro reportero. Se veía bien que era de la competencia, por la diferente composición de logotipos que, como colcha de retales, estampaban su traje.
A simple vista la cámara estaba bien, y respondía a las indicaciones
de la tableta. Era una automática, de tercera generación, aunque todavía útil. Una vez cargados los comandos de política editorial, podía detectar el ambiente y poner la mira en cualquier punto a 360°, con distinto ángulo de apertura y profundidad de campo, lo mismo para los sonidos. Así se generan directamente las noticias, que se envían a la redacción o, como hoy, se emitirá en directo. Pantanrico Juárez se apresuró a desplegar el trípode y atornillar sobre él la cámara, a comprobar los giros y el volumen.
El rumor envolvente de la música baja estrés subió en decibelios: era
la señal de comienzo del acto. La alcaldesa Alcalá Rolex entró por el lateral del escenario, del brazo del presidente del Grupo Novo, que levantaba una de las tarjetas verdes que hoy se entregarían a una selección de niños, para que pudieran cubrir sus necesidades en la cadena comercial. Al subir por la rampa de tribuna y saludar al público, el aplauso se amplificó y armonizó hasta casi sentir en la cara y en los costados el aleteo de una bandada de palomas. La alcaldesa y el presidente, al pie del atril, empezaron a hablar a dúo. La mesa de mezclas combinaba el habla maternal aunque agresivo y castizo de la alcaldesa con la voz de piel de elefante, encallecida y rugosa, del presidente. Dirigidos a un visoauditorio de todas las edades y orientaciones sexuales, acostumbrado a seleccionar y filtrar según sus preferencias, la mezcla de voces es la manera de llegar al mayor número de corazones.
-Así como ustedes nos eligen cada día -comenzaron entonando-, en el
perfume SeductOne, en los sabores enriquecidos Natural+, también nosotros los elegimos como premio a la fidelidad…
A su espalda, un mosaico formado por pantallas iba proyectando las
imágenes de las distintas tomas, como una lluvia de opciones en las que fijarse a placer: la mirada templada de la alcaldesa, las manos abiertas como soles marcando el aire, del presidente, combinados con paisajes de palmeras o cucuruchos de helado de vainilla y fresa con esquirlas de chocolate. En un rincón de la pantalla, de interés publicitario marginal, se proyectaba una loma rojiza sembrada de cráteres en movimiento, y sobre ella dos agujeros que expulsaban nubes de vapor al ritmo de las palabras, en cada pausa. La imagen se alejó y se fue girando hasta convertirse en la mismísima nariz del presidente. En ese momento se escuchó un murmullo atado y una carcajada infantil.
-¡Juárez! ¿Qué le pasa al equipo? O corrige o cancelamos. Es la
última, se juega contrato. -La voz de su jefe retumbó en el oído a través del pinganillo, tan agitada que lo hizo saltar fuera de la oreja. Arturo Pantanrico Juárez revisaba como podía, con los dedos al borde del espasmo, el control a distancia del aparato.
-Estas tarjetas son la manera de devolver a la comunidad…
-continuaba el discurso, mientras iba pasando en la pantalla el corte del traje de la alcaldesa con su cuello del año, las mangas semicortas acanaladas "nada por aquí", el reloj para multitarea del presidente… En una de las placas bailaba una construcción geométrica de fibra como el arco iris, circular y elástica, con perlas brillantes en la unión de los lazos, una mandala vibrante al ritmo de las palabras… al tomar distancia, la imagen tomó la apariencia de una tela de araña que tejía, sube y baja por el hilo, en uno de los rincones del techo de la carpa. Los niños miraban a lo alto en todas direcciones, algunos señalaban con el dedo, creyendo haber encontrado el bicho.
La alcaldesa y el presidente se interrumpieron, extrañados por este
movimiento del público, no entendían nada. Se miraron a ojos de hula hop, preguntándose qué hacer. También se giraron hacia mesa donde los técnicos asentían, como teniendo todo controlado. Como no se les ocurría algo mejor, y querían recuperar la atención, volvieron a la lectura del discurso, que pasaba en transparencias entre sus ojos y el público.
Entre tanto, Pantanrico, dejando a un lado la tableta de control
remoto, se había levantado corriendo hacia la cámara. La golpeó con los nudillos, en una maniobra técnica desesperada. Recordó entonces, se lo habían contado los viejos de la redacción, que las máquinas antiguas tenían un botón de "reinicio" para casos como éste, que cuando se ganó en seguridad de los aparatos se quitó por innecesario. Levantó la tapa y allí estaba. Un ronroneo mecánico y volvió a funcionar como las demás.