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TEMA 25. LA CIVILIZACIÓN GRECOLATINA.

Versión b

1– INTRODUCCIÓN.
2– LA GRECIA ARCAICA.
3– LA GRECIA CLÁSICA: ENTRE LA DEMOCRACIA
ATENIENSE Y LA DICTADURA ESPARTANA.
4– EL PERÍODO HELENÍSTICO.
5– LA CULTURA EN GRECIA
6– LOS FUNDAMENTOS ROMANOS: LA ROMA
REPUBLICANA.
7– LA CONQUISTA DEL MEDITERRÁNEO Y LA CRISIS DE LA
REPÚBLICA.
8– EL IMPERIO Y LA "PAX ROMANA".
9– LA CRISIS DEL MUNDO ROMANO.
10– LA RELIGIÓN Y LA VIDA INTELECTUAL ROMANAS.
11– BIBLIOGRAFÍA

1– Introducción.

Sin Grecia y sin Roma, seríamos muy distintos a lo que somos. Sus conceptos y sus
valores pesan sobre nosotros con una insistencia demasiado compleja y polifacética para
que pueda resumirse con simples expresiones metafóricas relativas a la aportación, el
legado o la herencia que debemos a aquellos pueblos. En algunas materias, como la
contribución de los clásicos a nuestras concepciones políticas, o algunos aspectos centrales
de los mensajes de Virgilio o Cicerón, su acción sobre el mundo ha sido continua, de suerte
que es posible seguir eslabón tras eslabón la cadena directa de la herencia a través de los
siglos que nos separan de la Antigüedad. Y, sin embargo, incluso en tales puntos básicos, en
muchos períodos se han producido renacimientos, renovaciones debida más a una
resurrección intencional que a los lazos de continuidad. Cuando Cola di Rienzi, en el siglo
XIV, intentó restablecer la República Romana, lo hizo no sólo porque se sentía heredero de
una tradición continua, sino porque había "redescubierto" Livio. La mitología clásica nos
proporciona más de un atajo para llegar al conocimiento de cómo eran los griegos y los
romanos, y al tiempo ha servido como un poderosa elemento de transmisión entre las
culturas clásicas y las posteriores, como una forma de transmisión de valores implícita: así,
la figura del Buen Pastor es una adaptación de la figura de Orfeo, como muchas fiestas del
santoral cristiano consisten en un ligero cambio de nombres y, menos aún, de motivos
ornamentales, de las fiestas tradicionales apolíneas o dionisíacas (pese a la contradicción
aparente que pueda existir entre el talante respectivo). Los mitos, esa gran aportación de la
cultura grecolatina que son los mitos, tal vez respondan a prototipos universales, arquetipos
(para Eliade constituyen "toda imagen primordial... portadora de un mensaje que hace

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referencia a la condición humana"); pero muchos de los mitos definidos por dicha
civilización han influido de forma decisiva en nuestra conducta: tal es el caso del mito de
Edipo, el de Narciso, el de Prometo...

Tanto el catolicismo como la ortodoxia se remontan al cristianismo del Imperio


romano, como demuestran sus respectivas lenguas latina y griega. La división entonces
establecida marcará una división aún sólidamente asentada, dos "mundos" culturales
férreamente marcados. Porque no todas las influencias recibidas han sido positivas (lo que,
el mito de esa antigüedad idílica, no siempre ha querido reconocer con ecuanimidad): el
legado en política internacional que hemos recibido de la antigüedad grecolatina ha
resultado, las más de las veces, catastrófico. Los griegos, con sus agresivas querellas de
ciudad a ciudad, y los romanos, con su agresivo imperio impuesto por la fuerza –que sólo
en tiempos de Adriano constituyó una verdadera unidad supranacional relativamente
pacífica–, constituían ejemplos muy deficientes para sus sucesores, los estados nacionales.
Cierto que fue gracias al mundo grecorromano y gracias a la paz romana que el
cristianismo encontró las condiciones que le permitieron sobrevivir y difundirse, con lo que
Europa encontró un elemento de identidad cultural sin precedentes hasta entonces: la vida
de un ciudadano de cualquier punto del marco grecolatino durante la Edad Media está
presidido por las mismas imágenes mitológico– religiosas, las mismas creencias, hasta
cierto punto las mismas aspiraciones vitales, etc.

A lo largo del primer milenio a.C. se desarrollaron las civilizaciones de Grecia y


Roma, cuyo ámbito geográfico fue la cuenca del Mediterráneo. La etapa arcaica de Grecia
comprende aproximadamente desde la invasión de los dorios, en el 1200 a.C., hasta el siglo
VI. Los siglos V y IV a.C. constituyen el período clásico. Atenas, la ciudad más próspera
de Grecia, defendió la libertad del mundo heleno al vencer, en los albores del siglo V, a los
persas en las "guerras médicas". La gran figura política de la vida ateniense de ese período
fue Pericles. Las disputas entre Esparta y Atenas,e n los últimos años del siglo V a.C.,
dieron lugar a las llamadas "Guerras del Peloponeso". Estas disensiones fueron
aprovechadas por los macedonios, que a mediados del siglo IV a.C., bajo dirección de
Filipo, unificaron el mundo griego. El hijo de Filipo, Alejandro, conquistó el extenso
Imperio pesa, abriendo así la tercera etapa de la historia de Grecia, el período helenístico,
que duró hasta la conquista romana, a mediados del siglo II a.C.

Roma, que había sido fundada, según la tradición, en el año 753 a.C., estuvo
gobernada hasta el 509 por una monarquía. A ésta le sucedió una república, bajo la cual se
unificó el espacio italiano. Después Roma entró en pugnan por los cartaginenses ("Guerras
Púnicas") y se lanzó a la conquista del Mediterráneo, lo que logró entre los siglos III y II
a.C.. El sistema republicano, en crisis en el siglo I, dio paso, con Augusto, a la formación
del Imperio, que alcanzó su máxima expansión en le siglo II, entró en el crisis en el siglo II
y desapareció en el siglo V.

Pero es obligado referirse a la influencia que tendrán las civilizaciones griega y


latina sobre el mundo occidental. La civilización de la Grecia clásica constituye una de la
fuentes básicas de la civilización occidental. En Grecia nacieron, por citar sólo algunas de
sus influencias, el pensamiento filosófico racionalista, el teatro, el canon antropométrico,
los patrones e ideales estéticos occidentales que aún persisten, el realismo escultórico, la
armonía... y, según el tópico circundante, la democracia. La "democracia", sin embargo (y
eso nos da idea de un modelo de transmisión entre la civilización clásica y la actual no
lineal ni susceptible de simplificaciones), no fue ni muchos menos una conquista real

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griega: aún a riesgo de no hacer la debida justicia a más de un experimento, debe añadirse
que los antiguos nunca llegaron a captar plenamente la idea del gobierno representativo.
Los intentos decimonónicos de ver en Grecia y Roma los antepasados de nuestra
"democracia", y no también de otros sistemas más autocráticos de los tiempos modernos,
van muy descarriados. Es verdad que el gobierno parlamentario occidental puede hacerse
remontar –con aditamentos teutónicos– a antiguos procesos evolutivos, pero mismo puede
hacerse con casi todas las clases de régimen autoritario, incluyendo el comunismo marxista
(¿heredero del sistema espartano?).

Roma ha transmitido a la civilización occidental un legado del que cabe destacar la


lengua, el derecho (en el siglo VI, Justiniano estableció en Constantinopla una comisión
que redactó un corpus de Derecho Civil en el cual se ordenaban y ponían la día las
numerosas compilaciones del sistema legal romano, que constituía una de las más
asombrosas y permanentes creaciones de la antigüedad clásica; Cicerón y Virgilio
inspiraron la Declaración de la Independencia americana, con su doctrina de la "Ley
Natural" y los "inalienables derechos del hombre"), la organización territorial, las obras
públicas, el espíritu pragmatista (frente al idealismo griego). La propia concepción política
actual, el espíritu de la confrontación pacífica política, es deudora de la oratoria clásica: al
transmitirnos el mundo clásico la incomparable elocuencia de sus oradores e historiadores,
nos ha enseñado una parte muy importante de nuestro arte político.

Pero quizá la conquista fundamental de la antigua Roma fue la unificación de la


cuenca del Mediterráneo, tanto desde el punto de vista político (creación del estado
universal) como desde el cultural (creación de la romanización). No obstante, la
civilización romana se desarrollo a lo largo de un proceso complejo, que puede dividirse en
diversas etapas. La primitiva Roma unificó la península Itálica. La conquistas del
Mediterráneo constituyó la segunda fase del período, y modificó radicalmente la fisonomía
de la ciudad del Tíber. Por último, la creación del Imperio significó la culminación de la
expansión romana.

Tras el paréntesis medieval (en el que sin embargo persisten poderosos influjos de
las formas de organización y gobierno romanas: no hay un salto radical entre tiempos de
finales del Imperio y los del dominio de los pueblos germánicos, perviviendo además el
Derecho romano parcialmente), el Renacimiento recuperará a nivel de formas de
pensamiento, estética y vida un amplio elenco de influencias grecolatinas. Nuestra forma
de vestir, los gustos cromáticos (el sentido de armonía), los gustos arquitectónicos, buena
parte de nuestro sistema legal, el racionalismo y no pocas de nuestras señas de identidad
actuales hunden sus raíces en las civilizaciones griega y romana de la antigüedad.

2– La Grecia arcaica.

Mientras Creta desarrollaba la cultura de los palacios, las gentes del Heládico
medio se preocupaban por establecerse en la Grecia continental. No sabemos de qué parte
llegaron a Grecia los invasores del Heládico medio ni los constructores del nivel VI de
Troya. El pueblo del Heládico medio era guerrero, como ponen de manifiesto las
fortificaciones de Egina, en Malti, Micenas y Torinto. Hacia el 1600 a.C. la cultura cretense
fue adoptada de pronto en Micenas, alcanzando un gran nivel de riqueza, que resulta difícil
explicar por la gran rapidez con que se produce. No parece que el pueblo Heládico medio
dispusiera de los medios suficientes como para producir la riqueza que Schiliemann y otros
arqueólogos encontraron, por lo que puede deducirse que hubo una invasión extrajera que

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se impuso a la población indígena. ¿Quiénes podían ser dichos extranjeros? La tradición
griega recordaba los nombres de dos pueblos que gobernaron en Micenas: los danaos y los
aqueos.

La invasión de los aqueos, a mediados del segundo milenio a.C., dio lugar al
nacimiento de la denominada civilización micénica (pues su principal ciudad es Micenas).
Tras someter a las poblaciones indígenas, los aqueos destruyeron la civilización cretense
(1400 a.C.). Hacia el 1450 a.C. se había establecido en Cnosos una nueva dinastía belicosa,
sin duda procedente de la Grecia continental, a la que correspondería otro tipo de escritura
(denominada lineal B), tumbas de guerreros en forma de tholos iguales a las de Micenas,
etc., que se supone corresponden a una invasión aquea. Sin embargo, hacia el 1400 a.C. fue
destruido el palacio de Cnosos, tal vez porque los aqueos micénicos temieran el creciente
poder de la dinastía cretense, o bien porque los cretenses se alzaran contra los dominadores
griegos, período al que sucederá en todo caso una decadencia de la isla.

Hacia el 1300 a.C. Micenas era, con mucho, la más rica de las ciudades de Grecia:
estaba provista de sólidas murallas, suntuosas tumbas, lujosos palacios... Ni siquiera Tebas
podía comparársele. Micenas domina a las ciudades del entorno. Sin que se conozcan
exactamente las razones, los aqueos micénicos destruyeron Troya. Según la Ilíada, la lucha
se debió al interés por rescatar a Helena, esposa de Melenao, que había sido raptada de
Esparta por el troyano Paris. Más bien podría pensarse en motivos de tipo estratégico, por
la disputa de los mismos territorios.

El Estado micénico se parecía más a las grandes burocracias del Próximo Oriente
que a cualquier ciudad griega anterior a la época helenística.

Pero hacia el 1200 a.C., una nueva invasión, la de los dorios, puso fin a su vez a la
civilización micénica: las complejas sociedades de los palacios aqueos fueron barridas en
el curso de unas invasiones de efectos tan desastrosos que Grecia necesitó cuatro siglos
para recobrarse por entero. Tras el esfuerzo de la invasión de Troya, la economía micénica
acusaba las aportaciones a la guerra. Según Homero, muchos de los dirigentes y héroes
aqueos, como Ulises o Melenao, con frecuencia se encontraban en aventuras de conquista
por el Mediterráneo. Los nuevos invasores, los dorios (descendientes de Heracles, según
Homero), eran griegos, pero no parece que estuvieran fuertemente influidos por la cultura
minoica, como había ocurrido por los micénicos. Cuando invadieron el Peloponeso,
destruyeron los grandes palacios de Pilos y Micenas y expulsaron a la mayor parte de los
habitantes. Los invasores llegaron en dos grupos principales: los primeros se asentaron en
Argos, y los segundos en Esparta. Sólo después los dorios de Esparta empezaron a extender
su territorio mediante la conquista de sus vecinos. Los dorios poseían armas de hierro, lo
que le proporcionaba una superioridad militar neta sobre los aqueos, quienes se vieron
obligados a huir, asentándose en Asia Menor. No obstante, la ocupación de Grecia por los
dorios no fue total: en el Ática, por ejemplo, vivían los jonios.

El mejor testimonio para el conocimiento de la sociedad griega de los siglos que


siguieron a la invasión de los dorios lo constituyen, sin duda, los poemas homéricos (la
Ilíada y la Odisea (auténtica Biblia griega, del VIII a.C.), cantos de diversas épocas,
recogidos más tarde por el rapsoda Homero, que narran la destrucción de Troya por los
aqueos). El mundo griego, desde el punto de vista político, era un mosaico de ciudades
independientes o polis. En ellas ejercía un predominio indiscutible la aristocracia. Una
oligarquía de eupátridas (literalmente, "los bien nacidos") poseía grandes propiedades

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territoriales, tenía la fuerza militar (sólo ellos podían mantener un caballo y disponer de un
armamento muy costoso), y acaparaban el poder político, especialmente tras la
desaparición de los reyes, que sólo subsistieron y con un poder exclusivamente simbólico,
en algunas ciudades. Era una sociedad belicosa, tal como la describe la Ilíada, en la que la
masa popular no desempeñaba un papel significativo. Los aristócratas justificaban su
predominio con el hecho de que únicamente ellos pertenecían a los genos (agrupación de
todos los que descendían de un antepasado común). Pero, al parecer, los genos fueron
creados artificialmente por los propios aristócratas con la finalidad de dar apariencia legal a
su posición: tal vez por eso las genealogías, casi interminables, llenan buena parte de las
obras literarias citadas.

Pero durante los siglos VIII–VI a.C. se producen grandes transformaciones


económicas y sociales, que tienen inmediata repercusión, tanto en la vida política como en
la espiritual. Uno de los acontecimientos más singulares de la época fue la colonización. El
aumento de la población y la falta de tierras incitaron a muchos griegos a salir del país, en
busca de mejores asentamientos. Así se fundaron colonias en el Mediterráneo oriental, en
el sur de Italia, en Sicilia y en el Mediterráneo occidental. En las colonias, los griegos
conservaban las costumbres de su metrópoli de origen, con la que mantenían estrechos
lazos. La colonización, unida a la difusión de la moneda, que desde Lidia pasó a Grecia en
el siglo VII a.C., dio un gran impulso al comercio y, por tanto, a la artesanía y a la
fabricación de navíos. Cobró así notable fuerza un grupo social compuesto de armadores,
hombres de empresa y comerciales, es decir, el grupo que se ha beneficiado de la
expansión mercantil, pero que no pertenece a la élite guerra anterior.
Esta clase social deseaba romper el monopolio político que ejercían en las polis los
aristócratas. En esta batalla encontró el apoyo de los pequeños campesinos, los cuales,
agobiados por las deudas, se hallaban al borde del caos. Por su parte, la difusión de armas
más ligeras, que permitía a sectores más amplios de la población tener acceso al ejército,
también contribuyó a atacar la base del poder oligárquico.

Estas transformaciones económicas y sociales se reflejaron rápidamente en la vida


política de las polis griegas, con la única excepción de aquellas que, como en el caso de
Esparta, no habían participado de la colonización. La aristocracia fue perdiendo terreno, al
tiempo que se configuraba un sistema de gobierno democrático. Este proceso se desarrollo
en una serie de etapas. Primero aparecieron los legisladores, que redactaron la ley para que
ésta no fuera un monopolio de los aristócratas. La fase siguiente fue la de los tiranos, que
hicieron una política de apoyo a los humildes, aunque al final nadie soportara su
autoritarismo. Pero una vez desaparecidos los tiranos, ningún obstáculo se opuso al triunfo
de la democracia.

La vida espiritual también se vio conmovida por los profundos cambios que estaba
experimentando el mundo griego. Si en los primeros siglos la epopeya homérica había
simbolizado los ideales del helenismo, en la época de la colonización y de la génesis de la
democracia se desarrollaron nuevas fueras de expresión literaria, como la lírica. Al mismo
tiempo nació el teatro, que brotó de los diritambos que se celebraban en torno al altar de
Dionisos, dios del vino. Pero la gran conquista intelectual de la época arcaica fue el
nacimiento de la filosofía. Los principales focos de la vida intelectual se localizan en Jonia
(zona costera del Asia Menor). Tales de Mileto insistía en el principio único (la existencia
de un "generador" universal), Heráclito en el cambio ("el río es agua que fluye": nada
permanece quieto), Parménides en lo permanente. Lo importante es que por primera vez se
había aplicado la razón y rechazado la mitología, pese a lo precario de las primeras teorías

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filosóficas y cosmovisiones.

3– La Grecia clásica: entre la democracia ateniense y la dictadura espartana.

Después de salvar los griegos la dura prueba que supuso el enfrentamiento con los
persas (guerras médicas), se inició el período más brillante de su historia, la época clásica
por excelencia, en la cual crearon las obras más importante que han legado a la posteridad.
Una de éstas fue la democracia, nuevo concepto de la organización política de la
comunidad, que contrastaba con los regímenes despóticos del antiguo Oriente. No obstante,
esta nueva concepción socio–política no será general, persistiendo en otras ciudades el
viejo sistema de gobierno aristocrático.

Atenas es la ciudad que mejor ejemplifica la democracia. A ésta se llegó


definitivamente tras las reformas de Clístenes, que puso final a la larga lucha sostenida para
desbaratar a la oligarquía de los eupátridas. Pero para comprender el sistema democrático
es preciso conocer, antes, los fundamentos económicos y sociales en que aquél se basaba.
Su historia anterior al siglo VII a.C. es casi una incógnita. Con sus 2.600 Km. cuadrados,
Atenas se asemejaba más a un "país" que cualquiera otra de las polis.

Aunque la actividad agraria era la que ocupaba a mayor número de personas,


dedicadas al cultivo de productos mediterráneos (olivo, vid), habían alcanzado un notable
desarrollo la artesanía (objetos metálicos y cerámica), la fabricación de barcos y la
explotación minera. Igualmente era muy atractivo el comercio. Por el puerto de El Pero
salían los productos que Atenas exportaba y a él llegaban los que importaba (granos,
madera, lana). Desde el punto de vista social la población del Ática estaba integrada por
tres grupos fundamentales: ciudadanos, extranjeros y esclavos. Se ha calculado que de unos
400.000 habitantes que tenía el Ática en el siglo V a.C., la mitad eran esclavos. El ideal de
vida de los griegos era el tener esclavos que les liberasen de la "baja" cuestión de la
manutención, y les permitieran esa vida más elevada consistente en el culto al cuerpo y al
espíritu (encarnados en ese centro de formación integral de la persona que constituía el
gimnasio). A los esclavos se les ocupaba en los talleres artesanales, las minas, las
ocupaciones domésticas o los servicios estatales, siendo considerados como objetos a nivel
jurídico. Los esclavos eran la fuerza de trabajo esencial de aquella sociedad. Por lo que
respecta a los ciudadanos, había una minoría de grandes privilegiados (las viejas familias
aristocráticas y los recién enriquecidos por el comercio), un sector popular modesto
(básicamente pequeños campesinos y marinos) y una amplia masa de desheredados.

Cuando se habla de la democracia ateniense hay que tener en cuenta que ésta sólo
afectaba los ciudadanos, y dentro de ellos a los varones de más de 18 años de edad, lo que
venía a constituir una vigésima parte del total de habitantes.

La adquisición de la democracia ateniense fue un proceso gradual. Partiendo de la


superpoblación y del descontento social, los nobles de Atenas demostraron gran sentido
común. En lugar de intentar reprimir por las armas (como hubieran podido) a quienes
protestaban, eligieron a Solón, noble de escasos recursos que había visto el mundo exterior
en su calidad de mercader, como jefe de Estado hacia 594 a.C., con poderes dictatoriales:
procedió a cancelar las deudas y decretó que nadie sería en el futuro hecho esclavo por
impagos; con los fondos públicos compró esclavos de fuera del país; prohibió la
exportación de cereales para evitar su escasez y hacer bajar su precio; estableció que todos
los hombres libres, también los que no poseían tierras, pudieran ser admitidos en la

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Asamblea (aún sin tener armadura), y que los 9 arcontes anuales (el principal o regente –
epónimo–, el rey de asuntos religiosos –basileus–, y los seis arcontes judiciales de inferior
categoría) serían elegidos por la Asamblea –aunque fueran de la clase ecuestre– y la
debieran rendir cuentas (en caso se ser aprobada su gestión, pasarían a formar parte del
Areópago o consejo de ex– arcontes). Para evitar un excesivo poder de los eupátridas, creó
el Consejo, órgano encargado de preparar los asuntos de la Asamblea, compuesta pro 400
ciudadanos –luego 500– elegidos por sorteo entre quienes se prestaban a ello y habían sido
previamente investigados por el Areópago. En una segunda fase, Pericles, se profundizó en
dicho sistema.

El órgano fundamental en que se basaba la democracia era la Eclesia o asamblea


del pueblo. En ella participaban todos los ciudadanos, que podían exponer libremente sus
opiniones. La Eclesia, que se reunía tres o cuatro veces al mes, votaba las leyes, decidía la
paz o la guerra y elegía a ciertos magistrados. A su lado funcionaba otra asamblea, la
Boulé, integrada por 500 miembros sacados a suerte (50 miembros de cada una de las 10
tribus en que estaba dividida la población del Ática) La Boulé, que era una especie de
órgano permanente de gobierno, redactaba los proyectos de ley, antes de someterlos a la
Eclesia. La justicia la ejercía el Helieo, un tribunal popular compuesto por 6.000
miembros, también sacados a suerte. Para ejecutar las leyes estaban los magistrados: los
diez arcontes, sorteados igualmente, y los diez estrategas, únicos magistrados elegidos por
la Eclesia y que podían ser reelegidos. Este fue el caso de Pericles, reelegido para el cargo
de estratega durante catorce años. Los ciudadanos recibían una indemnización por
participar en las actividades políticas. Por su parte, el ostracismo posibilitaba el destierro
de la ciudad, previa votación de la Eclesia, de cualquier ciudadano que se considerase
peligroso para la vida de la polis.

No pueden ocultarse las graves limitaciones que presentaba la democracia


ateniense. Por de pronto, la intensa actividad política de los ciudadanos era posible, en
primera instancia, por el trabajo de los esclavos. Las ciudades de la Liga de Delos, especie
de imperio creado por Atenas en su exclusivo beneficio, tenían que pagar elevados tributos
a la metrópoli. Además, pese a la igualdad teórica de todos los ciudadanos que acudían ala
Eclesia, los más poderosos consiguieron imponer sus puntos de vista y sus intereses. Pero
en cualquier caso, la democracia ateniense fue una conquista transcendental.

En el 431 a.C. se produjo la guerra entre una potencia marítima y otra terrestre,
Atenas y Esparta, ninguna significativamente más poderosa que la otra. Atenas, bajo
excusa de la amenaza médica, había articulado una estructura militar (la Liga del
Peloponeso) que había acabado por constituir una fuente de dominio ateniense sobre otras
polis (administraban el Tesoro de dicha liga en beneficio propio). Los peloponesos
pudieron invadir el Ática con su irresistible fuerza y arruinar los pueblos y caseríos, pero
no pudieron hacer nada con la Atenas comercial, unida al mar por medio de sus
inexpugnables "muros largos"; Atenas tampoco pudo hacer otras cosas que tomarse una
revancha sin consecuencia saqueando las costas del Peloponeso.

Esparta ofrece el más agudo contraste con Atenas. Un reducido grupo de


ciudadanos, descendientes de los dorios, detentaba todos los derechos, mientras que un
elevado número de esclavos, los hilotas, trabajaban la tierra. Los ciudadanos vivían en
permanente estado de guerra, pues temían que en cualquier momento estallara una rebelión
de los esclavos. De ahí que desde pequeños estuvieran dedicados a una vida militar de gran
dureza y de una rígida disciplina, caracterizada por los violentos ejercicios físicos y, en

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ocasiones, el asesinato de hilotas sospechosos de rebeldía. Desde el punto de vista político,
aunque había una asamblea integrada por todos los ciudadanos (la Apela), el poder lo
ejercía un grupo de ancianos, que formaban la Gerusía, y cinco éforos, especie de
magistrados. Los dos reyes, que se encontraban a la cabeza de la ciudad, tenían sólamente
un papel honorífico. Este sistema de gobierno se perpetuó durante siglos.

4– El período helenístico.

Salvo en esta última etapa de la historia de Grecia, nunca hubo unidad política entre
los griegos (aunque sin embargo pronto tuvieron conciencia de pertenecer a una misma
cultura, pues hablaban la misma lengua y tenían las mismas creencias religiosas: el miedo a
caer bajo dependencia personal –esclavitud– o colectiva –dominio, conquista– de otros,
una de sus peores pesadillas, hacía de los griegos unos celosos guardianes de su
autonomía)

La rivalidad que estalló entre las ciudades griegas y que desembocó en la guerra del
Peloponeso, con la ruina de todos los combatientes, facilitó la conquista final de Grecia por
los macedonios. Macedonia era un territorio situado al norte de Grecia, con un sistema de
gobierno monárquico y unas formas de vida bastante arcaicas. A mediados del siglo IV
a.C., Filipo, rey de Macedonia, apoyado por su ejército (las famosas falanges), conquistó
toda Grecia. Su hijo Alejandro (conocido como Alejando Magno), no sólo consolidó la
unidad griega, sino que se lanzó a una campaña contra los persas que culminó en la
creación de un imperio de dimensiones gigantescas, pues llegaba hasta la India. Alejandro
Magno había pretendido fundir a los antiguos enemigos, griegos y persas. Pero cuando
murió, en plena juventud, su imperio se disgregó, fragmentándose en las llamadas
monarquías helenísticas. No obstante, desde esas fechas hasta la conquista romana floreció
en las tierras del antiguo imperio de Alejando un tipo uniforme de civilización, denominada
helenística, caracterizada por la difusión de l griego en un ámbito universal, si bien influido
por elementos orientales.

Desde el punto de vista económico, el rasgo más característico de la época


helenística es el incremento de las relaciones entre las distintas monarquías que se
formaron a la muerte de Alejandro. En la agricultura, la pequeña propiedad, aún importante
en grecia, entró en declive, pues no podía competir con al producción agraria de los
latifundios de Egipto o Persia. La producción artesanal aumentó, alentada por la creación
de talleres reales (en ciudades como Alejandría o Pérgamo), en lo que se fabricaban objetos
de cerámica, textiles y vidrios. el comercio adquirió un enorme desarrollo, no sólo entre las
diferentes regiones del antiguo imperio de Alejandro, sino también con Asia oriental, de
donde venían especies, perfumes y tejidos de seda y algodón. La vida urbana cobró gran
importancia. El propio Alejandro y sus sucesores fundaron numerosas ciudades. Rodas,
Antioquía o Alejandría simbolizan la vida urbana en esa época. Se incrementó la
circulación monetaria, aparecieron bancos y se desarrollaron los préstamos usurarios.

Como consecuencia de esa actividad económica surgió un grupo social (una especie
de burguesía) que acaparó las grandes fortunas y podía hacer espléndidas donaciones para
obras culturales. Pero paralelamente se acentuó el empobrecimiento de la capas populares,
perjudicadas por la inflación y la concurrencia de mano de obra esclava. Por tanto, se
agudizó el contraste entre rico y pobres, y con ello aumentó la tensión social.

Las monarquías que se formaron a la muerte de Alejandro han sido consideradas

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como una simple imitación por los griegos de los modelos de las monarquías absolutas de
Oriente. Los reyes helenísticos tenían un poder omnímodo, se consideraban propietarios de
todos los bienes de su reino, utilizaban distintivos orientales y obligaban a sus súbditos a
arrodillarse en su presencia. Pero al mismo tiempo había en esas monarquías elementos
helénicos. Los monarcas se rodeaban de amigos y cortesanos y de una burocracia, por lo
general, insuficiente, aunque en algunos países (caso de Egipto), bastante densa. En cuanto
a la división territorial se mantuvo el sistema persa de las satrapías, pero colocando a su
frente a un estratega, magistrado de raigambre helénica. La vida política emanaba de la
corte, habiendo perdido las antiguas polis griegas toda su vitalidad. En general, la época
helenística supuso un declive del espacio propiamente griego, en beneficio de nuevos
reinos (Macedonia, Egipto, Asia Menor o Pérgamo)

5– La cultura en Grecia

La vida cultural alcanzó su apogeo durante el próspero período clásico, en el que se


definieron un tipo de religión, arte y vida intelectual sin parangón hasta entonces.

Uno de los caracteres que define la religión griega es el politeísmo. El panteón


estaba ya constituido en la época arcaica, y era una amalgama de divinidades, algunas de
origen indoeuropeo, otras típicamente asiáticas. Los dioses eran concebidos de forma
humana, tenían entre sí relaciones familiares (enfados, disputas, celos, preferencias...) y
vivían en el Olimpo. Se trata de una religión inicialmente determinista: además de definir
unas genealogías divinas, Homero y Hesíodo (Los trabajos y los días) atribuyen a los
dioses todas las acciones humanas. Los dioses tienen dos características: su poder
sobrehumano, y por encima de todo su inmortalidad (llegan incluso a casar con mujeres
mortales, pero su descendencia es perecedera). En su cosmovisión inicial, la Tierra y el
Cielo se confundía en una masa, hasta que se produjo una brecha, en la cual aparecieron
Eros –espíritu del amor sexual– y poderes como la Oscuridad y la Noche, Luz y Día, en
parejas de macho y hembra. A partir de ese momento, el mundo y los dioses pueden ser
engendrados. Cada uno de los dioses homéricos tenía un carácter claramente definido, y
una historia concreta. Por ejemplo, Zeus nació de dos titanes, Rea y Cronos, quien, para
evitar un usurpador, engulló a sus vástagos, hasta que con Zeus fue engañado por Rea (a
quien aconsejó su madre Tierra), quien le hizo engullir una piedra.

Entre todos los dioses destacaba Zeus, el dios del rayo, que se hallaba a la cabeza
de todos los demás; Atenea, diosa de la inteligencia; Apolo, dios del Sol; Afrodita, diosa
del amor; Hermes, dios del comercio; Ares, dios de la guerra; Demeter, de la agricultura;
Dionisos, dios del vino, etc. Las creencias eran bastante simples. El hombre corriente
procuraba pensar lo menos posible en la muerte. El cuerpo, después de la muerte, derivaba
como el humo hacia un mundo subterráneo de consumidora oscuridad. Los griegos
inicialmente repudiaban la idea del infinito: sostenían que el Universo tenía un ciclo
concreto de creación–destrucción–creación, cada 30.000 años, lo que evitaba pensar en la
inmortalidad. No obstante, desaparecida la sociedad homérica de vigorosos combatientes,
comilones y amadores los griegos de la época clásica tenían la necesidad de cara una
respuesta a su preocupación por la vida de ultratumba. Por eso penetraron en el mundo
helénico las celebraciones dionisíacas, culto de origen oriental, los mitos órficos y los
misterios de Eleusis, en honor de Demeter, en los cuales se simboliza el ciclo del
nacimiento y la muerte, y que proporcionaba a los iniciados el secreto del más allá.
Inicialmente, los griegos creían que los muertos retenían poder para bien o para mal, lo que
se traduce en el culto a los héroes, predecesor del culto de más de un santo cristiano, y

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dando a menudo la misma importancia a las reliquias. Las ciudades de la época clásica
tenían sus héroes–patronos.

Las fiestas en honor de Dionisio o Baco, dios también de la fertilidad y,


especialmente, del vino, proporcionaban el marco en que encuadre el producto más notable
de la democracia ateniense: el drama. En las Grandes Dionisíacas, fiestas del dios que se
celebraban en primavera, y en las Leneas, fiestas de invierno, se dedicaban varias jornadas
a concursos de tragedia y comedia. Los jueces eran ciudadanos elegidos para dar un
veredicto en nombre d todo el pueblo. Los ricos corrían con los gastos de las
representaciones, igual que cuando se trababa de equipara con naves de guerras. Las
Grandes Dionisíacas constituían un espectacular acto ritual, en el que el principal asiento
de honor se reservaba al sacerdote de Dionisio; una "vacación" estatal tan amplia, que para
asistir a ello incluso se dejaba a los presos en libertad d bajo fianza; un punto de reunión,
en suma, para visitantes de todo el mundo, ante los cuales la ciudad desplegaba el
esplendor de su cultura. En esos meses de invierno que preceden a la resurrección del
campo (a manos de Dionisios, el poder germinador), se celebraban las desenfrenadas orgías
de Dionisios, que, además del dios de la vid, lo era de toda suerte de vida simbolizada por
la humedad (sabia y sangre); que, según las descripciones conservadas, consistían en bailes
desenfrenadas de ménades, designadas oficialmente, que danzando embriagadas por la
oscuridad y el vino al son orgiástico del tambor y la flauta, alcanzaba n un estado de éxtasis
que culminaba en el despedazamiento de animales desollados para comer su carne cruda.
Llenas del dios, eran insensibles al frío y al dolor, y ante sus ojos fluían corrientes con
leche, vino y miel. Todos estos ritos, tan lejos de la idea común de la moderación clásica
(que, sin duda, también existe: se trata de una sociedad dualizada al respecto), forman parte
de la religión griega, que acepta estos estallidos como aspecto de la naturaleza humana que
en la visa social deben ser reprimidos, insistiendo en que las orgías salvajes y sin freno
habían de encauzarse y limitarse a determinadas épocas y estaciones (¿precedente de
Carnaval medieval?)

En el extremo opuesto a Dionisios se encuentra Apolo, quien a primera vista parece


simbolizar el aspecto equilibrado, bello, varonil (se trata de una sociedad inequívocamente
misógina, hasta el punto de que la homosexualidad masculina está considerada como un
signo de distinción y refinamiento). Representa el prototipo de belleza física: era el dios de
la salud y de la luz, del "conócete a tí mismo", significaba la luz y el orden (hasta el punto
de que ningún legislador habría de promulgar una constitución sin el dictamen de su
oráculo en Delfos). Sin embargo, lo dionisíaco y lo apolíneo no siempre son dos polos
antagónicos: Plutarco afirmaba que se alternaban en el poder, por lo que en Delfos también
se adoraba en determinados momentos a Baco.

Existía un culto familiar y un culto ciudadano, atendido este último por los
sacerdotes, Los templos eran numerosos. A los grandes santuarios panhelénicos (como el
de Olimpia, dedicado a Zeus) acudían gentes de todos los rincones, lo que contribuía a
mantener el sentimiento de unidad entre los griegos. Un cierto sentido religioso tenían
también los juegos olímpicos, que se celebraban cada cuatro años, y las fiestas, de las que
sobresalían las Panateneas. Otro lugar famoso de encuentro de los griegos era el oráculo de
Delfos.

No obstante, en el siglo V a.C. la religión griega adquirió un sentido más


propiamente humanista. Los grandes concursos eran en realidad un pretexto para la
exaltación del individuo. Por su parte, las celebraciones religiosas se convertían en una

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manifestación de la actividad de la polis. El pueblo participaba al mismo tiempo en las
tareas políticas y en los cultos religiosos.

La manifestación más representativa de la Atenas clásica fue, sin duda, el teatro, a


medio camino entre la representación artística y el discurso religioso: en el teatro clásico
los actores actuaban con un formalismo ritual, más próximo a nuestras celebraciones
religiosas a nuestro teatro. Los espectáculos teatrales estaban organizados desde la polis,
que establecía todos los años concursos para premiar las obras de más calidad. En la
tragedia, género por excelencia, el hombre estaba sometido a los designios divinos, aunque
luchaba para arrinconar a las fuerzas irracionales. La tragedia surgió de un ritual religioso,
y que elemento más primitivo es la parte más cercana al rito, la oración coral. El coro lírico
narraba la leyenda; en cierto momento, en el siglo VI a.C. un poeta (tal vez el ateniense
Tespis, hacia 534) introdujo un hypocrites –"contestador"– que podía recitar discursos o
conversar con el jefe del coro. Así surgió el primer actor, el cual "vivía" ante el auditorio un
personaje que antes sólo estaba descrito en el texto; con ello se añadía una nueva
dimensión a esa vivaz presentación de individuos que llenan toda la literatura griega. Con
su advenimiento, el drama "–"hacer" la narración, no sólo "contarla""– había nacido. El
nombre tragedia, "canto del macho cabrío", se relaciona en cierto modo con la importancia
del macho cabrío en el culto al dios de la fertilidad, Dionisio, en cuyo honor se
representaba el drama.. Esquilo, Sófocles y Eurípides fueron los grandes maestros.
También floreció la comedia, con Aristófanes, que trataba temas de la actualidad y daba
paso a una fina crítica. El teatro era un instrumento más al servicio del sistema político
ateniense, pues era una escuela de educación ciudadana.

Los progresos realizados para crear la Historia son también mérito griego, en
concreto de Heródoto de Halicarnaso, quien recorrió los límites de las colonias griegas y
recopiló informaciones de sus viajes sobre civilizaciones tan dispares como Egipto, Tracia,
norte de África, India y Babilonia. Partiendo de los géneros literarios de trasfondo
histórico, se diferencia de sus predecesores en la inclusión de las informaciones en un
único cañamazo histórico; la narración de la lucha entre Grecia y Persa, base de sus libros,
sirve de hilo conductor a través de la cual desarrolla un plan histórico que culmina con la
caída de los medos, sintiendo una gran pasión por los detalles que singularizan a cada
civilización. A partir de estas bases, el general Tucínides (20 años desterrado de Atenas por
considerársele culpable de una derrota) tuvo una inmejorable posición de observador,
centrando su atención en los sucesos históricos más recientes: acontecimientos militares y
motivación de los mismos, con lo que implícitamente estaba introduciendo un concepto de
causalidad que se encuentra en la base de la Historia científica.

El en el terreno del pensamiento filosófico, el legado transmitido por los siglos V y


IV a.C. es realmente fabuloso. En Mileto, próspera colonia de griegos jonios en la costa de
Asia Menor, algunos pensadores como Tales comenzaron a no sentirse satisfechos con las
interpretaciones mitológicas del cosmos y trataron de explicar sus orígenes con el auxilio
de la razón: procuraron, por ejemplo, explicar la Naturaleza desde las razones de "dentro"
de la propia Naturaleza. Leucipo y Demócrito sostuvieron una doctrina revolucionaria para
la época, como es la teoría atómica, sosteniendo indirectamente la teoría de la sustancia
básica de la que según Anaximandro "se habría superado el universo ordenado". No
importa en exceso las limitaciones que tuviera la teoría atómica: más importancia tiene el
hecho en sí mismo de obtener una visión unificada (estructurada) de mundo. Tales (el
origen del mundo es el agua), Anaximandro y Anaxímenes constituyen el primer
acercamiento a lo que constituye nuestra forma de ser científico–filosófica actual. Pitágoras

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se Samos imprimió al a filosofía un nuevo sesgo al considerarla como el fundamento de un
modo de vivir y de una comunidad establecida con fines políticos tanto como intelectuales.
Además, intentó explicar la Naturaleza desde un punto de vista matemático.
No obstante, esta tradición de pensamiento científico quedó relegada, pasando a
primer plano una filosofía de tipo especulativa, preocupada, ante todo, por el hombre
interior (la moral, la felicidad). Sus más destacados representantes fueron Sócrates, Platón
y Aristóteles. A la teoría del Mundo de las Ideas platónica le sucedió el materialismo
aristotélico. En contraste con el desarrollo de la retórica y la elocuencia (no importa tanto
la verdad como la forma de presentar un discurso), Platón (427 a.C.) y Aristóteles (384–
322 a.C.) formulan un conjunto de teorizaciones sobre el pensamiento humano: desde la
Poética de Aristóteles (cuya influencia en el pensamiento literario actual es indiscutible), a
los diálogos (de fondo dialéctico) de Platón.

Durante el período helenístico el contacto con Oriente tuvo inmediata repercusión


en el terreno religioso. Muchos dioses orientales fueron aceptados por los griegos, pasando
más tarde a Roma: Cibeles, Baal, Separis (antiguo Osiris egipcio). el hombre se aferraba a
los cultos que le prometían la salvación. Así, el cristianismo tendrá ya un terreno propio
para su difusión.

La protección estatal dio lugar a la creación de grandiosas bibliotecas (Pérgamo,


Antioquía) y museos. En el campo del pensamiento filosófico nacieron corrientes nueva, el
epicureismo y el estoicismo, preocupadas, ante todo por los problemas de la conducta
humana. También hubo en la época helenística un formidable avance de los conocimientos
científicos. El nombre de Euclides va asociado al progreso de las matemáticas y el de
Arquímides al de la física. Pero esta expansión de los conocimientos apenas tuvo
aplicaciones prácticas, pues el sistema de producción existentes, basado en la esclavitud,
no incitó al progreso. Por otra parte, para los griegos la técnica constituía antes un
pasatiempos o curiosidad científica que algo realmente productivo y rentable.

6– Los fundamentos romanos: la Roma republicana.

El mundo occidental, percatándose de que una gran parte de su civilización es


herencia de Roma, se imagina a Roma como una potencia desde sus mismos comienzos;
idea evidentemente falsa, muy apartada de la leyenda benévola de Rómulo y Remo. Hacia
los siglos VIII–VII a.C., en la península Itálica estaban asentados diversos pueblos, de los
cuales destacaban los griegos al sur y los etruscos al norte. Los griegos ocupaban las
colonias de la Magna Grecia, y los etruscos, probablemente de origen oriental, tenían una
civilización original, notable por su religión, pesimista, y su arte, en el que sobresalía el
conocimiento de la bóveda. En el centro de la península vivían, entre otros pueblos, los
latinos, asentados en el Lacio. Allí, sobre un conjunto de colinas, próximas a la
desembocadura del río Tíber, nació Roma. Elegir las colinas junto al Tíber para
emplazamiento de un poblado resultaba ventajoso y natural por una serie de
consideraciones geográficas. Según la leyenda fue fundada por Rómulo en el 753 a.C. Pero
en realidad fueron los etruscos, los cuales ocuparon la región en el siglo VI a.C. e hicieron
de lo que hasta entonces sólo era una agrupación de aldeas una ciudad importante, pues
comprendieron su posición estratégica. A partir de ese momento, Roma fue gobernada por
reyes etruscos (acaso sólo eran simples tiranos), hasta que en el 509 a..C. fueron
expulsados. Entonces se estableció, como forma de gobierno, la República. Durante los dos
siglos siguientes Roma combatió a sus vecinos, al principio con un carácter meramente
defensivo, después en plan de conquista. Asi se fueron incorporando al dominio de Roma,

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Italia central, Etruria y la Magna Grecia. Al final del proceso, Roma había unificado Italia.
La prosperidad económica de que gozó Roma bajo los reyes etruscos tuvo por
resultado la creación de un sistema de dos clases: los ricos y los pobres, los patricios y la
plebe. Los patricios fueron probablemente los organizadores de la revolución que expulsó a
los reyes; en lugar de éstos eligieron dos magistrados anuales conocidos con el nombre de
cónsules, y el poder político pasó gradualmente a manos del Senado, un consejo formado
enteramente por patricios.

En los primeros siglos de su historia Roma era un país de agricultores, sin apenas
actividades artesanales y con muy escaso comercio. Hasta mediados del siglo IV a.C. no se
introdujo la moneda. Desde el punto de vista social existía una clara división entre dos
grupos, los patricios y los plebeyos. Los patricios formaban parte de las familias o genes.
Loa gens estaba integrada por todos los descendientes de un antepasado común, y a su
cabeza se encontraba el pater familias, que poseía un poder absoluto. La riqueza de los
patricios se basaba en la propiedad territorial y en los rebaños. Los patricios tenían plenos
derechos políticos y a su servicio se encontraban los clientes, hombres de humilde
condición que recibían protección y alimento a cambio de servir con fidelidad a los
miembros de las gentes. Frente a los patricios estaban los plebeyos, población de origen
muy diverso, pero en general, de posición económica débil y excluida del poder político.
Por debajo de los plebeyos se encontraban los esclavos, aunque, al parecer, en esta época
eran bastante escasos. Los plebeyos lucharon enconadamente contra los patricios, con el
propósito de poner fin al monopolio que éstos ejercían. Después de una dura pugna, en el
curso de la cual se redactó la famosa Ley de las XII Tablas, se estableció la igualdad de
derechos entre patricios y plebeyos. Con ello se había puesto fin a la república dominada
por la oligarquía de los patricios, pero también a la primacía del sistema gentilicio. En
adelante, la división social se establecería en función de la riqueza de los individuos y no
de su pertenencia a las gentes.

El gobierno de Roma, en la época republicana, se basaba en las asambleas


populares o comicios, los magistrados y el Senado. El pueblo participaba en la vida política
a través de los comicios. Los comicios de centurias eran la asamblea de los ciudadanos en
ramas. Estos estaban divididos, de acuerdo con su riqueza, en cinco clases, a su vez
divididas en centurias. A la hora de las votaciones cada centuria tenía un voto, pero como
sucedía que los ciudadanos pobres formaban una sola centuria, siempre tenían ventaja los
ricos. En los comicios de las tribus ocurría algo parecido. La población estaba dividida en
tribus, cuatro urbanas, que agrupaban a la masa popular que se amontonaba en Roma, y 31
rústicas, esencialmente de los grandes propietarios en tierras. Estos últimos dominaban
fácilmente las votaciones en los comicios. Los magistrados eran elegidos por los comicios,
y ejercían su cargo de forma colegiada. Los más importantes eran los cónsules, los pretores
y los censores, pero en la práctica sólo accedían a las magistraturas los ciudadanos
poderosos, entre otras razones porque el desempeño del cargo era costoso. En la época de
su pugna con los patricios, lo plebeyos habían conseguido la institución de unos
magistrados especiales, que tenían como misión la defensa de sus intereses, los tribunos de
la plebe. En cuanto al Senado, dotado de amplios poderes, estaba formado por antiguos
magistrados (300 en esta época), es decir, ciudadanos influyentes. Como se ve, el sistema
de gobierno republicano en Roma era claramente aristocrático. Aunque lograron la
igualdad de derechos con los patricios sólos los plebeyos enriquecidos pudieron tener
acceso al poder político.
Roma era al mismo tiempo la cabeza de un extenso territorio, que comprendía la
península Itálica. Se había constituido una federación de estados y tribus, para cuyo

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gobierno Roma se apoyaba ante todo en las aristocracias locales.

7– La conquista del Mediterráneo y la crisis de la República.

Desde mediados del siglo III a.C., Roma inició una formidable expansión, que
culminó con la conquista de la cuenca del Mediterráneo. El punto de partida fue la pugna
con los cartaginenses, herederos de los fenicios. Después de tres duras guerras, en las
cuales se hizo famoso el caudillo cartaginés Aníbal, Cartago fue destruida y su imperio
anexionado a Roma. Las legiones romanas eran superiores a los ejércitos mercenarios que
los cartaginenses sostenían en Sicilia, pero, en cambio, Roma tuvo que adaptarse a la
táctica de la guerra naval, e la que tenía muy escasa experiencia.

En el siglo II a.C. Roma sometió a Grecia, e incorporó por el oeste Hispania y en


Asia Menor el reino de Pérgamo. Los territorios conquistados se convertirían en nuevas
provincias. Se habían puesto las bases del Imperio Romano.

La conquista de la cuenca del Mediterráneo tuvo consecuencias trascendentes para


Roma. Se habían incorporado inmensas provincias, en las que los generales victoriosos
ocuparon ricos botines e hicieron numerosos prisioneros, convertidos en esclavos. La
afluencia de grandes masas de esclavos hizo de éstos la fuerza de trabajo básica del mundo
romano. La concurrencia del grano a bajo precio, procedente de los latifundios de Sicilia y
norte de África, arruinó a la pequeña propiedad. Muchos campesinos emigraban a Roma,
donde no tenían otra posibilidad que vegetar, viviendo de las distribuciones gratuitas de
alimentos y ofreciéndose como clientes a las grandes familias. Así se fue formando un
subproletariado que vivía del panem et circenses, sin realizar ninguna actividad productiva.
En el campo se impuso la gran propiedad territorial, lo que fortaleció a la nobleza, cuyas
riquezas aumentaron. La agricultura italiana se oriento hacia la vid, el olivo y los cultivos
de huerta. Al mismo tiempo se desarrolló un grupo social integrado por aquellos que se
dedicaban a la percepción de los tributos en las provincias. Eran los caballeros. El término
designaba en un principio a una formación militar, pero a la alarga se hizo sinónimo de una
clase social. Se organizaron sociedades para la recaudación de los impuestos y se
constituyeron bancos. Creció así en Roma una capital, con un carácter típicamente
especulativo y detentado por los caballeros, auténtica aristocracia del dinero.

En cambio no se desarrolló en la metrópoli la artesanía. Roma vivía de la


explotación de las provincias, acumulando grandes fortunas con la que compensaba las
importaciones de productos caros de Oriente. Los grandes beneficiarios de esa situación
eran la nobleza y los caballeros. La masa popular, amontonada en la capital, vivía del
inmenso botín, mientras los esclavos constituían la principal fuerza de trabajo explotada.
Por otra parte, había una enorme desigualdad entre los ciudadanos romanos y los
provinciales, carentes éstos de todo derecho. Así, pues, la expansión había enriquecido a
Roma, pero al mismo tiempo habían aumentado las contradicciones en el seno de su
sociedad.

La conquista del Mediterráneo amplió los horizontes espirituales y culturales de


Roma, hasta entonces demasiado rústica y primitiva. Ante todo se produjo una fuerte
helenización, perceptible en la influencia de la lengua griega, pero también en las
costumbres, la vivienda, el auge de las fiestas públicas o la organización de la vida urbana.
Hubo romanos, como Catón, que se escandalizaron ante lo que consideraban una
degeneración de las costumbres tradicionales de su ciudad. Pero no pudieron evitar el

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deslumbramiento de los romanos ante las brillantes culturas que encontraron en Oriente.
Roma abrió ss puertas a las divinidades orientales y a los cultos de misterios. El teatro, de
inspiración helénica, floreció con autores como Plauto y Terencio. Un griego asentado en
Roma, Polibio, fue el más destacado historiador de su tiempo. También brilló a gran altura
la elocuencia, que tuvo su principal cultivador, ya en los últimos años de la República, en
Cicerón.

Desde mediados del siglo II a.C., Roma se vio envuelta en conflictos sociales y
políticos de diversa índole, que pusieron fin al sistema republicano. La dura condición de
los esclavos motivó revueltas, dirigida la más importante por Espartaco en el año 73 a.C., y
duramente aplastada. Por su parte, la abundancia de campesinos despojados de sus tierras
incitó a los hermanos Gracos, tribunos de la plebe, al luchar por una reforma agraria; pero
su intento fracasó. Asimismo, el conflicto de intereses entre la nobleza y los caballeros
desembocó en un enfrentamiento radical, protagonizado por Mario y Sila.

Junto a las contradicciones sociales había otra no menos flagrante: las instituciones
vigentes en la Roma republicana estaban pensadas para gobernar una ciudad, pero no un
territorio de las dimensiones del conquistado por Roma. Al mismo tiempo, al calor de las
guerras civiles y de las nuevas luchas en Oriente (Mitrídates), era cada vez más destacado
el papel de los generales victoriosos. Uno de ellos, César, conquistador de las Galias,
después de haber formado parte del primer triunvirato, estuvo a punto de instaurara el
poder personal. Aunque fracasó, pues fue asesinado, su ideario fuer recogido por Octavio,
quien después de incorporar Egipto y de poner fin a un segundo triunvirato, inauguró una
nueva forma de gobierno, el Imperio.

8– El Imperio y la "pax romana".

Desde Augusto hasta el fin de la dinastía de los Antoninos, se extiende un período


muy brillante en la historia de Roma, el del Alto Imperio o la pax romana (siglos I y II
después de Cristo). Fue la época de mayor esplendor cultural, de máxima expansión de las
fronteras del Imperio y de más intensa actividad económica. Paralelamente, la
romanización se extendió a todas las provincias que habían sido incorporadas a Roma.

El final de las guerras civiles y el cese de la brutal y sistemática explotación de las


provincias fueron los factores fundamentales del renacimiento de la actividad económica
en la cuenca del Mediterráneo. En cuanto a la agricultural continuó la decadencia de Italia,
al tiempo que ascendía el papel de las provincias. La producción de cereales se localizaba
sobre todo en África (Egipto y la zona de Túnez), en tanto que las Galias se especializaban
en la vid e Hispania en el olivo. Hubo algunos progresos técnicos en el cultivo de los
campos (se habla incluso del arado de ruedas), pero, en general, fueron frenados por el
sistema de producción, basado todavía en el trabajo de los esclavos. La producción
artesanal cobró un gran auge. Renació la actividad de los talleres de Oriente y florecieron
algunas actividades industriales en Occidente (talleres de Pompeya, cerámica aretina, etc.).
El comercio conoció una notable expansión, tanto entre las distintas provincias del Imperio
como entre éste y las regiones exteriores. Roma adquiría el norte de Europa ámbar y pieles
y del interior de África las fieras que necesitaba para los juegos. En cuanto al comercio con
Asia oriental funcionaba una ruta marítima con la India y otra terrestre con China (la ruta
de la seda). No obstante, el corazón del Imperio, Italia, y particularmente Roma, seguían
con características idénticas a los siglos anteriores, viviendo de la acumulación de riquezas,
sin desarrollar la producción artesanal. Roma necesitaba mantener a una población

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elevadísima (quizá un millón de habitantes) y en su mayor parte ociosa.

Desde el punto de vista social seguía el pie el sistema esclavista. No obstante, se


observan en estos siglos los primeros síntomas de crisis de ese sistema, al cesar las fuentes
de aprovisionamiento de nuevos esclavos (cesa la conquista de nuevos territorios) y al
proceder a manumitir a muchos de los existentes. La enorme masa popular (pequeños
campesinos en crisis, artesanos de las ciudades, agrupados en collegia, o simple plebe
urbana que vivía de su papel de clientes y de la distribución de alimentos gratuitos,
constituía el grupo de los humiliores. En el otro extremo del abanico social se hallaban los
honestiores, es decir, la nobleza senatorial y los caballeros.

A la República le había sucedido un nuevo sistema de gobierno, el Imperio, en el


cual coexistían la apariencia de continuidad de las instituciones republicanas y la realidad
del establecimiento de un poder personal. En estos siglos al Imperio se le denominaba
Principado, pues a su cabeza se hallaba el princeps (el primero de los ciudadanos).
Paulatinamente se fue imponiendo el carácter monárquico del gobierno, a medida que
aumentaban los poderes del emperador y se extendía el culto al genio imperial. El Senado
perdió su antigua fuerza, convirtiéndose en un simple consejo municipal. En cambio,
Octavio acumuló en sus manos poderes muy amplios y recibió el título de Augusto, antes
reservado a los dioses. El emperador tenía a su servicio al ejército. La administración
imperial alcanzó un notable desarrollo: aparación de un Consejo que auxiliaba
directamente al princeps y creación de oficinas imperiales. Para hacer frente a los
problemas de la urbe romana se crearon los prefectos. Por su parte, las provincias
conquistas recientemente o aún no pacificadas estaban bajo mando directo del emperador.

El Imperio alcanzó sus fronteras definitivas con la incorporación de Mauritania,


Tracia, Bretaña y Dacia. La frontera o limes estaba estrechamente vigilada por un ejército
permanente. No obstante, con este sistema los soldados del limes, aislados de Roma, sólo
obedecían a sus generales. Estaba abierto el camino para que los generales conquistasen el
poder imperial.

El mejor trato dado a las provincias aceleró la expansión de la romanización. Quizá


su vehículo más importante fue la urbanización y la creación de calzadas. Las ciudades de
las provincias trataban de imitar a Roma, tanto en la organización (con el foro y los
monumentos públicos) como en las instituciones municipales. El paso definitivo para el
derecho de ciudadanía se dio en el año 212, siendo emperador Caracalla. El hecho de que
los emperadores Antoninos fueran provincianos prueba la simbiosis lograda entre las
distintas partes del Imperio.

9– La crisis del mundo romano.

A fines del siglo II comenzaron a quebrar las bases en que se había asentado el
Imperio. El Mediterráneo se vio sacudido en el siglo III por una profunda crisis económica,
que fue especialmente grave en las regiones occidentales. La población se estancó a raíz de
la peste del año 180 y de los nuevos brotes epidémicos que le siguieron. En el campo, las
duras condiciones de trabajo de los cultivadores, lo mismo si eran esclavos que los
campesinos jurídicamente libres, degeneraron en revueltas. Las ciudades entraron en
decadencia y la producción artesanal descendió. La devaluación monetaria, practicada por
el Estado, y la inflación, tuvieron también consecuencias negativas. Las prestaciones
exigidas por el Estado eran cada día más elevadas, lo que provocaba el descontento de los

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contribuyentes. En el terreno político el rasgo dominante de la época fue la inestabilidad
del poder imperial, que estaba al alcance de cualquier militar ambicioso. La expansión
exterior quedó detenida. Por su parte, los pueblos que se hallaban al otro lado de la
frontera, los germanos, comenzaron su presión sobre Roma.
En los últimos años del siglo III el emperador Diocleciano puso en práctica una
serie de reformas, con las que intentaba detener el colapso del mundo romano. Alentó la
divinización del a figura del emperador, que en adelante sería considerado un dominus (de
ahí la expresión Dominado con que se conoce a esta etapa del Imperio romano). Para evitar
las querellas sucesorias, y contar al tiempo con eficaces colaboradores, instituyó la
tetrarquía, que consistía en un gobierno compartido por dos emperadores o augustos y dos
césares, herederos suyos. Con el propósito de mejorar la administración imperial potenció
la burocracia. Para hacer frente a la crisis económica y social fijó, mediante un edito, los
precios máximos de venta de los artículos y decidió la adscripción de todos los trabajadores
a sus oficios. Los cristianos, considerados enemigos peligrosos del imperio, y que ya en
tiempos anteriores habían sido atacados, sufrieron una feroz persecución.

En el siglo IV Constantino, después de continuar con esta política de control social,


daría un giro radical al conceder la libertad a los cristianos. Pero nada podía evitar ya la
ruina del imperio romano. Las ciudades continuaban en declive. En el campo triunfaban las
grandes propiedades territoriales, cultivadas esencialmente por colonos, que sustituían a la
mano de obra esclava, cada vez menos abundante. Las revueltas campesinos proliferaron,
muchas veces amparadas en movimientos religiosos de tipo herético. La presión fiscal del
Estado era insoportable. Las clases sociales casi se habían convertido en castas, pues no
existía la menor movilidad social. La distancia entre la riqueza de los poderosos y la
miseria de los débiles se había agigantado. Por último, a la muerte de Teodosio, a finales
del siglo IV el Imperio Romano de dividió en dos: Oriente, con capital en Constantinopla,
la ciudad fundada años atrás por Constantino, y Occidente, que tenía como centro a Roma.
Estos procesos internos del mundo romano coincidieron con la irrupción violenta de los
pueblos bárbaros. La zona oriental, de base griega, resistió la acometida de los pueblos
invasores, convirtiéndose en el punto de partida del futuro imperio Bizantino. En cambio,
la zona occidental del Imperio Romano, de tradición latina, apenas sobrevivió un siglo,
pues desapareció definitivamente el año 476, en que fue depuesto Rómulo Augústulo.

10– La religión y la vida intelectual romanas.

Los romanos tenían, desde los primeros tiempos de su historia, numerosas fuerzas
divinizadas, numina, que intervenían constantemente en todos los actos de su vida. A ellas
se superpusieron las divinidades orientales, con las que entraron en contacto a raíz de su
expansión militar. Los dioses griegos triunfaron plenamente en Roma, donde sólo se les
cambió el nombre. Los dioses, que vivían en los templos, eran los protectores de la ciudad
y de la familia; de ahí la necesidad de rendirles culto. Para conocer su voluntad era preciso
acudieron a la adivinación, auscultando los más mínimos presagios. El culto estaba
minuciosamente reglamentado. Para rendir culto a los dioses e interpretar su voluntad
estaban los sacerdotes, que se hallaban agrupados en colegios (los pontífices, dirigidos por
el pontifex máximus, los flamines, las vestales, etc.), aunque nunca constituyeron una casta
cerrada como en otras civilizaciones.

La creciente orientalización de la religión romana, con la penetración de los cultos


de misterios, intentó ser detenida por Augusto, quien pretendió una vuelta a la pureza
tradicional. Pero su intento resultó fallido. Continuaron su expansión los magos y los

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adivinos y los cultos orientales alcanzaron una enrome popularidad, que puede
simbolizarse con el éxito de Mitra.

El sentido práctico de la vida romana se plasmó pronto en los textos jurídicos.


Aunque ya en la época republicana el derecho romano había alcanzado un alto grado de
desarrollo, su máxima expansión tuvo lugar en la época imperial. Las principales fuentes
del Derecho eran los decretos del Senado y las leyes promulgadas por los emperadores. El
conjunto de las leyes, recogidas más tarde en Códigos, ha ejercido una gran influencia en
Europa: desde el código napoleónico hasta las legislaciones actuales, son deudoras del
patrón jurídico quirinálico o romano.

La época de Augusto conoció un gran florecimiento de la cultura. Nombre como


Tito Libio, Virgilio y Horacio son bien ilustrativos del renacimiento de las letras en el que
se ha denominado el siglo de Augusto. No obstante, la vida intelectual siguió siendo
pujante durante los siglos I y II. La paz civil y las provincias favorecieron la difusión de un
tipo uniforme de civilización, que indudablemente fue beneficioso para la vida cultural. En
Roma floreció una cultura cosmopolita y refinada, transmitida a la través de las escuelas y
muy preocupada por la formas (de ahí el papel que jugó la retórica). Esta cultura se
expresaba en dos lenguas diferentes, el latín en las regiones occidentales y el griego al este.
Basta con citar entre los representantes de la primera tendencia a Séneca, prototipo de la
filosofía estoica; Tácito, cultivador de la historia y Juvenal o Marcial; y entre quienes
escriben en griego, a Plutarco. El espíritu científico decayó, a pesar de la existencia de
figuras tan importantes como el médico Galeno, en naturólogo Plinio y el geógrafo
Tolomeo. En cambio, frente al estancamiento de los conocimientos teóricos, cobró un gran
auge la técnica, la ingeniería, etc.

11. BIBLIOGRAFÍA:

MICHAEL GRANT, dir.: Historia de las Civilizaciones. Tomo 3: Grecia y Roma.


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C. M. BOWRA: La Atenas de Pericles. Alianza Editorial, Madrid, 1974.
M.I. FINLEY: Los griegos en la Antigüedad. Ed. Labor, Barcelona, 1970.
R.H. BARROW: Los romanos. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1973.
J.P.V.D. BALSDON (ed.): Los romanos. Ed. Gredos, Madrid, 1966.
J. VALDEÓN et. al.: Historia de las Civilizaciones y del Arte, caps. 5 y 6. Anaya, 1985.

Ver Bibliografía de mi tema Tema25PD (GRA)

AÑO GRECIA ROMA


1400 Apogeo civilización micénica
1200 Invasión de los dorios
Fundación de Roma (según la
753
tradición)
750 Inicio colonización
509 Fin de la monarquía
490 Inicio guerras médicas
477 Creación Liga de Delos
462 Pericles dirige Atenas
450 Ley de las XII Tablas

18
431 Se inicia la guerra del Peloponeso
367 Los plebeyos acceden al Senado
338 Filipo domina Grecia
334 Campañas de Alejandro
281 Formación reinos helenísticos
264 Inicio guerras púnicas
167 Roma destruye Macedonia
82 Dictadura de Sila
59 Primer triunvirato
43 Segundo triunvirato
27 a.C. Principado de Augusto
Edicto de Caracalla: ciudadanía
212 d.C
romana
235 Se inicia la anarquía militar
285 Gobierno de Diocleciano
313 "Edicto de Milán"
395 Teodosio divide el Imperio
476 Fin imperio romano de occidente

19

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