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DE RASGOS Y ADOPCIONES .......

Javier García1

El objetivo de esta comunicación serán las dificultades de


procesamiento, en la relación hijo – madre (hijo adoptivo – madre
adoptante), de rasgos que el cuerpo del hijo porta de los padres de origen.
¿En qué condición se llevan esos rasgos; qué mecanismos psíquicos
aparecen en el niño y en la madre; qué consecuencias puede tener que la
madre no los reconozca en el hijo?, son algunas de las preguntas que
recorrerán este trabajo.

Mi interés por esta cuestión tomó cuerpo en los tiempos que tuve en
tratamiento analítico a un niño adoptado de recién nacido y a una mujer
madre adoptante de dos niños, también de recién nacidos. Me impresionó la
vivencia de ajenidad que esta paciente sintió en el encuentro corporal con
cada uno de los bebés que serían sus hijos de adopción. ¿Por qué no
debería ser así, si no había tenido la experiencia de tenerlos en su cuerpo y
parirlos? Pero nunca lo había escuchado de una forma tan cruda y
predominante. En otras madres adoptantes el deseo de hijo y maternidad
procesa un “nido” afectivo que espera al bebé, de modo que en el encuentro
algo ya estaba allí; algo propio que apropia. En esta paciente este “nido”
afectivo no se había podido tejer por lo que imperaba la vivencia de ajenidad
que en otras madres tiene una presencia más silenciosa, aunque siempre
está allí. El recorrido se va armando desde la resignación de un embarazo
propio y el deseo de adopción, siempre entramados en cada historia
vivencial singular, hasta el encuentro con el bebé a adoptar, está poblado de
fantasías, temores reales y desilusiones, que permiten ir renunciando a la
expectativa de encuentro con los rasgos propios. Este trabajo de renuncia
previo (duelo) parece liberar sorprendentemente al deseo de hijo, que ejerce
una acción decisiva en la apropiación de rasgos ajenos. La erogenización
del bebé depende de que esto pueda darse y las primeras identificaciones
también están allí en juego.

Citaré un fragmento del relato de esta paciente que contiene este


intríngulis entre lo propio y lo ajeno, lo deseado y lo rechazado y las
identificaciones: “Al principio uno siente al niño muy ajeno. Lo siente como
es: ajeno. Tenía miedo de no quererlo, de no aceptarlo. Lo veía que era
ajeno. No era igual a mí. Fui con un médico que lo revisó antes de que yo
entrara. Le pregunté: ‘¿Cómo es? ¿Es muy morocho?’. Como si fuera
importante... como si fuera negro 2. Me parecía monstruoso discriminar así a

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Psiquiatra, Psicoanalista. Bvard. José G. Artigas 2654. 11600 – Montevideo, Uruguay.
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un niño. Cuando lo alcé lo sentí más ajeno y... como que me miró, como si
me dijera: ‘¡¿Y vos quién sos?!’”.

Es bien interesante esta ocurrencia, donde en un movimiento de


reflexión queda ella interrogada en su identidad. En alguna medida esta
interrogación está planteada en toda madre. Un hijo parido por el propio
cuerpo es también otro, y estos rasgos diferenciales de alteridad interrogan
a la madre en su identidad y sus deseos. Pero no es lo mismo hablar de
alteridad que de ajenidad. Los rasgos diferenciales se dan sobre un contexto
de lo propio. Y este contexto no es biológico especialmente, aunque
implique conductas instintivas, pues lo vemos afectado en muchas
psicopatologías que involucran de una u otra forma los procesos psicóticos.

Se trata de intensos movimientos de identificación narcisista, sin duda


favorecidos por la gestación, parto y puerperio, pero que los exceden. No
hay nada nuevo al plantear la importancia de esta identificación así como de
la posición y función de la madre. Ya hace casi medio siglo que Winnicott
ponía allí el énfasis (1956). Describió la identificación materna con el hijo
pequeño y la diferenció de los aspectos biológicos en juego, evocados por
ejemplo en el concepto de “simbiosis”. El estudio de la función materna en
sus momentos más precoces con el bebé lo lleva a formular el concepto de
“Preocupación maternal primaria” (1956). Lo vincula con un movimiento
narcisista comparable – dice – “con un estado de replegamiento o de
disociación, o con una fuga o incluso... (con) un episodio esquizoide” (ob.
cit). La madre de nacimiento sería la persona más idónea para el desarrollo
de esta función, y esto no queda remitido solo a aspectos biológicos sino a
la experiencia corporal-afectiva del embarazo. Indudablemente nos
referimos a cuerpo erógeno y a representaciones del cuerpo en el yo, en una
exaltación libidinal, narcisista y de deseo. No obstante, en el trabajo citado,
Winnicott también sostiene que “una madre adoptiva (...) que pueda estar
enferma en el sentido de preocupación primaria, también puede estar en
condiciones de producir una adaptación suficiente, gracias a cierta
capacidad para la identificación con el bebé” (ob. cit, p. 411 3).

Como sabemos desde Freud la identificación es una apropiación


(siguiendo aquí el modelo de la identificación histérica). En el caso nuestro,
nos referimos a una identificación en la madre, en su encuentro con el bebé,
de características narcisistas, no secundarias como la referencia freudiana,
ni imaginaria en sus efectos últimos como lo supone la posición histérica.
Para decirlo rápidamente: tiene lo narcisista descrito por Winnicott y lo

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El rechazo y desvalorización social al “negro”, como a otros grupos humanos con
rasgos diferenciales estigmatizados, es compartido también por los hijos adoptivos.
Aquí ella parece tomar esta discriminación social peyorativa como expresión de su
rechazo, también muy ligado a sus ideales del yo (yo ideal).
3
D. W. Winnicott – “Escritos de pediatría y psicoanálisis” (1931 – 1956).
Barcelona, 1981, Ed. Laia. (Tavistock Publications, Londres, 1958).
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simbólico que Piera Aulagnier conceptualiza en la “violencia primaria” . Se


trata de conceptos que provienen de marcos teóricos diferentes, en lo que
se refiere a “sujeto”, “objeto” e “identificación”, de modo que tomaré rasgos
de ellos.

La regresión materna a la que hace referencia Winnicott y que vincula


a un replegamiento, a un disociación y a un funcionamiento esquizoide, da
cuenta de un estado psíquico muy cercano y hasta inseparable de la
experiencia afectivo – corporal de la madre con el hijo. Winnicott habla de
una entrega temporaria de la madre “a esa única tarea: el cuidado de su
bebé. Está íntimamente identificada con éste, y puede ponerse en su pellejo,
por decirlo así”.

(D. Winnicott (1965), “Nuevos esclarecimientos sobre el pensar de los


niños”; en: “Exploraciones psicoanalíticas””, Ed. Paidós, Barcelona, 1993).
Sin pensarlo (destacados nuestros) – dice Winnicott * - la madre sabe lo
que su bebé necesita. Para poder gozar de esta intensa experiencia
identificatoria “la madre necesita estar protegida de la realidad externa **.

Esta protección implica al ambiente que los rodea, social, familiar, pero
también y especialmente al propio funcionamiento psíquico de la madre que
utilice recursos a los efectos de sostener ese estado transitorio de intensa
identificación. Debemos entender que aquello que perturbe esta
identificación requiere ser dejado afuera. Los mecanismos psíquicos
narcisistas en juego (replegamiento, clivaje, desmentida) no entran en
funcionamiento de modo general e inespecífico, sino a los solos efectos de
permitir ese estado transitorio de identificación. Winnicott caracteriza aún
más a esta identificación describiéndola como “cruzada” *, mutua, del bebé y
de la madre. Dice: “...aunque todos los niños toman alimento, no existe una
comunicación entre el bebé y la madre excepto hasta que se desarrolla una
situación de alimentación mutua. El bebé alimenta, y la experiencia del
bebé incluye la idea de que la madre sabe que es ser alimentada” (Ibíd.).
Estas experiencias complejas de mutualidad que el autor explica por el
mecanismo de la identificación proyectiva parecen más bien responder,
como lo proponen mucho más recientemente J. Bergès y G. Balbo * (1998),
a un transitivismo que podríamos describir también mutuo.

Esta experiencia afectivo-corporal bebé – madre es obviamente


asimétrica, y en la madre que dispone de lenguaje, está unida a palabras
que le dirige al hijo. Lo que ocurre en el bebé y las palabras que le dirige la

P. Aulagnier – “La violencia de la interpretación” (1975). Ed. Amorrortu, Buenos
Aires, 1977.
*
“Ideas y definiciones”; En: “Exploraciones psicoanalíticas”. Ídem.
* *
“La experiencia de mutualidad entre la madre y el bebé” (1969). En:
“Exploraciones psicoanalíticas”. Ed. Piados, Barcelona, 1993.
*
1969. Ob. cit.
*
Jean Bergès, Gabriel Balbo – “Sobre el transitivismo”. Ed. Nueva Visión,
Buenos Aires, 1999.
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madre, dando sentidos a esas experiencias, no son superponibles. Quiero


decir con esto que no hay allí una relación de identidad entre la experiencia
del bebé y el pensamiento, ideas, acciones de la madre. El discurso
materno se impone, necesariamente, como forma de organización de
esa experiencia. Es aquí donde tomo rasgos del concepto de “violencia
primaria” de Piera Aulagnier, en tanto “acción mediante la cual se le impone
a la psique de otro [infans] una elección, un pensamiento o una acción
motivados en el deseo del que lo impone” *. En el “estado de encuentro”
donde esto se da es imposible separar los espacios psíquicos del infans y
de la madre. Las palabras maternas surgen de una experiencia erógena
pero a la vez inscriben la experiencia erógena. Es decir, se introduce una
dimensión simbólica donde la cultura, la historia y el deseo materno hacen
carne en (o hace de la carne) cuerpo erógeno.

El aporte de Bergès y Balbo antes referido, sobre una identificación


transitivista, no proyectiva, reúne en mi opinión, en otro plano conceptual, lo
que intentan teorizar los conceptos anteriores de Winnicott y Aulagnier.
Cuando la madre dice algo o exclama a partir de algo que hace o le pasa al
bebé, introduce palabras y afectos que no estaban en el hijo. El niño hace
suya esta palabra y afectación materna. No es que sienta algo porque la
madre lo sintió, como en una identificación histérica, sino que “adopta para
sí la hipótesis planteada por su madre” *, según la cual él habría sentido eso.
El transitivismo pasa necesariamente por el cuerpo de la madre y el bebé,
por el discurso transitivista que surge en la madre en esa experiencia,
discurso que “obliga (al bebé) a tener en cuenta los afectos que ella nombra”
y lo fuerzan “a integrarse a lo simbólico”. El niño “va a experimentar
realmente, y en un efecto de espejo, lo que otro (la madre, en particular)
supuso y él debe experimentar” *.

La identificación proyectiva quedaría diferenciada del transitivismo


materno porque éste último permite la incorporación simbólica (identificación
transitivista) en el hijo. El transitivismo ocurre en la experiencia corporal de
afectaciones que se hacen palabras maternas que organizan e inscriben la
experiencia erógena en el bebé. La identificación proyectiva de la madre
sería como un transitivismo proyectivo patógeno por déficit del transitivismo
materno y con consecuencias negativas para la incorporación en el hijo. El
imaginario proyectado evita la experiencia corporal mutua transitivista y lo
que ella permite de inscripción simbólica.

El pequeño fragmento del relato de mi paciente – mamá de adopción –


donde se siente interrogada por su identidad por el bebé, podemos pensarlo
como identificación proyectiva. Ella se identifica con una ajenidad que
supone en él por proyección. Hay allí una experiencia corporal de

*
Ob. cit., pág. 36.
*
Jean Bergès, Gabriel Balbo, ob. cit, pág. 19.
*
Ob. cit.
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transitivismo proyectivo. La reflexión rebotante entre ellos: “Tú no sos mío,


sos ajeno; y ¿quién sos vos?”, va ligada a una experiencia corporal de
desencuentro que denota la insuficiencia del deseo materno. La experiencia
corporal-afectiva parece armarse especialmente por la moción de deseo
materno, por su fuerza. La moción instala al mismo tiempo la propiedad: sos
mi hijo, y la alteridad: no sos yo. El transitivismo que describo, a diferencia
de la identificación proyectiva, contiene una dimensión simbólica, fundante
de la constitución subjetiva del hijo.

*****************

Tomaré ahora un ejemplo clínico de un adolescente temprano, hijo adoptado


de recién nacido, con padres de nacimiento desconocidos, que estuvo en
análisis conmigo desde sus 11 años. Mi intención es trabajar estas cuestiones
desde el hijo adoptado y en sus efectos posteriores.

Se trata de dos tipos de actos que él realiza en sesión: uno es arrancarse


pedacitos de piel y cascaritas y el otro sacarse pelos. Estos actos se
caracterizan por su repetición insistente y porque se dan en forma
independiente del discurso verbal. Hablar de ello le fue por mucho tiempo
imposible. Sus brazos estaban siempre lastimados con pequeñas heridas y
múltiples cascaritas que se dedicaba a desprender, así como a pelliscarse la
piel y provocarse nuevas heridas. En una oportunidad en que le pregunto por
esa conducta dice:
"¿Qué hago?. Yo que sé. Siempre me pellizco y me lastimo y me arranco
cascaritas. Es ... yo que sé ... Lo hago mecánicamente; no sé. Vos decís:
¿porqué lo hago?. Yo no sé. ¿Es importante?."
Le digo que es su cuerpo, su piel.
"Yo creo que a mi cuerpo lo quiero y lo cuido ... pero mi piel no me gusta.
Me gustaría tener la piel blanca. Yo que sé. No soy negro pero soy morocho ...
o un poco, yo que sé4. Es media oscura. Yo no me había dado cuenta, me
parece, porque un día tenía el brazo mío al lado del de mi madre .... La de mis
padres es bien blanca."
Le digo que es una diferencia que él no podía ver y que le gustaría tener la
piel de sus padres adoptivos, pero que en su piel hay algo de sus padres de
nacimiento.
“¿Vos decís que yo rechazo eso? ... Nunca se habla de eso en casa. A
veces me parece que mamá me ve como ella. Cuando voy a la playa (él hace
surf y pasa muchas horas en la playa) y hace mucho sol, me dice que se me va
a lastimar la piel, a hacer llagas ¿no?. A quemarme. Y eso le pasa a ella y a
papá, porque son muy blancos, pero a mí no."
Le digo que la madre lo ve con la piel blanca de ella y no ve su piel distinta.

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Observamos otra vez el estigma social por ser de piel negra ligado a ser
adoptado.
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Él empieza a ver que en realidad su piel es más fuerte que la de sus padres,
pero la lastima y se hace llagas como si tuviera la piel blanca de ellos.

En otra oportunidad, mucho más espectacular, se pelea con la novia. Ella le


recrimina que no es bueno con ella y él siente que no la merece. Se siente una
"porquería", golpea el puño contra la pared hasta lastimarse y luego con una
navajita se tajea superficialmente el pecho. Dice que fue algo incontenible, que
se sentía profundamente malo e inquerible y que fue como querer arrancarse
“eso” (piel). Su novia es de piel muy blanca como sus padres adoptivos, cosa
que él valora mucho.
En oportunidades en que la madre ha viajado al exterior del país, le ha
encargado trajes de surf que él le detalla: marca, talle, color, diseño y lugar
donde comprarlo. Ninguno de los trajes que la madre le trajo en sus distintos
viajes coincidió con su pedido. Estos trajes son como una segunda piel para el
surfista. Siempre han sido más finos y de colores y modelos diferentes a los
que él pedía, aparentemente porque la madre extraviaba su pedido.
Lo mismo que con la piel le sucede con su pelo que es castaño oscuro, casi
negro, y con rulos intensos que él llama: "motas". A veces se saca un pelo en la
sesión, juega con él, lo mira y me lo muestra.
Me resulta curioso que en mi recuerdo su cabello y su piel son más claros y
necesito rectificarlo para reconstruir su imagen. Tengo en mi recuerdo la
imagen de como la madre lo ve. En el acto de arrancarse pedazos de piel y
provocarse "llagas", realiza la imagen que la madre tiene de su cuerpo,
rechazando-arrancando su piel oscura y realizando las "llagas" que ella le
anuncia; "llagas" de la piel de la madre. La piel distinta, oscura, lo hace sentir
una "porquería", inquerible y quiere deshacerse de "eso" que son huellas
corporales de sus padres de nacimiento, que han sido rechazadas de la
imagen que posee de sí. Este rechazo vuelve en acto bajo la forma de real no
simbolizado ni imaginarizado en sus representaciones de sí.
En una comunicación anterior (“Los orígenes del sujeto psíquico – Adopción
–“; Inédito, 1992) trabajé a partir de esta viñeta clínica la idea de una
especularidad mutua madre-bebé. Momento necesario, doblemente especular
(para la madre y para el bebé) y una actualización de la identificación primaria
de la madre. En el momento narcisista de la identificación la madre se
experimenta y se ve en el bebé al tiempo que éste se identifica con la imagen
que ella tiene de él. Los rasgos diferenciales entran en juego al irse
reconociendo los parecidos a otros (padre, tíos, abuelos y ancestros) en una
combinación que lo singularizará en alteridad. Esto promueve el deseo de la
madre. Planteé allí que el momento narcisista tiene una dificultad especial en
las relaciones de adopción y que, para que pueda darse, la madre puede tener
que recurrir a extremar la desmentida de rasgos que le impedirían la
mutualidad especular. Parece constituirse aquí una peculiaridad y dificultad
para los hijos de adopción, en esas zonas donde la inscripción erógena
desconoce rasgos propios.
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François Dolto5 ha enfatizado con acierto que todo niño debe ser adoptado
por sus padres y que no es imprescindible ser criado por padres de nacimiento
a los efectos de la estructuración psíquica. Pero la “universalidad de la
adopción de una historia simbólica no borra las dificultades específicas que
tendrá un niño por ser adoptado. Si un niño adoptado se pregunta "¿Quién
soy?", "¿De dónde vengo?", "¿Quién es mi padre y mi madre?", "¿Cuál es mi
destino?", no dejamos de reconocer en cada una y en todas estas preguntas,
las interrogantes que el psicoanálisis reconoce en todo sujeto por su condición
de excentricidad respecto al Yo, o de otro modo, por la división entre un sujeto
de la conciencia y un sujeto de deseo. Por algo es Edipo, la tragedia de un
hombre adoptado en busca de sus orígenes, una tragedia compartida que nos
conmueve. La “escena primaria” tiene una función enigmática que nos mueve a
la búsqueda e historización como hijos. Enigma que, a diferencia de Edipo Rey,
funciona como desafío y límite de lo posible. Es en esta medida que la historia
que busca un hijo adoptado se engarza con la “escena primaria” y no termina
con los hallazgos que pueda eventualmente realizar.
Cuando proponemos una peculiaridad en los niños adoptados de recién
nacidos, constituida por “escotomas” en su constitución erógena simbólica,
destacamos otro motivo de insistencia, repetición y búsqueda. Cuando mi
paciente me muestra su pelo oscuro enrulado (“mota”) no realiza un acto
automático sino una interpelación que me confronta su rasgo con la imagen
que tengo de él. Es en ese rasgo donde el deseo debe hacer cuerpo (erógeno)
disponible para ser transcripto e historizable.

5
“Seminario de Psicoanálisis de Niños”

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