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Javier García1
Mi interés por esta cuestión tomó cuerpo en los tiempos que tuve en
tratamiento analítico a un niño adoptado de recién nacido y a una mujer
madre adoptante de dos niños, también de recién nacidos. Me impresionó la
vivencia de ajenidad que esta paciente sintió en el encuentro corporal con
cada uno de los bebés que serían sus hijos de adopción. ¿Por qué no
debería ser así, si no había tenido la experiencia de tenerlos en su cuerpo y
parirlos? Pero nunca lo había escuchado de una forma tan cruda y
predominante. En otras madres adoptantes el deseo de hijo y maternidad
procesa un “nido” afectivo que espera al bebé, de modo que en el encuentro
algo ya estaba allí; algo propio que apropia. En esta paciente este “nido”
afectivo no se había podido tejer por lo que imperaba la vivencia de ajenidad
que en otras madres tiene una presencia más silenciosa, aunque siempre
está allí. El recorrido se va armando desde la resignación de un embarazo
propio y el deseo de adopción, siempre entramados en cada historia
vivencial singular, hasta el encuentro con el bebé a adoptar, está poblado de
fantasías, temores reales y desilusiones, que permiten ir renunciando a la
expectativa de encuentro con los rasgos propios. Este trabajo de renuncia
previo (duelo) parece liberar sorprendentemente al deseo de hijo, que ejerce
una acción decisiva en la apropiación de rasgos ajenos. La erogenización
del bebé depende de que esto pueda darse y las primeras identificaciones
también están allí en juego.
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Psiquiatra, Psicoanalista. Bvard. José G. Artigas 2654. 11600 – Montevideo, Uruguay.
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un niño. Cuando lo alcé lo sentí más ajeno y... como que me miró, como si
me dijera: ‘¡¿Y vos quién sos?!’”.
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El rechazo y desvalorización social al “negro”, como a otros grupos humanos con
rasgos diferenciales estigmatizados, es compartido también por los hijos adoptivos.
Aquí ella parece tomar esta discriminación social peyorativa como expresión de su
rechazo, también muy ligado a sus ideales del yo (yo ideal).
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D. W. Winnicott – “Escritos de pediatría y psicoanálisis” (1931 – 1956).
Barcelona, 1981, Ed. Laia. (Tavistock Publications, Londres, 1958).
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Esta protección implica al ambiente que los rodea, social, familiar, pero
también y especialmente al propio funcionamiento psíquico de la madre que
utilice recursos a los efectos de sostener ese estado transitorio de intensa
identificación. Debemos entender que aquello que perturbe esta
identificación requiere ser dejado afuera. Los mecanismos psíquicos
narcisistas en juego (replegamiento, clivaje, desmentida) no entran en
funcionamiento de modo general e inespecífico, sino a los solos efectos de
permitir ese estado transitorio de identificación. Winnicott caracteriza aún
más a esta identificación describiéndola como “cruzada” *, mutua, del bebé y
de la madre. Dice: “...aunque todos los niños toman alimento, no existe una
comunicación entre el bebé y la madre excepto hasta que se desarrolla una
situación de alimentación mutua. El bebé alimenta, y la experiencia del
bebé incluye la idea de que la madre sabe que es ser alimentada” (Ibíd.).
Estas experiencias complejas de mutualidad que el autor explica por el
mecanismo de la identificación proyectiva parecen más bien responder,
como lo proponen mucho más recientemente J. Bergès y G. Balbo * (1998),
a un transitivismo que podríamos describir también mutuo.
*
Ob. cit., pág. 36.
*
Jean Bergès, Gabriel Balbo, ob. cit, pág. 19.
*
Ob. cit.
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Observamos otra vez el estigma social por ser de piel negra ligado a ser
adoptado.
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Él empieza a ver que en realidad su piel es más fuerte que la de sus padres,
pero la lastima y se hace llagas como si tuviera la piel blanca de ellos.
François Dolto5 ha enfatizado con acierto que todo niño debe ser adoptado
por sus padres y que no es imprescindible ser criado por padres de nacimiento
a los efectos de la estructuración psíquica. Pero la “universalidad de la
adopción de una historia simbólica no borra las dificultades específicas que
tendrá un niño por ser adoptado. Si un niño adoptado se pregunta "¿Quién
soy?", "¿De dónde vengo?", "¿Quién es mi padre y mi madre?", "¿Cuál es mi
destino?", no dejamos de reconocer en cada una y en todas estas preguntas,
las interrogantes que el psicoanálisis reconoce en todo sujeto por su condición
de excentricidad respecto al Yo, o de otro modo, por la división entre un sujeto
de la conciencia y un sujeto de deseo. Por algo es Edipo, la tragedia de un
hombre adoptado en busca de sus orígenes, una tragedia compartida que nos
conmueve. La “escena primaria” tiene una función enigmática que nos mueve a
la búsqueda e historización como hijos. Enigma que, a diferencia de Edipo Rey,
funciona como desafío y límite de lo posible. Es en esta medida que la historia
que busca un hijo adoptado se engarza con la “escena primaria” y no termina
con los hallazgos que pueda eventualmente realizar.
Cuando proponemos una peculiaridad en los niños adoptados de recién
nacidos, constituida por “escotomas” en su constitución erógena simbólica,
destacamos otro motivo de insistencia, repetición y búsqueda. Cuando mi
paciente me muestra su pelo oscuro enrulado (“mota”) no realiza un acto
automático sino una interpelación que me confronta su rasgo con la imagen
que tengo de él. Es en ese rasgo donde el deseo debe hacer cuerpo (erógeno)
disponible para ser transcripto e historizable.
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“Seminario de Psicoanálisis de Niños”