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TEMA 27.

NACIMIENTO Y EXPANSIÓN DEL ISLAM

Versión b

1. Los árabes preislámicos.

2. Mahoma.

3. La religión islámica

4. La expansión del Islam.

5. La economía y sociedad en el mundo islámico.

6. La cultura musulmana.

7. BIBLIOGRAFÍA.

1– Los árabes preislámicos.

El Islam es una religión que, como el cristianismo, se extiende por toda la


superficie de la tierra. Pero, a diferencia de otros credos, su expansión fue muy rápida, y un
siglo después de la muerte de Mahoma, sus fieles se encontraba ya en gran parte del
Antiguo Continente, desde el Sahara y los Pirineos hasta las planicies del Asia Central y el
Índico. Excepto España, la Palestina de los cruzados y tal vez Israel, ningún estado
Islamizado dará marcha atrás en el arraigo de dicha religión.

El Islam nació en Arabia. Era ésta una península semidesértica, con unas pocas
zonas relativamente florecientes. Predominaban los nómadas o beduinos, que tenían una
organización tribal muy fuerte y una religión animista. En las regiones húmedas había
sociedades más desarrolladas, especialmente en el Yemen, al suoreste. Al mismo tiempo el
desarrollo del comercio había permitido el nacimiento de algunas repúblicas de
mercaderes, por ejemplo, en La Meca. Así, junto al tradicional mundo nómada se había
constituido una económica mercantil, lo que había permitido disolver la sociedad tribal y
batir en retirada a la religión animista, dando paso en su lugar a religiones de tipo
individual, como el judaísmo y el cristianismo. Pero éstas eran ideologías extranjeras,
ligada alas potencias en lucha por el control de mercado árabe. Se necesitaba una estado
genuinamente árabe, guiado por una ideología propia, adaptado a las nuevas condiciones
existentes pero suficientemente próximo al mundo beduino.

Los textos antiguos mencionan a los árabes como habitantes de la Península que
aún hoy lleva su nombre. Se trata de una región inhóspita, donde apenas crecen otras
plantas que las halófilas (capaces de resistir la tierra salobre). Las escasas charcas existente
contienen también aguas salobres, que muchas veces beben los camellos pero no los
hombres, que, en cambio, se hidratan con la leche de aquéllos. Pero es preciso tener en
cuenta que el clima de la Península arábiga no siempre fue así: la transición al desierto es,

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desde el punto de vista de la escala geológica, relativamente reciente (5 a 6 mil años). Se
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trata de un territorio que ocupan unos 2,5 millones de Km , con una población escasa y en
general dependiente de los mínimos recursos hidráulicos existentes: nomadismo que, en el
caso de los pastores que tenían que proceder a efectuar largos recorridos en busca de
alimentos para sus cabañas, propició una costumbre luego respetada por el Islam: la
bigamia o poligamia.

Hacia el tercer milenio a.C. es cuando los árabes aparecen por primera vez
mencionados en los textos escritos de los pueblos vecinos como los sumerios cuyas tierras
ambicionaban para poder apacentar a sus animales o –algunos– para recuperar la condición
de agricultores sedentarios que conocieron sus antepasados. En el primer milenio a.C. se
encontraban ya en las fronteras de Palestina, Siria y Mesopotamia. Desde entonces hasta
aproximadamente el año 500 d.C. continuaron sobreviviendo gracias a grandes obras de
irrigación, y a que su posición estratégica les permitía dominar los caminos de los aromas y
las especias, y l mar desde Somalia hasta la India.

Gracias a la domesticación de los animales, los árabes siguieron saliendo de la


ratonera en que se había convertido progresivamente el sur de la Península, cuya área de
cultivo disminuía poco a poco y no bastaba para alimentar a toda la población. La primera
innovación, y la más importante, fue la introducción del camello. Este animal parece haber
sido domesticado durante el tercer milenio a.C. en el Turán, y fue usado, a partir de
entonces, como medio de transporte del cual se descabalgaba para entrar en combate. Por
la misma época existían dromedarios salvajes, que hacia el 2000 a.C. fueron domesticados.
En el primer milenio a.C., y según testimonio de Estrabón, los nómadas vivían en
Hichaz, al lado de una serie de animales cuyo eco se encuentra en los nombres de algunas
tribus de la época de Mahoma, en incluso en antropónimos de hoy en día: asad o león,
qurays
o tiburón, fahd o pantera, nimr o tigre, ciervos, gacelas, vacas, etc. Estos animales tuvieron
que retirarse hacia el norte, en donde los asirios y otros pueblos del Creciente Fértil los
exterminaron. El dromedario tuvo suerte distinta: capaz de alimentarse en un país
semidesértico a base de matorrales espinosos, saldos y ácidos, y de plantas halófilas como
la atocha, que no admiten ni cabras ni ovejas, constituyeron el verdadero motor de la
expansión árabe por tierra, a pesar de que los pozos se agotaran y los oasis estuvieran cada
vez más alejados entre sí: un dromedario, más resistente que el camello, va más deprisa
que un caballo, puede recorre 300 Km. en un día, llevar más de 200 Kg. de carga y beber,
de una sóla vez, hasta 130 litros, lo que le permite aguantar 17 días con 50ºC. Por su parte,
el caballo será utilizado como arma de ataque, especialmente a partir del siglo IV d.C. (el
estribo será conocido por mediación de China a partir del siglo II d.C.), lo que permitió
hacer cada vez más incisivas la algazúas de los beduinos.

En el momento de la unificación de la unificación de la Península por Mahoma, las


himas o reservas pasaron a ser dominio del Islam, y cualquier ataque de los beduinos se
considerará como pecado, puesto que Dios y su Enviado podían dar seguridad a las
personas, animales y cosas.

Con estas premisas se desarrollo la trashumancia supuso ciertas modificaciones


sociales como que el sayyidd (señor) de la tribu se transformase en un queje sayd, cuyo
cargo paso a considerarse como vinculado al clan más importante, pero sin reglas estrictas
que regulasen la sucesión, lo cual llevó con frecuencia a enfrentamientos entre parientes
próximos.

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El armamento de los primeros siglos d.C. (espadas, lanzas, arcos, flechas...) no era
complicado ni difícil de manejar, y de aquí que los beduinos pudieran disponer de él,
enfrentarse en igualdad de condiciones con sus vecinos de las zonas sedentarias, dar golpes
de pequeña escala y perderse luego en el desierto. Las armas pesadas sólo aparecerán de
modo esporádico ante de la expansión del Islam.

Las fuentes tradicionales árabes hablan de una sociedad tribal casi


permanentemente en guerra o bien por reyertas entre individuos de distintos clanes o por el
mal uso de un pozo de agua, elemento fundamental para la supervivencia en la estepa, el
rapto de mujeres o caballos, etc. Su religión era básicamente politeísta, existiendo tríadas
de divinidades, que tienen distintos nombres según el pueblo que los use, existiendo
además unos cuantos ídolos totémicos y astrales. Como correspondía a un pueblo belicoso
pero también comerciante, tenían unos días (luego extendidos a semanas y meses,
antecedentes del Ramadán) en los que a las fiestas y ferias se correspondía un período en el
que el robo o la guerra no consentidos, como tributo a la seguridad de las rutas
comerciales. En tiempos anteriores al nacimiento de Mahoma (550), ya existía un Dios que
destacaba sobre los demás, pero en todo caso sin anularlos. Estos dioses tenían sus propios
tesoros, y sus santuarios se solían ubicar en los caminos más frecuentados por las
caravanas comerciales de la época preislámica.

La tribu era algo sumamente fluctuante: es una rama del pueblo que, a su vez, se
subdivide en subtribus y en fracciones. Las tribus tenían entre mil y dos mil individuos, y
estaban regida por un sayyid, señor, título que también recibían los jefes de los clanes,
Posteriormente se utilizó más el título de sayj, queje, anciano, cuyo poder parece que sólo
estaba limitado por la obligación de consultar a una asamblea de notables o jefes de clan.
La actuación concreta de un árabe de pura cepa, según los textos antiguos, venía
determinada por el honor y la hombría, conceptos muy amplios que no se corresponde
exactamente con los islámicos. En todo casi, podía ser mancillado por una calumnia,
injuria o sátira dirigida contra la tribu, la familia o el individuo. Para evitar caer en el
deshonor era lícito empeñar cualquier sistema de defensa, incluso el asesinato de los
maldicientes, que en general era poetas. Los actos que acrecentaban esta virtud eran la
generosidad, la protección de los débiles, etc., y dentro de la sociedad preislámica se
jerarquizaba dando mayor importancia al libre frente al esclavo, al hombre frente a la
mujer, al noble frente al humilde.

Mahoma, con su mensaje, relativizó algunos de estos conceptos, al hacer por


ejemplo, ante la religión, la riqueza, la generosidad, la nobleza y la ascendencia iguales a la
piedad, hasta el punto de que bastaba con esta virtud par ser todos iguales ante Dios y
hacer válida la expresión: Dí: yo soy así y no digas así fue mi padre.

Al lado del poeta, representaba un papel preponderante, en la sociedad árabe de la


época, el brujo y el sacerdote. Del primero se esperaba que con sus conjuros atrajera la
desgracia sobre el enemigo, y del segundo que cuidara del santuario del dios respectivo, el
betilo, durante las migraciones, y que rogase por los guerreros al entrar en combate.

El poeta tenía un talante de cronista. La casida es una forma literaria e histórica que
daba solemnidad a las leyendas y servía para perpetuar las raíces históricas del pueblo, y
que sería configurada poco ante del nacimiento de Mahoma, quien se lamentó en los
inicios de su vida en Yatrib de no tener poeta –es decir, periodistas– a su servicio para
responder a las invectivas de sus enemigos.

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2– Mahoma.

En este ambiente nace Mahoma, a finales del siglo VI, en La Meca. La dificultad
de escribir una biografía sobre Mahoma radica en que los textos, las fuentes en que hay
que basarse, son bastante tardíos ( uno o dos siglos posteriores a su muerte) y laudatorias,
las musulmanas, y despectivas las cristianas, no faltando, por ejemplo, quienes intentaron
demostrar que Mahoma jamás tuvo una existencia histórica, o quienes intentaban justificar
el nacimiento del Islam como una consecuencia de una lucha de clases en el seno de la
Arabia preislámica.

En todo caso, pese a las dudas y lagunas sobre su vida, se está de acuerdo en que
Mahoma (en árabe, Muhámmad, el Alabado) vino al mundo en el año en que el gobernador
abisinio del Yemen realizó una expedición contra La Meca. Así, Mahoma pudo haber
nacido hacia el 550 d.C., aunque la tradición apunta a n nacimiento entre el 567 y 572.

Mahoma pertenecía a la rama más pobre de una tribu de la ciudad, al clan de los
hasimíes, que si bien entonces era poco influyente, conservaba aún parte de su antiguo
prestigio, y éste le servirá de escudo en los momentos más difíciles de su predicación, pues
sus enemigos, si se mofaron de él, no se atrevieron a asesinarle para no caer en el círculo
vicioso de le ley del talión. Por parte materna es posible que tuviera parientes en Yatrib, la
futura Medina. Es muy poco lo que se sabe de su infancia y juventud. Huérfano
prematuramente de padre y madre, fue recogido por su abuelo y posteriormente por su tío,
Abu Tálib, quien le protegió hasta que contrajo matrimonio.
Después de una vida difícil, a los veinticinco años entró al servicio de una rica
viuda, Jadicha (o Khadija, como en otros textos cristianos se la nombra), con la que se casó
pese a que le doblaba en edad. Con ella tuvo varios hijos, pero todos, a excepción de
Fátima, le premurieron.

Al principio de su matrimonio, Mahoma se consagró a cuidar los negocios de su


mujer, y es posible, pero no seguro, que realizara algunos viajes en el transcurso de los
cuales podría haber llegado hasta Siria, en donde habría conocido a un monje, que le habría
dado a conocer el monoteísmo. Pero su posterior vocación religiosa puede explicarse sin la
existencia de contactos con el mundo no árabe. En esa época debió ser un pagano piadoso:
creería en genios, demonios y augurios. La Meca era un lugar santo para él y admitía los
sacrificios cruentos y la peregrinación. En un momento dado, bien como resultado de una
lenta maduración o porque se sintió llamado por dios para conducir a sus contríbulo,
recibió la primera revelación. Mahoma se retiraba con frecuencia a meditar en la soledad.
Una día el convencimiento de que se le había aparecido el arcángel Gabriel y le había
ordenado predicar. Mahoma se creyó elegido por Allah (la divinidad) para recitar las
revelaciones que le transmitían Gabriel o el espíritu divino. Esta circunstancia aconteció
entre el 610 y el 622. Las primeras comunicaciones con al divinidad se describen con u n
cierto detalle en El Corán. En el momento de recibir la revelación se envolvía en un manto
y parecía ser un poseso, un sacerdote o un brujo. Cuando se encontraba en lena crisis
percibía palabras, rara vez visiones, que quizá había oído pronunciar en estado de vigila sin
prestar atención. Este pudo ser el modo como se introdujeron en la nueva religión las
influencias judías y cristianas, pero debidamente reelaboradas por Mahoma.

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Ni Mahoma pretendió, ni sus contemporáneos creyeron, que el nuevo Profeta
realizara milagros. La ortodoxia musulmana admitía que El Corán, libro que estaba en el
cielo y al que sólo podrían llegar a leer los puros, no podía ser obra del propio Mahoma,
sino que era Allah quien se lo recitaba.

A lo largo de los 20 años durante los cuales se revelaría El Corán (que no hay que
confundir con la traducción en la tierra de la vida y doctrina de Mahoma, que se escribió
mucho después de muerto el profeta), un mismo tema es recogido de manera similar y con
frecuentes ampliaciones una y otra vez. El núcleo principal de la predicación consiste en
creer en Dios, pedir perdón de los pecados, rezar frecuentemente, evitar el engaño, llevar
una vida casta y no cometer infanticidios (no mataréis a vuestros hijos por temor la
miseria) Estos principios constituían el ideal del hombre piadoso, sometido a Dios, el
musulmán o hanif.

Mahoma hablaba de la proximidad del juicio final y proclamaba la necesidad de


someterse a la voluntad de Allah y obedecer sus mandatos. El año 622 abandonó La Meca,
dirigiéndose a otras ciudades: es el comienzo de la hégira o era de los musulmanes. La
predicación de la buena nueva se acostumbra a dividir en dos grandes períodos: la
realizada en las épocas en que Mahoma vivió en La Meca (612–622) y en Medina. Ambas
admiten nuevas subdivisiones, por los motivos literarios y religiosos que predominan en la
predicación de La Meca, mientras que en Medina su religión acentúa el carácter político–
bélico. En el primer período mequí (612–615) aparecen elementos escatológicos en que
Dios se muestra el Señor de la Justicia y, en conjunto, la doctrina que predica está más
cerca del cristianismo que del judaísmo. Su esposa fue el primer creyente, y Abu Bark,
futuro califa y entonces un rico comerciante, la siguió poco tiempo después. Pero los
prosélitos de esta época fueron en general pobres, ya que los ricos veían en esta nueva
religión un peligro para las posiciones privilegiadas que les daba el santuario de Hubal y la
peregrinación.
El segundo período mequí (615–619) se caracterizó por las continuas presiones que
los politeístas dirigieron contra los fieles y que, posteriormente, llegaron hasta el punto de
intentar lapidar a algunos neófitos. Mahoma fue objeto de toda clase de intrigas,
zancadillas amenazas, etc. de sus enemigos, a los cuales sólo pudo escapar gracia la
protección de sus parientes del clan hasimí, presido entonces por su tío.

El último período de su vida en La Meca (619–622) se inicia con la muerte de su


tío y su mujer. Carente del apoyo del primero, pronto se intensificaron las amenazas de su
contríbulos. Intentó predicar en Taif, pero sus habitantes no quisieron escuchar su
predicación. Mahoma, que había fracasado ante sus contríbulos, pasó a tener una visión
universalista de su misión.

Yatrib, la futura Medina, estaba dividida por grandes discordias internas: junto a un
numerosa población judía, integrada no sólo por las tribus de la ciudad, sino por los
judaizantes de sus aledaños, vivían las tribus árabes –que mantenían cierta tendencia al
matriarcado–. Para mediar en sus disputas fue elegido Mahoma, quien a su vez pensó que
había llegado el momento de abandonar la dialéctica y pasar a la acción.

En Medina desarrollo una importante labor como jefe teocrático, pues muchos
árabes vieron en él un caudillo nacional además de un profeta, que podría librarles de la
próxima hegemonía de los hebreos. En el 621 un grupo de árabes juraron defender a
Mahoma como a sus propias mujeres, y creer en un solo Dios, no robar, no cometer

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adulterio, no matar a las hijas, no decir mentiras y no desobedecer a Mahoma. Un tío del
profeta, aún pagano, al– Abbás (epónimo de la futura dinastía abbasí) recordó a los árabes
que habían formulado esta promesa la necesidad de cumplirla, pues Mahoma, una vez
fuera de La Meca, no tendría la protección de su familia.

Los creyentes empezaron a emigrar de La Meca en pequeños grupos, para no


despertar sospechas y facilitar la marcha de sus correligionarios. En estas circunstancias,
Mahoma era un rehén que escapó en el último instante a la vigilancia del enemigo. Tras
una huída que la tradición decora con detalles inverosímiles, Mahoma llegó a La Meca el
24 de septiembre del 622: tomando el primer día del año entonces en curso según el
calendario árabe (el 16 de julio), se estableció el calendario musulmán, que desde entonces
se rige por la hégira (emigración). Aunque también tenía enemigos entre los árabes, los
mayores detractores de Mahoma en La Meca eran los hebreos, que temían perder su papel
de fuerza intermedia entre los dos grandes grupos de árabes, casi siempre enfrentados, de
la ciudad. Los cristianos contaban poco, dado lo escaso de su número. Para evitar
conflictos, se estipula un convenio en el que se establece la libertad de cultos, y se hace de
Mahoma el árbitro indiscutible de la duda que puedan surgir en el transcurso de su
aplicación. Por otra parte, se inició rápidamente la construcción de la mezquita e instituyó
que la llamada a la oración se hiciera por medio de los almuédanos. Para contentar a los
judíos, propugnó una serie de normal culturales para permitir la coexistencia, como el
ayuno del asurá hebreo entre los árabes, etc. Implantó la oración del mediodía y la
purificación que le preceden; dispuso (?) que la alquibla (o nicho de la pared principal) de
la mezquita mirase hacia Jerusalén. Sin embargo, también se reafirmó en otras creencias
contrarias a las judías: la oración del viernes y la no necesidad de descanso sabatino. El
Corán afirma: "Hemos creados los cielos, la tierra y lo que hay entre ambos en seis días; no
hemos sentido fatiga." Pero los judíos rebatirán argumentos de Mahoma aludiendo al
Antiguo Testamento, que conocían mejor que él, y por este motivo Mahoma se enfrentará
directamente a ellos.
Los judíos indicaban a Mahoma que no conocía los textos sagrados en profundidad,
y él contestaba que ellos sólo habían recibido una parte del Libro, y haber añadido o
suprimido pasajes de las mismas: derogó algunas normas judeizantes y cambió la dirección
de la alquibla, sustituyó el ayuno del viernes por el del ramadán. De esta forma, la
influencia y adaptación de creencias propiamente árabes o subárabes fue acrecentándose y
se admitió que Abrahán no fue idólatra, ni judío ni cristiano, sino alguien precursor del
Islamismo.

El carácter sagrado de La Meca era debido a que le templo que había en ella había
sido fundado por Abrahán e Ismael y, por tanto, había que purificarlo ante de que los
musulmanes pudieran acudir a él en peregrinación. Como es lógico, los habitantes de La
Meca no iban a ceder el templo fácilmente, por lo que Mahoma orienta el Islam hacia una
religión combativa, capaz de atacar a sus compatriotas si caían en herejía.

Como primera medida, reforzó su poder personal prescribiendo que los creyentes
debían obedecer a Dios y, por consiguiente, a su Enviado. Quienes fueran reacios tendrían
por refugio el infierno, y puesto que el Profeta representa a Dios, hay que confiar en él.

La ocasión para reafirmar su poder la encontró cuando una patrulla musulmana


atacó en pleno mes de rachab (de gran sentido religioso) a una caravana, matando a uno de
los viajeros y regresando a Medina con un importante botín. Anunció algún tiempo después
Mahoma que iba a salir en algazúa, pidió voluntarios para acompañarle. Pese a no

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constituir una gran operación de conquista, atacó por sorpresa a los agresores, volviendo a
Medina robustecido por el éxito, y declaró que quienes no se sometieran (en contra de la
anterior política de permisividad religiosa) serían considerados enemigos. En lo sucesivo,
los judíos sufrirían ataques de los árabes, generalmente al volver de una de sus algazúas,
siendo los chivos expiatorios, para vengar las burlas que recibió en los primeros tiempos
Mahoma de los hebreos.

Pero Mahoma sabía que los habitantes de La Meca más tarde o más pronto
intentarían atacarle, por lo que suscribió un pacto con los beduinos de los alrededores de
Yatrib, que ahora empezaba a llamarse Madinat al–Nabí (la ciudad del Profeta), "Medina".
La batalla tendrá lugar en campo abierto en marzo del 625, y se saldará con la derrota de
los creyentes. Pero Mahoma reparó rápidamente la pérdida de prestigio, disponiendo gran
número de medidas que tienen a fortalecer el poder político del Profeta: para evitar la
confraternización de los musulmanes con sus vecinos de otras religiones, restringe (pero no
prohíbe) el consumo de vino y los juegos de azar. Los enemigos de Mahoma lograron
reunir un ejército de 10.000 hombres, mientras los creyentes se encerraron en la ciudad,
fortificada uniendo las últimas casas de la ciudad con tapiales altas, y excavando un foso
tan ancho que los caballos no pudieran saltarlo. El asedio duró unas semanas, en abril del
627, hasta que los atacantes se retiraron.

La mano dura con los continuos ataques a las caravanas hizo que los beduinos de
los alrededores de La Meca se pusieran de parte de Mahoma. Con su ayuda, entró en lucha
con los habitantes de La Meca, hasta que el año 630 consiguió regresar triunfante a su
ciudad. El triunfo hizo que muchas tribus reconocieran la sumisión, y sus doctrinas
empezaron a reconocerse más allá de la frontera persa. Poco después moría víctima de la
malaria (en el 632), pero su doctrina se había difundido con enorme rapidez por Arabia.

3– La religión islámica

La religión islámica se caracterizaba por la simplificación de sus conceptos


teológicos, la rigurosidad de sus principios éticos y la esplendidez de las promesas que se
ofrecían al fiel. La doctrina era de fácil comprensión, pues se basaba en el monoteísmo
puro. Mahoma era un simple profeta que transmitía la palabra de Dios, pero no compartía
su divinidad. El fiel debía de someterse a la voluntad de Allah (Islam quiere decir
sumisión) y cumplir un código de conducta que incluía la profesión de fe, la oración, el
ayuno, la limosna y la peregrinación. El cielo que esperaba al creyente era de un gran
atractivo, con abundantes placeres. el texto que recogía los preceptos divinos es el Corán,
compuesto después de morir Mahoma. El Islam no prescribía un sacerdocio especial. El
califa era el dirigente de la comunidad religiosa y, por tanto, el jefe político máximo. Se
admitían los esclavos y la vida social se fundaba sobre la noción de comunidad.

El Corán niega los dogmas de la Trinidad y divinidad de Jesús. Dios se manifiesta


en dicho libro, para el Islam, por primera vez como tal: es el creador del hombre, le enseña
y da el sustento; dueño de todo, juzga, castiga; es omnisciente, todopoderoso, único,
misericordioso y eterno. Dios es el Creador del mundo en seis días, ha enviado a los
profetas a los hombres. Dios es junto y a Él debemos volver: en el Juicio Final decidirá
sobre aquello en que discrepan los hombres. En el dueño, conoce los misterios de la
creación y podría crear, si quisiera, otro universo.

Es preciso dar respuesta al papel de los libros sagrados de la antigüedad y de los

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profetas. Se reconoce que todos son portadores de la voz de Allah, pero sin que su contacto
haya sido tan directo como el que tuvo Mahoma, su verdadero profeta. Fuera de él, se
reconoce a Jesús como el mayor de los profetas, pero se niega que muriera en la cruz. Por
otra parte, se rechaza expresamente que el hombre necesite intercesores para relacionarse
con Dios. De aquí que los encargados del culto público pudieran asimilarse, ya en vida de
Mahoma, a simples funcionarios, despojados de todo carácter sagrado.

Igualmente, se hace eco de la existencia de ángeles, algunos de ellos de origen


persa, a los cuales, en un último estadio, se divide en varias categorías según los pares de
alas que tengan.

La reforma del culto, adaptándolo a las necesidades del monoteísmo, empieza a


aparecer en el siglo VIII, intentando modificar la liturgia de la peregrinación, aunque
manteniendo buena parte de los ritos tradicionales, y entre ellos el corte de cabellos para
los hombres y la cabeza tapada, para la mujeres, con un pañuelo o velo (chador), cuyo
origen se remonta al cristianismo primitivo.

La fe no podrá ser impuesta: si voluntariamente se acepta el Islam, no puede


abandonarse; pero en modo alguno se admite la conversión forzosa o por coacción social.

La doctrina expuesta en La Meca recibió su codificación durante el período de


Medina con disposiciones sucesivas que formaban ya un catecismo práctico de los deberes
del buen musulmán; a su lado aparecerán y se desarrollarán leyes civiles y penales por las
que debe regirse el ciudadano del naciente estado. Las primeras consisten en ratificar el
viernes como día de la plegaria pública rechazando la posibilidad de que tenga que ser
festivo.
Igualmente es ahora cuando se precisan los ritos a seguir durante el ayuno del ramadán y la
peregrinación.

Mahoma consintió y practicó la poligamia, como una costumbre preislámica


extendida, pero limitó las mujeres legítimas a cuatro. No admitió la prostitución como
forma de negocio, estableció vínculos de hermandad de cara a las viudas, y consintió
apenas limitándolas las facilidades del divorcio preislámico.

También se prescriben algunas penas para determinados delitos: la ley del talión
para los homicidas, el corte de la mano para el ladrón, el juego de apuestas, etc.

Sin embargo, algunas de las supuestas normas puestas por Mahoma pertenecen en
realidad a períodos posteriores: es el caso de la prohibición de la música, del baile y del
canto, que se practicaban en Medina antes y después de la predicación; la prohibición de
representar figuras humanas, pues Mahoma tuvo tapices de este tipo. Sólo en el siglo VIII
los omeyas intervinieron en los asuntos cristianos apoyando a los iconoclastas, de lo que se
derivó una iconoclastia musulmana.

Al morir Mahoma se encontraban sólidamente establecidos los fundamentos de las


cinco obligaciones que el Islam impone a sus fieles: creer en la unidad de Dios; cumplir
con las oraciones prescritas, tres o cuatro veces al día (el aumento a cinco fue posterior);
pagar un impuesto (azaque) destinado a los musulmanes pobres; ordenó observar el ayuno
de ramadán; dispuso que, si se tenían los medios económicos suficientes, se realizara la
peregrinación a la Meca.

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Muerto Mahoma mucho tiempo antes, el Corán tendrá que enfrentarse a la ingente
tarea doble de recoger las palabras y obras del Profeta, y de aclarar mediante toda una serie
de sunnas los aspectos, diríamos, sacramentales de la religión, y resolver las muchas dudas
que a una sociedad mucho más evolucionada que la del siglo VII se le plantean.

Cuando Mahoma tenía una revelación, llamaba a sus secretarios para que la
escribieran en trozos de cuero u otros materiales de escritorio. Pero desde que llegó a
Medina, envió "memoriones" para hacer llegar la buena nueva a las tribus circundantes.
Entre los escritos de las revelaciones, Mahoma introducía aleluyas, lo que contribuyó a
hacer el texto coránico más complejo: sólo los "memoriones" (personas que memorizaban
las revelaciones y comentarios) podían articular ese discurso complejo una vez muerto
Mahoma. Para evitar su pérdida, fue ordenado un escriba, que encontró revelaciones
nuevas; también muchos fieles aportaban revelaciones que habían escrito supuestamente en
su momento. Además, la traducción a los dialectos también supuso la necesidad de
compilar un sólo libro, lo que se hará ampliando notablemente los textos mahometanos. El
texto actual del Corán tiene indicaciones que nada tienen que ver con la revelación.

4– La expansión del Islam.

En menos de un siglo el Islam se extendió por el este y por el oeste, siguiendo un


eje que en lo esencial recorría el sur de la cuenta del Mediterráneo. ¿Cómo fue posible una
expansión tan rápida? Hay que tener en cuenta, ante todo, la crisis de los imperios vecinos,
el persa y el bizantino. Tampoco hay que olvidar el descontento de los pueblos sometidos a
aquellos imperios, tanto por razones económicas (tenían que aportar elevados impuestos)
como religiosas (particularmente en Siria y Egipto, en donde prendieron doctrinas
perseguidas violentamente por Bizancio)
Pero el factor básico de la expansión del Islam fue el impulso propio de los árabes,
que tenían una fe común y una autoridad religiosa, que consideraban a la guerra santa (y,
por tanto, una puerta de entrada segura en el cielo para los que sucumbían en ella) y que
pusieron en práctica una táctica militar nueva, la estrategia del desierto. A medida que los
árabes efectuaban una conquista establecían nuevas bases, que constituían puntos de
partida para sucesivas empresas. Añadamos la tolerancia que los musulmanes demostraron
hacia los no musulmanes, lo que les congratulaba con las poblaciones que caían bajo su
dominio. Siria, Persia, Egipto, el norte de África, la península Ibérica, el Khurusan, etc.,
cayeron en pocos años bajo el poder del Islam, en tiempo de los califas sucesores de
Mahoma y durante la dinastía Omeya, que gobernó de mediados del siglo VII a mediados
del siglo VIII. Con la revolución Abbsida, que inauguró la edad de oro de la civilización
musulmana (siglos IX–XI), se rompió la unidad política del mundo islámico, ya nunca
reestablecida. En el siglo XI aparecieron los turcos seljúcidas, creadores de un nuevo
imperio. Posteriormente los turcos otomanos terminaron con Bizancio y formaron un
imperio de dimensiones gigantescas, que se ha mantenido hasta principios del siglo XX,
aunque desde el siglo XVIII daba muestras de extrema debilidad. Simultáneamente el
Islam, aunque había retrocedido en algunas regiones (caso de la Península Ibérica en la
Edad Media), extendió su influencia pro el África negra, la India y el océano Índico.

El sucesor de Mahoma, Abu Bark (que accede al califato en junio del 632),
conquistó el dominio total de la península e inició la expansión más allá de las fronteras.
En calidad de ciudades santas, La Meca y Medina adquirieron gran predicamento, si buen
cuando Alí trasladó la capital de imperio a Kufa, Medina perdió su preeminencia política.
Enfrente tenía la oposición del clan de los omeyas y de otros importantes grupos árabes,

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por lo que, para ganar prestigio, emprendió una operación contra Siria, y en el 633 atacó
Iraq, asegurándose que muchas ciudades bizantinas tuvieran que pagar a los árabes para
poder introducir víveres en las ciudades.

En una segunda fase, hacia el 634, los bizantinos han de ceder Damasco, Hama,
Jerusalén, etc., rindiendo nuevas plazas fuertes entre el 636 y el 644. La expansión
continuará a través Nilo hasta Nubia y hacia el Oeste, siguiendo caminos paralelos pero
algo alejados de la costa para caer de repente, y desde el interior, sobre los puertos
bizantinos. Muchas de las conquistas no fueron iniciativa directa de los sucesivos califas,
sino resultado de iniciativas privadas respaldadas más tarde por los califas.

El sucesor de Abu Bakr fue Umar ( o Omar), quien tomaría la decisión de adoptar
el calendario basado en la hégira, aproximadamente en el 637. Durante su mandato, el
ámbito geográfico ocupado fue mucho más grande que durante la vida de Mahoma o de su
antecesor, con lo que era imposible pretender que la tropas volvieran tras cada batalla: por
ello, dispuso crear acuartelamientos que pudieran reagruparse para hibernar y prepararse
para una nueva embestida, guardándose para sí el derecho de cambiar sólo a los mandos,
generales y gobernadores de los mismos. Siria, que tenía una buena estructura viaria
bizantina, vio cómo los musulmanes eran acuartelados en varios campos, formándose una
estructura de provincias militarizada, que posteriormente sería exportada a España. De
hecho, el Islam procedía a reinventar las provincias tranquillas y problemáticas de la
antigua Roma.

En Basora y Kufa (Persia), nombró mandos militares y una zona arbitrariamente


elegida de influencia. Para solucionar el problema de la comunicación con partes tan
alejadas de Medina, dispuso la creación de una red transitable de caminos que unieran a la
capital con el resto del mundo, y, en especial, la creación de una carretera real que
comunicaba Kufa y Basora con La Meca y Medina. Sin embargo, el control no siempre fue
total: el gobernador de Siria decidió por su cuenta la conquista de Egipto, que el califa, por
motivo de prestigio, tuvo que aceptar como una política de hechos consumados.

Para evitar que la dispersión árabe se tradujera en anarquía, Umar adoptó además
del título de califa el de Amir al–muminin o Emir de los Creyentes en el 640, lo que
equivale a nombrarse única autoridad de todos los creyentes, ya que teóricamente podía
haber más que un emir. Sin embargo, con el paso del tiempo sus buenas intenciones se
olvidarán, y ya en la época de los taifas españoles éstos no vacilaron en acuñar moneda en
la que se otorgaban tan preciado título. Pero también el nombre de ministro, wazir, fue
degenerando, hasta llegar a designar al alguacil de cualquier lugar.

Umar tuvo la suerte de que sus tropas obtuvieran un gran botín en las primeras
conquistas, lo que le permite ser generoso con le cobro de impuestos. En Persia, los
residentes que tenían religión distinta a la oficial, el mazdeísmo, pagaban un impuesto por
cabeza, para compensar su no participación en la guerra santa.

Pero el proyecto de estado erigido por Umar se truncó al ser asesinado en el


mercado de Medina por un siervo cristiano descontento con los impuestos que debía pagar.
Según la tradición, el Califa nombró antes de morir a los miembros de un consejo o sura
que debía elegir a su sucesor, siendo designado Utmán ben Affan, representante del clan de
los omeyas.

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Mientras, los árabes seguían su expansión hacia el Caspio, aunque la situación de
las bases en el Iraq se deterioró rápidamente durante el califato de Utmán, llegando a
existir motines contra el gobernador. En cambio, en el sur del Cáucaso y las llanuras del
Volga, la situación del ejército, enfrentado a pueblos poco organizados y difíciles de
aprehender como los kurdos, georgianos y armenios, era de mayor disciplina. Durante el
mandato de Utmán, la guerra con Bizancio se amplió al frente marítimo, ampliando los
astilleros de Mesopotamia y Egipto: se produjo así el desembarco de Chipre en el 648.

Como consecuencia de las revueltas organizadas desde Medina por los adversarios
de Utmán, que sin embargo se desarrollaron en provincias como Egipto, el Califa será
también asesinado, siendo elegido Alí nuevo Califa por la multitud. Éste procedió a
realizar una serie de cambios en la administración, al enviar nuevos gobernadores a las
provincias. El nuevo Califa también será asesinado, cesando entonces la guerra civil por el
poder con el nombramiento de Hasán. Mientras tanto, se habían desarrollado doctrinas
como la xií y otras posturas religiosas y políticas contrarias a la oficial.

En general los califas omeyas siguieron manteniendo el dominio de la península,


pero los abbasíes lo perdieron muy pronto y surgieron dinastías musulmanas
independientes del califato en las regiones de Araba Central, donde predominaba el
elemento nómada. Las luchas religiones tuvieron una honda repercusión en Arabia.

La dinastía de los Omeyas era una de las estirpes a la que pertenecía Mahoma.
Aunque en vida de éste se habían opuesto al Islam, posteriormente debieron plegarse a
dicha fe ante la imposibilidad de derrotarla. En realidad Utmán ya era un omeya, aunque se
admite que llegó al poder mediante la compra de los derechos sucesorios de Alí, el último
califa elegido por votación. Con la dinastía Omeya (658–750) las conquistas fueron más
espectaculares hacia e Occidente, pues tras someter a los bereberes norteafricanos el
camino hacia la península ibérica quedaba franca; las disensiones entre las distintas
facciones visigodas facilitarían la penetración incluso más allá de la barrera pirinaica hasta
que las tropas de Carlos Martel les frenaran en Poitiers y fiaran el límite máximo de la
progresión islámica. Así, en la primera mitad del siglo VIII se estabilizaron la fronteras de
lo que será el mudo musulmán clásico, donde se asentará su civilización. Con la batalla de
Poitiers, en el 732, se puso coto a la expansión árabe; y hasta cierto punto, se puede hablar
de una fase de repliegue interno posterior.

Los límites islámicos quedaban así establecidos en los Pirineos, Constantinopla (a


la que Sulimán –o Sulaymán– ya puso cerco en el 716, las orillas del Indo (tras haber
sometido al Islam al antiguo imperio persa). Será precisamente la influencia oriental
procedente de Persia dentro del imperio islámico la que provocará la caída de los omeyas,
que habían gobernado siguiendo modelos helenizantes o bizantinos. Contra este estado de
cosas, aprovechando la favorable disposición antigubernamental de los xiís, se alzaron los
abbasíes, al mando de Ibrahín ben Abbás. El triunfo fue rápido en Persia, y se extendió al
Irak, tomando Abul Abbás el título de califa en el 750, año en el que tuvo lugar el
exterminio de los omeyas en Oriente a consecuencia de la revolución abbasí, de la que sólo
Abd–al Rahmán, joven príncipe, escapó.

En la época del Califato Abbasí (750–945) las fronteras políticas ya no coinciden


con las religiosas, pues Al–Ándalus, el norte de África y las zonas ocupadas en la India
pronto escapan a la autoridad del califa de Damasco, la capital es trasladada a Bagdad y la
influencia persa crece de forma notable.

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5– La economía y sociedad en el mundo islámico.

Los distintos territorios que habían sido integrados en el mundo musulmán


ofrecían, en la Edad Media, ciertos rasgos uniformes desde el punto de vista económico y
social. Recordaban a las sociedades antiguas por el importante papel que desempeñaban
los esclavos y a la Europa feudal por la condición semiservil del campesinado. Pero lo más
importante del mundo musulmán fue el auge alcanzado por el comercio internacional. los
países islámicos, situados a lo largo de una faja semidesértica que seguía la dirección de
los paralelos, jugaron un papel fundamental como intermediarios entre Europa y Asia
oriental. Con la única excepción de Egipto, que siempre conservó su carácter
esencialmente rural, en los restantes países musulmanes la agricultura tuvo un carácter
secundario. El centro de la vida religiosa y económica eran las ciudades. En ellas florecían
las actividades artesanales y se asentaban la clase dirigente, dentro de la cual los
mercaderes ocupaban un puesto relevante. La prosperidad económica y el cosmopolitismo
que ofrecía en el siglo X el mundo musulmán contrastaban con la pobreza y el ruralismo
del occidente de Europa por las mismas fechas. Pero según J. Valdeón, el Islam se estancó,
no llegando a desarrollar nunca una sociedad típicamente capitalista, lo que sí sucedió, por
ejemplo, en Europa.

La agricultura tropezó en los países musulmanes con serias dificultades,


especialmente por la escasez de agua. No obstante, la utilización de técnicas de irrigación,
a base de norias y canales (un ejemplo admirable era la red de canales del Éufrates, en
Mesopotamia), permitió desarrollar una agricultura intensiva en algunas zonas
privilegiadas. Las naranjas, los limones, el arroz, la caña de azúcar, la morera y el algodón
eran, entre otros, cultivos típicos del mundo musulmán, algunos de los cuales fueron
trasmitidos a Occidente. En cambio, la agricultura extensiva de las tierras de secano daba
unos rendimientos muy pobres. Al lado de los agricultores sedentarios se encontraban los
pastores nómadas, que cuidaban de sus rebaños (ovejas o camellos) en las tierras
semidesérticas. Por lo que respecta a las estructuras agrarias en el mundo musulmán se
impuso la gran propiedad. Algunas explotaciones eran trabajadas por esclavos. La masa
popular campesina, aplastada por los impuestos, vivía en condiciones miserables, lo que
explica que a veces se sublevara, aunque por lo general adhiriéndose a determinadas sectas
religiosas.

La ciudad era el centro de la vida musulmana en el orden administrativo, judicial,


religioso y cultural. Frente al letargo de la vida urbana en la Europa altomedieval, las
ciudades musulmanas de aquellos siglos sorprendían a toso los viajeros por su explendor y
su vitalidad. Desde el punto de vista económico, las ciudades eran centros del comercio y
de las actividades artesanales. La producción artesanal se realizaba en pequeños talleres,
que estaban agrupados en corporaciones de oficios. En general, las técnicas de trabajo eran
bastante avanzadas. El contacto con Asia oriental permitió a los musulmanes difundir
conocimientos tan revolucionarios como a fabricación del papel, de origen chino. Como
ejemplos significativos de las industrias musulmanas de la Edad Media podemos recordar
los tapices, la sedería, el jabón, los perfumes y el trabajo del cuero y de los metales. En las
ciudades había una división social tajante. En la cumbre se hallaban los grandes hombres
de negocios, que gracias al comercio podía acumular enormes sumas de dinero, y que por
lo general poseían también bienes territoriales. En el otro extremo, aparte de los esclavos,
se encontraban los artesanos, dedicados a la pequeña producción de mercancías, y que
tenían unas condiciones de vida muy precarias.

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La base de la prosperidad económica de los países musulmanes en la Edad Media
fue, sin lugar a dudas, el comercio a gran distancia. Los musulmanes dominaban las rutas
navales que desde el Golfo Pérsico les permitía entrar en contacto con Asia oriental, pero
también os caminos terrestres que a través de Asia central les llevaba a encontrarse con los
chinos. Simultáneamente ejercieron un dominio indiscutido del Mediterráneo, que sólo
comenzó a retroceder después del siglo XI, y mantuvieron relaciones comerciales con el
centro de África. Las técnicas comerciales estaban muy desarrolladas en el Islam:
constitución de sociedades para la realización de empresas mercantiles, conocimiento
temprano de la letra de cambio y de los cheques, etc. Los musulmanes acuñaron una
moneda de oro, el dinar, que en la época de Carlomagno era el auténtico patrón del
comercio internacional. Los musulmanes adquirían en Oriente productos de lujo (especias,
marfil, seda, etc.), oro en el Sudán y en Europa productos básicos de los que carecían
(madera y metales) o esclavos. A cambio exportaban alimentos (azúcar, higos, azafrán),
materias como el coral o el ámbar y objetos manufacturados (tapices de Persia, cuero de
Andalucía, cerámica del Khurasán, etc.)

6– La cultura musulmana.

El mundo islámico conoció en la Edad Media un florecimiento intelectual de


primera magnitud. Ello se debió a la fusión de numerosos elementos procedentes de las
culturas antiguas, con las que los árabes entraron en contacto. Las obras científicas y
filosóficas de los griegos fueron uno de los pilares de la vida intelectual musulmana.
Aristóteles, Hipócrates, Euclides y otros muchos fueron traducidos prontamente al árabe.
Pero al mismo tiempo se incorporó al mundo musulmán el legado científico y literario de
la India y de Persia. Se crearon grandes bibliotecas en las más importantes ciudades del
Islam, como las de Bagdad y el Cairo. El árabe, vehículo de unión entre los musulmanes,
era la lengua de la vida oficial y de la expresión literaria.

Los musulmanes salvaron buena parte del legado intelectual del mundo clásico y lo
transmitieron a la cristiandad occidental a través de aquellas regiones en las que ambas
civilizaciones estaban en estrecha conexión (Sicilia y, especialmente, la península Ibérica)
La filosofía musulmana, celosamente vigilada por los teólogos, tuvo sus fuentes en los
pensadores griegos. Un cordobés del siglo XII, Averroes, fue el comentador por excelencia
de Aristóteles. La necesidad de interpretar correctamente los textos sagrados facilitó el
desarrollo de loa Filología, interesada en estudiar la letra del Corán. La Historia, con un
sentido puramente narrativo, tuvo también un auge notable. No obstante, la obra de Iban
Jaldún, en el siglo XIV, puso las bases de una ciencia histórica. En cuanto a la creación
literaria propiamente dicha hay que destacar la poesía lírica y los relatos y cuentos
populares como Las mil y una noches.

El pensamiento científico alcanzó un notable desarrollo en los países islámicos. Los


musulmanes recogieron las tradiciones científicas helénicas y orientales. Pero no se
contentaron con imitar a los antiguos, pues ellos añadieron numerosas observaciones
propias. Por lo general, los conocimientos científicos eran recopilados en enciclopedias,
que tenían una finalidad didáctica. En matemática desarrollaron el álgebra y la
trigonometría y utilizaron un nuevo sistema de numeración, con cifras y el empleo del
cero, de origen indio. En medicina, aparte de las grandes enciclopedias de Ar–Razi (siglo
X) y de Avicena (siglo XI), hay que recordar el conocimiento de los hospitales. Asimismo,
hubo importante progresos en astronomía, en física y en química.

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7– BIBLIOGRAFÍA.

CAHEN, CLAUDE: El Islam: desde los orígenes hasta el comienzo del imperio otomano.
Madrid, Siglo XXI, 1986.

FRADE, E.: El Islam y su cuna. Madrid, 1981.

MAILLO SALGADO, F.: Vocabulario básico de Historia del Islam. Madrid, Akal, 1987.

RODINSON, M.: La fascinación del Islam. Gijón, 1989.

RODINSON, M.: Los árabes. Madrid, siglo XXI, 1981.

SHABAN, M.A.: Historia del Islam. 2 vols. Madrid, Guadarrama, 1976-1980.

SOURDEL, D.: El Islam. Colección ¿Qué sé?, nº 75, 1973.

VERNET, JUAN: Los orígenes del Islam. Historia 16, nº 27. Madrid, 1990.

Ver Bibliografía actualizada en mi Tema de Planteamiento didáctico (G.R.A.)

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