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TEMA 28.

AL-ÁNDALUS: POLÍTICA,
SOCIEDAD Y CULTURA.

1- INTRODUCCIÓN.
2- ENTRE LA CONQUISTA DE LA PENÍNSULA Y LA PROCLAMACIÓN DEL
CALIFATO.
3- ABD-AL RAHMAN III Y EL CALIFATO DE AL-ÁNDALUS.
4- DECADENCIA DEL CALIFATO
5- LA SOCIEDAD MUSLÍMICA EN AL-ÁNDALUS.
6- LA CULTURA EN AL-ÁNDALUS.
7- BIBLIOGRAFÍA

1- Introducción.

Al-Ándalus es el nombre con que se conoce al estado musulmán implantado


por los árabes tras su invasión de la Península a principios del siglo VIII, y que perduró
durante casi 800 años hasta la unificación de España por parte de los Reyes Católicos en el
siglo XV. Se llama hispanomusulmanes a los habitantes de la España musulmana, o Al-
Ándalus, que profesaban la religión de Mahoma. Aunque había entre ellos quienes
descendían de árabes y bereberes, venidos a la Península durante la conquista o
posteriormente, muchos otros eran de origen hispanogodo, convertidos al Islam. Pero en
Al-Ándalus vivían también cristianos -a quienes se llamaba mozárabes porque imitaban las
costumbres de los musulmanes- y judíos. La España musulmana fue, así, un país donde tres
religiones convivieron, generalmente pacíficamente.

Hasta cierto punto, la civilización de Al-Ándalus fue resultado de las


influencias mutuas entre estos tres grupos. Gracias a los numerosos conocimientos
recibidos de los árabes orientales (y que éstos a su vez han recogido de bizantinos, persas,
hindúes y chinos: Al-Ándalus será un "estado-puente" desde el punto de vista cultural), la
España musulmana será el mayor foco de cultura de Europa. Los sabios
hispanomusulmanes divulgaron la filosofía de la antigua Grecia, abrieron nuevos rumbos
marítimos con la brújula, enseñaron la numeración india con el sistema decimal y
desarrollaron la matemática algorítmica ("algoritmo" proviene del matemático Al-Wasari),
idearon nuevos métodos de irrigación para los campos, fabricaron papel para sus libros de
ciencia, etc. Pero lo dicho debe también ser matizado: el último período árabe en la
Península se caracterizará por una fase oscurantista, por un islamismo fanático y opuesto al
progreso anterior, a las costumbres liberalizadas que observaban desde los califas hasta los
súbditos islámicos en Al-Ándalus. En todo caso, la cultura hispana actual no podría
entenderse sin la huella que en la cultura, arte, organización política, economía o

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simplemente hábitos cotidianos (como la vida centrada en la calle) legó la cultura de Al-
Ándalus.

2- Entre la conquista de la Península y la proclamación del Califato.

Al iniciarse el siglo VIII, el Reino visigodo, con capital en Toledo, estaba


sumido en una crisis política y social provocada por el empobrecimiento de la economía,
las frecuentes sequías, el hambre de las clases más desfavorecidas, el desprestigio creciente
de sus monarcas y, por fin, la rivalidad entre la nobleza. Puesto que el trono no era
hereditario, sino electivo, las principales familias nobles luchaban entre sí para ocuparlo.
Los reyes eran a menudo asesinados por los nobles que aspiraban a sucederlos (la
morbilidad regia visigoda fue característica): fue peculiarmente sangriento el
enfrentamiento entre la familia de Wamba y la de Chindasvinto. Esta competencia acabará
por minar la cohesión interna del Estado, poco a poco desmoronado, hasta acabar en una
inevitable guerra civil, que será aprovechada por los musulmanes.
El penúltimo rey visigodo, Vitiza, pretendió hacer de nuevo hereditaria la
corona, para acabar con la anterior inestabilidad. A su muerte, su hijo Agila fue proclamado
rey; pero un sector de la nobleza se negó a aceptarlo, y sentó en el trono a un noble llamado
Rodrigo, hasta entonces duque de la Bética. A pesar de sus esfuerzos, Rodrigo no pudo
evitar que estallara una guerra civil en el país. Coronado en el año 709, hubo de hacer
frente a ala creciente oposición de la nobleza y del pueblo. Los hijos de Vitiza, decididos a
recuperar el trono, informaron a los árabes del momento más propicio para desembarcar en
la Península, cuando en la primavera del 712 don Rodrigo se encontraba en Pamplona
luchando contra los vascones sublevados. A partir de aquí, los sucesos históricos se tornan
poco nítidos (y se mezclan con la leyenda y su traducción al romancero, según la cual el
conde don Julián, de Ceuta, para vengar la violación de su hija la Caba a manos de don
Rodrigo, habría planeado la entrada de los árabes en la Península): parece ser que el
arzobispo de Sevilla, Oppas, tío del destronado Agila, pidió al gobernador de Ceuta, el
conde don Julián, hábil político, que hiciera de intermediario en las negociaciones con el
gobernador de Túnez, Musa ben Nusayr, quien comprendió que no le resultaría difícil
hacerse con un país dividido y con una monarquía en descrédito, contando además con el
apoyo de un amplio sector de población hispanorromana que no había acabado de
mezclarse con los godos y vivía sometida a una condición de esclavitud y miseria. Y se
supone que prometió su ayuda. Antes de lanzarse a la ayuda de los partidarios de Agila, el
gobernador de Túnez envió a la Península una primera expedición de unos 400 hombres, al
mando de un oficial llamado Tarif (fundador de Tarifa). Un año más tarde, en la primavera
del 712, otro oficial beréber, llamado Táriq ben Ziyad, desembarcará con otros 7.000
hombres junto a un peñón al que se denominará Chebel Táriq o Monte de Táriq, hoy
Gibraltar.

En tres años, y con un ejército de unos 25.000 soldados, los musulmanes


conquistaron la Península hasta Zaragoza: parece ser que muchas ciudades les abrieron sus

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puertas sin oponer resistencia, acogiéndolos como a salvadores. Muchos habitantes de
ciudades pactaron su capitulación. Los nuevos gobernadores musulmanes, que
establecieron su capital en Córdoba, pactaron con los nobles godos que les habían ayudado
a entrar en la Península, respetando sus posesiones y privilegios. Aunque el Islam pasó a
ser la religión oficial del nuevo Estado, llamado Al-Ándalus, no se obligó a nadie a
convertirse. Por el contrario, se permitió a los cristianos y judíos practicar sus religiones,
compartiendo en un principio incluso los mismos templos antes de edificar sus mezquitas.

Inicialmente, Al-Ándalus continuó siendo una provincia del imperio islámico.


Desde el año 714 su walí, delegado del Califa de Damasco (de la dinastía omeya), estuvo al
frente de la Administración, la Hacienda y el ejército de los musulmanes en la Península.
Sin embargo, al principio no hubo n verdadera organización política. Los árabes y
bereberes escogieron las tierras mejores y se instalaron en ellas tribalmente. Los territorios
conquistados organizaron en muchas ocasiones sus propias autoridades para administrarse.

En el 756 el reino musulmán de la Península se convertirá en un Emirato


independiente respecto a la nueva capital califal, Bagdad. El joven Abderramán I, único
superviviente de la dinastía derrocada de los Omeyas a manos de la nueva dinastía Abbasí,
llegó a Córdoba, se proclamó emir y declaró al país Reino musulmán independiente tras
haber derrotado al walí al-Sumayl y lograr ser proclamado emir en Córdoba con el nombre
de Abd-al-Rahmán I (vivió entre el 731-788). Se iniciaba así el período del Emirato
Omeya, durante el cual los sucesivos emires hicieron de Al-Ándalus el país más adelantado
del Occidente, mejoraron su economía, su agricultura y su industria.

Pero el conjunto de musulmanes en España distaba de ser homogéneo, lo que


provocará enconadas luchas en este joven emirato. Por una parte estaban los árabes que
vinieron en primer lugar. Se quedaron con lo mejor del botín; luego acudieron más árabes y
bereberes. Los árabes siguieron quedándose con lo mejor de lo que quedaba sin ocupar, y
los bereberes se dedicaron a aposentarse en las zonas montañosas, alzándose repetidas
veces e protesta por la postergación de que eran objeto.

También llegó a la Península la caballería siria, a quienes hubo de proporcionar


un modo de vida para mantenerlos adictos a la política de Al-Ándalus. Importante fue
también el sector de los hispanogodos convertidos al Islam o muladíes, que aceptaron las
maneras y hábitos de los árabes. Entre éstos se encuentra la familia Banu-Qasi, que
llegaron a ser muy poderosos a mediados del siglo IX. Por último, quedaban los cristianos
que permanecieron instalados en la zona musulmana, los mozárabes, que fueron libres en
su fe, salvo raras excepciones. Se rigieron por el derecho visigodo bajo un jefe denominado
conde Al-Ándalus. Tenían sus jueces o censores y el exceptor recogía el tributo que debían
pagar a los musulmanes. Cuando avanzó la Reconquista la mayor parte de los mozárabes
pasó a tierra cristiana obteniendo Fueros. Los almorávides, religiosamente intransigentes,
persiguieron a los mozárabes de territorio musulmán y trasladaron a Marruecos a los

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supervivientes.

Ya a mediados del siglo IX empiezan en España las sublevaciones antiomeyas..


Los faquíes o sacerdotes musulmanes tenían mucho que ver en estas sublevaciones,
manejándolas movidos por una gran intransigencia religiosa. Esto estaba favorecido por la
sumisión que en materia religiosa mantenía el emirato andalusí con respecto a Bagdad.

A lo largo del siglo IX se sucedieron las rebeliones. Llegó a haber momentos


en que el emir quedó aislado en Córdoba, sin ningún poder sobre el resto de la España
musulmana.

Mérida, Toledo, Zaragoza, Lérida y Bobastro fueron los focos rebeldes más
importantes. Estas rebeliones favorecerán al campo cristiano, con el que se aliaron
frecuentemente los rebeldes. Los Banu-Qasi, muladíes de ascendencia visigoda, fueron
enconados en su rebelión y mantuvieron el valle del Ebro en franca independencia hasta
que fueron eliminados por un enviado del emir. La familia sobreviviente reanudó la
sublevación frente a Córdoba a fine s del siglo IX.
Sin embargo, la rebelión más peligrosa para el emirato hispano fue la de Omar
ben Hafsún, que llegó a dominar la mayor parte d la alta Andalucía manteniendo en
humillantes condiciones al emir de Córdoba. Esta rebelión decayó al convertirse Omar al
cristianismo y ser abandonado por sus partidarios musulmanes. Abd-al Rahman II venció
fácilmente a sus hijos en el año 929 y arrasó Bobastro.

El emir que logró dominar esta situación dejando abierto el camino para una
nueva etapa de la España musulmana fue Abd Allah, nacido en el 844. Gracias al apoyo del
clero musulmán, que se consideró un hombre observante (aunque muchos historiadores le
consideran un hombre violento y cruel), tuvo suficiente astucia y paciencia para conocer a
fondo las situaciones y dominarla.

En el año 889 la España musulmana estaba fraccionada de modo que parecía


que los árabes habían vuelto a las luchas tribales premahometanas. A Omar ben Hafsún, el
principal caudillo de estas luchas, se unieron los muladíes, descontentos por la
postergación en que estaban frente a los árabes y otros musulmanes más antiguos. Mientras
los grupos se destrozaban entere sí, Omar crecía en prestigio y se hacía más peligroso para
Córdoba, apareciendo a los ojos de los musulmanes como una personalidad semidivina.
Abad Allah tuvo que recurrir para dominarlo a esfuerzos desesperados. La estrella de Omar
comienza a declinar cuando se convierte al cristianismo.

De esta manera, cuando Abd-al Rahman sucedió a su abuelo poco quedaba para
la pacificación en la Península. Su abuelo le prefirió como heredero a su propio hijo,
hombre prudente y gran guerrero que se convirtió en el consejero y gran apoyo de Abd-al
Rahman sin sentir celos de su papel secundario.

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En el campo cristiano, en esos tumultuosos años de fines del siglo IX y
primeros del X, reinaba Alfonso III en el reino de Asturias, se empezaba a desarrollar
Castilla, Wifredo el Belloso conseguía independizar de Francia a la Marca Hispana, en la
que se instalaron entonces muchos mozárabes, y Sancho I se proclamaba rey de Navarra.

La ambición de los descendientes de Alfonso III tuvo sus últimos años de vida.
Para no provocar la ruina de los cristianos abdicó en sus hijos, quienes se repartieron el
reino. Eran años de repoblación, de avance hacia el Sur. No se puede aún hablar de
ciudades, aunque sí se iban formando grandes aldeas de agricultores y ganaderos, sobre
todo en el valle del Duero.

3- Abd-al Rahman III y el Califato de Al-Ándalus.

Abderramán III se proclamará califa o jefe espiritual de los


hispanomusulmanes, dando comienzo la fase de mayor prosperidad de Al-Ándalus: el
Califato de Córdoba. Bajo su reinado, la España musulmana llegó a su máxima expansión,
cubriendo las tres cuartas parte de la Península y anexionándose Tánger y algunas zonas
del Magreb.

Nacido en el año 891, fue nieto de Abd-Allah, de quien heredó su cargo de


emir en el 912. Se enfrentó con el emirato aún revuelto e introdujo en él grandes
modificaciones. Practicó una política de tolerancia en materia religiosa. Se ganó con el
perdón a los rebeldes que se le sometieron, pero castigó duramente a los que persistían en
la rebeldía (llegó a sacrificar a su propio hijo Abd-Allah, que conspiró contra él). Venció
fácilmente a los hijos de Omar dejándoles debilitarse.

En el 929, a los diez años de acceso al poder, empieza una gran campaña para
acabar con los últimos núcleos de resistencia. Con la caída de Toledo en el 932 se puede
dar por sometida a Córdoba toda la España musulmana.

Abd-al Rahman simultaneó la pacificación musulmana con las campañas


contra cristianos, sólo parcialmente puestas en entredicho con la derrota en el 917 en San
Esteban de Gormaz (Soria). Esto le hizo enfurecer, poniéndose personalmente al frente del
ejército en el 920 y destruyendo Osma y San Esteban de Gormaz. Derrota en el 920
también al ejército de Sancho Garcés I de Navarra y de Ordoño II de León.

Tras estas victorias su prestigio había ascendido a cotas míticas. En el año 929
Abd-al Rahman III asumió los títulos de califa y emir. Dio solidez a su situación y
consumó la total independencia de la España musulmana frente a Bagdad. Al reunir a todos
los grupos de musulmanes, se convirtió en señor con todos los poderes: se proclamó juez
supremo, generalísimo del ejército, padre de los creyentes: se establece el Califato de
Córdoba.

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Otorgó los cargos entre sus incondicionales, pero sin carácter vitalicio para
evitar la formación de grupos de poder, y sin hacer distinción de raza ni religión al
concederlos.

Hizo construir un palacio cerca de Córdoba para su favorita y allí estableció su


residencia, en Medina-al-Zahra. Durante el siglo X, "Medina Azahara" (como fue llamada
por los cristianos) fue la capital de la sabiduría, poesía y filosofía occidentales. Edificada
por Abderramán III para su esposa Zahra, tenía 7.500 puertas recubiertas con hierro y
cobre, 4.000 columnas procedentes de Roma, Cartago y Bizancio, extensos jardines con
fuentes y piscinas. Fue destruida durante la invasión de los almorávides a finales del siglo
XI, que marcaría un punto de inflexión entre la primera cultura musulmana de Al-Ándalus.
Lo mismo que el califa de Bagdad y el emperador de Bizancio, su corte fue suntuosa. Los
eunucos, que solían ser esclavos libertos, ocuparon los cargos más elevados. No permitió
que la gente palaciega interviniera apenas en los negocios de gobierno.
La Administración adquirió un gran desarrollo: el cadí supremo o primer
ministro presidía la administración de la justicia, la organización civil y el culto; el general
en jefe del ejército se ocupaba tanto de la defensa exterior como del orden interior; el
almirante de la flota contará con 200 naves de combate ancladas en tiempo de paz en
Almería, para asegurarse el control marítimo.

Pese a la tolerancia religiosa respecto a las otras dos religiones, se trató de un


estado teocrático, donde los sacerdotes eran una clase privilegiada. Además, adoptó un
esquema de fuerte centralización, dividiendo a la España en provincias bajo autoridad de
walíes, y en marcas fronterizas al mando de generales (Coímbra, Toledo y Zaragoza). El
Califato de Córdoba, liberal y buscador de la paz, aunque hizo muchas veces la guerra, no
fue en cambio un estado militar: no realizó un esfuerzo especial para la total conquista de
España. El ejército, de unos 20.000 hombres, se completa con mercenarios y esclavos
comprados en Bizancio y la Galia y, desde las conquistas de África, también con
abundantes berberiscos.

Tras las campañas de pacificación entre los musulmanes, que culminaron en el


año 932, acometió Abd-al Rahman III una política africana, consiguiendo establecer un
protectorado de Córdoba sobre Ceuta y Melilla, extendiendo al norte marroquí su poder.
Con esto evitaba las ayudas africanas a futuras sublevaciones en España.

En el 951 se apoderó de Tánger, lo que proporcionará abundantes soldados al


ejército califal, asegurándose el control de las rutas comerciales entre el Atlántico y el
Mediterráneo.

Se relacionó con el emperador Otón el Grande de Bizancio. Además celebró


treguas en 944 con Ramiro de León, lo que permitió la llegada de hombres sabios
cristianos a su corte. Los embajadores de Constantinopla quedaron admirados de las

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maravillas de Córdoba, donde también llegarán los embajadores del rey italiano y de
Provenza Hugo, y los de la reina viuda de Carlos el Simple de Francia.

Abd-al Rahman III reinó 50 años. En las crónicas de su reinado se comenta que
fueron años de victorias y que fue amado por sus súbditos, aunque el propio califa
reconocía que sólo halló catorce días de su vida exentos de amargura, en medio de un
contexto histórico de progreso pero de tensión latente.

Al-Hakem II sucedió a su padre en edad madura (a los 46 años). Logró


mantener la paz el Califato durante 15 años. Fue un hombre volcado en la cultura: como
ejemplo de la importancia cultura de Córdoba, se cree que su biblioteca llegó a contar con
400.000 volúmenes. También fue quien propició una de las más importantes (en calidad)
ampliaciones de la mezquita de Córdoba.
Sólo tras intentos diplomáticos, Al-Hakem II se enfrentó con reyes cristianos,
obteniendo varias plazas en una guerra que sirvió para unir a los reyes de León y Navarra,
y a los condes de Castilla y Cataluña, contra él, con resultado catastrófico para los
cristianos. Sancho I de león buscó la paz con el califa, mientras la minoría de Ramiro III en
León reforzó la victoria del califa. Rotas las relaciones cordiales con los cristianos de
Castilla por un ataque traicionero del conde García Fernández, las tierras de la orilla norte
del Duero fueron sometidas a saqueo y el conde vencido. También obtuvo importantes
victorias en África.

Pero al morir en el 976, se sucederá un niño, Hisham II, con el que acabará en
realidad el gobierno de los califas. Quien gobernó en realidad durante toda la ida de
Hisham II fue Abu Amir, Almanzor. Empezó por reprimir una conspiración que tenía por
objeto la muerte de Hisham II, a quien reservará sólo el poder religioso, asumiendo El los
restantes mandos: el califa fue un dorado prisionero en su palacio de Medina Azahara.
Nadie podía verle sin permiso de su madre y de Almanzor, quien mientras tanto iba
aumentando su prestigio en las victorias y conquistas. Se habla de 52 campañas, poseído de
un gran espíritu destructivo (la leyenda dice que juró acabar con los cristianos españoles).
Firmó una paz con los africanos, que le reportan tropas, emprendiendo en el 977 sus
primeras incursiones por territorios cristianos: llegó a Galicia, donde saqueó, incendió e
hizo numerosos cautivos, volviendo a Córdoba triunfante.

Sus planes consistían en preparar dos campañas anuales por tierras cristianas,
cayendo donde menos se les esperase: en el 981 arrasó Zamora, logrando un gran botín, en
cautivos sobre todo: formó un ejército de 200.000 jinetes y 600.000 infantes.

Pero los cristianos de la mitad occidental de la Península, sumidos en guerras


civiles, facilitaron sus victorias. Tras la mínima victoria cristiana en el 982 a orillas del
Esla provocó el sitio de León por Almanzor, quien destruyó las murallas y procedió a un
saqueo sanguinario. Lo mismo sucedió en Astorga, tras lo cual Almanzor se retiró a

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Córdoba destrozando a su vuelta Sahagún, Simancas y otras poblaciones.

En el 984 volvió a León y conquistó Gormaz (donde se construirá el mayor


castillo de Europa en cuanto a longitud, casi inexpugnable) y Valencia de Don Juan. En el
985, sin causa aparente, se dirigió a Cataluña, conquistando Barcelona: pero una vez más,
Almanzor volvió a Córdoba sin asegurar sus conquistas. En el 997 arruina Santiago,
respetando tan sólo la supuesta tumba del apóstol Santiago.

Con la llegada en el año 1000 del niño Alfonso V al trono, Almanzor organizó
la guerra con grandes preparativos bélicos. León, Castilla y Navarra firmarán una alianza
para defenderse, entrándose en combate en el 1002, en la batalla de Calatañazor (Soria),
donde Almanzor será herido, muriendo en Medinaceli. Contra lo que la idea popular
considera ("En Calatañazor Almanzor perdió el tambor"), dicha batalla no resulto una
victoria clara para ninguno de los contendientes, siendo fortuita la muerte del general
árabe.

4- Decadencia del Califato

A la muerte de Almanzor, tomó el mando Abdelmelik, que heredó todos los poderes
de su padre (primer ministro o Hagib). En el 1003 alcanzó una victoria cerca de Lérida.
Tras una paz entre 1005 y 1007, se sucederán las hostilidades: Abdelmelik invadió Castilla,
desmantelando Ávila, Gormaz, Osma y otras fortalezas que habían sido tomadas por los
cristianos. Tras un intento de invasión de Galicia, morirá en 1008. A partir de su muerte, la
política de su ambicioso hermano provocó un alzamiento de los partidarios omeyas y de los
parientes de esta dinastía que aún quedaban. A partir de ese momento se suceden las
conspiraciones en la España musulmana: se suceden efímeros califas que no son respetados
(se accede al Califato por asesinato). Con las rebeliones en África, conjuras y católica
situación general, se liquida el Califato. Los walíes vieron la total decadencia de la familia
Omeya, declarándose independientes.

La España musulmana se dividió en una veintena de pequeños reinos, llamados


Taifas. Las rivalidades entre éstos permitieron a los reyes cristianos, por primera vez,
avanzar en la reconquista, llegando a imponer tributos a algunos reyezuelos musulmanes.
Asustados éstos, solicitaron ayuda al sultán almorávide del sur del actual Marruecos, quien
vino a la Península y se enfrentó con éxito contra los cristianos, pero destronó a los reyes
de Taifas y convirtió a Al-Ándalus en una provincia suya. Aunque los almorávides
detuvieron el avance cristiano durante años, los dominios de Al-Ándalus sólo cubrían ya
una mitad escasa de Península. Inevitablemente, los almorávides, que habían llevado una
vida sobria en la Berberia, se entregaron en Al-Ándalus a la vida de lujo y placeres que
había arrebato a los reyes Taifas. Aprovechando su decadencia, otra dinastía africana
beréber, los almohades, conquistó sus posesiones en Marruecos y en Al-Ándalus a
mediados del siglo XII. Los almohades consideraban que con ellos nacía un nuevo orden

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del mundo, por eso sus monedas eran cuadradas en lugar de redondas. Pero su poder
decaerá a partir de su derrota en la batalla de las Navas de Tolosa, frente a las tropas aliadas
de Castilla, Aragón y Navarra, tras la cual empezó a debilitar su poder. Por tercera vez Al-
Ándalus se vio dividida en varios reinos Taifas. Aprovechándose de las luchas entre los
reyes mores, la Reconquistas avanzó con paso seguro. Acorralado, el Reino Nazarí de
Granada sobrevivió durante casi dos siglos y medio, gracias a la protección natural que le
ofrecían las sierras a su alrededor. Pero acabó como estado vasallo de Castilla, y tuvo al fin
que rendirse a los Reyes Católicos, cerrando así la historia de casi ocho siglos de la España
musulmana.

5- La sociedad muslímica en Al-Ándalus.

Musulmanes, judíos y cristianos constituyen la sociedad heterogénea de la


España musulmana. Heterogénea incluso en cada una de las ramas citadas. Entre los
musulmanes había un número no muy alto de árabes, que constituían un grupo
privilegiado, y entre éstos, en la cumbre, los emparentados con el califa. A éstos se
añadieron algunas familias selectas, incluso de muladíes o cristianos renegados que, por
adinerados, compraban sus cargos palatinos. Los bereberes fueron mucho más numerosos,
sobre todos en las zonas peores, y se ocupaban de los oficios inferiores, dominando las
tierras más pobres y dedicándose preferentemente a una paupérrima actividad pastoril. Esta
circunstancia, su postergación casi total de los núcleos de decisión y de riqueza, provocará
el que los bereberes (en lo religioso también más fundamentalistas, o con una concepción
islámica más atrasada y "ad pedem literae") sean un foco continuo de sublevaciones y
descontentos.

Los judíos fueron principalmente hombres de negocios, aunque también


ocuparán un papel fundamental en la producción artesanal, siendo especialmente patente su
presencia en los núcleos urbanos más importantes, como en esa Córdoba califal que llegó a
los 300.000 habitantes y un elevado nivel de refinamiento.

Por su parte, los mozárabes, que disminuyeron con la Reconquista y alguna


persecución, fueron respetados generalmente y, junto con los muladíes, fueron en su mayor
parte campesinos, artesanos y pequeños comerciantes.

Los esclavos fueron muy numerosos, aunque su condición no solía ser


demasiado penosa y podían manumitirse. En las ciudades hispanomusulmanas había un
zoco reservado para la venta de esclavos. En el comercio de mujeres, los precios más altos
se pagaban por las esclavas cantoras, casi todas de origen orienta. Se valoraba también a
las gallegas, porque el dialecto que hablaban era parecido al dialecto romance usado en Al-
Ándalus. Había eunucos de razas diversas, que eran operados por los mejores cirujanos
judíos de Lucena, centro de la ciencia judía en Al-Ándalus. Los esclavos eslavos podían ser
destinados al ejército, formando parte de la guardia personal de los califas, mientras los

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eunucos alcanzaban puestos altos en la administración. Los esclavos tenían ciertas
posibilidades de conseguir la libertad: podían ir a la guerra en sustitución de sus amos, y
convertirse en libertos.

En las ciudades floreció una clase media de financieros, filósofos, funcionarios,


comerciantes, médicos, artistas y teólogos, y algunos prósperos artesanos. Una de las
industrias más florecientes es la dedicada a los tejidos. Sólo en Córdoba había 13.000
tejedores, sastres aparte. En Málaga y Valencia la fabricación de cerámica era un industria
muy poderosa, mientras Toledo era productora de espadas y Córdoba destaca por el cuero y
las pieles para diversos usos. También existían comerciantes ambulantes que hacían largos
viajes por África, Oriente Medio y hasta la India y China, comerciando con productos de
lujo como seda, tapices, etc.

Al-Ándalus fue, al principio, una provincia del enorme imperio islámico,


administrada por un gobernador. Luego pasó a convertirse, con Abderramán I, en reino
independiente. El nuevo emir de Córdoba tenía poderes militares, administrativos y
judiciales, lo que requirió una sólida administración. Abderramán II, bisnieto del primero,
reformó la administración pública, imitando la de Bagdad. El cargo más importante era el
de háchib o canciller, especie de primer ministro; luego había varios visires o ministros,
cada uno al frente de un diván o departamento administrativo (Tesoro, Ejército,
Correspondencia real, de Protección -que atendía a los asuntos de judíos y cristianos-), etc.
Los visires no se comunicaban directamente con el soberano, sino por medio del Canciller
y de secretarios.
Había además un Consejo de Estado, del que eran miembros el Canciller, los
visires, príncipes de sangre real y algunos altos funcionarios, nobles y militares. Se reunía
cuando lo decidía el Sultán, para tratar asuntos de Estado. La importancia y funciones del
Canciller variaron según las épocas, siendo a veces simplemente honoríficos. El número de
funcionarios fue muy elevado: tantos que el época Omeya llegó a haber un barrio llamado
de los Funcionarios: en tiempos de Abderramán II existían unos 40.000 funcionarios, entre
los que también destacaba el séquito real: Jefe de Protocolo, Gran Matarife, Halconero
mayor, Copero mayor, Jefe de escuderos, Jefe de los músicos, etc.

Los soberanos podían administrar justicia, pero normalmente dejaban esta tarea
en manos de distintos jueces: el principal era el cadí, cargo honorífico dado a hombres
virtuosos y que conocían bien la ley. En cada ciudad había uno, siendo el de Córdoba el
juez supremo: su autoridad en materia religiosa pasaba por encima del mismo Sultán. El
cadí juzgaba en la Mezquita Mayor, sentando en una alfombra y rodeado de secretarios con
documentos judiciales y listas de pleitos por resolver. Otro tipo de juez era el Prefecto de la
ciudad, quien juzgaba asuntos criminales y dirigía un cuerpo policial para velar por la
seguridad urbana. Un tercer tipo era el almotacén o inspector de mercado, quien intervenía
en pesos y medidas y en cuestiones de moralidad pública.

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Las sanciones podían ser multas, apaleamiento, un vergonzoso paseo a lomos
de asno por la ciudad, destierro y muerte. Las ejecuciones se hacían en lugares públicos o
en descampados a las afueras de las ciudades, y atraían a verdaderas muchedumbres.
Aunque la ley era severa en muchos aspectos (renunciar al islamismo era castigado con la
muerte), no lo era con los borrachos, con quienes consumían porcino, etc.

La sociedad musulmana estuvo marcada por el dominio masculino, si bien es


innegable que a la mujer se le reservan determinados cometidos y parcelas específicas de
poder (o, que, por poner un ejemplo en contra de la idea machista de dicha sociedad que se
ha difundido, se permite el asistir a los actos religiosos, baños, etc.). La misma religión
condición mucho a la mujer, aunque en principio era muy respetada. Mahoma permitió y
practicó la poligamia. El harem constituyó una fuente de conspiraciones, y los hijos de las
diversas mujeres lucharon con frecuencia por lograr el primer puesto junto a sus padres.
Una vez casada, la mujer no podía enseñar su rostro descubierto salvo al marido y a
parientes cercanos. Sometida por completo a la autoridad del marido, llevaba a partir de
entonces una vida de semirreclusión en el hogar. La mujer de posición humilde trabajaba
en casa, hilando o tejiendo para la familia. La mujer de posición elevada tampoco salía
mucho: dedica gran parte de su tiempo a su aseo personal, aunque al menos una vez por
semana salía por la tarde a los baños públicos, donde se reunía con sus amigas. Los viernes
iba a la mezquita y después, a veces, al cementerio (que tenía un sentido más de reunión
cívica y festiva que el talante tétrico del occidente cristiano). Sólo los días festivos salía
con la familia de excursión al campo. Cuando el marido celebraba un banquete en la casa,
las mujeres no participaban en él; sólo se permitía la presencia de las esclavas cantoras y
bailarinas. Pero si lo dicho es aplicable para el conjunto del área islámica, en el caso de Al-
Ándalus, las influencias recibidas de occidente suavizaron extraordinariamente las
costumbres: en época de los Taifas, hubo mujeres cultas que se distinguieron como
poetisas, se casaron con jóvenes de condición humilde, se dedicaron al estudio, la
medicina, la literatura o la jurisdisprudencia; viudas o solteras, se dejaban cortejar en los
cementerios, donde los días festivos se organizaban auténticas fiestas, etc. A partir del siglo
XII tampoco se respeta la costumbre del velo, y como en todo el mundo árabe, la mujer
tenía derecho si el marido la maltrataba o le hacía poco caso, a solicitar el divorcio.

Las ciudades hispanorromanas se parecían a las árabes del norte de África y


Medio Oriente. Como éstas, tenía en el centro una medina, ciudad amurallada donde
estaban los principales mercados, el Alcázar o residencia del gobernador, y la Mezquita
Mayor, y a la cual rodeaban algunos barrios exteriores. Las calles principales de la medina
nacían en las puertas de las murallas y estaban empedradas. El resto era un laberinto de
callejuelas estrechas y tortuosas, con suelo de tierra (ya que no había leyes para la
edificación urbana, y cada cual construía su casa donde quería).

Los barrios exteriores a la muralla tenían sus zocos, mezquitas, comercios y


baños propios. Tanto las grandes puertas de la medina con las cancelas de los barrios

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cerraban por la noche para evitar robos. Policías armados, acompañados de perros y
provistos de un farol, hacían la ronda nocturna.

Las grandes ciudades tenían alcantarillado para aguas residuales, fuentes


públicas con agua potables y muchos baños públicos: Córdoba llegó a tener 800 fuentes y
600 baños públicos. Aunque se ha fantaseado mucho acerca de la población de la capital de
Al-Ándalus, Córdoba no llegó a tener más de 300.000 habitantes, cifra fabulosa para la
época. Era una de las cuatro ciudades más grandes del mundo, junto a Constantinopla,
Bagdad, y El Cairo. Las otras ciudades hispanomusulmanas más populosas eran Sevilla
(83.000 habitantes), Toledo (37.000), Granada y Badajoz (26.000) y Zaragoza y Valencia
(15.000)

La importancia de las ciudades árabes se medía por el número de sus puertas.


La medina de Córdoba tenía 7, y en el siglo X la rodeaban 21 barrios periféricos
(arrabales), con unas 500 mezquitas en total. Como los artesanos y comerciantes se reunían
por gremios, los barrios, zocos y calles tomaban sus nombres de ellos. Casi todas las
ciudades tenían, además, su judería (se conserva una de las dos de Córdoba, próxima a la
Gran Mezquita), y también los mozárabes tenían su barrios propios, aunque generalmente
solían vivir entremezclados con la población árabe.

Siempre cerca de cada puerta principal se hallaba el cementerio y el vertedero,


y más alejada la leprosería. Las ciudades se hallaban rodeadas de jardines y fértiles huertas,
regados por medio de norias, aljibes y acequias.
En general es difícil saber por la fachada de las casas la condición social de sus
dueños, ya que no tenían adornos y sus pocas ventanas, cubiertas por celosías, no dejaban
ver el interior. La mayoría de las casas eran de dos pisos. Las ricas tenían un portón de
entrada, siempre cerrado, que comunicaba a un zaguán, por el que se llegaba a un patio
central, de planta rectangular. Tres de los lados de este patio tenían galerías cuyo techo
sostenían columnas de mármol, y en su interior había una pequeña alberca con un surtidor.
En un rincón había una estrecha escalera por la que se subía al piso superior, reservado a
las mujeres. En torno al patio había salones que recibían luz de él y servían de noche como
dormitorios para la familia y los esclavos y sirvientes. Las casas humildes eran parecidas,
pero más pequeñas (apenas 50 m2) y sus habitaciones muy angostas. El patio, en las casas
humildes y ricas, era el centro de la vida familiar.

La familia hispanomusulmana se basaba en el patriarcado y la poligamia.


Según la ley musulmana, todo varón podía tener hasta cuatro esposas legales, pero esto
sólo sucedía, en realidad, entre las clases altas. Los pobres eran monógamos por necesidad,
pues no tenían dinero para mantener a más de una esposa. Los príncipes y nobles tenían,
además, concubinas esclavas, muchas de las cuales eran de origen cristiano, convertidas al
islamismo. Su número puede ser muy elevado, pero sólo las que daban un hijo varón al
sultán alcanzaban el codiciado título de "princesa madre", lo que da derecho a fortuna

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persona y a emanciparse al morir su señor.

La familia media se componía de 6 miembros. El primer acto social importante


del varón era la circuncisión. Se solía reunir a niños del mismo nivel social para
circuncidarlos juntos en una fiesta común.

La España musulmana tuvo, en tiempos del Califato, uno de los momentos


más prósperos. Con Abderramán III el Tesoro real alcanzaba una cifra equivalente a unos
65 billones de pesetas de la actualidad. Esta riqueza se basaba en el desarrollo de la
agricultura, industria y comercio interior y exterior.

En el campo, las condiciones de vida mejoraron gracias a la creación de


pequeños propietarios, que generalmente los arrendaba a colonos. Los nuevos cultivos
introducidos por los árabes dieron trabajo a regiones o comarcas enteras. En Jaén, tres mil
aldeas vivían del cultivo de la morera y la cría de gusanos de seda. En levante muchos
pueblos vivían del cultivo del arroz, caña y palmera datilera. En torno a Granada se
cultivaban plantas aromáticas y medicinales, mientras en otras zonas se cultivaban algodón
(nuevo en al Península) y lino. Fue muy extendido también el cultivo del olivo para la
elaboración del aceite y de la viña, pese a que el Corán prohibieran el consumo de vino.

Uno de los bienes más preciados en Al-Ándalus fue el ganado equino: alcanzan
fabulosos precios los caballos, así como las mulas de Baleares, aunque también crían
bueyes para las explotaciones agrícolas, y búfalos indios para la fabricación de quesos. El
camello no aparece en Al-Ándalus hasta el siglo X. Se dice que los bereberes pudieron
iniciar la trashumancia, tal como ahora se conoce. A pesar de la prohibición islámica, el
cerdo tenía gran importancia, tanto para consumo propio como para su exportación.

Los soberanos favorecieron con latifundios a los jefes militares y a la


aristocracia árabe, berberisca y goda. El propio Estado tenía una gran parte del terreno
cultivable. Los terratenientes debían pagar un impuesto periódico al fisco.

6- La cultura en Al-Ándalus.

La religión sirvió para unir a las familias españolas, ya fueran de origen árabe o
hispanogodo. Los varones tenían obligación de acudir 4 veces diarias a la mezquita. La
mujer sólo tenía que ir los viernes, día festivo, en el que era preceptiva la oración común a
mediodía en la Mezquita Mayor. El moecín o almuédano (funcionario subalterno
encargado de anunciar las cinco plegarias cotidianas) llamaba a la oración desde lo alto del
alminar o torre de la mezquita. Tras la ablución, entraban descalzos al templo, situándose
los hombres a un lado y las mujeres al otro. El rito musulmán es sencillo: se repiten una
serie de gestos para ellos sagrados. Pero la mezquita era también un centro de reunión
social para los hombres, donde se divulgaban los edictos del gobierno y las principales

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noticias, además de corte de justicia y universidad.

La educación de los niños comenzaba en la escuela coránica, donde aprendían


a leer y escribir con el Corán y con ejemplos de cartas. Aprendían también unas nociones
de cálculo y algo de gramática. Cuando acababan la enseñanza primaria en las escuelas
coránicas, los jóvenes iniciaban sus estudios superiores en las mezquitas, donde enseñaban
los maestros más reputados. Desde los primeros Omeyas, la enseñanza se difundió tanto en
Al-Ándalus que había poco analfabetismo, incluso entre las mujeres, a quienes podía verse
en la mezquita-universidad. Mientras tanto, en Europa eran pocos los que sabían leer. La
enseñanza era privada y el Estado no intervenía en ella, salvo para asegurar su libertad por
encima de la intransigencia de los clérigos. La única intervención de los monarcas consistía
en traer a famosos maestros orientales y norteafricanos para dar lecciones magistrales en
las mezquitas mayores. Estas clases reunían a miles de curiosos y se prolongaban durante
horas. En el siglo XIV el sultán Yusuf I fundó la Universidad de Granada.

Los cursos no tenían una duración determinada. Cada estudiante elegía las
asignaturas que deseaba estudiar, y podía cursar una misma materia con dos o más
maestros. Cuando el maestro consideraba al alumno preparado en una materia, le entregaba
una licencia que le autorizaba a ejercer tal profesión o a enseñarla a otros. La enseñanza se
basa en la memoria, por lo que los alumnos debían aprenderse libros enteros de memoria,
siendo corriente que cualquier hispanomusulmán de clase media supiera recitar ciertas
obras importantes. Las materias cursadas, además de las leyes islámicas, eran poesía,
historia, prosa, gramática, lengua, filología, geografía, medicina, astronomía, etc.
Los hispanomusulmanes fueron expertos productos de pergaminos, pero ya en
el siglo X empezaron a utilizar el papel. Al siglo siguiente ya lo producían, convirtiéndose
Játiva en el centro de la industria papelera. También copiarán la imprenta china, existiendo
una gran pasión por la posesión de libros.

Por influencia de Al-Ándalus la filosofía griega (muchas veces mutilada para


ser concordante con el Corán) llegará a Occidente durante el Renacimiento. Por influencia
de Bizancio, los califas Abbasíes de Bagdad comenzaron en el siglo IX la traducción al
árabe de los filósofos griegos, aunque estuviera mal visa por los clérigos, cuya influencia
hizo que fueran numerosos los estudiosos que fueron apedreados por ateos. Avicena,
Avempace, Averroes (nacido en Córdoba a principios del XII, teólogo, médico y difusor
del pensamiento aristotélico), Avicebrón, Maimónides y otros filósofos comentarán las
ideas de Aristóteles y Platón, y serán luego traducidos al latín en los siglos XII y XIII en la
Escuela de Traductores de Toledo.

Pero tampoco faltaron episodios de intolerancia hacia la cultura. Cuando


Almanzor quiso reconciliarse con los alfaquíes (juristas musulmanes) y los teólogos, les
permitió hacer una selección en la biblioteca de Alhakem II y arrojar al fuego miles de
libros de filosofía, algunos ejemplares únicos.

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La huella dejada por la lengua árabe en el castellano, sólo superada por el latín,
es uno los principales legados de la civilización hispanomusulmana. En castellano hay más
de 3.000 palabras de origen árabe (incluyendo topónimos). La lengua oficial y protocolaria
en Al-Ándalus era el árabe clásico, Pero en la vida cotidiana se usaban dos lenguas: un
dialecto del árabe con mezcla de palabras latinas y romances (adoptadas por los
mozárabes) y un dialecto vulgar romance, tan extendido que incluso lo hablaban los
mismos sultanes, cortesanos, jueces y funcionarios.
Los árabes transformaron gradualmente la ciencia y la técnica en la Península.
La expansión del Imperio Islámico y las relaciones comerciales que éste mantenía con
Extremo Oriente hicieron evolucionar a la civilización árabe. Como Al-Ándalus estaba en
relación constante con el mundo árabe, se benefició también de todos los adelantos
técnicos que introdujeron en el Oriente Medio los califas Abbasíes de Bagdad.

Al-Ándalus era una tierra fértil, pero con grandes zonas secas difícilmente
cultivables. Los hispano-musulmanes, expertos agricultores, perfeccionaron el sistema
romano de riego. Aunque seguían usando algunos adelantos introducidos antiguamente por
los romanos, como el rastrillo y el arado, tirados por bueyes, en el siglo X hicieron un
descubrimiento que les permitió convertir amplias zonas en ricos regadíos: la utilización de
las aguas subterráneas. Para la extracción de la aguas de pozos creaban grandes túneles
hasta los campos subterráneos, construyendo pozos artesanales. Para extraer aguas de los
ríos construían grandes ruedas hidráulicas, que movía la propia corriente. De los pozos
sacaban el agua con norias movidas por asnos y con elevadores que tenían un cubo en un
extremo y un contrapeso en el otro. El agua así recogida se vertía en albercas o estanques,
desde donde la distribuían a los regadíos por medio de acequias o canales. Para llevar el
agua potable a las ciudades aprovecharon los acueductos romanos existentes y
construyeron otros nuevos, de ladrillo, cuyos canales revestían de betún para hacerlos
impermeables. Uno de ello proporcionaba agua a Córdoba, donde era almacenada en
grandes aljibes o depósitos en la parte alta de ciudad.

Gracias a esta tecnología, los agricultores hispanomusulmanes pudieron


aclimatar nuevos cultivos, como el arroz, el azafrán, la caña de azúcar, el naranjo, el
limonero y la morera (con lo que se posibilitó la industria de la seda). pero la energía
hidráulica también tenía otros usos, como moler granos en los antiguos molinos de aguas a
orillas de los ríos. Inventaron, además, un tipo de molino móvil, montado en una barca, que
podían trasladar fácilmente a donde más corriente hubiera.

Los árabes aprendieron sus conocimientos de hidráulica de libros de


Arquímides y Herón de Alejandría, y los aplicaron también a otros campos, como la
construcción de relojes de agua, como el de Toledo, consistente en dos pilas de mármol
entre las que el agua se trasvasaba por sí sóla, según las fases lunares. Otra ingeniosa
aplicación hidráulica eran los autómatas, que se usaban como adorno en los jardines, o
como mudos sirvientes para servir bebidas. También construyeron molinos de viento con

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velas de barco que hacían girar un eje vertical, usando para moler grano.

En los lugares de montaña conservaban la nieve apisonándola dentro de


grandes fosas, que servían como frigoríficos. Los mercaderes la recogían allí para llevarlas
a vender a las ciudades. En las fábricas de aceite (o almazaras: palabra que significa
"molino de aceite") molían la aceituna con un tipo de prensa a rosca movida por una mula
que daba vueltas a en trono a un eje central.

Los albañiles tenían moldes para fabricar los ladrillos de barro cocido, que
dejaban secar al sol. Como las calles solían ser estrechas y no aptas para el tránsito de
carros, recurrieron a la invención china de la carretilla.

Pero no de los campos más avanzados en la civilización de Al-Ándalus fue la


medicina. Los médicos hispanomusulmanes conocían las obras de Galeno e Hipócrates y
sabían diagnosticar acertadamente muchas enfermedades. Sus cirujanos tenían
instrumentos quirúrgicos con los que practicaban operaciones muy adelantadas para su
tiempo. Antes de operar, desinfectaban sus instrumentos y narcotizaban al paciente para
evitarle dolores. Luego cosían la herida con hijos finos elaborados con intestinos de
animales. Médicos como al-Razi, Avicena y Averrores, dieseccionaban cadáveres para
conocer los músculos del cuerpo humano, los huesos y las venas. Conocían también la
circulación menor de la sangre, teoría que expuso Aben Nafis en el siglo XIII y que fue
olvidada después en la España reconquistada (como muchos otros adelantos técnicos
árabes), hasta que tres siglos más tarde volvió a descubrirla Miguel Servet: hasta cierto
punto, este ejemplo refleja lo que supuso en muchos campos científicos y culturales la
pérdida de la civilización andalusí.

En Al-Ándalus muchos médicos trabajaban en hospitales, institución que los


árabes copiaron de los hindúes. Sus hospitales tenían dependencias para los enfermos,
enseñanza, farmacia y administración, y huertos para el cultivo de plantas medicinales.
como trabajaban en ellos hasta 20 médicos a la vez, la experimentación en equipo hizo
ampliar las drogas conocidas hasta entonces. También había una primitiva medicina social,
pues los palacios de los sultanes tenían sus propias farmacias, donde se distribuían
medicamentos gratuitamente entre los pobres.

Debido al prestigio de la medicina de Al-Ándalus, algunos personajes


cristianos venían a tratarse con médicos musulmanes o judíos. El caso más conocido fue el
del rey de León, Sancho el Craso, quien viajó a Córdoba en tiempos del califa Abderramán
III para curar su obesidad con el gran médico judío y visir Hasday ben Saprut. Los tratados
médicos de Abulcasis, del siglo X, fueron traducidos al latín, provenzal y hebreo, y los
médicos europeos los estudiaron durante el Renacimiento.

No tenían, sin embargo, microscopios, aunque sí fabricaban lentes de aumento

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que utilizaban para estudiar la refracción de los rayos de luz en cámaras oscuras y para
encender fuego a la luz del sol.

Los árabes tenían profundos conocimientos geográficos, que aumentaron


gracias a los viajes de los mercaderes y a la obligación islámica de peregrinar a La Meca,
que también se convertía en un centro de intercambio científico. Así pudieron conocer los
hispanomusulmanes una cuadrícula de invención china que permitía calcular el tamaño y
distancias de los accidentes geográficos. Con este instrumento trazaban los mapas y
confeccionaban cartas náuticas. En época Omeya había en Almería grandes astilleros para
construir barcos, con máquinas que vertían betún ardiendo. Los almorávides construían
naves mucho mayores que en épocas anteriores, gracias a la vela latina y al timón de
codaste, que copiaron de los árabes orientales. Tenían líneas marítimas regulares en el
Mediterráneo y sus grandes embarcaciones llevaban ya botes salvavidas. Más tarde
empezaron a equipar sus naves con la mayor innovación náutica, la brújula, que copiaron
de los chinos (siglo XIII). También llevaban astrolabios, que servían para reconocer las
estrellas. El toledano Azarquiel inventó uno con engranajes móviles, y otro que reproducía
los movimientos de los astros.

Otro de los campos de desarrollo fue la industria química y bélica. Sus


alquimistas fabricaron balanzas para medir cantidades exactas de oro y planta necesarias
para sus aleaciones. Sus laboratorios estaban equipados con mecheros de nafta, alambiques
y hornos de doble recipiente (el recipiente exterior se llenaba de agua hirviendo, mientras
el interior recibía sustancias que se calcinaban sin mojarse y sin entrar en contacto con la
llama), descubriendo así múltiples ácidos minerales y salitre. Estos conocimientos tenían
su aplicación en las fábricas de cerámica, donde los alfareros mezclaban cobre y plata con
sulfuro, calcinándolos en sus hornos para obtener óxidos con los que decoraban la loza
vidriada.

Los ataques de Al-Ándalus se iniciaban con un estruendo de tambores y


trompetas que desconcertaba a la caballería enemiga. Eran expertos en fabricar armaduras
(Córdoba y Toledo), máquinas de asalto de madera para resquebrajar las murallas. Cuando
los mongoles conquistaron Bagdad y acabaron con el Impero de los califas Abbasíes, los
árabes aprendieron de ellos el uso de la pólvora, a la que llamaron nieve china: aprendieron
a fabricar los primeros cañones, bombardas o tubos que montaban sobre un armazón con
ruedas. Los utilizaron por primera vez en el sitio de Huesca de 1324, con proyectiles a base
de barras de hierro atadas entre sí y bolas de hierros.

La tecnología de Al-Ándalus viajó hacia el Norte con los mercaderes judíos,


que comerciaban libremente en ambos territorios, así como con los embajadores y con los
monjes mozárabes que visitaban monasterios de Navarra y Asturias. Durante casi ocho
siglos, Al-Ándalus impulsó avances científicos que serían esenciales para el desarrollo
posterior de la ciencia en la Europa del Renacimiento.

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Tras la caída de Granada, se procuró eliminar en España todo resto de la
cultura musulmana. A los moriscos se les prohibió ciertas vestimentas. Cuando Felipe II
ordenó la expulsión definitiva de moriscos y judíos, abandonaron la Península incontables
sabios, médicos, astrónomos, matemáticos y científicos.

7- BIBLIOGRAFÍA
ARIE, R: La España musulmana. Colección "Historia de España", tomo III, Labor,
Barcelona, 1984.
BOSCH, J. et al.: El reino de Granada. Cuadernos de Historia 16, nº 4. Madrid, 1985.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. y VINCENT, B.: Historia de los moriscos. Alianza Editorial,
Madrid, 1984.
PÉRES, H.: Esplendor de Al-Ándalus. Hiperión, Madrid, 1983.
VALDEÓN, J.: El Califato de Córdoba. Cuadernos de Historia 16, nº 25. Madrid, 1985.
WATT, M: Historia de la España islámica. Alianza Editorial, Madrid, 1981.

Una buena cronología de Al-Andalus en:


http://www.sumadrid.es/ariza/alandalus/Crono.htm

Y esta otra también está bien hecha:


http://www.educared.net/concurso/531/cronolog%C3%ADa.htm

Y buenos materiales de Historia medieval y del Islam en España:


http://155.210.60.15/Medieval/Mat_doc.html

Ver Bibliografía de mi tema 28PD (GRA)

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