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El cuerpo en la palabra: El
romance de la narración oral y la
literatura infantil
23 de octubre de 2009
Cita sugerida:
Serrano, A.; Varela, C. (2009). El cuerpo en la palabra: El romance de la narración oral y
la literatura infantil. I Jornadas de Poéticas de la Literatura Argentina para Niños, 23 de
octubre de 2009, La Plata, Argentina. En Memoria Académica. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.7723/ev.7723.pdf
Los dientes estaban bien limados, había yo limado mis dientes para
evitar que las palabras se lastimaran al salir de mi boca.
Y me enjuagué con agua salada para que las mentiras no
prosperaran en el hueco de la garganta.
Por último, me unté la lengua con savia pegajosa, lo hice para que las
palabras se demoraran lo suficiente y no se enredaran en su propio
sonido.
Liliana Bodoc1
Siempre que hay romance, hay dos… dos que tienen sus propias características,
sus propias lógicas, pero que se miran, coquetean y se miman.
Podríamos inferir que el romance es de larga data. Y que hoy se renueva a la hora
de generar estrategias para promocionar la lectura…
Pero ¿qué implica contar un texto escrito o leer en voz alta una historia cuyas letras
están plasmadas en un libro? En otro fragmento del texto citado de Liliana Bodoc,
1
Bodoc, Liliana. 2006. Conferencia sobre el género épico, dictada en la Universidad Nacional del Comahue,
Neuquen.
hay una pregunta muy bella. La pregunta es: “No sé qué ocurrirá si la palabra
encuentra una manera muda de vivir” Esta pregunta la hace un narrador comunitario
que está perplejo frente a una escena en la que unos niños pasan los ojos por trazos
que están pintados en un cuero. Este narrador se preocupa por la falta del cuerpo
en la palabra, de personas que transmitan los acervos culturales de una comunidad.
Pero con eso no basta. La especialista en literatura infantil Alicia Salvi cuenta, con
cierta sorpresa, cómo luego de una bella narración de un cuento realizada por la
narradora Diana Tarnofsky, docentes y bibliotecarios de la Ciudad de Buenos Aires
se sintieron atraídos por los libros que se ofrecían en la mesa de trabajo. 2 Y se
pregunta, entonces, si la narración fue tan buena como para convocar al trabajo o si
en realidad los participantes del taller, al que ella hace referencia, habían captado la
potencia de la historia narrada. Aquí cabe hacer una pequeña reflexión sobre la
selección del repertorio. ¿Qué historias merecen ser narradas? ¿Cuáles leídas en
voz alta? ¿A qué trazos le prestamos el cuerpo y los sentidos? Porque, digámoslo de
una vez, el romance y el amor no son cualquier cosa. Hay que saber elegir cómo va
a ser ese encuentro amoroso, y apasionado con las palabras. Y por eso la potencia
de la historia a transmitir es muy relevante.
Porque de lo que se trata es de trasmitir una experiencia de vida. En este caso, una
experiencia singular como es la de habitar y darle carnadura a la palabra escrita o a
la transmitida desde remotas generaciones a través de la oralidad. La posibilidad de
transitar en la ficción otros mundos y habitarlos como experiencia vivida.
2
Salvi, Alicia. 2007. Ponencia “La selección de los textos literarios”, Universidad de La Punta, San Luis.
3
Seoane, Silvia. 2004. Ponencia “Tomar la palabra. Apuntes sobre oralidad y lectura”, Postítulo de Literatura
Infantil y Juvenil, CePA, Ciudad de Buenos Aires.
maravillosa de promocionar la lectura. Nuestro aporte es un poco más sencillo. Les
proponemos reflexionar juntos acerca de una práctica que se da de hecho, la de
narrar cuentos a los niños. Esta reflexión la haremos en el marco de nuestra
experiencia concreta como narradores orales.
Es por eso que, los invitamos a mirar juntos algunas escenas que hemos recogido
en nuestros recorridos como narradores orales.
Esta escena, tierna, poderosa, y también desafiante nos permite abordar una
primera cuestión en esto del contar cuentos, que es el tema del vínculo. Dice Juana
La Rosa que la narración oral “es fundamentalmente un acto de comunicación,
donde se genera un vínculo afectivo y una posibilidad de jugar ya que el que narra y
el que escucha entran en una complicidad, donde la historia es verdadera aunque no
lo sea.”6
Y en este decir “yo quiero un papá que cuente cuentos como vos”, no sólo se
denuncia las pocas posibilidades del entorno familiar o del mundo adulto de
vincularse con los niños a partir de la ficción, sino también, y por qué no decirlo,
habla de la honestidad en ese vínculo. Queremos decir que el espacio del compartir
cuentos no es un como si… La historia la vivo, la experimento yo que la narro (y
pongo mi cuerpo a disposición) y la entrego con total honestidad a quien escucha.
No se narra cualquier cosa, sino aquello que de verdad a nosotros también nos
afecta. Este aspecto lo retomaremos más adelante cuando trabajemos con el tema
del repertorio.
La idea de que las historias daban miedo a la narradora no fue una pose o una
estrategia, se trataba de un sentimiento genuino. Y por eso, en ese espacio, y por el
modo en que se generó el vínculo, fue posible que cambiaran los roles y fueran los
niños los que le relataran al “narrador” (así entre comillas).
Esto nos permite reflexionar que no sólo está implicado el cuerpo de quien narra
sino, y muy especialmente, también está comprometido el cuerpo de quien escucha.
La experiencia vital es para todos los que participan de esa escena dialógica. Aún
para los “espectadores sillón” –espectadores educados-, una lágrima o un dolor de
tripas por un relato se constituyen en compromisos del cuerpo con la palabra dicha.
Y es por esa razón, que abrir diversas experiencias de narración y lectura en voz
alta, que producir distintas escenas en diferentes escenarios, que se intercambien
los roles para que los que cuenten no sean siempre los mismos, permite enriquecer
el vínculo entre contadores y espectadores, entre espectadores y textos, entre
textos, etc.
Queremos decir que tal vez, en la escena del comedor comunitario, quienes más
sabían qué hacer eran quienes trabajaban con los chicos cotidianamente. Por eso
apelamos a los docentes, que son quienes conocen a sus niños, sus intereses, sus
posibilidades.
Por supuesto que es interesante esto de armar una escena teatral y la experiencia
de llevar una presentación de narración oral escénica a públicos que por distintas
razones sociales no acceden a estas expresiones artísticas. Pero es necesario
también entender que allí no se agota la cuestión de la mediación entre textos y
niños. Es muchas veces menos espectacular y más cotidiana. En posibilitar escenas
diversas es en donde se enriquece el trabajo de promoción de la lectura.
Ese comentario da cuenta de las diferentes resonancias que tienen para los
lectores/escuchadores un relato. Y esto nos hace recordar un tema álgido y, por eso
mismo, muy interesante. Cuando uno cuenta un cuento, como ya dijimos, establece
un vínculo con el otro. Pero ese vínculo, si uno pretende formar comunidades
lectoras, debería instalarse desde la gratuidad. Es decir, el comentario de un
lector/escuchador, sus modos de ver e interpretar los cuentos son más que
suficientes. No hace falta pedir más. Narrar historias sin pedir nada a cambio es lo
que vuelve genuina a esta experiencia. No hay que completar un trabajo práctico, ni
hacer un dibujo, ni responder preguntas para chequear contenidos. En definitiva, lo
que los lectores hacen es intercambiar opiniones, sensaciones, interpretaciones a la
hora de compartir los textos.
A no desesperar!, o de cómo pactar con la ficción
Para que haya narradores o lectores en voz alta de cuentos, cuentos y niños que
quieran escuchar hace falta que se realice un pacto. No es un pacto con el diablo,
no, sino un pacto con la ficción. Es decir, no hay romance entre narrador y cuento, si
el narrador no cree en esos mundos que la literatura presenta. No hay romance
entre narrador, su texto y los niños, si estos no creen en lo que les está contando.
Compartir, en este vínculo amoroso, historias, implica resignar la incredulidad,
detener el tiempo real para habitar otros espacios y otros tiempos.
En esta escena, el pacto con la ficción fue explícito. La narradora pidió una cuota de
credulidad prometiendo un relato atractivo. Los chicos se fueron dejando ganar por
la historia, que se imponía con imágenes potentes. A esa altura no importaba si
había supermercados cargados de perejil. Creemos que ni el mismísimo emporio del
perejil –si tal lugar existiera- no hubiese bastado para imponerse a un cuento de
brujería, picardía y amor.
“Mi abuelo, para convencernos de que debíamos dormir la siesta, había inventado
un personaje, Genarito. Era también su nieto y lo construía con su brazo envuelto en
la sábana. Cada vez que mi hermano y yo no íbamos a la cama, él hablaba con
Genarito y lo mimaba y le cantaba canciones. Mi hermano y yo, muertos de celos,
decidíamos ir a la cama, porque sabíamos que si íbamos Genarito desaparecía. Hoy
seguimos hablando de Genarito como si existiera.” 11
Una pregunta frecuente que se le presenta a los narradores, a los maestros y a los
padres es qué contar a la hora de contar. De ese mueble cargado de libros, de esa
mínima estantería hogareña, de las páginas del periódico, de la biblioteca de
Alejandría, de todos esos textos, cuál resultará más interesante para los niños.
La pregunta siempre se presenta así en universal. ¿Qué interesa a los niños de tal
edad? O de tal lugar, etc… Y por supuesto, no tiene una respuesta universal.
Aunque los editores se esfuercen por poner etiquetas a los libros de literatura infantil
(“de 4 a 6 años”, “policial”, “de amor”, “para primeros lectores”, etc.), los textos
muchas veces se escapan a esas clasificaciones que atienden más una cuestión de
mercado que lo que ocurre en la experiencia cotidiana.
La primera tiene que ver con la honestidad. Es decir, cuánto un texto a mí como
lector me conmueve, me compromete, me convoca. Cuan genuinamente voy a
contar esa historia, voy a palparla, a habitarla, a prestarle mi cuerpo y mi voz, cuánto
la voy a abrigar y cuanto desamparar. Esto que decimos no es exagerado: si un
cuento no nos conmueve primero a nosotros como lectores, nada nos hace
sospechar que sea convocante para los niños. Aquí retomamos la idea de Alicia
Salvi respecto de la potencia que tiene una historia a la hora de ser contada.
Para los narradores que deambulamos por distintas escuelas y centros culturales, la
cuestión del repertorio es muy delicada. Los públicos son siempre una incógnita a
develar. Y es por eso que cobra mucha importancia la pasión que nos concita la
historia a nosotros mismos. La convicción de que queremos trasmitir esos cuentos y
no otros. Es ahí donde radica la fuerza de este acto de comunicación.
Pero para los docentes conocedores de sus alumnos, sin dejar de lado la pasión por
transmitir un cuento, es posible realizar selecciones más afines a las inquietudes de
los grupos o bien a los desafíos que se quieran instalar en el aula.
12
Relato de experiencia del año 2003, Ingeniero Maschwitz. (Coco Varela y Alicia Serrano)
Vale la pena aclarar aquí otra idea importante, que estuvo rondando nuestro relato, y
que tiene que ver con la confianza en los oyentes. Es decir, que en la selección de
cuentos no hay que menospreciar a los niños simplemente por su niñez. Sino más
bien invitar a desafíos, confiando en que los niños completaran el sentido de un texto
o bien preguntarán, en el medio de la narración, cuando algo no les cierre.
Hay algo más que queremos decir para cerrar. Cinthia, nuestra hija, dice: “si en una
historia a los protagonistas no les pasa nada, no es lindo el cuento. Siempre tiene
que pasar algo sino no tiene sentido”. Este algo que tiene que pasar, esto que
menciona nuestra hija, tiene que ver con el conflicto. Algo así como decir que sin
conflicto no hay cuento.