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Clase Nº 4

La presente clase ha sido elaborada por María Gabriela Merlinsky exclusivamente para ser dictada en el Programa
Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), en la Clase 4: “Conflictos ambientales y
territorio’’ del curso: “Ecología política en el capitalismo contemporáneo”, Junio de 2009.

Av. Corrientes 1543 (C1042AAB),


Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Informes: (54-11) 5077-8024
academica-pled@cculturalcoop.org

Cómo citar:
Merlinsky, María Gabriela: ‘’Conflictos ambientales y territorio‘’ [CLASE], en el
curso: “Ecología política en el capitalismo contemporáneo”. (Programa
Latinoamericano de Educación a Distancia, Centro Cultural de la Cooperación
Floreal Gorini, Buenos Aires, Junio 2009).

Conflictos ambientales y territorio

María Gabriela Merlinsky 1

INTRODUCCION
La irrupción de la naturaleza en el campo de las ciencias sociales constituye
uno de los fenómenos más destacables de la cultura de nuestro tiempo. A partir del
creciente cuestionamiento al pilar del pensamiento moderno europeo, representado
por el par dicotómico naturaleza-cultura, en los últimos años se han ampliado
progresivamente las fronteras del debate público, la investigación social y la acción

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Investigadora del Instituto de Investigaciones “Gino Germani”. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires.

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política en torno a la resignificación y la inscripción de la naturaleza en la vida
social.
Asimismo, han surgido nuevas formas de cooperación entre disciplinas
intentando dar respuesta a las nuevas preguntas que nos reclama nuestra época.
Como ha señalado Harvey, la expansión del capital entraña un proceso de
acumulación por desposesión: esto lleva consigo un constante deterioro social y
ambiental, un aumento creciente de la tasa de explotación de los recursos naturales
y todo ello se expresa en una crisis ambiental.
Esta crisis ambiental es inédita, ya que en virtud de su carácter global, afecta
a todas las sociedades del planeta; y porque se ha venido gestando con intensidad
creciente en los últimos doscientos años. En el último medio siglo, da muestras de
haberse transformando en una crisis eco-ambiental, pues se ha constatado el
debilitamiento de procesos ambientales que no pueden simplemente ser sustituidos
por otros. Asimismo, esta crisis hace más visible la estrecha vinculación existente
entre las relaciones que los seres humanos establecen entre sí en la producción de
sus condiciones de vida, y las que como especie establecen con el conjunto del
mundo natural.
Se inaugura así, una nueva época en que lo ambiental no puede reducirse a
un problema demográfico, tecnológico, o meramente económico, para dar paso a
una visión de creciente complejidad, que nos demanda nuevas formas de
colaboración e interacción entre las ciencias humanas y las naturales. Desde las
ciencias sociales aún estamos poco equipados teórica y científicamente para dar ese
gran salto, sin embargo, no cabe duda de que nos corresponde hacerlo. La
comprensión de las implicancias de la crisis ecológica (escasez de recursos) y de la
crisis ambiental (escasez de depósitos "contaminables"), se relaciona con los sistemas
institucionales, de poder y de distribución de bienes, en tanto las consecuencias
ecológicas de la forma en que la población utiliza los recursos de la tierra están
asociadas con el patrón de relaciones entre los propios seres humanos. En esos
términos las preguntas se multiplican y reclaman ir más a fondo en el análisis de las
formas de apropiación social de la naturaleza, las diferencias de poder en el acceso a
los recursos naturales, los sistemas institucionales que regulan al disponibilidad,
aprovechamiento y conservación de los mismos, el problema de la gobernabilidad de
regiones (tales como las cuencas) que están delimitadas por razones naturales, la
creciente politización del cuestión ambiental considerada como asunto público, entre
otros tantos temas.
Es importante destacar, sin embargo, que la emergencia de la cuestión
ambiental como asunto socialmente problematizado no se manifiesta de una sola
manera y adquiere significados muy diferentes en cada cultura, en cada región, en
cada país y en función de las diferentes posiciones, disposiciones e intereses de los
actores sociales que participan en la definición de la cuestión ambiental. En Argentina,
la historia de esta relación no va más allá de un par de décadas y ha ganado
visibilidad social en el espacio público en un período aún más reciente.

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En esta presentación voy a sostener que los conflictos ambientales juegan un
papel fundamental en la problematización de la cuestión ambiental y en la selección
social del riesgo en diferentes sociedades. Así, el proceso de construcción social y
política de la cuestión ambiental no es espontáneo, sigue los pasos de la historia
ambiental de cada región y es consecuencia de la dinámica social de los conflictos
por la apropiación de los recursos de la naturaleza en diferentes espacios
geográficos. Todo ello da lugar a diferentes formas de inscripción territorial de los
conflictos y a un proceso en que los actores sociales valorizan los bienes de la
naturaleza que pasan a ser considerados como bienes públicos.
En el desarrollo del tema buscaré acercar algunas reflexiones elaboradas a
partir de mi investigación sobre dos conflictos ambientales de singular repercusión
pública en Argentina: el conflicto por las plantas de celulosa en el río Uruguay y el
conflicto por el saneamiento de la cuenca Matanza-Riachuelo. Si bien no abordaré
específicamente el análisis de dichos conflictos, buscaré exponer el andamiaje
teórico y conceptual que he desarrollado para abordar el estudio de estos casos.
Espero someter algunas de las categorías analíticas empleadas en la investigación a
la crítica y el exámen de todos ustedes y asimismo, proponerles una reflexión con
respecto a su aplicación en otros estudios de caso. Un ejercicio comparativo,
incorporando nuevos casos, permitiría refinar las categorías, agregar otras nuevas
en un ejercicio de investigación que considero que aún no ha finalizado.
Antes de avanzar en la exposición quiero destacar la enorme productividad del
análisis del conflicto para la investigación social. Los análisis más penetrantes de las
ciencias sociales permiten ver al conflicto como el modo concreto en que se produce
la sociabilidad en la que estamos insertos (Mouffe, 1996) o como un elemento
constitutivo ineludible de las relaciones sociales (Simmel, 1939; Marx y Engels,
1974). Así, explorar la constitución de conflictos que ponen en cuestión un nuevo
orden de problemas transformándolos en asuntos públicos permite rastrear -a partir
del análisis de un campo social concreto- la forma en que los actores sociales
piensan sus ámbitos cotidianos de vida. Por lo tanto, es importante decir que los
conflictos ambientales son momentos de socialización y, en tanto tales, representan
puntos de inflexión en la comprensión material y simbólica de la cuestión ambiental.
En mis recientes investigaciones he querido abordar el conflicto de una
manera empírica buscando ubicarlo en el marco de ciertas condiciones histórico-
sociales concretas y no únicamente en función de condiciones sociales abstractas,
ideales o imaginadas. Antonio Azuela ha señalado que la tecnología existente para la
“mediación de los conflictos” (que no es más que un emergente de la creciente
multiplicación e “ingobernabilidad” de los mismos) genera la imagen de que “algo
debe hacerse con ellos”, de modo que se construye una visión orientada por la
necesidad de hacer una intervención. “El punto crítico no es la preocupación por
solucionar las diferencias de intereses y posiciones, sino que en la persecución de
esta meta se pierden de vista aspectos y dimensiones altamente significativas y
sustanciales” (…) “Cuando de lo que se trata es de intervenir, se tienen que poner
entre paréntesis al menos algunas de las condiciones del propio conflicto, y muchas
veces en dichas condiciones está la clave de su comprensión”(Azuela y Mussetta,

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2008: 14-15). Tomando en serio esta advertencia, les propongo que nos situemos en
la tradición de las ciencias sociales que valora la potencialidad del análisis del
conflicto para la exploración de las dimensiones más significativas del proceso de
formación y transformación del orden social.
Los conflictos ambientales son, en esencia conflictos territoriales distributivos
y políticos que generan tensiones en las líneas de desarrollo histórico de cada
comunidad o región y ponen en cuestión los mecanismos de expropiación y
apropiación de los recursos naturales. En esos conflictos no están en disputa sólo
los impactos ambientales, sino también los impactos económicos, sociales y
culturales, por esa misma razón, estas disputas generan una fuerte colisión entre el
espacio económico y el espacio vital (Sabattini, 1997).
Los conflictos ambientales dan lugar a la formación de nuevos actores
colectivos que expresan sus demandas durante el proceso contencioso y que, a
partir de desarrollar saberes “contra-expertos”, empujan hacia el reposicionamiento
de otros actores sociales que participan en la controversia. Los actores colectivos
que surgen junto al conflicto se movilizan en defensa de un espacio vital y en
oposición a lo que considera una amenaza a la estructuración de dicho espacio. En
la trayectoria de confrontación se redefine y resignifica el lugar del territorio como
ámbito político: en ese proceso de construcción social se atribuye valor ambiental a
un sub-ensamble espacial y de ese modo se territorializa el conflicto (Melé, 2006).
Por lo tanto, en mi definición del conflicto ambiental la consideración del
territorio como ámbito social cargado de valor es muy importante ya que una mirada
centrada en las disputas territoriales tomando en perspectiva la historia ambiental
permite entender que es lo que está en juego en cada caso. Asimismo, es
importante adelantar que los conflictos ambientales además operan en mútliples
escalas lo que implica escenarios de deliberación diferentes: locales, regionales,
metropolitanos, nacionales, globales, transnacionales, etc. Cuando los conflictos
ambientales logran traspasar las arenas locales y proyectarse hacia las arenas de
debate nacional es cuando empiezan a tener consecuencias en términos de la
construcción social y política del medio ambiente, es decir en términos de generar
debates públicos de alcance nacional, dando lugar a momentos de inflexión
institucional.
En consecuencia, siguiendo las líneas que ya han quedado esbozadas, cuatro
serán los ejes de mi exposición: en primer lugar, reflexionando junto con otros
autores, me quiero concentrar en un repaso de las principales razones que expican
la reciente ebullición de la conflictividad ambiental en América Latina; en segundo
lugar, a partir de un ejercicio comparativo que espero que ustedes completen,
buscaré dar cuenta de las principales características de los conflictos ambientales
tal como aparecen enunciadas en diferentes investigaciones; en una tercera
instancia avanzaremos en una definición de la inscripción territorial de los conflictos
ambientales, acercando categorías analíticas que se concentran en el análisis
espacialidad de la producción social del espacio; finalemente, quiero entrar en un
campo más politológico referido al papel de los conflictos ambientales en la
conformación de arenas públicas de deliberación sobre el medio ambiente.

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ACERCA DE LA MULTIPLICACIÓN DE LOS CONFLICTOS AMBIENTALES
EN AMÉRICA LATINA Y EN ARGENTINA

Como fue señalado en la introducción, la perspectiva que quiero introducir en


esta exposición se aleja diametralmente de la mirada que ve a los conflictos como
episodios excepcionalmente dramáticos que será necesario evitar, prevenir o
desactivar lo más rápidamente posible. Los conflictos son verdaderos medios de
expresión y de toma de la palabra, una modalidad de intercambio entre los actores,
una manera de confrontar discursos y también una forma de inscripción de las
prácticas sociales en la esfera pública. El hecho de que la dinámica de los conflictos
ambientales apunte a la larga duración 2indica que estamos frente a un fenómeno
complejo, ligado a procesos sociales de mayor alcance, estrechamente asociados con
la producción y transformación del orden social.
La primera pregunta que varios autores se han planteado se refiere a los
motivos que explican la multiplicación de los conflictos ambientales tanto en
América Latina como en otras regiones del planeta.
Una primera respuesta que podemos esbozar, desde una mirada global, se
refiere a la multiplicación de situaciones de incertidumbre con respecto a las
consecuencias del desarrollo industrial, el malestar en torno a la multiplicación y
globalización de los riesgos y - en términos generales-, el reconocimiento social de la
cara oscura de la modernizacion civilizatoria. “El tipo de civilización con el que nos
enfrentamos ha llegado a un punto en el que sufre los frutos envenenados y los
resultados no esperados y no deseables de, fundamentalmente, los procesos de
invención técnica y la globalización económica. (Sádaba Rodríguez, 2002:5).
En “Agir dans un monde incertain”, Callon, Lascoumes y Barthe han
desarrollado un sugerente análisis de la forma en que se vincula la percepción de
incertidumbre con la emergencia de conflictos ambientales (controversias socio-
técnicas, en la definición de los autores), así, los investigadores plantean como
punto de partida la distinción entre los conceptos de riesgo e incertidumbre. En las
últimas décadas el desarrollo mismo de la ciencia y de la técnica ha ido generando la
convicción de que existen campos de aplicación cuyos escenarios de riesgo no
pueden anticiparse con claridad. Las consecuencias de las decisiones que son
susceptibles de tomarse no pueden ser anticipadas: las opciones descriptibles no
son conocidas de manera suficientemente precisa, el análisis de la constitución de
mundos posibles se nutre de nociones muy ambiguas y los comportamientos e
interacciones de las entidades que las componen devienen enigmáticas. Si las

2 Este es un punto destacado por varias investigaciones que analizan conflictos ambientales. Ver por ejemplo: Santandreu y Gudynas
(1998). Los autores señalan que los conflictos ambientales finalizan mediante una negociación entre las partes, por un acuerdo
forzado por un tercero (por ejemplo el Estado) o una resolución judicial. Pocas veces terminan disolviéndose porque una de las partes
abandone el conflicto. Asimismo, Francisco Sabattini (luego de revisar de una gran cantidad de investigaciones sobre conflictos
ambientales en la región) señala que habitualmente los conflictos ambientales pasan por una etapa inicial de judicialización, continúan
en un escenario de negociación informal. En muy pocos casos, la salida del conflicto es democrática en el sentido de inaugurar una
mesa de negociación formal. (Sabattini, 1997:79).

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condiciones requeridas para definir escenarios de riesgo no se reúnen, en estos
casos se puede hablar de incertidumbre.
En contextos de incertidumbre, los actores sociales que pueden verse
afectados por las decisiones que se van a tomar irrumpen en el debate sobre
“escenarios futuros” o “estados del mundo posibles” y con su intervención amplían
el campo de las decisiones técnicas, para transformarlas en cuestiones políticas. El
debate en torno a las consecuencias futuras de emprendimientos productivos,
proyectos de infraestructura, instalaciones peligrosas (como las plantas nucleares),
innovaciones tecnológicas relacionadas con la salud (medicamentos, alimentos),
proyectos de transporte que modifican los usos del suelo, etc. plantea situaciones de
naturaleza conflictiva, forzando una “reconfiguración social” mediante la cuál los
“legos” consiguen entrar en el campo de debate. Los conflictos cumplen así el papel
de extender la discusión sobre “estados de mundos posibles” al tiempo que amplían
la exploración de argumentos, tomando en cuenta una pluralidad de puntos de
vista, demandas y posibles respuestas. Se constituyen así, en “dispositivos de
exploración y de aprendizaje colectivo” (Callon, et al., 2001: 50).
Una segunda respuesta a la pregunta, puede rastrearse en la revisión de la
literatura sobre conflictos ambientales en América Latina (Lopez, et.al, 2004;
Sabatini, 1997; Alonso y Costa, 2002; Fuks, 1996; Pacheco, et al. 1992). Estos
trabajos analizan la emergencia y multiplicación de conflictos ambientales,
situándolos en el marco de procesos sociales e históricos específicos ligados a las
características propias de nuestras sociedades. Uno de los más agudos observadores
y analistas de estos conflictos, Francisco Sabattini, ha señalado cuatro factores que
explican la multiplicación de los conflictos ambientales en nuestra región: la
expansión exportadora de los recursos naturales, las tendencias a la renovación de la
urbanización, un aumento en la conciencia ambiental y la consolidación de las
libertades democráticas (Sabattini, 1997). 3
En referencia a la expansión exportadora de los recursos naturales, este es un
tema central de debate en la región. La cuestión aquí es la creciente concentración
de servicios avanzados, actividades financieras y funciones de comando y control en
los países centrales a expensas de una creciente “reprimarización” de las economías
latinoamericanas que se ubican en el rol de proveedoras de recursos naturales y
energía.
Durante la década del 90, la incorporación de los países latinoamericanos a
un proceso de apertura indiscriminada de sus mercados, con la consiguiente
pérdida del poder contrabalanceador del Estado en el proceso de desarrollo han
tenido como consecuencia no sólo la elevación de las tasas de desempleo y el

3 En el trabajo de Lopez et.al. se señalan cinco factores que explican el proceso de “ambientalización de la cuestión social”, que es

considerada una nueva cuestión social y una nueva cuestión pública: el crecimiento de la importancia de la esfera institucional del
medio ambiente entre los años 70 y el final del siglo XX; los conflictos sociales en el nivel local y sus efectos en la interiorización de
nuevas prácticas; la educación ambiental como nuevo código de conducta individual y colectiva; la cuestión de la participación;
finalmente, la cuestión ambiental como nueva fuente de legitimidad y de argumentación en los conflictos. (Lopes, J. (coordinador);
Antenaz, D. Prado, R.; Solva, G. (editoras) (2004); A ambientalizaçao dos conflitos sociais. Río de Janeiro; Relume Dumará: Núcleo
de Antropología da política/UFRJ. Págs. 19 a 20).

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aumento de la pobreza, sino también una pérdida del control social en el manejo de
los recursos naturales (agravada en algunos casos por la privatización de recursos
esenciales). Es importante considerar además, que la consiguiente disminución del
poder fiscalizador del Estado tiene implicancias críticas en razón de las mayores
presiones ambientales originadas en el traslado de actividades contaminantes desde
los países centrales a los periféricos. Las consecuencias de esos procesos se hicieron
visibles iniciado el presente milenio y en la actualidad asistimos a una
multiplicación de los conflictos generados por actividades extractivas (actividades
mineras), uso de recursos naturales (usos alternativos y múltiples del agua,
conflictos por explotaciones petroleras y gasíferas), reclamos por afectación de la
biodiversidad de los ecosistemas (lo que significa la pérdida de la base natural de
comunidades agrarias o étnicas), conflictos en torno a la deforestación y destrucción
de bosques nativos y disputas en torno a la expansión de la frontera agropecuaria
(apropiación para usos mercantiles de tierras anteriormente utilizadas por
comunidades campesinas o indígenas). (Alimonda, 2005; Vacaflores y Lizárraga,
2005; Castro Soto, 2005; ).
Con respecto a las tendencias a la renovación de la urbanización y su impacto
en la multiplicación de los conflictos ambientales, es importante resaltar que la
crisis de la planificación urbana (crisis de los códigos de planificación urbana, en
tanto mecanismo de segregación urbana) ha dado lugar a la emergencia de un
urbanismo flexible que deja abierto un espacio de negociación entre la autoridad
territorial y los inversionistas y agentes de desarrollo urbano. Esto permite a quienes
ocupan los barrios y áreas consolidadas de las ciudades, exportar hacia el exterior
de ellas (o hacia áreas segregadas) las externalidades negativas, tanto ambientales,
funcionales, como sociales. (Sabattini, 1997). Este proceso ha dado lugar a
situaciones de degradación ambiental que se fueron intensificando junto con la
expansión urbana no planificada. Los conflictos ambientales urbanos expresan el
descontento y movilización de grupos de ciudadanos que no aceptan una
distribución de externalidades basada exclusivamente en la lógica de la renta
urbana. Conflictos como la resistencia a la instalación de nuevos rellenos sanitarios,
las manifestaciones reclamando el cierre de otros que están colapsados, las
demandas por la expansión de los servicios de agua potable e infraestructura o la
resistencia al peligro tóxico derivado de la convivencia de asentamientos urbanos
con áreas de riesgo tecnológico, son evidencias más que palpables del impacto de la
“crisis de la planificación urbana” en la emergencia y multiplicación de conflictos
ambientales.
En relación a la incidencia del aumento de la conciencia ambiental en la
emergencia de conflictos ambientales, hay múltiples miradas y una más que
interesante discusión con respecto a las diferentes formas que asumen “los
ambientalismos” en América Latina y en referencia a la cuestión del signo valorativo
que los impulsa (Gudynas, 1992; Ferreira, 1999; Viola, 1987; Leis y Amato, 1995).
Aún cuando no hay una respuesta cierta a la cuestión de si los conflictos
ambientales alientan una cosmovisión diferente de la relación sociedad-naturaleza o
se trata de conflictos sociales policlasistas que asumen un argumento ambiental

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(Azuela y Mussetta, 2008), lo importante es resaltar que los “argumentos
ambientales” han pasado a formar parte de los esquemas de percepción,
pensamiento y acción en las sociedades contemporáneas en América Latina. Este es
un cambio ocurrido en los últimos veinte o treinta años (según los países que
analicemos) que vino junto con la consolidación de un movimiento social que
incorpora crecientemente la dimensión ambiental en su escala de acción,
organización y demanda.
Finalmente, un elemento que explica la emergencia y multiplicación de
conflictos ambientales en América Latina, se refiere a las transformaciones en la
sociedad civil, especialmente en lo que hace a su recomposición a partir del efecto
combinado de experiencias autoritarias militares y civiles, transiciones inacabadas
de democratización política y reformas económicas neo-liberales. La sociedad civil
que emerge de esos procesos, tiene una relación paradojal con la democracia: por un
lado otorga un respaldo casi sin precedentes a este sistema de gobierno –como fruto
de un aprendizaje doloroso- por el otro, plantea una creciente insatisfacción con el
carácter marcadamente instrumental de las democracias latinoamericanas, lo que
se expresa en un gran distanciamiento de la política formal. Esto ha dado lugar a la
emergencia de movimientos ciudadanos que expresan el conflicto (para nuestro caso
el conflicto ambiental) como un intento de redefinir derechos de matriz ciudadana. 4
Es importante destacar que, aún cuando estos conflictos tienen un fuerte contenido
re-democratizador (especialmente en su relación con los usos del territorio), cuando
se expresan el espacio público, -esta es una constatación de no pocas
investigaciones- se obturan los mecanismos institucionales que permitirían avanzar
en modelos más inclusivos de participación ciudadana.
En Argentina, las recientes investigaciones que abordan la conflictividad
ambiental lo hacen a través del estudio de los “conflictos ecológicos distributivos”
(Pengue, 2008), las disputas en torno a los recursos naturales (Giarraca, 2006) o los
movimientos socioambientales (Svampa, 2008).
La reciente compilación de trabajos realizada por Walter Pengue, asigna una
relevancia central a los conflictos ecológico distributivos generados por la creciente
concentración de la propiedad de la tierra, la agriculturización de las Pampas y su
especialización en el cultivo de oleaginosas, modelo que se ha extendido incluso
fuera de la región pampeana (Pengue, 2008:47). Asimismo se señala una lista
adicional de problemas portadores de conflictos ecológicos distributivos en
Argentina: la deforestación, la degradación y erosión, la pérdida de biodiversidad, los

4 Un reciente estudio comparativo sobre movimientos sociales, sociedad civil y democracia en cinco países del Cono Sur arribó a las
siguientes conclusiones: (a) han emergido "nuevos" actores políticos en las últimas décadas, como ambientalistas, mujeres, indígenas
o vecinos de la periferia urbana popular; (b) han surgido nuevos espacios de acción política centrados en temas que movilizan a
distintas clases sociales, como el medio ambiente, la exclusión territorial y las discriminaciones de género y raza; (c) se ha iniciado la
construcción de una nueva cultura centrada en los derechos de los ciudadanos y en la participación, en reemplazo de la matriz
discursiva asociada a propuestas de transformación social de tiempo atrás; (d) se han abierto camino nuevos estilos de hacer alianzas
políticas en torno a la búsqueda de resultados concretos, aun cruzando diferencias ideológicas; y (e) se han afirmado, como valores
de los nuevos actores sociales, la autonomía frente al Estado y los partidos políticos. Albuquerque, M. (2004). "Movimientos sociales y
sociedad civil en la construcción de la democracia en los países del Cono Sur". Albuquerque, M. (ed.), La construcción democrática
desde abajo en el Cono Sur. Sao Paulo: Instituto Polis.

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problemas de contaminación de los acuíferos, el acceso a fuentes de agua y su
utilización, la sobreexplotación de los recursos forestales y la pesca, la
contaminación agroquímica y la contaminación y depredación provocada por las
minas a cielo abierto. (Pengue, 2008:48-49).
Por su parte, Giarraca afirma que las protestas de los indígenas por la tierra,
el rechazo a las minas, a las empresas papeleras o petroleras, tienen en común que
se trata de disputas en donde están en juego los bienes naturales que son los
grandes generadores de riqueza junto con el trabajo y las tecnologías adecuadas.
Asimismo, según la autora se trata de disputas entre los actores sociales y el gran
capital prácticamente sin (o con débiles) mediaciones estatales. Por su parte,
remarca la composición multisectorial de estas protestas. Los actores son múltiples:
indígenas, sectores medios profesionales, amas de casa, desocupados, etc, Esto
explicaría la diversidad de formato de acciones. (Giarraca, 2006).
Los recientes trabajos de Maristella Svampa, han identificado seis
características comunes de los movimientos socioambientales que hoy se
multiplican en América Latina: la territorialidad, como forma de potenciación de un
lenguaje de valoración divergente enfrentado a la lógica económica extractiva; la
acción directa, que implica el uso de medidas de presión directa combinadas con
demandas legales e incluso la utilización de mecanismos constitucionales
(plebiscitos); la democracia asamblearia, que implica la formación de espacios
políticos horizontales encargados de proponer un saber contraexperto; la demanda
de autonomía, que se observa en la formación de organizaciones auto-convocadas
sin lazos explícitos con el sistema político, el carácter intersectorial de su
composición que incluye diferentes clases sociales, grupos profesionales, diversidad
de filiaciones culturales y étnicas y, finalmente, la multiescalaridad, pues en los
conflictos en torno a la implantación de economías de enclave se genera un cruce de
actores que operan en diferentes escalas. (Svampa, 2008:100). La autora sostiene
que la potenciación de lenguajes de valoración divergentes acerca del territorio es
más visible y explícita en pequeñas localidades y en el caso de los conflictos
protagonizados por comunidades campesinas e indígenas. En estos conflictos, el
vínculo más estrecho con el paisaje, la tierra y un conocimiento del entorno natural
permiten construir mediaciones en torno a la idea de “comunidad de vida y
territorio” que se expresan en lenguajes de valoración territorial. (Svampa, 2008:99).

HACIA UNA CARACTERIZACION DE LOS CONFLICTOS AMBIENTALES

Los conflictos ambientales movilizan una gran variedad de actores que


articulan demandas sociales, económicas y políticas que, asimismo, pueden variar
en función de la naturaleza de los problemas, involucrando diferentes pertenencias
de clase, territoriales, culturales, en distintas configuraciones contenciosas. Es
importante tomar considerar un conjunto de aspectos estructurales, grupales e
individuales que condicionan la acción. Así es posible dar cuenta de conflictos de
intereses, conflictos en torno a dimensiones culturales o estilos de vida. (Pacheco, et

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al., 1992:48). El foco analítico, entonces, se vuelve hacia la esfera pública,
simultáneamente arena de conflicto y negociación entre actores. Por lo tanto, los
conflictos ambientales incluyen tres componentes centrales: acción (actores
involucrados), determinación (procesos estructurales) y mediaciones (políticas y
culturales) (Pacheco, et al.,1992:49). En consecuencia, se los puede considerar en
su naturaleza socio-ambiental y en la literatura hay varios autores que proponen
esta definición, que es la que se toma en cuenta aquí, sin embargo, me ha parecido
redundante la distinción porque, efectivamente, todo conflicto que involucra actores
sociales es inherentemente social. A continuación, quiero esbozar una lista no
exhaustiva de las principales características de los conflictos ambientales, a partir
de una revisión de diferentes experiencias en América Latina.

A) Los conflictos ambientales ponen en juego sistemas de valoración diferentes


en relación a los bienes naturales y al tipo de relación que se quiere establecer con
ellos. En las controversias en torno a la extracción o transporte de materias primas,
por las consecuencias de la contaminación o por la instalación de nuevas
actividades en el territorio se ponen en juego diferentes lenguajes de valoración.
Habitualmente las empresas – y en algunos casos los gobiernos- que promueven los
proyectos utilizan un lenguaje económico que se refiere a un análisis costo-beneficio
con todas las externalidades traducidas a dinero, y a partir de una evaluación de
impacto ambiental, que permitirá decidir la viabilidad del proyecto. Sin embargo, los
afectados, aunque entienden el lenguaje económico y aunque piensen que es mejor
recibir alguna compensación económica que ninguna, acuden a otros lenguajes que
están disponibles en sus culturas. (Martinez Alier, 2004:16). “¿Vale argumentar en
términos de la subsistencia, salud y bienestar humanos directamente, o hay que
traducirlos a dinero? ¿Qué valor tiene el valor estético de un paisaje, no traducido
en dinero sino por sí mismo? ¿Cuánto vale la vida humana, no en dinero sino en sí
misma? Son preguntas que nacen de la observación y participación en conflictos
ambientales en diversos lugares del mundo” (Martinez Alier, 2004:17).
B) En los conflictos ambientales se combinan de múltiples maneras las
dimensiones cognitivas y de intereses. (Alonso y Costa, 2002; Pacheco, et.al., 1992).
Así como hay que tomar en cuenta los componentes culturales y lenguajes de
valoración, asimismo es necesario trazar una línea que conecta a los conflictos
ambientales con las relaciones de fuerza predominantes en cada territorio. Estos
conflictos suelen reabrir “capítulos” de las conflictivas dinámicas históricas de la
constitución de las sociedades. Sin embargo, lo que está en juego “en términos de
intereses” no puede ser analizado exclusivamente con las herramientas analíticas
existentes para analizar los conflictos entre capital y trabajo (Fuks, 1996; Giuvant,
1998). En los conflictos ambientales, el medio-ambiente es el catalizador de una
disputa que puede tener focos-objetos tan importantes como: la discusión sobre
formas de propiedad de la tierra y los usos del suelo urbano, la contradicción entre
diferentes sistemas de producción en una región, la resistencia a formas de gobierno
centralistas del Estado nacional, la cuestión de los derechos de pueblos originarios,
los significados religiosos y culturales asignados al territorio, etc. Por lo tanto, si

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bien hay un conflicto ambiental cuándo un conjunto de actores sociales plantean
una demanda que se inscribe en el terreno político y en la que está en juego la
apropiación social de bienes de la naturaleza, ese reclamo, habitualmente está
mediado o articulado con otras demandas sociales y económicas.
C) La dinámica de los conflictos ambientales da lugar a la formación de
espacios públicos intermedios o arenas públicas del conflicto. Aquí se producen
transformaciones en las formas de deliberación pública en las que los conflictos son
socialmente procesados. Considerando el ámbito local, regional, nacional y
trasnacional o global, puede ocurrir que unos sentidos asignados al conflicto
predominen sobre otros según la escala de análisis que abordemos y la forma en que
los actores estén expresándose como sujetos políticos en ese nivel. En cada escala
puede variar el peso que pueda tener uno u otro actor dentro de las diferentes
alianzas (regionales y globales) y según la dinámica que vaya adquiriendo la protesta
a lo largo del tiempo. (Arach, 2002; Brossius, 1999).
D) Los conflictos ambientales desafían los arreglos pre-existentes entre
diferentes niveles de gobierno. Esto ha sido muy bien analizado en la literatura
mexicana, donde se ha podido mostrar, a partir del análisis comparativo de varios
conflictos ambientales, que éstos producen importantes erosiones en los modos de
relacionamiento entre niveles de poder (federal, estadual/provincial, municipal) y
que, en no pocas ocasiones las resistencias locales a nuevas instalaciones,
proyectos, e inversiones que implican algún tipo de impacto ambiental, tienen una
dimensión de oposición al gobierno federal. (Melé, 2006:291). Por otra parte, desde
hace bastante tiempo la investigación sobre políticas públicas y gobiernos locales ha
demostrado que estos últimos son el punto más débil en los acuerdos entre
diferentes jurisdicciones, de este modo, el gobierno municipal, suele ser una
importante caja de resonancia del conflicto.
E) En los conflictos ambientales se modifican las representaciones mediante
las cuales las comunidades locales construyen su relación con el territorio, de este
modo se ponen en contradicción el “espacio de representación” (prácticas espaciales
asociadas a la experiencia de la vida cotidiana y la memoria colectiva) con la
“representación del espacio” (procesos de comodificación y burocratización de la vida
cotidiana, que colonizan un espacio concreto sedimentado) (Lefebvre, 1991). Patrice
Melé propone, asimismo, analizar las situaciones de conflicto como “momentos de
territorialización”: para poder preservar el espacio y transformarlo en objeto de
negociación el “cuadro de vida” debe ser objeto de una definición territorial, y de una
cualificación jurídica. Los discursos y procedimientos de justificación en torno a la
legitimidad de las reivindicaciones movilizan visiones del territorio y ponen en
cuestión las modalidades de inserción y las posiciones espaciales ocupadas por los
habitantes. De ese modo, ciertas reivindicaciones reposan sobre la percepción o la
construcción del riesgo y vulnerabilidad ligados a espacios particulares. (Melé, 2003:
23).
F) Sin ser una característica constitutiva de los conflictos ambientales, un
elemento en común identificado en varias investigaciones refiere a su amplificación
a través de procesos de judicialización. En consecuencia, cuando los conflictos son

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llevados al terreno del derecho, se genera un proceso de juridificación, que los
resignifica. De este modo, los especialistas del derecho se vuelven un grupo más de
los actores del conflicto y la cantidad de preguntas se multiplica (Azuela, 2006). Se
produce así una “actualización local del derecho”, que permite ver cómo son traídas
las normas jurídicas (que normalmente resultan “distantes” en el tiempo y en el
espacio) a la situación concreta y la experiencia cotidiana. Esto le agrega valor
heurístico a los casos bajo análisis, pues permite focalizar el análisis en la
producción de reglas y de normas que construyen o transforman ordenes locales, y
por lo tanto, dar un papel privilegiado en la investigación al estudio de las
dimensiones espaciales y territoriales del derecho. (Melé, 2007).

EL TERRITORIO COMO ESCENARIO DE MANIFESTACIÓN Y COMO


ESPACIO “VALORIZADO” POR EL CONFLICTO

Como ha señalado Porto Gonçalves, el conocimiento científico moderno, en


tanto se pretende un saber universal y no un saber histórica y geográficamente
situado tiene como marca de orígen el ocultamiento del territorio. Esconder la
provincia es la primera condición para un saber que se pretende universal. Es un
pensamiento que se coloca a sí mismo como saber superior en el mismo movimiento
en que califica a todos los otros saberes como locales, regionales o provincianos. Se
trata asimismo de un pensamiento que construye una geografía imaginaria donde
las diferentes cualidades de los pueblos y culturas serán dispuestas en un
continuum lineal que va de la naturaleza a la cultura, o mejor, de América y de
Africa, donde están los pueblos primitivos más próximos a la naturaleza, a Europa
donde está la cultura, la civilización. (Porto Gonçalves, 2002: 218) De ese modo la
subordinación de la naturaleza a la cultura implica también la subestimación del
significado de la naturaleza y la invisibilización de los pueblos que han constituído
sus prácticas en una relación con la naturaleza y no en contra de la naturaleza.
Las muy variadas teorías apocalípticas acerca del fin del espacio que son
características del discurso de la globalización han conllevado coincidencialmente a
la difusión de una gran cantidad de textos re-espacializadores. El redescubrimiento
del territorio en el debate de las ciencias sociales es un punto central en la
revelación del origen social conflictivo de la espacialidad, su producción y
reproducción problemática. Se trata fundamentalmente de desmitificar y politizar la
producción social del espacio.
Hasta los años sesenta, el espacio había sido tratado como una categoría
absoluta, es decir como un contenedor de paisajes y de objetos en interacción, es a
partir de los trabajos de Henri Lefevbre que se empieza a consolidar una
contribución original en la desmitificación de la comprensión de la espacialidad en
la vida social. Debemos a él la idea según la cual el dominio sobre el espacio
constituye una fuente fundamental y omnipresente del poder social sobre la vida
cotidiana. Lefebvre pretendió además crear una teoría multidimensional del espacio
que tomara en cuenta los aspectos físico, cognitivo y social. En esos términos, la

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producción del espacio comprende tres momentos interrelacionados: 1) las prácticas
espaciales, 2) las representaciones del espacio y 3) los espacios de representación.
Las prácticas espaciales se refieren a las formas en que los actores sociales
generan, utilizan y perciben el espacio. Las representaciones del espacio se refieren
a los espacios concebidos, que están derivados de una lógica particular y de saberes
técnicos y racionales. Estos saberes están vinculados con las instituciones del poder
dominante y con las representaciones normalizadas generadas por una ‘lógica de
visualización’ hegemónica. 5 Los espacios de representación refieren a las prácticas
espaciales que están asociadas con las experiencias de la vida cotidiana y las
memorias colectivas de formas de vida diferentes, más personales e íntimas. Por eso
llevan también un potencial para resistir la colonización de los espacios concretos.
El gran valor analítico del enfoque de Lefebvre está en pensar estas categorías como
momentos interconectados en la producción del espacio. No se puede pensar el
“espacio de representación” sin la “representación del espacio” y viceversa.
Esta perspectiva de análisis implica considerar el territorio como una relación
social mediada y moldeada en y por la materialidad del espacio: son las relaciones
sociales las que construyen el territorio y las que definen su significado y función.
La relación social en su intencionalidad crea una determinada lectura del espacio,
que conforme al campo de fuerzas en disputa puede ser dominante o no. El territorio
es el espacio apropiado por una determinada relación social que lo produce y lo
mantiene a partir de una forma de poder, de esa manera la definición de los límites
de un territorio implica un proceso conflictivo.
David Harvey señala como hipótesis central en sus trabajos que en las
economías monetarias en general y en la sociedad capitalista en particular, el
dominio simultáneo del tiempo y el espacio constituye un elemento sustancial del
poder social que no podemos permitirnos pasar por alto. Así, “la capacidad de influir
en la producción del espacio constituye un medio importante para acrecentar el
poder social. En términos materiales, esto significa que aquellos que pueden influir
en la distribución espacial de las inversiones en el transporte y las comunicaciones,
en las infrestructuras físicas y sociales, o en la distribución territorial de los poderes
administrativo, político y económico, a menudo pueden obtener beneficios
materiales”. (Harvey, 1998: 259).
Los conflictos ambientales en América Latina, en no pocas ocasiones toman la
forma de un conflicto de implantación, que se desencadena a partir de la
contradicción entre el avance de la denominada frontera global del capital (por la

5
Muchas veces la representación del espacio se presenta como un “espacio legible” - por ejemplo mapas, estadísticas, etc. - de
visiones y representaciones normalizadas que existen en las estructuras estatales, en la economía, y en la sociedad civil. Esta
legibilidad funciona como una simplificación del espacio a una superficie transparente. De esta manera se produce una visión particular
normalizada que oscurece luchas, ambigüedades, y otras formas de ver, percibir e imaginar el mundo. Asimismo, la capacidad de influir
en la representación del espacio implica un reforzamiento de las relaciones de poder. Harvey utiliza un ejemplo que puede ayudarnos a
aclarar este punto: “Si se logra convencer a los trabajadoresde que el espacio es un ámbito abierto al juego del capital y un terreno
clausurado para ellos, esto redunda en beneficio de los capitalistas. Los trabadores, al adjudicar más poder a la movilidad del capital, se
inclinarán más a ceder ante la amenaza de la huida del capital que si estuvieran convencidos de que los caspitalistas no pueden
moverse” (Harvey, 1998:259).

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deslocalización del centro a la periferia de empresas procesadoras de recursos
agrícolas y recursos naturales) y la resistencia de la población local a esos impactos.
Esto genera un conflicto entre múltiples territorialidades donde se confrontan
“representaciones dominantes del espacio” (como territorio a controlar y subordinar
a la lógica mercantil) y los “espacios de representación” que son espacios dinámicos,
delineados por formas de conocimiento local informal, que están saturados con
significados, y han sido construidos y modificados en el transcurso del tiempo por
los actores sociales. Desde el punto de vista de la confrontación entre el espacio
global y local no se trata, siguiendo a Haesbaert (2004) de considerar tan sólo un
conjunto de situaciones locales que sufren la interferencia de lo global: no es
simplemente una sobreposición en escalas distintas, ni una imposición unilateral de
eventos que ocurren en una escala sobre otra. Haesbaert designa el concepto de
glocalización para dar cuenta de la combinación de elementos que forman una
nueva dinámica donde ellos no pueden ser más reconocidos estrictamente como
globales, ni locales pero sí como un amalgama cualitativamente distinta: global y
local combinados al mismo tiempo como un nuevo proceso. Por lo tanto, estas
nuevas estructuraciones de lo global dan cuenta de una multiterritorialidad que
puede reconstruirse a partir de identificar las diferentes escalas en las que opera el
conflicto. Lo importante es entender que no hay una relación lineal entre los
acontecimientos y las formas en que son interpretados en una escala y en otra.
Para entender la relación entre conflictos ambientales, las construcciones
territoriales pre-existentes y la forma en que diferentes escalas del conflicto
intervienen en la definición de nuevas formas de identificación con el espacio, los
conceptos de localidad, ubicación y sentido de lugar, constituyen una herramienta
analítica importante (Agnew, 1987).
La localidad refiere a marcos formales e informales dentro de los cuáles están
constituidas las interacciones sociales cotidianas. De esa manera se pueden
identificar ciertas localidades como escenarios físicos asociados con las
interacciones típicas que componen las colectividades como sistemas sociales.
La ubicación refiere al espacio geográfico concreto que incluye la localidad que
está afectada por procesos económicos y políticos que operan a escalas más amplias
en lo regional, lo nacional y lo global.
El sentido de lugar, o la estructura de sentimiento local (Raymond Williams,
1977) se refiere a la orientación subjetiva que se deriva de la experiencia de vivir en
un lugar particular, respecto del cuál los individuos desarrollan sentimientos de
apego a través de sus experiencias y memorias.
Los tres componentes actúan como momentos fluidos cuyas interacciones se
influencian y forman entre sí. En los conflictos que he analizado he observado que la
dinámica contenciosa redefine el sentido de lugar articulando de diferente manera la
localidad y la ubicación: en el conflicto por el saneamiento de la cuenca Matanza-
Riachuelo hay una redefinición de la localidad en función de una nueva ubicación
(la cuenca) ampliando de ese modo el sentido de lugar hacia una referencia
geográfica que incluye el río y su ámbito continente de relaciones sociales. En el

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conflicto por las plantas de celulosa en el río Uruguay, la ubicación -considerando
los procesos económicos y sociales que operan a escala más amplia- constituye un
objeto privilegiado de análisis, pues la “situación conflictiva” es consecuencia de un
cambio de escala en la ubicación, pues el avance de la frontera global del capital
pone en cuestión la forma anterior en que se construía la relación del sentido de
lugar con referencia a la localidad.
En tanto estos conflictos constituyen procesos abiertos, se relacionan con
dinámicas de territorialización (algunos autores las denominan de re-
territorialización) que permiten el anclaje de la población en su ambiente
circundante a partir de una política de proximidad. Cuando se trata de movimientos
sociales que se movilizan en torno a la defensa de sus territorialidades y es el
espacio material y físico el que está en el centro de sus actividades, la lucha por el
territorio está explícitamente vinculada a una re-interpretación del espacio y su
significado para los actores locales (Oslender 2002:5).
Finalmente, el territorio juega un papel muy importante en los procesos
espaciales de organización política. Las dinámicas de movilización que se despliegan
a partir de estos conflictos pueden ser analizadas en sus dimensiones espaciales.
Los actores movilizados saben bien que hay ciertos espacios que son más propicios
para la movilización territorial: cortes de ruta, organización de eventos en “el
puente”, diferentes usos del río como elemento de simbolización de las protestas,
manifestación en las calles y en los ambientes cotidianos; todos ellos implican la
utilización estratégica del espacio en la definición de repertorios de acción colectiva.
En este contexto “el espacio, visto como un ámbito de confrontación produce una
geografía simbólica (Tilly 2000: 137) que se establece y otorga sentido a los
itinerarios y lugares a través de los cuáles y en donde, las organizaciones expresan
una nueva demanda”. (Armesto, 2005: 125).
La historia argentina reciente, da cuenta de la emergencia de formatos de
protesta estructurados como prácticas territoriales, cuya eficacia se basa en la
posibilidad de alterar otras rutinas espaciales. Durante la década del 90, la
desocupación masiva y los procesos de desafiliación ligados a cambios en el mundo
del trabajo, redefinieron las limitaciones y oportunidades de utilización de los
formatos clásicos de protesta de los trabajadores ocupados, y a la vez facilitaron la
innovación espacial en las confrontaciones (Merklen 2004). El desplazamiento de las
protestas desde el ámbito laboral hacia el ámbito territorial, expresado en los “cortes
de ruta” y en la imbricación de estas manifestaciones con patrones espaciales de
movilización en el espacio vivido (la ruta y el barrio) representan un antecedente
importante a tener en cuenta en el análisis de los procesos espaciales de
organización política que abordaremos en esta investigación. (Schuster y Pereyra
2001; Svampa y Pereyra 2003; Delamata, 2004; Auyero, 2002; Auyero, 2003).
En los conflictos ambientales, estos repertorios aparecen bajo nuevas formas
en las confrontaciones en las que actores están situados espacialmente (en este caso
localidades, regiones, habitantes de la cuenca, etc.) y demandan por afectaciones
ambientales territoriales. En mis investigacioens he podido dar un giro adicional a
esta cuestión focalizando la mirada en la formación de colectivos territorializados.

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Denominaciones, tales como “espacio intercuencas”, “autoconvocados por la defensa
del río Uruguay”, “vecinos afectados por el CEAMSE”, “foro hídrico”, refieren a un
reagrupamiento colectivo (entre redes, grupos y organizaciones) a partir de una
coalición de intereses con un anclaje espacial que supera la identificación en
referencia a un grupo o clase social específica y que se sitúa en una revalorización
de los bienes de la naturaleza como bienes comunes a preservar. Asimismo, durante
el transcurso del conflicto, la definición misma del territorio de la controversia, lleva
a una ampliación de la constitución del colectivo y a una re-definición de su campo
de acción territorial.

LOS CONFLICTOS Y LA FORMACIÓN DE ARENAS PÚBLICAS


AMBIENTALES.

Se ha señalado el carácter histórico de la formación de un ámbito de


problemas relativos a la cuestión ambiental como parte del proceso mismo de
definición de nuevos campos de dominio de acción social. La maduración de un
campo específico en torno a la cuestión ambiental en las sociedades del siglo XX
(cuyas principales expresiones son la emergencia de un dominio específico de
políticas públicas, legislación ambiental y multiplicación de los debates públicos en
torno al tema) juega un papel similar a la emergencia de otros dominios de
problematización de la cuestión social, tales como la cuestión socio-sanitaria en el
siglo XIX. (Lascoumes, 1994).
Algunos autores han denominado “ambientalización de lo social” a este
proceso de proliferación de significados en torno al medio ambiente. Se trataría de
“un proceso histórico de construcción de nuevos fenómenos, asociados a un proceso
de interiorización por las personas y los grupos sociales”(..)“la “ambientalización”,
sería una interiorización de las diferentes facetas de la cuestión pública del “medio
ambiente”. Esa incorporación y esa naturalización de una nueva cuestión pública
podrían ser notadas por la transformación en la forma y lenguaje de los conflictos y
su institucionalización parcial”. (Lopes, et.al., 2004:17).
Sin tomar posición con respecto a si la cuestión ambiental ha alcanzado a
conformarse como un campo con autonomía e influencia sobre otras esferas,
planteamos como hipótesis que los conflictos ambientales dan lugar a la formación
de arenas públicas intermediarias, que ejercen influencia en la selección social de
los problemas ambientales y asimismo, impactan sobre el campo de acción
institucional de la política ambiental.
El estudio de la trayectoria de los conflictos ambientales muestra que hay un
punto de inflexión en que los actores toman en cuenta situaciones que perciben
como problemáticas en el sentido de una conmoción, una alteración el curso de los
acontecimientos tal cómo se percibían hasta el presente y que amenaza con
transformar las certidumbres de la vida cotidiana. Es esta comprobación de la

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alteración en el curso de las cosas lo que hace percibir y definir una situación como
problemática.
Esto lleva a un trabajo colectivo de identificación y reconocimiento, de
categorización y de estabilización en la definición de lo que constituye el problema
público. El problema se configura en simultaneidad o sucesión sobre diferentes
escenas públicas más o menos institucionalizadas. Para lograr atención pública, el
problema debe inscribirse en la agenda mediática y lograr una inscripción en las
agendas gubernamentales, legislativas o administrativas.
Distintos autores que han investigado las acciones de protesta y resistencia a
grandes proyectos de desarrollo (por ejemplo las represas) han acuñado la idea de
que en torno a estas grandes inversiones se genera un campo de actores y de
alianzas entre actores, que comienzan a formar parte de una arena política común
de disputa donde se genera un espacio de cooperación, competencia y/ o conflicto
entre instituciones y actores sociales involucrados en su planificación y ejecución.
Ese campo de poder excede el campo de emplazamiento del proyecto y de los
Estados que la llevan adelante, y pone de relieve un complejo entramado político,
económico y cultural, de alcance trasnacional vinculado al “desarrollo” (Arach 2002;
Ribeiro, 1999; Escobar, 1995). De ese análisis se deriva una constatación
importante referida a la existencia de múltiples arenas del conflicto.
Lo propio de los problemas públicos es su propagación en diferentes arenas
públicas. Estas se pueden identificar en los procesos de deliberación por medio de
canales de expresión observables y descriptibles, que dan cuenta de la elaboración
de opiniones públicas y acciones colectivas, generando como resultado la
elaboración de bienes comunes y causas públicas. (Cefai, 2002). El concepto remite
a la doble connotación de “lugar de combate” y de “escena de actuación o
dramatización” y permite entender la constitución misma de tal espacio como un
trabajo de experimentación en torno a los asuntos públicos.
Un elemento central de análisis en la investigación sobre conflictos
ambientales, refiere a la posibilidad de hacer conexiones entre las arenas públicas
de los conflictos. El “contagio” de los públicos es correlativo a la migración de los
sentidos y la extensión de las disputas. Callon y Lascoumes han descripto
operaciones de traducción (Callon, 1986) y de transcodificación (Lascoumes, 1994),
se trata de ejercicios mediante los cuales se reagrupan puntos de vista anteriores, se
reciclan las ideas y se agrupan las actividades bajo nuevas formas de respuesta
social a los problemas. La definición de la situación problemática es así comandada
por la transferencia de esquemas de comprensión y stocks de información. En tanto
los actores, sus competencias y sus reivindicaciones circulan de una escena a la
otra, los recursos de los activistas se movilizan en torno a diferentes sentidos, los
procedimientos se someten a sucesivos encuadres y se abren nuevas ventanas de
oportunidad política.
En mi investigación este concepto ha jugado un rol central pues a partir de la
resonancia del conflicto por las plantas de celulosa en el Río Uruguay, se han
gestado las condiciones para el reagrupamiento de un público en formación en torno

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a la cuestión ambiental en Argentina. Esto define un punto de inflexión en la
comprensión del problema. El conflicto mencionado generó las condiciones para que
el conflicto por el saneamiento de la cuenca Matanza-Riachuelo se resignificara
públicamente en tanto caso judicial. Es importante entender entonces, que no existe
una arena pública sino varias. Cada una de ellas tiene una articulación diferente en
relación a la constitución de asociaciones, coordinaciones y movimientos, a su
influencia en la agenda mediática, a su transformación en tema de interés por la
opinión pública y su inscripción en la agenda gubernamental, legislativa y
administrativa. Lo importante es pensar las arenas públicas como un “espacio de
intervalos”. Los problemas, repertorios de soluciones, movilización de demandas que
fueron planteadas en una arena pública, pueden trasladarse a otro espacio de
problematización pública trascendiendo el anclaje local o regional. Esto trae
interesantes interrogantes para pensar las formas de coordinación espacial entre las
arenas públicas y el despliegue de diferentes temporalidades, en tanto el
establecimiento de “puentes” entre problemas no es necesariamente sincrónico.
Una mirada comparativa centrada en la dinámica de formación de los
conflictos ambiéntales, confirma que no existe relación directa entre el nivel de
peligrosidad de un evento y el proceso social de atribución de significado que lo
define como riesgoso. Es el proceso mismo de “selección social” de los riesgos en
cada sociedad, cultura, territorio, localidad, grupo social, lo que permite entender
que es lo que hace que un grupo determinado accione para colocar una cuestión
ambiental debe ser objeto de preocupación pública.
Lo importante a destacar es que en los conflictos ambientales el territorio
forma parte de un proceso de movilización que continúa abierto, incluso cuando la
fase más activa de la protesta se desactiva. El conflicto contribuye a la elaboración
de “espacios de representación” que incluyen a los bienes de la naturaleza como
activos importantes a valorizar. A partir de la puesta en marcha de modelos de
justificación que no aceptan la subordinación de los bienes de la naturaleza a la
lógica mercantil, los significados construidos al calor de los conflictos indican que
las empresas, especialmente las industrias, han perdido la legitimidad que otrora
tenían en el ejercicio de diferentes formas de extorsión subordinada planteando el
canje de empleos por contaminación. Hoy en día estos actores económicos son
objeto de cuestionamiento, y también lo son ciertas concepciones del desarrollo que
consideran los territorios como objetos vaciables. En suma, es importante entender
que los desplazamientos de las cualidades objetivas de espacio y tiempo pueden
realizarse, y a menudo lo hacen, a través de la lucha social.

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