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PEDRO ESPINOSA,

AMIGO PERSONAL
Pedro Espinosa, amigo personal. ¿Cómo puede tenerse relación personal con
alguien a quien nunca se ha visto, que vivió siglos atrás, del que no se saben
demasiadas cosas? ¿Cómo, en definitiva, cabe relación personal con un poeta del
siglo XVII, aunque naciera en mi ciudad y en una escuela de ella comenzara sus estu-
dios? Pues sí, relación personal. ¿O no es personal la relación que se establece con
alguien que nos da su palabra escrita, que nos habla con ella y a la que respondemos
con la nuestra interior, sobre todo si esa palabra escrita se vale de la poesía,
convirtiéndose en la «palabra verdadera» a la que se refería Don Antonio Machado,
las «pocas palabras verdaderas» de su verso, y dudo que nunca se haya dado mejor
intuición de la poesía? Y a propósito, yo no conocí personalmente a Don Antonio
Machado, pero ha sido una de las personas con quien más relación he tenido en mi vida,
y por quien me he sentido siempre más acompañado. ¿No es personal esa relación?
En el caso de Pedro Espinosa, la historia no deja de ser curiosa. Tuvieron que
ser dos ríos quienes me lo presentaran porque como paisano apenas le había oído
nombrar. Figuraba, eso sí, en una larga lista de hombres ilustres de los que la
ciudad se gloriaba, capitanes, obispos, perdido entre ellos. Es frecuente este
olvido que por la gente insigne sienten con frecuencia sus paisanos. De ahí que
nadie en el pueblo supiera mucho de él ni me diera noticia de su vida y milagros.

Parecerá extraño que unos ríos presenten a una persona que además vivió
unos cuantos siglos atrás. Éste fue, sin embargo, mi caso. El primero fue nuestro
humilde Guadalhorce en un soneto inicial donde aparece el joven Espinosa con
mucho de lo que va a ser característico de su poesía, la nota colorista, la mención
de plantas locales y esos «canastillos de azándar y verbena» tan populares. «La
tierna planta y el dulce brío» definen bien el espíritu con el que inicia su
andadura poética. Pero la presentación mayor de Espinosa la hizo otro río
andaluz, el Genil, que le era familiar por sus estancias granadinas, al que convierte
en personaje de fábula, creando esa obra maestra que es la Fábula de Genil. La
personificación de los entes naturales en criaturas,divinas es recurso común en los
poetas clásicos.
El río fue uno de los grandes descubrimientos de mi infancia. Ver su fluir
tranquilo e infinito, sentir el rumor continuo de sus aguas inacabables, poder
navegado, constituían algo mágico. La presentación de mi poeta en su Fábula
me hizo su amigo para siempre, por la atractiva manera con la que me introducía
en los amores del río, la descripción de su morada, la de las ninfas que medio
ninfas o náyades eran, medio mocitas andaluzas bordadoras, capaz cada una de
ellas de encender ardorosamente la pasión del dios río, creando un mundo ideal,
mágico por la destreza y hasta el humor en la Fábula, no lo he visto yo sólo,
sino un gran erudito alemán, Vossler. Porque claro, no soy ni sólo ni el primero en
estos descubrimientos. Apenas hay en la Edad de Oro pieza equiparable a ésta.
Escrita en el momento intermedio entre las últimas creaciones del Renacimiento y
las primeras del Barroco, tiene la virginal fuerza de las primeras y los recursos
coloristas de las segundas. La sobriedad, la gracia, la equilibrada distribución
entre lo lírico y lo descriptivo, entre lo sabio y lo popular, hace de la Fábula
una obra maestra en su género. De ello es muestra su extraordinaria vitalidad
poética de que nos habla Co-ssío y el hecho de que haya interesado por igual a
neoclásicos, románticos y modernos. No hace unas semanas la traía a cuento
Rafael Alberti en uno de sus artículos.
Tras esta feliz presentación inicial quise averiguar cuanto pudiera de mi poeta.
Y ésta fue la tercera presentación, hecha por alguien vivo y real entonces, Don
Francisco Rodríguez Marín, que tuvo mucho que ver con ésta en el aspecto
literario y de quien hoy nadie se acuerda. No era paisano mío aunque sí cote-
rráneo. De Osuna a Antequera no hay demasiada distancia, las ciudades son
extremosas, más granadina Antequera, más sevillana Osuna, en las dos pega el
solano cuando sopla, parejos son sus cultivos. A Don Francisco debe Espinosa la
primera biografía y edición de sus obras. Harto hizo con lo que hizo, rebuscar lo
que pudo, que no fue poco, valerse de lo que otros habían rebuscado, como fue el
caso de Don Juan Quirós de los Ríos que, antes que él, levantó las varias liebres
de la historia literaria antequerana, todavía más injustificadamente olvidado,
porque además de me-ritísimo investigador, él sí fue paisano nuestro y cantor
de las glorias locales. La deuda ni reconocida ni pagada de Antequera con él es
grande y no lleva trazas de un pronto abono.
Pero estábamos en la segunda presentación por Rodríguez Marín, del que
iba a ser mi amigo personal. En su libro me contaba muchas cosas sobre vida y
milagros de Espinosa, algunas de su cosecha, otras, las más, de la de Quirós, por
haber pasado a aquél los trabajos de éste sobre la Escuela Antequerana, fruto de
años de dedicación. Y ahí aparecía nuestro hombre, mejor dicho nuestro
muchacho, salido de una familia de traperos, de origen al parecer segoviano, que
debía vivir en el barrio de San Pedro porque en la Iglesia de esta advocación fue
bautizado, según la laboriosa y meritoria averiguación de Rodríguez Marín.
Y aquí se nos plantea siempre una cuestión. Sucede que en la Antequera del
siglo XVI, más bien a sus finales, aparece un gru-PO de muchachos dados a las
letras que adquiere una notoriedad en los medios literarios andaluces y hasta
nacionales. Tienen estos muchachos relación y correspondencia con figuras
señeras de la literatura española de entonces, y llegan, siglos adelante, a
constituir un apartado en su historia. Y la cuestión de siempre es el porqué se
produce ese fenómeno en Antequera, existiendo otras ciudades en Andalucía con
más posibilidades de lograrlo por su mayor tradición cristiana anterior, incluso
alguna de ellas sede de Universidad. ¿Por qué entonces y aquí este movimiento
poético parangonable a su medida con el de las ciudades señeras de Andalucía,
Sevilla o Granada? ¿Por qué Antequera? Yo creo que en estas situaciones hay
siempre algo milagroso, una chispa que enciende materiales que existen en otros
muchos lugares, pero que prende sólo en algunos escogidos. Con lo que seguimos
con nuestra interrogación, ¿por qué prendió en Antequera?
Porque esto de la poesía y los poetas tiene cuento. ¿Qué resorte celestial hace
que surjan aquí y allí, de pronto en ciudades determinadas? Cuando hace algunos
años visité en Nicaragua la casa natal de Rubén Darío, una modesta casita de un
piso en una ciudad insignificante para la dimensión del poeta, me pregunté por
qué allí y entonces. Y aquí viene el milagro.
La poesía, los poetas. Hermosuras sueltas por el mundo hay muchas, ojos que
las perciban, no tantos. Innumerables las invitaciones al canto, voces que las
atiendan, menos. Como un inmenso campo de goce que espera, como un camino
de mil diversificaciones, está la poesía. La cosa viene porque sí, porque está en el
aire, porque al muchacho, un muchacho cualquiera, le ha venido la llamada, se
le ha posado una mano en el hombro, que le ha hecho tornar la cabeza y sentido
una voz que le dice: Di esto. Y esto resulta ser el verso y lo ha puesto en el
papel, y encuentra fuera de él aquello que es tan suyo, a lo que vuelve y
vuelve, parte de él mismo y fuera de él. Algo que hace al muchacho distinto y en
cierto sentido sospechoso a los ojos de sus paisanos, raro. Pertenece al ancho
mundo de los raros que tantos géneros abarca. Porque los poetas viven
naturalmente en otro mundo, hablan otro lenguaje, sus palabras son otras
palabras. Traducen a su verdad las cosas sensibles. Las rosas, no las cosas, como
son, perdón por esta cita propia. Los poetas dan mucho que esperar, mucho que
temer. Ponen el verso en la herida del alma, la palabra en quien tenga oídos para
oír, dan mucha esperanza, consuelan y abren caminos, el consuelo es necesidad
del hombre, registran inapelablemente la desolación y la alegría del mundo y la
vida, son un aire de hermosura que se hace vivo en la palabra.

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