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5 medidas proteccionistas impulsadas por Trump

Acero y aluminio

El departamento de Comercio consideró a mediados de febrero que los sectores


estadounidenses del aluminio y el acero, considerados estratégicos, sufren por
la competencia extranjera desleal y susceptible de afectar la seguridad nacional
pues afectan al área de defensa.

El departamento propuso a Trump penalizar todas las importaciones de aluminio


y acero, gravar solo la de algunos países o imponer cuotas.

Este jueves Trump dijo que la semana próxima anunciará tasas aduaneras de
hasta 25% para el acero y de 10% para el aluminio sin especificar a que países
serán alcanzados.

Ruptura del TPP

El 23 de enero de 2017, tres días después de ser investido presidente, Trump


retiró a Estados Unidos del acuerdo de libre comercio TPP que su antecesor
Barack Obama había suscripto con otros 11 países del área Asia Pacífico.

Ese tratado excluye deliberadamente a China y generaría el mayor espacio de


libre comercio del mundo pero Trump lo consideró lesivo para Estados Unidos y
ordenó la desvinculación.

En las últimas semanas, sin embargo, Trump pareció mitigar su radical oposición
y dijo que Estados Unidos podría volver si se mejoraban las condiciones.

Los 11 países del TPP en tanto decidieron seguir adelante sin Washington y la
semana próxima firmarán en Santiago una nueva versión del tratado.

El secretario del Tesoro Steven Mnuchin admitió haber tenido conversiones de


"alto nivel" sobre el TPP.
Renegociación con Corea del Sur

A fines de julio se anunció la revisión del tratado comercial bilateral de Estados


Unidos con Corea del Sur firmado en 2012 y al que Trump calificó de "muy
malo" porque, a su juicio, beneficia más a su socio.

Las renegociaciones comenzaron en enero.

En 2017 Corea del sur fue el sexto mayor socio comercial de Estados Unidos;
detrás de Alemania y por delante de Gran Bretaña y Francia.

Renegociación del TLCAN

Trump considera "nefasto" el acuerdo de libre norteamericano de libre comercio


con México y Canadá (TLCAN) vigente desde 1994 y forzó a renegociarlo.

Las discusiones comenzaron a mediados de agosto del año pasado y están en


curso. El acuerdo está en peligro pues Trump amenazó con desvincularse si no
se contemplan reclamos que son resistidos por México y Canadá.

Múltiples investigaciones y sanciones

El departamento de Comercio abrió investigaciones sobre numerosos productos


sospechados de entrar a Estados Unidos mediante prácticas comerciales
desleales.

La lista abarca, entre muchos productos, lavarropas surcoreanos, paneles


solares chinos, aceitunas españolas, papel canadiense, hojas de aluminio chinas
y biodiesel de Argentina e Indonesia.

Desde que entró a la Casa Blanca el 20 de enero de 2017 y hasta el 26 de febrero


pasado, del departamento de Comercio abrió 102 investigaciones para la
aplicación de derechos compensatorios o antidumping; lo que significa un 92%
que un año antes.
La expansión comercial de China en el mundo

Las reformas internas

La expansión de China a escala global, sobre todo en términos comerciales, no


se puede entender sin algunos apuntes previos sobre su política interna de
desarrollo.

Durante la segunda mitad del siglo XX, la República Popular China fue una más
de las periferias poscoloniales, que contendía de manera desigual en un mundo
bi-polarizado por la Guerra Fría.

Estaba sometida a un embargo impuesto por occidente, notablemente Estados


Unidos, y sus relaciones con otros Estados y regiones era bastante marginal.
Todo este panorama cambia de manera radical a partir de los años 80, con la
caída del Bloque Soviético y el reordenamiento de la geopolítica global.

Para China el final de la Guerra Fría significó la necesidad de cambiar la


dirección de sus políticas económicas. Ello supuso la puesta en marcha una serie
de reformas, impulsadas por el máximo líder chino Deng Xiaoping (1978-1989),
para la liberalización controlada de la economía, con miras a encarar los desafíos
futuros.

La propuesta de Deng fue la creación de un “socialismo de mercado”. En este


marco, las reformas económicas de China de cara al nuevo milenio, consistieron
en la des-colectivización de la agricultura, la apertura a inversiones extranjeras,
el otorgamiento de una mayor autonomía a las empresas estatales, así como la
relativa apertura a la economía privada dentro del país.

El resultado de estas reformas fue un crecimiento promedio del 10% de su


economía, la intensificación de la explotación de su mano de obra, y una
creciente necesidad de importar materias primas para la continua consolidación
de su base productiva, así como para la consolidación de su presencia política
en la región asiática.

Otra de las consecuencias de estas reformas fue la pronta aparición de una élite
económica-política y una significativa estratificación social. Según la profesora
He Qinglian, citada por Giovanni Arrighi, lo que se produjo en los años 90, con
las reformas de Deng, fue “un «saqueo» –esto es, la transferencia de
propiedades estatales a los poderosos y sus secuaces y de los ahorros
personales de ciudadanos corrientes a las empresas públicas desde los bancos
estatales” (2007: 23).

Pero, a diferencia de lo que sucedió en Rusia, donde la transición a una


economía de mercado supuso el reemplazo del Estado por una oligarquía
privada, estas reformas no supusieron el fin del control estatal sobre la
economía, sino tan sólo una mayor oligarquización de la propia burocracia
estatal.

El resultado de ingresar en un modelo de producción basado en la explotación


intensiva de su mano de obra, fue un crecimiento económico, en término
macroeconómicos, sin precedentes. En términos de crecimiento estas reformas
dieron lugar a una evolución exponencial de su PIB, de 361 mil millones de
dólares en 1990, a 11.2 trillones de dólares en 2016.

Por su parte el PIB per cápita pasó de 330 dólares en 1990, a 940 dólares en
2000, 4,340 dólares en 2010, y 8,250 dólares en 2016. Este crecimiento se
explica principalmente por el desarrollo acelerado de su base productiva, que
consistió en gran medida en especializarse como país productor de bienes de
mano de obra intensiva (súper-explotación); por una división cada vez más
especializada del trabajo, en el país; y por el modelo económico optado:
especializarse en la producción y exportación de manufacturas de distinta gama
y en las importaciones de recursos primarios.
La expansión comercial

Las reformas de los años 80, en los términos descritos anteriormente,


conllevaron a una progresiva apertura comercial hacia todas las regiones geo-
económicas del mundo, con la finalidad de acceder a recursos naturales y
productos agrícolas, necesarios para el empuje de su aparato productivo. Para
ello se apartó de sus aliados comerciales tradicionales (Corea del Norte, los
países comunistas del sudeste de Asia y Cuba, por nombrar algunos), y comenzó
a promover sus relaciones con todo el mundo, libre de valoraciones político-
ideológicas.

En 2000, el volumen total del comercio de China con el mundo (exportaciones e


importaciones) era de 103,500 millones de dólares, siendo sus principales socios
comerciales Japón, Hong Kong, Corea del Sur y Estados Unidos.

En cinco años el volumen total de los intercambios de China con el Mundo tuvo
un crecimiento del 168,4%, pasando a 277,800 millones de dólares; en 2010,
este volumen alcanzó los 641,000 millones de dólares; y en 2015 llegó a 769,000
millones.

Ahora bien, un aspecto interesante a señalar es que, en en cada uno de los


periodos señalados, si bien los volúmenes totales del intercambio crecieron
estrepitosamente, China mantuvo una balanza comercial (exportaciones–
importaciones) negativa.

Este no es un dato contradictorio y se explica, por un lado, por el inmenso


mercado para bienes de producción que representa China en el presente y, por
el otro, por el inmenso mercado para bienes de consumo que es este país.

De hecho, ya en el siglo XIX, luego de la Guerra del Opio, el plenipotenciario


británico en China señaló que “El potencial de China para el comercio era tan
grande que “todas las fábricas de Lancashire no podían hacer que las existencias
fueran suficientes para una de sus provincias”” (Keller, Li y Shiue, 2011: 853).

En efecto, no sólo en términos del tamaño de su base productiva, en expansión,


como en el tamaño de su población urbana, China es uno de los mayores
mercados del mundo. Y todas las importaciones se traducen en consumo interno
y en re-exportaciones: ya sea porque se trata de materias primas o porque se
trata de otros bienes primarios que, en última instancia, contribuyen a la
reproducción de la mano de obra.

Ello explica que las principales mercancías importadas por China sean metales
y minerales, por un lado, y productos agrícolas por el otro.

Gran parte de la producción China es consumida internamente, además su


segundo principal socio comercial, en lo que respecta exportaciones y re-
exportaciones es Hong Kong. Por ello, la balanza comercial negativa de China
no indica un problema de competitividad.

Así, por ejemplo, los metales y minerales son el grupo principal de mercancías
importadas por China, con un promedio de 337,500 millones de dólares, entre
2010 y 2016.

En este caso, sus principales socios comerciales son Australia y Brasil, como
proveedores de acero y hierro; Hong Kong como proveedor de metales preciosos
(oro notablemente); y Chile como proveedor de Cobre. De hecho, además del
acero y derivados de hierro, el cobre es el segundo metal más importado por
China.

Siendo, en este caso, sus dos principales proveedores Perú (61% de sus
exportaciones de cobre van a China) y Chile (49% de sus exportaciones). La
segunda gran categoría de productos importados por China son los combustibles
fósiles, con un promedio de 293,000 millones de dólares entre 2010 y 2016.

En este caso, los principales proveedores son Arabia Saudita, Angola, Irán y
Rusia. Por otra parte, entre 2010 y 2016, China importó un promedio de 39,033
millones de dólares en Soya (de los cuáles 33,300 millones en granos), siendo
sus principales proveedores Brasil, Estados Unidos y Argentina.

El grueso de la soya importada, además de utilizarse para la fabricación de


biocombustibles, sirve para alimentar las granjas de animales (cerdos y pollos
principalmente), fundamentales para la dotación de alimentos en las megalópolis
como Beijing.

Consecuentemente, desde inicios del siglo XXI, el comercio de China con todas
las regiones del mundo se expandió de manera exponencial. Por ejemplo, para
el caso de Norte América, las exportaciones pasaron de 3,700 millones de
dólares en 2000, a 17,000 millones en 2015. Las importaciones con la misma
región crecieron, de 6,500 millones en 2000, a 58,400 millones en 2015. Para el
caso de Europa, las exportaciones crecieron de 4,800 millones en 2000, a 21,600
millones en 2015.

Las importaciones desde Europa crecieron de 4,700 millones en 2000, a 50,300


millones en 2015. Y, para el caso de Sudamérica, las exportaciones pasaron de
240 millones en 2000, a 6,500 millones en 2015, con una tendencia a la baja
desde 2014.

Las importaciones desde Sudamérica pasaron de 4,000 millones en 2000, a


82,200 millones en 2015. En todos los casos, China importa más de lo que
exporta, lo cual no significa un factor negativo para su crecimiento interno, como
veremos más adelante.
Otro factor que incide en la competitividad de China en el mercado mundial es lo
que en la jerga económica se conoce como “competencia desleal”, que no sólo
tiene que ver con los subsidios a la producción e inversión (dumping), sino
también con la distorsión de los costos de los factores de producción (Huang,
2010).

Como señala el autor, si bien el 95% de los precios de los bienes de consumo
son determinados en el mercado, los costos de los factores de producción (mano
de obra, capital y tierra) son distorsionados internamente.

De esta manera, existe un aumento artificial de los beneficios de la producción,


así como del rendimiento de las inversiones y, por lo tanto, mejora artificialmente
la competitividad de China en el mercado mundial (Huang, 2010: 67-68). Esto se
traduce en precios competitivos de los bienes chinos, en el mercado externo, en
detrimento de la producción de otras economías emergentes.

Es por ello que la expansión comercial de China, en la forma en cómo se ha


llevado a cabo, ha afectado a las economías y la competitividad de otras
regiones.

Por ejemplo, en el caso de Latinoamérica, entre la segunda mitad de los años 70


y el primer quinquenio del siglo XXI, el comercio con China creció
exponencialmente.

Primero a partir de las importaciones de materia prima, que permitieron el


desarrollo de la base productiva de China y, posteriormente, a partir de la
consolidación de sus exportaciones especializadas de bienes manufacturados.

La expansión de las importaciones de materias primas conllevó a un ascenso en


sus precios, significando una ventaja comparativa para los países de la región
que se especializaron en este sector, desde el Consenso de Washington.
Mientras que los países que ya tenían una base productiva manufacturera
desarrollada, se vieron afectados rápidamente por la competitividad de los
productos chinos.

Inversiones extranjeras y real politik

Otro aspecto que caracteriza la diplomacia china, sobre todo observable en su


relación con economías en desarrollo de países pequeños, aunque también con
países desarrollados, es la promoción de inversiones extranjeras que favorezcan
directamente a sus objetivos comerciales y de desarrollo interno.

En la última década China expandió de manera considerable sus flujos de capital


financiero, así como de inversiones directas y de mano de obra hacia el
extranjero.

En, octubre de 2017, el portal AidData de la Universidad William & Mary, publicó
los datos de un rastreo del universo conocido de las finanzas oficiales chinas en
el extranjero entre 2000-2014, en el que se incluyen prestamos, donaciones,
ayuda técnica, becas para estudiantes extranjeros, inversiones de cooperación
para el desarrollo, entre varios otros ítems.
Según los datos de esta publicación, el volumen total de los flujos nombrados
pasó de 4,451 millones de dólares en 2000, a 10,002 millones en 2005, y a
137,461 millones en 2014. Esta evolución se observa en el gráfico siguiente:

A partir de la misma publicación es posible dar cuenta que los principales flujos
financieros entre 2000 y 2014 fueron préstamos y créditos de distinta índole. El
volumen total aproximado de este tipo de transacciones, en el periodo señalado
fue de aproximadamente 644,856 millones de dólares.

La mayor parte de estos financiamientos estuvieron destinados a la construcción


de infraestructura para favorecer la explotación y movilización de recursos
naturales; proyectos de desarrollo agrícola; seguridad y defensa; proyectos
energéticos, entre otros.

Las principales instituciones financieras en otorgar estos financiamientos son los


bancos estatales China Development Bank (CDB) y el China Export-Import Bank
(EXIM BANK).

Además, una buena parte de los créditos otorgados por China, según estos
informes, son créditos de exportación. Es decir, China negocia créditos atados a
contratos favorables para la importación de bienes primarios, que luego le son
suministrados en los términos y condiciones establecidos en los créditos
otorgados.

Este tipo transacciones también dan cuenta de las estrategias pragmáticas de


China, donde las inversiones directas son complementadas por créditos.

Y, todas estas operaciones sirven, en última instancia, para favorecer los


intereses comerciales y los objetivos de desarrollo interno de China.

Un ejemplo paradigmático de esta complementación de objetivos es el proyecto


de integrar los mares del este y sur de China, con el Océano Índico y el mar
Mediterráneo; y mediante infraestructura terrestre, el este de Europa, con el
medio oriente y el resto de Asia. Esta iniciativa se conoce actualmente como “El
Cinturón Económico de la Ruta de la Seda” y “La Ruta Marítima de la Seda del
siglo XXI” -nuevamente referenciando el pasado imperial chino.

Si bien esta iniciativa, que es uno de los objetivos más ambiciosos del presidente
Xi Jinping, es presentada como meramente económica, no cabe duda que devela
objetivos claramente geopolíticos.

Siguiendo con la exposición realizada por Peter Cai, para el Lowy Institute en
2013, el máximo líder chino expresó que todos los países vecinos de China
tienen un valor estratégico, por lo que es fundamental consolidar las relaciones
comerciales y de cooperación con los mismos, por ejemplo, en materia de
seguridad y defensa (Cai, 2017).

Estos mismos objetivos han caracterizado la aproximación de China a regiones


como Latinoamérica o África.

Dicho de otra manera, la cooperación internacional en materia de seguridad es


complementaria a la consolidación de las relaciones comerciales, porque
procura asegurar el acceso de China a los recursos que necesita para satisfacer
sus necesidades internas, a partir de fortalecer los aparatos de seguridad de los
países proveedores.

Por otra parte, según el portal Vox, el océano Índico y el mar del sur de China
condensan el 30% de los flujos de comercio marítimo del mundo, así como la
mayor concentración de población en el mundo, lo cual implica que es uno de
los mercados más importantes.

Por estas razones, además de la significativa presencia de recursos naturales


(Gas, Petróleo y recursos piscícolas), esta región es de suma importancia para
China.

En este sentido, y para contrarrestar la presencia militar de Estados Unidos en


la región, la iniciativa del Cinturón Económico de la Ruta de la Seda comprende
no sólo la consolidación de rutas comerciales, sino también el despliegue de una
amplia infraestructura caminera, ferrocarrilera y portuaria.

Ambas cuestiones, el control sobre el mar del Sur y la iniciativa de la Ruta de la


Seda, develan objetivos geopolítico más claros por parte de China, a pesar de
que su diplomacia haya consistido en promover el principio de mantener un perfil
bajo en las arenas internacionales.

Las regiones contempladas para el despliegue de infraestructura no sólo tienen


una importancia estratégica comercial, sino también militar. Por ejemplo, una
parte de la iniciativa propone la construcción de un corredor caminero y
ferrocarrilero, que “conecte a Kashgar en Xinjiang, en el extremo oeste de China,
con el puerto de Gwadar en Pakistán” (Cai, 2017).

El acceso a este puerto no sólo permitiría acceder al Golfo de Persia, para


acceder al petróleo, sin pasar por el estrecho de Malacca, sino que, por sus
características geográficas, sería ideal para la instalación de bases militares.

Si se observa el mapa elaborado por el Lowy Institute, la realización de esta


iniciativa no sólo le permitirá a China un mayor control de su territorio occidental,
sino también expandir su influencia económica y comercial en el Asia Central, y
expandir su hegemonía económica en el océano Índico y el mar del sur de
China.

Y, considerando su reclamo de soberanía sobre el mar del sur (Bautista y


Arugay, 2017), esto devela un interés geopolítico por parte de China de,
legitimado categóricamente a través de la diplomacia económica: doblegar los
reclamos de soberanía de sus vecinos en la misma región, y consolidar los
suyos.
En este caso, la diplomacia económica es fundamental, pues la estrategia de
China para llevar a cabo estos objetivos tiene que ver con un despliegue colosal
de Inversiones Extranjeras Directas, combinado con acciones paulatinas, para
evitar una reacción más alerta de sus vecinos.

Las inversiones directas, por lo tanto, cumplen dos objetivos: asegurar la


prosecución de los intercambios, ergo el acceso a los recursos que China
necesita para su desarrollo interno; y consolidar sus objetivos geopolíticos de
manera progresiva y sin la necesidad de recurrir a su potencial militar.

Las alusiones a su pasado imperial, y a los principios filosóficos a los que nos
referimos antes son un suplemento clave de una diplomacia pragmática/realista,
presentada siempre como idealista.

De la misma manera es que se deben comprender las inversiones extranjeras


chinas en regiones como Latinoamérica o África. La aproximación de China se
da a partir de resaltar aspectos en común (pasado colonial, situación de periferia
en el sistema mundial, economías emergentes y complementarias) (Shinxue,
2010).

La utilización discursiva de la semejanza y de la complementariedad ha servido


para estrechar los vínculos de China con las economías en desarrollo. De esta
manera, por ejemplo, Ronald McKinnon (2010) señala que, para la mayoría de
los países en desarrollo, los proyectos de inversión y cooperación son diseñados
bajo una lógica de mutuo beneficio.

Normalmente, las inversiones directas de China, que son complementadas por


créditos, se enfocan en infraestructura caminera, así como en fortalecer los
sectores productivos de interés para sus importaciones (explotación recursos
naturales).

Esto responde a una lógica bastante clara: “debido a la enorme y creciente


producción industrial de China en el país, su necesidad de importar grandes
cantidades de materias primas industriales, productos alimenticios y otros
productos básicos es obvia”.
Esto explica que la cooperación y las inversiones directas de China en África y
Latinoamérica hayan consistido, principalmente, en obras de infraestructura y
cooperación en temas de seguridad y defensa.

“Al menos 35 países africanos están colaborando con China en acuerdos de


financiamiento de infraestructura, y los principales destinatarios son Nigeria,
Angola, Etiopía y Sudán”.

El caso de Bolivia, por nombrar un ejemplo concreto de Latinoamérica, confirma


esta tendencia. Entre 2011 y 2017, los principales créditos otorgados por el EXIM
BANK de China estuvieron destinados a infraestructura caminera, equipamiento
para la empresa estatal de hidrocarburos YPFB, y a equipamiento en defensa y
seguridad.

Además, el gobierno boliviano, mediante el Decreto Supremo 2574 del 3 de


noviembre de 2015, estableció que todos los créditos chinos para las principales
empresas de obras públicas del país, debían contratar para la ejecución de los
proyectos, a empresas chinas.

Este tipo de negociaciones favorables para los inversionistas chinos son


comunes, en las regiones señaladas y, usualmente, favorecen a empresas
estatales o “privadas” pero tuteladas por el Estado chino.

Otro ejemplo paradigmático de cómo las inversiones chinas develan el carácter


pragmático de su expansión en el mundo, tiene que ver con la compra masiva
de tierras para agricultura, en distintos lugares del mundo. De hecho, China no
es la única potencia en haber incursionado en esta dinámica, también corredores
de Wall Street, potencias como Estados Unidos y Jeques del Golfo, entre otros.

Esta compra de tierras, también denominada acaparamiento de tierras inicia en


2007, según Plumer, luego de la subida de los precios de los cereales, que hizo
que en todo el mundo surgiera la preocupación por la escasez de estos bienes.

En este marco, China, al igual que otros países, vio la necesidad de asegurar su
acceso a alimentos y a agua potable, a partir de comprar tierras en el extranjero.
Siguiendo a la PNAS, esta dinámica global reciente ha resultado bastante
problemática, considerando que muchas de las adquisiciones de tierra se
hicieron sin consultas a las poblaciones locales, dando lugar a reparticiones
desiguales en favor de las potencias y organismos compradores.

En el mismo portal se señala que las principales regiones donde ha tenido lugar
esta extranjerización de tierras han sido África, Asia y Latinoamérica. “El área de
captura es a menudo una fracción no despreciable del área del país (hasta 19.6%
en Uruguay, 17.2% en Filipinas, o 6.9% en Sierra Leona)” (Rulli, Saviori y
D’Odorico, 2013).

La contribución de China en el acaparamiento y extranjerización de tierras a


escala global no es despreciable. En 2013 China acaparó 3, 411,600 hectáreas
de tierra cultivable, siendo el segundo país después de Estados Unidos (3,
700,200 hectáreas), y por encima de los Emiratos Árabes Unidos e Israel. (Rulli,
et al., 2013: 895).

La premura de China por acceder a tierras en el extranjero tiene que ver con el
crecimiento de su población urbana, así como con el agotamiento de sus tierras,
producto del excesivo uso de fertilizantes y otros insumos para intensificar y
extensificar su producción.

Esta medida se complementa con los altísimos volúmenes de importaciones de


productos agrícolas, como la soya que mencionamos antes. A partir del
acaparamiento de tierras en el extranjero, China, al igual que otras potencias,
promueve una reasignación global desigual de los recursos, que se ve reforzada
por un desplazamiento del uso de la tierra, en favor de las grandes potencias, y
en detrimento de las poblaciones rurales de los países donde la tierra es
extranjerizada.

Todas las dinámicas expuestas a lo largo de este trabajo permiten comprender


mejor en qué términos se aproxima China al mundo, en el presente.

Desde las Reformas de Deng, en respuesta a la reconfiguración del orden


geopolítico del mundo, la apertura de China consistió en fortalecer su desarrollo
económico interno, para posteriormente constituirse en un nuevo polo, a pesar
de que hasta el presente eviten asumir sus objetivos geopolíticos así como el
carácter realista de su diplomacia. Algunos aspectos se pueden resaltar, a modo
de sintetizar nuestra reflexión sobre el pragmatismo que caracteriza la
diplomacia china contemporánea.

Primero, el desarrollo controlado de su base productiva, que consistió sobre todo


en el incremento de la explotación de su mano de obra, le permitió poder
competir con las potencias occidentales, así como anular la competencia de las
regiones y países en desarrollo.

Segundo, en el mismo sentido, China comprendió que, para posicionarse como


potencia económica y comercial, debe promover la especialización de las
economías en desarrollo, como África y Latinoamérica, como productoras de
bienes primarios, consolidando los escenarios de dependencia en que ya se
hallaban estas regiones.

Tercero, para la continuación de su expansión comercial, así como de su


crecimiento económico, China asumió una estrategia de inversiones extranjeras
directas similar a la de las potencias occidentales: infraestructura para asegurar
su acceso a recursos naturales y rutas comerciales; seguridad y defensa;
adquisición de fuentes directas de recursos primarios en el extranjero; y
contrataciones en megaproyectos que favorecen a empresas estatales.

Cuarto, todas estas dinámicas, en el fondo bastante pragmáticas, son


acompañadas por una diplomacia que promueve principios idealistas de
desarrollo complementario, armonía, horizontalidad, además de la referencia al
pasado imperial de la China. Estos señuelos ideológicos son fundamentales para
comprender el pragmatismo de los objetivos geopolíticos de China.

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