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FE, IGLESIA Y SOCIEDAD.

La religión en la vida Post- moderna

Hno. Osiris Emmanuel Boeta Ávila M.C.M.

Tampico, Tamaulipas

Abril 4 del 2019


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La religión en el mundo post-secular.

Este articulo tiene como fin reflexionar sobre le papel de la religión en la


sociedad actual.

Antes que nada, se afirma que la sociedad es secular, por ello necesitamos
plantear muy claramente cual es el papel de la religión en la actualidad.

Ahora planteamos la opinión de Javier Sicilia: Desde Juárez y las leyes de


reforma México ha vivido un conflicto entre la Iglesia y el Estado. A lo largo del
tiempo ese conflicto se ha mantenido por medio de arreglos de poder, donde el
estado no aplica sus artículos constitucionales mas duros contra la iglesia siempre
y cuando ésta acepte el poder político del Estado, violaciones humanas e injusticias.
Las reformas durante el periodo de Salinas de Gortari, la despenalización del aborto,
los matrimonios homosexuales o los casos de pederastia han vuelto a avivar ese
conflicto.

El mundo ha cambiado, muy pocos ven con buenos ojos a un a iglesia que
en el orden espiritual y moral le dice algo al hombre al igual que pocos miran con
buenos ojos a un Estado que ya no representa el espíritu religioso de la nación laica,
y a partidos que solo buscan sus intereses. La manera en que la iglesia y el Estado
plantean el conflicto es anacrónica, esto impide ver la realidad del problema para
poder pensar qué debe ser la vida religiosa y política en el mudo de hoy.

La perspectiva secularista padece de puntos ciegos que le impiden


comprender importantes zonas de la cultura y de las sociedades contemporáneas.

Es importante incluir a Habermas, filósofo alemán, completamente laico, ha


introducido recientemente el concepto de post-secularidad. Para él, una sociedad
es post-secular cuando se cumplen algunas condiciones:

1). Cuando en la población existe la certeza de que la modernización puede avanzar


sin la influencia de la religión.

2). La religión gana influencia en la esfera nacional y las iglesias y organizaciones


religiosas asumen el papel de comunidades de interpretación.
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La post-secularidad también supone una apertura al otro religioso, que la


secularidad sea sensible al lenguaje de la religión.

¿Hasta que punto los procesos de modernización política y económica han


reducido la influencia de la religión? El número de católicos ha disminuido, pero
también ha sido por otros fenómenos. La disminución ha sucedido por la expansión
de las iglesias evangélicas y el “boom” de las espiritualidades orientales. En otros
casos por la desconfianza en la iglesia, que, de cualquier modo, muchos sectores
políticos siguen viendo en los curas y los obispos una amenaza. Tomando en cuenta
este conjunto de fenómenos, se podría afirmar que la sociedad mexicana cumple,
en cierta manera el criterio de Habermas: Su modernización no ha implicado la
desaparición de la religión en la vida pública o personal.

El segundo criterio es el que podría generar más controversias teóricas o


políticas al ser aplicado en México.

Habermas sostiene que un estado verdaderamente democrático no puede


reducir la diversidad de sus voces públicas bajo ningún criterio. Y va más allá: afirma
que si los ciudadanos seculares no toman en cuenta a sus conciudadanos religiosos
estarían renunciando al conocimiento mutuo que constituye la ciudadanía
compartida.

Ahora bien, dada la erosión de los prestigios morales lo mismo de la iglesia


que del Estado, que tú bien señalas, la evolución de la religión en el terreno de la
cultura se ha comenzado a centrar, desde hace un par de décadas, en el fenómeno
de la individualización de las creencias. Las convicciones y prácticas religiosas
personales se caracterizan cada vez más por marginar a las instituciones
tradicionales. Hay una importante dislocación entre la fe personal y la pertenencia
a una iglesia.

Esto apunta a una tarea fundamental para nuestros tiempos: disociar la fe de


cualquier identidad fija. Para ser un buen católico, ¿de verdad es necesario
oponerse incondicionalmente al divorcio, la homosexualidad, los anticonceptivos, el
aborto, la eutanasia, la fertilización in vitro, la ordenación de mujeres, el matrimonio
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de los sacerdotes, etc.? Sinceramente creo que no, o de lo contrario ser católico
equivaldría a una abdicación del criterio y la conciencia.

La institucionalización de la caridad, como ya lo he referido al comentar a


Illich en dos artículos publicados en Conspiratio, tiene que ver con el sometimiento
a estructuras institucionales de lo que en el evangelio es el encuentro de dos seres
en la libertad y la gratuidad. Contra los deberes de hospitalidad que en la antigüedad
obligaban a ir en socorro de, llamémoslo así, un “connacional”, pero no de un
extranjero, Jesús opuso la parábola del “buen samaritano” –la asistencia de un
samaritano a un judío herido, es decir, a un enemigo–; con ella mostró la libertad y
la gratuidad del amor.

Ahora bien, dada la erosión de los prestigios morales lo mismo de la iglesia


que del Estado, que tú bien señalas, la evolución de la religión en el terreno de la
cultura se ha comenzado a centrar, desde hace un par de décadas, en el fenómeno
de la individualización de las creencias. Las convicciones y prácticas religiosas
personales se caracterizan cada vez más por marginar a las instituciones
tradicionales. Hay una importante dislocación entre la fe personal y la pertenencia
a una iglesia.

¿De verdad es necesario oponerse incondicionalmente al divorcio, la


homosexualidad, los anticonceptivos, el aborto, la eutanasia, la fertilización in vitro,
la ordenación de mujeres, el matrimonio de los sacerdotes, etc.? Sinceramente creo
que no, o de lo contrario ser católico equivaldría a una abdicación del criterio y la
conciencia.

Es en este sentido, me parece, que habría que revisar, como dices, la huella
católica de las instituciones de la modernidad y a partir de allí repensar el espíritu
de libertad que trajo el evangelio. Tú, citando a Bonhoeffer, dices que esa libertad
puede encontrarse en la cultura. Pero esa cultura, que por el momento está
permeada por todo esa corrupción, debe contar, primero, con una revisión profunda
de lo que el cristianismo, la ideología de la iglesia, corrompió del evangelio y heredó
a las instituciones modernas que en su laicidad se disfrazan de libertad –todos
somos libres siempre y cuando nos sometamos a las leyes institucionales, al
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cuidado de sus profesionales y al poder de su omnipotencia–, y, segundo, con una


revisión profunda de lo mejor del evangelio: la libertad y la proporción en la libertad
–la Encarnación, el Dios que se hace proporción, es decir, uno igual a cada uno de
nosotros, que asume, hasta la muerte, su frágil condición de hombre y que desde
ella va al encuentro libre de alguien, la base de esa cultura–; es desde allí, me
parece, que habría que repensar la libertad.

¿No te parece que la libertad solo puede existir en aquellos que han sabido
aceptar sabiamente sus límites, es decir, en seres que han aceptado renunciar a
cualquier forma del poder y de la administración de sus vidas y viven, como el
samaritano, abierto al encuentro con otro y con otros, es decir, abierto a los demás
en su propia debilidad que los hace libres? Cito a Bonhoeffer: “[…] Lo primordial no
es una fe en general en la omnipotencia de Dios [yo, agregaría, en la omnipotencia
del poder de las instituciones modernas], lo que no es una verdadera experiencia
de Dios [ni de la sustancia de la vida], sino una prolongación del mundo […]

Trasladado a los términos de Emmanuel Mounier y el personalismo, esta


conciencia es una de las principales consecuencias, si no es que la principal, del
“primado de lo espiritual” que debería existir sobre las realidades terrenas de la
política, la economía y la sociedad.

Para aclarar este punto debo mencionar el admirable trabajo de Mauricio


Beuchot sobre la proporcionalidad bajo otro de sus nombres: el concepto medieval
de analogía. Beuchot ha recordado que la analogía asume las semejanzas sin fundir
a las cosas en una identidad totalitaria; reconoce las diferencias sin perder sus
objetos en el caos de lo incomunicable; plantea los vínculos entre las cosas
precisamente en la relación de proporción que existe entre ellas. “La luna es a la
noche lo que el sol es al día.”

El catolicismo contemporáneo, por lo menos el catolicismo oficial, el del


Vaticano, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, insiste en consolidar esta visión
que no hace más que conducir a una clausura de lo humano y, por lo tanto, a una
clausura del espíritu. ¿No crees que, después de la institucionalización de la
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caridad, esta postura univocista es una segunda traición a la Encarnación en el seno


del cristianismo?

Camus, al que citaste y a quien amo profundamente, es, creo, una expresión,
dentro de su agnosticismo, de lo que significa la Encarnación.

La iglesia sobre todo le pediría que dejara de hacer un ídolo de sí misma, que
recuerde, como señaló Bonhoeffer, que su propia subsistencia como institución no
es una finalidad absoluta, y que la comunidad de los fieles sólo tiene sentido si existe
para los otros. La iglesia ha hecho de sí misma su propio becerro de oro y desde
hace siglos parece sumergida en un desenfreno de idolatría en la que el ídolo es
ella misma.

La búsqueda, sin embargo, no es más que otro, el más intenso, de los rostros
del deseo: la revelación de ese hueco infinito que somos y que habitamos
infinitamente. Pero más allá –¿o más acá?– de la lógica del deseo está otra lógica,
la lógica de la atención, que es la propia de la caridad y de la mística. Quizás el
único antídoto contra el infinito sea esa eternidad.

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