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Diccionario, cortesía lingüística y norma social

Esther Forgas Berdet (Univ. Rovira i Virgili)

1. A modo de Introducción

Sabido es que en la sociedad actual las cuestiones de cortesía lingüística se centran


en la preservación de la imagen positiva y la atenuación de posibles amenazas a las
imágenes positiva y negativa de la persona receptora antes que en las tradicionales
estrategias retórico-pragmáticas, ligadas a fórmulas corteses de mayor o menor
vigencia. Desde esta perspectiva, la cortesía lingüística se entiende, pues, como un
conjunto de estrategias que llevan a las personas implicadas en las interacciones
sociales a elegir determinadas formas lingüísticas y a desechar otras en el momento
de emitir sus enunciados, sean éstos orales o escritos. Uno de los varios frentes en
los que se mueve el concepto, especialmente en lo relativo a la cortesía negativa –
esencia de un comportamiento lingüísticamente respetuoso– es el de la restricción
de uso de ciertos términos vejatorios o discriminatorios hacia personas o colectivos
que forman parte de una determinada sociedad. Esta postura está representada,
entre otros, por quienes propugnan una suerte de ‘norma social’ que propicie el
empleo de un lenguaje políticamente correcto (dejando aparte la discusión –a la que
volveremos– sobre si el término y su orientación son o no las adecuadas) que no
lesione la imagen negativa, personal o colectiva, de los interlocutores.
Existen posturas favorables a que se establezcan ciertos mecanismos que regulen el
uso socialmente adecuado del lenguaje y de que se imponga una intervención
normativa al respecto y existen posturas en contra que consideran la lengua como
un organismo autónomo que sigue sus propias reglas no susceptibles de
manipulación externa, pero lo cierto es que tanto en uno como en otro caso la idea
de que la lengua ha sido y es transmisora de ideología en el seno de la sociedad a la
vez que perpetuadora de un estado de cosas que favorece a los grupos sociales
hegemónicos parece ser una cuestión unánimemente aceptada por cuantas
personas se interesan por el tema, sea desde la Filosofía del Lenguaje, desde la
Sociología, la Etnografía de la Comunicación, el Análisis del Discurso, la Pedagogía
o la Lingüística, aunque quizá sea precisamente entre este último colectivo en el que
los estudios que relacionan lengua con ideología se vean con más recelo y gocen,
en general, de un menor consenso.
La extendida confusión, propiciada, no siempre bienintencionadamente, por buena
parte de la comunidad científica actual entre la cortesía lingüística de la que
queremos tratar aquí y el tan denostado concepto de lenguaje políticamente
correcto, puesto de moda por los medios de comunicación norteamericanos, hace
que tratar de estas cuestiones desde un punto de vista objetivo y lingüísticamente
adecuado no resulte sencillo. Por propia experiencia sabemos lo complicado que
resulta en este campo exponer unos puntos de vista que consideramos objetivos,
sopesados y voluntariamente neutrales ante un auditorio que muchas veces tiene
únicamente en mente ciertos ejemplos ridiculizantes de eufemismos sociales
(individuo folicularmente en desventaja por ‘calvo’ o económicamente discapacitado
por ‘pobre’) maquiavélicamente explotados por los detractores que desde distintas
posiciones ideológicas ha concitado el citado concepto.
Valga esta digresión primera a modo de justificación de algunas obviedades que
pueda contener este estudio, dedicadas exclusivamente a deshacer las pretendidas
equivalencias entre nuestra posición y la de ciertos defensores del political
correctness que desde el poder y a través del poder pretenden instaurar un lenguaje
tramposo, lenguaje-tapadera que oculte por medio de eufemismos como daños
colaterales, baja laboral o conflicto de intereses, lo que al poder establecido le
conviene ocultar y resalte por el mismo sistema lo que le interesa resaltar,
permitiendo de este modo que todo cambie en apariencia para que todo siga igual
en la realidad. Por ello, aunque las cuestiones ligadas al género, la raza y la religión
de las personas interactuantes ocupan un lugar privilegiado dentro de una hipotética
norma de cortesía social, no siempre se entiende la posición lingüísticamente
reivindicativa de los grupos afectados, a los que se acusa, desde distintos foros, de
hacer el juego al poder establecido colaborando a esconder bajo capa de corrección
lingüística situaciones de desigualdad históricamente inamovibles. Es en esta clave
que se pueden entender opiniones, ampliamente compartidas, que consideran que
lo políticamente correcto “no es más que una censura social del pensamiento y del
lenguaje impuesto en los Estados Unidos por los medios liberal-radicales, los grupos
feministas, homosexuales, y por ciertas minorías étnicas con el fin de paralizar la
expresión de la derecha republicana”.1
¿A qué nos referimos, pues, cuando hablamos de un lenguaje socialmente cortés?
Evidentemente no se trata de esconder bajo ropajes decentes las mismas opiniones
y actitudes prepotentes de antaño, sino de todo lo contrario. Estamos de acuerdo
con Margaret Doyle (1995: 5) cuando afirma que la reivindicación de un lenguaje no
ofensivo forma parte de unos movimientos más amplios y en sí mismos muy
anteriores al concepto de lo políticamente correcto, cuyo objetivo es dar a las
personas integrantes de grupos tradicionalmente marginados la oportunidad de
definir cómo les gustaría ser descritos por las demás personas. Un aspecto de esta
elección se manifiesta también en la reivindicación por determinados colectivos de
los términos considerados negativos, como marica o negro, puesto que, en última
instancia, el componente pragmático básico del lenguaje recae en la fuerza ilocutiva,
la intención de quien habla y en el resultado perlocutivo del mensaje. Y si insistimos
demasiado en la pura locución nos quedamos en la superficie y damos pábulo a las
críticas casi nunca inocentes pero en ocasiones no faltas de justificación que
pretenden confundir lenguaje inclusivo con eufemismo y sensibilidad social con
pacatería. El uso partidista y electoralmente dirigido que los gobiernos y los partidos
tradicionalmente alejados de la sensibilidad por lo social hacen de estas fórmulas
‘encubridoras’ de la realidad’ no ha favorecido en nada los esfuerzos dirigidos a
conseguir un lenguaje en el nadie se sienta excluido o infravalorado, al contrario,
sirven para desacreditar las legítimas aspiraciones de las distintas comunidades
implicadas. Para terminar diremos, con la misma autora, que el lenguaje inclusivo no
ni estrecho ni prescriptivo, “no pretende crear un canon de palabras ‘políticamente
correctas’, sino que pretende clarificar y distinguir, alejarse de las etiquetas y de del
insulto. Refleja, en este sentido, los cambios positivos que se están dando en
nuestra sociedad, capacita y, genuinamente, confiere poder”.

1
Entrevista a Guillaume Faye , publicada en dgyot@geot-cr.uclm.es
2. Lenguaje y norma social: ¿es posible legislar el uso de la cortesía
lingüística?

El concepto de cortesía lingüística supone que para favorecer la construcción


conjunta de la imagen del interlocutor el lenguaje debe preservar la imagen social,
positiva y negativa, de los individuos que conforman la sociedad; por ello, y de igual
manera, dicho lenguaje deberá velar también por la preservación de la imagen
colectiva de los grupos sociales integrantes de dicha sociedad2, por cuanto la
imagen personal de cada individuo es en gran parte una proyección y una
actualización circunstancial de la imagen social que cada persona tiene
preestablecida culturalmente por su pertenencia a un determinado grupo.
Es innegable que en un intercambio comunicativo con copresencia los interlocutores
tienen plena conciencia de la inclusión de la persona con quien hablan en un
colectivo específico, sobre todo los que determinados por su raza y su sexo. Otros
factores como el estatus social, la comunidad cultural a la que pertenezcan, su
religión o su estamento profesional pueden o no evidenciarse en la interacción
(mediante el acento, la vestimenta, los artefactos, etc.), aunque es seguro que a lo
largo de la conversación surgirán elementos que facilitarán el adecuado encaje del
interlocutor o interlocutora en su colectivo de pertenencia, además de lo que su
propia presentación como individuo nos diga de su imagen social. Por esta razón los
estudios sobre cortesía lingüística encarados a cuestiones de índole intercultural
acostumbran a centrarse en los textos orales, especialmente en la conversación,
dado que ésta es el marco ideal para su análisis.
Por el contrario, los textos escritos presentan algunos problemas que deben
resolverse previamente para poder ser generados y analizados bajo los parámetros
de la cortesía lingüística, el principal de los cuales es la identificación de los
interlocutores o interlocutoras de dicho texto. Es sabido que un texto escrito (novela,
ensayo, artículo científico o periodístico) preselecciona de alguna manera a sus
receptores y gracias a ello se estructura en base a unas estrategias específicas (una
de las cuales es la cortesía) dirigidas a este lector o lectora ideal que
necesariamente se establece en la mente de quien produce el texto. Algunos textos
explicitan esta recepción, bien de manera clara (textos escolares, dirigidos a

2
Como escribe Diana Bravo, siguiendo a Goffman, la noción de imagen social “tiene la virtud de conectar los
conceptos de identidad personal y social”.
distintos niveles de alumnado) o bien orientando su contenido hacia intereses
particulares (textos financieros, de divulgación científica, de prensa rosa, etc.),
mientras que otros textos abarcan o pretenden abarcar como receptora a la práctica
totalidad de las áreas y estamentos sociales; tienen, en definitiva, una pretensión de
universalidad que en el campo de la cortesía lingüística les obliga más que a los
otros a afinar sus instrumentos al máximo a fin de que ninguno de los colectivos a
los que se dirijan pueda verse menoscabado o infravalorado a través de esos
escritos. Ocurre así con los textos legales, los que producen los estamentos
públicos (leyes, disposiciones, normas o reglamentos) y los de los medios de
comunicación de abasto general (periódicos de mayor tirada, revistas de
información general, etc.), y también entran en esta categoría los textos que de los
que nos ocuparemos en este artículo: los diccionarios generales de lengua, cuya
pretensión de universalidad debería obligarles a cuidar especialmente los
parámetros ligados a la recepción, el más importante de los cuales es,
posiblemente, el adecuado empleo de estrategias de cortesía lingüística.

2. Las estrategias de cortesía lingüística y el diccionario general de lengua

Si tomamos como eje los anteriormente citados colectivos sociales, definidos por
exclusión, (el de los no-varones, no-eterosexuales y no-blancos), comprobaremos
que tanto en los medios de comunicación como en los discursos públicos y
académicos, el uso de un lenguaje no discriminatorio que no ofenda a los colectivos
sociales, sean cuales sean, se ha convertido en una prioridad, acuciada por una
presión social cada día en aumento .
Sin embargo, en el ámbito de la lexicografía esta presión lingüístico-social se relaja
considerablemente, hasta el punto de que un texto didáctico con pretensión
normativa, el diccionario, desconoce en gran medida estos supuestos y descuida el
uso social y políticamente correcto de su lenguaje. Es más, el texto lexicográfico
modelo, el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia (DRAE), que es
espejo y guía de todos los demás, los desatiende muy especialmente, sin que
parezcan hacer mella en él ni las críticas ni voces autorizadas que tratan de
evidenciar sus carencias en este sentido. Si estas voces se alzan es precisamente
porque un diccionario es, entre otras muchas cosas, también un libro de normas
lingüísticas: normas léxico-semánticas, gramaticales, morfológicas y normas
ortográficas, y, por tanto, podría y debería serlo también de normas sociales, normas
ligadas al uso cortés o descortés de la lengua, al empleo discriminatorio o igualitario,
inclusivo o exclusivo, de los términos de los que disponemos los hablantes dentro
del amplio bagaje léxico de un idioma.
Entendemos, pues, que el diccionario debería indicarnos cómo preservar la imagen
social de nuestros interlocutores, y para hacerlo debería de empezar por preservar,
en cuanto texto dirigido a un público lector, la imagen de ese colectivo. Pero, ¿cómo
preservar la imagen de un grupo de personas a las que no se conoce? La única
manera, en un tipo de texto como el que nos ocupa, es la de preservar la de todos y
cada uno de los colectivos que forman la masa lectora de dicho texto. En el caso
concreto de los diccionarios españoles, y muy especialmente en el del Diccionario de
la Lengua Española de la Real Academia, las personas a las que va destinado el
texto comprenden no solamente las hablantes de español (con ello sería suficiente
para tener que abrir “ad infinitum” el abanico de la recepción) sino a toda persona no
hispanohablante interesada por la lengua española, como usuaria, como estudiante,
como productora o como mera decodificadora de la misma. Se trata de un
destinatario real que comprende personas de distinto sexo (hombres y mujeres),
edad, etnia, religión, tradición y cultura, puesto que, en definitiva, los diccionarios de
lengua se dirigen a un receptor o receptora plural, multicultural y multiracial.
A pesar de ello, el diccionario de la Academia parece que ha seleccionado un
destinatario muy específico, un “lector o lectora ideal” que por su homogeneidad
restrictiva no se corresponde exactamente con la realidad. Esta persona a quien va
destinado el texto académico coincide en su perfil, como veremos, con el perfil del
grupo social que ha elaborado el diccionario, que se concreta, como se hemos
demostrado en otro lugar (Forgas: 1996), en el grupo social que controla las
vertientes económica, cultural, educativa y religiosa de la sociedad, y que siendo a
la vez emisor y receptor del mensaje, comparte sus parámetros. Se perfila a través
de las páginas del como un receptor-ideal varón, blanco, católico, de clase media-
alta, de cultura occidental y tradición europea y, como veremos, afinando aún más,
de nacionalidad española y, a ser posible, de regionalidad no periférica.3 En este
sentido, el diccionario sirve para definir al grupo y para afianzar su cohesión, para

3
Sin ello no se entenderían definiciones del diccionario académico como la de valenciano, que contiene un
adverbio deíctico de indudable anclaje ‘extraterritorial’: “5. m. Variedad del catalán, que se usa en gran parte del
antiguo reino de Valencia y se siente allí comúnmente como lengua propia.”
ofrecer una imagen concreta tanto del colectivo socialmente hegemónico que lo ha
generado como de aquel al que va destinado; por ello sus definiciones se orientan
hacia el refuerzo de la imagen (especialmente la positiva) de dicho grupo y hacia la
desvalorización, ocultación o minimización descortés, de los grupos que quedan
fuera, para los que no funciona ni la cortesía positiva ni la negativa, puesto que el
diccionario ni se identifica con ellos ni los respeta.
Para ordenar y resumir en lo posible nuestra exposición vamos a dedicar los
siguientes apartados a tratar, por una parte, las estrategias lingüísticas de
preservación (incluso defensa a ultranza) de la imagen positiva del colectivo
formado por el grupo emisor y receptor, y, por otra parte a evidenciar los
mecanismos de deslegitimización o pura agresión a la imagen social de “los otros”,
los colectivos que, por un procedimiento de exclusión expresado por medio del
mismo lenguaje, quedan fuera.

3. Estrategias de cortesía positiva aplicadas a la preservación de la


imagen del grupo social hegemónico

Si nos atenemos a las conversaciones cara a cara podemos estar de acuerdo con
las interesantes conclusiones de Diana Bravo(2003) en cuanto a que ese
“preocuparse más de su propia imagen que de la de su destinatario” de los
españoles no se debe entender como una agresión a la imagen social del contrario
sino como un afianzamiento cooperativo del propio “yo” emisor. Sin embargo, no
parece posible extender este “contexto neutro”, en el que la imagen del destinatario
no está en juego, a cualquier texto escrito, ni mucho menos al texto lexicográfico,
que ha de ser, por definición, un texto científico, objetivo y de carácter neutral, en el
cual parece tener poca o ninguna cabida “la reafirmación del compromiso del
hablante con su propia opinión”.
A pesar de ello, como hemos dicho, el texto del diccionario se dirige al
afianzamiento de una imagen sociocultural positiva del colectivo emisor-destinatario
ideal, tanto en su macro como en su microestructura, al que vemos emerger con
fuerza en todos y cada uno de los componentes del texto lexicográfico, sea en la
elección de los términos admitidos o excluidos del corpus de entradas (que
selecciona en base a su criterio), sea en la inclusión de marcas diatópicas,
diastráticas y pragmáticas, sea en el cuerpo mismo de las definiciones, sea en los
ejemplos de uso seleccionados (inventados o citados) o en la elección de los
sinónimos y antónimos4 que acompañan a cada lema.
Esta emergencia del yo grupal para el que sí funcionan toda suerte de estrategias
corteses se efectúa las más de las veces sin ningún reparo. ¿Cómo, si no, podemos
explicarnos la subjetividad lingüística que expresa en la presencia de deícticos como
nuestro y nosotros en las definiciones de la última edición del DRAE?:

caridad. f. En la religión cristiana, una de las tres virtudes teologales, que consiste
en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos.
trasponer. 4. prnl. Dicho del Sol o de otro astro: Ocultarse de nuestro horizonte.
¿Qué significa nuestro, quiénes somos nosotros? Éste y otros términos semejantes
demuestran fehacientemente que existe la conciencia plena de un grupo
sociocultural emisor, grupo que, en contra de lo que pudiera creerse, no abarca a
toda la comunidad hispanohablante (Forgas y Herrera: 2000) sino a un selecto
grupo, el cual que se nos va revelando paulatinamente a través de algunas
definiciones,:
a) universo. 2. m. mundo (Conjunto de todas las cosas creadas).
b) justicia. justicia original. Inocencia y gracia en que Dios crió a nuestros primeros
padres.
c) dogma. 2. m. Doctrina de Dios revelada por Jesucristo a los hombres y
testificada por la Iglesia.
d) apologética. 3. Ciencia que expone las pruebas y fundamentos de la verdad de
la religión católica.
e) nostras. (Del lat. nostras, de nuestra tierra). adj. Med. Dicho de una enfermedad:
Propia de los países europeos, en oposición a las originarias de otras regiones.
f) puerro. puerro silvestre. m. Planta de la misma familia que la anterior y
semejante a ella, pero de hojas semicilíndricas, flores encarnadas y estambres
violados. Es común en los terrenos incultos de nuestro país.
g) celambre. Celos de la mujer amada. 5

4
Véase, para entender de qué hablamos, algunos de los sinónimos presentes en el Diccionario de sinónimos y
antónimos, de Espasa-Calpe, Madrid, 1992: femenino: débil, blando (...), virilidad: valor, (...), negro: asqueroso,
repugnante, chorizo, (...), putada: judiada, (...), libertad: desenfreno, deshonestidad, impudicia, atrevimiento,
inmoralidad, (...).
5
Digamos, en descargo de la Academia, que algunas de estas definiciones se han retocado en la nueva edición
de 2001, por cuánto la que nos ocupa demostraba todavía más su óptica masculina en ediciones anteriores, en
las que se definía como “Celos que tiene uno de la mujer amada”.
en las que la delimitación del grupo formado por la suma de las entidades emisora y
receptora se perfila cada vez más clara y estrechamente como el grupo sociocultural
formado por personas que adoptan el pensamiento creacionista (a), la tradición
bíblica (b), de religión cristiana (c) y la obediencia católica (d), que pertenecen a la
comunidad europea (e) y son de nacionalidad española (f). Dejamos para lo último,
por conocida y abundantemente evidenciada en nuestros trabajos (Forgas:1999) la
identidad sexual de dicho grupo: se trata, naturalmente, de varones (g), que
emergen continuamente en ésta y en otras innumerables definiciones, en las que la
exclusión del colectivo femenino llega al límite, como veremos, al tomar
reiteradamente el vocablo hombre como sinónimo de varón, entendiéndolo como
único representante posible de la raza humana.

4. Discriminación o ausencia de cortesía hacia la imagen de los grupos


sociales no hegemónicos

Ha quedado definido por medio de los ejemplos mostrados que el texto académico
se orienta claramente hacia un receptor ideal con el que se identifica por medio de
los posesivos señalados, pero a partir de ahora vamos a destacar precisamente lo
contrario, eso es, la posición del diccionario oficial frente a ciertos colectivos a los
que declaradamente ignora o menosprecia, seguramente por no considerarlos
merecedores de igual trato. Nos referimos a colectivos sociales como el de las
mujeres, las personas de raza negra u otras razas no blancas, las homosexuales,
las de religión judía o islámica, etc., que han sufrido en la sociedad occidental toda
suerte de discriminaciones, entre las cuales la lingüística no ha sido la menos
importante.
Antes de proseguir quisiéramos dejar bien claro cuál es, a nuestro entender, el
papel del diccionario en la transmisión y perpetuación de cuestiones como las que
nos ocupan. Quienes defienden la posición académica y se escandalizan ante las
reiteradas protestas de los colectivos sociales no favorecidos (sean mujeres,
homosexuales, gitanos, negros o judíos) aducen siempre que el diccionario se limita
a plasmar las opiniones y los usos de quienes hablan, y que su contenido, reflejo de
la sociedad, cambiará en el momento en que cambien las opiniones y los usos
sociales. Esto no es cierto, o, al menos, no es del todo cierto. El diccionario de la
lengua, cualquier diccionario pero muy especialmente el diccionario oficial, tiene
siempre dos vertientes: por una parte es el texto que refleja el comportamiento
consuetudinario de los hablantes para con su lengua, en este sentido, actúa de
notario de los usos y significados de los vocablos, de los que se limita a dar fe, pero,
por otra parte, un diccionario de carácter normativo (por vocación o por
adjudicación) como es el académico -que limpia, fija y da esplendor a la lengua- no
puede sustraerse a su otra función, la de juez, que sanciona, aprueba y da carta de
ciudadanía oficial a cuantos sentidos, usos y acepciones adjudica. Pero hay más, el
diccionario es también, ya lo hemos dicho, maestro y guía de cuantos a él acuden;
es en este sentido que se acatan sus opiniones y recomendaciones tomándolas
como normativas, se trate tanto de aspectos léxicos como ortográficos, sintácticos o
pragmáticos. En consecuencia, abogamos para que el diccionario académico de un
paso más en cuestiones de usos, tal como lo ha dado en otras cuestiones
normativas y no se limite a reproducir la realidad (que es su realidad, por otra parte),
esperando que cambie la sociedad para cambiar él en sus apreciaciones, sino que
lidere el cambio, dando ejemplo de sensibilidad lingüística (otros diccionarios lo han
hecho) mostrando interés por las cuestiones de cortesía social, adaptándose a
nuevas concepciones sociales y limpiando de términos vejatorios e injustos sus
definiciones.
Esto se traduciría, en la revisión del léxico de unas definiciones y en la eliminación
total o parcial del de otras, pero, sobre todo, en la orientación de todo su lenguaje
hacia la cortesía lingüística, logrando unos redactados en los que no se
menospreciara ni ofendiera de manera innecesaria a nadie y en los que la imagen
de ciertos colectivos quedara, como mínimo, salvaguardada. Nos referimos, en
concreto, a ejemplos como el siguiente:

escarapelar. intr. Dicho de dos o más personas: Reñir, trabar cuestiones o disputas
y contiendas. Se usa principalmente hablando de las riñas que arman las mujeres.

que nada perdería de su supuesto reflejo de la realidad lingüística del español si se


definiera bajo parámetros de pura sensibilidad lingüística (que no cortesía) que
supondrían, por ejemplo, que el diccionario no asumiera explícitamente la existencia
de estas pretendidas riñas.
De tal manera habían arreciado en los últimos tiempos las críticas hacia la falta de
sensibilidad lingüística que la Real Academia mostraba en sus textos, que en la
primavera de 2000 la docta corporación consideró oportuno encargarnos6 la revisión
del DRAE de 1992 con el fin de detectar los elementos subjetivos y los sesgos
partidistas o poco neutrales de los que se la había acusado reiteradamente y desde
diversas instancias. Se revisaron un total de 24.256 entradas y de todas ellas, se
sugirieron enmiendas a 3.194, que obtuvieron un mayor o menor éxito, plasmado en
la siguiente edición del diccionario.
Huelga decir que en nuestro informe se propugnaba respetar la presencia en el
DRAE de los lemas despectivos o vejatorios que se refirieran a una realidad
discriminatoria e injusta (p. ej. ‘gitanada’, ‘judiada’, ‘mujer pública’, ‘maricón’),
partiendo de la base de que el diccionario de lengua general debe recoger las voces
y expresiones que usa o ha usado la comunidad de habla con los sentidos que ésta
les ha otorgado. A este respecto propusimos solamente que se evitaran los términos
gratuitamente injuriosos, incorporando a todos estos lemas las marcas pragmáticas
correspondientes, señalándolas, en cada caso, como despectivas y/o insultantes, y
se incluyera una Nota de Uso que advirtiera a la persona que consulta el DRAE
sobre el empleo socialmente descortés y vejatorio de la palabra, y sobre los efectos
perlocutivos que su empleo puede acarrear en ciertas situaciones y ante
determinadas personas. Se insistía, además, en la necesidad de procurar que
ningún colectivo pudiera sentirse excluido léxicamente o considerara que había sido
tratado como un grupo discordante (en el contenido textual de las definiciones, por
la presencia o ausencia de marcas, por los sinónimos empleados y por la elección
de los ejemplos) procurando que las definiciones no se articularan en ningún caso
por oposición a un modelo implícitamente establecido.

6. La imagen social de las mujeres a través del lenguaje académico del DRAE
de 2001

Como decíamos en un principio, el concepto de lo políticamente correcto nació


precisamente como reivindicación del empleo de estrategias de cortesía lingüística
por parte de unos colectivos concretos, muy especialmente como una exigencia de

6
El informe fue encargado por el director de la Real Academia a las profesoras Mª Ángeles Calero, Esther
Forgas y Eulalia Lledó en marzo de 2000 y fue entregado a la corporación en junio del siguiente año.
las mujeres para que la lengua, además de no zaherir al colectivo femenino
permitiera su emergencia en los discursos públicos y de los mass media.
¿Qué mayor signo de descortesía cabe encontrar hacia un colectivo que la negación
de su propia existencia? Entendemos, pues, la no emergencia lingüística de lo
femenino como una forma de descortesía, una estrategia de ocultación que refleja
de manera especular la voluntad minimizadora, anuladora, que secularmente ha
mantenido para con las mujeres la sociedad patriarcal. El diccionario, en este último
aspecto, se ha aplicado la lección, refleja un estado de cosas injusto sin poner nada
de su parte para mejorarlo. Así, entre otras estrategias de ocultación, emplea la de
propiciar continuamente la indeterminación, abundando en sus páginas los ejemplos
en los que el término hombre es usado como genérico:

androide. m. Autómata de figura de hombre.


compaginándolos con otros muchos en los que se ha de entender como un término
de referente únicamente masculino:
bigamia. f. Estado de un hombre casado con dos mujeres a un mismo tiempo, o de
la mujer casada con dos hombres.
de tal manera que en cada definición, cuando aparece la palabra hombre nos
enfrentamos a una elección semántica: solamente por el contexto, por el
conocimiento lingüístico previo e, incluso, por el conocimiento del mundo y del
funcionamiento de la sociedad podemos discernir adecuadamente la extensión de
sentido abarcada por el término masculino genérico. Existen casos muy claros como
el anterior frente a otros en los que la suposición de que incluyen a las mujeres se
basa solamente en nuestro conocimiento acerca del mundo y de las cosas:
cría. f. Acción y efecto de criar a los hombres, o a las aves, peces y otros animales.
o incluso muchos otros ejemplos de difícil determinación, como los siguientes, en los
que se ha de hacer un verdadero esfuerzo de voluntad no discriminadora para no
entender el término como exclusivamente masculino y dejar emerger a las mujeres
dentro de la definición lexicográfica (lo cual no parece que fuera la intención del
diccionario):
oficialismo. m. Am. Conjunto de hombres de un gobierno.
escritorio. 3. m. Aposento donde tienen su despacho los hombres de negocios;
como los banqueros, los notarios, los comerciantes, etc.
Otros ejemplos, en fin, evidencian graves errores además de una falta de
sensibilidad lingüística (véase que no hablamos de cortesía) de difícil justificación:
eyacular. tr. Lanzar con rapidez y fuerza el contenido de un órgano, cavidad o
depósito, en particular el semen del hombre o de los animales.
¿Representa tanto esfuerzo substituir el vocablo hombre por otros claramente
genéricos como ser humano o persona en los lemas adecuados (criar, oficialismo),
y por el exclusivo varón, en otros (eyacular)? Se trataría, cuando menos, de una
cuestión de cortesía lingüística, ya que no de justicia social.
Las definiciones injuriosas o denigratorias representan ejemplos claros de
estrategias de anti-cortesía lingüística, puesto que la inmensa mayoría de las veces
emplean términos que rebajan, ridiculizan o menosprecian a la mujer de una manera
a todas luces innecesaria:
talguate. m. El Salv. Cada uno de los pechos de una mujer, especialmente si es
fláccido.
pécora. mala pécora. 1. fig. y fam. Persona astuta, taimada y viciosa, y más
comúnmente siendo mujer.
meón, na. 3. f. coloq. p. us. Mujer, y más comúnmente niña recién nacida.
escaldado, da. adj. coloq. Dicho de una mujer muy ajada: Libre y deshonesta en su
trato.
No creemos que se perdiera nada léxicamente significativo si el diccionario
redactase de otra manera menos hiriente estas y muchas otras definiciones,
ganaría, en cambio, en respeto hacia este colectivo y la Academia ofrecería a la
sociedad el ejemplo de corrección y cortesía que ésta le demanda.

5. La imagen social del colectivo no-blanco a través del lenguaje académico


del DRAE de 2001

Precisamente una de las propuestas más innovadora que hicimos con vistas al
nuevo DRAE de 2001 fue la de la adición de unas Notas Pragmáticas, inexistentes
en la Planta del nuevo diccionario. Argumentábamos que la Real Academia se
consideraba legitimada para dictar normas de corrección ortográfica, gramatical y
estilística, pero no se había planteado todavía la posibilidad de hacer
recomendaciones en cuanto a la norma social, o sea al uso socialmente aceptable
de los términos y expresiones de la lengua española. Nuestra propuesta seguía la
línea de otros diccionarios europeos (el Collins Cobuild y Le Petit Robert,
especialmente) que han considerado que desde el diccionario se puede marcar la
línea de un comportamiento lingüístico no discriminatorio en el sentido en que la
sociedad actual reclama. Pensamos que la RAE debería recomendar el uso o la
abstención de empleo de algunas palabras o expresiones en el caso de que su
enunciación pudiera conllevar algún tipo de conflicto de carácter social. Desde este
punto de vista, nos atrevimos a sugerir que la Academia recomendara, al igual que
hace con las cuestiones normativas gramaticales y ortográficas, una norma social
que abarcase el amplio espectro de la lengua española y que fuera adaptándose a
las necesidades de la comunidad hablante. No se trata, lo hemos dicho, de eliminar
términos o de ‘depurar’ el lenguaje, como a veces se ha dicho, sino de añadir algún
comentario o recomendación al respecto. Se trataría de completar las definiciones
siguientes:

merienda. merienda de negros. 1. f. coloq. Confusión y desorden en que nadie se


entiende.
cafre. 2. adj. Bárbaro y cruel. U. m. c. s.3. adj. Zafio y rústico.
chino, na. engañar a alguien como a un chino 1. fr. Aprovecharse de su
credulidad.
tener alguien un chino atrás.1. fr. coloq. Cuba. Tener mala suerte.
con el añadido de una nota pragmática que advirtiera, por ejemplo, Su uso puede
herir susceptibilidades, Es un uso léxico que denigra a este pueblo o Es una
expresión que resulta insultante para este grupo humano. Las personas que
consultaran el diccionario podrían hacer caso o no de la nota, pero la Academia
quedaría libre de toda responsabilidad.
Mucho más tratándose de algunos lemas que definen de manera harto injusta
(injusticia de la que el diccionario no es en absoluto culpable) algunos colectivos nos
son especialmente cercanos, como el de los gitanos o los magrebíes, que continúan
siendo tratados por nuestras autoridades lexicográficas con evidente desprecio:
gitanear. intr. Halagar con gitanería, para conseguir lo que se desea. 2. intr. Tratar
de engañar en las compras y ventas.
gitano. 4. adj. coloq. Que estafa u obra con engaño.
lelilí. m. Grita o vocería que hacen los moros cuando entran en combate o celebran
sus fiestas y zambras.
morisqueta. f. Ardid o treta propia de moros.
Está claro que en la mente de quienes redactan el diccionario académico no
aparecen estos colectivos (ni el de las mujeres, ni el de los negros, ni el de los
chinos, los moros o los indios) como sus interlocutores sociales, ya que ha han
hecho esfuerzo alguno por salvaguardar no ya su imagen negativa, sino ni tan
siquiera su honor. Sí lo han hecho, en cambio, en relación con otro colectivo, el
judío, al que seguramente sienten más cercano, por cuanto en la edición de 1992 se
revisó la definición que había mantenido el DRAE hasta entonces:
judiada. Acción propia de judíos.(DRAE, 1984)
por otra en la que se introducía la opinión de la Academia, que no tuvo en esa
ocasión reparo alguno en contradecir la voz del pueblo, que tantas veces defiende
como sagrada e inamovible:
judiada. f. Acción mala, que tendenciosamente se consideraba propia de
judíos.(DRAE, 1992)
Sustentamos nuestra propuesta reforzándola con algunas de las soluciones
dadas por otros diccionarios, especialmente por el Collins Cobuild English
Dictionary, que advierte cuidadosamente a sus lectoras y lectores sobre las
consecuencias sociales del uso de ciertas palabras de contenido sexista o
racista, informando acerca del contenido pragmático del lema con una nota de
aviso al final del artículo: “Some people find this expression offensive”, o bien
introduciendo la información en el cuerpo del mismo, como por ejemplo en la
palabra ‘nigger’, de la que dice: “Nigger is a very offensive word for a black
person”. Por su parte, y desde el campo español, el Diccionario Didáctico del
Español. Intermedio de Editorial SM, dirigido por Concepción Maldonado,
emplea también una nota pragmática de este tipo: ‘Su uso tiene un matiz
despectivo’ al final de la definición de voces como gitanada, gitanería, judiada y
similares.

A modo de conclusión

Para un diccionario, y especialmente para un diccionario con pretensión de


universalidad como el Diccionario de la Lengua Española en su última edición,
resulta sumamente complejo establecer los límites del concepto de comunidad
lingüística. El diccionario intenta plasmar en sus páginas el compendio de los signos
lingüísticos y de sus interpretaciones, supuestamente compartidos por una
comunidad de lengua ”ideal”, la hispaohablante. Ocurre en este caso (como en
todas las lenguas, pero en español con mayor razón) que tal comunidad es más
ideal que real -a pesar del pretendido panhispanismo del DRAE- dado que la
heterogeneidad cultural, étnica y social de sus componentes hace prácticamente
imposible la integración de los hispanohablantes en un solo patrón sociocultural.
Por otra parte, la relación cambiante y a veces difícil entre el léxico y la realidad
social, entre el referente discursivo y el referente objetal, es consubstancial a la vida
de un idioma. Nos socializamos a través de la palabra y las palabras marcan las
pautas de nuestro comportamiento social. Junto a las convenciones sociales del
lenguaje, que son, como las normas gramaticales u ortográficas, propias de cada
época, adecuadas y adaptadas a cada concepción social, nacen las reglas de eso
que se llame cortesía verbal o, simplemente, sensibilidad lingüístico-social, funciona
a modo de lubricante en las siempre difíciles relaciones basadas en el intercambio
lingüístico, intercambio que se ve favorecido, qué duda cabe, por el empleo
consciente y voluntario de un lenguaje que resulte socialmente adecuado. Como
recuerda Haverkate a propósito de una cita Watzlavik, Beavin y Jakson (1967:17),
en sociedad no podemos simplemente ‘no comportarnos’, o, dicho de otro modo, no
existe nadie que pueda expresarse de manera neutral, “ningún hablante, cualquiera
que sea su lengua materna, es capaz de expresarse de forma neutra, sus
locuciones son corteses o no lo son, lo cual equivale a afirmar que la cortesía está
presente o está ausente, no hay término medio”.
En nuestro estudio, en el hemos tratado de una manera laxa los conceptos de
cortesía positiva (compartir y aprobar las ideas y actuaciones del otro) y cortesía
negativa (aceptar y respetar sus ideas y actuaciones) aplicándolo a un discurso no
interactivo (al menos en el sentido completo de una interacción cara a cara), y
hemos comprobado que el Diccionario de la Real Academia ha preseleccionado un
destinatario o destinataria preferidos para el cual funcionan perfectamente ambas
cortesías (positiva y negativa) en el texto de las definiciones, texto que no solamente
preserva sino que ensalza la imagen social de este colectivo, mientras que, por el
contrario, el mismo texto no solamente no preserva sino que denigra y rebaja
socialmente la imagen de los colectivos que considera extraños, especialmente los
formados por no-varones o por no blancos, para los cuales funciona mas bien una
suerte de anticortesía lingüística, gravemente lesionadora de su imagen social.

Bibliografía
Bravo, D.
Doyle, M. (1995) The A-Z of Non-Sexist Language. Londres: The Women's Press
Ltd.
Forgas, E. (1996) “Lengua, sociedad e ideología”, en Forgas, E. (ed.) Léxico y
diccionarios. Univ. Rovira i Virgili: Tarragona.
Forgas, E. (1999) “La (de)construcción de lo femenino en el diccionario”, en Mª. D.
Fernández de la Torre et al. (eds.) El sexismo en el lenguaje, Málaga: Servicio de
publicaciones del CEDMA.
Forgas, E. y Herrera, M. (2000) "Diccionario y discurso: la emergencia de los
fenómenos enunciativos", en Lengua, discurso, texto, J.J. de Bustos et al. (eds.),
Madrid: Visor, 1035-1048.
Watzlavik, P., J. H. Beavin, y D.D. Jakson, (1967), Pragmatics of human
communication. A study of interactional patterns, pathologies, and paradoxes, New
York: Norton.

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