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7/5/2019 CONTENIDO Y ALCANCE DEL GOBIERNO CORPORATIVO COMO FIGURA JURÍDICA: EL EJEMPLO DEL DERECHO ESPAÑOL…
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3.3.1. Premisa
Junto con el gobierno corporativo propio de las sociedades cotizadas, resulta necesario
referirse, si bien de manera limitada, a las reglas aplicables comúnmente a todas las sociedades
de capital, sean cerradas o abiertas. En este caso nos encontramos exclusivamente ante
normas de Derecho firme, para cuya definitiva configuración ha sido determinante la ya aludida
Ley 31/2014. Debe señalarse de inmediato que ese tratamiento del gobierno corporativo se
sitúa, casi de manera única, en el ámbito específico del estatuto jurídico de los administradores,
obviando las referencias al consejo de administración, cuya regulación, desde la perspectiva
indicada, se encuentra prácticamente restringida, según acabamos de ver, a las sociedades
cotizadas.
En lo que atañe a esta concreta cuestión, la proyección del gobierno corporativo ha sido más
bien parcial, afectando solamente a algunos de los elementos fundamentales del estatuto
jurídico de los administradores. Nada relevante ha producido nuestra figura respecto de
cuestiones básicas de dicha materia, como pueden ser, entre otras, las relativas a los modos de
organizar la administración, el nombramiento y cese de los administradores, la duración del
cargo o el ámbito del poder de representación(4). Tampoco se puede decir que la responsabilidad
de los administradores —cuestión central de su régimen jurídico, como es bien sabido— haya
obtenido los elementos básicos de su tratamiento, pasado (Rojo y Beltrán, 2012) y presente
(Grimaldos, 2015: 307 y Saldaña, 2015: 365), de la influencia del gobierno corporativo, a pesar
de la aparente cercanía a dicha figura de ciertos planteamientos encaminados a reducir el nivel
de exigencia normativa en dicho ámbito (Quijano, 1999: 537).
3.3.2. Los deberes de los administradores
La incidencia del gobierno corporativo en el tratamiento de la posición jurídica de los
administradores encuentra su “centro organizador” en el importante asunto de los deberes de
los administradores, entendidos, de acuerdo con el modelo norteamericano, como sujetos
situados en una posición fiduciaria respecto de los socios. No son claras ni seguras las
consecuencias jurídicas del empleo de dicha calificación, generalizada en la bibliografía
económica y también, aunque en menor medida, entre los juristas. Por ello, no nos
extenderemos en su análisis, limitándonos, sin más, a destacar el importante cambio
experimentado al respecto en el Derecho español tras la aprobación de la Ley 31/2014.
En efecto, dicha ley, que modifica la LSC, actualiza y profundiza el planteamiento previo del
Derecho español con una serie de novedades significativas, cuyo análisis no corresponde llevar
a cabo en este trabajo. Bastará con decir ahora que la reforma del Derecho de sociedades que
ha traído consigo se dedica a regular con minuciosidad los deberes fundamentales del
administrador, es decir el deber de diligencia y en el deber de lealtad. Si en ambos se contiene,
al modo tradicional entre nosotros, una formulación genérica, no demasiado diferente a la
anterior, encontramos, en cambio, considerables novedades en su alcance y contenido, con
especial detalle en lo que se refiere al deber de lealtad.
De un lado, y en lo que atañe al deber de diligencia, lo que interesa destacar no es
propiamente su formulación genérica (art. 225, 1º LSC), con ciertos matices relevantes, en los
que no podemos entrar, frente a la regulación precedente. La principal novedad reside en el
hecho de que el legislador español ha decidido tutelar la llamada “discrecionalidad empresarial”
(art. 226 LSC), aceptando sin demasiados matices la consolidada doctrina norteamericana de la
business judgment rule. Al margen de los muchos detalles que deberían tenerse en cuenta para
la recta comprensión de esta auténtica “importación jurídica”, es importante señalar que
mediante ella se garantiza al administrador de una sociedad de capital la seguridad de su
posición jurídica, siempre que haya adoptado las “decisiones estratégicas y de negocio” con las
cautelas establecidas en el artículo 226, 1º LSC (Hernando C., 2009 y Guerrero T., 2014).
De otro lado, el tratamiento del deber de lealtad constituye, seguramente, una de las
principales novedades de la Ley 31/2014, con especial incidencia en el gobierno corporativo de
las sociedades mercantiles de capital (Paz Ares, 2015: 569). En este ámbito, el objetivo principal
de la regulación es la de evitar los conflictos de intereses y conseguir que el administrador
desarrolle su cometido “con la lealtad de un fiel representante, obrando de buena fe y en el
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mejor interés de la sociedad”. A tal efecto, se contemplan una serie de obligaciones básicas
derivadas del deber de lealtad (art. 228 LSC), dentro de las que destacan, de manera especial,
las de contenido negativo, en cuanto imponen al administrador el deber de abstenerse de ciertas
tareas, cometidos y facultades (Juste M., 2015, 377). Íntimamente relacionado con esta
circunstancia se encuentra el propósito de evitar situaciones de conflicto de interés, que el
legislador contempla con cierto detalle en el artículo 229 LSC (Boldó R., 2015: 241).
No obstante sus destacadas diferencias, en la ordenación del deber de lealtad se observa un
cierto paralelismo con el tratamiento del deber de diligencia, al menos desde una perspectiva
externa. Si en este último, como hemos visto, la tutela de la discrecionalidad empresarial ofrecía
un “puerto seguro” al administrador que hubiera adoptado ciertas decisiones observando las
cautelas establecidas en el art. 226, 1º LSC, el art. 230 LSC contempla la posibilidad de
dispensar al administrador de la observancia de las prohibiciones contempladas en el precepto
previo (Emparanza, 2015: 281). Hay aquí, y frente a las limitaciones de la normativa anterior,
una relevante novedad; aunque la ley intenta evitar la posibilidad de dispensas generales o de
autorizaciones en bloque, la amplitud dada a la norma y el hecho de que se habilite para la
dispensa no solo a la Junta general sino también al órgano de administración, reduce la
efectividad de las exigencias establecidas como consecuencia del deber de lealtad.
3.3.3. La retribución de los administradores
Consecuencia del predominio del gobierno corporativo en el debate societario de los últimos
tiempos es, seguramente, el interés extraordinario que despierta el tema de la retribución de los
administradores. La cuestión experimentó un progresivo desarrollo, a partir, sobre todo, de la
reforma del Derecho de sociedades derivada del ingreso de España en la Unión europea, como
se deduce de su intenso y continuo reflejo en la jurisprudencia —más registral que judicial—, así
como en la doctrina. Pero corresponde a la Ley 31/2014 la elevación del tema que nos ocupa a
un estadio de mayor plenitud, acompañado de matices considerables, tanto en lo que se refiere
al tratamiento común a todas las sociedades de capital, como a la especialidad aplicable a las
sociedades cotizadas. Dicho texto ha de ser completado, en lo relativo a las sociedades
cotizadas, por lo establecido en el CBGSC, que se ocupa del tema retributivo desde su
particular perspectiva.
Debe destacarse, en principio, el mantenimiento de la presunción de gratuidad del cargo de
administrador, salvo que los estatutos establezcan lo contrario, delimitando el correspondiente
sistema retributivo (art. 217, 1º, LSC). Este criterio, que parece haberse soslayado en las
sociedades cotizadas con motivo de la reforma (art. 529 sexdecies LSC)(5), seguramente
merecería ser revisado, si bien no es este el lugar para discutir una decisión concreta de política
jurídica, congruente, además, con la tradición española en la materia. Conviene señalar, no
obstante, que la Ley 31/2014 ha introducido matices relevantes en la cuestión, algunos de los
cuales por su concreto reflejo en la norma están siendo objeto de controversia en la práctica
societaria, tal y como se deduce de las numerosas resoluciones emitidas al respecto por la
Dirección General de los Registros y del Notariado. En este sentido, uno de los puntos básicos
de la reforma consiste en haber dado entidad normativa a algún supuesto de la realidad en el
tema que nos ocupa, como el hecho de establecer una retribución específica de los consejeros
ejecutivos, separada y distinta de la que podría corresponderles en su condición estricta de
administradores (art. 217, 2º, LSC, León S., 2015: 273)(6).
Esta y otras cuestiones, como el diverso contenido que puede atribuirse a la retribución, se
formulan por el legislador español en el contexto normativo común a las sociedades de capital.
Ello no impide afirmar que su principal campo de aplicación es, esencialmente, el de las
sociedades cotizadas, donde el tema retributivo, al hilo, entre otras cosas, del funcionamiento
específico de una comisión del consejo competente en esta materia, se encuentra dotado de
unos caracteres nítidos, cuya solidez, sin embargo, no impide continuas evoluciones y matices.
Es destacable, en este sentido, la existencia de complejos paquetes retributivos(7) que, además,
de estimular el mercado de directivos y consejeros(8), son susceptibles de ocasionar problemas
concretos si el desempeño económico de la sociedad no alcanza los objetivos fijados en los
correspondientes planes de actividad empresarial (Del Val Talens, 2015: 45).
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mismo, en cambio, en las sociedades abiertas, sobre todo en aquellas con estructura dispersa
de propiedad, donde resulta notorio el predominio de los gestores y su sustancial
independización de los socios, como atestigua la realidad de los hechos desde hace mucho
tiempo. En ellas, la celebración de la junta general es en muchas ocasiones una suerte de ritual,
desprovisto de efectiva potestad, y realizado, desde luego, para cumplir con la normativa vigente
mediante la ratificación, por lo común, de los criterios propuestos por los administradores.
A esa realidad sociológica, que desmiente, en numerosas ocasiones, algunos tópicos
firmemente establecidos, al menos por lo que se refiere a las sociedades más grandes, se ha
intentado oponer desde antiguo diversos arbitrios tendentes a reactivar el papel de la junta
dentro de la sociedad, promoviendo por diversas vías la mayor participación de los socios, tanto
en su desarrollo concreto como en la vida social. Entre los diversos objetivos de esta
orientación, plural en sus formas pero sustancialmente unitaria en sus motivos determinantes,
se encuentra la idea de fomentar el “activismo” de los socios, promoviendo su control sobre los
administradores, como órgano ejecutivo de la sociedad, dotado, por ello, de relevantes poderes
efectivos (Rose y Sharfman, 2014: 1015).
El fenómeno no es privativo, por supuesto, del Derecho español, si bien ha adquirido una
particular intensidad en él con motivo de la promulgación de la Ley 31/2014 y dentro de su
propósito básico de contribuir a la mejora del gobierno corporativo. Antes de describir
sumariamente algunos de los aspectos en los que se refleja la voluntad de convertir a la junta
general en un sujeto relevante dentro del gobierno corporativo, conviene señalar la existencia de
algunas referencias destacadas a este asunto en la doctrina española (Alonso Ledesma, 1999:
615). En su mayor parte, venían condicionadas por la realidad concreta de las sociedades
cotizadas y por la presencia entre sus socios de los llamados inversores institucionales; a
diferencia del socio con finalidades puramente inversoras y sin especial interés en la marcha de
la sociedad, estos últimos no se han contentado con disfrutar, en su caso, de la rentabilidad
derivada de sus acciones, sino que han protagonizado, y siguen haciéndolo, por regla general,
muy diversas intervenciones en el funcionamiento de la propia sociedad.
Con referencia a las modificaciones llevadas a cabo por la Ley 31/2014 en el tema que nos
ocupa, parece conveniente recordar el “espíritu” de dicha reforma, que, como sabemos, además
de mejorar el gobierno corporativo, ha pretendido reforzar la posición jurídica del socio,
fomentando su participación en los asuntos de la sociedad. Quizá lo más destacado en este
plano sea la atribución a la junta general de algunas competencias nuevas, con mayor
incidencia todavía en el terreno específico de las sociedades cotizadas (art. 511 bis LSC).
Respecto del primer plano, de carácter común a todas las sociedades de capital (Recalde, 2015:
29), destaca por encima de todo la nueva facultad de la Junta establecida en el art. 160, f) LSC,
conforme a la cual corresponderá decidir a dicho órgano sobre “la adquisición, la enajenación o
la aportación a otra sociedad de activos esenciales. Se presume el carácter esencial del activo
cuando el importe de la operación supere el veinticinco por ciento del valor de los activos que
figuren en el último balance aprobado”.
No hace falta resaltar la importancia de esta nueva competencia, por cuanto viene referida a
una suerte de negocios jurídicos singularmente determinados por la entidad económica y
subsiguiente calificación del objeto al que se refieren. No alcanzan, sin duda, la trascendencia
de otros actos corporativos, como las modificaciones estructurales, si bien se acercan a ellos
por su significación material, aunque el legislador no ha impuesto para la adopción del acuerdo
las intensas exigencias comunes a dichas alteraciones societarias. Se trata, por lo demás, de un
supuesto verdaderamente relevante en la práctica societaria cotidiana, como demuestra la
frecuencia con la que se han planteado problemas concretos en torno a su específica
delimitación, buena parte de los cuales han permitido a la Dirección General de los Registros y
del Notariado formar con inusual rapidez una consolidada doctrina al respecto(11).
Un segundo elemento que permite apreciar, en el marco de la reforma llevada a cabo por la
Ley 31/2014, el propósito de atribuir a la junta general un papel relevante en el gobierno
corporativo de las sociedades se deduce del nuevo contenido —al menos, en parte— asignado
al artículo 161 LSC. En él, como es bien sabido, se extiende a todas las sociedades de capital la
posibilidad, antes restringida a las sociedades limitadas, de “impartir instrucciones al órgano de
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Por otro lado, y al margen del silencio, casi pleno, del legislador, no parece posible escudarse
en la voluntariedad de la RSC para ignorar sus indudables efectos en la realidad jurídica,
entendida esta de una manera plural. Parece evidente, con todo, que es el Derecho de
sociedades de capital el sector del ordenamiento donde esa incidencia es mayor (Embid I. y Del
Val Talens, 2016)(12); y ese es precisamente el terreno efectivo de su confluencia con el gobierno
corporativo. En dicha disciplina, ambas figuras, sin dejar de ser lo que son en términos
generales, asumen una vestidura institucional que las configura efectivamente como auténticos
productos jurídicos. También en este terreno lleva la delantera el gobierno corporativo, cuyo
mayor tratamiento, tanto desde el Derecho firme como desde el Derecho blando, está ejerciendo
una considerable influencia sobre la RSC. Si se nos apura, cabría decir, incluso, que la RSC se
“societariza” gracias al gobierno corporativo, tanto en el terreno de las grandes nociones del
Derecho de sociedades, como el interés social, hasta otras vertientes de la disciplina, situadas
en el ámbito de la gestión o en el plano informativo y de transparencia, tan relevante en nuestro
campo(13).
Que esto sea así en la actualidad se deduce no tanto del Derecho firme, en el que las
alusiones a nuestra figura son escasas y de carácter parcial, sino, sobre todo, del Derecho
blando, a la vista del vigente CBGSC. Sin alcanzar el detalle asignado a otras materias del
gobierno corporativo, el mencionado código dedica un principio y una recomendación a la RSC
cuyo carácter más bien genérico no impide apreciar el relieve que se le otorga. Bien podría
decirse, incluso, que manteniéndose el CBGSC, por su propia naturaleza, en el terreno del
Derecho blando, los términos empleados, y la explicación que se les asigna, permiten entender
que la RSC es una actividad o conjunto de actividades de natural realización por las sociedades
cotizadas.
Parece evidente, de acuerdo con lo que se observa en la conducta cotidiana de dichas
sociedades, que la puesta en práctica de la RSC, con la pretensión de conseguir el calificativo
de “empresa socialmente responsable”, requiere algunos presupuestos de distinta naturaleza —
organizativos, técnicos, económicos, etc.— solo disponibles por empresas de cierta dimensión.
Por otra parte, esos mismos presupuestos no resultan ajenos al ámbito jurídico, ya que,
inevitablemente, será preciso, entre otros extremos, determinar el órgano u órganos
competentes para adoptar acuerdos, señalando en su caso el procedimiento que deba seguirse
al respecto. Por otro lado, y de manera especialmente relevante para el objetivo de este trabajo,
el hecho de que la RSC venga considerada en el CBGSC atrae sobre ella los caracteres
específicos de dicho texto en relación con la disciplina vigente en materia de gobierno
corporativo. En tal sentido, en el informe que al respecto deben redactar todos los años las
sociedades cotizadas (art. 540 LSC) habrá que consignar si se han llevado a cabo actividades
de RSC, con los datos necesarios para su preciso conocimiento. Y si tales actividades no se
hubieran llevado a cabo, o hubieran sido realizadas al margen de las recomendaciones
contenidas en el CBGSC, resultaría necesario explicar la razón de ser de este desvío.
Como puede apreciarse en esta sucinta exposición, la RSC tiene una relevante dimensión
jurídica desde la perspectiva del Derecho de sociedades de capital y es, asimismo, un elemento
destacado cuando se habla de gobierno corporativo. No en balde, como se acaba de ver, queda
plenamente sometida a la vigencia del principio comply or explain, máxima expresión, desde
hace mucho tiempo, del gobierno corporativo desde la vertiente, verdaderamente decisiva, de
los códigos de buen gobierno. Si se mira bien, entonces, la perspectiva aquí es más bien la
contraria a la observada a propósito de otros temas relevantes dentro de la materia que nos
ocupa. Y es que, por las propias circunstancias que le caracterizan, la RSC ha vivido por lo
común de espaldas al Derecho firme, sin que, por el momento, vaya a cambiar la orientación.
Ello no quiere decir, como se ha intentado mostrar, que nuestra figura sea un “cuerpo extraño”
para el Derecho; la conclusión, más bien, debería ser la contraria, teniendo en cuenta, además,
que su falta de tipificación expresa en el Derecho firme no excluye su necesidad de tratamiento
cuando, de manera voluntaria, una sociedad, sea cotizada o no, concibe y ejecuta un conjunto
de actividades susceptible de insertarse en el amplio campo de la RSC.
5. Consideraciones finales
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(2) No conviene ignorar, sin embargo, la singular evolución de la cooperativa desde la perspectiva jurídica,
conforme a la cual se han ido introduciendo progresivamente diferentes supuestos que modulan el tradicional
principio democrático mediante el establecimiento de situaciones de asignación desigual del voto, como,
señaladamente, el llamado voto plural. Bien sea por la posición concreta de ciertos socios, sobre la base de su
aportación o su mayor presencia en la actividad cooperativizada, bien por la clase de cooperativa de que se trate —
por ejemplo, la cooperativa de segundo grado—, son ya varios los casos en los que el principio “un hombre, un
voto” ha perdido, desde luego, valor general, pero también aptitud diferenciadora de la cooperativa como tipo de
sociedad.
(3) La ordenación jurídica del Consejo de administración en las sociedades cotizadas debe ser comprendida no
solo como un tema propio o exclusivo del Derecho, sino como un elemento más, sin duda sumamente relevante,
pero no único, de la compleja realidad económica e institucional de estas personas jurídicas. En este sentido,
cualquier aproximación al gobierno corporativo de las sociedades cotizadas ha de tener en cuenta que en España,
como en tantos otros países y a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos —de donde proviene la temática
del gobierno corporativo—, se observa en dichas entidades un modelo concentrado de propiedad, con grupos
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accionariales de control que dominan el órgano de administración y designan al equipo directivo y a los consejeros.
Por tal motivo, toda regulación normativa del fenómeno que nos ocupa ha de tender a conciliar los intereses de
quienes controlan la sociedad con los de los socios externos, ajenos a la gestión. En esa tarea son decisivos los
elementos de supervisión y vigilancia, tanto internos —consejeros independientes, socios activos—, como externos
—en particular, la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
(4) También en este punto, la Ley 31/2014 obliga a matizar, si bien limitadamente la afirmación vertida en el
texto, sobre todo desde la perspectiva de la sociedad cotizada. Así sucede, por ejemplo, con Las cuestiones
relativas al nombramiento y reelección de consejeros (art. 529 decies LSC) y la duración del cargo (art. 529
undecies LSC).
(5) No parece que deba interpretarse de otro modo tanto el enunciado del precepto —“carácter necesariamente
remunerado”—, a pesar de que su concreto texto afirme, con notoria contradicción a nuestro juicio, que “salvo
disposición contraria de los estatutos el cargo de consejero de sociedad cotizada será necesariamente retribuido”.
Si la norma fuera dispositiva, como parecen considerar ciertos expositores, sobraría por completo el adverbio
“necesariamente” e, incluso, el mismo precepto, ya que no se añadiría nada a lo establecido en el art. 217, 1º LSC;
a la inversa, si dicho vocablo resultara pertinente, carecería de todo sentido que los estatutos pudieran soslayarlo,
considerando gratuito, contra toda lógica, el cargo de administrador de la sociedad cotizada. Como según se acaba
de advertir, el título del art. 529 sexdecies LSC acoge la palabra “necesariamente” sin ningún matiz, la
interpretación conjunta de sus diversos apartados ha de conducir, de manera inevitable, al resultado aquí
propuesto. Hay que lamentar, una vez más, la ligereza en el uso del lenguaje en la Ley 31/2014, no disculpable por
su tramitación urgente ni, mucho menos, por ocuparse de una materia elástica y de poca tradición jurídica entre
nosotros como es el gobierno corporativo.
(6) En el marco del Derecho vigente, y con relación a la temática mencionada en el texto, véase la resolución de
la Dirección General de los Registros y del Notariado de 30 de junio del 2015 —BOE del 30 de septiembre—; de
signo contrario es, más recientemente, la sentencia 241/2015, de 27 de noviembre, del Juzgado Mercantil nº 9 de
Barcelona.
(7) Resulta necesario leer atentamente las recomendaciones 57 a 64 del CBGSC donde se contemplan con
cierto detalle algunos de los elementos integrantes de esos paquetes retributivos en las sociedades cotizadas —
retribuciones variables, entrega de acciones o instrumentos financieros referenciados a su valor, específicamente—,
así como los patrones, magnitudes o circunstancias a los que se vincula la posibilidad y extensión de esos mismos
elementos.
(8) Tanto el principio 25 como la recomendación 56 del CBGSC se refieren a la remuneración de los consejeros
como un instrumento adecuado “para atraer y retener a los consejeros del perfil deseado y para retribuir la
dedicación, cualificación y responsabilidad que el cargo exija”, añadiendo seguidamente que la misma no ha de ser
“tan elevada como para comprometer la independencia de criterio de los consejeros no ejecutivos”.
(9) Es llamativo el relativo oscurecimiento sufrido por el interés social en la reforma de la LSC llevada a cabo por
la Ley 31/2014, sobre todo en lo que atañe a la regulación del deber de lealtad de los administradores; así, frente a
la regulación anterior, dicho deber obliga a los administradores a actuar en el “mejor interés de la sociedad”,
trasladando a nuestro Derecho una fórmula de considerable éxito en el mundo anglosajón. No es seguro lo que se
quiera decir con ello y tampoco que con ese enunciado se supere el tradicional debate entre las concepciones
contractualista e institucional respecto de lo que pueda considerarse contenido esencial de la noción que nos
ocupa. Si esta es, con algunos matices, la posición del Derecho firme, no sucede lo mismo con el Derecho blando,
como se deduce de la recomendación número 12 del CBGSC; en ella, tras señalar que el consejo de administración
debe guiarse, en el desempeño de sus funciones, por el interés social, se entiende este “como la consecución de
un negocio rentable y sostenible a largo plazo, que promueva su continuidad y la maximización del valor económico
de la empresa”. Se recomienda, por último, que el consejo de administración procurará “conciliar el propio interés
social con, según corresponda, los legítimos intereses de sus empleados, sus proveedores, sus clientes y los de los
restantes grupos de interés que puedan verse afectados, así como el impacto de las actividades de la compañía en
la comunidad en su conjunto y en el medio ambiente”. No hay demasiadas dudas sobre la inclinación institucional
del CBGSC en este importante asunto, utilizando a tal fin argumentos y supuestos propios de la realidad
empresarial de nuestro tiempo.
(10) Aunque la intención con la que se formula resulta evidente, no es del todo certera la utilización del
calificativo “soberano” para distinguir a un órgano como la Junta general que por su propia naturaleza parece
situarse, al menos sobre el papel, en una posición no del todo firme, frente a la mayor estabilidad de los
administradores. Conviene recordar, a este respecto, que la noción de soberanía, tal y según ha venido siendo
analizada por los cultivadores del Derecho público y la Ciencia política, no parece compatible con una estructura
jurídica, como la que dibuja la normativa vigente respecto de las sociedades de capital, en la que ha de partirse
inevitablemente de una división de competencias conforme a la cual ningún órgano societario disfruta del
“pluscuampoder” constituye esencialmente a la soberanía.
(11) Véase, por muchas, la resolución de 29 de julio del 2015 (BOE del 30 de septiembre).
(12) No es abundante la bibliografía específicamente jurídica sobre RSC, sin perjuicio de que, como en el caso
del gobierno corporativo, son o pueden ser varios los sectores del ordenamiento en los que tenga repercusión. Se
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7/5/2019 CONTENIDO Y ALCANCE DEL GOBIERNO CORPORATIVO COMO FIGURA JURÍDICA: EL EJEMPLO DEL DERECHO ESPAÑOL…
trata, por tanto, de una institución transversal, si bien es el Derecho de sociedades de capital, como se indica en el
texto, la disciplina jurídica en la que puede ubicarse de manera más precisa.
(13) Podría decirse, incluso, que gracias a tal circunstancia el fenómeno que nos ocupa termina haciendo honor
a su propio nombre o, más precisamente, a uno de los calificativos que lo distingue, como es el término corporativo,
directamente vinculado con el Derecho de sociedades. Aunque dicha voz, como es notorio, tiene en nuestro idioma
un significado más amplio, susceptible de aplicarse a múltiples entidades, no solo societarias ni tan siquiera de
Derecho privado, no parece exagerado, en el terreno que nos ocupa, el vínculo que se acaba de señalar, el cual,
por otra parte, entronca con el ámbito específico asignado a la RSC en el mundo anglosajón, de donde se ha
tomado por tantos países. No entramos ahora en el análisis específico de dicho tema, cuya originalidad parece
discutible, si se tiene en cuenta la notable semejanza que muestra con otros fenómenos previos, como el relativo al
interés de la empresa o la función cuasi pública de la gran empresa, que ocuparon a la doctrina europea, en su
mayor parte alemana, a lo largo de distintas épocas del pasado siglo.
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