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César Chávez Bonilla

Literatura iberoamericana ii
Selección de poetas románticos: Olegario Víctor Andrade y Rafael Obligado

OLEGARIO VÍCTOR ANDRADE

Acogido como el poeta nacional argentino. Se dice que su poesía se divide en dos
épocas. La primera corresponde a los años que corren de 1855 a 1875, y se desarrolla
en Entre Ríos. La segunda, la más importante, a Buenos Aires, en los años de 1876 a
1881. La primera etapa de su poesía careció de originalidad y fertilidad, mientras que
para la segunda ocurrió lo contrario.1 Y, como muchos otros escritores de su época (y
acaso de tantas otras) se dedicó al periodismo. Ganó en 1881 un certamen literario con
Atlántida. Canto al porvenir de la raza latina en América, poema con que canta a la
historia. Y, así, sus victorias literarias son innúmeras. Se habla de una visible influencia
que tuvo en él Víctor Hugo, aunque “El cambio del objeto del canto —esto es, ya no la
naturaleza sino la Historia, ya no el sufrimiento del poeta, sino la misión histórica del
cantor— no se debe sólo a la influencia de Víctor Hugo.”2

Voy a poner aquí un pequeño poema suyo, con el que me siento feliz por su sencillez y
su sinceridad; pero más feliz porque evoca, acaso de soslayo, uno de mis temas
favoritos, la astronomía:

Yo era el astro que erraba en el espacio

Al azar de los vientos de la vida,

Y tú fuiste la estrella misteriosa


Que me brindó su lumbre bendecida.

Sin ti, la eterna noche me rodeara


Como al astro maldito del vacío,

Y mi vida sin ti se consumiera

En perpetuo y estéril desvarío.

Tú me diste la fe que me faltaba,

1
Cfr. “La poesía de la segunda mitad del siglo XIX”, en Pedraza Jiménez, Felipe B. (coord.), Manual de
literatura hispanoamericana, Pamplona, Cénlit ediciones, 1998, t. II, pp. 343-344.
2
Blengino, Vanni, Los umbrales del romanticismo: El cambio de sensibilidad y las primeras opciones
románticas, en Puccini, Darío, y Yurkievich, Saúl, Historia de la cultura literaria en Hispanoamérica,
México, FCE, 2010, t. I, p. 675.
Me calentó la luz de tu mirada,

¡Y esa luz, que me envidian los extraños,

Es la luz de tu amor, es luz prestada!

El poema es muy sencillo, pero es lindo. En él, aquél es un astro, un errante, tal como
los antiguos llamaban a esas estrellas que se comportaban de manera extraña, distintas
del resto. Y cobra sentido su existencia con la luz de la amada. Ah, pero es luz
prestada…, como la luz que, perenne, le presta el Sol a los planetas en nuestro sistema,
a nuestra Tierra. Este poema, belleza de lo simple, es amable y poética ciencia.

RAFAEL OBLIGADO

Poesías (1885) fue su único libro.

El poema que puso frente al libro, Echeverría, y los poemas histórico-patrióticos


‘Ayohuma’, ‘El negro Falucho’ y la ‘Retirada de Moquegua’, rinden tributo al ideal oratorio
y muestran la influencia de Olegario Víctor Andrade. Pero el resto de su poesía es más
sobrio, como lo exigen los temas de su preferencia: los recuerdos idílicos de su juventud
y las leyendas de su tierra.3

En el Santos Vega, poema al que le debe Obligado la más de su fama, se habla


de un “forastero” que vence al payador, a Santos Vega. A los inmigrantes europeos en
Argentina y a los nuevos valores los encarna el forastero Juan sin Ropa; a la tradición
argentina, Santos Vega el payador.4

Pero, amén de estos asuntos, en las composiciones de Rafael Obligado se


puede encontrar de manera muy pronta la felicidad poética inmediata. Y pienso de
inmediato en Laetitia, Leticia, ese poema que dice “Con tu sonrisa embelleces / y haces
tus quince lucir; / te lo habrán dicho mil veces: / Blanco pimpollo pareces / Que comienza
a entreabrir.” Quién sabe (yo no) realmente el porqué de ese poema, el para quién; pero
así de pronto es sorprendente la declaración: para Leticia quinceañera. Y le habla así,
de su infantil hermosura, o de lo que piensan “los que te miran pasar”.

Así, en sus poemas, logra alcanzar esa belleza de lo simple. Pero no simpleza,
que es asunto muy diferente. Aunque estoy seguro de que los mismos cuentos
(refiriéndome al contenido de sus poemas) no hubieran vertido en mí la misma felicidad
si hubieran prescindido del metro, de la rima. Es la belleza de lo simple, acomodado
dentro del arte de hacer bien poesía.

3
Ibídem, p. 681.
4
Cfr. ibídem, pp. 681-682.

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