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La filosofía clásica
Se ha aceptado como válida la idea de que la filosofía surge en Grecia cuando el
pensamiento racional (logos) sustituye al pensamiento mítico. El logos intentará
explicar la realidad en toda su complejidad: desde los fenómenos físicos, pasando por el
carácter de la convivencia social hasta llegar a la naturaleza individual humana. Se
desarrolla el pensamiento abstracto para interpretar lo concreto.
Los griegos empezaron a introducir investigaciones racionales acerca del principio de
lo real: era el nacimiento del pensamiento científico. En la época clásica griega, la de
mayor esplendor económico y cultural, surgirán las tres figuras cumbre del pensamiento
clásico: Sócrates, Platón y Aristóteles, que, partiendo de la riqueza intelectual de sus
antecedentes, crearán ámbitos de pensamiento e ideas sobre la naturaleza, la conciencia,
la política, el universo, la metafísica, la ética y la estética perdurables durante siglos. El
sentido del bien y del mal, los conceptos de sustancia, potencia y acto, las causas, las
apariencias, dios, etc., serán comentados por Platón y Aristóteles, sentando así las bases
para emprender la reconstrucción del mundo y el sentido de la vida humana en el nuevo
ámbito del cristianismo. Extendido éste, aparecieron los Padres de la Iglesia y la gran
figura de san Agustín, que forjaron modelos universales para el entendimiento del
mundo y el comportamiento del hombre, culminación de la filosofía cristiana de
inspiración platónica.
Heráclito de Éfeso
Heráclito de Efeso (536-470 a.J.C.), máximo pensador de la escuela jonia, quería
hallar un elemento de identidad que unificara la transformación de las cosas y que a la
vez explicara su existencia, pero con una diferencia: la arjé no podía ser un principio
inmutable, puesto que todo cambia, y, por consiguiente, el elemento primordial era el
fuego, eternamente móvil y fluyente, el que explicaba por qué todo es devenir. Nadie
puede bañarse dos veces en el mismo río.
Ahora bien, el pensamiento de Heráclito era dialéctico. En el incesante devenir,
cada cosa se convierte en su contrario, y lo que hay de idéntico en las cosas no es un
fondo inmutable de las mismas, sino que es justamente esta eterna movilidad por la que
cada cosa se opone a la otra y acaba convirtiéndose en lo contrario de lo que era.
Pero ocurre también que, en el fondo, «todas las cosas son una». La lucha de
contrarios es expresión de una fundamental unidad del ser, y, así, de los opuestos, de las
cosas diferentes que contrastan entre sí, nace la armonía más bella. Sólo que esta
armonía es visible únicamente a través de la razón (logos).
Parménides de Elea
La cultura filosófica surgida en las colonias jonias del Asia Menor se expandió por
algunas ciudades de la Magna Grecia, como la antigua colonia focense de Elea, al sur de
Italia. Una figura que hizo de puente entre los dos ámbitos fue Jenófanes de Colofón (h.
540-484 a.J.C.), precursor del más importante de los pensadores eleatas: Parménides
(540-450 a.J.C.).
A diferencia de Heráclito, Parménides sostuvo que es un contrasentido afirmar
que la realidad es puro devenir, porque la razón dice que «el ser es y el no ser no es». Y,
así, si se dice que las cosas cambian, es decir, que nacen y mueren, se está aseverando
que son y no son y el no ser es imposible que sea. El ser es y no puede haber cambio en
el ser.
Ahora bien, la experiencia, en la cual se apoyó Heráclito, muestra obviamente que
las cosas se generan y corrompen. Parménides, no obstante, consideró que esto era
aparente, una ilusión de los sentidos, puesto que lo que la razón indica es que el ser es
uno, eterno e inmutable, sin principio ni fin, y que, por tanto, no está sujeto a las
mutaciones del devenir.
De esta concepción del ser, que ha tenido una enorme importancia en la historia de la
filosofía, Parménides derivó todavía otra consecuencia de largo alcance. Dado que el no
ser no puede ser pensado, todo pensamiento lo es del ser y, por tanto, hay una identidad
entre el ser y el pensar. En la concepción parmenidea, la cópula es se refiere por igual al
lenguaje y a lo ontológico, o sea, a como son en realidad las cosas, porque «es lo mismo
el ser que el pensamiento».
Empédocles de Agrigento
El primero de estos filósofos fue Empédocles de Agrigento (490-430 a.J.C.), para el
cual, y a diferencia de los jonios, la arjé estaba constituida por cuatro elementos: el
agua, el aire, el fuego y la tierra. Atendiendo a lo exigido por Parménides, Empédocles
sostuvo que tales elementos eran indestructibles e inmutables, pero que de su
combinación surgía –tal y como lo mantuvo Heráclito– la multiplicidad de las cosas y
su incesante devenir. El hecho que estos elementos se combinaran para causar la
transformación de las cosas era debido a las fuerzas opuestas del amor y del odio en un
juego alternado de producción y destrucción.
Anaxágoras
De una forma similar a la de Empédocles, el filósofo ateniense Anaxágoras (500-428
a.J.C.) explicó el ser y el devenir como resultado de una pluralidad de elementos. Ahora
bien, éstos no son sólo cuatro; su número es ilimitado y, a modo de semillas o gérmenes
invisibles, están presentes en todas las cosas. Anaxágoras llamó a estos elementos
homeomerías; sostuvo que eran eternos y que el devenir era producto de su incesante
unión (que los hace visibles en forma de cuerpos) y dispersión (que los hace
desaparecer). Como rasgo original, este filósofo introdujo la noción de intelecto (nous)
como principio cósmico omnisciente –lo conoce todo– inteligente, que rige esta unión y
dispersión de las homeomerías.
Demócrito de Abdera
Una solución bien distinta al problema abierto por Parménides es la que dio Demócrito
de Abdera (460-370 a.J.C.) con su filosofía del atomismo, ya avanzada por su amigo y
maestro Leucipo (c. 460-370 a.J.C.); esta doctrina constituyó la primera filosofía
materialista de la historia.
Para Demócrito, el ser está formado por los átomos, partículas materiales,
invariables, eternas y, como indica su nombre griego, indivisibles. Los átomos se
mueven, chocan y se agrupan entre sí, y de ello surgen las infinitas combinaciones de la
materia. Ahora bien, este movimiento atómico sólo es posible porque existe el vacío; sin
él, no podría explicarse el hecho de que los cuerpos desaparecen. Pero el vacío es el no
ser, y Demócrito terminó situándose en un plano desde el cual no podía darse una
solución satisfactoria al problema filosófico planteado por Parménides.
La filosofía socrática
Sócrates (c. 470-c. 399 a.J.C.), filósofo griego fundador de la filosofía moral, o
axiología, ha tenido gran peso en la filosofía occidental por su influencia sobre Platón.
Nacido en Atenas, hijo de Sofronisco, un escultor, y de Fenareta, una comadrona,
recibió una educación tradicional en literatura, música y gimnasia. Posteriormente se
familiarizó con la retórica y la dialéctica de los sofistas, las especulaciones de los
filósofos jonios y la cultura general de la Atenas de Pericles.
Sócrates
Las especulaciones de los filósofos presocráticos se centraron en la naturaleza y
ésta es la razón primordial que permite agruparlos como anteriores a Sócrates. Pero, a
partir de este pensador ateniense, la filosofía dio un giro radical porque la reflexión se
dirigió entonces hacia el propio hombre. ¿Es éste dueño de su destino, medida de todas
las cosas? Esta pregunta no puede responderse sin haber aclarado antes si al hombre le
es dado conocer la verdad.
Sócrates, que tachaba la presunción de los sofistas, comenzó esta búsqueda de la
verdad a partir de un reconocimiento de la propia ignorancia: «Sólo sé que no sé nada».
Es decir, que, si la razón debe hacer posible que el hombre sea dueño de su destino,
antes debe procederse a una disolución de todos los falsos saberes e, incluso, de la
misma presunción de que se sabe. Sócrates, en sus diálogos, utilizaba la ironía como
forma negativa para refutar el saber presuntuoso; y como forma positiva, la mayéutica,
o arte de alumbrar la verdad que está alojada en el interior del hombre, aunque éste no
lo sepa; la mayéutica permite el acceso a un saber que ya es auténtico.
Y, ¿qué dice este saber auténtico? Que el hombre puede conocer la verdad porque
es capaz de pensar conceptualmente. De la multiplicidad sabe recoger la unidad y, ante
dos alternativas, llega a conocer cuál es la verdadera. Sócrates ha pasado a la historia
como el descubridor del concepto y, aunque ello no es propiamente así –por cuanto el
pensamiento de los presocráticos ya era conceptual–, debe entenderse en el sentido de
que este filósofo fue el primero en darse cuenta de que al hombre sólo le es dado el
acceso a la verdad mediante el pensar con los conceptos.
Sócrates todavía introdujo una nueva dimensión en la filosofía, la de la reflexión
moral. La búsqueda de la verdad por medio de la razón no es otra cosa que el bien. El
que conoce busca el bien y huye del mal, que es ignorancia. Al mismo tiempo, ser
virtuoso equivale a ser feliz. Ésta es la famosa ecuación socrática, en la cual la razón
fue equiparada a la virtud y ésta, a su vez, a la felicidad.
La ironía de Sócrates fue el principal motivo de su condena de muerte con el
pretexto de que había quebrantado las tradiciones e intentado corromper a la juventud.
Los amigos de Sócrates planearon su huida de la prisión pero prefirió acatar la ley
y murió por ello. Pasó sus últimos días con sus amigos y seguidores, como queda
recogido en la obra Fedón de Platón, y durante la noche cumplió su sentencia bebiendo
una copa de cicuta siguiendo el procedimiento habitual de ejecución.
La filosofía platónica
Uno de los principales planteamientos de Platón es el relativo a la inmortalidad
del alma. Consideraba que el alma únicamente consistía en la idea de la vida, lo que
animaba a un ser viviente, por lo que no podía morir. Lo que muere es el cuerpo
sensible, la existencia corporal, que se halla entre el ser y el no-ser.
La filosofía aristotélica
El énfasis puesto en la razón o en la experiencia como principales fuentes de
conocimiento ha agrupado a los filósofos en dos grandes grupos. Aristóteles (384-322
a.J.C.), a diferencia de su maestro Platón, construyó su sistema filosófico –de tanta
influencia histórica como el platonismo– a partir de una rigurosa fundamentación
empírica.
Potencia y acto
Similar a la distinción entre materia y forma es la de potencia y acto, que
Aristóteles utiliza para explicar la estructura del movimiento. El movimiento es el paso
de la potencia al acto. Así, por ejemplo, la materia es potencia desde el momento en que
puede dar lugar a determinadas sustancias por medio de la unión con una u otra forma,
es decir, la materia, en este caso, posee, en «potencia», la «forma» que después poseerá
«en acto».
A través de estos conceptos metafísicos, Aristóteles trató de conciliar el gran
problema del pensamiento griego, esto es, el carácter incompatible entre la permanencia
e inmutabilidad del ser exigida por la razón y la experiencia de una realidad que es
devenir y que, en consecuencia, está sujeta al cambio y a la desaparición.
El ensamblaje metafísico aristotélico aportó una nueva vía de solución de este
dualismo a través de una forma esencialmente dinámica. Cada objeto es siempre una
potencia que tiende a actuar de una cierta forma y, por lo mismo, es una sustancia
individual que deviene. Por ejemplo: la semilla de un geranio es «potencia» de la planta
ya desarrollada y hecha del geranio; pero, al mismo tiempo, tiene una «forma»
determinada que la diferencia de otras semillas vegetales, con lo que ya es de por sí
«acto».
La noción de causa
Éste es uno de los conceptos acuñados por Aristóteles que mayor predicamento ha
tenido en la historia del pensamiento. En general, por causa se entiende un
acontecimiento que provoca la existencia de otro, estando este otro implicado en la
existencia del primero. Para el Estagirita, la causa debe ser entendida como el modo en
que se manifiestan las sustancias en cuanto tales.
Así, materia y forma tienen dos causas que, respectivamente, son la causa
material y la causa formal. En una estatua, por ejemplo, la primera es la materia de que
está formada (bronce, mármol, etc.), mientras que la segunda es la que ha generado la
forma concreta de la estatua (por ejemplo: un soldado, un prócer, un monarca, etc.).
Aristóteles, no obstante, agregó todavía una doble causalidad para explicar la realidad
objetiva: se trata de las causas eficiente y final. En el ejemplo anterior, la causa eficiente
es el cincel con el que el escultor ha esculpido la estatua, mientras que la causa final
constituye el objetivo que el artista ha perseguido en el momento de realizar su obra.
Con Aristóteles se afirma la orientación que se basa fundamentalmente en la
experiencia para construir a partir de ella un riguroso sistema de ideas. Desde este punto
de vista, el aristotelismo ha influido hasta la época moderna en todas aquellas filosofías
de base empírica, además de estar vinculado a los orígenes del pensamiento científico
occidental.
La física aristotélica
En el sistema aristotélico, la física o «filosofía natural», o incluso «filosofía de la
naturaleza», trata de «la esencia de los seres que poseen en sí mismos y en cuanto tales
el principio de su movimiento». De esta manera, estudia todo aquello que tiene un modo
de ser que le es propio (en contraposición al arte, por ejemplo, o a lo que es
convencional). Esto está en consonancia con la idea de naturaleza o physis, que
Aristóteles llegó a definir como «un principio y una causa de movimiento y de reposo
para la cosa en la cual reside inmediatamente por sí y no por accidente».
En la física aristotélica se distinguen cinco modos del ser: la tierra, el fuego, el
agua y el aire (que son los cuatro elementos de Empédocles), así como un quinto
elemento o quintaesencia: el éter.
Los cuatro primeros se encuentran en el mundo sublunar, mientras que el último
es el elemento propio del mundo celeste. En el mundo sublunar, los modos del ser que
provienen de los cuatro elementos son corruptibles; los seres celestes constituidos por el
éter, por el contrario, son incorruptibles.
Para Aristóteles, el movimiento o devenir se desenvuelve en cuatro tipos
fundamentales (entendiendo que en cada uno de ellos se realiza el paso de la potencia al
acto): el movimiento sustancial se refiere a la generación y corrupción de los seres; el
movimiento cualitativo se entiende como una modificación de las cualidades; el
movimiento cuantitativo tiene que ver con el aumento y la disminución; y el
movimiento local es el movimiento propiamente dicho, que se distingue, a su vez, en
movimiento natural y movimiento violento (artificial).
El movimiento natural se subdivide, todavía, en movimiento hacia lo alto o hacia
lo bajo y en movimiento circular.
El primero es característico del mundo sublunar; es imperfecto y se da en la tierra,
el fuego, el agua y el aire, es decir, entre los elementos que, al mezclarse, dan lugar a los
seres mutables, sujetos a la corrupción y a la muerte.
El movimiento circular, en contrapartida, es geométricamente perfecto y
corresponde a los astros; se da, por tanto, en el éter, el elemento eterno e incorruptible.