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TEMA 54

LA CONSTRUCCIÓN DE LA COMUNIDAD EUROPEA

1– EL LARGO TRAYECTO DE CONSTITUCIÓN DE LA UNIÓN EUROPEA.


2– MAASTRICH: DEFINICIÓN DE UNA NUEVA EUROPA SOCIAL Y POLÍTICA.
2.1– PRINCIPIOS CONSTITUTIVOS:
2.2– NUEVO CONCEPTO DE UNIÓN POLÍTICA.
2.3– PRINCIPIO DE COHESIÓN SOCIAL.
2.4– POLÍTICA EXTERIOR Y DE SEGURIDAD COMÚN:
2.5– UNIÓN ECONÓMICA Y MONETARIA.
2.6. LA CONSTITUCIÓN EUROPEA: UN PROYECTO FRUSTRADO
3– PERSPECTIVAS DE FUTURO: ¿QUÉ "EUROPA"? LA CRISIS DE
LA UE
4- BIBLIOGRAFÍA.

1– El largo trayecto de constitución de la Unión Europea.

Después de la Segunda Guerra Mundial la idea de una Europa unida resurge con
fuerza. Europa se da cuenta de que sólo la unión y cooperación entre los diversos países
que la forman le permitirá sobrevivir en un mundo bipolar que grandes potencias y
reconstruirse tras las enormes pérdidas humanas y materiales que acaba de sufrir. Pero la
idea no era nueva; es más, constituía un viejo sueño que se remonta al siglo XVI y que
reaparece periódicamente. En un contexto inmediato hay que considerar, cuando menos, las
tentativas que surgieron después de la Primera Guerra Mundial. En los años de
entreguerras se puso de manifiesto que la universalidad abstracta de la Sociedad de
Naciones era una de las razones de su debilidad.

De ahí que surgieran iniciativas tendentes a la supranacionalidad entre las que cabe
destacar la del conde Richard Codenhove Kalergi, que en los años 20 lanzó el mensaje para
constituir lo que él denominaba una Unión Pan–Europea. En 1923 publicó su obra, Pan–
Europa, que alcanzó notable éxito de difusión y de venta y que encerraba un plan para
constituir una especie de Estados Unidos europeos. El movimiento paneuropeo se
desarrolló notablemente en los años 30, especialmente en los países de la Europa Central.

Muchas personalidades relevantes se sumaron a la idea: Eduart Berrito, que


publicaría Europa; Gaston Riou, autor de Europa, mi patria, o Henri de Jouvenel, que
organizó un concurso para premiar el mejor proyecto de federación europea.

Estos antecedentes cristalizaron en 1929 en la proposición Briand, presentada por


el Ministro de Asuntos Exteriores francés en la décima asamblea general de la Sociedad de
Naciones. La propuesta era demasiado vaga y entraba de lleno en la supranacionalidad, y
aunque se discutió largamente y se formó un Comisión de Estudios para la Unión Europea
que se reunió varias veces entre 1930–1932, a la muerte de Briand el proyecto se olvidó.

No ocurrió lo mismo con la idea, que resurgió en algunas organizaciones: Europa


Unida, fundada en 1933 en Basilea; Unión Europea Aduanera, fundada en 1930; Unión
Parlamentaria Europea y en 1938, en Gran Bretaña, el movimiento Federal Unión. La
Segunda Guerra Mundial frenaría bruscamente todas esas iniciativas.

Sin embargo, a partir de 1945 Europa toma conciencia de que "debe unirse o desaparecer",
máxime cuando la ayuda norteamericana (Plan Marshall) se subordina a una política común. Así nace
el primer organismo intereuropeo: la Organización Europa de Cooperación Económica (OECE). El
sentimiento europeísta, por otra parte, será defendido por hombres como el británico Churchill, los
franceses Monnet y Schuman, el belga Paul– Henri Spaak o el alemán Konrad Adenauer, convencidos
de que la defensa de la democracia frente al comunismo o frente a un posible retorno del fascismo sólo
sería posible en el marco de instituciones comunes.

Con este espíritu se reunieron en mayo de 1948 más de 750 delegados en la Conferencia de La
Haya. El resultado será, al año siguiente, el estatuto del Consejo de Europa, nuevo organismo, con sede
en Estrasburgo, nacido para salvaguardar los intereses comunes y contribuir al progreso económico y
social. En 1950 se aprueba la Convención Europea de los Derechos del Hombre.
Pero ya desde el comienzo se pone de manifiesto lo que va a constituir un auténtico cáncer del
europeísmo: la imposibilidad de aceptar la supranacionalidad. De hecho, se enfrentan dos concepciones
de Europa: una unitaria o confederal, que implica el respeto a las soberanías nacionales; otra federal
que propugnan la creación de organismos supranacionales, capaces de regir los llamados Estados
Unidos de Europa.

La discusión originó un estancamiento que desvió la propuesta hacia iniciativas parciales,


menos comprometedoras pero, a la larga, más eficaces. Así nacieron la Comunidad Europa del Carbón
y del Acero (CECA), la Comunidad Económica Europea o Mercado Común (CEE) y la Comunidad
Europea de la Energía Atómica (EURATOM).

El 9 de mayo de 1950 el Ministro de Asuntos Exteriores francés presentó la Declaración


Schuman, que colocaba la producción alemana y francesa de carbón y acero bajo una autoridad común.
Inmediatamente respaldada por Alemania, Italia y los tres países del Benelux, la CECA quedó instituida
por el Tratado de París el 18 de abril de 1951, y se hizo efectiva el 10 de agosto de 1952. Su primer
presidente, Jean Monnet, propuso que las empresas del carbón y del acero de la RFA y Francia
quedaran bajo la jurisdicción de una única entidad que supervisara su desarrollo, medida que fue
incorporada al Plan Schuman, puesto en marcha en 1950. La autoridad por encima de las naciones
formada por la CECA disfrutaba de una condición única en su momento, y poseía numerosas
atribuciones respecto a estas dos industrias, consideradas entonces básicas.

Al abolirse las barreras aduaneras, se incrementó en más de un 100% en cinco años. La


producción también aumentó, alcanzando aproximadamente una quinta parte de la producción total
mundial hacia 1974. A mediados de la década de 1970 entró en declive la industria del acero; en la
década de 1980 fue la industria del carbón la que tuvo que hacer frente a la creciente competencia de
las importaciones de esta materia procedentes de países no comunitarios, especialmente de la Europa
del Este. Por este motivo, la subvención de estas dos industrias por parte de las distintas naciones se
convirtió en un tema cada vez más conflictivo entre los estados miembros.

Como consecuencia de la Guerra de Corea, que planteó un problema de defensa frente a la RDA
(las tropas norteamericanas se desplazaron a Corea y los efectivos franceses estaban luchando el
Indochina), nacería poco después, en mayo de 1952, la Comunidad Europa de Defensa (CED), tras
aceptarse el Plan Preven (Ministro de Defensa Francés), que proponía la creación de un ejército
europeo integrado por fuerza de los países miembros. En el Tratado se contemplaba la posible unión
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política y la idea se plasmó el 9 de marzo de 1953 en la Comunidad Política Europea (CPE), que debía
absorber a la CECA y a la CED. Pero Francia todavía recelosa de Alemania, no la aceptó y arrastró en
su caída a la CPE. Sólo sobrevivió la CECA.

Pero la experiencia no fue vana, porque obligó a replantear la unidad sobre bases más reales que
desembocaron en la CEE y el EURATOM. En junio de 1955 los ministros de Asuntos Exteriores de la
CECA se reunieron en Messina. Apenas un año después se aceptó el Informe Spaak (ministro belga de
Exteriores) que desembocó el 25 de marzo de 1957 en la firma del Tratado de Roma, que constituía la
Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM).

El EURATOM o Comunidad Europea de la Energía Atómica tiene como finalidad promover el


desarrollo de los usos civiles de la energía nuclear entre los socios de la Unión Europea (UE). Prevista
por el Tratado de Roma (1957), comenzó a funcionar el 1 de enero de 1958. Su principal centro de
investigación se encuentra en Ispra, Italia, aunque lleva a cabo programas de investigación
conjuntamente con centros de varios países. Desde 1959 se instauró un mercado común para materiales
y equipos nucleares, que dejaban de estar sujetos a tarifas de importación.

En 1957 los seis miembros de la CECA firmaron el Tratado de Roma, en el que se establecía
la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE), pero no fue hasta el 1 de julio de 1967
cuando la CEE, la CECA y la Comunidad Europea de la Energía Atómica o Euratom (constituida a
través de una serie de tratados independientes en Roma en 1957) se fusionaron en un solo organismo,
la Comunidad Europea (CE), que contaba con seis miembros en 1973, doce en 1986, y que en 1993
se convertiría en la Unión Europea (UE). Los objetivos originales del Tratado de Roma eran la
supresión de las barreras comerciales entre los países miembros; el establecimiento de una política
comercial común con respecto a terceros países, no pertenecientes a la Comunidad; la coordinación
de las políticas agrícolas, económicas y de transportes; la eliminación de aquellas medidas, públicas o
privadas, que restringieran la libre competencia, y asegurar la libertad de movimiento de capitales,
trabajo y mano de obra entre los países firmantes. Entró en vigor el 1 de enero de 1958. La CEE
constaba de cuatro organismos fundamentales creados por el Tratado de Bruselas (1965): la
Comisión, el Consejo de Ministros, el Tribunal de Justicia y el Parlamento Europeo.
La CEE, siguiendo el Informe Spaak, significaba la integración económica europea, es decir,
la construcción de un Mercado Común en el que se anulaban las barreras aduaneras y se aspiraba a
una unión económica y monetaria que debía tender, en último término, a una unidad política. Para
ello contaba con dos órganos ejecutivos, la Comisión (supranacional), de la que emanan los
reglamentos, directivas y decisiones que afectan a todos los miembros; y el Consejo de Ministros, que
reúne a los representantes de cada Gobierno nacional y adopta las decisiones políticas, que a partir
del octavo año de su funcionamiento podrían tomarse por mayoría. La Asamblea Parlamentaria y la
Corte de Justicia eran comunes a la CECA. En cuanto al EURATOM, fracasó por la reticencia
francesa y el recelo norteamericano.

Con todo, la Europa de los seis (Francia, República Federal de Alemania, Italia, Bélgica,
Holanda y Luxemburgo) empezó a funcionar y con notable éxito sobre todo en el terreno económico,
hasta el punto que Gran Bretaña, siempre al margen de los proyectos europeos, decidió contrarrestar su
influencia. La Asociación Europea de Libre Comercio (AELC) nació el 20 de noviembre de 1959 por la
Convención de Estocolmo, integrando a Portugal, Suiza, Austria, Noruega, Dinamarca y la propia Gran
Bretaña, de quien había partido la iniciativa.

Pero la llegada del general De Gaulle al poder (1958) genera un nuevo problema. De Gaulle
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rechaza la idea de una Europa federal, oponiéndose a cualquier intento de supranacionalidad,
especialmente en el terreno político. El económico, en cambio, sí le interesa.

Un momento crítico se produjo cuando en julio de 1961 Gran Bretaña expresa su primera
solicitud de adhesión a la CEE. Previamente, el diplomático francés Christian Fouchet había elaborado,
por encargo de los Seis, un plan de unidad política europea, que respondió a la idea de De Gaulle (una
unión de naturaleza confederal sin compromiso supranacional) que fue rechazado definitivamente en
abril de 1962. En este clima se iniciaron las conversaciones con Gran Bretaña, secundada por Irlanda,
Noruega y Dinamarca, que también fracasaron porque las exigencias británicas (destinadas a
salvaguardar sus intereses agrícolas y sus lazos con la AELC y la Commonwealth) resultaron
inaceptables. De Gaulle las interrumpió brusca y unilateralmente en enero de 1963, firmando por su
parte un tratado de amistad y cooperación con Alemania que colocaba a Francia en una posición
hegemónica.

A partir de aquí, la CEE vive sus peores momentos, en parte porque se revelan las
contradicciones de la política agraria comunitaria (la solución planteada, a la que se opone De Gaulle,
es aumentar la partida correspondiente del presupuesto comunitario, sin control por parte de los
Gobiernos nacionales) y sobre todo por su reiterada oposición a la inclusión de Gran Bretaña, que
presentará una nueva solicitud de adhesión. Francia abandonó las negociaciones en junio de 1965,
colocando a la Comunidad en una situación de impasse, de la que se salió tras el "compromiso de
Luxemburgo" (enero de 1966) que significó la victoria francesa y, en consecuencia, la anulación de un
nuevo intento de supranacionalidad ni siquiera en el terreno de la política agrícola. En cuanto a la
petición de Gran Bretaña (mayo 1967), cuyas exigencias ahora eran menores, también fue vetada por
De Gaulle.

A pesar de estas graves deficiencias, el balance de la CEE era muy positivo: se habían
eliminado los aranceles y establecido la tarifa exterior común, la competencia estimulaba el desarrollo
y además la CEE había ampliado su área de influencia a los países del África francófona (Convenios de
Yaoundé, 1963 y 1969) y a la cuenca mediterránea, figurando como países asociados, entre otros,
Egipto, Grecia y Turquía.

La llegada al poder de Georges Pompidou inicia un nuevo período. Sus ideas son mucho más
abiertas que las de De Gaulle y la CEE experimenta un relanzamiento que concluye con la adhesión de
tres nuevos miembros: Gran Bretaña, Irlanda y Dinamarca. El nuevo presidente francés reúne una
nueva cumbre europea en La Haya (diciembre de 1969) en la que se pone en marcha la unión
monetaria, se impulsa la coordinación de una política exterior común y se abren las negociaciones para
aceptar la adhesión del Reino Unido. El Tratado de Adhesión se firma el 22 de enero de 1972 y, tras no
pocas negociaciones, al año siguiente la Europa de los nueve es ya un realidad, reforzado además por
un acuerdo de libre cambio con los países de la AELC y Noruega (1972) y la ampliación a las
posesiones británicas del África, Caribe y Pacífico (Convención de Lomé, 1975).

La suspensión de la convertibilidad del dólar (1971), que paraliza el proceso de unión


monetaria, y la crisis del petróleo generarán un nuevo impasse en la década de los 70, del que sólo se
saldará a mediados de los 80. En este período la mayoría de los países se refugian en políticas
proteccionistas, alejadas del interés supranacional. Un papel primordial en este sentido tendrán los
nuevos socios comunitarios, especialmente el Reino Unido. Por otra parte, la crisis energética cogió por
sorpresa a la CEE, que no había previsto una política común. Mientras el Reino Unido se vio menos
afectado gracias a sus importaciones del Mar del Norte, y Francia era tratada como "país amigo", los
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EEUU propusieron, al margen de la CEE, pero contando con algunos de sus miembros, formar un
bloque de consumidores frente al bloque de productores de la OPEP, que habían cuadruplicado el
precio del petróleo a raíz de la guerra árabe–israelí (octubre de 1973). La iniciativa, claramente
rechazada por Francia, no prosperó y tampoco la Comisión Europea avanzó nada.

Paralelamente, la llegada al poder en el Reino Unido de un nuevo Gobierno plantea una revisión
de las condiciones británicas de adhesión. Los laboristas, tradicionalmente reticentes a la integración, a
pesar de haberla solicitado en su momento, se disponen a cumplir su promesa electoral de convocar un
referéndum para consultar a la población británica sobre la cuestión. El Consejo Europeo logra
satisfacer las peticiones británicas, siempre en relación con sus intereses agrícolas y de la
Commonwealth, y el referéndum, celebrado en junio de 1975, arroja un saldo mayoritario en favor de la
permanencia del Reino Unido en la Comunidad. Margaret Thatcher conseguirá además un nuevo
acuerdo (junio de 1984) por el que los socios comunitarios aceptan restituir al Reino Unido el 75% de
su contribución neta, reparando así la diferencia entre lo que daba y lo que recibía a cambio.

Al final de la década de los 70, el espíritu europeo experimentará un relanzamiento, impulsado


firmemente por el presidente francés Valery Giscard d'Esteign y por el canciller alemán Helmult
Schimdt. Ambos logran institucionalizar las cumbres europeas, que a partir de ahora se celebrarán tres
veces al año, en reuniones llamadas Consejo Europeo –un mecanismo no previsto en los Tratados
tradicionales–. La primera cumbre del Consejo Europeo se reunió en París en diciembre de 1974 y
adoptó importantes decisiones: elegir el Parlamento Europeo por sufragio universal, según la
modalidad de cada país (la elección de representantes se celebró en junio de 1979) y reformar la
autoridad de la Comisión: el presidente debía ser investido por el Parlamento y elegir a los comisarios.
El Informe Tindemans (primer ministro belga) insistía también en otras medidas destinadas a reforzar la
coordinación de políticas exteriores y la integración de los ciudadanos (pasaportes, estudios, etc.) Más
efectivas fueron algunas de las decisiones del siguiente Consejo Europeo, celebrado en 1979, que
acordó iniciar el proceso de unidad monetaria, estableciendo el Sistema Monetario Europeo y
perfilando el ECU (European Currency Unit), precursor del actual Euro. La web en:
http://europa.eu/european_council/index_es.htm

El proceso se completa con una nueva ampliación. A mediados de los 70, Grecia, Portugal y
España solicitan la adhesión a la CEE. El tratado de adhesión de Grecia se firma en mayo de 1979, y
entra el vigor el 1 de enero del año 1981. Portugal y España firman sus Tratados en junio de 1985,
consumándose la adhesión el 1 de enero de 1986. La Europa comunitaria es así la Europa de los doce.

La coyuntura económica alcista de mediados de los 80 proporciona un nuevo impulso a la


Comunidad que desembocará en el Acta única europea y los Acuerdos de Maastrich. Un nuevo Consejo
Europeo, reunido en Milán en junio de 1985, aprueba la propuesta de Jacques Delors que conduce a la
modificación de los tratados fundacionales. En diciembre de 1985 se aprueba en Luxemburgo el Acta
única europea, que introduce dos novedades fundamentales: conseguir un mercado interior antes del 31
de diciembre de 1992, es decir, un espacio sin fronteras al asegurarse la libre circulación de mercancías,
personas, servicios y capitales, y formular una política exterior común especialmente en materia de
defensa y seguridad. Eran pasos previos para la futura unión monetaria y para la futura unión política.

La importancia de la decisión abre nuevamente el debate entre las tesis confederales (Thatcher
sigue defendiendo la concepción librecambista, sin transferencia de soberanía) y federales (firmemente
defendidas por franceses y alemanes en el marco de la caída del muro de Berlín y la desintegración de
la URSS). El 18 de abril de 1990 el presidente francés François Mitterand y el canciller alemán Helmut
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Kohl se declaran a favor de la Europa comunitaria. Como resultado inmediato se reúnen en Roma en
diciembre de 1990 dos Conferencias intergubernamentales sobre unión política y sobre unión
económica y monetaria, cuyos resultados se plasmarán en el Tratado de la Unión Europea aprobado en
Maastrich (Holanda) el 10 de diciembre de 1991 y firmado el 12 de febrero de 1992.

Maastrich refuerza la integración, mediante cesión de soberanías a autoridades comunes, amplía


el campo de intervención e implica la cooperación intergubernamental. Sus objetivos conducen a la
unión económica y monetaria (el ECU será la moneda única europea emitida por un Banco Central
Europeo), a una política exterior común y a la cooperación en materias de justicia e interior. Para ello
refuerza el Parlamento comunitario y los procedimientos de decisión en el Consejo. El acuerdo entró
definitivamente en vigor el 1 de noviembre de 1993. En Dinamarca ser ratificó por referéndum, pero el
primero fue negativo y el segundo lo aprobó con modificaciones parciales. En el Reino Unido y en
España se ratificó tras profundos debates parlamentarios. Italia y Francia lo aprobaron por referendos y
Alemania fue el último país en aceptarlos. Austria, Finlandia y Suecia se incorporaron a la Unión
Europea el 1 de enero de 1995, con lo que la Europa de los doce es ya la Europa de los quince, pero la
población noruega rechazó la adhesión (referéndum de noviembre de 1994). Las ampliaciones
posteriores se realizaron en 2004 (diez nuevos países) y en 2007 (dos más) hasta formar la actual UE de
los 27, con Turquía en espera de negociar su incorporación. Mapa de la expansión de la Unión Europea

1952: Italia, Francia, Luxemburgo, Bélgica, Alemania y Países Bajos

1973: Dinamarca, Irlanda y Reino Unido.

1981: Grecia.

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1986: España y Portugal.

1995: Austria, Finlandia y Suecia.

2004: República Checa, Estonia, Chipre, Letonia, Lituania, Hungría, Malta, Polonia, Eslovaquia y Eslovenia.

2007: Bulgaria y Rumanía

Al margen de estos últimos logros, hay que considerar la existencia de numerosas


organizaciones interestatales, de ámbito regional, que surgieron y se desarrollaron en los años de la
segunda posguerra, en consonancia no sólo con la nueva realidad multilateral de las relaciones
internacionales, sino de la pluralidad del mundo actual paradójicamente ligado por la interrelación de
problemas económicos, sociales y culturales, propiciada por el desarrollo de los medios de

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comunicación e información.

La ONU es la única organización de carácter universal. También existen una serie de


organismos especializados en materia económica, social, técnica, de cooperación educativa, cultural y
sanitaria y organizaciones de ámbito regional. En Europa Occidental las principales son el Consejo de
Europa, la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), el Benelux y el Consejo Nórdico.

Al Consejo de Europa, que tiene un carácter interestatal y sede en Estrasburgo, ya nos hemos
referido. Pertenecen a él prácticamente todos los países europeos y del Mediterráneo Oriental, incluida
España, que ingresó en 1977, y su fin primordial es la defensa de los derechos humanos y las libertades
individuales. La EFTA se fundó en Estocolmo en 1960. Pertenecen a ella Suiza, Austria, Noruega,
Suecia, Dinamarca, Gran Bretaña y Portugal (los 7 fundadores) más Finlandia e Islandia, que se
asociaron después. Pretendió sólo la supresión de las barreras aduaneras, siendo desbancada por la
CEE. El Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) es una unión económica intergubernamental
constituida en 1958 y el Consejo Nórdico (Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia e Islandia) una
asociación interparlamentaria. Pero únicamente las Comunidades Europeas incluyen en sus organismos
atributos supranacionales.

Las Comunidades Europeas (Unión Europea, desde 1993, en un intento de borrar ese sentido de
la "Europa de los mercaderes" con que parecía concebido inicialmente) cuentan con cinco órganos
comunes: Parlamento Europeo, Consejo de Ministros (hoy llamado Consejo de la Unión Europea),
Comisión Europea, Tribunal de Justicia y Tribunal de Cuentas. El Parlamento Europeo, con sede en
Estrasburgo, está compuesto por parlamentarios de todos los países miembros, elegidos por sufragio
universal cada cinco años. Controla el Consejo y la Comisión y vota el presupuesto. Es un organismo
de la CEE. El Consejo de la UE (ver http://es.wikipedia.org/wiki/Consejo_de_la_Uni
%C3%B3n_Europea ), con sede en Bruselas, está compuesto por los ministros de cada uno de los
países miembros y sus decisiones se toman por unanimidad. La Comisión Europea, también con sede
en Bruselas, está compuesta por 17 comisarios designados por los Gobiernos de los estados miembros
cada cuatro años. Vela por los fines y objetivos comunes. El tribunal de Justicia, con sede en
Luxemburgo, está compuesto por un magistrado de cada país miembro, designado por seis años. Vela
por el cumplimiento correcto de los tratados y normas comunitarios. El Tribunal de Cuentas, también
con sede en Luxemburgo, incluye un miembro por cada estado de la CEE. Se ocupa de la gestión
financiera común. Además, hay otros organismos subsidiarios: el FEOGA, Fondo de Orientación y
Garantía Agrícola; el FSE, Fondo Social Europeo, y el FEDER, Fondo Europeo de Desarrollo
Regional.

2– Maastrich: definición de una nueva Europa social y política.

La idea de la moneda única no es en realidad una aportación de los acuerdos de Maastrich.


Desde los años 70 se venía reclamando con insistencia la existencia de un instrumento capaz de
garantizar el libre comercio internacional, de romper la anterior dependencia del patrón dólar en las
transacciones entre países miembros de la Comunidad Europea. El denominado Informe Werner, y
posteriormente la Conferencia Internacional de 1990 suponen la articulación del modelo preciso de
convergencia monetaria que habría que establecer, definiéndose incluso las modificaciones económicas
que sería preciso efectuar para su logro respecto al Tratado de Roma: en síntesis, existió una crítica
contundente por parte de la izquierda al modelo de 1957, basado en los desequilibrios que se
establecían entre las dimensiones económica y monetaria y la política o social. Por tanto, Maastrich
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representaría una profunda remodelación de la anterior filosofía neoliberal. Las principales variaciones
serían:

2.1– Principios constitutivos.

Los artículos 2 y 3 del Tratado de Roma, en los que se definen las prioridades del mismo, están
presididos por la filosofía neoliberal, en la que prima la eficiencia de mercado sin tener en cuenta los
desequilibrios existentes en el mercado, no garantizando el mercado la igualdad social. El modelo
propuesto ahora otorga una primacía a la vertiente política sobre la económica, reconociendo por
ejemplo que el mercado libre no garantiza la igualdad social, y planteando la necesidad de que los
gobiernos actúen compensando dicha disfunción. También se aborda por primera vez otros aspectos
inherentes a la unificación comercial, como son los de una política común de protección de la salud,
medio ambiente, unificación de las legislaciones de consumo, búsqueda de planes conjuntos de pleno
empleo, políticas de desarrollo internacionales (por ejemplo, en las zonas de frontera, tradicionalmente
pauperizadas por tener un área comercial menos extensa en proporción).

2.2– Nuevo concepto de unión política.

De esa forma, se contempla como factores de la unión política necesaria la revisión del
concepto de ciudadanía: así, los europeos son electores y elegibles en el lugar donde residan, lo que
contribuye a desdibujar los límites nacionales y refrenda el principio de libre circulación y
asentamiento de trabajadores.

Por otro lado, el problema educativo es planteado por primera vez en términos realistas: se parte
de la premisa de que la libre circulación de trabajadores exige ciertos criterios de homogeneización en
cuanto a las titulaciones profesionales, etc.: esto es lo que se define: unos planes de estudios que,
respetando en la medida de lo posible la identidad cultural propia, impartan niveles educativos
análogos. En el caso de España, el cambio en la anterior Formación Profesional viene motivado
precisamente por este factor. Como otro elemento de cambio en el sistema educativo, los países
europeos firmantes en Maastrich se comprometen a cultivar la identidad europea de sus estudiantes:
pues es un hecho constatable por las encuestas realizadas la debilidad del sentimiento de identidad
europea entre alemanes, españoles, franceses, ingleses, etc. Programas de intercambios de alumnos y
profesores (en el nivel universitario, denominado Erasmus, a nivel de enseñanzas medias, Proyecto
Sócrates) intentan contribuir a ese conocimiento mutuo entre los jóvenes estudiantes de los países
integrantes. La Convergencia de Bolonia, iniciada en 2001, va en ese dirección con la creación del
Espacio Europeo de Educación Superior previsto para el 2010 (ver su explicación detallada en:
http://www.au.uva.es/web/publicaciones/convergenciaeuropea/boletin2.htm )
En el plano sanitario, también se establecen programas de cooperación internacional, lo mismo
que respecto a los planes de transporte, donde existen planificaciones y desarrollos internacionales,
subvencionados en ocasiones con fondos comunitarios: redes de transporte europeas. También la
política de investigación recibe un carácter internacional, como se pone de manifiesto en el Proyecto
Eureka, y en la proliferación de institutos internacionales (creación del primer acelerador de partículas
atómicas europeas, etc.).

En cuanto al consumo, se tienden a unificar las legislaciones nacionales, imponiendo una


normativa europea en aspectos como seguridad, creando un organismo de certificación y homologación
europea referido a la calidad de los productos de consumo: aspectos que se entienden imprescindibles
para la competencia no se vea distorsionada por normas distintas (por ejemplo: si una mayonesa no
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tiene que tener la misma composición de aceite en todos los países, las de aquellos con menores
porcentajes serían más baratas de fabricar). El mismo problema existiría si las naciones no tuvieran una
política medioambiental común: los países con menos exigencias podrían plantear una ventaja respecto
a los más restrictivos. Por otro lado, se plantea la necesidad de que la política medioambiental europea
se integre a su vez en directrices mundiales, debido a la necesidad de actuar sobre un ecosistema
interrelacionado como es el mundo.

La política de cooperación al desarrollo constituye una novedad (al menos en cuanto a sus
dimensiones) aportada por Maastrich: se incluye en el área de trato preferencial a las antiguas colonias
de países como Portugal o España: Iberoamérica, Caribe y Pacífico.

Tampoco está exento el acuerdo de Maastrich de una referencia institucional a los organismos
de toma de decisiones en el seno de la Unión Europea, con una mayor exigencia en cuanto a los niveles
de democracia, y también con la exigencia implícita de otorgar al Parlamento Europeo mayores
atribuciones: así por ejemplo, es este órgano el que nombra al presidente de la Comisión Europea,
quien a su vez nombra al resto de los comisarios que componen la Comisión (si son ratificados por el
Gobierno Europeo); le otorga capacidad de proponer leyes, etc. Se trata, pues, de una institución más
progresista que la anterior. También se crea la figura del Defensor del Pueblo comunitario, y la
posibilidad de Comisiones de investigación si existe una solicitud de más del 25% de los diputados
europeos al respecto.

Es cierto que la estructura política que aprueba el Tratado de Maastrich complica más la toma
de decisiones; pero también que amplia considerablemente las anteriores atribuciones.

2.3– Principio de cohesión social.

Se crea el Fondo de Cohesión, del que resultan beneficiados los Estados, no las regiones ni los
colectivos directos. España, Irlanda, Grecia y Portugal son los países más beneficiados. Pero existe un
cambio sustancial: se persigue no sólo una mera transacción de capitales de las regiones ricas a las
pobres, sino políticas activas ligadas a planes de convergencia: se priman proyectos concretos de
desarrollo, suficientemente justificados y previsiblemente eficaces, sometidos a control.

2.4– Política exterior y de seguridad común.

Se trataba de una cuestión prioritaria especialmente tras la Guerra del Golfo de 1991, que
mostró los defectos y descoordinación de las instituciones militares europeas. Se promovió la creación
de un ejército europeo amparado en la UEO (pese a que dicho organismo fue inscrito en la OTAN), un
ejército de intervención rápida, etc. Sin embargo, los intereses estratégicos tan dispares, e incluso cierta
reticencia a fiar la seguridad nacional a un organismo intereuropeo han hecho que la política militar
conjunta sea muy tibia, y que sea Alemania alrededor de quien más haya gravitado el ejército europeo.
Con la creación de una Política Exterior común representada por Mr. PESC (Javier Solana), la UE ha
dado paso a la superación de esa división de criterio en esa área.

2.5– Unión económica y monetaria.

Se definen los pasos para la coordinación de los Estados miembros: política monetaria común,
que sería seguida, tras el pertinente examen, por la creación de una moneda única (primero designada
como “ecu” y luego como “euro”, estableciéndose cambios oficiales para cada moneda) para los países
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que lo soliciten y aprueben los criterios de convergencia (por ejemplo: situar el déficit público en
valores inferiores al 3% del PIB; que la inflación no sea superior al 2,5% anual en el momento de
gestar la moneda única y aproximadamente del 1,5% a partir de entonces; que la moneda se mueva en
los dos antecedentes en una estrecha banda de cambios con las otras monedas europeas, etc.). Desde
enero de 2002 la mayor parte de países de la UE adoptaron el Euro € como moneda común, dando
lugar a la zona Euro de la que forman parte 13 países de los 27 (Circula en los siguientes estados
miembros: Portugal, España, Eslovenia, Francia, Luxemburgo, Países Bajos, Bélgica, Alemania, Italia,
Austria, Grecia, Finlandia e Irlanda).

   Estados de la eurozona
   Miembros del ERM II
   Estados UE no miembros de la eurozona
   Territorios fuera de la eurozona que usan el
euro
   No-miembros de la UE con uso corriente del
euro

En todo caso, se trata de una cuestión que ha


suscitado enormes problemas de tipo teórico: no falta quien ha señalado que los conceptos de déficit y
deuda pública son muy discutibles (dependen de criterios contables muy ambiguos), y que se trata de
unos criterios pensados en los países comunitarios más eficientes, y que resultan socialmente muy
exigentes para los demás.

Ver: http://es.wikipedia.org/wiki/Euro

Por otro lado, no se fijaron en Maastrich criterios de convergencia social: por ejemplo, el tanto
por ciento de parados admisibles, la renta per cápita mínima, etc. Tampoco la Cumbre sobre el Empleo
de 2001 zanjó ese gravísimo vacío de contenidos sociales, capaces de contrarrestrar la prevalencia de
criterios economicistas: se ha saldado con una voluntarista y vacía declaración de principios, que el
Gobierno de Aznar suscribió a regañadientes.

También se preveía la creación de un Banco Central Europeo (ya está creado; ver su web:
http://www.ecb.int/ecb/html/index.es.html ), que adopta el modelo organizativo del Bundesbank, y
tiene como finalidad velar por el cambio respecto a los países que monetariamente converjan en una
segunda fase.

Como vemos, Maastrich supone caer en la cuenta de un hecho fundamental: no es posible una
unión económica sin más: incluso para plantear un libre comercio en igualdad de condiciones, es
preciso establecer toda una serie de medidas que van más allá de lo económico, que afectan a aspectos
tan dispares como la legislación medioambiental o el sistema educativo.

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Sin embargo, la evolución posterior ha mermado muchas de las expectativas que en su
momento despertó dicho acuerdo (al que, no podemos olvidarlo, criticó parte de la izquierda política y
sindical: Izquierda Unida y amplios sectores de CC.OO., en España; el P.C.I. en Italia, etc.: no nació
con el debido consenso). Ratificado conjuntamente a lo largo de 1992, la posterior crisis económica,
derivada tanto de la Guerra del Golfo como de la situación de los países del Este, y con episodios como
la quiebra del sistema monetario, del que se salen la lira y la libra, con una fluctuación mayor, suponen
un primer rasgo de incumplimiento de los objetivos previstos. El fantasma del proteccionismo hizo su
aparición durante los siguientes años, pese a la oposición del GATT.
Por otra parte, hemos asistido a una merma en las esperanzas depositadas en Maastrich: así por
ejemplo, EEUU no ha aceptado a la UE como interlocutor colectivo del área, sino que ha negociado
país por país. El "no" danés a su ratificación fue otro punto de resquebrajamiento. La inestabilidad
política inglesa, la equívoca vocación europeísta del anterior gobierno de Mayor hizo flaco favor al
acuerdo, cuya aprobación se retrasó por parte del Parlamento inglés. También Kolh incumplió parte del
acuerdo, bajo la excusa de la prioridad alemana de integrar antes a la antigua RDA en el seno de una
Alemania fuerte que de derrochar vocación europeísta. En otros países, como la Francia de Mitterand,
fue aprovechado el acuerdo para distraer a la población de problemas políticos internos.

Toda esta coyuntura desfavorable se plasmó en la celebración de la Cumbre de Edimburgo, de


sesgo, en comparación con Maastrich, regresivo y conservador: se procede a la remodelación del
Parlamento Europeo (con la excusa de la necesidad de incluir a los nuevos 5 landers de la antigua
RDA): pierde atribuciones, que se desplazan fragmentadas a los distintos órganos específicos, y por
tanto corren el peligro de no ser identificados con una verdadera política europea sino con una
particularista política de los respectivos comisarios.

En 1997–98, con la discusión de las cotas del aceite de oliva y las ayudas (a la producción,
pretende el Comisario Fishler, al árbol, pretende la Ministro de Agricultura española) se pone de
manifiesto esta realidad: el dictamen del Consejo, que no tiene un carácter vinculante pero
teóricamente sí un rango superior al de la comisaría, puede ser desoído en pro de una supuesta primacía
de criterios técnicos antes que políticos (de decisión colectiva).

La Unión Europea realmente actuará como tal cuando se demuestre más eficaz que la política
nacional; mientras tanto, estará bajo permanente sospecha, lo que ha llevado, ya, a restringir al máximo
los criterios de la unión política de Maastrich.

Dinamarca, por ejemplo, no se ha descolgado


de la condición de "ciudadanía europea", pero ha
dejado claro que no confiere a los extranjeros la
condición de "danés", que no entraría en la tercera
fase de la unión económica monetaria, que no
participará en la política de defensa europea (sino se
supeditará a la integración plena en la OTAN como
único organismo supranacional de defensa), y que
aceptará niveles por encima de los mínimos
prescritos en materia como consumo, medio
ambiente y distribución de la renta. En este estado de
cosas, comienza a ser inviable la idea de una unión
eficaz y solidaria de los países europeos: ¿es viable
una Unión Europea "a la carta" para cada país?
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Maastrich estipula la dedicación del 1,27% del PIB de cada país a gastos comunitarios. Sin
duda es una cantidad insuficiente para unos proyectos tan ambiciosos, incluso añadiendo sus otras
fuentes de financiación: impuestos agrícolas de los países no comunitarios, derechos de propiedad no
agrarios, porte del IVA, etc. La posterior modificación, en el sentido de que se trate de un impuesto
progresivo, de que paguen por tanto proporcionalmente más los países más ricos, si añade un rasgo de
ecuanimidad y distribución social, no soluciona el problema de una insuficiente financiación de un
proyecto de tanta envergadura.
Prueba de ello es la reestructuración de los capítulos del gasto comunitario efectuada en
Maastrich: bajó el concepto de Política Agraria Común (a la que se dedica cerca del 50% del total) no
porque deje de ser un aspecto crucial, sino por la necesidad de dedicar más fondos a capítulos como
acciones estructurales (hasta el 40% del total desde 1999), etc. El recorte se ha producido también en la
cooperación al desarrollo, en los fondos de investigación y desarrollo, redes transeuropeas, dedicación
a las políticas medioambientales colectivas, etc.

3– Perspectivas de futuro: ¿qué "Europa"?

Hemos visto las fases principales de constitución de la Unión Europea. Como hemos tenido
ocasión de ver, se ha tratado de un proceso titubeante. En primer lugar, en cuanto a los límites
geográficos: qué países debían constituir es Europa comunitaria, especialmente al hilo de los grandes
cambios político–sociales acaecidos entre 1975 y 1998: desde la caída de la dictadura española hasta la
caída del telón de acero, lo que permitiría teóricamente extender el dominio abarcado hasta los países
del Este. No se trata de una cuestión baladí: pues si uno de los principios de la Unión Europea en los
términos en que es concebida actualmente es la cohesión social internacional, garantizada por el reparto
interterritorial de riqueza, la entrada de países alejados del nivel medio de riqueza haría imposible el
mantener este esquema sin incrementar considerablemente los Fondos de Compensación
Interterritorial. Por otra parte, la posición de los países mediterráneos, y especialmente de España, se
vería seriamente comprometida: si una de las principales razones esgrimidas para justificar la
viabilidad de la incorporación española a la Unión Europea es la generosa política de compensación
que reciben regiones históricamente atrasadas, como Andalucía y Extremadura, la entrada de países en
crisis estructural profunda como los del Este europeo supondría que dichas regiones dejaran de recibir
atención prioritaria; todo ello en un contexto en el que la reticencias a seguir con esa política de drenaje
de recursos alemanes, franceses e ingleses, principalmente, hacia regiones menos favorecidas, ha
comenzado a ser cuestionado seriamente. Esta situación es la que se plantea desde la ampliación de
2004.

Parece innegable que una Europa sólo mercantil, como inicialmente fue concebida, es inviable.
Pero también que la necesaria superación del marco estrictamente mercantilista, la consecución de una
Europa social y política, difícilmente puede justificar la marginación de zonas históricamente europeas
y que han realizado una transición hacia la democracia. Por otra parte, no hay que olvidar el papel
desempeñado por Alemania, sin duda alguna en la actualidad (una vez que Francia parece haberse
inhibido de las posiciones de vanguardia), la única gran locomotora del ideal europeísta (por todo lo
cual resulta más alarmante que en el seno de Alemania surjan recientes críticas desde el mundo de los
académicos economistas sobre la viabilidad o conveniencia del euro): y a dicho país le resulta
beneficiosa la incorporación de un gran mercado cercano y fácilmente accesible, con una escasa
competitividad y rico en materias primas, como son los países ex–comunistas de su entorno.

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Por otro lado, el futuro de la Europa comunitaria, la identidad de su proyecto está aún por
definir: lejos de resolverse, con Maastrich se reabre un debate en el que no existe una idea
predeterminada de los límites que debe adoptar la cesión de soberanía nacional en pro de una Europa
con una legislación social y política análoga, única forma de que la vertiente de unidad y cooperación
económica sea a largo plazo sostenible.
Sin embargo, la línea de los euroescépticos cada vez encuentra más eco en países
tradicionalmente europeístas, como la propia Francia. En Gran Bretaña no han sido resueltas de todo
las contradicciones existentes entre la clara pretensión de integración económica y la resistencia a todo
lo que suponga una supeditación política al conjunto de Europa. Mientras tales contradicciones no se
resuelvan, el papel que organismos como el Parlamento Europeo desempeñen, incluso sus propias
atribuciones, quedarán indefinidas. De hecho, la Constitución europea, rechazada en referéndum por
Francia, ha dejado en una situación de impasse el desarrollo futuro de la UE.

La gran heterogeneidad cultural, social y política de Europa es un factor evidente que juega un
peso extraordinario en la conjunción de una Europa federal. Podría decirse que ante la coyuntura de
optar por un modelo federalista y de supeditación real de los Parlamentos nacionales y la contraria, de
nula o escasa competencia del Parlamento Europeo, los acuerdos de Maastrich suponen una vía
intermedia; y precisamente por su ambigüedad han sido criticados. Y por algo más: por la prevalencia
de criterios neoliberales en la articulación europea: la convergencia monetaria supone un esfuerzo que
sólo compensará a las economías de escala, y cuyo coste social será (ya está siendo) sumamente
oneroso: la reducción del déficit público se ha realizado a base de recortes en gastos sociales, la
contención del déficit limitando indirectamente los incrementos salariales (lo cual, para las categorías
sociales menos favorecidas, se está traduciendo en la práctica en un recorte de las retribuciones reales).
Máxime si se tiene en cuenta otra de las críticas que se han efectuado a la política monetaria común:
que ha sido concebida como un fin en sí mismo, mientras que muchos economistas críticos ante el
neoliberalismo piensan:

– que es posible una economía supranacional sin una convergencia efectuada a toda prisa y sin
parar en evaluar los costes sociales.
– que una moneda única no garantiza una economía supranacional capaz de anular las
diferencias económicas interregionales a corto ni medio plazo.
– que no se han publicitado convenientemente las desventajas del euro, en medio de campañas
publicitarias en todos los países laudatorias de unas ventajas teóricas que en la realidad sólo afectan o
repercuten sobre una minoría: aquella más directamente ligada a las economías de escala internacional.

Evidentemente, fuera de la Unión Europea no hay espacio posible de desarrollo. El mundo, en


innegable, camina hacia una integración supranacional evidente, incluso por encima de los acuerdos
concretos que los países quieran formalizar. El llamado sistema mundo es cada vez más una realidad.
Sin embargo, la definición concreta de la forma de amoldar la necesaria integración supranacional es
cuestionada en profundidad por quienes critican la falta de armonía entre las grandes variables
macroeconómicas y la realidad cotidiana de las pequeñas y medianas empresas, de los trabajadores.

NOTA. Esta última parte necesita actualización con los efectos de la ampliación a 27 países, los efectos
del € en la zona así llamada y la no ratificación y aplazamiento de la Constitución europea, así como el
fracaso de la cumbre de junio de 2005 para la distribución de los fondos de cohesión social para el
período 2007-2013.

Para el Tratado de Constitución europea ver: http://es.wikipedia.org/wiki/Constituci


14
%C3%B3n_Europea
y la web oficial de la UE en:
http://europa.eu/index_es.htm
y dentro de ella ir a: http://europa.eu/scadplus/constitution/index_es.htm
Los textos completos de todos los tratados en: http://europa.eu/abc/treaties/index_es.htm

4- BIBLIOGRAFÍA.
ARACIL, R.; OLIVER, J. y SEGURA, A.: El mundo actual de la Segunda Guerra Mundial a nuestros
días. Barcelona, 1995.
BRUGMANS, H.: La idea europea, 1920–1970. Madrid, Moneda y Crédito, 1972.
DELORS, J.: El nuevo concierto europeo. Madrid, 1992.
LAQUEUR, W.: La Europa de nuestro tiempo. Buenos Aries, 1994.
MAMMARELLA, G.: Historia de la Europa Contemporánea desde 1945 hasta hoy. Barcelona, 1996.
NIETO SOLÍS, J. A.: Fundamentos y políticas de la Unión Europea. Madrid, 1995.
RIPOLL CARULA, S.: La Unión Europea en transformación. El tratado de la Unión Europea en el
proceso de integración comunitaria. Madrid, 1995.
VOYENNE, B.: Historia de la idea europea. Barcelona, Labor, s.f.

Bibliografía algo desfasada (ver mi tema). G.R.A.

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