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Tema 72.

Cambio social y movimientos alternativos. Feminismo, Pacifismo


y Ecologismo.

1. LA SOCIEDAD DEL BIENESTAR Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES DE


NUESTRO TIEMPO.
2. EL MOVIMIENTO ECOLOGISTA.
3. EL FEMINISMO.
4. PACIFISMO.
5. MOVIMIENTOS ANTIGLOBALIZACIÓN
6. BIBLIOGRAFÍA.

1. La sociedad del bienestar y los movimientos sociales de nuestro tiempo.

Nuestra sociedad presencia, a partir de los años sesenta, el nacimiento de nuevos


movimientos sociales, la mayor parte de ellos enmarcados en un espectacular desarrollo
económico. En el pleno desarrollo de una sociedad opulenta surgieron las posturas
contestatarias que, fundamentalmente, criticaron el excesivo racionalismo tecnocrático que
dirigía el mundo desarrollado capitalista. Sus críticas iban dirigidas contra aspectos que los
partidos tradicionales habían descuidado hasta entonces: el rol familiar, el medioambiente, el
cambio socioeconómico, el papel de las guerras, etc.

Estos movimientos tuvieron, en ocasiones, ciertas semejanzas, pero con frecuencia


fueron respuestas concretas a problemas diversos. Así, no son comparables los grupos sociales
que luchaban y luchan por la igualdad racial en Sudáfrica y los que defendían la
desnuclearización de algunas zonas de Europa. El grado de desarrollo y bienestar social de las
distintas áreas hacen que unos sean más primarios e inmediatos, mientras que otros acuden en
demanda de soluciones menos urgentes.

En el mundo desarrollado y en buena parte del subdesarrollado existen instituciones


que articulan las demandas sociales: estos son los partidos políticos y sindicatos. Su más
acabado desarrollo se da en las sociedades occidentales y capitalistas (Europa, Japón y
EE.UU.). Pero estas formas de representación social y política comenzaron a entrar en crisis
ya a partir de los años setenta; la participación en la vida política y la actuación social se fue
dejando en manos de “profesionales” mientras que la mayoría de la población se alejaba de un
ámbito que consideraba pervertido, cuando no corrupto. Estos movimientos, y en la actualidad
las Organizaciones No Gubernamentales, respondían a la búsqueda de nuevas formas de
implicación social y política alejadas de los partidos y sindicatos tradicionales.

Dentro del complejo panorama de los movimientos sociales contemporáneos, las


principales tendencias son:

– Los movimientos de la izquierda. Surgieron en el seno de las universidades de la


Europa capitalista y están en clara relación con la izquierda socialista, pero muy alejados del
tradicional sistema de la URSS antes de la perestroika (los comunistas se denominan
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"eurocomunistas" para distinguirse de los soviéticos). Entre ellos hay que mencionar a los
trostkistas en línea con las antiguas tesis marxistas, contrarios a la rigidez del sistema
burocrático de la URSS. Los maoístas, seguidores de Mao–Tse–Tung, fueron llamados
también "espontaneístas" por ser partidarios de la revolución espontánea de los obreros,
estudiantes e intelectuales, sin ninguna organización previa por medio de la actuación de una
minoría o elite intelectualizada. La plasmación de estos movimientos ha sido escasa, teniendo
su más amplia repercusión en los acontecimientos de mayo de 1968 en París, junto a los
sindicatos obreros. También los pequeños grupos de ideología trostkista fueron abundantes
hasta los años noventa, sobre todo en ámbitos universitarios.
Otros grupos, los neoizquierdistas, también presentes en mayo de 1968, reclamaban un
socialismo que no sacrificase al individuo en beneficio de la colectividad. El filósofo H.
Marcuse fue su ideólogo más significativo. En el seno de esta tendencia surgió el pacifismo.

– Los movimientos pacifistas rechazan la violencia y el militarismo, y tendrán un


protagonismo decisivo en las acciones de protesta contra la guerra del Vietnam.
Posteriormente no han dejado de incrementar su influencia y, pocos partidos son los que no
incluyen hoy en día en su programa el ideal pacifista. Su frente de acción se centra contra el
armamento nuclear y las organizaciones militares (objeción de conciencia, etc.). Parte de esta
filosofía se ha concretado actualmente en algunas ONG que denuncian la proliferación de
armas y su tráfico ilegal.

– Los movimientos contraculturales o underground, unidos estrechamente a los


anteriores y nacidos igualmente en la década de los sesenta. Partiendo de una concepción
individualista del cambio social, entienden que cada ser humano debe romper sus cadenas con
la sociedad establecida, para que esta se vea forzada a cambiar en el futuro. Estos
planteamientos fueron llevados a cabo en la práctica por grupos de jóvenes como los hippies,
beatniks, etc., que intentaron crear una sociedad alternativa ("comunas", etc.). Hoy, sus formas
externas (formas de vestir, de peinarse, adornos, música) han sido perfectamente asumidas por
la sociedad de consumo (es posible encontrarlas en las tiendas), y han surgido grupos radicales
y más violentos (punks, skinheads, etc.) como expresión del descontento antisistema.

– El Movimiento ecologista. En 1972 se reunió en Estocolmo la Conferencia sobre el


medio ambiente, bajo patrocinio de la Unesco. En ella se acordó iniciar un "Programa de las
Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente". Así se crea una conciencia del peligro de
"saquear" de forma incontrolada la naturaleza. Desde entonces el ecologismo se ha
transformado en una fuerza política independiente, en algunos países con representación
parlamentaria (Partido Verde, en Alemania). La organización Greenpeace, que actúa contra los
vertidos contaminantes y las centrales nucleares, sería un ejemplo. A escala más conservadora,
ADENA y otras organizaciones similares luchan por la preservación de la naturaleza.

– El movimiento feminista defiende los derechos de las mujeres. En origen se


centraban en las sufragistas, grupos que luchaban por el derecho al voto en Gran Bretaña y
EE.UU. en la segunda mitad del siglo XIX. Posteriormente evoluciona y desarrolla un nuevo
movimiento que se centra en la lucha de carácter social, sexual y político, que tiende a
transformaciones radicales. En las últimas décadas algunos de sus objetivos se han conseguido
parcialmente en los países occidentales; sin embargo, en los del tercer mundo la mujer sigue
estando sojuzgada en una sociedad atrasada y tradicional.

Los movimientos sociales comienzan siendo una forma de expresión que tienen un
grupo minoritario de personas que se manifiestan en contra de algunas ideas
institucionalizadas, sus valores, leyes o formas de gobierno establecidas en la sociedad donde
viven, y luchan por ideales que requieren cambios sociales importantes. Cuando estos

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movimientos sociales crecen y cuentan con un apoyo importante de la sociedad tienen muchas
posibilidades de lograr sus objetivos, es decir, conseguir cambios sociales mediante la acción
colectiva frente al gobierno o las instituciones, que, a largo plazo, se ven obligados admitir
algunas de estas demandas, convertidas en clamor popular.

Un ejemplo puede ilustrar esta forma de proceder (salto del plano ainstitucional al
institucional): en 1995, coincidiendo con el cincuenta aniversario de la ONU, se celebró la I
Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social en Copenhague, en la que se constató que
aproximadamente 1.000 millones de personas viven en condiciones de extrema pobreza,
denunciándose a los países ricos que se niegan a invertir el 0.7% de su PIB en ayuda al
desarrollo de los países pobres; cantidad, ésta, considerada en dicha cumbre por los expertos
más que suficiente para acabar con esos límites de la pobreza más extrema. En 1995 apenas un
par de gobiernos dedicaban cantidades consideradas suficientes. Pero inmediatamente, y en el
plano de escala mundial, se procedió a orquestar una campaña por parte de ONGs o
simplemente grupos de opinión –desde partidos a sindicatos, foros de debate, etc.– exigiendo
que se desatinase dicha cantidad por parte de cada uno de los gobiernos desarrollados, e
incluso por parte de instituciones como ayuntamientos, comunidades autónomas, etc. En
apenas 3 años, son ya numerosos los gobiernos que han hecho suya esa reivindicación
colectiva (la mayoría de los europeos, excepto el gobierno español, que en 1995 sólo dedicaba
el 0,35% del PIB, cantidad sólo ligeramente superada en la actualidad).

En términos genéricos, siempre han existido este tipo de movimientos. Ecologismo,


feminismo, pacifismo y otros movimientos sociales han tenido sus sorprendentes
manifestaciones previas a lo largo de la historia. Hasta cierto punto, San Francisco de Asís
abogaba por una forma de vida acorde con la naturaleza, que cuestiona esa idea del hombre
como único dueño de la misma y de su propia creación para satisfacer sólo sus necesidades o
caprichos.

Pero ha sido en los siglos XIX y XX cuando han logrado ser protagonistas e la
Historia: primero los movimientos burgueses desde la Revolución Francesa, donde los clubs
dieron lugar a los primeros partidos políticos, que con el paso del tiempo asumirán la
reivindicación de la situación de la mujer, posturas pacifistas (como la denominada
mentalidad manchesteriana de la primera mitad del siglo XIX) y posturas de respeto al medio
ambiente. Pero es desde la década de los años 60 cuando estos movimientos conocen una
articulación más programática y estable, con un espectro de reivindicaciones muy amplio:
movimientos feministas, colectivos de gays y lesbianas, asociaciones pro derechos de los
refugiados políticos, colectivos antirracistas, etc.

No podemos dejar de aludir, en lo que podría parecer un enriquecimiento positivo de


las reivindicaciones sociales por parte de movimientos sociales de sesgo progresivo, el
surgimiento de otros que predican precisamente lo contrario a estos valores que, enunciados
en términos globales como básicos de nuestra sociedad, no siempre encuentran su desarrollo
armónico: nos referimos a los cabezas rapadas o neonazis en Europa, racistas herederos del
Klu–Kus–Klan en Estados Unidos, grupos antisemitas en Rusia, etc.

Una característica común es su oposición a las formas de gobierno tradicionales y las


leyes discriminatorias. En primer lugar, exigen la supresión de leyes antifeministas,
militaristas o racistas y demandan nuevas leyes que aseguren la total igualdad y la defensa de
los derechos humanos (de la mujer, de los pacifistas y de las minorías) así como de los
derechos de la Naturaleza (los ecologistas).

En segundo lugar, piden a los gobiernos que cumplan y vigilen el cumplimiento de


estas leyes por parte de toda la sociedad. Existe un intento de transformar la mentalidad
colectiva y defender nuevos valores e ideas. Los ecologistas, por ejemplo, están demostrando
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a los empresarios alemanes o japoneses que fabricar productos y maquinaria no contaminante
es más rentable y produce menos paro que la maquinaria y productos convencionales, que
continúan contaminando en todos los países de la Tierra. En muchos lugares, la igualdad de la
mujer choca con unas creencias machistas secularmente arraigadas y que están cambiando
parcialmente y no en todos los países. Los jóvenes pacifistas cuentan con frecuencia con la
oposición de sectores militaristas de la sociedad o con la incomprensión de los gobiernos que
se niegan a ayudar de verdad a los países más pobres.

En estas circunstancias, la defensa y protección de los ecosistemas, la convivencia


pacífica de los ciudadanos y el auténtico reconocimiento de igualdad para todos los seres
humanos se convirtiesen en los nuevos valores que la sociedad asumir colectivamente.

2. El movimiento ecologista.

El ecologismo nació de la alianza entre intelectuales y jóvenes, en abril de 1968


(Reunión de Roma organizada por Peccei). Cuatro años después se inicia en la Conferencia de
Estocolmo de 1972 el primer "Programa de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente",
que fue la primera llamada de atención a gobiernos y empresas que permiten excesos contra la
Naturaleza. Posteriormente han logrado que se celebren dos Conferencias Mundiales, la de
Helsinki de 1989 y la Río de Janeiro de 1992, en las que se acordaron reducir el consumo de
clorofluorcarbonos y la reducción de producción de elementos contaminantes como único
medio de asegurar el progreso económico futuro de la Humanidad.

Inicialmente el movimiento ecologista nació con una visión limitada del campo sobre
el que pretendía actuar: sus primeras reivindicaciones se dirigían a aspectos concretos de las
agresiones al medio ambiente, como la reducción del uso de la energía nuclear, una política de
tratamiento de residuos y reciclaje de materiales, de almacenamiento de residuos atómicos, de
protección a las especies amenazadas, de racionalización del uso del agua, etc. Sin embargo, el
desarrollo de estas exigencias pronto mostró que no se puede alcanzar un uso racional del
medio ambiente sin alterar en profundidad el esquema de las relaciones económicas y
principios rectores de las relaciones entre Norte y Sur.

Las distintas cumbres con trasfondo ecológico, como la de Río de Janeiro, pusieron de
manifiesto la magnitud económica del problema ecológico. Expliquemos en qué sentido: en la
actualidad, son los países pobres los causantes de casi tres cuartas partes de la contaminación
del aire producida (emisión de partículas fluorocarbonadas, anhídrido carbónico, etc.).

Las exigencias planteadas por los países desarrollados a los pobres sobre un control
más riguroso de las emisiones de vertidos gaseosos son contestadas por los países pobres
recordando que, desde inicios de la revolución industrial hasta los años 70, los países
desarrollados han sido precisamente los que más agresiones al medio ambiente han realizado;
hasta cierto punto, alegan, su actual nivel de desarrollo hunde sus raíces en una política poco
escrupulosa con el medio ambiente, por lo que los países pobres reclaman su derecho a
obtener siquiera una parte mínima de ese bienestar aunque sea a costa de contaminar más.

En cambio, surge como alternativa la propuesta efectuada por los países pobres o en
vías de desarrollo: la contaminación puede ser evitada en gran medida siempre y cuando los
países del primer mundo contribuyan económicamente a modernizar el sucio (en términos
ecológicos) sistema productivo de los países más pobres. De este modo, la pelota volvía a
estar en el alero de los países desarrollados.

Como vemos, una política de intervención conjunta, a escala mundial, en materia


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ecológica (algo sin lo cual no es viable actuar de forma eficaz sobre el medio ambiente), pasa
por incluir una concepción general sobre el esquema de relaciones que el Norte y el Sur deben
tener. Por esta razón, lo que comenzó siendo ese conjunto más o menos poco articulado de
demandas concretas sobre actuaciones relacionadas con el medio ambiente ha desembocado
en unos planteamientos políticos mucho más estructurados, que en términos globales
proponen una variación sustancial de las relaciones entre países desarrollados y
subdesarrollados.

Los programas políticos de los principales movimientos ecologistas


(fundamentalmente en los países desarrollados más amenazados por el problema, como
Alemania, Bélgica, etc., donde existe una representación en las asambleas federales y
nacionales de los países) reflejan ese cambio de actitud de forma sintomática. Al mismo
tiempo, esta nueva concepción del ecologismo (no sólo en su vertiente de partido político,
sino también simplemente como grupo de opinión) exige, demanda, una acción colectiva de
los ecologistas de los países desarrollados, pues es prácticamente inviable operar este cambio
de actitud en las relaciones macroeconómicas sólo presionando desde un país.

Al inicial "romanticismo" del ecologismo (hasta cierto punto heredero del movimiento
hippy de los años 60) le ha sucedido en los años 90 una concepción más realista –y no por ello
menos ambiciosa– de la política medioambiental: ante la imposibilidad de esa sociedad y
economía regresivistas, primitivistas que implícitamente proponía el movimiento ecologista
en los años 60 y principios de los 70, en la actualidad el movimiento ecologista cuestiona no
tanto principios globales como el de sociedad industrializada cuanto su concreta aplicación,
sus efectos.

Hasta cierto punto, el concepto de "desarrollo sostenible" ha terminado por aglutinar al


movimiento ecologista junto con otros movimientos que inicialmente partían de premisas de
trasfondo más social. Así pues, algunas de las reivindicaciones ecologistas han pasado a ser
compartidas por otros movimientos sociales, y articuladas en realidades palpables y concretas
como son la Agenda Humanitaria aprobada tras los acuerdos de Maastrich, que se define como
un instrumento de la ayuda al desarrollo que se concreta para temas urgentes y puntuales
como los problemas ecológicos. Entre las reivindicaciones a las que nos referimos podríamos
señalar:

– Cambio de la política agrícola de los países desarrollados: partiendo del


conocimiento de las realidades agrícolas de los países subdesarrollados, podrían y deberían
ejercer presión para lograr que los países que no tengan cubiertas sus necesidades alimenticias
básicas no puedan proceder a la comercialización de productos de agricultura especulativa
(que sólo benefician a una elite burguesa, en detrimento de la calidad alimenticia del
conjunto).
– En la misma línea de acción, se reclama una mayor exigencia en las relaciones
comerciales: dificultar la acción de empresas multinacionales o de los países subdesarrollados
que produzcan sin un respeto al medio ambiente, empleando mano de obra infantil (por poner
un ejemplo: la firma Nike, lejos del oropel virtuoso de sus anuncios televisivos, ha recibido
multitud de denuncias de ONGs por el recurso masivo a mano de obra de niños en los Nuevos
Países Industrializados)
– Fomento de la autosubsistencia agrícola que pase por un uso coherente de los
recursos: que las inversiones destinadas a la producción en los países del tercer mundo se
empleen realmente en políticas de agricultura sostenible como forma de acabar a medio plazo
con el hambre.
– Mejora de los medios básicos colectivos de transporte, almacenaje y comercios en
los países subdesarrollados, en la actualidad, por su delicada situación económica, sumamente
atrasados y contaminantes.
– Aumento y facilitación de las relaciones comerciales justas con los países más
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necesitados, que de este modo recibirían un tratamiento preferente en las relaciones
comerciales, por encima de otros criterios como la simple rentabilidad.
– Renegociación de la Deuda externa, en forma de su condonación. Algunos países
desarrollados, escuchando la vieja reclamación de los distintos movimientos ecologistas, han
adoptado una política de perdón de la Deuda –por otro lado casi imposible de pagar– a cambio
de realidades concretas en la política de mejora medioambiental en dichos países.
– Destino del 0,7% del PIB al desarrollo de los países más necesitados.
– Facilitar personal cualificado, equipamiento y proyectos de desarrollo armónicos con
el medio ambiente para promocionar el desarrollo sostenible en los países del tercer mundo.
– Arbitrar instrumentos de intervención urgente por parte de los países ricos en el caso
de catástrofes puntuales, situaciones de hambruna o peligros ecológicos inminentes. El
incendio de la Amazonía acaecido a principios de 1998 mostró la precariedad de los
instrumentos de actuación internacional en caso de catástrofes que superan el ámbito de
actuación de una nación concreta.

Es, indudablemente, difícil juzgar la aportación concreta del movimiento ecologista


sobre nuestro tiempo. Cabe decir, no obstante, que sin que monopolice la bandera de la
defensa del medio ambiente, el movimiento ecologista ha contribuido extraordinariamente a
crear una conciencia ecológica difundida de forma inequívoca sobre el mundo occidental.

Resultaría un tanto ingenuo atribuir todos los indudables progresos que en materia
medioambiental y en la toma de conciencia ciudadana se han producido a la labor del
movimiento ecologista como tal (pues se puede pensar también en una preocupación
medioambiental menos institucionalizada, difusa, hasta cierto punto espontánea); pero
igualmente ingenuo sería no reconocer la importancia que al respecto han tenido los distintos
colectivos ecologistas (desde organizaciones más ligadas a la defensa del mundo animal,
como ADENA, a otras con una preocupación directa por la conservación del conjunto del
medio ambiente, como GREENPEACE, u otras articuladas en forma de partidos políticos
como Los Verdes en Alemania y España). Señalaremos, sólo como botón de muestra, algunas
de los efectos visibles operados al respecto:

– Prácticamente todos los países desarrollados cuentan con un Ministerio de Medio


Ambiente (con denominaciones más o menos específicas). En 1960, es decir, antes del
desarrollo del movimiento ecologista, ningún país en todo el mundo contaba con un
departamento específico encargado de velar por el medio ambiente. Los planes de protección
medioambiental, incluso la definición de políticas medioambientales conjuntas (como el
Convenio para la reducción de la emisión de los fluorocarbonatados; la Moratoria
internacional en la pesca de la ballena –suscrita por todos los países desarrollados excepto
Noruega y Japón–) se suceden a partir de los años 80, hasta el punto de que en la actualidad
ningún partido político deja de tener como un punto sustancial de su programa político la
definición de una dinámica de actuación medioambiental. La formulación, reciente en España,
de una legislación más estricta en materia de penalización por conductas contaminantes, es
otro rasgo que responde a esa demanda social.

– La política educativa del conjunto de los países de la Unión Europea, y de la práctica


totalidad de los del mundo occidental, adopta como uno de sus criterios centrales el estudio y
toma de conciencia de los problemas medioambientales, como principio educativo y solidario
básico del ordenamiento de las sociedades que se propugnan.

– Los medios de comunicación dedican una creciente atención a todo lo relacionado


con el medio ambiente y su protección. El mercado editorial ha visto proliferar multitud de
revistas especializadas en aspectos ecológicos. El desarrollo del turismo ecológico también es

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otra señal de esta toma de conciencia, esperanzadora, de la riqueza intrínseca del medio
ambiente.

– Prueba de dicha toma de conciencia, las principales empresas –por criterios de


rentabilidad más que de preocupación real, obviamente– se han visto abocadas a emprender su
pequeña cruzada en defensa del medio ambiente: cada vez son más los productos que como
parte de su gancho publicitario anuncian el respeto al medio ambiente, la colaboración con el
tercer mundo, etc.

En todo caso, esta popularización del ecologismo, aparentemente positiva, puede


suponer a medio plazo una amenaza a la base en sí del ecologismo: la primacía de una
concepción topificada del ecologismo, la vulgarización y uso descafeinado de las proclamas
ecologistas podrían dar lugar a una instrumentalización negativa del anterior y claro mensaje
ecologista.

El ecologismo ha logrado, en los años 80 y 90 fundamentalmente, constituirse como


un pensamiento riguroso, como una concepción social que contempla la actuación sobre el
medio ambiente inscrita en una política internacional determinada. El asumir este ecologismo
de nuevo cuño sin suficiente conocimiento de causa, sólo como una moda pasajera, puede –
decíamos– desvirtuar lo central de su mensaje. Pongamos un ejemplo: el uso del papel
reciclado puede ser intrínsecamente bueno... pero siempre que el proceso de reciclaje de ese
papel sea efectuado de forma adecuada (el lavar el papel puede suponer verter a un río grandes
cantidades de lejías).

El ecologismo ha sabido plantear su mensaje actual en términos de racionalización del


medio, de empleo adecuado, de desarrollo sostenible: hasta cierto punto, afirma, su mensaje
es un mensaje "egoísta", interesado, no romántico: sólo con un respeto al medio ambiente se
puede a largo plazo obtener riqueza, mientras que la contaminación equivale a gastos, gastos
productivos (por ejemplo, en Bilbao la media de bajas laborales de los trabajadores, a causa de
la contaminación, es la más alta de toda España). El ecologismo ha sabido, pues, crear un
mensaje racional, que analiza las causas y propone soluciones rentables. La aportación de la
comunidad científica a los postulados ecologistas es cada vez más determinante: lejos pues de
esos antecedentes forjados en el siglo XIX y revividos en los 60 un tanto injustificados. En
cambio, la instrumentalización mercantilista de ese valor en auge, el ecologismo, puede
desvirtuar uno de los puntos fundamentales de su mensaje: para mejorar el medio ambiente es
preciso conocerlo. Pues esa cultura neoecologista que se dibuja en las postrimerías del milenio
adolece de una falta de profundidad, de un mensaje más articulado (no basta ser ecologista en
el uso del papel cuando se es cómplice con otras prácticas aún más dolentes para el medio
ambiente).

3. El feminismo.

El feminismo ha ido atravesando a lo largo de los siglos XIX y XX varias etapas en


cuanto a las reivindicaciones planteadas: primero sumamente modestas, como el derecho al
sufragio, que en el caso de España se adquiere en fecha tan tardía como 1931, con la Segunda
República; posteriormente fijándose en conquistas sociales, como puedan ser el derecho al
trabajo en igualdad de condiciones (como dato significativo, en España en el primer trimestre
de 1998 las mujeres percibieron un 24% menos de sueldo que los hombres; y, en igualdad de
puestos laborales en las empresas privadas, perciben casi un 20% menos que si el trabajo fuera
desempeñado por un hombre; por último, el paro afecta casi el doble a las mujeres que a los
hombres).

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Una obra fundamental para el movimiento feminista fue Una reivindicación de los
derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft. En los siglos XIX y XX, el movimiento
se centró en conseguir el derecho de voto femenino, siendo denominiado “movimiento
sufragista femenino”. En tiempos más recientes, el movimiento tiene como textos clave obras
como El segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir, La mística de la femineidad (1963) de
Betty Friedan, Política sexual (1969) de Kate Millett, El eunuco femenino (1970) de Germaine
Greer, Nacida mujer (1977) de Adrienne Rich, El mito de la belleza (1990) de Naomi Wolf y
Reacción (1992) de Susan Faludi (textos, estos dos últimos que tratan de cómo la actual
reacción antifeminista que intenta anular los derechos de la mujer históricamente
consolidados)

El feminismo activo nación con la Revolución Francesa. La primera feminista (aunque


esta forma de hablar en el fondo es un convencionalismo) fue Olimpia des Gougues: tras la
aprobación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789 escribió
en 1791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, primer texto escrito que
recoge un ideario sistemático de las reivindicaciones feministas.

En la Francia revolucionaria se emitió la primera ley que regulaba el matrimonio civil


en condiciones de igualdad de sexos. Las grandes leyes de septiembre ce 1792 sobre el estado
civil y el divorcio tratan en pie de igualdad a ambos esposos y establecen la más estricta
igualdad entre ellos, tanto en el procedimiento como en el enunciado del derecho. El
matrimonio como contrato civil se basaba en la idea de que ambos cónyuges eran igualmente
responsables y capaces de verificar por sí mismos si se cumplía adecuadamente con las
obligaciones estipuladas por el contrato. En caso de que esto no sucediese, tenían la
oportunidad de rescindir libremente el compromiso.

A fines del siglo XIX y principios del XX, Rosa Lubemburg, seguida de Marx,
reclamaba la liberación de la mujer trabajadora y, en Gran Bretaña, las sufragistas Mrs.
Pankhurst y sus dos hijas creaban la Unión femenina social y política en 1903, partido cuyo
punto programático principal era la concesión de voto a las mujeres. Desde entonces, este
movimiento continúa vivo y en las últimas décadas del siglo XX ha conquistado mejoras en
las leyes, en el trabajo y en las libertades, incluida la sexual. Pero los cambios colectivos en la
mentalidad de las diferentes sociedades no ha hecho más que empezar y queda para el siglo
XXI la auténtica consideración de la mujer igual al hombre en todos los ámbitos sociales: ese
será el último requisito para que realmente, en la práctica, vivamos en una sociedad
igualitaria.

En la obra Los nuevos movimientos sociales, Russel J. Dalton, al tratar el tema del
feminismo señala que existen dos caras del feminismo: la primera es "el movimiento de
liberación de la mujer", que a menudo viene caracterizado como el sector más radical o el más
"joven" del movimiento. La segunda cara opera en el seno del sistema político tradicional, y
pide la igualdad de derechos.

Comparemos tres modelos distintos de participación y de activismo de la mujer:

– En Estados Unidos, una tradición reformista, la inexistencia de una izquierda


socialdemócrata fuerte y la importancia de los grupos de interés en la configuración de la vida
política se combinan para producir un tipo distinto de movimiento. En 1988 las mujeres
consituyeron una fuerza interna reconocida en la convención demócrata, un lobby de presión,
y consiguieron que se incluyera en la plataforma cuestiones como el aborto y la Enmienda de
Igualdad de Derechos, la igualdad de remuneración salarial y el permiso de maternidad, así
como el pleno acceso en igualdad de condiciones con los hombres a los cargo electivos y a las
responsabilidades en el partido. Durante "la huelga de las mujeres por la igualdad" de 1970
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colaboraron fuerzas muy diversas en varias ciudades del país para pedir ayudas para el
cuidado de los niños, el derecho al aborto discrecional, y la igualdad de oportunidades en
materia educativa y de empleo.

– El feminismo británico, en lugar de burocratizarse y perder radicalismo, ha


conservado su pasión ideológica y su nivel de dedicación. Las agrupaciones del movimiento y
los núcleos de activistas creados en los años 70 siguen existiendo. Entre ellos figuran la
asociación de periodistas Women in the Media, la campaña a favor del aborto (Natural
Abortion Campaign), la federación de ayuda a la mujer (National Woman's Aid Federation), la
asociación de derechos de la mujer (Rights of Women), que es el brazo legal del feminismo
británico basado en el voluntariado, y la sección de derechos de la mujer del National Council
for Civic Liberties (actualmente rebautizado con el nombre de Liberty), así como la asociación
contra la violencia contra las mujeres (Women Against Violence Agasinst Women). Como
observa Jensen, la principal contribución del movimiento tal vez sea su supervivencia, a
diferencia de la reducción a pequeñas sectas de los movimientos francés o italiano y otros de
Europa, que en su momento habían sido muy activos.
– La igualdad a través del Estado en Suecia se caracteriza por la ausencia de un
movimiento feministas visible e influyente, así como la actividad de las mujeres en
condiciones de plena igualdad en los partidos políticos y sindicatos. El Estado ha tendido a
adelantarse en Suecia a las preocupaciones de las mujeres y a satisfacer sus reivindicaciones
mediante medidas de gobierno, sin ninguna presión apreciable de los grupos de mujeres y en
el marco de la "política de igualdad".
Los resultados de la lucha feminista a través de los dos últimos siglos son notables,
pese a las lacras machistas perdurantes. Como el feminismo es tanto un movimiento como una
ideología, según Russell, su impacto debe juzgarse tanto a la luz de las reformas concretas
obtenidas como a la luz del desarrollo de una conciencia colectiva. Respecto a las reformas de
las feminisitas han tenido en Occidente varios éxitos:
– Los temas planteados por las feministas como el aborto, la igualdad de derechos, la
violencia en el seno de la familia se han visto incorporados a las legislaciones de la mayoría
de los estados occidentales, especialmente desde los años 80.
– En cada país, el Estado ha creado nuevos mecanismos para hacer frente a las
situaciones relacionadas con la igualdad de derechos, con poderes y capacidades
sancionadoras diversas a disposición de los nuevos mecanismos.
– El acceso de las mujeres a cargos electorales y políticos ha aumentado, en ocasiones
de forma espontánea (como sería deseable) y en otras mediante las cuotas impuestas por los
respectivos partidos políticos como un gesto hacia la igualdad de oportunidades de ambos
sexos.
– Se ha creado una nueva conciencia colectiva entre los partidarios, los aliados y/o la
población en general. Una conciencia colectiva de esta índole se refiere al conjunto de ideas
nuevas sobre normas, roles, instituciones y/o redistribución de recursos. Entre los índices que
pueden utilizarse figura, por ejemplo, el de las actitudes hacia el trabajo en el caso de las
mujeres con niños, la igual dedicación a las tareas del hogar, el aumento del número de
mujeres empresarias o la conciencia de que persiste la discriminación de la mujer

Pero no debemos olvidar que esta situación sólo se está produciendo en occidente. En
el mundo islámico fundamentalista la mujer aún debe llevar saris y velos que le oculten ante
los hombres, con los que no puede mantener relación alguna. En África, países como Malawi
no han suprimido hasta 1993 la legislación sobre comportamientos decentes de las mujeres, y
ahora, por ejemplo, ya pueden llevar pantalones. La ablación de los órganos sexuales, por
cuestiones rituales, religiosas y simplemente sociales (aspectos que no siempre se pueden
separar entre sí) aún afecta a cientos de miles de niñas africanas cada año.

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4. Pacifismo.

El término pacifismo ha sido utilizado en dos sentidos: el primero, amplio, ha servido


para designar aquellas opiniones que expresan la necesidad de una reconciliación
internacional de un mecanismo pacificador; así tendencias muy distintas eran pacifistas, ya
que la palabra se aplicaba a una gama de ideas y actividades de carácter conciliador.

Aunque todavía se emplea el término en este sentido, ahora el pacifismo tiende a ser
vinculado con aquellas ideas, actitudes y movimientos que rechaza el uso de la violencia, y en
especial de la guerra, bajo cualquier circunstancia. Los pacifistas defienden que la guerra, sea
defensiva o agresiva, es éticamente ilegítima y, a la larga, ineficaz para conseguir los objetivos
propuestos. Este concepto suele ir parejo con la idea de que es posible emplear formas de
presión no violentas para contrarrestar la agresión externa y la explotación e injusticias
externas. Desde el punto de vista de la teoría política, el pacifismo puede ser asociado con
aquellas teorías que afirman que la base de la autoridad política debe ser el consentimiento, y
no la fuerza.

Los comienzos del pacifismo moderno se podrían remontar a los primeros anabaptistas
y a otros grupos religiosos como los menonitas de similares convicciones teológicas. Durante
el siglo XVI, durante las luchas religiosas en Francia, el católico Etienne de la Boétie defendió
la táctica de la resistencia no violenta contra la tiranía, ya que, según él, el mando depende de
que los hombres quieran obedecer, y al retirarle la obediencia, la tiranía caería. En el siglo
XVII los cuáqueros ingleses fundaron una comunidad desarmada en Pensylvania que, durante
cerca de dos generaciones, a diferencia de las demás colonias, se vio libre de guerras.

En Europa, durante los siglos XVII y XVIII, los trabajos de William Penn, Jacques
Henri Bernardin de Saint–Pierre, Jean–Jacques Rousseau, e Immanuel Kant fueron los
pensadores que mayores intentos realizaron para definir el camino hacia una paz duradera. En
Gran Bretaña, en 1816 la Sociedad de los amigos (o cuáqueros) fundó la Sociedad para el
Fomento de la Paz Universal Permanente, representando un pacifismo absoluto cristiano y la
fe en la bondad intrínseca del ser humano, y por tanto con una orientación más espiritual que
política. Más adelante, filósofos políticos como Jeremy Bentham y John Stuart Mill
argumentaban que su objetivo de unas sociedades reformadas y civilizadas redundaría en un
mundo en el que la guerra no sería necesaria o, al menos, excepcional. Por su parte Richard
Cobden insistía en que la paz debía ser el objetivo fundamental del libre mercado (el Plan
Marshall parte de una concepción similar: unir económicamente a Francia y Alemania para
evitar nuevos enfrentamientos).

En el siglo XVIII y comienzos del XIX, el pacifismo se vio afectado por la decadencia
de las bases religiosas de la doctrina social y política. Las teorías racionalistas y utilitarias,
próximas al pacifismo, llegaron a su punto álgido en la obra de Willian Godwin, al poner en
relieve el carácter inmoral e irracional del llamamiento a la fuerza, incluso en apoyo de la
justicia. En términos parecidos se pronunció el poeta Shelley, quien incitaba a los obreros a
rebelarse contra la explotación a través de las huelgas "de brazos caídos". Esta tendencia
pacifista dentro de las doctrinas anarquistas fue, más tarde, continuada por hombres como
Thoreau, Benjamin Tucker, Tolstoi, etc.

Mohandas Gandhi ha sido quizá la figura pacifista más famosa del siglo XX. Se
basaba en ciertas escrituras hindúes, el Nuevo Testamento y las obras de Tolstoi, en una
mezcla de elementos religiosos y utilitarios. La doctrina de Gandhi, a la que llamó
satyagrahan o "poder verdadero" o "firmeza en la verdad", según él es aplicable tanto a la
política como a las relaciones personales, y le servirá como arma para oponerse de forma no
violenta al gobierno inglés en la India entre 1919 y 1947.

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La Primera Guerra Mundial fue un hecho decisivo para el desarrollo del pacifismo en
el siglo XX. La decepción ante la guerra como institución produjo fenómenos tales como el
"juramento de Oxford", por el cual, durante la década de los años 20 miles de jóvenes ingleses
prometieron no volver a combatir "por la patria y el rey". Fenómenos similares se produjeron
en otros países, especialmente en Estados Unidos.

Los acontecimientos ocurridos entre 1939 y 1945 hicieron que muchos pacifistas
reconsideran sus posturas y que algunos las modificaran. Tras la Segunda Guerra Mundial, la
posibilidad de una destrucción total como consecuencia de una guerra nuclear contribuyó a
fomentar una oleada de pacifismo antinuclear. Algunos científicos se sumaron a este
movimiento comprometiéndose a no trabajar en el campo de la energía atómica.

Pero la historia del pacifismo como movimiento organizado nos haría remontarnos a
finales del siglo XIX. Los primeros grupos pacifistas se conocieron públicamente tras la
Conferencia de Paz de La Haya de 1899, y con la creación del Tribunal Internacional de
Arbitraje. Se opusieron al rearme que se produjo en los años anteriores a la Primera Guerra
Mundial. Los pacifistas que actuaron durante las revueltas de 1968 eran estudiantes
universitarios tanto de los países del este de Europa como en Francia o en Estados Unidos.
Iniciaron, entonces, una oposición total al militarismo (guerras) y al armamento nuclear.

Sus precedentes también pueden buscarse en los movimientos contraculturales o


underground de los años sensenta ((hippies, betankiks, bluson noirs...), jóvenes pacifistas, con
ansias de libertad, que colocaban por encima de la sociedad establecida los valores
individuales y al vida en grupos o comunas libres; consideran más importante el individuo que
el gobierno y la sociedad. Su lema más conocido fue "Haz el amor y no la guerra" en su
momento se enfrentaba a una sociedad puritana, militarista y dirigida ideológicamente desde
el poder, como era la sociedad occidental de tiempos de la guerra fría. En la actualidad, sus
formas externas (modo de vestir, adornos corporales, música, etc.) han sido asumidos por la
sociedad que pretendían cambiar, que, paradójicamente, las ha transformado en un próspero
objeto de consumo.

La crítica al pacifismo ha venido desde diferentes perspectivas. Algunos afirman que el


pacifismo es imposible e incluso inmoral, ya que mientras existan hombres malos e impere la
ley del más fuerte, para poder establecerse la justicia habrá que usar la violencia, e incluso la
guerra como un mal menor. John Lewi, en los años de la Segunda Guerra Mundial, criticó al
pacifismo desde el punto de vista marxista, acusando al pacifismo de ser el culpable de que el
ejército británico fuera incapaz de disuadir a Hitler de la guerra. Otros como Reinhold
Niebutr, acusan a los pacifistas de estar ciegos ante el hecho de la existencia de la violencia en
las relaciones humanas.

El principal interés del movimiento pacifista tras la Guerra fría es el control y la


prohibición de las armas de destrucción en masa, nucleares, biológicas o químicas, que
choca con la hostilidad de programas como el escudo norteamericano antimisiles (que viola
los acuerdos URSS-EE.UU. de 1972), los programas atómicos militares de India y Pakistán,
o las armas biológicas de Irán, Irak, Libia, etc. La invasión de Afganistán por parte de la
Unión Soviética en diciembre de 1979, y el subsiguiente despliegue de varios centenares de
armas nucleares de alcance medio del modelo Tomahawk y Pershing en Europa Occidental,
harán revivir el espíritu pacifista de los años de la invasión de Vietnam, organizándose
diversas acciones de protesta. Cuando en 1983 se pretende instalar misiles estadounidenses
en Inglaterra se desarrolla la Acampada por la Paz de las Mujeres en el exterior de la base
aérea de Greenham . Posteriormente, la ‘Guerra de las Galaxias’, propuesta por el presidente
estadounidense Ronald Reagan provocó otra oleada de protesta.

Un cambio sustancial se produce cuando en noviembre de 1989 cae el muro de


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Berlín, y comienza a desmontarse el Pacto de Varsovia. Desde entonces, el pacifismo lcuha
por limitar comercio de armamento y de las tecnologías asociadas, así como la relación entre
las ayudas al extranjero y la venta de armas, la destrucción de las minas o, más
recientemente, la de proyectores láser. Otros temas de interés son el sentido de las
intervenciones militares: Golfo Pérsico, la antigua Yugoslavia y Somalia. Por último, el
pacifismo ha acabado por vincular paz sostenible con justicia internacional, equilibrando las
diferencias de renta entre el primer y tercer mundo como la única vía posible para acabar
con los conatos bélicos.

Como es obvio, la caída de la Guerra fría dejó a las empresas armamentísticas y


partidos partidarios de ejércitos fuertes sin su principal argumento. Pero George Bush jr. ha
ideado un nuevo potencial enemigo, al que ha calificado como “países gamberros” (Corea
del Norte, Libia, Irán, Irak, etc.) para justificar el programa armamentístico “Escudo
antimisiles”.

La Conferencia sobre Armas Químicas de 1993 no ha logrado eliminar los problemas


en el cumplimiento y verificación en temas biológicos y químicos, como puso de manifiesto
el ataque con gas sarín realizado en marzo de 1995 en el metro de Tokio.

El Tratado de No Proliferación Nuclear firmado en 1968 fue revisado en 1995,


abogando por obligar a las naciones poseedoras de armas nucleares a respetar las promesas
hechas en 1968. También se lucha por la adecuación del sistema de salvaguardas controlado
por la Agencia Internacional de la Energía Atómica.

El descubrimiento de plantas capaces de crear armas nucleares, biológicas y


químicas en Irak después de la guerra, ha suscitado un temor semejante al creado ante el
programa de desarrollo de armas nucleares de Corea del Norte, o la sospecha de una venta
incontrolada de armas atómicas en los años de la caída del comunismo por parte de mafias
rusas.

5. Movimientos antiglobalización.

Los movimientos antiglobalización pueden ser definidos son un conjunto


extraordinariamente variado de fuerzas sociales y políticas unidas por su crítica al
neoliberalismo y las formas que, según ellos, está adoptando la globalización, que es
analizada como una nueva forma de explotación capitalista a escala mundial. Se trata de
grupos muy diversos, incluso con ideologías opuestas en muchos casos.
Este movimiento está constituido principalmente por organizaciones no
gubernamentales como Intermón, colectivos como el Movimiento por la Justicia Global, el
Foro Social Mundial, la organización ATTAC (Asociación para la Tasa Tobin* y la Acción
Ciudadana), la Marcha Mundial de Mujeres, pero también por personalidades individuales
como el agricultor francés Joseph Bové, el periodista Ignacio Ramonet, el escritor José
Saramago o la escritora Susan George, cantantes como Bono, líder del grupo U2, etc. Como
puede observarse se trata de un conglomerado muy variopinto que además carece de líderes
reconocidos mundialmente. Se trata, más bien, —como ya ha sido calificado— un
movimiento de movimientos.
El movimiento comenzó a cobrar auge a partir del éxito de la protesta que se organizó
en la ciudad norteamericana de Seattle en 1999 contra la reunión de la OMC que se
celebraba en ella. A partir de ahí se han convocado protestas en cada ciudad que acogía alguna
asamblea de la OMC, el FMI, el Foro Económico Mundial, el G8 o el Grupo de Davos:
Washington, Londres, Québec, Génova, Barcelona, etc.

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6. BIBLIOGRAFÍA.

AGUIRRE, M.: Los días del futuro. La sociedad internacional en la era de la globalización.
Barcelona, 1995.

AMORÓS, C.: Algunos aspectos de la evolución ideológica del feminismo en España. Ed.
Tecnos, Madrid, 1986.

GUILLOCHON, Bernard.: La globalización ¿un futuro para todos? Ed. Spes, Barcelona,
2003.

CASSASSAS, Jordi (Coord).: La construcción del presente. Ed. Ariel, Barcelona. 2005.

FAGOAGA, C.: La voz y el voto de las mujeres, 1877–1931. Ed. Icaria, Barcelona, 1985.

LEMKOW, L y BUTTEL, F.: Los movimientos ecologistas. Ed. Mezquita, Madrid, 1982.

OFFE, C.: Partidos políticos y nuevos movimientos sociales. Ed. Sistema, Madrid, 1992.
SACRISTÁN, M: Pacifismo, ecología y política alternativa. Ed. Icaria, Barcelona, 1987.

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