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Los intelectuales y los poderes.

(en: Michel Foucault, une histoire de la vérité, París, Syros, 1985, pp. 93-94.)
Pierre Bourdieu

Cuando llamé a Michel Foucault, el lunes 14 de diciembre de 1981, para proponerle que
escribiéramos en conjunto un llamamiento sobre Polonia y que tomáramos contacto con la
CFDT, tenía en la mente, evidentemente, la idea de establecer una conexión análoga a la que se
había instaurado en Polonia entre los intelectuales y los obreros de Solidarnósc.
Si bien esta conexión ha existido -y con un efecto simbólico muy grande—, no ha sido, en su
devenir ulterior al acontecimiento, todo lo que yo había esperado. Por esta razón, me parece
que debo a la verdad, y a la memoria de Michel Foucault, que no hacía trampas con ella, decir lo
que yo esperaba, con la esperanza de que esto podrá servir, como se dice, para otra vez...
En mi espíritu, lo que estaba en juego en esta empresa, era la voluntad de romper con el viejo
modelo “seguidista” del intelectual de partido con motivo de una acción de solidaridad
internacional, con un movimiento en sí mismo caracterizado por el hecho de que los
intelectuales no estaban allí reducidos al rol de compañeros de ruta que se dejaban asignar de
ordinario. La afirmación de la existencia de los intelectuales en cuanto grupo, ni más ni menos
justificados de existir que otros, pero capaces de imponer sus opiniones usando sus propias
armas, me parecía particularmente necesario en un momento en que se imponía en Francia un
orden político que, por tradición, se cubría de justificaciones intelectuales. ¿No es significativo
que no se haya jamás hablado tanto del silencio de los intelectuales como en el momento en
que, a propósito de Polonia, los intelectuales tomaron realmente la palabra, suscitando el furor
de los intelectuales orgánicos?
Los intelectuales y la CFDT. Los intelectuales de la CFDT. Todo lo que hay en juego está en esta
diferencia. Para que haya conexión, es necesario que haya dos. Los intelectuales no tienen que
justificar su existencia a los ojos de sus compañeros ofreciéndoles servicios -aunque se tratara
de los más nobles, al menos a sus ojos—, como los servicios teóricos. Tienen que ser lo que son,
que producir y que imponer su visión del mundo social —que no es necesariamente mejor ni
peor que las otras—, y que dar a sus ideas toda la fuerza de la cual son capaces. No son los
portavoces de lo universal, menos todavía una “clase universal”, pero sucede que, por razones
históricas, tienen frecuentemente interés en lo universal.
No desarrollaré aquí las razones que me hacen pensar que hoy es urgente crear una
internacional de los artistas y de los científicos, capaz de proponer o de imponer reflexiones y
recomendaciones a los poderes políticos y económicos. Diré solamente -y creo que Michel
Foucault hubiera estado de acuerdo con ello—, que es en la autonomía más completa con
respecto a todos los poderes, donde reside el único fundamento posible de un poder
propiamente intelectual, intelectualmente legítimo.

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