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EL ESPÍRITU DE DIVISIÓN
Si lo analizamos bien, nos daremos cuenta de que aún la misma iglesia cristiana está dividida: Por un
lado tenemos a la iglesia católica y por otro a la iglesia evangélica. Dentro de la iglesia evangélica a su
vez hay infinidad de divisiones a las que llamamos denominaciones; dentro de la infinidad de
denominaciones a su vez hay diferentes líderes con ideas, visiones y perspectivas diferentes, y si
miramos entre los creyentes también encontraremos diferencias y divisiones. ¡Realmente estamos
muy divididos!
Aquellos que hayan leído algo sobre la historia de la Iglesia habrán observado que la gran estrategia
del enemigo, al fracasar en su intento por destruir la Iglesia a través de la persecución, fue introducirse
sutilmente en ella para infectarla y contaminarla con un espíritu de división, que ha permanecido vivo
y latente a través de los años.
Es por eso que las Sagradas Escrituras nos advierten sobre el peligro de caer bajo la influencia de este
espíritu. ¿Qué es el espíritu de división?: “Es una fuerza espiritual contraria a la unidad, a la armonía y
al buen acuerdo pacífico”.
No hace falta entrar en muchos detalles para darnos cuenta de que la división es algo que viene inicial
y directamente del diablo, pero que después se retroalimenta de nuestra carnalidad para cumplir su
efecto destructor.
En la Palabra de Dios encontramos algunos pasajes bíblicos que nos advierten contra el espíritu de
división:
Mateo 12:25: “Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo,
es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá”.
Marcos 3:25: “Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer”.
Lucas 11:17: “Mas él, conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí
mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae”.
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6/1/2019 EL ESPÍRITU DE DIVISIÓN
Romanos 16:17: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en
contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”.
1 Corintios 11:18: “Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros
divisiones; y en parte lo creo”.
2 Corintios 12:20: “Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de
vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias,
murmuraciones, soberbias, desórdenes”.
Isaías 59:2: “… pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios”.
En 1 Corintios 1:10 leemos algo determinante: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que
estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.”
Las palabras del apóstol muestran el ideal de Dios o la norma del Espíritu, ¡pero nuestra realidad
muestra otra cosa!
En mis años de creyente he participado y servido en los ministerios de Efesios 4:11, y he visto cómo el
espíritu de división ha infectado y causado estragos en el Cuerpo de Cristo. Lamentablemente, en
ciertas ocasiones lo he padecido en carne propia.
Con dolor y vergüenza debo decir que he visto a líderes espirituales separarse, dividirse y
transformarse en enemigos y contrincantes debido a celos y envidias ministeriales. He visto a
creyentes abandonar la iglesia donde se habían congregado durante años, donde habían recibido
palabra y ministerio del pastor, para posteriormente hablar mal de ese pastor y desacreditarlo por
todos lados. He visto a pastores y líderes espirituales “darles la espalda” a otros consiervos necesitados
que iban a buscar ayuda, por no pensar igual que ellos o por considerarlos directamente “rivales” en la
ciudad donde estaban. He visto cómo los creyentes se separan y se dividen, porque unos “tienen la
unción” y los otros no la tienen, entre otras tantas cosas. El enemigo ha sacado ventaja de nuestra
carnalidad y nos ha hecho presa del espíritu de división.
Cuando el espíritu de división opera, se ve al otro como un contrincante y, en el peor de los casos,
como un enemigo que debe ser destruido.
Cuando el espíritu de división opera, cada uno se separa o se distancia de aquellos que no piensan o
creen lo mismo.
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Cuando el espíritu de división opera, cada uno intenta desacreditar la conducta o lo que hace la otra
persona.
Cuando el espíritu de división opera, el egoísmo se acrecienta porque siempre pretende imponer y
hacer vale lo suyo.
Cuando el espíritu de división opera, se fusiona con el chisme, la crítica despiadada y la calumnia,
además de la mentira.
Cuando el espíritu de división opera, la grieta o brecha que se ha originado no se reconoce ni se hace
algo para repararla.
A veces pensamos que todo esto sucede en cualquier otro lugar menos en la Iglesia, pero si somos
sinceros sucede, y muy a menudo, en nuestro cristianismo actual. Si esto ocurre entre nosotros, los
creyentes. ¿Acaso podemos exigirle a la sociedad, a los gobiernos y a los inconversos que dejen de lado
las divisiones?
Es evidente que algo tiene que cambiar, y que es necesario actuar para contrarrestar y erradicar al
espíritu de división.
Sería bueno humillarnos ante el Señor y arrepentirnos por haber sido canales de división en vez de
bendición. Si somos sinceros delante de Dios nos daremos cuenta de que hemos tenido
comportamientos y actitudes que nada tienen que ver con el espíritu de unidad, armonía y respeto
mutuo.
Las Sagradas Escrituras avalan el poder del acuerdo, como leemos a continuación:
Mateo 18:19: “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de
cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”.
Hechos 15:24-26: “Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no
dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y
guardar la ley, nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a
vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vida por el nombre de
nuestro Señor Jesucristo”.
Tito 2:1: “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina”.
Cuando ponemos en práctica el poder del acuerdo se desata el favor y la bendición de Dios.
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En este momento creo conveniente resolver el siguiente dilema: ¿cómo hacemos para estar de acuerdo
con los demás? ¿Es posible estar de acuerdo en todo y con todos?
El ejemplo del pasaje de Hechos 15:39 nos deja una rica enseñanza: “Y hubo tal desacuerdo entre ellos,
que se separaron el uno del otro; Bernabé, tomando a Marcos, navegó a Chipre…”. Aquí vemos que
hubo un aparente desacuerdo, pero el pasaje no menciona que hubo peleas y división. Todo parece
indicar que se hizo en un marco de paz, armonía y acuerdo pacífico. ¿Puedes ver la diferencia?
Todos bien sabemos que es imposible estar completamente de acuerdo en todo, y eso es parte de
nuestra individualidad y libre albedrío. Sin embargo, debemos cuidarnos del espíritu de división que
es nocivo para la unidad del Espíritu.
Veremos a continuación algunos puntos para saber cómo movernos cuando los desacuerdos sucedan y
como evitar caer en el espíritu de división:
Por cierto, los siguientes puntos también aplican para todo lo referido al mundo eclesiástico:
a) El acuerdo se logra en un ambiente de respeto, que prevalezca a pesar de opinar, pensar o actuar
diferente a otra persona. No porque alguien tome decisiones, que nosotros no tomaríamos o
manifiesta tener preferencias, que nosotros no compartimos, es motivo para menospreciarlo y faltarle
el respeto.
b) El acuerdo se logra cuando nos interesa más la vida y el bienestar general que individual. Ningún
desacuerdo da derecho a ejercer violencia contra el otro, ya sea de manera física o verbal.
c) El acuerdo se logra cuando nos esforzamos por vivir en un marco de distensión y tranquilidad.
Ningún desacuerdo debe conducirnos a la amargura y el mar humor, que provocan tensiones.
Es inevitable que existan diferencias entre pastores, líderes espirituales y hermanos, incluso dentro de
una misma familia. Sin embargo, debemos evitar que se origine una grieta por donde se filtre el
espíritu de división y provoque enemistades, pleitos, separaciones, peleas o discusiones acaloradas
unos contra otros.
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Que nuestra intención principal sea vivir siempre bajo el poder del acuerdo, aun en las diferencias,
porque esta es la única manera de no dejarnos oprimir o dominar por el “espíritu de división”.
Decidamos ser canales de bendición, porque donde el poder del acuerdo opera, allí hay bendición
(Salmos 133).
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