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Calidad de la universidad peruana

¿Qué se entiende por calidad en la Universidad peruana? Creo, con


convicción, que el mayor de nuestros problemas es no habernos hecho
esta pregunta a tiempo, de pronto aparecen “superhéroes” de la
educación a tiro de piedra, todos con soluciones a supuestas carencias
que nadie ha pensado con suficiente tiempo como para sentir, siquiera,
que el problema está suficientemente bien diagnosticado. Tenemos un
problema de calidad, eso es obvio, pero lejos de descubrir la pólvora,
quienes se quejan de todo y para todo tienen una solución propia (y
costosa) parecen no tener capacidad de autocrítica, una y otra vez repiten
los mismos discursos prefabricados y cada vez que algo está en sus
manos y no funciona le echan la culpa a todas las gestiones anteriores, a
la gente, a la cultura, al clima, al mercado, etc., jamás he oído a ninguno
de nuestros gurús abordar la cuestión de la calidad desde un análisis claro
y directo de qué se entiende por ella, qué esperamos de la educación
universitaria y cuáles son las formas de conseguir llegar a la meta, la cual
tampoco es clara. Bien podríamos ocuparnos en cada columna de
cuestionar a los “sabios” sobre los conceptos bandera de sus discursos,
¿qué es acaso, también, el “desarrollo”?

Permítanme dar mi punto de vista: en primer lugar, tal vez sea


fundamental hacer un viaje al pasado, la universidad es una institución
debida a la búsqueda del conocimiento; es decir, su primer motivo es –
desde siempre– la custodia, conservación, difusión y aumento del
conocimiento, sin ningún interés subalterno que pretenda equipararse a
ese fin. Es cierto, los tiempos han cambiado, y habría que ser ciego para
pensar que el conocimiento y su gestión (como está de moda decir ahora)
no tienen mayor impacto que los claustros universitarios; desde la Edad
Media, el impacto en la sociedad no ha sido solo consecuencia inevitable
sino completamente intencional. Siglos antes de la institucionalidad de
la Universitas, Carlo Magno pretendía eternizar su imperio basado en el
sólido cimiento de la sabiduría científica; él sabía, como tantos otros
grandes que lo precedieron alrededor del mundo, que las guerras solo
sostienen temporalmente lo que el conocimiento y la cultura conquistan
para la eternidad.
Durante siglos fue igual, hasta la primera mitad del siglo XX no hubo
otra esencia para nuestras universidades, es después de esta larguísima
primavera que las nuevas antropologías empresariales comienzan a
definir la universidad, y la calidad de sus “servicios”, por ende, de otra
manera. La universidad deja de ser universal, se convierte en un centro
de especialización, de formación técnica, de producción en masa de
operarios sobrecalificados que, además de todo, fueron obteniendo
posición social suficiente como para opinar acerca de asuntos esenciales.
La calidad se volvió un requisito del mercado, la automatización de un
baño se hizo más importante que una biblioteca. La cuestión es bien
simple, nos han quitado la esencia de la universidad, por eso nadie
encuentra la clave para definir su calidad.

Espero que no me nombren anacrónico, ni tampoco estar sonando como


aquellos que viven de criticar al sistema cuando solo son peones al ras de
sus bases, es hora de pensar filosóficamente un problema que de tanto
intentar parchar a la mala “en la práctica”, continúa perjudicando a los
jóvenes que en vez de servir al país, se mal-sirven ellos mismos. Ni
hablar del eterno aparato de retroalimentación comercial en que han
devenido los posgrados y la investigación. Calidad es cualidad, hay que
volver a las fuentes, nadie puede salvar aquello que es incapaz de definir.

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