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Caracas cruzada
(El solfeo de Caracas)
Vicente Ulive-Schnell
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© Vicente Ulive-Schnell
© Fundación Editorial el perro y la rana, OMMS
Av. Panteón. Foro Libertador.
Edif. Archivo General de la Nación, planta baja,
Caracas- Venezuela, 1010.
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mcu@ministeriodelacultura.gob.ve
elperroylaranaediciones@gmail.com
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Carlos Zerpa
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Carlos Herrera
Å ç ä É Å Å á μ å Páginas Venezolanas
Fundación Editorial
elperroy larana
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Andrés
Escudriñando en los intersticios de su pasado, volteando las rocas
de sus recuerdos, Andrés se perdió en aquellos tiempos de regocijo
decorticados de todo el continuo vital, decantados cónicamente hacia
su presente, una colección de milisegundos de placer y nostalgia. La
muerte le trepaba por la piel, reptando vorazmente desde sus tobillos
hacia sus petrificadas pestañas, ventanas abiertas a unos ojos en estado
de shock que veían pero no miraban. Sucede que la memoria antes de
fallecer es selectiva, no cineoscópica como algunos piensan y en ese
momento, mientras el cielo estallaba y Caracas se consumía finalmente
en su decadencia, Andrés volvió a aquellos ojos, a aquella revelación
que cambiaría su vida.
Los ojos penetraban el alma, como dos piedras de nácar, escru-
tantes, pasivas: filtrando toda percepción del mundo e iluminando sus
lecturas de Freud. Dos prismas especulares, tranquilamente aposen-
tados sobre su puente nasal, catalizaban la profundidad de su reflexión
pupilar.
—¿Cuándo fue la última vez que la vio? —le dijo a Andrés, tratán-
dolo de “usted”. Siempre los trataba de “usted”, disertación teórica
ligada a la transferencia.
V
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Andrés
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Andrés
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Andrés
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—No vale, este bichito que está aquí —dijo Rafael, señalando a
José Carlos— ahorita y que anda en una de enamorar a las pasajeras...
—Ah, vaina... ¿Ahora te dio por ahí?
—Epa, ya va, quédense tranquilazos, la vaina no es así, yo sigo mi
trabajo normal...
—Pero cuéntale, cuéntale a Chuo, que no te ha visto en un rato,
dile lo de la pasajera, desembucha.
—Bueno, bueno, Chuo: Tú sabes la ruta que nosotros hacemos,
¿verdad? Por allá, yendo hacia el Centro, ¿verdad?
—Sí, de bolas, no voy a saber yo, chico, si yo manejo la misma ru-
ta que tú.
—Ajá. Bueno, mi pana: figúrate que todos los días, a la misma
hora, se monta una morenaza (¡pero una morenaaaza!) en la misma
esquina, Chuo, no me lo vas a creer —dijo José Carlos, agitando la
mano para darse aire, en una expresión en la cual se mordió los labios
entre los dientes y agregó—: ¡Uff!! ¡Todos los días!
—Ah... ja, ja... ya veo por dónde viene la vaina.
—Pues sí. Entonces, papaíto que está aquí —José Carlos se señaló
a sí mismo con ambas manos— anda pendiente de una. No puede ser
suerte, Chuo, todos los días, la misma hora... ¿tú qué piensas?
—Bueno, no, de pinga: o sea, está bien. ¿Qué te puedo decir? ¿La
chama está buena?
—Bueno, tampoco es que la chama es Irene Sáez, entiendes. Está
un pelín culona, pero tiene una vaina...
—Querrás decir que está gorda —agregó Rafael.
—Epa, ya va. Gorda, no está. Además, esa güevonada de jevas
flacas nunca me ha llamado la atención. A mí me gusta la carrrrne
—dijo José Carlos, riéndose.
—A mí me pasó una vez, hace tiempo... —reflexionó Jesús y se
quedó pensando, viendo a lo lejos.
—¿Ajá? ¿Y la chama, y vaina? —preguntó José Carlos, mientras
Rafael escuchaba atentamente.
—Tú la conoces, pajúo, es la Cristina Bladismar, mi esposa
—concluyó Jesús, riéndose—. Oye, Daniel: ¿Cuánto te debo?
—¿Te vas ya? ¿Dónde vas a almorzar?
—Hmm. No sé. ¡Tengo que trabajar! Nos vemos por ahí, en el
Centro. Yo creo que voy para “El Mesón del Taxista”, en la Baralt.
—Bueno, capaz que te caigo por allá —dijo José Carlos.
JONJ
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José Luis
Mi nombre es José Luis Manccini. Tengo veintidós años. Soy
caraqueño. Mi día comienza muy temprano en la mañana, a las siete,
cuando me despierto. Frente a mi cama de tamaño matrimonial con
sábanas Ralph Lauren compradas en Miami está el equipo de sonido
Sony. Me gusta encenderlo y escuchar la radio, 107.3 FM, porque me
hace reír y me alegra el día.
Pasando el televisor de cuarenta y dos pulgadas Sony, el VHS
Sony y el DVD Phillips está la entrada al baño. Mientras escucho la
radio me cepillo con Colgate “fresca blancura”, me paso el hilo dental
y luego uso enjuage bucal. Si hay algo que no soporto es tener mal
aliento. A veces, en medio de una clase, tengo que salirme para ir al
baño porque siento que tengo mal aliento. La forma de saber si tienes
mal aliento o no, es taparte la boca y la nariz con la misma mano, des-
pués botas aire rápido en tu mano y tratas de olerlo al mismo tiempo.
Contrario a lo que cree la gente, los caramelos Certs o Halls sólo te
quitan el mal aliento un rato. Luego te vuelve a dar. Enrique, un pana
de bachillerato, una vez comió tantos Halls que le dio una úlcera.
Tenía el aliento horrible. Pero bueno.
OP
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José Luis
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todos, no todos los vigilantes son así. Pero uno nunca sabe. Bajo el
vidrio automático de la camioneta, me inclino hacia la caseta y me
quito los lentes oscuros Oakley. —Buenos, días, caballero. José Luis
Manccini, de la Quinta “Mis Delicias”. Vengo en la tarde. ¿Usted
cómo se llama? ¿Ah? ¿Rogny? ¿Rodney? Ah. Con “g”. OK. Buen día,
“rogny”—. Subo el vidrio y vuelvo a ponerme los lentes. Rogny. Ha-
brase visto. Alguien debería prohibir esos nombres. El Papa o alguien.
Rogny, Neylson, Stalyn... qué buena vaina. Espérate a que los panas
escuchen este cuento. Se van a morir de la risa. Bueno.
Saliendo de La Lagunita siempre me agarra una cola bestial. Lo
que pasa es que en este país todo se hizo a la carrera, improvisado. ¿A
quién se le ocurre poner esa carreterita balurda de un solo canal para
bajar de El Hatillo? Trato de pasar los carros, especialmente los carritos
y las Pickup. Cuando tienes una Samurai no te puedes estar parando
por allí o ir lento, capaz que te agarra un malandro en pega y te parte en
veinte pedazos. Menos mal que el viejo le puso vidrios antibalas a la
camioneta. Haremos lo mismo con la Burbuja, ni modo. A ver si así no
le parten el vidrio.
Cuando voy llegando a Baruta ya la cosa va mejor. Parece que ya se
acabó el programa de Desorden, ahora ponen una canción de uno de
los tantos grupos de rock gringos. Es un grupo nuevo, “Hootie & the
blowfish”, hablando de nombres raros. No suena mal, esa vaina. Para
echarse unas cervezas es bien. A todas las jevas les gusta, de todos
modos. Luego escucho una propaganda del nuevo disco de “Collective
Soul”, que incluye el excelente tema Shine y hago una nota mental para
comprarlo en Recordland un día de estos que pase por Las Mercedes.
Ese grupo suena duro. Lástima que en Venezuela no haya nadie que
produzca buena música. Porque grupos hay. Pero lo que sale son puros
grupitos de salsa para los monos. Buena vaina. Menos mal que tenemos
a los gringos ahí. Si no quién sabe qué haríamos. Suicidio colectivo. La
mitad del país se mata. Le dejamos todo a ellos entonces, a ver qué van
a hacer con la patria.
En la cola subiendo a los túneles hacia la autopista del Este, veo un
par de chicas en un Honda Civic plateado, tapicería de cuero, que se me
quedan viendo. La del copiloto no está mal. Pelo liso, castaño, top
negro y jeans oscuros (¿Levi’s?). Seguro va al gimnasio, porque a pesar
de no ver mucho, creo que está en buena forma. Están escuchando
Como un burro amarrado en la puerta del baile de “El último de la fila”.
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José Luis
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—Bueno, sí, claro, pero el sábado quiero salir por allí, para una dis-
cotequita. Unas amigas...
—Tranquilo, el sábado ya veremos. Por ahora, el viernes vamos
para allá. Su viejo va a poner unas botellas de whiskey y unos pasapa-
litos, nosotros nos encargamos del resto.
—Fino... —respondo, un poco timbrado. Me cuesta concen-
trarme, hoy.
—¿No viste a la chama esta de ingeniería? ¿La que estudia con
Valerie? —me pregunta Francisco.
—¿Hmm? No. ¿Por qué? ¿Qué pasó? —contesto no muy inte-
resado.
—Bróder: se hizo las tetas. ¿Te acuerdas de la jevita? Estaba bien,
la chama trota todos los días, pero le faltaba algo de lolas. Ahora se las
puso y quedó de un bueno...
—¿Ajá? —pregunto, ya un poco más atento— ¿Cuál, Vanesa
Steiner?
—No, no; esa no —me dice Francisco— creo que se llama Gabriela
Revedo o Rutigglianni o algo... ¿ustedes saben quién es? —le pregunta
a los demás.
—Ah, sí... —responde Pedro— ya... ¿se hizo las tetas? —dice
asombrado.
—Jejeje... claro, doctor —replica Francisco, dándole unos golpe-
citos con la mano abierta en la espalda— ya vas a ver...
—Vamos a darle, bróders —dice Carlos— que vamos un pelo
tarde para clases.
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Willy y Jimmy
Se propagaban por el barrio como insectos. En las tardes no había
mucho que hacer, emparedados entre los bloquecillos de cemento que
marcaban su habitual lugar de existencia. Pronto el Johny se aparecería,
bajando por la calle, embalado hacia ellos para su dosis semanal. Qué
pasó, par de ratas. Nada, aquí, y tú. Dame unas cuantas piedras. Luego
otra vez solos, viendo a ver qué resolvían. Todo el mundo lo que estaba
pendiente era de un solo lacreo. Ahora todos se las daban de malan-
dros. Pero ellos eran los únicos que podían y tenían derecho a los reales.
Como tiene que ser...
Willy empezó montando una plaza de perico hace algunos años,
gracias a los contactos que le había procurado su consumo irrestricto de
diversas drogas. Jimmy, en cambio, se hizo pana rápidamente, proba-
blemente viendo la posibilidad de anotarse en una, y decidió acercarse a
Willy con una conexión que le habían dado para robarse un carro. Él
conocía a todos los carteluos, a los que había que conocer, a los que
podían darles unos reales por el carro y enfriarlo un rato, unos meses. Y
así fueron yendo. Lado a lado, la única forma de sobrevivir. Los de
arriba les empezaron a agarrar cariño, “estima” como decían ellos, los
ratas de verdad, y decidieron darles unos puntos más interesantes, y
hasta les vendieron par de nueve milímetros nuevecitas y los enseñaron
OV
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Willy y Jimmy
Hay que resolver. Vamos otra vez para allá, güeón, no vaya a ser.
Plomo. Vamos a comprarnos unas birras, yow. Fino. Jimmy tenía la
boca seca. Se acomodó la gorra de los Chicago Bulls e inhaló una buena
bocanada de aire para refrescarse. Vamos pues.
En la tienda del señor Pedro las cervezas se enfriaban en un refri-
gerador al lado de la harina pan, la pasta y el papel tualé. Los ojos de
Willy, rojos, dilatados, brillaban al mirar a Pedro a la cara. Qué pasó,
señor Pedro. Pedro los miró con escepticismo. Bien, bien... ¿qué se les
ofrece, muchachos? Par de birras, señor Pedro. Vaya. Jimmy le dio el
dinero al bodeguero. Chao, señor Pedro. Chao. Nos vemos, poray.
Cuídense, muchachos. Afuera, el calor era sofocante. Qué pasó,
landro. Willy bebía rápidamente su cerveza mientras dejaba atrás la
tienda del señor Pedro y se acercaba a la plaza. Jimmy respiraba con
pesadez, el sudor acumulándose encima de sus cejas y sobre su pequeño
bigote. Mira al güeón este, vale. ¿Dónde? Ah. El bichim. Vamos a ver
comostá la vaina. Epa. Lacra. Qué pasó. Jugando básquet, par de dos.
Fino. Dale duro. Tienes noticias. De dónde. Tú sabes. De arriba. Qué
pasó. Yo creo que todo bien. Por ahí te van a llamar. Y las ratas. Las
cuáles. Las de allá. Andan diciendo que van a tirar una y güevoná.
Bueno, güeón, sabes cómo es todo: la verga está caliente, ahorita todo
el mundo anda enyerrado... los bichitos de allá arriba tienen bombas y
güevoná. No sé, rata. Bueno, les caeremos primero. Ni modo. Fino,
rata. Estrecharon manos y siguieron caminando. En el barrio había que
moverse todo el tiempo. Mira al otro, vale. Alguien se acercó a Willy y
Jimmy. Cuánto quieres. Vamos a ver. Willy se llevó al cliente para
una calle estrecha donde comenzaban las escaleras, y Jimmy se quedó
abajo vigilando. La cerveza se empezaba a mezclar con el crack, y sin-
tió un cosquilleo en la nuca que luego se extendió a su columna.
Ahora sí estoy de pinga. Respiraba lentamente. Willy reapareció en la
calle. Fino. Vamos.
Dos muchachas pasaban por la calle, subiendo a sus casas, vestidas
con uniforme escolar. Coño, rata, viste. Qué. La que nos pelamos.
Fuéramos estado allá en los escalones, y las martillamos de una. Le aga-
rramos unos billetes, por lo bajito. Sí, puede ser. Aunque bueno, sabes
que esa es la hermana del bichito ese de allá. Y qué pasa. Nada. De
pronto se enculebra. ¿Se enculebra? Ah vaina... pero tú sí que estás
mariquito hoy, güeón. Mosca, yow. ¿Mosca? ¡No joda! Tú eres el que
anda como un maricón. Pareces una jevita. Que si los de arriba nos van
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Willy y Jimmy
siguieron a Maykel por entre las casas, subiendo las escaleras. Extraña-
mente, ya ninguno estaba riendo.
La puerta del rancho se abrió. Adentro, detrás de una mesa, estaba
Pancho. Varias cadenas de oro adornaban su cuello, igual que algunos
anillos en sus dedos. Su actitud era callada y amenazante. La cicatriz que
tenía encima del ojo derecho le impedía abrir completamente el pár-
pado, por lo cual tenía siempre una mirada inquisitiva. A cada lado, sus
lugartenientes lo resguardaban, uno con un fusil FAL y el otro con dos
nueve milímetros. Pancho habló. Entonces, mi gente. Cómo va la co-
sa. Bien, bien... Me alegro. ¿Vendiendo? Claro. Lo que se puede. Ta’
bien... ¿saben por qué los mandé a traer pa’cá? No, Pancho, no... ¿por
qué? Bueno, pal de lacras: porque la vaina está pelúa. Quiero que lo
sepan. No les voy a contar todo el cuento, de vainas que no saben ni
nada, pero por ahí cayó alguien importante. De los ratas-ratas, de los de
arriba. ¿Ajá? Sí, sí... vainas que pasan. Entonces, hay que está pen-
dientes, ¿oyeron? No por los mariquitos esos de las escaleras, de esos me
encargo yo. Pero, pe-ro... por ahí pueden venir los pacos... quién sabe
qué carajo le dijo el mamagüevo ese a los pacos. Pilas, anden pilas. No
quiero que vendan mucho, ni muy tarde. Va haber poco real, pero mejor
así. Unas semanas. Vamos a ver. Yo lo que quiero es saber que ustedes
están allí. No se volteen, ¿oyeron? Pancho los señaló. Quédense tran-
quilos, rata, que esto pasa. Todo fino. Ahora cojan ahí: unas líneas
pa’que se relajen. Pancho lanzó una pequeña bolsa de cocaína a la mesa.
Fino. Gracias, Pancho. Ahora váyanse. Si salimos de esta, capaz que hay
algo de pinga por ahí para ustedes. Gracias, Pancho. Estamos pen-
dientes. La puerta del rancho se cerró detrás de ellos.
¡Trancao! Gritó Frutilupi, sonando la piedra estruendosamente.
Era tarde. Mamagüevo este. Lechúo. Jajaja... Willy bebió un poco de
cerveza para bajar los efectos de la cocaína. ¿Y entonces? Nada, nos
cogieron. Trentidós puntos, no joda. Jajaja... Cállate la jeta, Frutilupi.
No joda, yo gané. Por leche. Vamos a ver la próxima. Salgo yo. Te
tengo miedo, güeón. Vas a ver. Mira, ¿y la Crismar, qué? Fino. ¿Por
qué? No, por nada. ¿Te la quieres coger? No, vale, güeón... digo porque
la vi por ahí en una rumba y tú no estabas... ¿Ajá? ¿Dónde? Jimmy se
empezó a poner agresivo. Epa, epa: tranquilo, yow. Dime, mamagëvo.
Nada, nada; casa del Carlitos. ¿Cuál Carlitos? ¿Chipi? ¿O Duendecito?
¿Vamos a seguir la partida, Jimmy? Cállate la jeta, Willy. Dime, pajúo.
Tranquilo, yow, en la casa de Duende, pero no pasó nada... jueves
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pasado. ¡El coño ‘e su madre! ¡La puta esa me dijo que no fue! Epa, yow,
tranquilo... Frutilupi estaba ahí y dice que no pasó nada... ¡Suéltame,
mamagüevo! ¡Voy pa’ su casa, lo que es ya! Hey, ¿y la partida?
A lo lejos, CNB 102.3 FM envolvía a la barriada con Junio del ‘73,
de Willie Colón. El barrio no descansa, el barrio nunca duerme.
Siempre crece, siempre se desarrolla, tratando de adaptarse a la lógica
social de marginación en una “autopoiesis” perpetua. Las casas siguen
escalando la montaña, cada vez más alto y más lejos, fundiendo barrio y
ciudad en la misma mirada del ojo. Bajo el bojotal de cables pegados a
un poste de electricidad, al lado de una de las tantas escaleras, Jimmy
estrellaba frenéticamente su puño contra la casa de Crismaris. Insultos
y gritos corrían por doquier. Nada nuevo en este barrio.
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Julia
—Ayy, xsama, qué broma con los sombres, vale —dijo Claudia
apretando los labios y mirando el fondo del vaso casi vacío de Po-
lar Light.
—Esverdá, chica —acotó Mariela— losque stán buenos, sontodos
maricones, losque valen la pena, tienen ya sposa o novia y los que
quedan... ¡no joda! —terminó, lanzando la mano al aire en un gesto de
dejadez que casi tumba el servicio de ron y la ración de tequeños de la
bandeja del mesonero que iba pasando.
—Qué vamoasé: nos meteremos a lesbeanas, todas —diagnos-
ticó Erika.
Julia, un poco menos borracha, decidió pedir una Cuba Libre para
ponerse a la par de las demás. “Con poco hielo y mucho ron”, le dijo al
mesonero, el cual la miró despectivamente, levantó una ceja y tomó la
orden sin pronunciar palabra alguna.
—¿Oye, me oístes? —gritó Julia detrás del personaje. Tal vez sí
estaba algo borracha.
Poco después, luego de escanear el bar de izquierda a derecha para
evaluar la posibilidad de encontrar algún “macho”, Julia se volteó, frus-
trada, deprimida, a la conversación que ya había conducido tantas veces
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Julia
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José Luis
Estoy sentado en la feria de la universidad, tomándome un Mo-
caccino Latte y fumándome un cigarrillo. La pizza Domino’s que
compré permanece prácticamente sin tocar. Mi discman Panasonic me
permite evadirme un poco. Escucho el disco de “Blind Melon”, mien-
tras repaso mentalmente la rutina que tengo que hacer esta tarde en el
gimnasio: pecho y bíceps, cuatrocientos abdominales. Escaladora y bici-
cleta,Valerie Steiner aparece en el reflejo de mis lentes Oakley.
—Hola, José Luis —me dice, apartándose para dejar entrever a
otra persona— ¿Cómo estás? —y sin esperar mi respuesta—, te pre-
sento a Gabriela.
Me quito los audífonos, cortando la canción No rain a la mitad.
Supongo, sin haber escuchado absolutamente nada, que Valerie me
saludó. Miro a la tipa que se abre paso detrás de Valerie.
Una chama estilizada, catira, de cabello liso, bronceada, con un
topcito azul claro y blue jeans Levi’s 501 se acerca y sonríe.
—Mucho gusto. Gabriela Recanatti —dice ésta. Me levanto,
extiendo mi mano y me inclino para besarle la mejilla.
—Encantado. José Luis Manccini. Siéntense, por favor —les
digo, gesticulando hacia las dos sillas vacías en la mesa.
—¿Y entonces, qué cuentas? —me pregunta Valerie.
QN
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José Luis
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Andrés
Un mesonero de bigote, un poco sudado, con claras evidencias de
excesiva transpiración axilar se acercó a la mesa.
—Buenas noches. ¿Qué van a tomar? —dijo.
—Hmm. Bueno, no sé. Yo voy con una Polar fría —dijo Miguel
Ángel.
—Vaya: que sean dos —agregó Luis— ¿y tú qué, Andrés? Oye,
¿me estás escuchando? Despiértate, chamo... verga...
—¿Ajá? Hmm. Vaya. Una cerveza también —dijo Andrés, mi-
rando hacia la barra. El mesonero desapareció abriéndose paso entre la
gente que poblaba la tasca. Andrés decidió encender un cigarrillo.
—¿Y entonces? —preguntó Luis.
—Bien, todo bien —respondió Andrés, exhalando el humo.
—Chamo: déjame explicarte algo. La vida es así, o sea, hay vainas
que no puedes cambiar, chamo, tienes que aceptarlas. ¿Cuándo vas a
entender eso, bróder? No joda, pareces una jeva todo enguayabado y
tal. Mira, ahí vienen las cervezas, tómate esa vaina, vamos a hablar de
otra vaina y así la pasamos bien, no, no; sin vaso. Yo la tomo directo de
la botella.
—Yo creo que un clavo saca otro clavo —aconsejó Miguel Ángel,
para luego dirigirse al mesonero—: A mí sí me das vaso, por favor.
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—Hmm. No sé, o sea, puede ser, pero ahora las vainas están com-
plicadas —Andrés miraba su cerveza en vez de tomársela— y qué puedo
decir, tampoco hay mucho trabajo en el estudio... qué vamos a hacer.
—Ah, vaina... ¿ahora estás mariquito, Miguel Ángel? ¿Pidiendo
vaso y güevonada? Tómate esa mierda directo del pico, como los
hombres, no joda —sentenció Luis, empuñando su Polar y riendo
tímidamente.
—Huevón —espetó Miguel Ángel—, lo que pasa es que leí por
ahí un tipo que le cayó veneno de rata en la birra y tal, ¿sabes? Entonces
el bróder y que se murió, chamo...
—¡Seas bruto! —contestó Luis—. Eso era un carajo que andaba
tomando cerveza en lata, pánfilo. Lo que pasa es que en los depósitos
les echan veneno de rata a los productos, para que no le caigan ratas y
tal. Sabes que en la Polar esos carajos venden de todo: harina pan,
malta, ketchup, toda verga. Entonces al pana le cayó veneno de rata en
la lata y cuando el tipo la fue a abrir, ¡suás! Se le metió para adentro de la
lata el veneno, y tal —Luis gesticulaba cómo si tuviese una lata en la
mano— y el pana se lo bebió, y bueno.
—Yo escuché que era meado de rata —dijo finalmente Andrés,
integrándose a la conversación—, que se le secó el meado encima de la
lata y cuando el tipo la fue a abrir se le metió para adentro y el meado era
venenoso o algo.
—Puede ser, aunque creo que eso del meado de rata venenoso no
es verdad, pero bueno.
—Por eso es que yo digo que mejores eran las latas de antes, ¿te
acuerdas las latas de antes?, las que tenían la chapa que se la jalabas y se
salía. Ahí era más higiénico, porque la chapita no tocaba la cerveza, o el
refresco, o lo que sea; jalabas tu chapa, abrías tu bebida, y te echabas
para atrás, tranquilex, en la playita...
—Sí, chamo, pero entonces ese poco de chapas por todos lados.
—Para empezar que no son chapas —corrigió Andrés—, chapas
son las tapas de aluminio de las botellas de cerveza.
—Ya salió el güevón este. Bueno, lo que sea, lo que estoy diciendo,
lo que estoy di-ci-en-do —Luis agitaba los brazos y apoyaba su índice
sobre la mesa— es que era mejor. O sea, no tenías ese peo del veneno de
ratas, o el meado de ratas, o lo que sea.
—Sí, pero tenías el peo de la basura y las chapas o como se llame
por todos lados.
JQSJ
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Andrés
—Ajá, y debe ser que ahora no tienes el poco de latas por todos lados.
—Bueno, pero esas las recogen los recogelatas.
—Valga la redundancia —dijo Andrés.
—Gracias, profesor Alexis Márquez, pero déjame decirte que
estás un pelo ladilla hoy —Luis miraba de reojo a Andrés, ahora con
cara más seria.
—Bueno, no sé. Yo lo que propongo es que pidamos unas tapas o
le echemos bolas a la comida, porque papaíto que está aquí tiene ham-
bre que jode —dijo Miguel Ángel.
—¡Mesonero! —dijo Andrés, levantando la mano y bostezando
un poco.
—Chamo, verga, pero de verdad que estás mal...
—No, no; estoy bien... no sé... estoy como cansado de la misma
vaina todo el tiempo —agregó Andrés, acariciando con su mano la hoja
tamaño carta que abrigaba su corazón dentro del saco. Esa hoja lo había
acompañado desde la ruptura. Ni siquiera la reencarnación de Dios
Freud en su psicoanalista había logrado desembarazarlo de ella. Todo
psicoanalista no es más que la manifestación particular de la mónada
“Papa Freud”, intento espiritual de alcanzar al ser supremo y su sabi-
duría a través de este discípulo. “Quémala —le había dicho el doctor—.
Quémela y luego orínele encima para apagarla”.
Esa tarde, Andrés llegó agitado de la consulta. Cerró la puerta
furiosamente y colgó su saco en el perchero. Sus sesiones de análisis si
bien servían para algo era para hacerlo sudar: las gotas nerviosas que
enrojecían su rostro lo obligaron a aflojarse la corbata y tomar dos vasos
de agua antes de tratar de construir su plan de acción. “Quémela y luego
orínele encima para apagarla”, fácil decirlo. Miró a su alrededor, cons-
tatando con pánico que no se había dado cuenta de que su apartamento
estaba recubierto de alfombra. Orinar en la alfombra, imposible; pren-
derle fuego a la carta en la alfombra, menos... ¿cómo proceder? Andrés
se pasó la mano por su cabello, dio algunas vueltas, mirando a su alre-
dedor para constatar lo obvio: sí, la alfombra estaba en todos lados. Se
dirigió al baño. Quemaría la carta en la tina y luego le orinaría encima.
No, mejor bajaría al estacionamiento del edificio, se colocaría en una
esquina, tapándose con su carro y procedería allí a la continuación de la
terapia. De esa manera, todo estaría solucionado, no ensuciaría la tina,
ni mancharía la alfombra y podría trabajar su inconsciente en toda
tranquilidad.
JQTJ
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JQUJ
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Andrés
JQVJ
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JRMJ
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Andrés
—De bolas —replicó Luis— para algo fue que la dejo aquí, ¿no?
—Luis tomó la hoja y la desdobló. Era una carta escrita a mano. Se
arrimó hacia Miguel Ángel, para que los dos pudieran leerla al mismo
tiempo. La carta decía:
Querido Andrés:
No sé cómo decirte esto. No quiero tampoco que lo tomes mal. Pero
sabes que siempre he estado ahí para ti. Lo que pasa es que últimamente
me he sentido un poco mal, sabes, descolocada. Al principio pensé que
era uno de mis Chakras que estaba sucio, pero después de que me hice
una sesión con Erika Tucker me di cuenta de que el problema no está en
mí. Siempre he sido una mujer libre, a la cual le gusta volar alto como un
pájaro y ver lo bello de la vida.
Y francamente, Andrés, no sé cómo decirte esto, pero eres mi “Traba
existencial” como dice el doctor Carlos Fraga. Entendí, después de todo,
que eres el abismo en mi mapa del tesoro, en vez de ser mi puente. No
entiendo por qué no decides ser mi compañero, mi ayuda: yo soy una
mujer liberada y capaz pero también merezco atención.
Yo sé qué es lo que vas a decir, que todo es culpa de Mariela por llevarme a
los talleres de Barroso y darme los libros. Pero en la búsqueda de la feli-
cidad, las fuerzas negativas no suman sino que restan y según la consulta
de Erika, tú eres esa fuerza negativa. Sí, lamento decirlo, pero es así. No
significa que no te quiera, todo lo contrario: somos como dos Romeos y
Julietas, destinados a vivir separados para nuestro propio bien de cada
uno. Incluso creo que si seguimos yo me convertiré en tu imán negativo
también y nos haremos más daño, demasiado daño. Como dice Savater,
“Ten confianza en ti mismo. En la inteligencia que te permitirá ser mejor
de lo que ya eres y en el instinto de tu amor, que te abrirá a merecer la
buena compañía”. La ética personal comienza por hacer el bien uno
mismo en su vida y confiar en sus decisiones, ¿si no asumimos nuestras
escogencias, quién lo va a hacer por nosotros?
Así que pretendo asumir y asumirme, ¡nunca es tarde para comenzar!
Además, estoy segura de que tus planes musicales seguirán marchando.
Quiero que sepas que irradias mucha energía y que eso te va a llevar por el
buen camino. Por otro lado, espero que podamos seguir siendo amigos.
Estoy segura de que de aquí a unos meses nos volveremos a ver y me con-
tarás lo bien que te va.
Suerte, y sabes que siempre serás mi gordo bello,
gìäá~
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JROJ
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Willy y Jimmy
Epa. Mira. Tssst. Mami. Jeje. Epa. Voltea. Hey. La de azul. Eje.
Te hagas la loca. Jeje. Miamor. Miamorcito. No seas antipática, vale.
Tssst. Vaya. Me dicen el goldo, no porque esté goldo, sino porque lo
tengo goldo... jejeje. Mira. Te arreches. Ay. Se las da de fina. Oye: me
dicen el Güili, cualquier cosa, ¿oíste? Tamos a la orden... ¿Viste eso,
yow? Tremenda mami. Eso no lo ves tú tolos días, por aquí. De pana.
Claro. Tremendo culo. Verga, Jimmy. Na’güevoná de ladilla que estás,
chamo. Ladilla de qué, mamagüevo. ¿Sigues revirao? Nojoda... La
Crismar verdad que te dejó... nojoda, mal. Pero mal, burda. Ah, vaina.
Nada, o sea, yo no digo nada: tú estás en lo que estás, y punto. Yo no
digo na’. Pero no joda: el día que una jeva mía vaya pa’ la fiesta de
alguien sin que yo lo sepa, no joda; yo la mato. De pana, yow. Plomo
limpio. Ah, vaina. Ahora vas a meter casquillo. Casquillo no, yo nada
más estoy diciendo... a veces es así. Mira, Willy: mejor cállate, cierra la
jeta ya, porque de verdad que me estás empezando a arrechar. No, yo
nada más decía...
Bueno, y una mami como tú no puede andar por ahí sola. Que si en
estos escaloncitos. Sabes que hay burda de lacras, ¿verdad? Sí, yo sé...
violencia, y todo eso... por eso es que tú, tienes que saber con quién
andas. Además, una muchacha como tú... tan bella, ¿ah? Tan, mírame
RP
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eso: ¡uy!, jeje... ¿ah? Entonces, bueno. Mira, dulzura, meícen el Güili.
Mejor conocido como “el Mayor”, jeje. “El Capo”s. Jefe de esta verga.
Tú quieres algo aquí, tú pides por esa boquita, ¿sabes? Que yo controlo
lo que es todo, esta zona, toda esta vaina, esto es mío y de más naiden,
no es verdad, ¿Jimmy? ¿Ah, Jimmy? Este quetaquí es el pana Jimmy.
Pasa que está un pelo achantao, el chamo, hoy. Pero tú le dices igual,
¿oíste? Mira, pero vente pa’cá: vamos a hablar los dos solos, vale... no
seas tan tímida... esa sonrisita, jeje. Qué belleza, Dios mío. Pol mujeres
como tú. Jeje. Mira: ¿vamos a echar una bailadita, un día de estos?
Vaya, así, apretujaditos, mami, rico. ¿Sí va? Porque lo que soy yo, no me
voy a quedar así, picao, qué va: yo tengo que verte. Oye, la vaina es así:
yo y el pana Jimmy tenemos una vaina que hacer. Sí. Un transeo, una
vaina. No preguntes. Vaina de hombre. Pero bueno, tú y vaina, no sé.
Si quieres me dices y verga, y nos vemos más tarde. ¿A comer helados?
No, no, qué güevonada es. Vamos a bajarnos unas bombonas de Anís
es lo que es. Y nos fumamos una vaina, tranquilitos los dos... ¿Ah, no
fumas? Bueno, tranquila, así me gusta, una niña de su casa, jeje... Mira
mi dulzura: vete para tu casa, te descansas, te peinas, te arreglas, y yo
paso en más rato. Cuando salga de esta vaina. Nada, tenemos que ir pa’
Chacaíto un pelo. Nada, chica, en tres horas, no sé. Tú vete pa’tu casa y
ya, cuál es la preguntadera. Vaina con las jevas, no joda. Ya. Quedamos
así. Mira, pero nos vemos abajo del rancho, ¿oíste? Que yo no quiero
andá subiendo pa’ningún lado. Epa, ¡y mira! Si tienes una amiga pa’l
pana Jimmy... jeje... ¡no, no, no! ¡Mentira! ¡Pajúo! ¡No me pegues, coño!
Nada, que el chamo es pargo. ¡Ay! ¡Mentira! ¡Tabién, tabién! Coño,
déjame, güeón... era jodiendo, verga... Nada, miamor, nos vemos por
allá, ¿oíste? Vaya... muá... un besote. Uy, cuando te agarre... jaja, muá.
Sssst. No joda, estás agüevoniao, Jimmy. Vámonos. Muévete.
Y entonces, como te decía. ¿Quera lo que testaba diciendo? Ah.
Que así son las jevas. Tienes que consentirlas, yow. O sea, una de galán,
tampoco, pero verga, si andas con esa cara de frustrao, nadie te va
querer. Pero jamás de los jamases. Tienes que olvidarte desa jeva, Yow.
Te lo digo yo aquí, que soy tu llave. No puedes seguir así, todo callao, y
vaina. Alégraten, no joda. Capaz que nos bajamos ahí del carrito y
vienen un par de reviraos y nos quiebran a los dos. ¿Ah? Siempre pasa.
Sean visto caso. ¿Noes verdá? Entonces. El pobre Jimmy. “Pasó los
últimos tres hora de su vida amargao”. No joda. Así te lo van a poné en
la tumba, güeón. Vas a beber curda de muerto, pero arrecho todo el
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Willy y Jimmy
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Sí, pajúo, ando enyerrao. Pregunta, güeón. Pregunta por el Willy. Vete
ya, antes queme arreche. Chofer de mierda. Vámonos, Jimmy.
Este sies arrecho. Andá revirándosele a un malandro. Ta loco.
Mira: dale, que ahí están los chamos. Dale, que nos vieron. Entrompa,
entrompa de una, en ese callejón.
Párate ahí, mamagüevo. Sí tú. Pasa de qué. Te vas a revirá tam-
bién. ¡Toma! Coñoetumadre. Hijo ‘e puta. Jimmy: controla a los otros
dos. ¡Coje patada por ese culo, mamagüevo! ¿ah? ¡Tuqui! Y otro.
¿Ahora qué? Levanta la cara, mamagüevo. Pin. Viste, estás sangrando.
¡Wujú! Ganador. ¡Jummff! Toma. Recibe más. Viste, Jimmy: le partí la
jeta... chamo, creo que vas a perder un ojo... qué vaina. Mira: ¡mírame,
hijoeputa! Para que sepas quién te hizo esto. Con los lacras no puedes.
Güevón. Ayy... míralo, como una mami, rodando por el piso... párate
pues. Jugador de básquet ni qué coño. Anda a jugar Barbie, marico.
¡Coje! Verga, hasta por la boca escupe sangre esta cucaracha. Me man-
chaste los zapatos, ¡cojiopoelculo! Kin. Y otro. Epa: ahí vienen los
pacos. Pilas. ¡Pilas, Jimmy! Agarra la caleta esa ahí. Te salvaste, coñoe-
tumadre. Da gracias. Si te vuelvo a ver te mato, pajúo, ¿oíste? Te mato.
Mucho cuidao. ¡Jimmy, dale! ¡Vámonos!
Uff. Le di rico a ese pajúo. Ah, ahora sí sonríes, ¿no? Te gustó...
jejeje. Verga, le saqué un diente al chamo y todo. Yo creo que ese pana
no va a jugar básquet en un rato... niel aro puede ver, ¡no joda!
Na’güevoná, lacra: cuando lo tenía ahí en el piso, mi llave, le di una
patada rico... le saqué el aire, pero bello. ¡El güeón estaba escupiendo
sangre! Jajaja... Mira cómo me quedó la mano: aquí fue que le metí al
diente. No joda. Dale pa’llá. Ahí están los puntos. Cuidando la plaza,
como siempre. Verga. Joda, Jimmy, le fueras dado tú también, güeón,
fueras visto, sabroso...
Qué pasó, mi llave. Todo fino, como siempre. Ahí. ¿Y qué dice el
otro? Me alegro. Bueno, pa’ que le des saludos de este par de dos. El
Willy y el Jimmy. Pa’ que sepa. Bueno, vamos a lo que vamos. ¿Aquí?
No mejor no. Vamos pa’ que la plaza de allá. Sí, menos control. Vaya.
Los árboles y todo. Jimmy: tú cantas la zona, ¿okey? Fino. ¿Esto? No,
nada. Unos lacras ahí que tuvimos que entrompar antes de venir. Jeje...
sabes cómo es todo. Sí, nada, aquí fue que le metí por la jeta. El güeón
me metió el diente... na’güevoná. Fueras visto cómo quedó. Todo
cortao y vaina. Bueno, pero qué vas a hacer, así es la vida. A algunos los
joden, ¿no es verdá? Ahí está. ¿Qué, qué te estaba diciendo? Ah, mira:
JRSJ
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Willy y Jimmy
bueno. Estamos aquí para arreglar un pelo las vainas. Y pa’ comprarte
una vaina también. Mira, coje ahí algo de lo que le debemos al pana.
Pero pa’ que vea que sí nos bajamos con los reales. Caleta ahí. Fino. Ah,
ahora sí estás contento, no joda. Jaja. ¿El que cobra no se va a alegrar?
Claro, así es. Verga, está burda de lo lacra esa gorra. Güevoná. Esta mía
se la quité a un chamo por allá por el barrio. ¿Ta fina, no? Eso. Bueno,
mira, entonces quedamos así. Le dices que vamos pagando pelo a pelo.
Pero uno siempre necesita sus reales para beber y vaina, ¿no es? En-
tonces, pelo a pelo. Jajaja. Vaya, y lo otro: para comprarte unas piedras
ahí. ¿No llevas? Verga... eso está grave, mi llave, gravísimo... ¿y ahora
cómo le hacemos? No, por el barrio cae, pero esa vaina tenemos es que
venderla. Además, los lacras por allá ponen esa verga muy cara, no joda,
si nos las fumamos nosotros, verga... tremendo mono. Qué va. Bueno,
qué carajo, será pa’ la próxima, yo como que tengo una caleta por allá por
la casa. Verga... nada, si lo que llevas es monte, dame entonces un poco ‘e
monte pa’ hacernos unas varas aunque sea. Vamos pa’l parque, que allá
fumamos tranquilo. O la plaza aquella. Vénganse. Dale, Jimmy. Ven-
te, güeón.
Nada, bueno, ¿qué te estaba diciendo? Está de pinga esta gunja.
Nada, tengo una jevita ahí esperando en la casa. Ahorita le caigo...
claro, ¿qué vas a hacer? Sabes cómo es todo. Mira: bueno, quedamos
así. ¿Le vamos dando, Jimmy? Vaya. Eso. Bueno, lacra, un abrazo.
Saluda a los ratas ahí. Ya sabes. Le dices que ahí estamos. Y bueno, pa’
la próxima, unas piedras, ¿no? Vaya. Pilas. Vámonos.
Ya vas a ver, rata. Esta noche hay rolo de rumba, mi llave, en la casa
del Jaykson. Sí. Un poco de anís, van a poner. Mira: entrompamos a las
mamis, ¿no? Yo voy pegao con esta de hoy. Directo pa’ la casa del pana.
Claro... Nada, tranquilo, yo tengo una caleta ahí. Nos fumamos eso,
unas birras y luego le pasamos por la casa. Está rica, ¿viste? ¿Y tú? Nada,
lo de la Crismar lo ves después. Hoy: pura bestialidá. Ese Jaykson mete
de todo, una locura, vas a ver.
Qué pasó, mami. Heeeeey. ¡Baja! Vaina con las mujeres, no joda.
En ninguna se puede confiar. Lo que te digo, Jimmy. Uno y que dul-
zura, y que mariquera y güevoná, y al final al que joden es a uno. ¡Ah!
Mira, ahí vienen. Nada, cállate. Ahora sí estás sonriendo, ¿no? Rata
pelúa. Jeje. Holass, mi amor. Taldaste un pelo, ¿no? Cuño... mira que a
mí no me gusta que me anden dejando esperando. Bueno. Nada, va-
mos pa’ casa de un pana, el Jaykson, ¿lo conocen? Burda de lo pana, la
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lacra esa. Vive por allá arriba. Vamos a pasá comprando unas tellas de
anís, eso sí. ¿Con Frigurt? ¿Te gusta esa mierda? Bueno. Qué carajo.
Tú eres la rrrrreina hoy. Yo sí lo que voy es par de dos bombonas tran-
cadas aquí. Por el pecha. ¿Qué pasó, Jimmy? Entrompa ahí, que mira
esta dulzura de mami que te traje aquí... te vas a quejar. No joda. El
Jimmy es un chamo muy fisno, te va a gustarrrr, tú vas a ver, bella, jeje.
Dame cinco bombonas de anís, y par de birras. Para ahorita,
claaaaaro. Fino. Cobra ahí. Jimmy, mamagüevo, no pagaste nada. Está
bien. Viste cómo sonríe, ¿mami? Es que este carajo... no joda. Vamos,
que la rumba ya va empezando... eso es temprano. Bueno, dile a tus
viejos que vas con el malandro mayor, que no se preocupen... cualquier
verga llamas de allá, no joda. Dale, que lo que vamos es a bailá y beber y
pasarla bien. Chao, señor Pedro... nos vemos mañana, si llegamos... en
este barrio nadie sabe, nunca se sabe. Pásame mi birra ahí, lacra.
JRUJ
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ááK~åÇ~åíÉ ÅμãçÇç
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Julia
Julia era el tipo de mujer que decía “cabello” en vez de pelo, para
evitar así cualquier referencia al vello púbico que ella pensaba ligado
indisolublemente a la palabra “pelo”. Esto producía un problema prác-
tico a nivel del lenguaje ya que “cabello” es poco usual y más largo que
“pelo”; sin embargo sus reflexiones del tipo “Mariela se cortó el cabello”
o “péinate el cabello” lo atribuía a un grado excelso de refinamiento y
buen gusto en vez de simple ignorancia e imbecilidad de su parte. Más
de una vez en una conversación intercambiaba las miradas con Mariela,
a veces ruborizándose y hasta soltando risitas, “No, José, se cortó el
cabello, el cabeeeello...” (pelando los ojos). Mariela sonreía. A veces el
pobre sujeto no captaba a la primera, y era increpado varias veces a
cambiar sus usanzas, nuestras amigas esperando transmitir, a través de
un énfasis en la pronunciación y un parpadeo de alarma (“cabeeeeello”)
que el personaje captara que se estaba refiriendo a un tema tabú en la
conversación venezolana.
Por las mismas razones, pertenecía Julia a la escuela del “cilantro” y
no a la del “culantro”. A pesar de referirse a dos ramas distintas, la abuela
de Julia le había explicado cuando pequeña que en Venezuela se decía
“cilantro” para referirse a lo que en otros países se conocía vulgarmente
como culantro. Con la misma lógica, las velas no tenían “esperma”,
SN
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como dice la gente grosera, sino “cera derretida”, y las espadas por su-
puesto que no se “envainan”, sino que se guardan. Julia no hablaba caste-
llano-venezolano, sino castellano-a lo Julia (“juliano” también sonaba
feo). La gente tenía “cara de rabo” o “cara de trasero” y existían “mujeres
de la vida alegre”, mas no putas. La señora que hacía las cachapas no era
“cachapera”, sino simplemente “la señora que hace las cachapas” y los
“hombres que bateaban para el otro equipo” eran “peluqueros” o “par-
gos”, lo cual ya era mucho decir. La risa nunca daba lugar a actos de mic-
ción o deyección, sino de muerte. La gente se “moría de la risa” y nada
más. A palabras embarazosas, oídos anticonceptivos, y Julia había erra-
dicado de su lenguaje cualquier fonema que pudiese lejanamente tomar
aires de grosería. Porque Julia era bien educada, tarbesiana y asidua a las
misas los domingos en la iglesia de Cumbres de Curumo.
En ese mismo sentido, sus amistades estaban condicionadas por la
omisión explícita de todo tema sexual, a pesar de permitirse ciertas ana-
logías o inferencias discretas: “Ayer no llegué a mi casa”, por ejemplo,
era perfectamente aceptable y podría suscitar un “¡Ay xsama!”, pero a
los ojos del círculo amistoso, ninguna de ellas había conocido —ni
conocería— los hoteles de la Panamericana, las casas de juguetes
sexuales o ciertas posiciones estrambóticas que sobrepasaban la tradi-
cional postura del misionero.
Julia tuvo cuatro novios antes de casarse con Andrés, y con sólo
uno llegó a mayores en el campo sexual, acto que la perturbaría proba-
blemente por el resto de su vida, especialmente porque, como decía
ella, “Si sólo se hubiese esperado un poquito”, le hubiese podido regalar
su virginidad a su esposo y no al pícaro romántico que la cortejó un año
antes. Si de algo sirve, siempre aseveró que no le gustó y que Andrés era
mucho mejor. Pero el daño estaba hecho: su esposo no conocería a
Juan, el novio inmoral, sino en una ocasión después de la cual se negó a
cualquier contacto. Juan no era “mala persona”, como decía Julia, y
Andrés lo sabía, pero no podía evitar experimentar una sensación de
primera finalista del Miss Venezuela cuando lo veía. Andrés estaba
convencido, por otro lado, de que Juan se reía de él, de que abrazaba a
Julia un poco demasiado amigablemente, y que les había dicho a todos
sus amigos qué tal era Julia en la cama solamente para ridiculizarlo. No
reaccionaba porque era “un tipo decente”, y no “un mugriento como ese
lambucio”. De todos modos, Julia siempre apreció el lado caballeroso
de Andrés, muestra de contención en la selva decadente caraqueña.
JSOJ
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Julia
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que a pesar de que la sala era grande los baños eran un poco pequeños
y los músicos cerraron la puerta después de robarse una botella de
güisqui, hechos ante los cuales prefirió la abuela hacerse la vista gor-
da y esperar hasta la mañana siguiente para ir a confesarse con el cura
de su iglesia.
Digamos que Julia siempre estuvo bien rodeada, con bastantes
amigos y familiares que la apoyaron en los diferentes momentos cuan-
do el puente de la vida tiembla y amenaza con lanzarnos al vacío. Julio,
Julito, la ayudó con todas sus relaciones, aconsejándola, hablando con
sus pretendientes y evaluando a través del juego de billar al que los invi-
taba su potencial y sus aspiraciones. En el sótano de la casa, luego de
tomar algunas cervezas y escuchar algunos de sus discos preferidos
(Queen, Marilion, Guns ‘n Roses, Maná) siempre podía saber por la
forma de golpear la bola si el personaje en cuestión era serio y firme o
dubitativo y esquivo. Julia nunca dudó de su apreciación ni de su tino
para detectar novios.
Ahora bien, Andrés había sido la excepción. Años después, cuan-
do la separación pareció ya inevitablemente en el horizonte, Julio con-
fesó, entre lágrimas, que había mentido. Esa noche fue a casa de sus
padres expresamente buscando a Julia, un poco bebido, algo sudoroso,
y recordó dolorosamente cómo Andrés había titubeado una milésima
de segundo antes de golpear la bola que él le había colocado al pregun-
tarle cuáles eran sus planes con Julia. Una milésima era lo que bastaba,
por menos había rechazado a otros pretendientes, lo único que pudo
subsanar la falla de Andrés fue su confesión de ignorancia en el billar
—algo que extrañaba a Julio en cualquier hombre— y su increíble
conocimiento musical, ya que era su profesión. “¡Me dejé comprar con
un disco de UB40! —exclamó con voz entrecortada por el llanto— ¡soy
una vil puta! ¡Y ni siquiera tenía Kingstone town!”.
Julio había jurado antes asesinar a alguno de los ex-novios de su
hermana. Suerte que sólo habían sido cuatro, pero Pedro, el segundo,
fue un “maldito” que provocó en Julio un impulso asesino que lo con-
dujo a la cocina en busca de un cuchillo. Sólo Julia pudo calmarlo (“¡No,
Julio! ¡Vas a ir preso!”) después de que le contase que había visto a Pedro
en un bar de Las Mercedes con otra chica, abrazado y bailando. La
familia de Julia debía respetarse. En este sentido, a veces Julia pensaba
en el presente y todo lo que le había pasado, sin poder entender lo com-
pleja que es la vida, sus decisiones y la situación en la cual estaba. Veía su
JSQJ
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Julia
historia, veía a todos sus novios, veía sus arrugas, ahora ya manifestán-
dose de manera inocultable, su juventud perdida y su belleza en des-
censo. ¿Cómo recuperar todos esos momentos, todos los cruces de
caminos? ¿Todos los “no” que debieron ser “sí” y viceversa? Desde hace
un tiempo, el cono que representa la existencia se le había ido cerrando
de manera vertiginosa. La vida había sido algo abierto, algo por descu-
brir, por manipular, por “vivir”, podía escoger y experimentar diferentes
decisiones y posibilidades. Ahora las cosas eran al revés. Ya Julia no
escogía, no exploraba, ella era esclava de su destino, de sus decisiones
infantiles y juveniles, de aquellos momentos en los cuales pensó escoger
algo sin medir las consecuencias. Esta noche, ante el espejo de su cuarto,
ante las arrugas que aparecían donde antes no estaban, ante la crema
para la piel y el maquillaje, se sintió sola, un poco deprimida, algo frus-
trada. Andrés había sido una de esas consecuencias.
Se preparó para salir. Probablemente irían a casa de alguien o a una
discoteca. Bailar la hacía sentirse mejor, la hacía existir, re-crearse, ser
vista. La idea la motivaba un poco. Y vería a Mariela, su compañera, su
mejor amiga, su apoyo. Una vez lista, se tomó un vaso de jugo en la
cocina y esperó la llamada de Mariela en la planta baja del edificio.
—¿Qué pasó, xsama?
—Bien, xsama, ahí estamos.
—Ay, gorda, te veo como triste, vale. No te preocupes, que esta
noche vamos a bailaaaar, y a rumbeaaaar, y nos vamos a conseguir un
par de tipos buenísimos. Tú vas a ver.
—Sí... oye, me estaba acordando ahorita de, o sea, de Pedrito, ¿te
acuerdas de Pedro?
—¿Pedro? Claro. Pero, ¿tú dices el Pedro de hace años, Pedro
Galíndez?
—Sí, sí... no sé, estaba pensando en él...
—No seas gafa, vale. Deberías pensar en el tipo con el que bailaste
en la discoteca la semana pasada. Estaba requetebueno.
—Sí, estaba bonito... no sé. No me llamó.
—Tranquila, seguro lo vuelves a ver por ahí. Caracas es un pañuelo.
—Sí, pero Pedro... era tan lindo... una vez me llevó para la playa y
me regaló unas flores en la Punta Los Caracas mientras veíamos el
atardecer...
—¿Qué? Gafa. Andas pensando en eso ahorita. Hace como cinco
años, eso.
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Julia
—Bueno, qué crees. Burda de mal. Esto del divorcio los tiene ma-
lísimos.
—Ajá... yo o sea, francamente, sabes que somos amigas, xsama,
pero, no sé... yo tengo una tía que también le fue rudísimo con el
esposo. Estuvo años y años calándose unas vainas, que si el tipo le
pegaba, le montaba cachos, no le daba plata... al final se divorció, pero
yo siempre dije que la historia sería otra si se hubiese divorciado desde
el principio. Que, o sea, que si no lo sientes, bueno, qué vas a hacer. La
gente se equivoca, ¿no?
—Bueno, sí. O sea, no es cuestión de equivocarse o no, xsama. Es
difícil, hay vainas con las que no puedes vivir. Cosas que, bueno que te
rompen por dentro. Yo no hablo mucho de eso, o sea, a nadie se lo he
contado, y ustedes son mis amigas.
—Y no tienes que contarlo si no quieres, xsama. O sea, no te estoy
preguntando por eso, ¿entiendes?
—Sí, no, o sea, yo sé, yo sé que eres mi amiga y que no me deseas
ningún mal. Pero xsama... tú tampoco sabes esto, Mariela —le dijo
Julia su amiga.
—No, yo qué voy a saber. Yo estoy callada porque sé que no te
gusta hablar la cosa.
—Nada, xsamas se los voy a decir, para que vean: la cosa está en
que llegué un día, de lo más tranquila, porque me había ido bien en el
trabajo y eso, y bueno, en la casa estalló todo.
—¿Te dijo que quería terminar?
—¿Se había ido con otra?
—No xsama, no. Dame otro cigarro, Mariela. La cosa es que,
¿dónde está el encendedor?, bueno, nada, que entre a la casa y tal.
—¿Y entonces?
—¿Qué creen? Se escuchaban unos ruidos en el cuarto. Y entré.
Pues nada —dijo Julia mirando hacia fuera por la ventana mientras
fumaba— lo encontré teniendo relaciones, eso es todo. Ahí mismo se
acabó todo. Le hice una nota, se la dejé en la cocina y me fui de la casa.
Sin más ni más.
JSTJ
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SV
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qué vas a hacer, pero estos chamos ya ni modales tienen. Es como los
que mataron al viejo por allá por nuestro barrio. Eso sí que no se hace. El
tipo sólo porque les dijo que no, y de todos modos no tenía, qué carajo,
sabes cómo está la vaina ahorita con las pensiones de los viejos y eso.
—Na’güevoná.
—Sí. Así mismo es. Para que tú veas. Entonces que verga le voy a
estar pidiendo yo. Lo peor es que estos chamos ni malandros son.
¿Nuestra época? Ahí sí tenías que fajarte, no joda. Nada de pistola y
mariquera. El que era malandro era porque giraba las manos, y nada
más. Ahora todos andan ahí, se compran una nueve que en cualquier
esquina la consigues, y se ponen todos malandrotes. Qué sí ju-ju: soy
malaaaaandro y verga. Mírame, una verdadera lacra... un firifiri ahí
todo flacuchento que si no fuera por la nueve, rumba de coñazos que le
doy. Y pegados en drogas, y vaina.
—Así mismo es. Pero qué vas a hacer. Porque esos bichitos son
maaalos que no tienes idea. Te dan tu tiro, loco. ¿Te acuerdas del Joche,
el del autobús anaranjado que también hacía mudanzas los fines de
semana? Ajá, bueno, tremendo tiro que le metieron. Estuvo meses ahí
sin poder ni moverse. Por cierto, está bueno el pollito, hoy.
—¿Hmm? Sí, está bueno. Sí, el Joche, porecito, tremenda jodida
que le echaron.
—Viendo a ver qué resolvía por ahí, buhonereando mientras se
recuperaba... le dio por ponerse a vender un libro ahí en la Plaza
Venezuela, se llamaba “No te comas mi queso” o algo así, el chamo y
que le iba a ir buenísimo... no joda. Terminó fue vendiendo los para-
güitas esos que te pones en la cabeza, que te quedan así, fijos como un
sombrerito.
—Coño, no seas bruto, esos son unos parasoles, güeón.
—Bueno, lo que sea. Yo no sé, nunca me lo compré. Lo que sí sé es
que no me voy a poner a que de buhonero, menos en la plaza ahí. No
joda, y el poco de carros, y vaina. El humero, fue horrible.
—Pero nada, pues así es todo, estos chamos no respetan ya.
—Qué vamos a hacer. Y ahora que quitaron Nuevo Circo, ¿viste?
—Sí, tremendo peo que nos tenemos armado. Yo no sé a dónde se
van a ir ese poco de choferes...
—¿La Bandera, no dijeron?
—Bueno, sí, pero esa vaina... no sé. Yo nunca manejé para el inte-
rior, de todos modos.
JTNJ
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—Yo tampoco. Pero esos tipos también nos van a trancar las calles,
tú vas a ver.
—Bueno, gente, yo lo que sé es que como me robaron, ¿verdad?
Alguien tiene que pagarme la comida porque yo lo que ando es
mamando...
—Verga, Chuíto, bueno, fueras dicho antes. Tampoco llegues así...
—Qué iba a hacer. Tenía hambre, no joda. Los chamos estos para
dárselas de chistosos me dejaron dos billeticos... como para una empa-
nada, no joda.
—Nada, coje ahí. Coño, pero ahora sí me tienes que pagar, porque
ando pelando yo también.
—Sí, sí, sabes cómo es todo.
—No, en serio, Chui, esta vez sí.
—Sí, chico, sí, ya te dije que sí. Nos vemos más tarde, de pronto.
—Suerte, doctor y mira: dale un coñazo a esos malandros la pró-
xima vez, no joda...
—Seguro. Cuídense, pues.
La tarde pasó sin mayores incidencias, aparte de la clásica pelea
con uno que otro conductor o con alguno de los pasajeros que acusaba a
Jesús de María de querer sobrepreciar los pasajes, ese tipo de cosas. Al
menos se ganó una buena tajada de dinero, el día era bueno y produc-
tivo, a pesar de todos los gastos que implicaba la unidad. Hacia el final
de la tarde se dispuso a manejar a casa de Pablo, darle el autobús para
que hiciera el relevo e irse finalmente para su casa. Cuando llegó a la
casa de su hermano, en el mismo barrio, la canción Los Orozco, de
Ricardo Gieco, sonaba por la emisora 102.3 FM.
—Coño, hermano, qué vaina más mala que usted escucha, déjeme
decirle —le dijo afectuosamente Pablo.
—Cómostálavaina, Pablo —respondió Jesús, dándole un abrazo a
su hermano.
—Bien, llevandóla. ¿Qué, cómo estuvo eso, hoy?
—Fino, bien. Me agarraron unos malandros ahí.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Bueno, como lo estás escuchando. No, y peor: se llevaron la
caleta, güeón.
—No joda...
—Sí, con pistola y todo, los coños de su madre. Y me robaron a los
pasajeros.
JTOJ
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JTQJ
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Andrés (interludio)
Vagaba Andrés por las calles de Londres en aquél otoño de 1989
con la misma energía y esperanza que todo joven licenciado suele llevar
dentro del pecho. Su vida sucedía, avanzaba, prometía y seguramente le
reservaba algo a lo cual aspirar. ¿Dónde más podía caer un ingeniero de
sonido que quería descubrir los pasadizos secretos de la música, los deci-
beles necesarios para grabar Dark Side of the Moon de Pink Floyd o los
efectos geniales de la guitarra de Andy Summers en Synchronicity?
Eran los tiempos de la vomitiva pop que reproducía patrones y
arrasaba con todo: el rock ‘n roll se había reducido a un puñado de
bandas que valían la pena y el reggae tenía tiempo convertido en melo-
días asceptizadas lejos de aquellos días de “War” o “Africa Unite”. Era
la invasión yanqui, Michael Jackson, Madonna y Paula Abdul en el
tope de las listas de ventas. Su melomanía se había reducido a la acepta-
ción resignada de Skid Row, The Cult, Living Colors y Fine Young
Cannibals. Sólo un par de discos de The Cure y REM podían detener
su convicción, cada vez más enraizada, de que el futuro musical estaba
usurpado por una jauría de banqueros que invertía su dinero y su mal
gusto en Milli Vanilli y Mike and the Mechanics.
Andrés sintonizó con abnegación la única emisora que transmitía
Every rose has it’s thorn de Poison, después de huir a los gritos de
TR
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Richard Marx y Debbie Gibson, para luego caminar por las calles llu-
viosas de los alrededores de Tower Hill vía a su cuarto alquilado por
poco más de cuarenta libras semanales. Caminó a lo largo de los rieles
del tren viendo pasar uno que lo aturdió con su ruido para después
tomar a la izquierda e internarse por las zonas residenciales a las cuales
pertenecía. Unos pakistaníes o hindúes (para él era lo mismo) estaban
reunidos en la esquina del edificio hablando bajo un techo y midién-
dolo con la mirada. Él le subió el volumen a su música y siguió cami-
nando hacia su apartamentico.
Saludó a Ian al entrar y le prometió la renta para el viernes, expli-
cándole que en el mercado el jefe aún no le había pagado. Ian hizo
algún comentario destinado a manifestar su descontento pero Andrés
no le hizo demasiado caso y sólo murmuró su comprensión y nueva-
mente alguna excusa. Tomó el corredor hacia su cuarto y dejó su morral
en el piso para echarse en la cama. Reflexionó y re-evaluó su situación;
la beca alcanzaba poco, sus pasantías habían sido muy decepcionantes y
francamente, cada día estaba más dado a la idea de que nunca podría
grabar a Peter Gabriel en el estudio Abbey Road. Se levantó, encendió
un cigarrillo y tomó su guitarra para tocar los acordes de Another Brick
in the Wall, parte dos, parte uno, todo se le confundía, a esta altura.
En ese momento miró su cama, como solía hacerlo, para ver cuán
lejos estaba de su meta intelectual: el pobre catre se despegaba sola-
mente unos centímetros del suelo, hecho frustrante para un autodi-
dacta que se había propuesto levantar el portento a punta de lectura.
Su formación como ingeniero eléctrico (en contra de su voluntad ya
que quería ser, y se presentaba, como “ingeniero de sonido”, a pesar de
que en Venezuela no hubiese escuelas de eso) fue obviamente un
monumento a la ignorancia, una redundancia matemática sin ninguna
referencia a las artes, a los libros, a todo aquello que un “ingeniero de
sonido” debería saber para tener algún tipo de sensibilidad. Abocado a
subsanar esta carencia, Andrés se inscribió ingenuamente en la Escuela
de Artes Armando Reverón, lo cual no lo dejó mejor parado. Rodeado
de hippies y drogadictos, pseudos artistas con buenas ideas en el mejor
de los casos pero con ninguna sustancia teórica ni deseo grupal de reu-
nirse a leer los clásicos, a discutir o a conversar, Andrés había dejado la
Reverón sin terminar el diploma, decidido a auto-formarse y a sacar su
diploma de sonido en Londres. Escuálida beca en la cartera, su plan fue
sencillo: leer todo lo que pasase por sus manos, Historia, Geografía,
JTSJ
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Andrés (interludio)
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Andrés (interludio)
alcanzaban, y que ese era su caso. Que el bolívar bajaba más rápido que
el Titanic y que prácticamente sería lanzado a la pobreza extrema en
unos meses. “So sad to hear that”, le respondió el profesor mecánica-
mente mientras se paraba para irse. Luego apeló a la cortesía inglesa
para hacerle ver indirectamente que tenía que venir a la hora a las clases
o reprobaría el curso. Andrés lo miró desconcertado, renunciando a
toda empatía posible de parte de su profesor. A estas alturas ya se había
acostumbrado, no era más que otra derrota, otro peón comido en el aje-
drez de la vida.
La mala suerte siguió el día que perdió su empleo en el mercado.
Su trabajo consistía en tratar de vender joyería de imitación a la gente
que pasaba por su kiosco diciéndoles que era verdadera. El dueño, un
hindú tacaño y refunfuñón, le exigía resultados diariamente, gritándole
las explicaciones que se suponía justificaban el producto, que no era
“defectuoso” sino que brillaba (o dejaba de hacerlo) de manera tan
extraña simplemente porque era plata importada de Egipto o quién
sabe dónde. “Aaaandrés, diles que es plata de tu país, ¿tú eres venezo-
lano? Entonces diles eso, que lo traemos de allá... ¡vender!”. Y Andrés
vendía. O trataba. O insinuaba que vendía, simplemente para salir de
las seis horas de trabajo. Al final, conocía prácticamente todas las obje-
ciones y cómo contrarrestarlas: prohibido morder las joyas, está opaca
por falta de pulitura, en Venezuela el sol quema las piedras preciosas,
no, no hay reembolso. Pero esa mañana, el jefe llegó molesto:
—Aaaandrés, ¿Qué has hecho?
—Nada, o sea, ¿cuál es el problema?
—¡Pues que le has vendido una pieza a un policía!
—¿A un policía?
—¿Qué, estar sordo? ¡A un policía, tonto!
—¿Pero cómo?
—¡Ese que está allá! —el jefe lo increpaba furiosamente y comen-
zaba a pegarle con la mano en el hombro— ¡El de traje azul!
—¿Y yo qué iba a saber?
—¡Estúpido! ¡Ahora me pide dinero! ¡Quiere cerrar el negocio!
—Bueno, lo siento... no se ponga bravo... no tiene que pegarme, yo
sólo traté de vender la mercancía, como usted siempre me ha dicho...
—¿Vender? ¡Pues tú ya no vendes nada aquí! ¡Fuera! ¡Botado!
—¿Botado? Pero es injusto... yo sólo...
—¡Vete! ¡No quiero verte más! ¡Irresponsable! ¡Inepto!
JTVJ
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Y así tuvo que partir Andrés, mientras los gritos de su jefe inun-
daban la cuadra tras él y los demás empleados lo veían, entre risas y
compasión. Al menos ese día llegó puntual a clases.
Por supuesto que las desavenencias se fueron multiplicando, espe-
cialmente cuando empezó a escasear el dinero en los bolsillos de Andrés.
Ian, el inglés que le subalquilaba el cuarto, empezó a quejarse constante-
mente cuando se enteró de la falta de trabajo de la otra mitad que pagaba
la renta, y le explicó enfurecido que él, Ian, iba a tener que pagar todo el
dinero del mes con sus escuálidos ahorros. Fue entonces cuando Andrés
hizo el último intento para sacar a flote su proyecto: tomó el poco dinero
que le quedaba, salió de la casa y volvió un poco más tarde con una gui-
tarra acústica bajo el brazo.
—Esta es la solución a todos nuestros problemas —le dijo orgullo-
samente a Ian mientras mostraba su nuevo implemento.
—Finally —fue lo único que contestó el inglés.
Ahora bien, la vida del músico es bastante difícil en el país natal,
mucho más en un país ajeno. El problema de Andrés era más que todo
el acento y su fenotipo mixto, entre latino y sajón, valga decir que era
blanco pero muy bronceado y pequeño como para pasar por un nativo
del Reino Unido. De esa manera, cada vez que se paraba en la mitad del
vagón del Underground para decir, “Ladies and gentlemen, for the
music”, mientras sacudía un vasito de plástico con monedas delante de
los usuarios, lo que recibía, la mayoría de las veces, eran insultos del tipo
“regresa a tu país, maldito inmigrante” o “anda a quitarle el dinero a los
tuyos”. Y al final, una de esas semanas, recibió un botellazo de una
banda de punks en Paddington que lo mandó directo al hospital y lo
dejó sin dinero. Pasó un par de semanas deprimido, y en cuidados
médicos, pues ya ni la guitarra tenía, a pesar de poder comer tremendo
“toad in the hole” todos los días, cortesía de la cafetería del hospital.
Tal vez fue durante esas semanas que decidió volver a Venezuela.
Tal vez fue más adelante. La única verdad es que de regreso, parado en
el medio de Maiquetía con sus maletas llenas de libros, discos e ilu-
siones rotas, se dio cuenta de que era la segunda vez que abandonaba
algo, que no terminaba una formación o un diploma. No le dio mucha
importancia al asunto, y decidió reintegrarse rápidamente a la vida
latina que había dejado atrás. Conocería a Julia unos meses más tarde,
en una discoteca de la Plaza Venezuela.
JUMJ
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José Luis
Salgo de la casa a eso de las siete de la noche, para encontrarme con
los amigos en casa de un contacto, antes de ir a la rumba de hoy. Mi
radio reproductor, sintonizado fielmente en la Mega 107 FM, escupe
una canción de Gin Blossoms, Hey Jealousy que Polo Troconis decidió
pasar. Investigando otras emisoras, ratifico mi fidelidad a La Mega: la
92.9 se contenta de tratar de competir pasando Me late del grupo
argentino Los Pericos.
Un poco más temprano, después de salir de clases, fui al gimnasio
para mi entrenamiento con Mike. Hicimos espalda y tríceps, lo cual es
una excelente combinación para el viernes por la noche, ya que los
brazos se te hinchan y puedes marcar tu figura esbelta pero definida
con una buena franela CK o A|X Armani Exchange. Mike me invita a
una discoteca nueva que están abriendo donde él conoce al portero,
pero tengo que rechazar la oferta, Gabriela, María Alejandra y Valerie
me esperan en la fiesta. Mike me presenta a una nueva modelito que
está comenzando en la Hermann’s: buen cuerpo, glúteos firmes, pero
un poco carente de personalidad. Me dice que probablemente esté el
año que viene en el Miss Venezuela. Todas dicen lo mismo. Un poco
cansado, y con algo de dolor de cabeza, tomo su teléfono y lo anoto en
mi agenda electrónica mientras me tomo un Gatorade y un par de
UN
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José Luis
—Ajá.
—¿Y entonces, qué, van más tarde?
—Claro —respondo, un poco cansado, las preguntas de Milos
perturbándome. Seguro va a querer venir con nosotros.
—Está bien. Bueno, primero lo primero: prueba ahí —me dice
Milos, pasándome un billetico de un dólar enrollado y apuntando hacia
la mesa. Carlos y Pedro sonríen.
—¿Y qué tal?
—Uff. Está buena.
—Jajaja —dice Carlos, aplaudiendo— ¡yo sabía que esto era lo que
le faltaba al pana!
Pienso un poco, no sé en qué, la cocaína subiéndome al cerebro y
produciendo sensaciones mezcladas: algo de euforia, algo de risa, algo
de confianza. Trato de ordenar mis ideas.
—Hmm. Cuánto.
—Bueno —responde Milos— ya le dije a los chamos. Ustedes se
pondrán de acuerdo.
Me levanto y voy hacia el balcón, un espacio magnífico que da
hacia la plaza. Tremenda vista que se gasta el Milos. Campaneo un
güisqui que me sirvieron —Etiqueta, si mal no me equivoco— y trato
de enfocarme en la noche que voy a pasar con las muchachas en la
fiesta. Estoy sudando un poco.
—¿Y entonces, qué más? —me pregunta Carlos, tomando un
sorbo de su güisqui.
—Bien, todo bien, ahí —respondo, viendo siempre hacia el hori-
zonte. Maldita chaqueta Hard Rock.
—Por ahí vimos a la Gabriela Recanatti. Estuvo preguntando por ti.
—¿Hmm? ¿Por mí? —digo, dejando entrever una ligera sonrisa.
—Jeje... sí, rata. Sabes que en la tarde no estabas, y ella se apareció
con Valerie en la feria —me dice Pedro.
—¿Y entonces?
—Ah, ¿estás pendiente?
—Bueno, bueno... puede ser...
—Jaja. Tranquilo, men. Que eso lo matas hoy —me dice Pedro.
Por fin alguien que es de verdad pana en esta vaina.
—¿Sigues en el Spinelli? —me pregunta Carlos, viendo mis bíceps
con algo de celos.
—¿Eh? Sí, claro. Full durísimo todos los días.
JUPJ
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José Luis
rock. A las mamis les gusta, sin embargo. Pregunto, gritando por
encima de la música, si Pedro no tiene Matador de Los Fabulosos
Cadillacs o Mal bicho, en el peor de los casos. Pablo responde propo-
niendo una chaborrada de Aerosmith, Get a Grip (nada sirvió en ese
grupo después de Pump y Permanent Vacation). Pido Jeannie’s got a gun,
pero Pedro pone Livin’ on the Edge, qué carajo. Me recuesto del asiento
y enciendo un Marlboro Light.
Llegamos relativamente rápido, y creo que la cosa no fue muy
buena idea porque es demasiado temprano para que los “Tranfor”
salgan. Sin embargo, después de recorrer la Libertador un par de veces,
desde la Tío Rico hasta el elevado que baja hacia la Plaza Venezuela o
sube por la Andrés Bello, conseguimos unas cuantas, entre escondidas
y expuestas en medio de los kioscos y los árboles alrededor de Pdvsa La
Campiña. Los “Tranfor” siempre me han fascinado: creer que sean
hombres es muy difícil, hay alguno/as que son unas verdaderas mamis.
Hasta cuerpo tienen. Después de un par de líneas más en el carro,
Pedro cambia el casete (aleluya) y pone Silverchair, el disco Frogstomp,
por lo menos. Tenemos que tener cuidado, estas tipa/os se pueden
poner violentas. A un amigo le lanzaron una papa con hojillas Gillete,
lo cortaron todo. ¡Una papa con hojillas. A quién se le ocurre! Me pre-
gunto dónde guardan esa vaina. Lo más probable es que estén armadas,
de todos modos. Pedro nos dice que tiene un revólver en la guantera,
por si acaso. El atorrante este vuelve a poner Tomorrow después de
devolver el casete.
—Mira, oye, ven acá —pregunta Carlos, en el asiento del copiloto.
La “Tranfor” se acerca, dudando un poco. Supongo que no tenemos
cara de clientes normales.
—Ajá —dice, quedándose a unos metros de distancia.
—Ven acá, vale, no te vamos a comer...
—¿Qué quieren?
—¿Cuánto por los tres de nosotros? —dice Carlos, sin mostrar las
manos, donde esconde el fosforito. Esto hace que la “loca” se ponga
sospechosa, aparte de lo tonto de la pregunta. Habría que ser estúpido
para montarse en un carro con tres chamos.
—¿Qué?
—Que vengas acá... ¿cuánto por los tres? —vuelve a preguntar
Carlos. La “Tranfor” duda un poco, arruga la frente, y en ese momento
Carlos, sin esperar, enciende el fosforito y se lo lanza.
JURJ
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José Luis
JUTJ
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Willy y Jimmy
¡Vaya pal de bichitos! Qué pasó. La casa de Jaykson estaba prote-
gida por una gran reja, que dejaba entrever la fiesta adentro pero que
impedía el paso a los indeseables, especialmente la policía. Willy,
Jimmy y las dos muchachas subieron las escaleras de la entrada a la casa
y llamaron a la gente de la fiesta. ¡Cuuuño! ¡El par de dos! Mírame esto,
Jaykson: el Willy y el Jimmy. Vaya, lacras, pasen. Epa, ¿y estas mamis
quiénes son? Cuidado, bichito, que eso no es pa’ ti. Jeje. Claro que no,
yo sólo quería ser amable, rata, no te me sulfures. Sulfures. Mírame al
maricón, este, ¿ah? Mamagüevo. Bueno, ya, pasen antes de que me
arreche y les tranque esta mierda.
Qué pasó, yow. Comostalavaina. Aquí, llevandóla. Como siem-
pre. ¿Y qué? Ponte una musiquita ahí, negro, pa’bailar... mira esta pre-
ciosura que traje aquí, no me la puedes dejar así, ¿no? Eso, mami, jeje.
Oye, todo el mundo: esta belleza que está aquí se llama Cris-ti-na...
Cris-ti-nita, y el que me la toque, bueno, ya sabe, se las va a tener que
ver con el Willy, estequetaquí. Mucho cuidado, mamagüevos to-
dos. Mira cómo sonríe, mi dulzura. ¡Ahora ponme ahí Los hermanos
Lebrón o Alberto Canales, no joda, que vamos a mové el esqueleto!
Oye, Jimmy: ¿qué güevoná con el Willy? Está como raro... Raro,
mamagüevo, raro serás tú, no joda. No, yow, en serio. Nada, yow, tú
UV
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deja al Willy tranquilo, queso noes problema tuyo, ¿oíste? No, pero yo
digo, o sea, me preocupo, lo veo así. Bueno, yow, sabes cómo es todo...
uno siempre anda preocupao... sino te agarran los pacos, entonces siem-
pre están los otros, las lacritas de allá arriba... uno no dura en este
negocio, sabes. Bueno, pero ya, ustedes están apadrinaos por el Pancho.
Tranquilo ahí. Sí. Pero esa vaina no es así. Tú porque andas en tu lacreo
ahí con los carros y la vaina, y bien, pero nosotros sabemos cómo es
todo. Sí, rata, pero también mueves unos reales que yo no muevo, yow.
De bolas, pero eso es parte del riesgo, güeón. No sé, primo, pero si vas a
andá por ahí en una sola de preocupación y tal, que mierda. Yo, no,
güeón, yo ando en una de relajao, tú me conoces, pero de pronto el
Willy no es así. O de pronto tiene tiempo sin meté la yuca, qué sé yo,
poreso es que anda saltando arriba de la pobre jevita esta como si fuera
un desesperao.
Epa, Willy: vente, tráete a la jevita que vamos pa’ la terraza a darle a
unas piedras, yow. Oye, pero que farta de respeto, primo, tú no ves que
esta belleza, esta durzura, no fuma, es una chica de bien, güeón. Bueno,
nada, entonces dile que se quede aquí. Oye mami, ya vengo, ¿oíste?
Nah, vale, coye, no me pongas esa carita, mi reina, si yo lo que es que
vengo ya...Tengo que resolver un par de vainas con estos ñeros...
Cualquier cosa tú gritas y yo estoy ahí, sabes que sí. Aquí no te va a
pasar nada, mami. Estás con los planes. Tómate una de esas mierdas,
¿cómo es? Frigurt con anís. Eso. Vete pa’ya, échate unos palitos y yo ya
vengo, ¿oíste? Quedamos así. Vamos, Jaykson. Dale. De una.
¿Y entonces, cuerda de güeones? Qué pasó, lacra. Sácate la piedra
ahí. Verga, pero tú, no joda, siempre fuma que fuma y nunca compra,
no joda. Coño, yow, estamos aquí, todos los lacras, y te vas a poner
Popy también. No, maricón, noes que mesté haciendo el ruso, pero el
abuso para otro lado, ¿oíste? Bueno, ya, Willy, tamos en casa del pana
Jaykson, es su rumba, él puso la casa, ahora fumamos todos y listo,
¿bien? Verga, Jimmy, tú de verdá que, no joda. Ni que fuéranos millo-
narios. Dale, chico, dale ahí. Saca la verga, no joda.
Ves, ya te sientes mejor, yow. No tienes que andá con el revire,
yow, si sabes que estamos los lacras aquí. Bueno, yow, pero yo digo,
verga. Nada, no digas nada, lacra, cuando sabes que si llegan a bajar los
de allá, los bichitos, bueno, aquí están los de nosotros. El Jaykson, el
Jaboncito y Cara’eperro. Eso es todo. Altos planes. Le pedimos al
Pancho unas de fuerza y güevoná unas pistolas, una metralleta, ¡una
JVMJ
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Willy y Jimmy
bazooka, yow!, y eso es toddy. Ahí. Los cinco malandros mayores. ¿Es
o no es? Vaya. Claro que sí.
No, güeón, y entonces nos bajamos del carrito, ¿no? Y el Willy me
dice y que, vamos a entromparlos de una, yow. ¿A los chamos que reco-
gían dinero en el carrito? Sí, yow... Coño, Willy, alta rata, ¿no? Los
chamos que andan y que tratando de salir del barrio, y mariquera... Y
que no al malandreo y la violencia, que me den el dinero y güevoná, pa’
no dañarme la vida. Esos mismos. No joda, primo, fueras visto la can-
tidad de billete que esos carajitos recogen, yow. Y las galletas, horribles,
yow, yo las probé. Un paquetico así, chiquitico. Y todo el mundo ahí y
que, dame uno, no joda, dame diez, toma todos los reales. Verga,
asaltas el carrito y sacas menos plata, convive. ¿Y entonces qué? Bueno,
nada, nos bajamos ahí detrás de los chamos. Pero los bichitos no eran
güeones. Ya estaban dateados. Claro, yow. Sabían que veníanos ahí.
Bueno, una de correr, rata. Y yo que estoy como viejo pa’ la vaina.
¿Viejo? No joda, lo que pasa es que te pones a jalar demasiado, yow. De
bolas que si los chamos eran deportistas que los reales pa’ los uniformer
y tal, coño, de bolas que no los vas a agarrar. Mamagüevo, yo corro que
jode. Sí, cuando tienes a la policía atrás, maricón, pero pa’ alcanzar a
alguien es otra verga. Nada, pajúo, los alcancé igual, pregúntale al
Jimmy. Tuvimos que darle rápido, un concentradito ahí porque está-
banos en plena calle, convive. ¡Verga! ¿Con la gente ahí? Sí, yow, ¿qué
vamos a hacer? Y que, discurpa, chamo, vamos pa’ya al callejoncito que
te voy a caer a coñazos y no quiero que me vean, yow. Porfa. Ni de
verga. Ahí mismo, en una callecita, pero bueno, pa’lante.
Bueno, yo tenía la nueve. Pero no iba a estar como un cagao ahí,
robando a unos carajitos con una nueve. Eran tres, yow. Y burda de lo
grandes, jugadores de básquet y güevoná. Igual los entrompamos. Le
dije al Jimmy que cuidara a los dos chamos ahí con la nueve mientras yo
entrompaba al más grande, que se las daba de jefe, y mariquera. Alta
rata, pero lo destruí, completico, yow. Me lo comí con papas, convive.
Hasta le quité la gorra esta que tengo en la cabeza, pa’ que veas. Los
coñoemadres no se visten mal, no joda. Tremendos Air Jordan y todo.
Lástima que el coñoemadre era burda de lo patón, el zapato me que-
daba grandísimo. Se lo dejé, qué carajo, pero lo ques reloj y la plata,
tumbao. Fueras visto, me cuadré a lo Tayson: pin, pin, combinación
mortal, primo. Pilla, pilla: cuatro coñazos, pin-pun-pan, y el hijoeputa
fue pa’bajo. No joda. Fueras visto la redoblona de patadas que le di en el
JVNJ
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piso, yow. Jaja. El pana tenía el ojo que no podía ni ver, papá. Hinchao,
así. Después le dejé al Jimmy que le metiera también, por no dejar. A
los otros no les hice nada, si no no iban a podé ni cargar a su amigo ahí.
Impresionante, yow. Directo al hospital. Oye, tú lo que eres es senda
lacra, yow. Unos chamos ahí. Oye, güeón, el que no hace le hacen, ¿no?
Jaja. Ratica. Mira, yow, ¿vamos pa’ dentro? Las mamis seguro están
ladilladas ahí todas solas.
Vaya miamor. ¿Te hice falta? Sabes que sí. Vaya: ponme ahí un
Eddy Santiago, rata. Vamos a menear, mami. Uyuyuy. ¿Todo fino,
mami? Verga, ya veo que te caíste a Frigurt de ese tuyo. Na’güevoná de
aliento, no joda. ¿Cuántos te bebiste? ¿Cuatro? Verga... me voy cinco
minutos y te arrebatas ahí con anís. Jeje. Eres una dañada también...
Claro, todos estamos en la misma. Vaya, déjame agarrarte así. Uy.
Saboooroso. Apechugaíto así. Vuertica... Fino... Cuño, bailas bien,
mami. Cristina, ¿no? Mira esa sonrisita, vale... Tenemos que hacer esto
otra vez, ¿no, mami?
Bueno, yow, tú como que estás agüevoniao, no joda. Verga, ya casi
me vas a pedir que te lleve la jeva pa’la cama y güevoná. No joda, Jimmy,
¿sigues con el despecho? Tremenda mami, yow, eso sí te digo. Yo no
voa pela’ este voche. Estoy ahí, lanzando mis piedras pelo a pelo,
porque la chama es de bien. Ni siquiera fuma. Te digo que hay gente
aburrida en esta vaina. Los güevones creen que tienen chance de salir
del barrio porque “no fuman” y mariquera. Porque son de bien, y tal.
Que yo sepa, pa’ la policía, nosotros todos somos gente del lacreo. Esos
no andan que si este viene de la casa tal, que si este no fuma y mari-
quera. Fuera por esos perros nos echarían una bomba a toditos para
exterminarnos. Pero bueno, cada quien con su güevoná. No critico. Si
la chama cree que es de bien y que va a salir de abajo, bien. Ojalá. Va a
terminá como el papá, que si manejando un carrito y vaina. Cada quien
escoge su futuro, yow. Nada, te pones en un carrito y después llegan los
lacras de verdá y te quitan hasta la caleta, ¿es o no es? Cada quien con su
lacreo. Bueno, pajúo, ¿pero entonces te vas a poner con la jeva o qué?
Yo voy a entrompar de una, en el sofacito de la esquina. De pronto nos
ponemos en una de dominó.
Entonces, mami. Sabes que estás con el lacra mayor, ¿qué tal? No,
yo no hago nada malo... sabes cómo es todo. Hay que buscar los reales.
Tú porque estás con tus viejos, y de pinga. ¿Qués lo que haces tú?
Estudiando. Bien. Dale al cerebro. Dale duro. Yo también lo voy a
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Willy y Jimmy
poner a trabajar, pero con este anís que está aquí. Jeje. Cada quien con
lo suyo. Yo no critico. Puro respeto. Qué bolas. Yo, con una jevita estu-
diante. Quién lo fuera pensado. ¿Y después? A ayudar al viejo con el
carrito, ¿no? Y mira, ¿eso da plata? Claro, de bolas que yo sé que no te
va dar buuuurda de plata, ¿no? Pero bien, ¿no? Claro. ¿Cuántos son
ustedes? Verga, está bien. Nosotros vivíanos como veinte en un ran-
chito por allá arriba. Bueno, como quince pues, no te voy a decir todo el
mundo uno por uno, pero éranos un viaje. Un solo lacreo. Pero nada.
Claro, que mi viejo tampoco era chófer, como el tuyo. Nada más de ver
que tú vives allá en los escalones de abajo, bueno, sabes cómo es todo
aquí. Pa’rriba va lo más malo, lo peor. Allá en la pata son los bien, el
concejal ese, la mamá del diputado no sé quién y la gente que le echó
bolas bien. Bueno. Nada, mami, no me pongas esa cara, vale. Pura rea-
lidad es lo que se vive aquí. Más nada. Mira, ¿y tú y yo qué? ¿Ni un
besito, vale?
Willy, mira Willy: por ahí te andan buscando. Ya llegó el ñero este
a interrumpilme. Güeón, que te están buscando, vale. ¿Buscando? ¿A
mí? ¿A esta hora? Nah, tu loquestás es loco, yow. Bueno, güeón, yo no
sé, pero ahí hay un bicho con un bate de béisbol en la puerta questá
burda de lo berriao, y dice y que anda buscando a la Cristina, ¿esta jeva
no se llama Cristina?, la que anda con el Willy, el gordo. Semerenda
güevoná. Lo que me faltaba a mí. Ya voy, pues. No vayas a abrir la
puerta, ¿oístes? Yo voy pa’fuera. Y tranquilo, que no va a pasar nada. Lo
que pasa es que ahora todo el mundo se la da de malandro y güevoná.
Bate de béisbol. Qué mariquera.
Qué pasó, señor El Chófer. Epa, pero ya va, bájame el tonito, que
yoa usted no le he hecho nada, convive. Respeto pa’ llá y respeto pa’cá.
Así es como funciona la verga. Tranquilo, yow, deja de gritá que no
vamos a llegá nada. Mira que será mucho chófer y güevoná, pero aquí
arriba nadie te va a salvar. Aquí estas leyes son es las otras. La Cristina
está es bien, tranquilo... tá allá dentro, mira. Nada, pero cuál es el revire,
si lo que estamos es todos aquí en una de bien, musiquita y bueno, vaci-
lando, ¿usted no vacila de vez en cuando? Ah, entonces. Nada, ¿pero
vas a seguir con el aplique? Yo no le hice nada. Ahora vas a decí y que
me la llevé, cómo se dice, secuestrada, y verga. La chama vino solita, en
una de vacile porque sabe quiénes son los planes. Bueno, si no puede
salir, ya, me lo dice y listo. Yo no le hice nada. Ella vino solita. Porque
quiso. Maykel, deja salir ahí a la chama, yow. Aquí está “su papá” que se
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Julia
Las muchachas pasaron buscando a Erika por su edificio de Colinas
de Santa Fe. Atravesaron la alcabala, donde el vigilante les preguntó
pícaramente hacia donde iban para luego hacer un intento ridículo de
obtener sus números de teléfono. Mariela y Claudia se quedaron en el
carro mientras Julia fue a anunciarse con el vigilante del edificio.
—¿Para dónde va, señorita? —le preguntó éste.
—Edificio 52-B, casa de los Méndez.
—¿De parte?
—Dígale que es Claudia —respondió secamente, ya que nunca le
gustaron los vigilantes. Miró hacia adentro de la cabina de vidrio ahu-
mado: había un pequeño televisor blanco y negro, una revista Gaceta
Hípica y una caja de cigarrillos. Al lado del vigilante, un café a medio
tomar reposaba en un vaso de plástico.
—Qué ladilla esta vaina —empezó a murmurar éste, para luego
dirigirse a Julia—. Mira, mi amor, espérate aquí un momento, que el
intercomunicador está malo. Voy a subir al piso uno donde hay otro
acceso a ver si sirve. Quédate aquí, y si llega alguien les dices que el vigi-
lante ya viene, ¿okey?
Ella asintió con la cabeza mientras seguía al vigilante con la
mirada. Tenía aspecto demacrado, cansado y no se veía entusiasmado
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con su trabajo. Julia pensó que tampoco ella lo estaría si tuviese que
quedarse despierta toda la noche esperando a la gente que regresa de
rumbear, o a los ladrones, en el mejor de los casos. Poco después el vigi-
lante volvió con Erika a su lado, sentenciando, “Aquí está”, y señalán-
dola con la llave que tenía en la mano derecha. Ya de vuelta en el carro,
enfrentaron las críticas de una Mariela que fumaba al borde de la his-
teria (“No es posible, xsama, te dije que te fueras a casa de Claudia, esto
no es un taxi”) y trataron de calmar a Claudia, que se había dado cuenta
de que había olvidado su nuevo rímel, echándose el viejo por simple
costumbre (“Es que sabes, cuando tienes una rutina ni te das cuenta, yo
tenía el rímel nuevo en la cajita sobre el tocador pero se me olvidó
abrirlo, y me eché el viejo, por costumbre, como les dije, ahora me veo
horrible...”).
Llegaron a la fiesta un poco más tarde, luego de reconfortar a
Claudia y calmar a Mariela. Dentro de la casa, fueron presentadas al
cumpleañero y se instalaron rápidamente en una de las mesas que había
en el patio. Las mesas estaban un poco lejos de la música, pero así
podrían conversar mejor con los galanes que seguro conocerían. Julia
recordó a las muchachas, especialmente Mariela, que tendrían que
tener cuidado con la bebida ya que no debían excederse. “Tranquila,
xsama”, fue la respuesta.
Poco a poco la noche fue entrando en calor, especialmente con los
invitados que iban llegando, todos bien arreglados y perfumados, salu-
dando a las muchachas cortésmente. La conversación se fue ameni-
zando alrededor de la mesa, donde unos buenos prospectos habían
decidido instalarse, atendiendo a todas las necesidades de las mucha-
chas y haciendo que Mariela chillase de emoción.
—¿Entonces tú eres Alberto? —preguntó Erika con una sonrisa.
—Sí. Alberto Rojas, estudio Ingeniería en la Santa María.
—Ah, qué bien... ¿y tú?
—Encantado de conocerla, yo soy Henry de Souza, publicista.
—Ah, ¿ya te graduaste?
—No, no. Yo estoy estudiando en el Nuevas Profesiones.
—Me parece muy bien... yo soy Erika, y estas son Claudia, Mariela
y Julia.
—Encantado. Gusto en conocerla. Muáj —los besitos tradicio-
nales corrían alrededor de la mesa.
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—Sí, ajá. Bueno, muchas gracias, y que estén todos muy bien.
Buenas noches.
Chuíto tuvo que tocar la puerta de Pedro el bodeguero varias veces
antes de que lo dejaran entrar.
—¿Qué pasó, Chuíto, todo bien?
—Bueno, más o menos, Pedro, más o menos...
—Estás como más flaco, caramba...
—Sí, puede ser... mira, Pedro, si te estoy molestando a esta hora,
no es precisamente para discutir mi peso... tengo que preguntarte algo,
a ver si me ayudas...
—¿Qué pasó?
—Mira, ¿tú viste hoy a mi hija por ahí?
—¿A Cristinita? Sí, por la tarde...
—Ajá. Porque sabes qué, no la consigo, vale.
—Ah... Bueno, tú sabes, andaba con el Willy y el Jimmy. Les
vendí unas bombonas y unas cervezas. Iban para una fiesta.
—Oye, ¿no sabes dónde?
—Sí... Dijeron que iban para casa del Jaykson, el chamo ese que
trabaja con la chivera y los carros robados, sabes.
—¿El Jaykson? Verga... Coñoelamadre...
—Chuíto, pero ten cuidado, ¿sabes? Esos chamos son malos...
Nunca sabes cuándo te van a salir con una vaina.
—No joda, Pedro. Yo crecí en un barrio, si hay que dar coñazos, yo
los doy, cuando estos chamos están yendo yo ya estoy viniendo, ¿oíste?
—Bueno, espero que sepas lo que haces... Pero si yo fuera tú,
bueno, no me voy solo para allá...
—¿Qué, vas a venir conmigo?
—No, Chui, no. Sabes que a mí me conocen, yo tengo mi negocio...
—Ahora vas a decir que le tienes miedo a esos pelaos, vale.
—Miedo, no, pero no quiero tener problemas, ¿sabes? Yo no
puedo andar teniendo culebra con esos chamos, cada quien en lo suyo...
Mira, como yo sé que tú vas a ir igualito, mira, para que no digas que no
te ayudé, llévate este bate de béisbol, por si acaso. Uno nunca sabe.
—¿Bate de béisbol? Bueno, si tú dices... Gracias.
—Sólo espero que me lo puedas devolver, Chui. Suerte, y cuidado
por ahí.
—Gracias, Pedro. No te preocupes, vale, tú vas a ver.
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Andrés
Él nunca tuvo problemas sexuales. Su ejecución del acto pasó, como
en el caso de todo hombre, de lo idílico/esperado/deseado, a lo actual,
valga decir que nunca fue tan bueno como hubiese querido ser, ¿pero
acaso alguien lo ha sido?
Recordó cómo, en alguna etapa de su pre-adolescencia, encerrado
en el cuarto de algún amigo discutiendo las proporciones de las compa-
ñeras de clase y las diferentes posiciones en las cuales las disfrutarían
algún día, afirmó —y creyó— tener capacidades regenerativas y libidi-
nales casi infinitas.
—¿Y la hermana del Juan? —le preguntaba su amigo— ¿cuántas
veces te la echarías?
—Jeje... no sé... cinco, seis veces en un día —había respondido sin-
ceramente y del corazón.
—¡Seis veces! No juegue, chamo, rolo de quesudo...
Y la vez que llegando de un partido de futbolito, su amigo Roberto
lanzó a modo de comparación: “Estoy tan mamado que ni que viniera
aquí la hermana de Juan en pelotas le echo bolas”, y Andrés replicó
explicando que en esas lides había que sacar fuerza de donde fuera, que
ese tipo de argumentos no contaban, y que aunque viniese agotado
luego de cinco años peleando en la guerra de Vietnam, sacaba las fuerzas
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de donde no las tenía, porque la hermana de Juan, bueno, eso había que
verlo ¡Dios mío!
Pensó también en el rumbo accidentado que habría de tomar du-
rante la adolescencia, intentando, explorando, invitando a salir a las
compañeras y aprendiendo a soportar el rechazo. Concluyó que había
nacido en un mal momento, que su época y su generación había pagado
con miedo y profilaxia el desenvolvimiento sexual de los setenta. El
“haz el amor, no la guerra” había dado paso al “ten cuidado con el sida y,
en el peor de los casos, utiliza un preservativo”, distanciando las rela-
ciones y envenenando los intercambios con fobias al embarazo y a las
enfermedades más horribles. De todos modos, en Venezuela no se
puede hablar de una verdadera revolución sexual ya que ésta, aparte de
tocar al Rajatabla y a la Plaza de los Museos, nunca se dio. No es de
extrañar, igual pasa con los demás movimientos culturales y sociales los
cuales tampoco trascienden los muros de la Ciudad Universitaria y su
grupete de vanguardistas. Si el mayo del sesenta y ocho sólo tocó a unos
cuantos iluminados y privilegiados que pretendieron que su reflexión
aislada representaba al país, igual sucedió con la liberación femenina y
la libertad de los sesenta. Venezuela siempre fue tierra de cinco impro-
visados regocijándose en pertenecer a los movimientos mundiales sin
jamás salir de su cáscara de masturbación colectiva para tratar de tocar
al país. A fin de cuentas, todo daba lo mismo: no vivió los sesenta ni los
setenta, le tocó el simple coletazo de una liberación desabrida en las
pancartas de publicidad pero pacata en las mentalidades femeninas.
Probablemente fue el hecho de que nunca tuvo demasiado dinero
o buen gusto. Siempre fue uno más. Sus cuentos intelectualoides y sus
baladas mediocres mal tocadas nunca le ganaron demasiado con el sexo
débil. Trató, y hasta cierto punto triunfó, no sin poco esfuerzo. Vivió y
experimentó, se casó y ahora se encontraba divorciado. ¿Qué más tenía
que comprobar? ¿Por qué había que justificarse cada vez? Siempre
rechazó la lógica venezolana que implicaba que a cada paso debía rea-
firmarse, que tenía que demostrar y exhibir sus novias como trofeos.
Cada reunión, cada fiesta no era más que el mismo círculo re-apare-
ciendo eternamente: esta es mi amiga, esta es mi novia, sigo triunfando
en la vida, sigo levantando mujeres. No veía nada de malo en rechazar
una compañía femenina, en mantenerse al margen, en no actuar. ¿No
era ese su derecho? Desde la infancia pensó que nunca debería rechazar
este tipo de ofertas, que rehusar tal tipo de regalo era equivalente a
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Andrés
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Andrés
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está bueno... Te llamo para echarnos unas birras, te pones todo intenso,
una mariquera y una de “soy intelectual y nadie me entiende”, ya está
bueno... Y francamente, me sabe a mierda Inglaterra, chamo.
—Ya Luis, ya está bueno. Déjalo tranquilo.
—No, chamo, no. Si quieres vete a vivir para allá, pero no em-
pieces otra vez con la criticadera, todo lo de aquí es malo. Inglaterra es
una mierda, loco, acéptalo. Fuiste para allá y pelaste bola, por eso fue
que volviste. Después conociste a Julia y también la cagaste. Ahora ya
no puedes hacer nada. Te jodieron y jodido te quedaste. Si quieres salir
adelante, que te ayuden y echarle bolas de nuevo, conocer unas tipas,
salir a echar vaina un rato, ahí estamos los panas, pero nadie se va a calar
la mariquera esta todo el tiempo, chamo. Vámonos, Miguel Ángel.
—Vente con nosotros, Andrés.
—Déjalo ahí, chamo, ese no se va a venir. A él le encanta sentirse
vuelto mierda, que lo compadezcan.
—Good night, sweet Prince, and flights of angels sing thee to thy rest!
—Pajúo.
La oscuridad del pasillo lo calmó un poco, aparte de un repentino
silencio que apareció inesperadamente. Adentro del prostíbulo seguía
escuchando algunas voces, pero parecían haberse calmado los ánimos,
lo cual le hizo abrigar la esperanza de que no lo terminaran de matar.
Qué desgracia la falta de encendedor. Poco a poco comenzó a ponerse
de pie. Se apoyó con el brazo derecho y se dio cuenta de que le dolía más
de lo que había pensado. Afincó una pierna, luego otra y finalmente
estaba parado contra la pared. Lentamente tomó las escaleras y empezó
a bajar hacia la calle, sin saber qué aspecto tenía, si estaba cortado o san-
grando y básicamente si podía pedirle el encendedor a alguien en la
calle o si tenía demasiada sangre en la cara y en la ropa como para que la
gente se detuviese a ayudarlo.
Encendió el carro y trató de verse en el vidrio retrovisor. Tenía
unos arañazos en el rostro pero poca sangre, básicamente un golpe en la
frente y otro en la nuca. Abrió la guantera y sacó unas servilletas para
limpiarse el sudor y la sangre. Encendió un cigarrillo y fumó profunda-
mente. Abrió la ventana y se reposó un poco. Sacó algo de dinero de
emergencia que tenía guardado en la puerta y revisó que fuese sufi-
ciente como para pagar el estacionamiento. Metió primera y arrancó,
pensando en la carta, la maldita carta y tratando de recordar qué había
pasado por su cabeza mientras torturaba a la prostituta con su correa.
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Andrés
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Julia
La noche pasó tranquilamente al ritmo de Julia y su juego amo-
roso. Ella estaba embelesada por el aura de Salomón, caballeroso,
respetuoso y juvenil. Se sentaron en una de las mesas junto a otras
personas, algunas chicas y otros muchachos. Julia prefirió mantener
un bajo perfil y hacerse la coqueta, lanzando sus miradas seductoras
y riendo abiertamente cada vez que alguien hacía un chiste. En el
medio de la mesa, una botella de güisqui Etiqueta Negra estaba
rodeada de vasos. Los muchachos comenzaron a saquear la pequeña
hielera que adornaba el arreglo de centro de mesa mientras servían
tragos con soda o agua.
En el otro lado de la fiesta, Mariela y sus amigas trataban de dis-
traer a Jorge Bermúdez, el pretendiente anterior de Julia, por si acaso
ésta no lograba concretar nada con su nuevo galán. Erika y Claudia
luchaban de manera furibunda por mantener la atención del suso-
dicho, el cual empezaba a preguntarse dónde estaría Julia y por qué
habría desaparecido hace tanto tiempo.
—¿Julia todavía está en el baño? —preguntó Jorge, arreglándose
los lentes y arrugando un poco la cara con preocupación.
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—Sí, no, bueno, no sé... Pero no te preocupes por eso, chico —le
respondió Mariela—. Si aquí la estamos pasando bien. ¿Quieres otro
roncito?
—¿Hmm? Sí, por qué no...
—Dame, yo te lo sirvo. Claudia, epa: pásame la botella de ron, porfa.
—Con hielo y Aguakina, por favor.
—¿No te gusta con Pepsi?
—No... o sea, depende del ron.
—Ajá. Mira, ¿y entonces qué te parece Julia?
—¿Julia? Ah, bueno, se ve que es alguien chévere... lástima que no
aparece, vale...
—Tranquilo, que esa viene por ahí. Seguro está hablando por teléfono.
—Sí. Lo que pasa es que la quería invitar para la playa el do-
mingo...
—¿Para la playa? ¡Qué bien!
—Sí... agarramos mi, uhum, Toyota Baby Camry, metemos la
cava y listo. Un buen disquito de Inner Circle y estamos idos...
—¡Eso! A-lalalala-lon... ¡voy pegada! —dijo Mariela, haciendo un
pequeño baile con los brazos— Claudia: ¿vamos para la playa este fin?
—¿Este fin? Dale, chama...
—Si quieren llevamos mi jeep y nos vamos para Corrales allá en
Higuerote —agregó uno de los muchachos.
—Yo le puedo pedir el apartamento a mi papá, seguro nos da la llave.
—No, pero vamos ida por vuelta, ¿no?
—Bueno, si se quieren quedar... subimos el lunes, no hay pro-
blema. Así no agarramos cola.
—Coye, yo no sé si me pueda quedar así...
—¿Por qué? ¿Tienes que trabajar?
—No —interrumpió Claudia riéndose—, la gafa de Erika no la
dejan quedarse a dormir afuera, jaja.
—Bueno, pero, ¿tú qué edad tienes, pues?
—No es eso. O sea. Veintiséis. Pero nada, mis papás son un fas-
tidio, vale.
—Verga, veintiséis años —murmuró uno de los muchachos.
—Hasta que te cases.
—Será.
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Julia
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Julia
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Julia
—Ay, xsama...
—Siempre igual, una con su cortesía, con su amabilidad, y llega
una putica y se lleva al tipo. No es justo.
—Vente, xsama, vamos a regresarnos a la mesa, vale. Cómete algo.
—No, xsama, dale tú.
—¿Estás segura? No te vas a quedar aquí sola...
—No, no... yo ya voy. Aguanta allá, yo ya voy. Te lo juro.
—Bueno, pero tranquila, ¿okey? No pasó nada.
—Tranquila, xsama. Gracias. No juegue, vale.
Julia se quedó reflexionando en la oscuridad sobre la situación.
Parecía estar destinada a una maldición: con Andrés, con Pedro
Galíndez, en fin, con todos. Las posibilidades desaparecían igual de
rápido que el güisqui que estaba en su vaso, volatilizándose al ritmo de
su desesperación. Finalmente, la puerta se abrió y la pareja salió a la cla-
ridad de la sala. Julia permaneció escondida entre las sombras. Vio un
beso pasar de labio en labio y luego los cuerpos abrazados que volvían a
la fiesta. Sin embargo, Salomón se detuvo, le dijo a la muchacha que se
le había olvidado algo en el baño y que la alcanzaría en la mesa. La chica
se alejó. Salomón se volteó y volvió al baño, y fue en ese momento
cuando Julia se precipitó: lo empujó y cerró la puerta tras de ella.
—Finalmente solos, Salomón —le dijo mientras empezó a subirse
la falda—. Ahora sí que vamos a arreglar cuentas tú y yo.
Los cuerpos bailaron encima del lavamanos, contra las paredes, en
el borde de la ducha; Julia se entregó completamente al abrazo muscu-
loso de Salomón, quien dominaba la situación a la perfección. Los besos
profundos y los gemidos compartidos consumaban las ansias que ella
había tenido desde hacía tanto tiempo. Poco después, la pareja salió del
baño, cansada, agotada y buscando algo de tomar. Julia besó a su amante
una vez más antes de decirle que se verían en la mesa, ya que tenía que
buscar un güisqui y hablar con Mariela.
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—Dime.
—¿Que te diga qué?
—Los tobos.
—Cónchale pero no viste: me quedé dormido.
—Tenías que haberte levantado. Para algo te dije el día anterior.
—Ajá.
—Mírame a la cara cuando te hablo. Y quita esa cara de “yo sé todo”.
—Ajá.
—Debería quitarte el desayuno, no joda.
—¡Cóntrale, Chuíto! No digas groserías...
—Es que me arrecha este carajito, Bladismar.
—Y después no quieres que te diga groserías, ¿ah?
—Pero Wilson nunca hace nada, no juegue.
—A tu hermano no lo metas, que él no fue el que se quedó dor-
mido, Yonder.
—Sí, pero cómo se va a quedar dormido si nunca tiene que hacer
nada, ¡bestia!
—Él lavó los platos ayer.
—Ah, pero más fácil es lavar los platos que pararse a llenar tobos.
—¿Tú vas a lavar los platos hoy?
—Epa, ya va: yo no voy a estar parándome de madrugada porque
Yonder quiere —agregó el hermano—. Yo lavo los platos.
—¿Viste, papá, viste? Te estoy diciendo que más fácil es lavar los
platos, vale...
—Epa, Cristina María, ¿tú para dónde crees que vas?
—Para el colegio.
—Para el colegio nada, que tenemos que hablar. Siéntate.
—Papá, después llego tarde...
—Me sabe. Siéntate.
—Uff... dime.
—Quita esa cara. Miren, lo que les voy a decir es para todos y
quiero que me escuchen bien. Yo sé que ustedes ya me han oído decir
esto antes, pero quiero que entiendan. Cuando yo era niño, vivíamos en
la parte de arriba del barrio, y yo tenía que ir con mis hermanos de
madrugada a llenar los pipotes allá abajo donde echaban el agua. Y
nunca me quejé —los ojos de sus hijos daban fe de un aburrimiento
ante lo conocido, el discurso y las disertaciones de su padre que vol-
vían con periodicidad cada vez que alguno de ellos cometía una falta.
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José Luis
Estoy llegando a la casa de María Alejandra y ya la música retumba
por toda la cuadra. Busco un puesto para parar la Samurai, no muy lejos
de la puerta, pero la calle está abarrotada de carros. Paro la camioneta,
le pongo el trancapalancas, el cortacorrientes, el ultrasonido y la alarma
de la puerta. Mi reflejo aparece en los vidrios ahumados, todavía más
grande e hinchado debido a lo convexo del cristal. Me arreglo un poco
el pelo, guardo los cigarrillos en mi bolsillo y empiezo a caminar hacia
la casa.
Creo que es la primera vez que vengo a la casa de María Alejandra
Epstein. La construcción se erige en el medio de la urbanización como
una inmensa mansión: tres pisos, deben tener cinco cuartos por piso,
supongo. A la derecha hay un estacionamiento cerrado donde segura-
mente guardan el Eclipse de María Alejandra y puede ser que otros
dos carros más. Abro la reja y comienzo a atravesar el jardín hacia la
entrada principal. Toco el intercomunicador, tratando de buscar el
mejor ángulo para que me vean por la cámara de vigilancia encima de
la puerta.
—Quién.
—José Luis Manccini, un amigo de María Alejandra. Buenas noches.
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José Luis
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José Luis
sigue hacia la sala. Carlos y Pedro se ríen y hacen algunos chistes malos
sobre el hermano de María Alejandra. Ella se molesta un poco pero
consigue igual una bandeja para hacer las líneas. Todo el mundo jala
una, dos líneas y el ambiente empieza a relajarse. Nos sentamos en un
sofá y veo que Gabriela está bastante excitada, con las pupilas dilatadas.
Me empieza a decir algo que no entiendo mucho ya que estoy fascinado
con su respiración tan cerca de mi oreja. Comienza a besarme el cuello.
Me volteo y la beso con violencia. Las demás parejas entran también en
su ritmo particular y comenzamos a dispersarnos. Veo que la amiga de
Carlos se queja de sus besos y le dice que prefiere volver a la pista de
baile. Me río en silencio tratando de no perder la concentración en
Gabriela. Hacemos unas cuantas líneas más, bebemos algo de güisqui y
luego ella me empuja mientras nos vamos besando hacia alguno de los
rincones de la sala. Sigo saboreando su boca y finalmente logramos
entrar en un cuarto y cerrar la puerta.
Gabriela me dice algo sobre mi físico y sigo besándola aunque el
dolor de cabeza me vuelve otra vez. Comienzo a arrancarle el top Zara’s
mientras trato de desabotonarle el pantalón con mi otra mano. Me
quito los zapatos. Estoy respirando un poco rápido y sudando muchí-
simo. Afuera, más allá de la puerta, sigo oyendo el ruido de la fiesta.
Pienso en el bobo de Carlos, reducido seguramente a bailar con su
amiga en vez de entrar en acción. Me quito la franela y veo la impresión
que mis abdominales causan en la cara de Gabriela. Ella termina de
desvestirse y me desabrocha el pantalón. Veo que se sienta sobre un
mueble y permanece ahí, desnuda, viéndome, para luego abrir las pier-
nas y atraerme hacia ella. La penetro con precisión, primero lento y
luego más rápido con mi técnica que he ido perfeccionando poco a
poco. Ella comienza a gemir y me abraza, clavándome las uñas en la
espalda. De pronto, todo se me nubla y empiezo a perder la concentra-
ción. Gabriela se me sale de foco, pero sigo penetrándola. Mientras
más grita más retumba el dolor dentro de mi cabeza, comienzo a deses-
perarme y trato de terminar en vano. Veo que tiene los ojos cerrados
pero no puedo entender lo que está diciendo. Cambio de posición,
poniéndola de espaldas a mí para penetrarla desde atrás. Siento algo de
alivio ya que ahora no me puede gritar en el oído. Le doy un par de nal-
gadas —aunque no sé muy bien por qué— acelero un poco más y trato
de terminar.
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José Luis
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Willy y Jimmy
Otra vez en la maldita plaza de mierda esta, Jimmy. Y qué vamoa
hacer. Hay que buscar los reales. Todo el mundo en el mismo perro
rebusque. Oye, y viste el güeón ese en la fiesta del Jaykson. Quién.
Cómo quién, pajúo. El papá de la Cristinita, la mami que andaba con-
migo. Na’guevoná de embarque, yow. Y tú, lechúo, que te quedaste con
la jeva tuya hasta el final. ¿Y qué, mataste? Listo. Fino, yow, jajaja. Así
mismo es. ¿En dónde? Nada, resolvimos por ahí en la casa del propio
Jaykson. Qué perroncho, vale... Jaja. Entonces, listo lo de la Crismar,
¿no? Bueno, no sé, yow... Como que voy pa’su casa en la noche, a ver
qués lo que hay. Rata, vas a seguir pegao. No, pegao no, pero bueno...
sabes cómoes todo. Bueno. Peo tuyo. Móntale un rancho, si quieres.
Güeón. Te casas, y listo. Te pones a trabajar ahí en la construcción y tal,
a cargar bloques. Rolo de padre de familia, ¿ah? Cállate, pajúo. Tre-
mendo billete que vas a tener. Después viene el carajito, y ya sabes, se
acabó. Destruido. Bueno, y tú qué. Gibareando toda la vida. Vendiendo
esta mierda todos los días. ¿Tú qué crees, que los ratas mayores allá nos
van a poneá valer algún día? Pues no. Esos cuando ven que la cosa va
fino, te tumban. Ponen a otro. Les conviene. Vamos a ir directo pa’la
Planta, yow. Cállate, qué Planta ni qué Planta. Aquí la policía ni se
mete. Bueno. Sí. Pero entonces ruégale a Dios quel Pancho no se las tire
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de vivo y haga un pacto con los bichitos de arriba, ¿oíste? Porque ahí sí
que vamos a caer feo. Bueno, mamagüevo, así es la vida. Al que le guste
bien y al que no, bueno, vete a trabajar pa’la construcción. A ver si te
agarran. Porque tú, con la cara de ratero que tienes, yo no te pongo a
trabajar. Pajúo. Debe ser que tú tienes cara de galán de novela, ¿oíste?
Claro, rata... tremendo porte que tengo, pilla, mira: la nariz y todo,
yow. Nariz de crackero lo que tienes. Jajaja. Abusador. Dame un
cigarro ahí, convive.
Mira, pero sabes que, bueno, que la vaina está caliente. ¿Qué? ¿Por
qué? Nada, mestaban diciendo los lacras de allá que el Pancho anda en
tremenda candela, yow. ¿Ah, sí? Claro, yow. El primo y que lostán
cazando, parece que unos colombianos. ¿Y esa vaina? Sabes comoés
todo. Real. Eso no dura, yow. El convive y que se puso a gastar, qué sé
yo, y que a fumarse toda la merca... total que, bueno, ya sabes. Y noso-
tros qué pintamos ahí. Nada. Esperando y vamos a vé. Tranquilitos.
Por lo abajito. De pronto noes verdá, quién sabe. Pero si la vaina es así...
Yow, yo no sé. ¿Que no sabes de qué? Mira, bueno, que la vaina se
puede poner fea. Por eso te digo: cuidado poray. Esto se va a poner
bueno en unos días, tú vas a ver. Nada, nos quedamos quietos, mo-
vemos las piedras aquí en la plaza como siempre, y mosca con los pajúos
de allá riba. Tú le vendes nada más que a la gente de nosotros, ¿oíste?
Mira que si viene un paco por ahí caemos bello. Nada. Dame otro
cigarro ahí, convive.
Na’güevoná, par de perros, ese escándalo que metieron anoche.
Qué escándalo de qué nada, ñero. No joda, todo el barrio se enteró desa
verga. Quel chófer de porayá bajo se pareció con un bate todo revirao y
verga. Sí, mamagüevo ese. Ta’buscando una buena vaina, es lo ques.
Na’pobre bichito, gritando como una jeva ahí. Qué, tú oíste, y vaina.
Yo y todo el mundo güeón. Y entonces. Y entonces qué. Un mama-
güevo buscando peo y todo el barrio se pone a hablar. Sabes cómo es
todo. Le fueras dado unos tiros a ese venao, pa’que aprenda. Nah...
Después la jevita se arrecha. Mataste a mi papi, y verga. Quién soporta
eso. Qué va. Bueno, lacra, dame ahí lo de siempre. Pero tienes real,
¿no? Mira que seacabó la fiadera. No joda, Willy, ahora me vas a tirá
esa a mí. Bueno, pajúo, acaso yo voy pal kiosco de tu apá pa’que me
vendan barajitas fiao, güeón. ¿Tú compras barajitas? ¿Qué, del mun-
dial, y verga? Pajúo. Si no tienes plata, aquí no hay nada de nada. Anda
pa’llá, que ya me tienes arrecho. Bueno, stá bien, pero entonces dame
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Willy y Jimmy
un pelo más. ¿Ahora te vas a poner Popy? Mira que nostoy pa’mari-
queras, Johny. Dame los reales, agarra lo que es y listo. Fino. Ah, verga,
ahora como anda todo arrecho y güevoná... Ya, vete de aquí. Sigue así,
que le digo al chófer que venga a date unos batazos... Jaja. Vas a seguir
con el chófer. Quédate sano, bichito. Bueno, pira, questo no es una
reunión de familia. Harto negocio. Nos vemos, pal de lacras.
Porque tú sabes que son todos una cuerda de sapos en esta verga.
No puedes andá por ahí saludando a todo el mundo, Jimmy. Así fue
que se llevaron al Bebeto, ¿te acuerdas? Bichito que andaba instalado
allá arriba. Pasa es que se pasó de buenagente. En esta verga no puedes
andá por ahí con una sonrisa. Mira que mañana, bueno. Llegan y le dan
unos billes a unas lacras allá en la cancha de básquet, y listo. Vienen
buscándote. Se acabó lamistá. Vienen a partirte en cuatro mil pedazos
pa’montarse en tu plaza. Claro. Todo el mundo quiere está en una,
quieren ser los planes. Al Bebeto y que lo chusearon en la Planta. Uff...
durísimo. Esa Planta un solo lacreo. Como veinte güeones encerrados
en una mierda del tamaño de, no joda, chiquitico así como esa canchita
allá. Un solo lacreo, todo el mundo contra el muro... No joda, si llegas a
empujar a alguien, se armó la coñaza. Mira, cuando yo anduve allá,
verga, yow, demasiado lacreo. Y un pana ahí que se las da de jefe, y
verga. El pana llega la comida y el tipo se agarra cuatro pedazos, yow.
Nos teníanos la comida en periódico, tú sabes cómo es, y la lacra se aga-
rraba cuatro, yow. Éranos como veinte, y nos dieron diez comida. Bue-
no, te imaginas. Y la rata se agarra cuatro. Y no se la come, yow. Sólo
pa’que sepan quién es el jefe. Llega a decir algo pa’que tú veas. Joda,
güeón. Apenas vas encanao tienes quempezá a ver dónde sacas un
chuzo, yow. Jodido, lacra... Yo agarré una cuchara ahí que habían
dejado y empecé a sacarle filo contra la pared, yow. Qué voy a hacer. Yo
sabía que no iba a estar ahí metido mucho tiempo, pero qué. Tienes
questar preparao. Se arma una y entonces qué. Sin chuzo. Y ahí todos
giran las manos, yow. Todos. No joda, pa’tumbá a uno de esos bichitos
de la Planta pal piso, tienes que echarle bolas arrechamente, convive.
Plin, plin, plan, ahí no’ay leyes de nada, yow. Ves a los bichitos pelean-
do con lo que sea, rata, el diente, arañazo, codazo, lo que venga. Qué
vas a hacer. Yo pa’llá sí que no vuelvo, primo. Ni de verga. Dormíanos
parados contra la pared, yow. Y si despertabas al questaba al lado... No
joda, otra coñaza. Puro güiro. Puro lo peor. Bueno, mamagüevo, deja
de hablar de eso. Pa’que veas. Pa’que sigas con la mariquera. Aquí no
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hay nada de eso, yow. Pa’lante, no saludes a nadie y siempre pilas. Siem-
pre guillando a ver qué pasa. Yo sé, convive, yo sé. Pero bueno, entonces
ponte ahí. Si aquí estoy. Tú siempre con una regañadera, como si fueras
miamá. Bueno. Yo nada más que testoy diciendo. Ya no digo más nada.
Tú verá lo que haces. Deja la ladilla es loques. Mira, que ahí viene otro
pa’ nosotros.
Qué pasó, par de yows. Qué dice el Maykel. Fino. Talavaina. Esta
verga, bueno, un solo lacreo. Ya te dije, porahí la vaina puede ponerse
dura, ratas. ¿Dura? Como lo oyes. Ah, está bien. Bueno, tienen que
subir, lacritas. ¿Subir? El Pancho, Willy. El Pancho los mandó a
pedir. Verga, ¿ahora qué? La hemos movido bien, ¿no? Sabes quese
noes peo mío, convive. Yostoy en lo mío y listo. Me dijieron anda
buscá las lacras de allá, el Willy y el Jimmy, y yo voy. No me ando revi-
rando. Cada uno buscando su verga. Cada quien en su plaza. Podemos
ser panas, primo, pero sabes questo ya es otro peo. Claro, Maykel, no
hay güiro de nada. Bueno. Pa’que sepan. Todos modos, si hay que
echá plomo, tú estás ahí. Claro, yow. Saben quel Maykel anda con
ustedes. Cualquier peo me avisan. Saben questán con el Pancho. Eso
se respeta. Pero, no, tranquilitos ahí. No creo que haiga peo. Y los de
arriba. Pero qué güevoná tú con los de arriba, carajo. Esos son unos
ñeros, unos bichitos. No tienen fuerza pa’metese con Pancho. Déjalos
tranquilos y tate quieto tú también. Tampoco vayas a irle a alborotarle
el avispero, no joda. Pero te digo quesos no son nada. Todo bien ahí.
Ah, bueno. Yo decía. Dale, vamos.
Y qué, ¿tú crees que algún día podamos terminar rateando de
verdad? Rateando de qué. Bueno, yow, tú sabes, allí con una AK al lado
del Pancho, echando porte. Tú sí eres pajúo Jimmy. Pajúo de qué. Nah,
no seas becerro. Eso no es un lacreo de nada. Estás allí, y verga, con tu
metralletota, pero esos convives sí que echan plomo arrechamente. Eso
ya grandes ligas, yow. Yo les digo, quédense quietos allá con la placita
que lo questán es bien. Cero frustraciones, nada de nada... Tranquilos
en la plaza. Déjale el lacreo mayor a los ratas de verdad. Bueno, güeón,
pero si tú sabes que nosotros no le tenemos miedo a nada, yow. No
joda, güeón. Yo que tú, me quedo tranquilo. ¿Cuál es la ladilla? Andas
fino, tremendo capo del barrio y no tienes que darle la cara a los colom-
bianos. Ese peo allá arriba con el Pancho, los lacras de verdad...
Créeme, esa verga es más complicada ya.
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Willy y Jimmy
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Julia
—¿Y entonces, xsama? Te estuvimos esperando un ratote, vale...
—Bien, todo bien... —dijo Julia con una sonrisa.
—Lo que pasa es que no tienes un mataburros duro —estaba di-
ciendo uno de los muchachos— y entonces cuando vienes así, ¡zuas!,
tienes más chance de dar un trompito y estrellarte contra la defensa.
—Puede ser, pero lo mejor es meter el freno de mano mientras
aceleras.
—Te coleas igual.
—Mira, Mariela, ven acá un momento —dijo Julia, ante la mirada
acusadora de Jorge Bermúdez, quien se sentía más rechazado cada se-
gundo que Julia pasaba ignorándolo. Mariela se disculpó y fue con Julia
hacia la mesa de los pasapalos.
—Dime: ¿qué pasó? —preguntó emocionada.
—Hay, xsama... el amor es tan bello... dame otro güisqui.
—¿Ajá? ¿Pero no y que estaba en el baño con la otra?
—Sí, pero sabes cómo son los hombres... Todo era para darme
celos... Después se me declaró, chica.
—¡Se te declaró!
—Sí, vale... y nos encerramos en el baño...
—¿Te resolviste, xsama?
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Julia
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—Ah... ya va, ya va, déjame traer a las demás xsamas. Quédate aquí.
—¿Julia? ¡Julia! —exclamó Erika.
—¡Xsama! Nunca lo hubiese creído... —dijo Claudia.
—Bueno, pero, ¿cómo pasó todo?
—Fue demasiado romántico, xsamas —dijo Julia prácticamente
llorando de felicidad al recordar lo ocurrido—. Ahí estábamos los dos,
y bueno, fue una cosa del momento, yo no sé si ustedes han vivido eso,
¿no? Cuando dos personas, o sea, dos cuerpos se atraen tanto pero tan-
to... Bueno, yo estaba en una esquina y cruzamos las miradas, como lo
habíamos hecho toda la noche... Lo que pasa es que él es un poco
tímido, ves, como todos los caballeros, Entonces Salomón no hacía
nada, se quedaba mirándome y haciendo ojitos... Pero yo sentía la cosa,
¿saben? Cuando estás ahí y sientes la conexión, la vibra... desde que ter-
miné con Andrés te lo juro que no había sentido esa conexión, xsama...
Pásame un trago de ron, ahí... Sí, la chispa, ¿cómo es que le dicen? Lo
eléctrico, no sé... Una cosa ahí, saben... Claro, claro que saben... En-
tonces bueno, tuve que pasar yo a la acción, porque si no... No me vean
con esa cara, picaronas, jeje... Nada, qué iba a hacer, me arriesgué y me
le paré bien parada y le dije cómo iban a ser las cosas. Le dije cómo me
sentía por él, y que se lo iba a demostrar, que desde la discoteca estuve
pensando en él y que toda esta noche vi cómo me miraba y que yo sabía
que él también estaba ahí, en la misma que yo. ¡Y el me respondió! Me
dijo que sí, que yo era bellísima y que no podía dejar de “desvestirme
con la mirada”, ¡imagínate qué atrevido, xsama!, toda la noche y que
teníamos que vernos otra vez. Bueno, yo le dije que le iba a demostrar lo
que yo sentía, pero que no quería que lo tomara a mal... Me le tiré
encima y le caí a besos y bueno, naturalmente, una cosa llevó a otra...
—¿En el baño, xsama?
—Bueno, tampoco es que nos íbamos a ir al Hilton, Erika. De
pronto tú no entiendes lo que es la pasión así, vivida en el momento, las
cosas se dan y puedes estar en el peor sitio del mundo pero tú estás en el
cielo, con tu amante, con tu pareja... ¿Verdad muchachas?... Pásame el
ron otra vez, vale... Además, una tiene derecho de vez en cuando a vol-
verse loca, cónchale... No hay nada de malo en aprovechar así una
noche. Yo ya estuve casada, ya hice todo... Déjenme vivir...
—Sí, xsama, pero tienes que tener cuidado con lo que haces... ¿Qué
va a pensar ese chamo de ti ahorita?
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Julia
—Ya me dijo, yo les conté, que somos casi novios... O sea, novios
somos, después de eso... Vamos a salir el fin que viene, vamos a ir a
cenar... Me siento bien, xsamas, me siento bien.
—Bueno, nada. A lo hecho pecho —dijo Claudia—. Me alegro
que estés tan bien y tan borracha. No me extraña, que te sientas bien,
con media botella de ron y una de güisqui en la cabeza.
—Ya salió la otra con sus discursitos, vale.
—Nada, xsama. Haz lo que tú quieras. Yo voy para la mesa otra vez,
que los muchachos se están molestando. Vente, Erika. Pobre Jorge.
—“Pobre Jorge”, gafa —se burló Julia—. Nos vemos en la me-
sa. Mira Mariela, pero tienes que ayudarme a buscar el teléfono del
chamo, vale.
—¿No tienes el teléfono?
—Ay, ¡Dios mío! Pero es que estas xsamas no entienden nada de
nada. No, no tengo el teléfono... se me olvidó... ahí, en el momento...
—Tranquila. Eso lo vamos a conseguir. Eso sí que no te preo-
cupes. Déjame primero dar una vueltica para ver cómo va la cosa por la
mesa del tal Salomón. Así también paso por la de nosotros, que si no
me voy a quedar sola yo toda la noche y tampoco así. Ya vengo, xsama.
—¿Y qué pasó? —preguntó Julia, mirando siempre de reojo a
Salomón y evitando cruzar la mirada de la otra muchacha.
—Bueno, no sé... Al menos los muchachos se calmaron. Ya se
pusieron de acuerdo y todo para lo de la playa del domingo.
—¡Y eso a mí qué me importa, gafa! ¡Qué playa ni qué playa!
¡Dime qué pasó con Salomón, vale!
—Nada, chica, nada, ya tú estás casi histérica, es lo que es. Ahí
está... No me pude acercar mucho al grupo.
—No juegue, xsama, tú no quieres servir para nada. Dame acá, yo
voy solita, vas a ver.
—Tranquila Julia, ¿adónde vas así? Espérate, xsama —dijo Mariela,
apresurándose para alcanzar a su amiga.
Fue en ese momento cuando, para gracia o desdicha de las mucha-
chas, alguien apagó la miniteca e invitó a la gente a reunirse para cantar
el cumpleaños. Extrañamente, el agasajado no aparecía aún, pero
alguien se internó en la casa siguiendo las instrucciones de algunos ami-
gos y volvió rápidamente con “el cumpleañero”, un muchacho desarre-
glado que se estaba metiendo la camisa por dentro de los pantalones.
—¡Ueeepa! —gritaron algunos de los invitados—. ¡Descarado!
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Julia
—¿Qué? Claro que sí. Ese es Salomón, nos conocimos en una dis-
coteca el fin pasado... Vamos a salir a cenar el fin que viene.
—Ustedes están confundidísimas. Ese es mi amigo José Luis
Manccini. Y la que está al lado es su amiga, Gabriela Recanatti. Yo no
sé a quién carajo conocen ustedes aquí, ni cómo entraron, pero la pró-
xima vez que el hermano de María Alejandra Epstein o alguien haga
una rumba le voy a pedir por favor que deje a las locas afuera. Qué clase
de fumada se echaron ustedes, Dios mío...
—¡Aquí el único loco eres tú, miserable! —gritó Julia—. ¡Fuera de
mi vista! ¡Asqueroso! ¡Y dile a Salomón o como se llame que no lo
quiero ver nunca más!
—Vente, Pedro, deja eso así —dijo uno de los muchachos que
estaba cerca de la puerta.
—No joda, hablando de perras locas —agregó el tal Pedro antes de
darse la vuelta e irse—. Lo que les hace falta es una buena cogida.
Quién las entiende. La chama se instala en la mesa, se bebe nuestro
güisqui... Es que estas tipas de hoy en día, le das un dedo y te roban el
anillo, carajo. Adiós. Y vuelvan pronto al psiquiátrico de donde sa-
lieron, locas.
Lo poco que quedaba de fiesta se había ido disolviendo mientras se
aclaraba el malentendido. Los muchachos habían decidido cancelar lo
de la playa a último momento, parece que iba a haber mucha cola ese
preciso domingo. Julia y las muchachas se sentaron a una mesa mientras
los mesoneros recogían platos y vasos y el Deejay comenzaba a desco-
nectar la miniteca por orden de la mamá de Valerie Steiner. Pronto todo
habría acabado, solamente quedaría la soledad, las reflexiones eternas y
la cama fría de Julia.
—No hay caso, xsamas —explicó ésta—. Yo debe ser que no fui
hecha para estar con los hombres entonces, vale. Siempre es un solo
engaño, una sola ilusión.
—Olvídate de eso, Julia y vamos a comer arepas a Las Mer-
cedes. Vamos.
—No... Qué va... De esta no me olvido. Capaz que el chamo tiene
razón. Capaz que me estoy volviendo loca. Debería ir al psicólogo, ¿no
debería ir al psicólogo, Erika? Tú ves... Tantas cosas... Tanto vivir,
vale... El Andrés me monta cachos, el otro me deja y este, tremendo
numero que me jugó.
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Andrés
El bar Asunción era el perfecto retiro para él. Se sentó para escu-
char algo de buena salsa y pensar un poco. Pronto se acostumbró a las
miradas de la gente que evaluaba su cara llena de arañazos y la mancha
de sangre fresca en su frente. A pesar de que estaba relativamente cerca,
tuvo que irse en carro igual, a nadie se le ocurriría caminar de noche por
Caracas, así fuesen doscientos metros. Sacó algo de dinero del tele-
cajero, trató de arreglarse un poco y limpiarse las heridas antes de ir al
bar. El carro lo paró en la Solano, en otro estacionamiento, y cami-
nando pasó la venta de comida árabe, todavía llena de gente, el O’Gran
Sol, con dos porteros gordos que no lo dejaron entrar visto su aspecto, y
terminó al lado, en el bar Asunción, de donde no botan a nadie. Había
algunas mesas en la calle, pero prefirió entrar e instalarse en la barra, así
podría escuchar la música.
Adentro, Maelo y los cachimbos descargaban con Las Tumbas,
mientras un moreno al lado de la puerta cantaba efusivamente y bas-
tante afinado, para sorpresa de Andrés. Una morena caderona bailaba
con un señor mayor que tenía una maraca en miniatura entre las manos
la cual batía con entusiasmo al ritmo de la música. Andrés vio unas
muchachas solas en las mesas de la derecha, pero prefirió seguir hacia el
fondo, hacia la soledad de la barra. Se instaló y pidió un tercio de Polar.
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Andrés
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Andrés
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JNSMJ
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Andrés
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José Luis
La fiesta agarró un ambiente extraño. Supongo que es lo que pasa
cuando se acaba de una buena vez por toda la cocaína. Carlos y Pedro
entran en crisis, igual que las chicas, ya que estamos algo cansados del
güisqui. El hermano de María Alejandra comienza a gritarle y a acu-
sarla de haber registrado su cuarto y su mamá, avergonzada, trata de
calmarlos y hacerlos entrar a la casa. Gabriela propone que nos vaya-
mos aunque ya no tengo ganas de estar con ella. Me doy cuenta de que
tiene un lunar en el codo y comienzo a sentir náuseas. Carlos estalla en
paranoia, diciendo que le robaron el carro y que está seguro de que no lo
va a recuperar nunca jamás. Empieza a hablar mal de los colombianos y
uno de los mesoneros nos mira feo. Unas cuantas mamis se me quedan
mirando, pero ya tuve suficiente por esta noche. Creo que veo a una de
las que agarré llorando en una esquina, cerca de los pasapalos. Su amiga
tiene buenas tetas.
Todos nos ponemos algo nerviosos y decidimos irnos de la fiesta.
Mientras atravesamos la sala vemos que María Alejandra recibe una
cachetada de su hermano. Su mamá busca un sartén y empieza a insul-
tar al hermano. Todo comienza a darme vueltas, como si estuviera
borracho, aunque sé que no lo estoy. Carlos empieza a gritar insultos
también y a hablar de su carro. Escucho unos gritos en la pista de baile,
NSP
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detrás de mí, parece que todo el mundo estuviera discutiendo. Dos tipas
se me vienen encima y empiezan a gritar, hablando de un tal “Salomón”.
Me doy cuenta de que la cocaína de Milos era bastante fuerte. Doy gra-
cias mentalmente a los colombianos por existir. Gabriela me mira de
reojo. Una de las tipas sigue gritando, creo que está algo borracha. Pedro
trata de calmar la situación, diciéndome que salgamos de la casa. Se
molesta un poco conmigo, diciéndome que tengo que dejar de dar nom-
bres que no son cuando conozco a la gente. No entiendo nada de lo que
sale de su boca. Veo a Gabriela caminando hacia la puerta, con el trasero
parado todavía. Me excito un poco. Bebo güisqui.
Llegamos a la puerta y el Deejay nos pregunta si no vimos su disco
de Bob Marley. Niego con la cabeza. Pedro se queda atrás hablando
con algunas muchachas. No escarmienta nunca. Calculo las posibili-
dades de que Milos esté en su casa o mejor aún, que nos reciba. Le pre-
gunto a Gabriela si tiene plata. Dice algo ridículo como que no tiene
dinero pero sí condones. Vuelve el dolor de cabeza aunque esta vez lo
puedo soportar. Carlos llama a Pedro y le dice que nos vamos. Una de
las tipas que está hablando con él empieza a llorar. La mamá de María
Alejandra empieza a llorar. El Deejay consigue su disco roto en dos
pedazos y parece que fuera a llorar. Siento que debería llorar yo también
pero no sé muy bien por qué. Carlos se ríe y me llama “Salomón”.
Gabriela lo manda a callar. Veo que una mami me está mirando y fle-
xiono mis pectorales sensualmente. Salimos de la casa. Gabriela me
saca el vaso de las manos y lo deja sobre una mesa.
Propongo que vayamos a comer o a tomar algo, simplemente para
evitar estar a solas con Gabriela. Alguien me grita que soy un insensible.
Carlos me explica que la fiesta se acabó, y que es mejor que cada quien se
vaya para su casa. Todos tienen cara de ponchados. Supongo que están
celosos porque fui el único que coroné esta noche. Gabriela dice algo
extraño, como que me perdona pero que no puedo seguir haciendo esas
cosas. No tengo la más remota idea de lo que está diciendo, pero me
aterra que agarre un tono de novios cuando es lo menos que quiero. Le
pregunto cómo llegó a la fiesta, y me dice que la trajeron en cola unas
amigas, con un Mitsubishi deportivo.
Nos montamos en mi camioneta y el ambiente se relaja un poco.
Nos besamos. La separo repentinamente porque me provoca un ciga-
rrillo. Saco un Marlboro y le ofrezco uno. Ella hace algún comentario
sobre mi Zippo original con mi nombre grabado. Le explico que me lo
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de tema nuevamente, pero ella me dice otra vez que quiere escuchar el
malhadado programa de radio. Termino arrechándome y poniendo un
disco de Nine inch Nails a propósito. Ella grita diciendo que le van a
explotar los tímpanos, mientras Trent Reznor chilla “Your God is dead/
And no one cares” por los alto parlantes de mi carro. Subo el volumen
aún más.
Hago algún comentario ácido sobre el gusto musical de las mujeres
y Gabriela se pone necia, diciéndome que la lleve para su casa, que ya no
quiere nada conmigo. Su actitud me excita un poco y sonrío tratando
de convencerla, preguntándome la posibilidad de ir a casa de Milos otra
vez. Le explico a Gabriela que podemos pasar por casa de un amigo si
quiere, a buscar algo de mercancía. Ella sigue con el teleteatro, ahora
casi llorando. Me aburre un poco, todo tiene que tener su límite. Me
niego a llevarla a su casa, ella se voltea, no me mira y todo la situación
me enfurece. Comienzo a sudar y siento que la cara se me pone roja. Le
pido disculpas y enciendo otro cigarrillo. Ella no dice nada. Arranco el
carro, sin saber bien a dónde vamos a ir.
Gabriela propone pararnos en una arepera aunque yo le explico
que no como arepas, mucho menos de madrugada. Ella me dice que
deje las drogas, o algo por el estilo. No entiendo muy bien. La verdad es
que desde que dejó de sonreír me ha dado algo de lástima. Se veía bien
cuando sonreía, pero ahora despierta otro tipo de sentimientos en mí.
Pienso que debe ser el güisqui que me afectó el cerebro, porque nunca
me habían importado mucho las mujeres. A fin de cuentas, Gabriela es
sólo una más. El lunes en la universidad nada de esto tendrá sentido.
Ella se aleja un poco y se acuesta, acurrucada contra la puerta del carro.
No sé por qué, pero le doy mi chaqueta para que se arrope. Finalmente
acepto y le pregunto a cuál arepera quiere ir. Ella responde que no pre-
tende comer, que sólo quiere un batido. Su mirada se pierde en la dis-
tancia. Cambio el disco, a pesar de que no tengo Richard Marx, como
ella pide. Escuchamos el unplugged de Nirvana. Luego de un rato en
silencio Gabriela dice algo sobre las cuerdas que usa Pat Smear en su
guitarra. Me quedo asombrado, tomando en cuenta que Smear es un
guitarrista invitado y poca gente lo conoce. Gabriela me dice que tiene
un disco de los Meat Puppets donde salen las canciones originales que
versiona Cobain. No pensé que las mujeres escucharan a los Meat
Puppets. Me limpio el sudor de la frente y no digo nada. Manejo hasta
la arepera.
JNSSJ
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José Luis
`~ê~Å~ë Åêìò~Ç~
JNSUJ
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Willy y Jimmy
Bueno, convive, no estamos tan mal. Con los carros de ayer y las
piedras que movimos hoy puede ser que lleguemos a tené la plata. De
bolas, pajúo. Tú eres el único que anda y que diciendo que no. Yo te lo
dije. Agarramos y le echamos bola y resolvemos este peo. Más nada.
Qué vas a hacé. Vas a arrugar. Bueno. Pero todavía hay que echarle bola
esta noche. Claro. Estoy como timbrao. No vas a está timbrao, güeón,
si no has dormido nada. Pasa la piedra, pues. Qué vas a hacer. Cuando
hay que echarle bola, hay que echarle bola. Noveno inning, muchacho.
Ahora te vas a poner todo poeta y verga. Qué poeta de qué. Sólo estoy
diciendo. Jala esa verga y cállate es lo que es. Pasa la lata. Y encima las
lacras estas del otro día se jalaron un poco’e piedras. De qué. En la
fiesta, pajúo. Ah, cuando llegó el chófer. Sí. Y tú con la mariquera de
que le brindáramos a todo el mundo, no joda. Como si esta verga fuera
una iglesia, que le vamos a regalar a la gente las vainas. Bueno, peor eres
tú, que querías y que decirle a la gente que no. Esa verga no se hace. Si
vas pa’casael pana, todo el mundo te la va a fumar, sabes queso es así.
No joda, güeón, yo no le voya estar brindando a un poco’e mamagüevos
que ni conozco. Entonces no vayas pa’ la fiesta y ya. Ah verga, tú vas a
seguir. Que te digo que a los convives sí, a Jaykson, a Maykel, todo es
bien, ¿ah?, pero no a todas las lacras que andan por ahí. Y esos que se la
NSV
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`~ê~Å~ë Åêìò~Ç~
pasan mal hablando, diciendo que siel Willy esto, que siel Jimmy
aquello. Tranquilo, yow, siempre hay envidia. Mira, vamos a darle.
Vamos pues.
Agarra la moto ahí. Pilas con los pacos de mierda, yow. Tú, que
tienes una cara de ratero, jeje. Mamagüevo. Mira, ahí va el perro ese de
Carlomecha. Qué hará por aquí. Párate un pelo. Qué pasó, ratón.
Nosotros todo fino. No, vamos a salir. Poray... ¿Y tú? ¿Te llamó el
Pancho? Ah, verga... Pa’cuidá el puesto. Ta’ bien. Dile que le tenemos
sus reales. No, mañana no. Pasado mañana. Viento pues, lacra. Fino.
Arranca, Jimmy.
Cómo que pa’qué le dije eso. Pa’que no nos tumben el puesto. Qué
vamoacer. Tranquilo, así el Pancho rueda por hoy. Mañana va venir
buscando sus reales. Ya. Qué venga. Yo le dije pasado mañana. Es más,
hoy vamos a acabá con esto. Tú vas a ver. Sí eres arrecho. Pa’dónde
vamos a ir. Vamos agarrar unos carros ahí en Prados del Este. Nosia
güevón. Yo pa’llá no voy. Tas cagao. No joda, esa verga no sirve. Esos
carros tienen ocho trancapalancas y verga. Cuatrocientas alarmas. To-
do un peo. Bueno, y qué quieres. Yo no fui el que le dije a Pancho que
mañana teníanos sus reales. Coño, no joda, pero tú sí eres mariquito,
vale. Agarrando esos Dodge Dart todos desperolaos del centro de
Caracas no vamos a llegar a ningún lado. Nada más mientras aga-
rramos uno y lo llevamos a quel Jaykson, se nos fue la mitá’e la noche.
Sí, y con uno de esos carros con alarma vamoa terminar con todos los
vigilantes de la cuadra atrás. Bueno. Ya vamoa ver.
¿Pillaste? Ese es el propio semáforo. Ahí se tienen que parar, si
suben directo pa’ la Andrés Bello, rolo de coñazo que le van a dar. Y si
se lo dan, también le caemos, no joda. Eso lo que está es bien. Vamos a
echarle bola. Párate allá.
Bueno, instalaos. Agarra ahí la pistola. Epa, dame la nueve a mí.
Ah, sí eres arrecho. Y pa’mí, el revólver. Claro. Esa verga es mejor, no
se tranca. Bueno, entonces agárralo tú. Seas güevón. Agarra esa verga y
cállate, no joda. Me tienes arrecho ya. Primero la mariquera con la
verga esa de que no a los carros y güevoná, y ahora me vas a venir a
quitar la nueve, no joda. Mira, mira: no joda. Un fairlang. Esa verga no
vale ni una bolsa de piedra. Se liras a vendé a un taxista. Joda, esa verga
se la llevas al Jaykson y no te lo lleva pal estacionamiento. Jeje. Hay
quesé pelabola pa’manejá ese pote. Ni que lo desmontes por piezas,
yow, jeje. Dame un cigarrito ahí, yow.
JNTMJ
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Willy y Jimmy
`~ê~Å~ë Åêìò~Ç~
Willy y Jimmy
cagao, pide tiempo, güeón. Ahora hay quecharle bolas. ¿Dónde nos
vamos a poné? Yo no sé, yow. No puedo pensar, yow. Tranquilo, con-
vive. Todo va salir bien.
Yo te dije: vamos pa’ Prados del Este. Prados del Este ni qué coño.
Vas a seguir arrugando, no joda. Testoy diciendo que hay demasiado
vigilante en esa verga. Vas directo pa’la Planta. Cállate. Esa verga es
pura policía de Baruta, mamagüevos esos. Igual yow, igual: necesi-
tamos los reales. Yo lo que digo es: bien. Vamos a darle pa’llá, buscamos
un carro de pinga, así, arrechísimo, y bueno, se lo llevamos al Pancho.
Si le caemos con tremenda máquina capaz que nos deja rodar. Sabes
que sí. ¿Es o noes? Sí, verga, pero te digo queso es demasiado peo. No
vamos a podé agarrar un carro d’esos. Vas a seguir con la mariquera.
Entonces le dices tú a Pancho que no tenemos los reales. Y después le
dices que te cagaste en vez deir a buscá unos carros. Te vas a poné así.
De bolas, Jimmy, de bolas que sí: sitás cagao, le dices tú al Pancho.
Verga, no joda. ¿Qué vamoa cer? ¿Quieres otro carrito d’esos? Jaykson
no nosvá da la plata. Y mañana va venir Pancho. Ta’ bien. Vamos a dar-
lesa verga. Eso. Testoy diciendo. Claro que sí. Con un buen carrito,
salimos rodando bien, yow. Vamoa ver. Dale. Agarra lautopista ahí.
Estos mariquitos de mierda, pavitos hijo’e puta, manejan más mal
quel coño. Sifrinos de mierda. Y que pa’la discoteca con las mamis y
verga. Con los reales de papá. Arrechera esa verga. Cállate, pajúo, y
dale pa’llá ques lo que tenenos queacer. Ya tú vas a ver cuando aga-
rrenos ese carro, yow. Un depoltivo, eso es lo que firma, ¿ah? ¿Tienes la
verga ahí que te dio Maykel? Ajá. A mí Jaykson me dio unas llaves y
una verga ahí. Nada, esoes picando los cables, yow. ¿Tú sabes deso?
Claro, pajúo, Jaykson menseñó. Yen la Planta me datearon lacreado
también. Unos bichitos que se las saben todas. Esoabres el capó, picas
aquí, ¡pan!, listo. No más naida. Arrancas tu carro fino. Y listo. Que-
damos firmando con el Pancho. Bueno, hacenos así: tú cantas la zona y
yo lecho bolas a la verga esa. Con las llaves y la mariquera. ¿Cuánto
falta? Ya vamoa llegar, yow, tranquilo...Verga, esta gente si maneja
mal. ¡Mierda! ¿Viste eso, Jimmy? ¡Mira, pajúo, del otro lado de lauto-
pista, allá! ¡Semerendo coñazo, yow! ¿Esa noes una Samurai? ¡Verga!
Mirael otro carro como quedó. Dale la vuelta aesta verga, ¡no joda!
Vamos pa’llá. Seacabó todo, yow. Coronamos la noche.
JNTPJ
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Bueno, Jimmy, quédate aquí con la moto. Yo voa ver cómo que-
daron esos becerros. Ya va, ya va: están abriendo la puerta del carro.
Verga, qué cagada, mariquito de mierda quedó vivo. Nada. Qué vamoa
cer. Quédate aquí, Jimmy. Tú qué. Yo voy con la nueve a bajar al ñero
ese. ¡Verga! ¡Ya va! ¡Mira eso! ¿Qué lleva ahí? Coño ‘e la madre, el
chamo está enhierrado. ¿Qué hace? Verga. Lestá cayendo a plomo al
chamo del carro, güeón. Uno, dos, tres... Verga, cuatro plomazo.
Mosca, Willy, quel chamo anda cargando. Qué mosca de nada. Ese lo
bajo yo. Mosca, güeón. Ya. Quédate aquí.
Verga. Willy de mierda sies porfiao. ¡Mosca, yow, quel chamo stá
volteando! ¡Willy, mamagüevo! ¡Apúrate! ¿Qués tás...? ¡WILLY!
¡Dispara, güeón! ¡No! ¡Coño ‘e la madre, no! ¡No, verga! ¡WILLY! ¡YA
VOY! ¡HIJOEPUTA! ¡YA VASA VER! ¡Coño‘e tu madre...! ¡TO-
MA! ¡Mariquito de mierda! No tan vaquero ahora, ¿ah? ¡Mamagüevo!
¡Coje otro! ¿Willy, qué hiciste...? No... Verga... La madre... Willy...
Gordo... Na’güevoná. Todo siacabó. Ahora sistamos jodidos de verdá.
JNTQJ
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JNTTJ
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había salido mal y cómo había dejado la moto y cambiado la pistola con
la del Willy para que no sospecharan que alguien más estuvo allí.
—Lo peor es que ahora estoy bien jodido —terminó Jimmy.
—¿Y eso por qué? Yo te veo bien. Ya resolviste. No creo que te
vayan a buscar.
—Usté no entiende, señor chófer. Nosotro no queríanos robar los
carros esos, pero es que le debemos plata al Pancho. Y mañana me van a
venir buscando.
—Ah, ya veo.
—Yo no quería, yo le dije a Willy que no, que nos saliéramos de la
verga esta... Yo sabía, malandro no dura. Siempre hay uno buscando
pa’reventarte, cazando la plaza...Yo quería salirme, se lo juro, yo nada
más quería era estar con mi jevita... Pero ella se me la llevaron, se me
fue... Y después el Pancho con toda la verga, dándole problemas a uno,
no joda. Es que no te dan chance. Jodido desde que naces. Aquí, verga,
el barrio, eso no perdona. ¿Entiende?
—Sí. Qué te puedo decir.
—No, no diga nada. Lléveme pa’llá, que yo voy a ver al Pancho de
una... Si me van a escoñetá, bueno que sea de una vez... Le voy a devolver
la merca y darle todos los reales que tengo y bueno... Ya veré... —la voz
de Jimmy sonaba temblorosa y entrecortada. Chuíto aceleró, contem-
plando furiosamente sus opciones. No había nada que él pudiera hacer.
Al llegar al barrio, Jimmy se bajó, mirando al piso y le dijo:
—Gracias, señor chófer. Sólo pa’que sepa que no fui yo el que se
llevó a su hija, y que nunca le hice nada... Nosotros no somos mala
gente, usted ve. Bueno. Chao.
—Suerte, Jimmy —le dijo Chuíto mientras éste se volteó y
empezó a alejarse, caminando lentamente hacia la parte de arriba del
cerro. Jesús miró el autobús, arrugó la frente con remordimiento y
pensó en sus hijos. Luego agregó:
—Jimmy, ¡hey! Jimmy. No te vayas. Ven acá. Mira...
—Qué pasó, señor chófer.
—Mira, bueno... no sé cómo decirte esto... Mira, bueno, ya: estoy
buscando a alguien que me ayude aquí con el autobús vale, y pensé en ti.
—¿Ayuda con el autobús? —Preguntó Jimmy perplejo.
—Sí, vale. Mira: si quieres, anda a hablar con Pancho, no sé qué
carajo le irás a decir, pero salte de esa verga. Ese negocio no conviene a
nadie. Después te vienes para la casa y hablamos, para que trabajes con
JNUOJ
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FIN
^Öçëíç OMMQ
JNUPJ
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Índice
Andrés . . . . . .V
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ááK~åÇ~åíÉ ÅμãçÇç
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Andrés . . . .NRR
Fundación Editorial
elperroy larana
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ISBN 980-396-372-4
9 789803 963729