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LOS HIJOS ANTE EL DIVORCIO

Los padres que afrontan la separación se preguntan a menudo si su decisión puede


ocasionar un grave perjuicio a los hijos, qué pueden hacer para facilitar la
adaptación a la nueva situación e incluso cómo han de dar continuidad a su papel
de padre y madre, cada uno por su lado. Para los propios padres es una situación
difícil y la posibilidad de hacer sufrir a los hijos aumenta aún más, si cabe, su
zozobra.

Si la vida en común se hace definitivamente insostenible, la separación puede llegar


a ser necesaria para la pareja y para los hijos. Suele ocurrir después de una larga
sucesión de desavenencias, de reiterados intentos de reconciliación y de la
instalación definitiva de una profunda incomunicación.

El conflicto prolongado en la vida familiar tiene efectos perniciosos sobre el


equilibrio emocional de los hijos. En estas condiciones, la separación nos parece un
mal menor necesario, la única posibilidad quizás de recuperar el equilibrio y el
bienestar para todos luego de intentar superar cualquier tipo de obstáculo para la
relación.

¿Qué efectos provoca o puede provocar en los niños la separación de sus


padres?

• La gran variedad de situaciones, reacciones y efectos es lo primero que se puede


constatar. Es habitual que la pérdida de la estabilidad, de las pautas de referencia y
de la imagen del hogar unido produzca una desadaptación profunda en los hijos.
Pero la serenidad, incluso la euforia al principio, por la perspectiva de una nueva
vida sin tantos problemas es frecuente en algunos niños. En otros casos una
profunda y prolongada depresión, sumada a diferentes dificultades preexistentes,
puede desestabilizar el equilibrio emocional.

• El estrés defensivo frente al cambio suele aparecer casi siempre al principio.


Efectivamente los hijos pueden manifestar reacciones emocionales y psicosomáticas
de diferente intensidad y prolongación. Algunos cambios de comportamiento,
variaciones del estado de ánimo, episodios de angustia y alteraciones del sueño
pueden aparecer y desaparecer mientras se reorganiza la situación.

• El niño, en su tendencia egocéntrica natural, puede sentirse culpable en algún


momento de las desavenencias de sus padres a causa de su conducta revoltosa,
por sus preferencias o por sus deseos destructivos contra uno u otro progenitor.

• La irritabilidad se expresa muchas veces en forma de resentimiento, de rebote o


de susceptibilidad.

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•Cuando estos síntomas adquieren manifestaciones exageradas y resulta difícil
convivir con ellos conviene la ayuda profesional adecuada del médico, el psicólogo o
el educador.

¿Cómo deberían actuar los padres para suavizar la adaptación a la nueva


situación?

• Un proceso de separación no precipitado permite un cambio mejor asimilado. La


separación gradual, suave y sin estridencias permite que todo el mundo se adapte.
Es mejor prevenirlo y ejecutarlo poco a poco en un periodo razonable. Hay que
evitar anuncios sorpresa de hechos consumados. Pero es igualmente perjudicial una
situación excesivamente prolongada, ambigua o destructiva.

• La racionalidad entre los padres facilita mucho el proceso de ruptura y la toma de


decisiones serenas. Pero en muchos casos un profundo resentimiento enturbia la
experiencia pasada, los intentos de conciliación y los inicios del nuevo proyecto de
vida.

Conviene resaltar la importancia que cobra la figura de un profesional mediador de


conflictos familiares que, aceptado por los dos cónyuges, puede ayudar a madurar
decisiones, a contener actitudes destructivas y a buscar soluciones con cordura
para las diferentes situaciones que se vayan presentando.

• Es necesario hablar con los hijos de la separación desde el primer momento. Hace
falta informarles de cada paso importante para que puedan aceptar la realidad,
haciéndola consciente. Los niños han de tener la posibilidad de hablar, de ser
escuchados y de ser tenidos en cuenta. Es necesario, por supuesto, un tratamiento
delicado, dando explicaciones verdaderas, adaptadas y calmadas.

• Para organizar la nueva situación se han de establecer, desde el principio, unos


acuerdos de participación de los hijos. Debe entenderse que los niños tienen un
fuerte instinto de conservación y de adaptación pero necesitan respuestas claras a
la pregunta: ¿Qué será de nosotros? En esta línea conviene que conserven la casa,
la escuela y las relaciones sociales como puntos de referencia permanentes cuando
todo cambia.

• A continuación se exponen tres pactos de respeto bilateral entre los padres por el
bien de la relación de cada uno de ellos con los hijos:

o Es necesario respetar la intimidad, el espacio y el tiempo de cada


progenitor con los hijos: Hay que evitar el entorpecimiento, la interposición,
las críticas sobre el medio personal, familiar y social del otro.

o Se debe fomentar la adquisición de principios, valores y normas


sólidos, especialmente la autonomía, la responsabilidad y el respeto.

o Conviene dar oportunidad a los hijos a tener criterio propio, a


manifestar sus opiniones, a tomar decisiones y a moverse
independientemente de los intereses de los progenitores, especialmente
cuando no son coincidentes.

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• Hace falta informar del proceso de separación al profesorado del colegio para que
pueda comprender, acompañar y acoger convenientemente a los alumnos en tan
difícil situación. Muchos niños buscan en su profesor consuelo, soporte y escucha de
sus preocupaciones. Nunca será suficientemente reconocido este servicio en la
elaboración de la pérdida. Los dos progenitores deben intervenir conjuntamente en
los asuntos escolares de los hijos.

¿Qué conductas han de evitar siempre el padre y la madre cuando actúan


por separado con sus hijos?

• Utilizar a los hijos de manera consciente o inconsciente como refugio afectivo,


como chantaje para dominar, perjudicar o vengarse del otro y hasta como trofeo de
victoria. Tres actitudes fundamentales pueden servir de enorme ayuda para
distanciar los hijos de las propias tribulaciones: el control de las discusiones, los
pactos acordados con sentido común y la conservación de criterios educativos
comunes por parte de los dos progenitores.

• Ceder al chantaje de los hijos. Efectivamente es fácil sucumbir al intento de los


hijos de aprovecharse de la inseguridad afectiva de los padres para manipularlos y
obtener beneficios y privilegios.

• Permitir que los hijos se enganchen a un solo progenitor en una relación cerrada,
dependiente y empobrecida impide su maduración personal y relacional. Hay que
poner límites, barreras, normas que les impidan ocupar el lugar del ex-cónyuge.
Las relaciones sociales, la ocupación profesional, la escuela, otros hermanos,
etcétera ayudan a poner fronteras naturales a los deseos posesivos de los hijos y
de los progenitores. Es un error, por ejemplo, consentir que los hijos ocupen la
cama del progenitor, o que controlen o impongan con su conducta que ellos
mandan en casa.

En conclusión, la separación produce la pérdida temporal de algunos puntos de


referencia que mantienen seguros a los hijos en la vida. Después de un periodo de
duelo los niños consiguen superar el periodo de inestabilidad.

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