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LA TINTA, EL CÁLAMO Y EL PINCEL

ANCLADOS EN EL TIEMPO
Alejandro Hernández Pérez
Universidad de La Laguna (ULL)

1. Amada enemiga

Cuando me paro a contemplar mi estado


y a ver los pasos por do me han traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;
mas cuando del camino esto olvidado,

a tanto mal no sé por dó he venido;

sé que me acabo, y más he yo sentido

ver acabar conmigo mi cuidado.
Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme

si quisiere, y aún sabrá querello;
que pues mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,

pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

Garcilaso de la Vega, Sonetos (BLECUA, 2011: 64-65)

CARTA DE DON QUIJOTE A


DULCINEA DEL TOBOSO

Soberana y alta señora:


El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón,
dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu
fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi
afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en
esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero
Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del
modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz
lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad
y a mi deseo.

Tuyo hasta la muerte,

El Caballero de la Triste Figura (CERVANTES, 2005: 313)

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Aquí dio un gran suspiro don Quijote y dijo:

—Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que
yo la sirvo. Solo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide,
que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad
por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura,
sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y
quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son
oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas
rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho,
marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la
honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración
puede encarecerlas, y no compararlas.

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha (CERVANTES, 2005: 154-155)

Diré que la enemiga siempre mía,


hermosa el alma como el cuerpo tiene,
y que su olvido de mi culpa nace,
y que en fe de los males que nos hace
amor su imperio en justa paz mantiene.

Miguel de Cervantes (CERVANTES, 2005: 163)

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2. Homo viator

Caminante, son tus huellas


el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
(MACHADO, 2009b: 115)

Todo el día siguiente viajaron a través de la cambiante neblina de humo. En las


cañadas el humo elevándose del suelo como grupo de velas paganas. Hacia el
anochecer llegaron a un lugar donde el fuego había cruzado la carretera y el macadán
estaba todavía caliente y un poco más allá empezó a ablandarse bajo sus pies. […]

Volvieron sobre sus pasos y acamparon en la carretera misma y cuando se pusieron


en marcha a la mañana siguiente el macadán se había enfriado. Aparecieron tal cual
de repente.

Estuvieron todo el día en la larga carretera negra, parando por la tarde para comer
frugalmente de sus magras provisiones. El chico sacó su camión de la mochila y
trazó carreteras en la ceniza con un palo. El camión avanzaba despacio. […] Se
cargó las dos mochilas y echaron a correr entre los quebradizos helechos.

McCarthy, La Carretera (MCCARTHY, 2009c: 41-50)

ABUELO.––¡Calla! Tienes dulce la voz, y es peligroso escucharte.


PEREGRINA.–– No os entiendo. Si os oigo quejaron siempre de la vida, ¿por qué os
da tanto miedo dejarla?
ABUELO.–– No es por lo que dejamos aquí. Es porque no sabemos lo que hay al otro
lado.
PEREGRINA.–– Lo mismo ocurre cuando el viaje es al revés. Por eso lloran los niños
al nacer
Alejandro Casona, La dama del Alba (Casona, 1999: 88)

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3. Poesía eres tú
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú
(BÉCQUER, 1986: 122)

No sé cuándo, dónde ni por quién fue escritor el relato titulado «La Tienda de Muñecos».
Tampoco sé si es simple fantasía o si será el relato de cosas y sucesos reales, como afirma
el autor anónimo; pero, en suma, poco importa que sea incierta o verídica la pequeña
historieta que se desarrolla en un tenducho. La casualidad pone estas páginas al alcance
de mis manos, y yo me apresuro a apoderarme de ellas. Helas aquí:.1 (GARMENDIA, 2008:
31)

No tengo suficiente filosofía para remontarme a las especulaciones elevadas del


pensamiento. Esto explica mis asuntos banales, y por qué trato ahora de encerrar en breves
líneas la historia -si así puede llamarse- de la vieja Tienda de Muñecos de mi abuelo que
después pasó a manos de mi padrino, y de las de éste a las mías. A mis ojos posee esta
tienda el encanto de los recuerdos de familia; y así como otros conservan los retratos de
sus antepasados, a mí me basta, para acordarme de los míos, pasear la mirada por los
estantes donde están alineados los viejos muñecos, con los cuales nunca jugué. Desde
pequeño se me acostumbró a mirarlos con seriedad. Mi abuelo, y después mi padrino,
solían decir, refiriéndose a ellos: (GARMENDIA, 2008: 31-32)

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta
de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se
volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en
los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que
llevaba a casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa
hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando
en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una
galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación,
nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los
ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el
sillón leyendo una novela. (CORTÁZAR, 1974: 308)

1
La cursiva no es nuestra: el autor diferencia este párrafo tipográficamente en el relato.
4
Mientras Augusto y Víctor sostenían esta conversación nivolesca, yo, el autor de esta
nivola, que tienes, lector, en la mano, y estás leyendo, me sonreía enigmáticamente al ver
que mis nivolescos personajes estaban abogando por mí y justificando mis procedimientos,
y me decía a mí mismo: «¡Cuán lejos estarán estos infelices de pensar que no están
haciendo otra cosa que tratar de justificar lo que yo estoy haciendo con ellos! Así, cuando
uno busca razones para justificarse no hace en rigor otra cosa que justificar a Dios. Y yo
soy el Dios de estos dos pobres diablos nivolescos». (UNAMUNO, 1982: 252)

––¿Cómo hasta cierto punto?


––Sí, que empezarás creyendo que los llevas tú, de tu mano, y es fácil que acabes
convenciéndote de que son ellos los que te llevan.
––Tal vez, pero el caso es que en esa novela pienso meter todo lo que se me ocurra.
––Pues acabará no siendo novela.
––No, será... será... nivola.
––Y ¿qué es eso, qué es nivola?
––Pues le he oído contar a Manuel Machado, el poeta, el hermano de Antonio, que una
vez le llevó a don Eduardo Benoit, para leérselo, un soneto que estaba en alejandrinos o
en no sé qué otra forma heterodoxa. Se lo leyó y don Eduardo le dijo: «Pero ¡eso no es
soneto!...» «No, señor ––le contestó Machado––, no es soneto, es... sonite.» Pues así con
mi novela, no va a ser novela, sino... ¿cómo dije?, navilo... nebulo, no, no, nivola, eso es,
¡nivola! […] Invento el género, e inventar un género no es más que darle un nombre
nuevo, y le doy las leyes que me place!
––¿Y cuando un personaje se queda solo?
––Entonces… un monólogo… Y para que parezca algo así como un diálogo invento un
perro a quien el personaje se dirige. […]
Al separarse uno del otro, Víctor y Augusto, iba diciéndose éste: «Y esta mi vida, ¿es
novela, es nivola o qué es? Todo esto que me pasa y le pasa a los que me rodean, ¿es
realidad o es ficción? (UNAMUNO, 2013: 176-177)

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4. Carpe díem y Tempus fugit

Hoy comamos y bebamos


y cantemos y holguemos
que mañana ayunaremos.
Por honra de Sant Antruejo
parémonos hoy bien anchos,
embutamos estos panchos,
recalquemos el pellejo,
que costumbres de concejo
que todos hoy nos hartemos,
que mañana ayunaremos.
Honremos a tan buen santo,
porque en hambre nos acorra,
comamos a calcaporra,
que mañana hay gran quebranto.
Juan de la Encina, Teatro completo (ENCINA, 1991: 159-160)

En tanto que de rosa y azucena


se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,

todo lo mudará la edad ligera,

por no hacer mudanza en su costumbre.
Garcilaso de la Vega, Soneto (BLECUA, 2011: 68 )
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente al lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o víola troncada
se vuelva, más tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Luis de Góngora, Soneto (GÓNGORA, 2009A: 96)

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RIMA LIII
VOLVERÁN LAS OSCURAS GOLONDRINAS

Volverán las oscuras golondrinas 
 Pero aquéllas cuajadas de rocío,


de tu balcón sus nidos a colgar, 
 cuyas gotas mirábamos temblar
y otra vez con el ala a tus cristales, 
 y caer como lágrimas del día...
jugando, llamarán. ésas... ¡no volverán !
Pero aquéllas que el vuelo refrenaban Volverán del amor en tus oídos
tu hermosura y mi dicha a contemplar, las palabras ardientes a sonar,
aquéllas que aprendieron nuestros nombres... tu corazón de su profundo sueño
ésas... ¡no volverán! tal vez despertará.
Volverán las tupidas madreselvas Pero mudo y absorto y de rodillas
de tu jardín las tapias a escalar como se adora a Dios ante el altar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas como yo te he querido...,desengáñate,
sus flores se abrirán. nadie así te amará.

Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas, (Bécquer, 1986: 144)

Cuando estés vieja, niña (Ronsard ya te lo dijo),


te acordarás de aquellos versos que yo decía.
Tendrás los senos tristes de amamantar tus hijos,
los últimos retoños de tu vida vacía...
Yo estaré tan lejano que tus manos de cera
ararán el recuerdo de mis ruinas desnudas.
Comprenderás que puede nevar en primavera
y que en la primavera las nieves son más crudas.
Yo estaré tan lejano que el amor y la pena
que antes vacié en tu vida como un ánfora plena
estarán condenados a morir en mis manos...
Y será tarde porque se fue mi adolescencia,
tarde porque las flores una vez dan esencia
y porque aunque me llames yo estaré tan lejano...

Pablo Neruda, «El nuevo soneto a Helena» (NERUDA, 1977: 15)

Verdor nuevo los espinos


tienen ya por la colina,
toda de púrpura y nieve
en el aire estremecida.
Cuántos cielos florecidos
les has visto; aunque a la cita
ellos serán siempre fieles,
tú no lo serás un día.
Antes que la sombra caiga,
aprende cómo es la dicha
ante los espinos blancos
y rojos en flor. Ve. Mira.

Luis Cernuda, «Los espinos» (CERNUDA, 1993: 354-355)

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5. Theatrum mundi

Pues soy tu Autor, y tú mi hechura eres,


hoy de un concepto mío
la ejecución a tus aplausos fío:
una fiesta hacer quiero
a mí mismo poder, si considero
que sólo a ostentación de mi grandeza
fiestas hará la gran naturaleza;
y como siempre ha sido
lo que más ha alegrado y divertido
la representación bien aplaudida,
y es representación la humana,
una comedia sea
la que hoy el cielo en tu teatro vea;
si soy autor y si la fiesta es mía,
por fuerza la de hacer mi compañía;
y pues yo escogí de los primeros,
los hombres, y ellos son mis compañeros,
ellos en el teatro
del mundo, que contiene partes cuatro,
con estilo oportuno,
han de representar. Yo a cada uno
el papel le daré que le convenga

Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo (CALDERÓN, 1983: 41)

que es la comedia un espejo,


en que […]
siendo al ejemplo escuchada
de la vida y del honor,
retrata nuestras costumbres,
o livianas o severas.
[...]
Basta que oí del papel
de aquella primera dama
el estado de mi fama;
bien claro me hablaba en él
Lope de Vega, El castigo sin venganza (VEGA, 1990: 118-119)

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–Así es verdad –replicó don Quijote-, porque no fuera acertado que los atavíos de la
comedia fueran finos, sino fingidos y aparentes, como lo es la mesma comedia, con la
cual quiero, Sancho, que estés bien, teniéndola en tu gracia, y por el mismo
consiguiente a los que las representas y a los que las componen, porque todos son
instrumentos de hacer un gran bien a la república, poniéndonos un espejo a cada paso
delante, donde se ven al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación
hay que más vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia
y los comediantes. Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el
soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y
desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales. […] Pues lo
mesmo –dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos
hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se
pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la
vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la
sepultura.
–Brava comparación –dijo Sancho-, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído
muchas y diversas veces.

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha (CERVANTES, 2005: 784)

NO VOLVERÉ A SER JOVEN




Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Jaime Gil de Biedma, «No volveré a ser joven» (BIEDMA, 1969b: 18-19)

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REFERENCIAS CONSULTADAS

BÉCQUER, Gustavo Adolfo (1986): Rimas, edición José Carlos de Torres, Madrid:
Clásicos Castalia.
BLECUA, José Manuel (2011): Poesía de la Edad de Oro, I Renacimiento, Madrid:
Clásicos Castalia.
___________________ (2003): Poesía de la Edad de Oro, II Barroco, Madrid: Clásicos
Castalia.
CALDERÓN, Pedro (1983): El gran teatro del mundo; El gran mercado del mundo,
Madrid: Cátedra.
CASONA, Alejandro (1999): La dama del Alba, Barcelona: Cátedra Letras Hispánicas.
CORTÁZAR, Julio (1974): «Continuidad de los parques», en Octaedro, Alianza, Madrid,
págs. 307-308.
CERNUDA, Luis de (1993): Poesía completa, I, Madrid: Siruela.
CERVANTES, Miguel de (2005): Don Quijote de la Mancha, edición de Francisco Rico,
Madrid: Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores.
GARMENDIA, Julio (2008): La tienda de muñecos y otros textos, Biblioteca Ayacucho,
Venezuela.
GIL DE BIEDMA, Jaime (1969a): Poemas póstumos, Madrid: Poesía para todos.
GÓNGORA, Luis de (2009a): Antología poética, edición de Antonio Carreira, Barcelona:
Crítica.
MACHADO, Antonio (2009b): Soledades. Galerías. Otros poemas, Madrid: Cátedra Letras
Hispánicas.
MCCARTHY, Cormac (2009c): La carretera, Barcelona: Contemporánea.
NERUDA, Pablo (1969b): Los versos del capitán, Argentina: Losada.
____________ (1977): Crepusculario, Barcelona: Seix Barral Biblioteca Breve.
QUIROGA, Horacio (1985): Cuentos de amor, de locura y de muerte, Barcelona: Literatura
Contemporánea Seix Barral.
UNAMUNO, Miguel (1982): Niebla, Madrid: Cátedra.
_______________ (2013): Niebla, Madrid: Cátedra.
VEGA, Lope de (1988): El castigo sin venganza, Madrid: Cátedra.

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