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ANCLADOS EN EL TIEMPO
Alejandro Hernández Pérez
Universidad de La Laguna (ULL)
1. Amada enemiga
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Aquí dio un gran suspiro don Quijote y dijo:
—Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que
yo la sirvo. Solo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide,
que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad
por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura,
sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y
quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son
oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas
rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho,
marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la
honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración
puede encarecerlas, y no compararlas.
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2. Homo viator
Estuvieron todo el día en la larga carretera negra, parando por la tarde para comer
frugalmente de sus magras provisiones. El chico sacó su camión de la mochila y
trazó carreteras en la ceniza con un palo. El camión avanzaba despacio. […] Se
cargó las dos mochilas y echaron a correr entre los quebradizos helechos.
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3. Poesía eres tú
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú
(BÉCQUER, 1986: 122)
No sé cuándo, dónde ni por quién fue escritor el relato titulado «La Tienda de Muñecos».
Tampoco sé si es simple fantasía o si será el relato de cosas y sucesos reales, como afirma
el autor anónimo; pero, en suma, poco importa que sea incierta o verídica la pequeña
historieta que se desarrolla en un tenducho. La casualidad pone estas páginas al alcance
de mis manos, y yo me apresuro a apoderarme de ellas. Helas aquí:.1 (GARMENDIA, 2008:
31)
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta
de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se
volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en
los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que
llevaba a casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa
hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando
en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una
galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación,
nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los
ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el
sillón leyendo una novela. (CORTÁZAR, 1974: 308)
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La cursiva no es nuestra: el autor diferencia este párrafo tipográficamente en el relato.
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Mientras Augusto y Víctor sostenían esta conversación nivolesca, yo, el autor de esta
nivola, que tienes, lector, en la mano, y estás leyendo, me sonreía enigmáticamente al ver
que mis nivolescos personajes estaban abogando por mí y justificando mis procedimientos,
y me decía a mí mismo: «¡Cuán lejos estarán estos infelices de pensar que no están
haciendo otra cosa que tratar de justificar lo que yo estoy haciendo con ellos! Así, cuando
uno busca razones para justificarse no hace en rigor otra cosa que justificar a Dios. Y yo
soy el Dios de estos dos pobres diablos nivolescos». (UNAMUNO, 1982: 252)
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4. Carpe díem y Tempus fugit
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RIMA LIII
VOLVERÁN LAS OSCURAS GOLONDRINAS
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5. Theatrum mundi
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–Así es verdad –replicó don Quijote-, porque no fuera acertado que los atavíos de la
comedia fueran finos, sino fingidos y aparentes, como lo es la mesma comedia, con la
cual quiero, Sancho, que estés bien, teniéndola en tu gracia, y por el mismo
consiguiente a los que las representas y a los que las componen, porque todos son
instrumentos de hacer un gran bien a la república, poniéndonos un espejo a cada paso
delante, donde se ven al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación
hay que más vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia
y los comediantes. Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el
soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y
desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales. […] Pues lo
mesmo –dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos
hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se
pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la
vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la
sepultura.
–Brava comparación –dijo Sancho-, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído
muchas y diversas veces.
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REFERENCIAS CONSULTADAS
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Clásicos Castalia.
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Clásicos Castalia.
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Madrid: Cátedra.
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CORTÁZAR, Julio (1974): «Continuidad de los parques», en Octaedro, Alianza, Madrid,
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CERVANTES, Miguel de (2005): Don Quijote de la Mancha, edición de Francisco Rico,
Madrid: Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores.
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Venezuela.
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Crítica.
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_______________ (2013): Niebla, Madrid: Cátedra.
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