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EL LÉXICO Y LA SEMÁNTICA SELECCIÓN DE TEXTOS INS SERRALLARGA

OTROS ENLACES MÁS ARTÍCULOS Amigovio, enrulado y


“Al loro, que esto La RAE redefine machismo papichulo, entran en el
mola” y otros y clica mariposear, chicano Diccionario de la RAE
artículos sobre el y postureo “Paganini”, “clarinete” y
léxico. Audiolibro, buenista, otros homónimos
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grandes novedades del Una lengua con parásitos
sobre léxico y sintaxis diccionario de la RAE
La vida empuja a la le gua:
de señora a señoro

DEL LÉXICO Y LA
SEMÁNTICA
Pedro Álvarez de Miranda: «Los hablantes son los

SEMÁNTICA
Pedro Álvarez de Miranda:
«Los hablantes son los dueños
del idioma, no lo es la dueños del idioma, no lo es la Academia»
Academia»1 Publicado por Yolanda Gándara
Estamos en plan explicando la
expresión "en plan" 7
"Hacer un nextazo", y otras
41 expresiones de su hijo que Pedro Álvarez de Miranda, filólogo experto en lexicología y lexicografía, es catedrático
no conoce de Lengua Española en la UAM e ingresó en la Real Academia Española en 2011 con
Dime qué palabras usas y te la lectura del discurso En doscientas sesenta y tres ocasiones como esta, un
diré a qué generación
perteneces apasionante relato de la historia de la RAE a través de los discursos pronunciados
Te explicamos con colores por previamente. Ha dirigido la vigésimo tercera edición del Diccionario de la lengua
qué mucho de lo que española, cuya versión en papel fue publicada en 2014 y se puso en línea en octubre
pensamos de las lenguas es
falso 9 de 2015 con una estética y una funcionalidad mejoradas. En sus didácticos artículos
Te explicamos con colores por publicados en la revista digital Rinconete del Centro Virtual Cervantes ejerce de
qué mucho de lo que divulgador de la lengua española con un poso de humor y una claridad expositiva que
pensamos de las lenguas es
falso 11 le definen y que espero que se perciban en la entrevista.
Modistos y costureras 14
‘Viejoven’, ‘juernes’, Según reza el Diccionario, inmediatamente después de publicada una edición,
‘trabacaciones’. La plaga de
las palabras siamesas 16
siempre se reanuda. ¿Ya se está trabajando en la siguiente edición?
TRES VERBOS ASESINOS
18 Sí, ya se está trabajando. A lo largo de toda la historia del Diccionario ha sido así, al día
PALABRAS DE MARCA 20 siguiente de salir una edición ya se ha empezado a trabajar. Lo que pasa es que las
Malapropismos 22 circunstancias son distintas. No se puede ocultar que la situación actual es un poco
particular. Aunque nadie ha dicho en la Academia que esta vaya a ser la última edición
El maravilloso hilo de Twitter
que recopila palabras de en papel, sí que es cierto que algunos periodistas lo han dicho e incluso lo han puesto
abuelas 24 en boca de algún responsable de la Academia. Por decirlo en los términos en los que lo
plantea el director: si antes se hacía una edición en papel que se colgaba en la red,
ahora se hará un diccionario electrónico del cual se harán versiones en papel. Cambia el punto de vista.
Y sí que se está trabajando ya en lo que será la vigésimo cuarta edición, en torno a la cual hay todavía
muchas incógnitas y probablemente estará ya diseñada y concebida como libro electrónico.

Otra de las noticias que habían surgido es que será de nueva planta.

Sí, también. Eso es lo más delicado. Es la decisión más difícil: si hay que hacer tabula rasa de toda
esa tradición lexicográfica de tres siglos o no. Una tabula rasa absoluta es difícil de hacer, porque la
Academia tiene que ser en cierto modo fiel a esa tradición. Ahí hay muchos interrogantes abiertos en
estos momentos; pero sí, se habla de una nueva planta.

¿Puede explicar la diferencia entre trabajar como hasta ahora con un diccionario acumulativo,
las ventajas y desventajas que plantea, las palabras en desuso que mantiene, etc., y cómo sería
el nuevo según se está planteando?

Se está debatiendo mucho. Creo que el diccionario de la Academia no puede ser «contemporaneísta»
o que refleje exclusivamente el español de hoy. Siempre se ha dicho que tiene que servir para

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interpretar a los clásicos. El problema no es tanto que contenga palabras desusadas, que las contiene
con su marca —a veces—, sino que hay palabras que no llevan marca de desusadas y sin embargo lo
están. O hay entradas que se incorporaron con un fundamento textual muy débil en un determinado
momento por haber encontrado una rara palabra en un texto o en otro repertorio lexicográfico y que,
como el diccionario es acumulativo, se han quedado ahí y están pendientes de una revisión profunda.
Hay bastante lastre que hay que plantearse si tiene que estar o no; no por anticuado, sino por
escasamente fundamentado. Es decir, las palabras que estén ampliamente documentadas en textos
antiguos, y por tanto palabras con las que puede tropezar el lector de un clásico, por ahora, el consenso
es que sí deben estar, con las correspondientes marcas de desusado, etc. (…)

Cuando se presenta una edición suele ser noticia la anécdota de alguna palabra llamativa que
se ha incluido. Sin embargo, en esta edición la revisión ha sido bastante profunda, como la
moción de género, los americanismos… ¿Qué elementos suponen una mayor renovación?

Efectivamente, yo me alegro mucho de que usted se fije en aspectos que no son los triviales y
anecdóticos en los que se suele fijar mucha gente y en torno a los cuales se montan a veces esas
polémicas bastante absurdas, como el famoso amigovio. Los americanismos son un capítulo
importante; el procurar incorporar la moción de género en las profesiones o actividades cuando
efectivamente se documenta el femenino —no por cumplir con no se sabe qué imposiciones de no
sexismo— bien con flexión, bien con moción a través del artículo. Hace mucho tiempo, la
palabra taxista venía en el diccionario como masculino; por supuesto, no tiene flexión de género, pero
evidentemente existe «el taxista» y «la taxista», por tanto la marca gramatical que debe llevar, y ya la
lleva desde hace tiempo, es de masculino y femenino. Otra pequeña novedad de esta edición: hasta
2001 decía «común», ahora, creo que con buen criterio, dice «masculino y femenino». Poner la marca
«común» podía llevar a ese error en el que algunas gramáticas incurrían de hablar de un género común.
No hay más que dos géneros: masculino y femenino. También se hablaba de un género ambiguo; las
palabras ambiguas llevan la marca «m. o f.», que no es lo mismo que «m. y f.». Estas sutilezas técnicas
la mayor parte de la gente no las capta o no se da cuenta del trabajo que suponen y la importancia que
tienen. Las marcas se han mejorado bastante, también las palabras gramaticales; queda por hacer una
buena revisión en los verbos, que son mejorables. Se ha hecho también un tratamiento más racional
de las variantes, se da información sobre la ortografía y sobre aspectos morfológicos de la palabra. Por
ejemplo, sobre las variantes: si antes se consultaba sicología ponía psicología en negrita, que era una
forma de indicar «véase». Pero el que consultaba la forma psicologíadirectamente se quedaba sin
saber que existe la variante sin «p», que a mí personalmente no me gusta, pero la Academia la da por
válida. Ahora en una y otra forma indica «véase». Son pequeñas mejoras de técnica lexicográfica que
dan su trabajo y que junto al incremento de voces, de americanismos, etc., puede decirse que ofrecen
una edición bastante renovada. Aun así todavía es una edición muy deudora de toda esa tradición
lexicográfica de la que le hablaba antes y requeriría una revisión más a fondo.

El DLE es considerado el diccionario normativo de la lengua española. Sin embargo, tiene un


evidente carácter descriptivo que a veces genera problemas de interpretación por parte de los
usuarios. ¿Podría explicar cómo se trabaja el léxico en contraposición a otras disciplinas
prescriptivas como la ortografía?

De los ámbitos de actuación de la Academia el más claramente normativo es la ortografía. Ese sí que
es normativo al cien por cien. La ortografía es una cuestión convencional. Es un código, como el de la
circulación. En España se conduce por la derecha y en Inglaterra se conduce por la izquierda; da igual
circular por la derecha o por la izquierda, pero hay que ponerse de acuerdo en que todos circulemos
por un lado o por otro. Con la ortografía pasa algo parecido. Determinadas palabras se escriben con b
y otras se escriben con v, no es que sea arbitrario y convencional, hay razones etimológicas e históricas
para que se escriban con una o con otra, pero la mayoría de las personas tienen que memorizar
visualmente si una palabra se escribe con b o con v porque las dos representan un mismo fonema y,
más claro aún, llevan tilde las agudas que terminan en n, s y vocal y las llanas que acaban en
consonante que no sea ni n ni s; pero podría ser al revés. La Academia en un momento determinado
decidió que esto es así y los hispanohablantes lo acatamos. Es cierto que hay lenguas que tienen una
ortografía consensuada por tradición y que no tienen una institución que dicte normas ortográficas,
pero nosotros sí la tenemos y lo bueno es que todos los países hispanohablantes la acatamos sin
ningún cisma. Es muy importante que aseguremos la unidad ortográfica. En materia ortográfica soy

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ultraconservador, creo que tenemos una ortografía muy sencilla, muy racional y que lo mejor es no
tocarla. Las pocas cosas que se tocan suscitan rechazo porque los hablantes también son muy
conservadores y un cambio los irrita. Tardan mucho, a veces varias generaciones, en digerirse y
asimilarse los cambios. Por ejemplo, la tilde de los monosílabos verbales fue, fui, vio y dio la quitó la
Academia en 1959 y todavía hay algún despistado al que se le escapa la tilde. Porque las generaciones
antiguas tenían ya grabadas esas tildes.

Tenía pensado preguntarle si está a favor de no poner tilde al adverbio solo, porque estoy
haciendo un censo de académicos rebeldes. Aunque sé su opinión porque tiene publicado un
artículo donde lo explica claramente.

No es que esté a favor, es que yo ya no la ponía porque me atenía a lo que decía la Academia: que
solo se pusiera en los casos de anfibología; y los casos de anfibología son poquísimos. Si se
presentaba un caso la ponía pero no sistemáticamente como hacían las imprentas. Porque esto era
cosa de las imprentas. De hecho, en cosas mías me ponían la tilde contra mi voluntad, porque mi
original no la llevaba, pero se ve que decían «este tío no sabe escribir»; yo en las pruebas la quitaba y
a veces ponía un comentario «por favor, que no es obligatoria esta tilde, no me la pongan» y a veces
la volvían a poner porque no les convencía. En 2010 no ha hecho la Academia sino ratificarse en el
carácter no solo no obligatorio, sino que en 2010 se queda al borde de decir que no se ponga nunca.

No ha tenido el valor.

No ha tenido el valor de decir que no se ponga nunca, pero viene a decir «no es necesaria ni siquiera
en los casos de anfibología». El otro día había un titular de El País que era un caso muy bueno. Decía
«Rajoy gobernará solo si su lista es la más votada» y quería decir que gobernará solamente si su lista
es la más votada. No llevaba tilde, por tanto lo primero que leí es que Rajoy gobernará solo, es decir,
no en coalición. Es un caso precioso de anfibología. No llevaba tilde porque El País está siendo
bastante obediente. En cambio, por curiosidad me metí en la página de El Mundo y me encontré
exactamente el mismo titular con tilde. Bueno, pues yo creo que la tilde ahí es muy oportuna porque yo
pegué un bote pensando «¿Que Rajoy gobernará solo? Más quisiera». No obstante, hay razones para
esa norma del solo y si se ha leído mi artículo ya conoce mi opinión. Pero volvamos a los diccionarios.
En el terreno de los diccionarios la normatividad es mucho menos clara porque la lengua no está sujeta
a un dictado convencional de normas, sino que los hablantes son los dueños. Volviendo al símil de
antes, la DGT tiene que regular el tráfico y poner normas, pero no puede imponerme si llevo un coche
rojo o azul, de una marca o de otra. La libertad es muchísimo mayor en el terreno del léxico. Usted ha
mencionado dos palabras fundamentales en esta cuestión: lo normativo y lo descriptivo; muchos
lingüistas tenemos claro que el único enfoque lógico del estudio de la lengua es el descriptivo y que la
norma emana de la descripción. No puede haber normas si no hay una buena descripción previa,
porque la descripción de los usos normales, eso, es la norma. La norma no se basa en una imposición
exógena, sino que emana de la propia lengua, en definitiva, de la voluntad de los hablantes y lo que
hacen las autoridades gramaticales, la gramática de la Academia y la que se enseña en las escuelas,
es sancionar o codificar una determinada norma que emana del uso. Los hablantes son soberanos en
el terreno gramatical y en el terreno léxico. Esto es así, los hablantes son los dueños del idioma, no lo
es la Academia. Cuando me dicen «¿Se puede decir tal palabra?», contesto: «Dila, ¿has podido? Pues
se puede decir». La Academia no puede poner multas por el uso de las palabras, ni por el uso del
laísmo ni por nada. Ahora, el laísmo no tiene el prestigio de la norma culta del español y, por tanto, una
persona que quiera atenerse a la norma culta puede recurrir a la gramática que describe ese uso. Este
uso no es prestigioso en la mayor parte de los países hispánicos y por tanto se recomienda evitarlo. Si
usted quiere emplearlo, empléelo, no pasa nada. El paso que ha dado la Nueva gramática es
impresionante. Son cuatro mil páginas de descripción del uso y de esa descripción emanan
recomendaciones normativas, no imposiciones. Lo curioso es que a la gente le gusta que la Academia
sea más normativa de lo que es. Hay una obra de la Academia que sí es puramente normativa:
el Diccionario panhispánico de dudas, y a la gente le gusta.

Lo que pasa es que está muy desactualizado.

Sí. Yo lo vengo diciendo ya desde hace mucho tiempo. Es de 2005 y en diez años las obras normativas
se quedan anticuadas. Además, no coincide con la propia doctrina ortográfica y gramatical de

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Academia. En estos momentos está ya prevista la segunda edición del DPD, pero me parece una de
las tareas más urgente que tiene la Academia. En cuanto al léxico, pues ocurre lo mismo que con la
gramática. A mí me parece que el mejor diccionario que podría hacer la Academia sería un diccionario
que fuera tan rigurosa y exhaustivamente descriptivo y tan suavemente normativo como es
la Gramática. Pero el léxico es bastante más complicado, la codificación lexicográfica es más rígida
que la de una gramática y la diversidad dialectal regional e hispanoamericana es muy compleja, aunque
la gramática lo ha resuelto bien. También se está pensando en una segunda edición de la Gramática,
siempre se puede decir que todas estas obras son mejorables y al día siguiente de ser publicadas ya
se empieza a trabajar. Ignacio Bosque tiene recogidos muchos materiales para cosas que le gustaría
matizar, modificar o mejorar.

Con frecuencia los hablantes plantean quejas sobre términos que según su percepción no están
reflejados de forma adecuada. Por poner un caso típico: el significado de «bizarro», que tiene
muchos registros literarios con el significado de «valiente» pero que se percibe con el
significado de «extraño» aunque tiene registros limitados. Me gustaría que describiera el
proceso por el que se decide qué palabras y acepciones entran o salen del diccionario, a qué
fuentes se recurre, etc.

Ese ejemplo que pone es el de una palabra que está adquiriendo tal vez un significado nuevo por un
fenómeno que se llama préstamo semántico. El inglés bizarre está trasfiriendo a su cognado español
un significado que no tenía. Ahí depende de hasta dónde queramos tener la manga ancha en cuanto
a los anglicismos semánticos, que es lo que es esto, no un calco como lo llaman algunos; como ocurre
con doméstico, o como ha ocurrido con sofisticado, que tenía un significado que no es el que ahora
cada vez más tiene y ya está recogido en el Diccionario, el de «complejo técnicamente». Desde luego
yo voy a procurar evitar siempre usar «vuelos domésticos» en lugar de «vuelos nacionales», porque si
ya tenemos la manera de decirlo en español no aporta nada y sí que es una forma subrepticia de
penetración de la influencia inglesa. Y lo mismo podría decir de bizarro, pero en general soy bastante
tolerante. No me rasgo las vestiduras ni por los neologismos absolutos ni por los neologismos
semánticos ni por los préstamos ni por los calcos, porque las lenguas evolucionan así, a golpe de
préstamo, de imitación, de influencia… Los que somos historiadores de la lengua tenemos una visión
bastante relativizadora de todos estos alarmismos. En el siglo xviii hubo voces que pronosticaron que
la lengua española iba a desaparecer a manos del francés, y no fue así. La lengua española sobrevivió
a una enorme influencia del francés y creo que también sobrevivirá a la influencia del inglés. La gente
tiene una tendencia natural al purismo. Yo lo comparo con el racismo: a nadie le gusta reconocerse
purista, pero sin embargo hay bastantes. (…)

Esto de que el Diccionario se considere poco menos que el certificado de que algo existe o no
y que incluso se haya pretendido usar en alguna ocasión para dirimir cuestiones legales refleja
un reconocimiento de autoridad que debe de ser gratificante, aunque un poco
desproporcionado.

Sí, a mí me resulta desproporcionado, pero el caso es que es así. Sin buscarlo la Academia, yo creo,
el acatamiento es impresionante. Pero los que somos profesores de lengua hay una palabra que en
nuestras clases no empleamos nunca, que es la palabra «correcto». Esa palabra para un lingüista no
tiene mucho sentido. (…)

En algunas épocas ha habido colectivos, como prensa o política, que han aportado un mayor
número de términos como reflejo de su pujanza. ¿Detecta en la actualidad un foco de aportación
de léxico nuevo? Siendo más ambiciosa: ¿tiene una interpretación de los últimos tiempos a
través del léxico?

Es muy complicado porque nos falta perspectiva. Sí que se puede decir que, evidentemente, hay
sectores de la lengua cuyo crecimiento es muy llamativo, como el léxico de la informática. Los
coloquialismos de la lengua juvenil están calando bastante en la lengua común y los jóvenes son una
fuente de enriquecimiento léxico. Yo no tengo esa visión negativa que tienen algunos de la lengua
juvenil, diciendo que es muy pobre. No lo veo así. Finde, por ejemplo, que mis colegas académicos no
quisieron aceptar contra mi opinión, me parece un hallazgo. Un apocopé de «fin de semana» que es
mucho más económica —dos sílabas frente a cinco— y que ha penetrado en la lengua común.

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En francés penetró hace mucho week-end y está aceptado.

Encima nos libra de un posible anglicismo crudo como weekend. En materia de léxico no acepto
argumentaciones que no son argumentaciones, sino que son reacciones emocionales del tipo «no me
gusta». Qué es eso de «no me gusta» o «qué feo»; es una combinación de fonemas como otra
cualquiera. Todo lo nuevo suena extraño. Hay una palabra que define muy bien esto: misoneísmo, que
es el rechazo o aversión a lo nuevo. Y ahí volvemos a lo mismo de antes: igual que las novedades en
la ortografía suscitan rechazo, las novedades en el léxico suscitan rechazo. Otro ejemplo: una amiga
psicóloga me dice «no aceptará la Academia esa horrible palabra: resiliencia». Bueno, resiliencia es
un concepto técnico de la psicología, es la capacidad para recuperarse de un serio percance vital como
puede ser un duelo. No es lo mismo que resistencia. Además también se habla de la resiliencia de los
materiales. Me extraña que una psicóloga rechace esa palabra, porque sus colegas de otras lenguas
la utilizan en inglés, en francés, en italiano; viene del latín… qué más quieres. Designa un matiz distinto
que otros parasinónimos —términos próximos semánticamente—, pues bienvenida sea. El
enriquecimiento del léxico permite la sutilización y la matización del pensamiento. No podemos
cerrarnos al enriquecimiento del léxico y luego quejarnos de que cada vez es más pobre. A veces
puede producir cierto escándalo que uno sea tan tolerante, pero repito que la visión histórica de los
hechos es esa. Los artículos que publicaba don Fernando Lázaro Carreter, El dardo en la palabra,
que empezó a publicar en los años setenta en el diario Informaciones, cuando los publicó en libro, él
mismo tuvo que reconocer en el prólogo que alguna de las cosas contra las que había clamado ya eran
normales.

Las polémicas que suelen surgir de forma reincidente en los medios de comunicación sobre el
diccionario —como la infinita de la almóndiga— y sobre otras obras de la academia, que en
muchos casos responden a su desconocimiento, ¿pueden deberse a una deficiencia en la
divulgación de temas relacionados con la lengua o en la comunicación de la propia academia?

Se frivoliza mucho. La gente no tiene el reposo para pensar las cosas con un poco de calma. Yo he
tenido que explicar muchas cosas y en los artículos de Rinconete trato de hacer bastante pedagogía.
Pero las cosas no se pueden despachar de un plumazo. Por poner un ejemplo al que también le
dediqué un artículo, cuando tienes que explicar que aparece una variante almóndiga porque existió y
estuvo documentada y que la vacilación fonética m/b es relativamente frecuente, igual que tenemos
una palabra vagabundo que dio lugar a una variante muy curiosa que implica una etimología
popular: vagamundo, que es una palabra muy bonita porque, aunque viene del latín vagabundus, la
interpretación popular es la de «que vaga por el mundo». Es decir, la etimología popular ha alterado el
significante. La gente no tiene paciencia para escucharte este tipo de explicaciones. Cuando te dicen
que solo falta que la Academia acepte «cocreta»… pues no lo ha aceptado porque esa forma no ha
rebasado el nivel de vulgarismo, pero se me ocurrió estudiar un poco la historia de la palabra y estuvo
a punto de triunfar, en el siglo xix hay muchos ejemplos, pero la norma culta acabó imponiéndose. Hay
un ejemplo precioso para convencer a la gente de que no se puede ser dogmático en estas cuestiones,
que es cocodrilo. En latín era crocodilus, pero la r dio un salto de sílaba, lo que se llama metátesis.
Puristas y misoneístas los ha habido siempre. Hay un documento muy interesante que estudian los
expertos en latín vulgar, el llamado Appendix Probi, que es interesantísimo porque es un escriba que
nota que el latín está evolucionando, que se está «estropeando», y va diciendo cómo decir y cómo no
decir algo; y lo que dice que no se diga está en el origen de toda la evolución de las lenguas románicas.
Es un hombre que se desespera de ver cómo el latín se corrompe o se deforma o evoluciona. Pues
claro, bendita evolución, de ahí salieron las lenguas románicas. No podemos poner diques a la
evolución de la lengua y a veces es caprichosa, la r de cocodrilo ha cambiado de posición y en cambio
la r de croqueta no ha cambiado, pero pudo hacerlo y finalmente la norma lo impidió. La tendencia
conservadora fue más fuerte que la tendencia innovadora.

Otras polémicas han motivado rectificaciones y, según he leído en algún titular, estamos ante
el diccionario menos machista de la historia. Sería muy alarmante que fuera al contrario.
También se están incorporando académicas de forma exponencial. ¿Es un propósito de
desagravio?

El problema del Diccionario no es que fuera más o menos machista, sino que en muchos casos ha
requerido y sigue requiriendo una revisión, como hablábamos antes de la flexión o moción de género

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en los sustantivos. En otros casos hay una falsa percepción cuando se acusa al Diccionario de
machista cuando lo que es machista es la lengua. Si el diccionario es bueno, refleja una realidad que
puede ser machista o sexista, pero de la cual el lexicógrafo no es el culpable. No se puede matar al
mensajero. La gente cree que hay que cambiar el diccionario para que cambie la sociedad; lo que es
evidente es que hay que cambiar la sociedad. Cuando cambie la sociedad, cambiará la lengua y
cambiará el Diccionario, pero no podemos empezar la casa por el tejado. El diccionario es el último
eslabón de la cadena y, desde luego, cuando el lexicógrafo —no ya el de la Academia, sino Seco o
cualquier diccionario competente— refleja un hecho de la lengua que es machista está reflejando una
realidad. En cuanto a la entrada de mujeres en la Academia, yo creo que ya deberían dejar de llevar la
cuenta. Ahora han dicho que es la undécima, me parece. Ya empieza a no tener tanta gracia la cuenta.
Yo no soy partidario de elegir a una lingüista o a una novelista o a una economista, sino a un economista
y que sea secundario que sea hombre o que sea mujer. Eso es lo ideal, pero es cierto que todavía el
porcentaje es bajo. No se puede decir «la undécima mujer en tres siglos» porque de esos tres siglos
hasta 1978 no entró ninguna. Bueno, mejor dicho, sí entró una en el siglo xviii, la académica honoraria
por voluntad de Carlos III doña Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda. Pero, al fin y al cabo, la
primera mujer que entró en la Academia Española lo hizo un poco antes que la primera que entró en
la Academia Francesa, que fue Marguerite Yourcenar. Tampoco se puede decir que la Academia
Francesa sea un modelo. Yo preferiría que ya no se llevara la cuenta, pero evidentemente los
periodistas la siguen llevando. (…)

El monopolio normativo de la RAE se basa en el prestigio y en parte en una tradición. ¿Cree que
otra organización con los medios suficientes y con respaldo popular podría competir con la
RAE? Por ejemplo, Google ahora tiene una herramienta de diccionario que no es el de la RAE y,
sabiendo que cualquier usuario va a encontrar una definición con teclearla en el buscador,
¿podría ser una competencia?

Podría, podría; la verdad es que no conocía esa función de Google, y desde luego me consta que
muchísimos de mis estudiantes consultan WordReference, Wikcionario y Wikipedia. Creo que en
materia estrictamente de léxico, no de conocimientos enciclopédicos, el Diccionario de la Academia
tiene todavía una posición muy envidiable de ser la más consultada, pero si la Academia no quiere
perder ese liderazgo no debe nunca minusvalorar a posibles competidores que en el terreno del léxico
le surjan y, como decía antes, esperemos que no le surjan en un terreno muy serio que es el de la
ortografía. Creo que es bueno que haya una autoridad reguladora de la ortografía para no tocarla,
porque es estupenda y los cambios suscitan rechazo, porque es panhispánica y porque estamos todos
de acuerdo. La unidad ortográfica es importantísima, no se debe dar ninguna oportunidad a la aparición
de ninguna rendija de discrepancia que dé lugar a un cisma ortográfico.

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Estamos en plan explicando la expresión "en plan"


LOLA PONS RODRÍGUEZ 2 ABR 2018 - 08:33 CEST
Los jóvenes no hablan igual que sus mayores, y esos
mayores no hablaron, en su momento, igual que
hablaban sus padres. El empleo de determinadas
palabras puede revelar la fecha de nacimiento que hay
en tu carné: en los setenta se decía “chachi”; en los
ochenta, “guay”; antes de esa etapa se decía que algo
era “muy pera” (por muy bueno). Si miramos al lenguaje
juvenil actual, vemos que uno de los identificadores de
los jóvenes actualmente es el uso de “en plan”.
Atención a esta frase: “Le digo a mi madre que salgo,
en plan me voy a la calle en plan tranquilo. Meto en el
bolso en plan todo lo que necesito para echar el día
fuera y resulta que me dejo las gafas de sol nuevas que
me costaron caras, en plan 60 euros o más”. No es real,
pero podría serlo: “en plan” es el nuevo chicle, es flexible y está todo el día en la boca de nuestros
hablantes más jóvenes.
Esta construcción (preposición “en” + sustantivo “plan”) no es nueva en el idioma y la usamos hablantes
de todas las edades para una función concreta, la de “Venimos en plan de auditoría” o “Acudieron en
plan de buscar pelea”, casos que se dan desde mediados del siglo XX y donde “plan” tiene el significado
de intención, proyecto, modo. Pero en los últimos años esta estructura ha ido modificándose de dos
maneras. Por una parte, su forma ha variado y se usa más sin “de” (“Héctor está ya haciendo maletas
en plan vacaciones” y no “en plan de vacaciones”). Por otra parte, y esta es la historia verdaderamente
novedosa, en el español de España ha asumido entre los hablantes jóvenes muchos otros significados
nuevos.

Si decimos la frase “Brenda no viene hoy a trabajar. En plan, se ha pedido el día”, vemos que “en plan”
significa “o sea” y explica de otra forma o ejemplifica lo que se está diciendo.
Otro valor innovador se usa en frases del estilo “Jaime me escribió en plan te vamos a subir el sueldo”,
donde “en plan” tiene un valor similar al de poner unas comillas en el discurso escrito. Cita las palabras
de otro.
Puede servir para situar el foco sobre algo, poniendo de relieve justo lo que sigue a “en plan”: “Una
cosa es tatuarse una palabra, pero Mari Luz se ha tatuado en plan toda la pierna”. Y se usa también
para mitigar y paliar el efecto de lo que se dice: “Emi se acaba de sacar el carné de conducir, en plan
que prefiero no ir en su coche”.
Que sea útil para quienes lo usan y que tenga unos valores definidos no quiere decir que no pueda
resultar exasperante oírlo constantemente en cada frase de un adolescente español. De hecho, ha
despertado quejas por parte de profesores, que dicen que sus alumnos abusan de esta expresión. E
incluso los propios usuarios, que reconocen que “en plan” es un elemento definitorio de su forma de
hablar, pueden llegar a parodiar ese empleo extremo. Así, el youtubero catalán Pol Gise la ridiculiza
en este vídeo: “No tengo vocabulario ni quiero un diccionario y se quejan, se quejan, se quejan de mí”.
Drake - God's plan (Parodia) En plan.
El lenguaje juvenil español tiene, como todos los lenguajes juveniles, sus marcas propias, cambiantes
y muy poco duraderas. La forma de interacción que emplean entre ellos los jóvenes, oralmente y de
forma coloquial, es históricamente una constante fuente de cambios lingüísticos, cambios
efímeros que aguantan en vigor hasta que son reemplazados por una nueva generación. Una lee este
artículo de 2015 sobre lenguaje juvenil y comprueba que alguna de las palabras que se señalaban

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como propias de los jóvenes españoles han quedado ya anticuadas (¡en solo tres años!). Y, si hacemos
un viaje hacia atrás en el tiempo, vemos un fenómeno similar: en los finales de los setenta, el Manifiesto
de lo Borde que publicaron los componentes del genial grupo de rock andaluz Smash dividía la
humanidad entre los hombres de las praderas, de la montaña, de las cuevas lúgubres y de las cuevas
suntuosas. Leerlo es leer las palabras del lenguaje juvenil de los setenta:
Los hombres de las praderas son los únicos que están en el rollo y que han salido del huevo. Los
hombres de las cuevas lúgubres se enrollan por el palo del dogma y te suelen dar la vara chunga. Los
hombres de las cuevas suntuosas se enrollan por el palo del dinero y del roneo”.
Algunas de esas expresiones se han mantenido, otras no. La grandeza de las lenguas es que suelen
ser bastante democráticas en la génesis y el ocaso de estos cambios lingüísticos. Tal vez dentro de
unos años seamos capaces de hablar del inicio y del fin de la moda del emplanismo. Por eso, no tiene
sentido escribir en plan “alarma: los jóvenes hablan raro”, porque estas modas lingüísticas vienen y se
van. No te pega tener más de 35 y decir “hasta nunqui”, al igual que a esa edad no es común ser un
emplanista o adicto a “en plan”.
Han pasado casi cuarenta años de la canción de Radio Futura, pero con ellos ya aprendimos que lo
que le toca a cada joven que empieza a hacerse con el mundo es caer enamorado de la moda juvenil,
en plan lo que sea.

OTROS ARTÍCULOS
"Hacer un nextazo", y otras 41 expresiones de su hijo que no conoce
Dime qué palabras usas y te diré a qué generación perteneces, Verne, El País

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EL LÉXICO Y LA SEMÁNTICA SELECCIÓN DE TEXTOS INS SERRALLARGA

Te explicamos con colores por qué mucho de lo que


pensamos de las lenguas es falso

LOLA PONS RODRÍGUEZ 20 MAR 2018 - 08:27 CET


Te aseguro que no eres el único que naufraga en la distinción entre azul klein, azul pavo y azul
azafata. Colores como el orquídea, el lima, el menta, el berenjena, los flúor o los empolvados nos
muestran que los nombres para los colores van variando y últimamente se refinan hasta el detalle en
el español actual. No es un fenómeno nuevo: estamos ante uno de los grupos de vocabulario que
más se renueva, perdiendo y ganando. Por eso, el mundo del colorido, en sus cambios y su recorrido
histórico, puede usarse como muestra para explicar por qué mucho de lo que pensamos sobre las
lenguas es falso.
Por ejemplo, tú defiendes que es una genuflexión humillante hacia el inglés que nos hayamos traído
de esa lengua palabras como “nude” (un tono parecido al rosa palo) o “caqui” (palabra que vino del
inglés y que en última instancia tiene un origen oriental). No te pongas la mano en la frente asustado
por estos anglicismos cromáticos; también el español le prestó al inglés el nombre del río Colorado y
del estado que le da nombre. Francisco de Ulloa lo recorrió en el siglo XVI y llamó a su desembocadura
mar Bermeja por el color rojizo de sus aguas. Los préstamos no van solo en una dirección.
Tú piensas que el español se está empobreciendo porque está perdiendo nombres de colores que
antes se usaban más. El “crudo” de antes (llamado así por el color de la lana sin blanquear) se llama
ahora sobre todo beis (del francés beige). Pero el español también perdió nombres latinos de colores:
nuestros antepasados distinguían entre el color negro mate (lo llamaban ater) y el brillante (niger). No
es más pobre el español comparado con el latín; simplemente nosotros expresamos el matiz (mate /
brillo) con un adjetivo añadido.
Ponerse rojo, colorado...
Tú crees que la lengua se estropea porque la gente ya no dice “granate” sino “burdeos”, y que así las
palabras-de-toda-la-vida se van a perder, pero palabra de toda la vida te puede parecer “rojo” que, en
cambio, no se usaba apenas en la Edad Media, cuando los hablantes usaban más “bermejo”. Otro
nombre para el rojo, el colorado, es preferido en América (junto con “encarnado”) y en buena parte de
Andalucía para denominar a este color. Los adolescentes andaluces antes se ponían colorados, y
posiblemente se pongan rojos ahora. Los medios y los productos globales hacen que se borren algunas
de esas diferencias. Pese a ello, llamar celestes a los ojos azules sigue siendo muy frecuente en parte
de Andalucía.
Tú eres capaz de decir que con tanta gente de diversa procedencia que llega a tu ciudad, la lengua se
va a terminar corrompiendo con tanta mezcla. Y no te das cuenta de que lo que percibes como
legítimamente hispánico y no extranjero puede muy posiblemente haber sido una novedad para
nuestros antepasados. Son arabismos nombres de colores como el azul o el añil (la planta de la que
se sacaba la pasta azul oscura que dio nombre al color era llamada en árabe nîl). Germánicas son
denominaciones de colores como el gris y el blanco, que también reemplazaron a otras: en la Edad
Media llamaban pardo a lo que hoy llamaríamos gris, y gris se empleaba sobre todo para el color de la
piel de ardilla llamada grisa. La palabra germánica blank de la que proviene blanco barrió a las formas
latinas albus y candidus.
Tú piensas que el español es sobre todo un patrimonio de España y te olvidas de que en América hay
más hablantes, más variedades y más oportunidades de crecimiento para el español. El “fosforito” que
acompaña al verde, naranja o rosa como denominación de color es muy reciente, de finales del siglo
XX, pero si miras qué significa fosforito en el ámbito americano verás que allí, desde la acepción
“cerilla”, tiene muchísimas otras acepciones: un tipo de emparedado en Argentina, una persona muy
delgada en Nicaragua, alguien que se enfada pronto en Venezuela... El equivalente de una paleta
cromática es cualquier lengua en su conjunto de variedades.
Los dialectos del castellano

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Pero claro, tú a lo mejor crees que si hablamos de dialectos o variedades del español estamos
apuntando a todo lo que no coincide con la Castilla fundacional, y que el estándar coincide punto por
punto con la forma de hablar castellana. Pues mira, sietecolores es nombre para el jilguero en Burgos
y Palencia, y golorito (derivado de la palabra color con diminutivo) llaman a este pájaro en La Rioja. El
castellano de Castilla también tiene su propia dialectología interna.
Tú sostienes que si hay tantos cambios en las lenguas es porque lo de los colores antes era muy
subjetivo, nada científico, que hoy lo tenemos más claro con las etiquetas numéricas para los colores.
Pero algunos de nuestros nombres de colores vienen del antiguo vocabulario científico. Amarillo viene
del lenguaje médico: la palabra latina que significaba “amargo” (amarus) dio lugar a amarellus, adjetivo
con el que se designaba a quien tenía el color pálido de quien padece de una enfermedad de hígado,
órgano que antiguamente se relacionaba con la secreción de humor amargo.
Tú te pones en los postres de la cena familiar a argumentar que los extranjeros tienen mucho morro
porque el español es más fácil de aprender y más lógico que las lenguas que tú estudias en una
academia. Y no te has parado a pensar en que nuestros estudiantes de español como segunda lengua
tienen en los derivados de los nombres de colores uno de los grupos léxicos que más les amargan la
vida, ya que cada color tiene una terminación distinta. En inglés, basta con añadir –ish siempre
(reddish, greenish), pero en español lo que no es blanco del todo es blanquecino o blancuzco, lo que
es un poco rojo es rojizo, si es un poco azul dirá azulado, en tanto que lo que es un poco gris será
grisáceo y amarillento lo que sea un poco amarillo. Pensar que la lengua propia es más fácil y lógica
que el resto es otro prejuicio lingüístico más.
Tú piensas, en fin, que debo escribir negro sobre blanco que la lengua es uniforme y no debería
cambiar. Y yo lo que pretendo explicarte es que prejuicios lingüísticos hay de todos los colores.

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Modistos y costureras
El masculino ‘modisto’ vulnera el sistema igual que el femenino ‘portavoza’
ÁLEX GRIJELMO
El modista Lorenzo Caprile me insistió hace tiempo para que escribiera sobre el término “modisto”, del
que él reniega. Lo fui dejando para mejor ocasión, y eso me hacía sentir en deuda con él. Me parecía
una batalla perdida como tantas otras que en estos tiempos acaban produciendo vías de agua en el
sistema de nuestra lengua. Pero quizás esa mejor ocasión sea ésta, a raíz de la polémica que ha
desatado “portavoza”.
La respetada filóloga feminista Eulàlia Lledó ha escrito un artículo en el HuffPostespañol donde señala
que “portavoz” es una palabra de género común (es decir, que vale tanto para hombres como para
mujeres, lo mismo que “modelo” o “corresponsal”, pongamos por caso) y por tanto no necesita la
adición de una apara el femenino. Pero le opone el caso de “modista”, que cumplía la misma condición
de “portavoz” como sustantivo de género común y que sin embargo se consagró en el Diccionario de
1984 con la opción "modisto" para designar a hombres con ese oficio. Ella sugiere que la influencia de
los modistas para no ser equiparados con las modistas de toda la vida propició que se aceptara la
modificación, mientras que con “portavoza” parece producirse la presión contraria.
El sistema lingüístico del español contiene entre sus herramientas el sufijo -ista, que forma una
sola pieza. Es decir, esa letra a con la que termina no es una marca de género, sino una parte solidaria
en el engranaje del elemento, igual que sus compañeras la i, la s o la t. Salvo en “modista”, que se
puede convertir en “modisto”, ninguna otra palabra del español general con esa sufijación forma una
alternativa en masculino: idealista, socialista, anarquista, taxista o especialista, entre algunos
centenares de términos posibles en nuestra lengua.
Por tanto, la creación de “modisto” provoca un fallo en el sistema, igual que lo haría “portavoza”, que
además en su segundo elemento incurriría en doble femenino (pues “voz” ya tiene ese género).
El problema que se deduce de lo que plantea Lledó reside en si pueden escandalizarse ante
“portavoza” quienes defienden “modisto”. Y a mi entender, tiene toda la razón.
El Libro de estilo de EL PAÍS dice sobre “modista”: “Aunque la Academia admite también ‘modisto’
debido a su extendido uso, en EL PAÍS debe escribirse ‘el modista’, como ‘el periodista’, ‘el electricista’,
etcétera, pues la palabra se forma sobre la base ‘moda’ y el sufijo ‘-ista’, que denota oficio o
profesión y construye palabras de género común”.
Así pues, el manual de este diario rechaza desde hace decenios “modisto”. Pero se trata sólo de estilo,
es decir, una elección propia; encaminada a evitar cierto sexismo que se puede deducir del deseo de
algunos diseñadores de no alinearse con la tradicional modista de barrio; a la que el diccionario
académico de 1884 retrataba así: “Mujer que tiene por oficio cortar y hacer vestidos y adornos para las
señoras”.
Antes de incorporarse esa definición, se describía a la modista como “la que tiene tienda de modas”;
porque entonces quienes componían o arreglaban vestidos se llamaban a su vez “costureras”.
El prestigio de la palabra “modista” fue creciendo, gracias a la categoría de muchos diseñadores y
diseñadoras, pero quizás aquéllos, como explica Lledó, quisieron separarse del recuerdo histórico de
costureras y modistillas. Desde luego, Lorenzo Caprile no figura en ese grupo.
Deuda saldada.

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‘Viejoven’, ‘juernes’, ‘trabacaciones’. La plaga de las palabras


siamesas
La formación de palabras a partir de la combinación de dos raíces resulta muy productiva en
español y las palabras compuestas son moneda corriente en la lengua de todos los días
Lo que caracteriza a los blendings es que no se forman por simple combinación, sino que se
forman fusionando a las bravas dos palabras de tal manera que el comienzo de una enlace con
el final de la otra
Elena Álvarez Mellado
Habitan entre nosotros y están por todas partes:
en los anuncios de la tele, en la última canción
de moda, en los titulares de las noticias, en el
meme que te manda tu cuñado por WhatsApp.
‘Juernes’, ‘viejoven’, ‘trabacaciones’,
‘infoxicación’, ‘veroño’. Son blendings, palabras
siamesas formadas a partir de la fusión de dos
términos independientes. Probablemente, el
fenómeno lingüístico más odioso de todos los
tiempos y que no deja de crecer. Desde hace
unos años, surgen blendings como champiñones
y no hay mes en que no aterrice un nuevo
producto o tendencia milenial con su blending
colgado del brazo.
El último grito léxico en lo que a blendings se
refiere es el de bautizar a las parejas mediante
la fusión de los nombres de los dos integrantes
de la pareja, como ‘Almaia’ (blending de
Alfred+Amaia) y ‘Aiteda’ (Aitana+Cepeda), los
nombres con los que los fans han bautizado a las
parejas y shippeos surgidos de Operación
Triunfo y que siguen la estela que sentaron otros precedentes lingüísticos del otro lado del charco como
‘Brangelina’ (Brad+Angelina) o ‘Mondler’ (Monica+Chandler).
Pero vayamos por partes: ¿qué tienen de particular los blendings? Al fin y al cabo, que dos palabras
se unan bajo el sagrado lazo de la procreación léxica para dar lugar a un término nuevo no es ninguna
novedad. ‘Pelirrojo’, ‘sacapuntas’, ‘tardofranquista’, ‘cantamañanas’. La formación de palabras a
partir de la combinación de dos raíces resulta muy productiva en español y las palabras
compuestas son moneda corriente en la lengua de todos los días. Lo que caracteriza a los blendings
es que no se forman por simple combinación, sino que se forman fusionando a las bravas dos
palabras de tal manera que el comienzo de una enlace con el final de la otra, truncándolas
artificialmente e ignorando sus fronteras morfológicas naturales.
De por sí, no hay nada erróneo en los blendings, como no lo hay en nada que los hablantes ideen y
usen. Como creación léxica, estas palabras resultan coloridas, simpaticonas y festivaleras. ‘Juernes’,
‘viejoven’ o la más añosa ‘dictablanda’ están prácticamente en el límite con el juego de palabras. Y
ese es justamente el quid de la cuestión: en español, los blendings funcionan más bien como un
divertimento y sus aspiraciones no suelen ir más allá del siempre disfrutable cachondeo léxico. Por eso
mismo, los blendings propuestos con intención seria tienen pocas probabilidades de arraigar, quizá
porque su fisonomía un tanto amorfa y estrafalaria dificulta que puedan dejar descendencia (uno de los
rasgos que suelen garantizar la supervivencia de una palabra a largo plazo). ‘Electrolinera’ (formado
de ‘electricidad’+’gasolinera’) es un ejemplo de malogrado intento de blending respetable que, aunque
no ha muerto definitivamente, no acaba de conseguir que le tomen en serio y parece no tener mucho

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que hacer frente al más transparente y funcional ‘punto de recarga’. El escaso puñado de blendings
serios que han conseguido hacerse un hueco permanente en nuestro vocabulario habitual no son en
realidad blendings ‘made in la Hispanofonía’, sino que son adaptaciones o importaciones de blendings
que se acuñaron originariamente en inglés (donde el blending es una estrategia productiva y habitual
para formar palabras nuevas) y que nos trajimos en forma de préstamo, como ‘motel’ (nacido de
‘motorway’+’hotel’), ‘cíborg’ (de
‘cybernetics’+’organism’), o ‘biónico’
(de ‘biologic’+’electronic’).
A pesar del escaso arraigo que
muestran este tipo de palabras en
español, no dejan de surgir
propuestas de blendings serios,
provenientes fundamentalmente de la
publicidad: los publicistas han
encontrado en esta técnica un filón
para acuñar palabros y no hay
producto que se precie que no haya sido anunciado a bombo y platillo con su blending de rigor. Las
sucursales bancarias anuncian como reclamo la digilosofía (‘digital’+’filosofía’), una cuña radiofónica
canta las bondades del tranquiler (‘tranquilidad’+’alquiler’) y la última y sonada campaña de una
conocida marca de charcutería giraba en torno al concepto de amodio, (‘amor’+’odio’, con la mala
fortuna de que ‘amodio’ además significa ‘amor’ en euskera). Todo un despliegue de imaginación
morfológica para vendernos chóped, o lo que haga falta.

Habrá que esperar para ver si alguna de estas propuestas artificiales arraiga y sobrevive a los tiempos.
Mientras tanto, tendremos que seguir aguantando estoicamente el aluvión de blendings (o
‘aluviending’).

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TRES VERBOS ASESINOS


Alberto Gómez Font
Son tres, solo tres y nada más que tres, pero bastan para hacer tanto daño como si fueran un grupo
más numeroso, pues con su presencia, especialmente en los documentos jurídicos y administrativos,
eliminan a decenas de verbos que tienen tanto derecho a la vida como ellos tres, los tres asesinos,
también conocidos como «verbos comodines». Conozcámoslos, desenmascarémoslos:
Jueves, 25 de enero de 2018
Realizar
Es corriente y ya casi normal en las noticias que se realicen reuniones, conferencias, ruedas de prensa,
concursos, elecciones, almuerzos de trabajo, mesas redondas y otros actos que, en buen castellano,
no se realizan sino que se celebran.
Se desplaza así al sencillo verbo hacer al hablar de que «fulano realiza un viaje de tres días», «el rey
realiza una visita de cuatro días a París», «el presidente realizó unas declaraciones», frases todas que
habrían quedado mejor con menos realizar y más hacer, e incluso mejor si se utilizaran los
verbos viajar o visitar en lugar de las construcciones realizar una visita o realizar un viaje.
Otros verbos que pueden servir para evitar la profusión de realizar son: ejecutar, llevar a cabo, efectuar,
plasmar, desarrollar, fabricar, elaborar, componer, confeccionar, construir, producirse, darse, crear, etc.
Iniciar, inicio
Toda repetición abruma y más cuando se trata de un verbo que no usamos normalmente en el lenguaje
hablado, como ocurre con iniciar.
Así, es corriente que leamos frases como «se iniciará el curso» o «el inicio del curso», en las que todo
sería más normal si dijéramos «se abrirá (o empezará) el curso» y «la apertura del curso». Vemos
también que «se ha iniciado un expediente», cuando en castellano lo fácil sería «se ha abierto (o
incoado) un expediente». Y como parece que el verbo abrir no está de moda, los noticiarios dicen que
«se inició un turno de preguntas» o que «se inició la sesión», cuando todos esperábamos que ambos
se abrieran. También «se inician conversaciones» en lugar de entablarlas.
El consejo es fácil: siempre que tengamos la tentación de utilizar el verbo iniciar, repasemos antes la
lista de posibles sustitutos: comenzar, empezar, principiar, inaugurar, abrir, incoar, entablar,
emprender, aparecer, surgir, arrancar, salir, desatarse, desencadenarse, nacer…
Finalizar
¿Por qué el verbo finalizar ha desplazado a otros como acabar, terminar, rematar o concluir? Se trata
de un verbo comodín como iniciar y realizar.
Es habitual que nos encontremos con oraciones como «El congreso finalizará el viernes» o «La
finalización del congreso tendrá lugar el viernes», que habrían quedado mejor escritas como «El
congreso se clausurará el viernes» y «La clausura del congreso tendrá lugar el viernes». También
apreciamos en la prensa que las reuniones finalizan, en lugar de terminarse o acabarse; que los
plazos finalizan, en lugar de cumplirse, expirar, vencer, concluir o prescribir, que finaliza el tiempo
límite para hacer algo, en lugar de agotarse…
La lista de sustitutos de este verbo es amplia y fácilmente se pueden encontrar otros más adecuados
como los siguientes: terminar, acabar, concluir, consumar, rematar, extinguir, finiquitar, ultimar,
prescribir, liquidar, cerrar, sobreseer, sellar, levantar, vencer…

Alberto Gómez Font

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PALABRAS DE MARCA
J. A ROMÁN

#RAEconsultas La próxima edición del diccionario académico incluirá el verbo «tuitear», que es regular
y se conjuga como «amar».

Según la cuenta oficial en Twitter® de la Real Academia Española, el verbo “tuitear”, así como los
sustantivos “tuit”,”tuiteo” y “tuitero” podrían incorporarse a la próxima edición del diccionario oficialista
que edita esta entidad.
Pero lo que más me sorprende de la noticia no es que los académicos se hayan apresurado a registrar
unos vocablos pertenecientes a una jerga coloquial y que, dada la velocidad con que cambian las
tendencias en Internet, bien podrían ser efímeros y haber desaparecido del lenguaje común en cosa
de un lustro.
Lo que me ha llamado la atención en este caso es que Twitter Inc., empresa propietaria del servicio y
de las patentes asociadas, no haya puesto el grito en el cielo ante el panorama de que su nombre de
marca se va a convertir en un vulgar verbo y, además, castellanizado con una grafía que pudiera dar
lugar a confusión e incluso fraude.
Al menos tal fue la reacción de Google Inc. cuando, en 2006, el muy prestigioso diccionario
angloamericano Merriam-Webster decidió incluir el verbo To google(googlear) en su undécima
edición y el propietario de la marca solo consintió bajo la promesa de que la definición citaría
expresamente su motor de búsqueda de forma que, propiamente hablando, no es posible “googlear”
usando Bing, Yahoo o cualquier otro servicio de búsqueda web (algún tiempo después, el referente
británico Oxford Dictionaryincorporó el término en idénticas condiciones). De igual forma, la
empresa Xerox Corp.luchó durante años para que su nombre no fuera reconocido como sinónimo
universal de “fotocopiar” sino, en todo caso, de “xerografiar”: obtener una “xerografía” o “xerocopia”.
Y es que las marcas registradas experimentan sensaciones encontradas cuando su nombre propio
pasa a ser común, es decir, a emplearse como denominador genérico de todos los productos similares,
pasando por encima de los registros de patentes y marcas.
Pues, por un lado, podría aceptarse como un honor el haber alcanzado en el ideario léxico de toda una
comunidad de hablantes el rango de referente predilecto; incluso puede que ello conlleve una
consagración y trascendencia a través de los siglos.
Pero, a efectos prácticos e inmediatos, figurar en un diccionario como sustantivo común implica la
banalización de una marca (la cual muchas veces supone un importante activo económico para los
propietarios) y el riesgo de que el público la vea como una más de la gama y la competencia la incorpore
como concepto a sus propios productos. Además, claro, de verse despojada de mayúscula inicial.
Es cierto que la gente no mira en los diccionarios antes de usar un vocablo para comprobar si es
nombre común o de marca registrada; pero los tribunales sí, y el hecho de ser un sustantivo
“oficialmente” incorporado al lenguaje puede condicionar que prosperen o fracasen demandas de
registro, autoría o usurpación de marcas. Así que el empeño no está tanto en impedir que el término
sea empleado en la calle como portador del concepto genérico —lo cual, me temo, es inevitable-, como
que llegue a las páginas de los diccionarios más representativos de cada idioma; máxime si, como en
el caso del DRAE, está formalmente reconocido como catálogo oficial del léxico.
Pero, claro, la opción contraria es negar la mayor: que los hablantes se apropian de las marcas
registradas y las incorporan a su habla cotidiana sin hacer miramientos legales de ninguna clase, y su
omisión en el tesauro podría suponer una incongruencia lingüística severa. Así, y ante un cierto vacío
legal, la Real Academia, como otros editores de diccionarios, han optado por reflejar, cuando sea
preciso o formalmente requerido, que la palabra es (o proviene de) una marca registrada. En ocasiones,
por si las moscas, incluso tras la desaparición de la marca o del derecho privativo que en su momento
le amparaba.

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Actualmente son algo menos del centenar (ochenta y tantas) las que figuran en el diccionario del
castellano con esta advertencia. Algunas, de uso tan extendido que se sorprende uno de encontrarlas
en esa nómina; juzguen ustedes mismos si ven en esta lista alguna que no imaginasen protegida por
clausulas legales:
 Materiales y tejidos: nilón o nailon, rayón, celofán, tergal, viyela, sintasol, escay, plastilina,
plexiglás, licra, formica, tartán, ferodo, teflón, neopreno, uralita, invar, duraluminio.
 Productos químicos o aleaciones: vaselina, DDT o dedeté, aspirina, antipirina, zotal, freón,
lavandina, formalina.
 Alimentos: maicena, potito, tabasco, bijol, kiko, polo (helado), chupa-chup o chupachups.
 Utensilios domésticos o cotidianos: celo, termo, posit (de post-it), letraset, birome
(bolígrafo), velcro, primus, jacuzzi, magnetófono, gramola, pianola, futbolín, mecano,
túrmix, chubesqui (del brasero Choubertsky), fotomatón, gillette, sandino (horquilla),
támpax, rímel, cláxon, dictáfono, pimpón o ping-pong, tirita o curita, tebeo (de TBO), bamba
(de wamba))
 Herramientas, tecnologías y productos industriales: delco, linotipo, teletipo, verascopio,
klystron, motor diésel, aerobús (de airbus), infografía, tecnicolor, cinemascope.
Mención particular merece la palabra “michelín”, obviamente derivada de la industria francesa de
neumáticos, pero cuyo significado en castellano coloquial refiere a la “mascota” de la marca, un
humanoide formado por bandas de neumáticos (¿blancos?) que semejan a ese “pliegue de gordura
que se forma en alguna parte del cuerpo” (definición DRAE) al que ha dado nombre. (Por cierto, el
personaje de Michelín tiene también nombre propio y registrado: Bibendum). Este significado algo
peyorativo es exclusivo del idioma español, e ignoro qué gracia les hará a los directivos de la marca,
pero el término está arraigado en el idioma desde hace ya más de medio siglo:
Pero no olvide mi consejo: haga ejercicio, porque he notado en su cintura un conato de “michelín”. Y a
los hombres les gustan los “michelines” en las ruedas de sus coches, pero no en las cinturas de sus
esposas. (Álvaro de Laiglesia, “Una pierna de repuesto”, 1960)
En Hispanoamérica, especialmente en Chile, un mentolatum o mentolato es sinónimo de persona o
utensilio versátil o polivalente, remedio eficaz para todo, refiriendo a un ungüento medicinal de nombre
comercial “Mentholatum”.
Pero, además de los citados, hay una larga lista de nombres de marca frecuentemente usados como
nombre común que aún no han recibido el visto bueno de los lexicógrafos, ignoro si por presión legal
o porque no los consideran con suficientes méritos: rotring, pladur, martini (cóctel), bimbo (pan),
tetrabrik, dónut, clínex o kleenex, colacao, nocilla, casera (gaseosa), cocacola y fanta, wi-fi, barbie,
túper o táper (de tupperware), salvaslip, walkman, albal (papel), minipímer o gominola…, muchas de
las cuales ya figuran en diccionarios de otros idiomas o editoriales privadas y aparecen sin pudor en el
lenguaje literario y periodístico:
… desde que Dios los ha unido el matador no reconoce más salvaslip que los suyos.(Cambio 16,
febrero 2003)
Se sienta al volante y arranca por fin, viendo cómo se queda enjugando sus lágrimas de gominola y
sal… (Mercedes Castro, “Y punto”, 2010).
Llegué al edificio, me sequé las lágrimas con un clínex, subí las escaleras… (José E. Pacheco, “Las
batallas del desierto”, 1980).
María Luisa era una estúpida. Tan decorativa como una Barbie, tan artificial como una Barbie y, a
pesar de sus cuatro hijos, con la entrepierna tan enteriza como la de una Barbie. (Ana Rossetti,
“Plumas de España”, 1988).
…pero una vez que enviudan se llevan el túper a la ventana (H.Casciari, “Más respeto, que soy tu
madre”).
Y a todo eso habría que añadir las perífrasis adjetivas emanadas de la publicidad, como tener “un
cuerpo danone”, lucir una “sonrisa profidén” o ser alguien “el primo de Zumosol”: Rajoy ha sugerido
el martes que Alemania y otros socios de zumosol impulsen el crecimiento. (Diario de Jerez)

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Y es que, repito una vez más, los hablantes son los dueños reales del idioma y, por tanto, de los
vocablos que lo componen, y ni conocen límites legales ni esperan a que figuren en los diccionarios
para elegirlos y usarlos, ya sea tuitear, googlear o, por supuesto, wasapear.

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Malapropismos
Alberto Bustos, Blog de lengua
Un malapropismo consiste en sustituir por error una palabra por otra que suena parecida, o sea, por
un parónimo.
Seguramente te has encontrado más de una vez con situaciones como esta: un conocido te explica
con la mayor seriedad del mundo que le han puesto una inyección de ursulina, pero tú entiendes de
todas formas que se está refiriendo al medicamento conocido como insulina.
El malapropismo se da con frecuencia en el habla cotidiana. Son candidatos perfectos las palabras
largas y complicadas, los extranjerismos y las palabras cultas (muy especialmente, los términos
médicos). Esto puede provocar que el aeróbic acabe convertido en el Nairobi. O Sadam Husein se
puede transformar por arte de birlibirloque en Sadam Jesusín. Tomo prestados estos ejemplos,
respectivamente, de @nlopeztrujillo, que abrió una discusión sobre el tema en Twitter (20-2-2018), y
de @gin_hebra, que participó en el debate. Esta discusión, de la que se hizo eco la revista Verne, es
la que me dio pie para escribir el presente artículo.
Típicamente, este mecanismo sustituye una palabra que a ese hablante le resulta rara o complicada
por otra con idéntico número de sílabas y que mantiene el acento prosódico en la misma
posición que el término original. La palabra que se desliza carece de sentido en ese contexto. Sin
embargo —y ahí está lo interesante del asunto— quien conozca el término original normalmente podrá
recuperarlo a partir del contexto y de la información que le proporciona el término erróneo. Esto dice
mucho sobre la capacidad de nuestro sistema cognitivo para extraer significado a partir de
enunciados defectuosos. Además nos da pistas sobre un hecho que es conocido para la lingüística
desde hace largo tiempo. El significado de las palabras no está grabado a fuego, sino que es
dinámico. Una palabra adquiere un significado efectivo en el momento en que se inserta en un
enunciado que alguien ha emitido con la intención de comunicarle algo a alguien.
Nadie está libre de que se le escape un malapropismo, pero unos podemos ser más propensos que
otros. Estas expresiones son muy frecuentes en los niños, que están aprendiendo el vocabulario de su
lengua materna y pueden tener dificultades para seleccionar la palabra exacta en un momento dado.
También son típicos de las personas que no han tenido acceso a una educación formal y que a veces
tienen que luchar con expresiones que conocen quizás de oídas, que probablemente entienden, pero
que les cuesta trabajo reproducir con exactitud. Entonces es cuando deslizan en la conversación la
unidad más parecida que encuentran en su diccionario mental.
El malapropismo se sitúa en el ámbito de lo que tradicionalmente se ha conocido como barbarismos,
que son incorrecciones que cometemos cuando pronunciamos o escribimos mal una palabra o una
expresión. Es primo hermano de la etimología popular. Esta es un intento de los hablantes de
encontrarle un sentido a una expresión que resulta oscura (como cuando se
transforma mandarina en mondarina por asociación con el verbo mondar). Sin embargo, el
malapropismo es individual: forma parte de la particular manera de expresarse de un determinado
hablante. La etimología popular, por su parte, es colectiva. Su origen puede estar a veces en un
malapropismo que acaba siendo compartido por un gran número de hablantes.
El malapropismo es el resultado de un lapsus y, por tanto, es involuntario. Su resultado suele ser
cómico. Por eso se recurre a él frecuentemente en la literatura para arrancarle una sonrisa al lector.
De hecho, el término en sí está formado sobre el nombre de la señora Malaprop, que es uno de los
personajes de The rivals (‘Los rivales’), una obra del dramaturgo irlandés Sheridan estrenada en 1775.
La señora Malaprop se caracteriza porque intenta expresarse con palabras complicadas que sustituye
por otras que suenan parecidas. El apellido Malaprop juega con la expresión francesa mal à
propos, que podemos traducir como algo inadecuado, que no viene a cuento.
Pero no hace falta que nos vayamos a la literatura en lengua inglesa para rastrear este fenómeno
lingüístico. Nuestro adorado Sancho Panza nos proporciona infinidad de ejemplos. Lo que para don
Quijote es el bálsamo de Fierabrás su escudero lo traduce como bálsamo del feo Blas. Si Dulcinea es
para el caballero una soberana señora, el bueno de Sancho la rebaja a sobajada señora (hoy

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diríamos sobada o sobeteada). El filólogo español Amado Alonso denominó a estas ocurrencias de
Sancho prevaricaciones idiomáticas (Alonso, Amado. 1948. “Las prevaricaciones idiomáticas de
Sancho”. Nueva Revista de Filología Hispánica 2:1, 1-20). La denominación prevaricaciones
idiomáticas se ha empleado a veces en nuestra tradición lingüística para referirse al malapropismo,
pero ya ha quedado definitivamente desplazada por el término de origen inglés.
Creo que con esto ya te puedes hacer una idea de en qué consiste este fenómeno, así que dejaré aquí
este artículo de Worpiés,que ya se ha extendido bastante… ¡Perdón! Quería decir WordPress.

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El maravilloso hilo de Twitter que recopila palabras de abuelas


"La madre de una amiga se apuntó a un curso de informática y en vez de pulsar el INTRO
pulsaba el Sintrón".

Por Álvaro Palazón


Twitter en ocasiones tiene cosas maravillosas y este hilo es una de ellas. La periodista Noemí López
Trujillo, autora junto con Estefanía S.Vasconcellos del libro Volveremos, ha compartido en su cuenta
cómo dice su abuela la palabra "aerobic", que llama "Nairobi".
Esta graciosa forma de referirse al aerobic ha hecho que muchos usuarios se hayan animado a
contribuir con más palabras a este rico
vocabulario inventado por madres, padres y
sobre todo abuelas.

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