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Esta es la historia de un niño, que como toda persona tenía un sueño.

Un chico
habilidoso sin duda, perspicaz e inteligente, un poco hablador y a veces de humor
cambiante, se iba a los extremos y cometía errores naturales de su juventud, de buen
corazón, pero con un defecto: Tenía hambre de poder.
Como toda persona que viene de abajo, estaba acostumbrado a ver hacia arriba,
quizá hasta un poco acostumbrado a los maltratos que la sociedad le confería por ser de un
estrato menor al promedio. Él, más bien, ellos, su familia, vivían en el sector más
necesitado de la ciudad, sin lujos ni pomposidades.
Con una precaria cantidad de ceros en la cuenta de banco y con una casa en la que,
incluso para una sola persona, se hacía difícil desplazarse con comodidad. Sala, cuarto,
comedor, cocina, todo junto, todo revuelto, no podía ni mantenerse muy bien el patriarca,
pero eso no impedía que ni él ni su esposa tuviesen 5 hijos.
Todos tenían que compartir habitación, es decir, el suelo. La comida no alcanzaba y
el hambre toco a la puerta. Ninguno de ellos se preocupaba por eso, vivían con la regla del
“Mientras vamos yendo, vamos viendo”, sin planificación, sin proyección. Así se habían
criado y parecía que así se mantendrían hasta el final de sus días, pero no.
No todos en su familia eran así, mientras los demás eran holgazanes, borrachones y
mala conducta, esté niño no lo era, el hijo del medio, el que tenía dos hermanos mayores y
dos hermanos menores. Para sorpresa de todos, a esté le decían continuamente que era la
oveja negra, vaya paradoja.
Y si que era un sinsentido, el único miembro de la familia que no estaba sumido en
la perdición, era el que para ellos resultaría ser la oveja negra. Pero pareciese que eso es así,
si en una familia lleno de abogados, doctores y profesionales, un miembro resulta ser narco,
este resulta ser la oveja negra.
En cambio, si en una familia de delincuentes, un miembro de su núcleo decide
estudiar, esté será la oveja negra por no seguir el negocio, este parecía que era su caso, o
por lo menos así se lo hicieron entender. No le importo, estaba decidido a hacer algo que él
mismo decía que el resto de su familia jamás entendería.
Quería ser alguien, esa era su meta, quería superarse, salir de ese “hueco de
decadencia” como él mismo decía. Pero salir de una burbuja y entrar al mundo real era más
difícil de lo que pensaba, ya no estaba en el barrio donde era pana de todos, estaba en la
ciudad, donde todos lo miraban feo.
No podía entrar a una tienda tranquilamente sin que un personal de seguridad se le
acercase casi que acechando. Si preguntaba algo a alguien, lo ignoraban, si iba a un
supermercado lo echaban, si pasaba junto a un grupo de niños, las mamás alejaban a sus
hijos de ese niño que huele feo.
Este pequeño de buen corazón, no entendía porque el mundo era tan cruel. “No
estoy haciendo nada malo” se repetía cada noche, incluso llego a pensar que tenía algo
diferente a los demás, que hacía ahuyentar a todo al que tenía cerca, pero no, era el mundo
enseñándole que vive en una sociedad en la que se juzga primero la portada.
Día tras día tras día le ocurría lo mismo, él solo quería ser como los demás, pero a
los demás no les gustaba como era él. Se fue creando un resentimiento, no fue su culpa, él
no quiso que fuese así, no lo eligió. Y como decía Mandela, nadie nace adiando, sin
embargo se aprende a odiar, y a él lo enseñaron a eso.
Afortunadamente no en todos lados pasaba lo mismo, un día descubrió que era
bienvenido en un lugar: La biblioteca pública. Salía cada mañana de su casa rumbo a ese
maravilloso lugar donde no se sentía excluido, donde con cada libro que agarraba sentía
que emprendía un viaje extraordinario a donde sea que fuese la historia.
Entraba en las mañana y salía en las noches, llegaba primero que el personal y ya
era conocido por su frecuencia. Sócrates, Platón, Aristóteles iban y venían, todo lo que le
llamase la atención lo leía, Jules Verne, CS Lewis, García Márquez, grandes pensadores e
ilustres escritores del mundo y de la historia formaban parte de sus favoritos.
Pero por más culto que fuera, seguía viviendo en un barrio, seguía vistiendo feo y la
sociedad lo seguía excluyendo. Decepcionado de la sociedad, el niño con lágrimas en los
ojos, tras un altercado ocurrido en pleno centro en el cual se le maltrato por querer
defenderse, corrió una vez más a su tierra de escape.
Se interno ese día y leyó como nunca lo había hecho antes. Se hacía de noche y
sabía que oscuridad es sinónimo de peligro. De camino a la salida, con su mente distraída,
tropezó y del estante cayó un libro que jamás había visto y con razón, estaba en lo más alto,
y no había pensado en estirarse. Lo recogió y lo poso en un lugar accesible para él.
Al día siguiente, no recordaba que había dejado un libro en la primera fila, pero de
camino hacia la sección donde hacia su sesión de lectura habitual, dio un vistazo y observo
un libro que estéticamente le parecía el más llamativo que había visto, el que había posado
la noche anterior. Dada la premura y la oscuridad del momento no lo había detallado.
Era un libro con un cuero teñido de verde, con seda alrededor, y con unas letras
doradas muy grandes que escribían: John D. Rockefeller. Nunca antes había escuchado
hablar de este tal Rockefeller, pero se le hacía tan llamativo el diseño del libro que no dudo
ni un momento más y se sumergió en la lectura de este.
Había descubierto un concepto que nadie le menciono antes: Capitalismo.
Rápidamente cambio los Harry Potter por los Donald Trump y los “Viaje Al Centro de La
tierra” por los grandes casos del Wall Street. Por lo que había leído, entendió porque lo
rechazaban en todos lados, no tenía dinero.
Entendió que el dinero mueve el mundo, y que la historia la escribe quien tenga la
plata. Cambio la ficción y la aventura, por la economía y la educación. Recordó los
momentos en los que lo discriminaron y un sentimiento de recelo y avaricia broto. “Quiero
ser como ellos”, se dijo, su sueño sería ser más que ellos.
Terminó el bachillerato, primera vez en su vida que se sentía apresurado por
culminar y era porque estaba decidido a entrar en la facultad de economía. Pero economía
solo se estudia en la capital, e ir a otra ciudad implicaba gastar dinero que no tenia, pero
busco la solución, trabajar lo que fuese lo necesario para costear sus estudios.
Y así fue, con dos, tres y hasta todos los que fuesen necesarios, trabajo sin descanso
haciendo lo que fuera para pagar sus estudios. Desde albañil, hasta barrendero, se esforzaba
como ninguno para lograr sus metas. Ya se había alejado de casa, no quedaba rastro del
niño de corazón gigante y la codicia se revelaba en sus ojos.
Tenía un trabajo estable, mesonero en una cafetería cerca de la residencia. Daba
gracias que todo le quedaba cerca y no tenía que hacer grandes esfuerzos en cuanto a
transporte se refiriera, una preocupación menos que abordar. De pocos amigos y de pocas
salidas, solo se preocupaba por estudiar.
Un día, un grupo de estudiantes de la universidad fue en su descanso al café donde
esté trabajaba. Entre el desorden natural de los estudiantes y los quehaceres del negocio fue
cuando la vio, a la chica más linda, pero… ¿Quién era? Nunca la había visto, seguro era
nuevo ingreso pensó… fuese como fuese tenía que hacer su trabajo.
Se acercó a la mesa y sin decir una palabra solo la observaba, ojos claros, pelo
largo, un suéter de Harvard, justo como le gustaba. Se intimido, no hablo, se devolvió y le
pidió a uno de sus compañeros de trabajo que atendiera esa mesa. Sin duda, estaba
convencido que era la mujer más bella del mundo, por lo menos para él.
Acabo su turno, fue hasta su habitación busco su cosas y directo a la universidad. Su
sorpresa sería que caminando hacia el salón donde veía clase, estaba ella. Petrificado al
momento, solo desvió la mirada y siguió su camino, pero ese día le ocurrió algo que nunca
le había pasado: No se pudo concentrar ni un solo momento en la clase.
Sorprendentemente, día tras día la chica iba al café donde él trabajaba, así no
comprara nada. Ambos tímidos, él era el más brillante de su clase, ella apenas estaba
comenzando a estudiar lo mismo que él. “Bueno, por lo menos tenemos algo en común”
pensó él, quien no se atrevía a decirle nada a ella.
Ella, que estudiaba economía por obligación, no era tan brillante como su padre
quería que fuera, su papá era un economista prominente de la capital y quería que su
primogénita siguiera sus pasos, por su puesto ella no estaba de acuerdo pero ¿Qué más
podía hacer? Su papá era del tipo “Mi casa, mis reglas”.
Ella tenía continuas discusiones con su progenitor a raíz de esto, ella no entendía
como el dinero podía ser más importante en la vida de alguien que su propia familia, pero
bueno, solo quedaba callar y estudiar, para poder entregarle el título y ser libre de hacer lo
que quiera una vez por todas.
Como es natural, su desempeño era deficiente, por lo que se le fue asignado un
tutor, que sería un alumno de su misma facultad, pero más avanzado, era por uno de estos
programas de tutoría que ella aspiraba aprobar la mayor cantidad de materias posible. Al
menos la mitad, más de la mitad sería un éxito.
Se le hizo entrega de los datos del tutor y donde podría encontrarlo, trabaja en la
cafetería cerca de la universidad de lunes a sábado, podría ir y coordinar las horas en las
que se podía dar la tutoría. Si, otro misterio del destino. Él sería el tutor durante el resto del
curso de ella, quien lo diría.
Con el tiempo un sentimientos entre ellos nació, así sin más, ninguno de los dos se
dio cuenta, pero ambos se habían enamorado. Pero todo termino mal, era un amor
prohibido, como vería la sociedad que la hija del banquero más pudiente de la sociedad
mantuviese amoríos con un don nadie, un sacrilegio.
Los padres de ella le prohibieron de manera terminante, mantener algún tipo de
contacto con él, lo cual fue algo difícil pero fácil, difícil porque el sentimiento hacia que se
pensaran día y noche, fácil porque ya él estaba a punto de graduarse y el no verse cada día,
aligeraría mas el hecho de no poder hablarse.
Lo cierto es que él se graduó, no mantuvieron contacto, él se fue del país y haciendo
merito de los honores que obtuvo en el promedio final, opto por abrirse camino en el
mundo bursátil de los Estados Unidos. Todo encajo desde el primer día, y él destaco en su
firma casi al instante de su llegada.
La bolsa de valores para él era como un caramelo, se la comía fácil. Recordó todo lo
que había leído años atrás y se convenció de que lograría todo lo que quisiera, sin importar
a que costo lo hiciera. Sin importar a quien se llevase por el miedo, y sin importar lo que
tuviera que hacer para alcanzar sus objetivos.
Así fue como día tras día él iba perdiendo rastro de humanidad. Con el tiempo solo
le importaba el dinero, era frio y flemático, casi que una calculadora o una computadora
humana, quitaba todo lo que le estorbaba y quien se metía con él, la pagaba con creces.
Tenía dinero, poder y codicia, a veces mala combinación.
Este muchacho que años atrás tenía un corazón cálido dispuesto a ayudar, los golpes
de la vida y la desidia de la sociedad lo conllevaron a ser un hombre avaro, sin escrúpulos,
con fe en que el dinero lo puede todo, pero su contradicción era que entre más tenia, mas
vacio se sentía.
Pasaron años y él se convertiría en un gurú del Wall Street, y ya a la edad de 40
años era parte de la lista de billonarios, pero eso no le servía, pues su depresión se
agudizaba cada día más. Así decidió dar pausa a su vida y volver a su ciudad natal, dinero
no le faltaba y quería cumplir con todos sus sueños.
Se enfrasco en que quería adquirir la casa más grande del mundo, una que fuese
digna del tamaño de su billetera. No encontró ninguna, pero lo que si encontró fue una
mirada cálida en el Centro Comercial, que sintió familiar por alguna razón, y si… Era ella,
20 años después se la volvió a encontrar, y 20 años después seguía cautivándolo.
Esta vez no cometería los errores del pasado, tenía mucha más confianza, mucho
más dinero y el problema no sería que lo aceptaran, esta vez el problema sería que si no le
hablaba se iba a arrepentir el resto de su vida. No lo dudo ni un segundo y la invito, esta vez
no a un café, sino a una cena.
La química seguía intacta, pues su separación décadas atrás no fue producto de otra
cosa que no fuese la abrupta decisión de su padre de obstaculizar el amor que se tenían. Así
como años atrás, él aprendió a odiar, en ese momento ella cambio eso, ella le enseño a
amar, sin pretensiones, y sin esperar nada a cambio.
Se casaron y parecía que él vivía los años más felices de su vida, tenían dinero, aun
eran jóvenes y el amor parecía ser inagotable. A él le parecía contradictorio que ella, al
tener una mala relación con su padre, se casara con alguien que, según ella, medía su ego
por su cuenta de banco, otro misterio del destino.
En medio de tanta felicidad nunca falta el trago amargo, y es que ella padecía de un
cáncer terminal, era como si la vida le estuviese dando a él una lección, haciéndole
entender que por más dinero que tengas, la muerte les llega a todos por igual. Así le paso a
ella, que en vísperas de su quinto aniversario, murió en los brazos de su amado.
Nuevamente volvió a sus viejos andares, mas avaricioso, codicioso y desalmado que
nunca, se recordó los años en que la pequeña casa de su familia no le permitía ni respirar de
manera tranquila y se decidió nuevamente a comprar la que fuese la casa más grande del
mundo, otra vez sin éxito.
Como él era aficionado a la caza, un día de camino al campo se le espicho un
caucho, quedando accidentado en medio de un camino vacio, solo era él y su chofer, quien
estaba ocupado reemplazando el espichado con el de repuesto. Él bajo del carro y se le
erizo la piel, sintió algo indescriptible.
Encontró la respuesta a su deseo: Comprar un terreno y construir ahí su casa. Tenía
al frente un terreno que se le hacía mágico, quien sabe porque. Solo así lo sentía. Era casi
interminable, muy amplio y sin una construcción cerca, ese era. Por fin cumpliría su
cometido, al fin llenaría el vacio.
Él sentía tanta empatía por ese terreno, que se sentía místico. Tenía algo que lo
llamaba, que lo seducía. Y sin esperar comenzó la construcción de su nueva casa. Así
gastase hasta el último centavo de su cuenta, esa sería la casa más grande que alguien haya
construido. Sí que lo seria.
Contrato a la mejor constructora, a los mejores diseñadores, a los mejores,
ingenieros, arquitectos, lo mejor de lo mejor, reunidos solo para darle forma al legado de un
hombre que quería compensar el vacio que sentía con el tamaño de su casa. Algo casi
utópico, pero él lo quería ver realidad.
La construcción inicio, y no paro. Fueron día y noche sin descanso. Se termino lo
que sería la primera fase de la construcción y él estaba feliz con el resultado, sin embargo
quería más. No era suficiente con lo que tenia y quería seguir expandiendo la construcción,
“Al infinito si es posible” Repetía.
Su codicia, lo llevo a estar solo, sin amigos, sin nadie a su lado, y con la única
persona que en realidad amo, por cosas del destino se la volvió a quitar… Seguía estando
vacio, la depresión seguía igual, no podía conciliar el sueño. Solo en recuerdos le quedaba
lo que era felicidad, recuerdos pasados y lejanos.
Durmiendo una noche sintió ruido, venia del pasillo, tomo la lámpara y salió del
cuarto, no vio nada. Bajo las escaleras y en el medio de la sala había una luz, una esfera de
luz flotando. Temeroso se acerco y la esfera se movió, era rápida, pero se acerba y se
alejaba como si quisiera que él la siguiera.
Y eso hizo, él persiguió la esfera por toda la casa hasta que desapareció, él atontado
por el hecho de que había desaparecido así sin más, se dio cuenta de que no había
desaparecido como él creía, sino que se había desplazado hacia el patio de su casa. Salió y
al llegar al patio vio algo que no podía creer, era el espíritu de ella.
No era solo su espíritu, era el cielo. El cielo al que todos anhelan llegar, estaba en
un portal directo en su patio, y ahí estaba ella, podía hablarle, verla, tocarla… Resulta que
el aura mágico y místico que tenía ese terreo era por eso, él tenía el cielo en su patio,
“Imagina eso, la casa más grande y el cielo en mi patio”.
El cielo, que solo aparecía de noche, era un portal directo para reencontrarse con su
amada. Después de todo, seguía estando con ella, ahí estaba en el cielo, en su patio. Pero
ella le dio un mensaje, “La codicia envenena el alma”. Él hizo caso omiso, pues en ese
instante no entendía el porqué.
Él siguió noche tras noche visitando el cielo, y le conto a ella que en la mañana
comenzaría con la siguiente fase de la construcción. Ella le advirtió que la avaricia
desenfrenada hará desaparecer aquello que él mas anhela, a lo que él le respondió que ella
estaba equivocada pues lo que él mas anhelaba era tener esa casa.
Continúo con la construcción y cuando iba por la mitad se percato de algo: El cielo
se encogía cada vez más. Y cada vez más se le dificultaba llegar a este y por consiguiente
hablar con su amada. Mientras más grande era la casa, más pequeño se hacia el cielo en su
patio, pero no le importo, él estaba cegado.
Mientras él pudiese seguir hablando con ella, estaba conforme, y continúo la
construcción, sin importar la reducción del tamaño del cielo. En su ceguera infinita, se
despidió de ella y le dijo que se verían cuando le tocase, pero no era solo el tamaño del
cielo el que se reducía, sino también el espíritu de ella.
Y en una encrucijada él tuvo que decidir si perder lo único que le quedaba de ella o
continuar con sus deseos materiales, se decidió por la segunda, pues su psicólogo le advirtió
que eso eran alucinaciones provocadas por principios de esquizofrenia. Cosa que no le
convencía del todo, pero lo acepto.
Una noche, la esfera luminosa apareció otra vez, y nuevamente él fue hacia el patio.
Era ella, que se despedía, pues en la mañana culminarían con la construcción de la casa y
tanto el cielo como su espíritu desaparecerían definitivamente de su patio, pues esa fue su
decisión y así se cumpliría.
Al ver eso, él entro en razón y con un martillo comenzó a destruir con sus propias
manos todo lo que había construido, bloque por bloque, ladrillo por ladrillo, derrumbo todo
lo que le alcanzo esa noche. En la mañana corrió a todos los trabajadores y no permitió que
se anexara un centímetro más a la construcción de la casa.
“Se volvió loco” decían en el pueblo, al ver como este hombre pasaba día y noche
derrumbando la casa en totalidad. Pero no, no era locura, era amor, y no era una
alucinación, era verdaderamente el cielo lo que tenía en su patio, y no lo iba a perder por
rencores del pasado.
Lo logro, la derribo completa, y el cielo en su patio volvió a crecer y crecer, una vez
mas él se reunía con su amada, y el cielo una vez más volvió a alumbrar sus noches como
venía haciendo. Hace años que no sentía tanta alegría, ni tanta felicidad, pues entendió que
lo material jamás va a suplir el sentimiento verdadero.
Así fue como este hombre construyo una choza, tan pequeña como la casa en la que
vivía en su niñez. Y no fue hasta el final de su vida que entendió, que casi pierde lo que
realmente deseaba por no querer ver que lo tenía frente a sus ojos. “No vale la pena cambiar
el cielo entero, por solo una estrella”…

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