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SOLILOQUIO EN NEGRO TENAZ

de
José Gabriel Núñez
***

Personaje: La viuda
***
(Salón de una funeraria. Sobrio. Sobrecogedor. Una urna y algunas sillas. En una
de las sillas está sentada la viuda, llena de pesadumbre y “casi” doblegada por su
dolor. Apenas sus modales refinados y la dignidad que posee parecen sostenerla).
LA VIUDA: ¡Cuánta necesidad tiene este pestilente país en vías de desarrollo
literario de un verdadero y escandaloso boom editorial! Sería divertido que yo me
convirtiese súbitamente en la propulsora de semejante acontecimiento, si tuviera
las cualidades narrativas para contar mi atrafagada ida sexual. ¡Bay Bay a
Jacqueline Susann o Linda Lovelace! (Se mira con disimulo su cuerpo. Una
pierna, un brazo, las manos, el busto. Todo dentro de un marcado sensualismo
con su dosis de coquetería luctuosa, bien disimulado por sus modales elegantes y
un leve sollozo que se le escape en medio de su pena). Pero Dios no podía
haberme dotado de todo… Soy una persona de corazón ardiente y esa es la base
de mi carácter… y por fuera, ¡Papa Dios me regaló este cuerpecito que tanto ha
gustado y que, por ende, tanta guerra ha dado! (Pausa). era de esperar que con
semejantes atractivos sensuales no me otorgase también condiciones de
escritora, porque entonces el atraco hubiera sido total… Además, yo no poseo
frustraciones sexuales que me impelan a cultivar la literatura… Bueno, es que
como se dice que esa es una de las condiciones básicas para ser escritora… (Con
mal disimulada vanidad). Pero yo no quepo en esos moldes, ¡por tanto no pasaría
de ser una vulgar poetisa metida...! ¡Y es que estoy tan plena de delgadeces y tan
colmada de Apocalipsis sexuales que no podría siquiera ser columnista de un
diario vespertino! Con todo, los editores no saben lo que se han perdido. ¡Qué
éxito, qué triunfo editorial...! Hubiese superado con creces las novelas de los
políticos fracasados, que tuvieron que invadir la literatura al no alcanzar la silla
presidencial. (Seria). “Breviario de mis holocaustos vaginales”, o “las aventuras y
sofocos de una matriz, bajo el asedio de los supermachos...” ¡Que buen título
para mi biografía! Pero en Venezuela nadie se atreve a escribir sobre
sensualidad… ¡No, qué va, eso es reaccionario, de derecha...! Aquí la sensualidad
se agota los domingos en las partidas de dominó y la cervecita… O se consume
bajo los discretos escritorios de las oficinistas durante la semana. (Pausa). Aquí
nadie escribo sobre sexo a menos que sea para revelarnos cómo lo hacen en los
barrios marginales. ¡Yo no sé si será porque lo agotan de tanto comentarlo en los
pasillos, en las oficinas, o en las barras de las cervecerías! ¡Es que nuestros
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hombres son tan masculinos! Pero de verdad que yo hubiese sido la gran
triunfadora, de haber invadido el campo de las letras o de la dramaturgia con mi
biografía marital. Es una verdadera lástima que mi historia no interese a algún
editor, o que yo no haya nacido en Suecia, por ejemplo. Aquí solo se escribe sobre
el gomecismo… o sobre el petróleo o sobre el fracaso de las izquierdas… Sí, de
“las” izquierdas, porque son varias. ¡Si hasta en eso somos un país pluralista! Los
hombres tienen varias mujeres, y viceversa a veces. ¡Los políticos tienen varios
cambures, tenemos varias izquierdas y somos una democracia pluralista y
polipartidista...! (En una caída de languidez y sutileza). ¡Todo en plural...
(Transición. Recorre con la mirada todo el local. Trata de solloza en un momento
determinado y luego prosigue su recorrido con la mirada enlutada llena de
congoja). Con qué compasión me miran… “Esta noche se acostara sola...”
estarán penando muchos. Y la mayoría de ellas estará pensando que ya me
devoré mi tercer marido aquí presente, y que en paz descanse. (Pausa luctuosa)..
¡Tras! ¡Quién iba a creerlo! Desde mañana me van a comenzar a llamar la Triple
A, o la Triple Viuda, como si me importara mucho su envidia. Sí, porque será por
pura envidia. ¡La Triple A! ¡Ah, su supieran que más bien son grandes ligas! Y
ninguna de ellas va a poder quitarme lo bailado con un simple apodo…! (Pausa).
¡Mi tercera viudez! La verdad es que no pensé que llegase tan pronto. (Suspira). Y
lo cierto es que ya me estoy acostumbrando a esto de poner a velar a mis
maridos. Cuánta gente compadeciéndome, ero después que se enviuda por
tercera vez, una comienza a encontrarle sus ventajas, ¡porque a mí no me viene a
decir nadie que una no se cansa de comer siempre la misma carne! (Transición).
Y yo he tenido esa gran suerte, consecuencia de mi sensualidad tal vez. Pero lo
cierto es que no me he visto precisada a sufrir los martirios de la complicidad de
tener un amante por haberme canso del esposo. ¡No! He tenido toda la variedad
que he querido y además, ¡legalmente! Eso me hace más odiosa todavía, yo lo sé,
pero ¡cómo se hace! (Se tapa con el tenue pañuelito de encajes su maligna
sonrisa. Transición. Arque luego la ceja como si se enfrentase a alguna adversaria
en un verbal duelo de cinismo). ¡No, querida, no me mires con esa compasiva
pupila de ciruela! Si no estoy tan desolada como tú crees. ¡Me dejó tan satisfecha!
...que hasta pienso que uno de los motivos de su muerte fue por un caso especial
de “deshidratación”, darling… debido tal vez a los nocturnos derroches… o al
agotamiento de su sustancia espermática. Así, que no me compadezcas y trata
más bien de aliviar tu soltería tratando de escribir alguna narración onírica para el
suplemento dominical de algún diario capitalino… ¡Como nunca podrás contar
hechos reales…! (Pausa. Sigue retándola). ¡Ay, querida, no vas a irritarme con
eso de tu edad! Tu juventud ha tenido mucho alcohol y poco sexo. ¡Tú eres de las
que beben para ver si te agarran cansada, y nada! No te olvides que una mujer
harta de alcohol, apenas tiene defensa; pero, en tu caso, has quedado siempre
indefensa o, mejor dicho, ¡la fortaleza nunca ha sido atacada! ¡Sólo etílicos
vapores! ¡Así que no me insinúes el despectivo epíteto de vieja! No te olvides que
os calderos viejos son más fáciles de calentar, y que una vez calentados,
conservan mejor el calor y asan mejor la carne. (Vuelve a sentarse algo
compungida). ¡tres! (Suspira). ¡Este fue fugaz, pero efectivo! Nunca como el
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primero, Claro está. De él llegué a pensar que no saldría por el resto de mi vida
pero murió de un infarto, el pobre… Me ayudaba a tener unas sábanas y se quedó
colgado de la cuerda. Yo me vine a dar cuenta como a la hora, cuando ya las
sábanas estaban secas y todo. ¡Ay, qué mala SOY! (Al público). Miren, ustedes
me van a perdonar, pero es que cada vez que me acuerdo de verlo colgado de la
cuerda, así, por el cuello, ¡me muero de la risa! Colgado entre sábanas y una
pantaleta ruchada. ¡Ay, qué mala soy! Y miren que yo no era mala; yo era una
mujer, digamos… normal… pero mala mala, no.. ¡o no lo había descubierto hasta
el momento!, pero cuando lo veo colgado, guindando, y lo llamo y él no me
contesta, yo me quedo así como privada al principio… y después viene el ataque
de risa. Sí, el propio ataque de risa. Con todo, yo me aguando y hasta me regaño
y me digo: “mujer, pero cómo te vas a reír si es tu esposo el que está muerto...”
¡pero, nada! La muerta era yo, pero de risa. Y no era risa nerviosa, no, sino de
maldad, de morbo. Sí, descubrí que yo soy “malita” pues. Claro, no llego al grado
de villana siniestra.. sino, “medianamente maluca”. O sea, que eso fue el
comienzo de lo que yo llamo mi perversidad… Pero, bueno les sigo contando: yo
me le acerco así, sigilosa… lo veo con aire de misterio… y entonces suelto la gran
carcajada… (Se ríe estrepitosamente). Me contengo, respiro profundo y vuelvo a
verlo… Sí, es de risa, ¡porque al fin estoy libre de ese hombre! ¡Libre de ese
hombre! Libre, pero con las espuelas bien afiladas. “Te moriste, mi cielo, así tan
fácil salí de ti” y otra vez la risa… (Se ríe). Ay, pero yo no puedo seguir con este
ATAQUE DE RISA, UNA VIUDA TIENE QUE COMPORTARSE COMO UNA
VIUDA, EJERCER su oficio seriamente. Pero yo no podía, ¡porque lo que sentí era
felicidad! (Transición). ¿Y ahora qué hago?, me dije, ¿lo descuelgo?... ¡No, qué
va! Hay que armar el gran show, llamar a los bomberos, las ambulancias, a la
policía, a la medicatura forense; y de aquí a cuando lleguen ya habré controlado el
ataque de risa y podré tirarme en la grama del patio con un interior de él como un
paño de lágrimas, toda patética, retorcerme con una pataleta, con un patatús, así,
sobre la grama, convulsionando y gritando desaforada: “¡Se murió, se murió! ¡No
puede ser! ¡Se me ha ido como una sábana almidonada! Qué dolor tan grande,
qué cosa tan grande, tan terrible. ¡Está muerto, completamente muerto, todo
cadáver, todo difunto! ¡Se me fue, se me fue sin decirme nada, sin despedirse!
¡Ay, qué dolor tan grande! Ay, qué pena más profunda, qué congoja. Tráiganme
algo, ¡que yo me quiero como morir! ¡Un Valium, un Lexotanil, un Ativán, un Tafil
de cuatro miligramos!” (Transición). Yo no sabía lo quera la maldad, y conste que
yo no la busqué. No, nada, emanó solita brotó espontáneamente. Nació desde
adentro sin que yo la buscara ni la quisiera. Estaba allí, pues, y yo no lo sabía. Y
durante el velorio de me fui dando cuenta cada vez más de lo que me estaba
pasando, que me estaba volviendo mala… ¡y sentí una cosa tan rica por dentro!...
(Ríe). ¡Ay, qué mala soy! Y qué rico es ser mala. Mucho mejor que ser bondadosa,
recta o ejemplar… Porque la maldad se goza mucho más, yo que se los digo.
Total que me dije: Mire, amiga, si tú eres así, pues no hay remedio, ¡asúmelo! Y
de ahora en adelante lo que tienes que hacer es… (Morbosamente. Cínica).
PULIRLO… REFINAR ESE SENTIMIENTO, ESE GOCE MORBOSO… (Ingenua).
Y, bueno, cómo hace una si esa cosa está ahí dentro; una no puede luchar ni
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resistirse a ella. Hay que aceptarla. Refinarla como el aceite de oliva. Y,
¡perfeccionarla! ¡JA! ¡Y de qué manera lo hice! Hasta llegar a la hora y fecha de mi
tercer muerto, o sea, ¡esta cosa que reposa para siempre en este féretro! Claro,
con la ventaja de que hoy ya puedo controlar mis ataques de risa al verlos
muertos. ¡Ay, qué mala soy! Por cierto que lo velamos en esta misma capilla, igual
que al segundo. Es mi capilla favorita, y hasta creo que me trae suerte… Enrique
Octavio, se llama… digo, ¡la capilla!, porque el aquí presente se llama Juan
Manuel… que no sé porqué causa me recuerda al primero: ¡Daniel! Daniel…
Daniel era todo un dechado de lujuria. Y yo fui estremecida hasta mis cimientos
por esos arrebatos… porque hasta mi noche de bodas, todas mis anteriores
noches habían sido frías y en lechos mal calentados. Es decir, que había ido
virgen a mi matrimonio… ¡pero Daniel se encargó bien pronto de poner al día mis
ciertas! ¡A los dos meses yo estaba convertida en una especie de leona
ninfómana! (Sonríe lujuriosa). Era tan imprevisto. A veces se vestía de gaucho y
me bailaba un tango antes de la relación. “A la Argentina”, me decía, y bajo un
long play de Gardel… el gran derroche. ¡Otras veces salía del baño tocando unas
maracas y cantándome un pasaje de Juan Vicente Torrealba! “A la llanera.” O me
bajaba los libros de la biblioteca y los regaba por el piso para hacerlo
bibliográficamente, o me hacía declamar un poema de José Asunción Silva, que
era para entonces mi cursi favorito… ¡qué derroche! ¿Cómo se iba a caer nuca en
la rutina? No hubo país que no conociéramos ni sitio de la casa donde no me
sorprendiera. Y yo accedía complacida porque en el fondo poseía una lujuria sin
descubrir. ¡Éramos dos delirios, hechos el uno para el otro hasta en mis
capacidades y sus amplitudes!... (Pausa. Transición. Pasa a un estado de
tristeza). El pobre Daniel. Era para lo único que servía porque el resto de su vida
era un desastre… Era… era… ¿cómo decirlo?... algo menos que clase media, sin
ningún tipo de relaciones… nada, sólo imaginación sexual. Me casé con él porque
no conocía el mundo de los intelectuales, así como tampoco este “charm” que yo
poseo. Daniel descubrió mi lujuria… y las miradas libidinosas de sus amigos me
hicieron ver la extraña atracción que ejerzo sobre los hombres Un buen día me dí
cuenta que precisaba culturizarme y comencé a comprarme mi Buenhogar,
Selecciones y todas esas revistas. Cuando Daniel veía mi empeño, me decía
“Para qué cultura en Venezuela, si aquí lo que se necesita es una buena palanca,
una buena cama, café en bruto y tu par de tetas...” (Pausa). Esa era su teoría. Y
para demostrármelo y aplacar mis intenciones intelectuales, procedía a llevarme a
la cama, esta vez vestido de japonés. Y casi me convencía. El otro tomo de su
filosofía lo publicó una de las escasas veces que yo me quejé de sus excesos.
“Los órganos del hombre y la mujer”, me decía, “están hechos para ponerlos en
actividad como cualquier otro órgano, como el estómago, o como los ojos. ¿O tú te
crees que basta con expulsar la orina? No, a ellos hay que ponerlos a funcionar, y
lo justo es que haga con la herramienta adecuada…” ¡Y hace diez años le dio un
célebre infarto! (Pausa). Y como Dios dijo: “Creced y multiplicaos,” pero no dijo el
número de veces que debía casarse una mujer, yo me casé por segunda vez.
(Irónica. Insinuante). ¡Cincuenta y seis años, tenia, y por ironía de la vida, se
llamaba Juvenal! Era rico y generoso, ¡todo un industrial él, pues! Con él pasé de
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las revisas a los grandes salones que veía retratados en ellas. Y esa fue la
principal causa de mi boda, pues bastante que me costó demostrar u hambre que
no tenía, porque a decir verdad, ¡nunca me ha gustado el chorizo viejo…! ¡Ahh,
pero llegué muy alto! ¡Rauda y veloz como un papagayo! ¡Desde entonces
comencé a detestar a la plebe! (Con fino gesto de rechazo). ¡Buaf! ¡Cómo cambia
uno cuando prueba el caviar! ¡Qué cosa más espantosa es la plebe! Liceos el
Gobierno, fábricas, ranchos, cerros, botiquines, las gradas de un estadio de
béisbol, las cervezas… ¡Ayyy! ¡Las cervezas! ¡Qué cosas tan nauseabundas tiene
una que soportar a veces! ¡Desde las alturas comprendí que en Venezuela, ni el
petróleo ni el socialismo van a igualarnos nunca! ¡Y no por una cuestión de justicia
social, sino porque champaña es champaña y cerveza es cerveza! ¡Es cuestión de
categoría, de clase, de charmant! ¡Y todo eso me lo dio Juvenal, este refinamiento,
esta calidad, estas caídas…! A los dos años de matrimonio, todo el mundo de
confundía en los ágapes con alguna pintora o alguna novelista. ¡Ay, Juvenal! Era
propietario de una cadena de abastos y, a pesar de eso, yo como que entré en la
bodega que no era, porque no puede encontrar las verduras que esperaba –si es
que había alguna– de tal débil usado y arrugado que estaba el pobre Juvenal. Al
contrario de mis noches con Daniel, ¡cada noche en la vieja cama de Juvenal era
la espera de un prolongado desenlace! Y fueron más las que esperé que las que
terminaron con las sábanas alborotadas. Ahora me río cuando recuerdo sus
esfuerzos y afanes para cumplir conmigo alguna que otra noche, pero para aquel
entonces, la cosa no era de risa, y más, cuando yo venía de un mar agitado por
huracanes… y era tan generosa en usar... bueno “mi herramienta!, como diría
Daniel (Interrumpe sus cavilaciones. Hace como si viese a una mujer imaginaria a
la que se dirige muy hipócritamente). Siií, querida, ¡y seguiré usándola con toda
largueza! ¡Aunque te muerdas la lengua de la ira! ¡Acuérdate que tú te casaste por
chantaje y no propiamente porque te querían! De ti lo único que podía apreciarse
era eso que una vez perdido, ¡no tiene salvación…! Y después que te hicieron el
favor, ¡ya quedaste para limosnas! Es más, creo que inclusive la primera vez, sólo
por curiosidad podría llegar un hombre contigo a eso. ¡Así que resérvate tu
mirada de piedad! (Hace gesto de desprecio con las manos, luego se detiene
como confundida y hace como si recibiese el pésame de la aludida. Se besan).
¡Gracias, querida…! Tú sabes como es de hondo y de grande este dolor porque
una vez pasaste por él… (Irónica, con su otro yo). Una vez pasaste por él, pero
nunca más volviste a llenar el vacío. ¡Ay, Juvenal! Tú lo llenaste a muy duras
penas, ¡pero lo llenaste! (Como si la mirase de nuevo, burlonamente). Querida,
recuerda que todo se va deteriorando con el uso, menos las cosas que atañen a la
lujuria… ¡y mucho menos en las viudas, que recobran el fuego con tanta facilidad!
(Baja la cabeza con pesar. Enjuga una lágrima). Gracias, querida ¡eres lo que se
llama realmente una amiga! En momentos como este es cuando agradecemos
que alguien nos sujete la mano… ¡o al menos nos mire anunciando que no hay
mucho que lamentar porque el futuro es provisor! (En un suspiro). ¡Ay, a dónde
irán los muertos, señor, a dónde irán! (Se levanta súbitamente espantada. Da dos
o tres pasos hacia atrás, queda como pasmada). ¡Qué es lo que ven mis
humectados ojos! ¿Quién es esa cosa…? ¡Una obrera…! ¡Por la Santísima
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Trinidad! ¡Y con una bata de poliéster…!!! Horror, al lado de toda este “elegante”.
Ay, Juvenal, no te recordaré por mis arrebatos pasionales, ¡pero cómo sabías
poner cada cosa en su lugar! ¿Qué dirá toda esta gente con la aparición de la
plebe? ¡Sí, esa tiene que ser la representante obrera de la compañía donde
trabajaba Juan Manuel! (Se acerca a la urna). ¿Verdad que sí, querido? (Siente
que la obrera se aproxima. Se pone rígida, muy digna, con las manos en el
regazo). ¡Ahí viene…! (Tiembla). ¡Una obrera! ¡Y negrrra! Esa ni siquiera debe
usar desodorante de spray, sino de crema. ¡Se imaginan el pegoste! Y no es que
yo tenga nada en contra de la clase obrera, pero es que son “tan obreros”…tan
pueblo, pueblo, tan janmarifarina, tan esa cosa, tan… ¡Ay…! Bueno, obreras,
pues, obreras. Son unas cosas como sucias. ¡Y cómo huelen; es una mezcla de
fábrica con jabón de coco, desodorante y Ban-Lon! (Pausa). Y algunas no se
afeitan ni siquiera las piernas, ni van a la peluquería. (Pausa. La recibe muy seria).
Gracias, señorita, la presencia suya aquí me conmueve, porque me hace ver que
mi mando era apreciado por ustedes en la misma medida en que él los estimaba y
defendía… ¡Si yo pudiese continuar su obra social en el sindicato…! Lástima que
no estén los chicos de la prensa para que nos hubiesen hecho una foto… (Se
interrumpe ahogada por el llanto. Leve transición). ¡Con una corona que hubiese
enviado era el sindicato era suficiente! ¡Pero, no tenían que enviar a la muy
obrera! (Alarmada). Ay, ¡que me da! ¡Si se ha instalado en una silla al lado de
Monina Van der Velde! ¡Chanel Nº 5 al lado de Ramillete de Novia! (Mira el
cadáver en la urna. Sonríe). Ay, Juan Manuel, qué aromática promiscuidad…
(Transición). Juan Manuel, ¡mi tercer colapso nupcial! ¿Te acuerdas que nos
presentó el mismo Juvenal? Y aquel escalofrío que sentimos al darnos la mano
nos anunció el final. Con todo no legué a serle infiel a Juvenal contigo. (Ríe). ¡No
tuvimos tiempo! Juvenal se murió de una intoxicación de mariscos y nos dejó el
camino libre. (Transición. ¡Lo velamos en esta misma capilla…! Y cuando llegó la
delegación sindical, tú mismo la encabezabas. ¡Era una delegación tan sensual,
que yo acudí precipitadamente a recibirla! (Repulsiva). ¡Qué diferencia con la
delegad que han enviado ahora! (Pausa. Insinuante). ¡Recepción mortuoria que
vislumbraba mi próxima incursión nupcial! (Transición total. Grave, muy seria va a
la silla). Pero esta tercera correría marital era lo único que le faltaba a mi vida: ¡Un
macho criollo y de los autóctonos con todos sus folclóricos detalles! (Habla
aceleradamente). ¡Cinco y seis-Dominó-tremenda nave-cauchos
radialesreproductor…!
Franelita Play Boy-tres fluxes azules para la oficina-barriguita
cervecera-mocasines blancos para los domingos-una corbata de Dior-una franela
con el letrerito de Love-Puras series de policía por TV… (Respira). ¡Y nada de
melenas, ni de libros, ni de Beethoven…! (Pausa). Su máxima expresión cultural
fue asistir una noche a la zarzuela. Pero ni siquiera me dejó el consuelo de que
fuese a “Los Gavilanes”, ¡no! …”La Corte del Faraón”, y eso, porque se la
recomendaron en la oficina… (Ríe a carcajadas). ¡Nunca sospechó que se la
habían recomendado por mí, por lo de mi doble viudez! Por supuesto que yo capté
el asunto en el acto, cuando aparecieron las tres viudas en escena aconsejando a
la recién casada, cantándole aquello de… “Al pasar de soltera a casada…
necesitas de preparación… y nosotras que somos viudas… te daremos esta
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lección…” (Ríe divertida). “Al marido después de la boda… nada, nada le debes
negar… pues con él en tu casa entra toda… pero toda su autoridad…” (Ríe
evocando. Luego enseriándose). ¡El pobre no comprendió la alusión y aplaudió la
canción hasta rabiar! ¡Y hasta pidió “bis” y todo! ¡Ay, Juan Manuel, cuánta
estrechez mental…! (Pícara). Aunque por lo demás era un platillo verdaderamente
encantador… Abrió de par en par… (Tose). ¡La ventana de mi alcoba! ¡Y lanzó
para afuera todos mis recuerdos anteriores! (Suspira hondamente). ¡Qué
barbaridad…! (Pausa). Pero lamentablemente, era un obsesivo con la virginidad.
Lógico, como todos los de su condición. Ese asunto es como una marca de fábrica
del venezolano de SU tipo: ¡No quieren pasar un día sin fornicar con una mujer
distinta y, cuando van a buscar esposa, pretenden que se les dé a escoger entre
un ramillete de vírgenes! Pues su obsesión llegó a tales extremos que con todo y
saber que yo era viuda, apenas me sometía a sus etílicas relaciones (porque si no
estaba borracho no lo hacía, comenzaba a susurrar en un operático in crescendo:
“Tu virginidad… ¡Tu virginidad…! ¡Tu virginidad…! ¿Quién se la llevó? ¿Quién me
la quitó? ¿Dónde está, dónde estáaaa…?” (Lo mira con desdén, de pie, al lado de
la urna). La verdad es que sólo tu pericia podía hacerme tolerar lo necio que
eres… ¡lo tan típico de acá! (Se vuelve con expresión mística. Transición. Luego,
con fingida alarma). ¡Renata y Nieves Corma! ¡Ay, qué me da…! (Corre hacia la
silla y, trémula, tiembla, toma poses hieráticas y al mismo tiempo trata de ver cuál
actitud adoptar). ¡Santísimo Sacramento! ¿Qué hago…? ¿Cómo me pongo?
¿Cómo es posible que me hayan agarrado desprevenida? ¡Renata Pimentel
Garciategui que es especialista en actitudes mortuorias y haberme sorprendido sin
una pose especial! (Ahora griticos estertóreos). ¡Ay…! ¡Ay…! ¡Ay…! (Para sí). ¿Me
desmayaré… o me hago la muerta…? ¡Ayayayayay…! ¿O me pongo como
atontada…? ¿O me hago la histérica…? ¡Ayayayayay…! No, mejor me pongo
como una insensata, ¡delirante…! O mejor como quien no conoce a nadie…
(Repentinamente da un alarido desgarrador). ¡Renataaaa…! (Pausa seca. Nuevo
alarido). ¡Nieves Corma…! ¡Ayayayayay…! La muerte me ha hecho la mujer más
desgraciada del mundo. (Como declamando). ¡Se me fue, se me fue, se me fue…!
¿Por qué, Renata, por qué…? Ay, Dios mío, ¿por qué no me mandas ahora
mismo con él? Yo no puedo vivir sin él, Nieves Corina, sin esa cosa tan querida.
¿Qué me queda en este mundo…? ¿Dónde voy a encontrar consuelo…?
¡Ayayayayay…! (A gritos). Ay, Juan Manuel, Juan Manuel, Juan Manuel, ¿es que
no va a ser posible que te siga? Sí, yo me quiero ir contigo, yo me quiero ir
contigo. ¿Para qué voy a seguir viviendo si tú no estás? ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay…!
(Súbita transición). ¡Ay, ya se fueron! ¡Por fin! Es que estos ataques no fallan; son
buenísimos para quitarse a la gente de encima. (Mira la urna. Es otra). ¡Ay, Juan
Manuel, si supieran…! Cuánta mentira, ¿verdad, amorcito…? ¡Si supieran porqué
estás allí todo helado y todo rígido…! (Sonríe maléficamente) ¡Nadie va a
sospechar, con todo este gran velorio que te estoy haciendo, que fuiste el peor de
mis maridos…! ¡Ni tampoco que eras tan disoluto…! (Se sorprende ella misma con
la palabra, se lleva la mano a la boca y disimula la risa). ¡Disoluto…! Ay, ¡cuánto
desperdicio de idioma! ¡Cuán efectiva ha resultado la cultura petrolera…! Hace
dos años yo desconocía el significado de esta palabra y ahora fluye solita… aflora,
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pues… Pero, de verdad, ¡qué desperdicio, decir “disoluto” en un país de
presidentes autodidactas y en vías de desarrollo…! (Transición). Bien lo que
quiero decir es que al casarse conmigo, se buscó una amante. ¡Claro! Así
completaba el cuadro viril y agotaba cualquier posibilidad de dudas sobre su
persona. Había que cubrir cabalmente las apariencias del macho cabrío vernáculo.
Porque aquí, ¡ay del que no se case y se consiga una amante al mismo tiempo!
(Sorprendida). ¡Amante…! Amante, otro desperdicio del lenguaje: una querida,
¡porque así es como nos llaman…! ¡La querida es otra obligación institucional…!
¡Como votar en las elecciones! Aquí hay que cumplir con el deber electoral y dar la
vuelta al ruego con un par de vaginas en la mano, la de la esposa y la de la
amante, ¡como los toreros! (Cínica). Ay, Juan Manuel, cómo se me llenó el
corazón de despecho cuando me enteré. ¡Pero bien caro que lo pagaste! Bien
caro que te costó engañarme, ¿verdad, papi...? (Ríe socarronamente). Tome más
anticonceptivos que ninguna otra mujer, de a dos series juntas, ¡tipo prostituta…!
¡Y qué mal que la pasaste al no poderme embarazar y demostrar que eras un
verdadero cañonazo a tus amigos…! (Burlona). ¡Y la otra mitad del presupuesto se
me fue en “tus pastillas”… las que yo no me tomaba… ¡sino las que te daba a ti…!
(Angelical). Una pastillita de somnífero en el café del desayuno… otra, con una
pequeña dosis de cianuro en el almuerzo… y una de anfetamina por la noche para
perturban un poquitico tus sueños… (Se ríe burlona). ¡Pasabas del sueño al
espabilamiento en cuestión de segundos! De la excitación al letargo. Te dormías,
te despertabas, brincabas, te caías… ¡Y dígame cuando te ibas a echar los palos
con los amigos…! ¡Todo se te revolvía y nunca sabías cómo ibas a terminar…!
Con todo, ¡tuviste bastante resistencia para aguantar los cócteles de fenobarbital,
benzedrina y cianuro que te daba…! Pero, ya lo ves… ¡has caído…! Tan machote
que eras y mírate… ¡aplastado por unas pastillitas diminutas…! Fuiste el peor de
mis maridos y eso lo pueden atestiguar mis propias costillas. (Pícara). ¡Aunque en
la cama eras tan retozón! ¡Y alegrote, imprevisto, sorpresivo, variado! Tanto, que
aunque me moliste a palos cuando se te vino en gana, siempre lograbas
reconquistar mi “belle chose” con una de tus novedades. (Pausa). ¡Pero ya ves!
Ahora estás allí… “Estás”, ¡del verbo estar! Estallaste (Tornándose súbitamente
preocupada). Y yo, a las veinticuatro horas de tu muerte, ¡sigo sin encontrar con
quien lograr entrar en actividad! Juan Manuel, y no te ofendas, porque tú siempre
me dijiste que esas cosas no se pueden dejar en reposo ni en ocio… porque las
telarañas pueden tejer sus telas… y luego… ¡puede que no se encuentre el
plumero adecuado para limpiarlas! (Su rostro se ilumina. Todo su cuerpo parece
tomar vida y burbujear). ¡Llegó la representación obrera! ¡La representación
obrera, Juan Manuel! ¡Pero esta vez es la masculina! (Hace como se mirase a uno
de los recién llegados). ¡Ay, se ve que hay cosas interesantes dentro de la clase
fabril! (A la urna). ¡Viéndolo bien, queridito, creo que voy a proponerme muy en
serio el continuar obra sindical…! ¡Hay cosas tan importantes que defender! ¡Qué
ojos! ¡Qué musculatura… qué carnes duras se presienten bajo el modesto flux de
franela gris! Este obrerito debe verse de locura con una braga puesta. ¡Y
quitársela debe ser una aventura hiper-excitante! Eses es el tipo de brazos que
puede mover la revolución de clases. ¿Quién lo pone en duda…? ¡Nadie! Juan
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Manuel, presiente que no terminare tu novenario sin que yo haya alzado mi voz en
pro de un gran movimiento popular que modifique las estructuras sociales del país.
¡Cómo se desperdicia el proletariado…! “Abierta” estoy de par en par… ¡a las
voces de la clase obrera local! Y ante hechos trascendentes, uno tiene que dejar
asuntos personales, como el luto. (Transición, mientras recibe el pésame. Bajito,
para sí). Allí se acerca el ejemplar que muy pronto logrará que mi voz se escuche
como en aullidos. Solidaria soy con su ideal. (Le estira la mano). Gracias, me
conmueve su presencia aquí. (Le lleva la mano a su pecho). Palpe, sienta los
latidos de mi corazón. (Pausita). ¡Juan Manuel me habló tanto de usted! Sé que es
un hombre muy luchador y defensor de los de su condición. (Pasa la mano del
obrero por sus senos). ¡Luche…! ¡Siga luchando, por favor! Nuestra tarea no
puede detenerse… ¡y la labor de “penetración” en las masas que inició Juan
Manuel debe tener un sucesor! Yo sé que cuando usted levanta las manos, las
masas se ponen en movimiento. ¡Y yo estoy tan interesada en que usted mueve
las masas…! ¿Comprende…? (Pausa. Se dirige a la urna). Juan Manuel… Ay,
Juan Manuel, te dejo un momento. Es que el proletariado levanta su voz… y yo
creo que voy a acudir a su llamado. No te quejes, mi amor, que si te dejo solo es
por seguir tu ejemplo. ¡Tal vez volvamos a vernos allá en el cementerio, cuando te
estén echando tierrita encima! Estaré llorosa, no te preocupes. Tampoco voy a
delatarme prematuramente. Nadie notará tampoco absolutamente nada de mis
nuevas tendencias socialistas. Lloraré con mi pañuelo de batista en la nariz,
desolada tras mis anteojos oscuros. Pero tendré un apoyo muy especial para mi
desamparo, el del sindicato que tu mismo creaste, ¡querido! (Suspira
suavemente). Es solo un momento. Voy a comenzar por tomar un cafecito
proletario, es decir, en vasito plástico. (Se desprende de la urna y sale
lentamente). ¡Dios Mío…! No se porqué se me han venido de repente aquellos
versos del poeta… ¡Dios Mío…! ¡Qué solos se quedan los muertos…! De veras…
¡qué solos se quedan los muertos…! (Sale glamorosa, decidida, a la gran faena).
FIN

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