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Una vez que quedó establecida una tregua en 1880 entre Chile y Bolivia, sin que ello
significase que Bolivia se retirara de la contienda y rompiese su alianza con Perú, se
plantearon dos posiciones fundamentales acerca de la resolución del conflicto: la
continuación de la guerra o la paz.
Los primeros, el grupo antichileno y antipacifista, conocido más tarde como liberal, se
alineó tras el coronel Eliodoro Camacho, jefe de la revuelta contra el general Daza.
Los segundos se agruparon, bajo el término general de conservadores, en torno a las
figuras de Aniceto Arce y Gregorio Pacheco, principales poseedores de las minas de
plata, y de Mariano Baptista, abogado de varias compañías mineras y accionista de las
mismas.
No se trataba de una división estrictamente regional que pudiese traducirse sin matices
en la lucha de conservadores contra liberales.
Era una pugna entre los sectores dueños de los medios de producción que veían en el
régimen partidario un mecanismo para la toma del poder político y una garantía de su
legitimidad como grupo dominante, y aquellos otros a los que la inestabilidad del
régimen caudillista había dado esperanzas de ascenso y de remodelación social. Se
iniciaba, así, un enfrentamiento entre los poseedores del poder y los que aspiraban a él
dentro de la élite, que quedó regulado a través de los partidos políticos.
Este propósito supone que las cuestiones aludidas se discutirán bajo el presupuesto de
ausencia de diferencias sociales y profesionales, e incluso de programa, entre los
partidos bolivianos.
Se sostendrá, así, que para evitar que continuara el mismo ritmo de movilidad social del
período caudillista, resultó conveniente disminuir las posibilidades de ascenso social
que un régimen de partidos políticos podía favorecer.
Los miembros más prominentes del grupo minero de la plata en vez de presentar una
sola candidatura se dividieron en dos buscando concertar por separado acuerdos con
los partidos opositores, en este caso el Partido Liberal, a fin de neutralizar su capacidad
de convocatoria y conseguir un margen mayor de electores.
Logrado esto, fueran cuales fuesen los resultados de las urnas siempre favorecieron a
un partido de la élite minera en el poder, o bien al que se había presentado en solitario,
o bien al que había aparecido en coalición con los liberales.
Este arbitraje convirtió a las masas rurales y urbanas en la fuerza de apoyo que las
distintas fracciones de la élite utilizaron para amenazar a las contrarias y obligarlas, si
no a una derrota, sí a una negociación sobre el reparto de los privilegios. Tal actitud se
resumió en debates parlamentarios y periodísticos que hicieron de la elevación del nivel
de vida y de la educación de las clases populares el motor de un movimiento universal
hacia la abolición del autoritarismo y de las clases portadoras del mismo.
Pero como esos objetivos estaban mediatizados por las reformas educativa y militar, su
manifestación quedó en suspenso y se mantuvo tanto la exclusión política de las clases
subalternas, identificadas en su mayoría con los indios, como el desprecio a su
presencia pública cuando ésta era ya inevitable por la misma lógica de las elecciones.
Se prima, así, el análisis político discursivo con la intención de entender cuáles eran las
prioridades y necesidades de la élite, y, en concreto, de la élite paceña, que es la que a
partir de la Guerra Federal de 1899 logra imponerse regionalmente. Al tiempo, se
establece como la principal aportación de la política conservadora al proyecto de
reestructuración interna de la élite boliviana, entre 1880 y 1899, el haber controlado el
sistema de movilidad social que la inestabilidad del sistema caudillista había
desproporcionado.
5 Efraín Kristal, Una Visión Urbana de los Andes. Lima: IAA. 1991, p. 26.
5La mayor parte de los análisis historiográficos que contemplan el estudio de los
partidos políticos iberoamericanos de fines del siglo XIX no consideran las repercusiones
sociales que conllevó el enfrentamiento en el interior de la élite.
Esquematizando un poco los supuestos que defienden puede afirmarse que hacen
coincidir a los partidos conservadores con grupos de banqueros, aristócratas, grandes
industriales y eclesiásticos influyentes; mientras que los partidos liberales o radicales se
componen de comerciantes e industriales medios, funcionarios, profesores, abogados,
periodistas y escritores, entre otros4.
6 “En nuestra América los partidos se forman por motivos o pretextos; rara vez deben
su origen a pri (...)
7 “El partido constitucional no ha sido un partido conservador, como el llamado partido
liberal no h (...)
8 La Política y los partidos. Artículos de actualidad publicados en “La Tarde”, (La Paz:
Tip. José M (...)
9 Respecto a ello dice Aniceto Arce: “Amenaza a nuestro país un grave peligro. La
cuestión elecciona (...)
Las divergencias que separaban a los miembros de ésta habría que buscarlas,
entonces, en su origen y tradición familiar y, sobre todo, en relación al poder político:
excluidos o miembros de las clientelas en el poder8. El acceso a las instancias de
dirección nacional estaba basado en la legitimación que se podía lograr en la sociedad,
con lo que los dirigentes partidarios no hicieron otra cosa que expresar las pautas de
conducta política vigentes en ésta.
11 Robert Michels, Los partidos políticos. Buenos Aires: ed. Amorrortu, 1883.
7Los postulados expresados por Robert Michels acerca de que la lucha por el poder era
una lucha entre minorías, interpretando a éstas como fracciones de un mismo grupo, en
este caso, como fracciones enfrentadas de la élite11, refuerzan lo dicho hasta ahora12.
Su lucha organizada estaría representada por los partidos políticos establecidos a partir
de 1880, que independientemente a la ideología y preceptos esbozados en sus
programas, tienden necesariamente hacia el conservadurismo o la conservación del
sistema político. Es decir, tienden a la perpetuación de un sistema jerarquizado con un
sistema de ascenso social controlado desde arriba y basado en la imitación de los
modos de vida de los sectores privilegiados. Esta tendencia se consolida a través del
control del Estado, de ahí que la disponibilidad económica se supedite y se dedique a la
conquista del poder político que, a su vez, proporcionará a la élite un grado de
maniobrabilidad mayor para definirse como grupo social capaz de dar una respuesta
colectiva de oposición a los sectores subalternos que aspiran a sus mismos privilegios.
En consecuencia, se entiende partido político como la institución cuyo propósito es
conquistar el poder político y ejercerlo13. Con esta definición se invalida la utilización
del concepto de partido político que maneja Giovanni Sartori para la realidad boliviana
de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Su afirmación referente a que si un partido
no es capaz de gobernar en aras de un interés nacional no difiere de una facción14, no
responde a las características propias de una sociedad patrimonial con un régimen
electoral censitario15.
17 “...La clase política no justifica exclusivamente su poder con sólo poseerlo de hecho,
sino que pr (...)
18 “Ese pasado aún persiste, con la sólo diferencia de que a la guerra civil ha sustituido
el fraude(...)
En ningún caso se pretendió que los partidos políticos vinculasen a toda la población
boliviana con un gobierno que los representara. Su instauración nacía de una
necesidad de legitimar a los poseedores del poder económico del país a través del
reconocimiento de su presencia política17. Ese mismo acto legitimador supondría
también la deslegitimación de todos aquellos sectores sociales que aspiraban a los
mismos privilegios. Esto se expresó en una condena del militarismo y del caudillismo al
ser identificado ese régimen como el más adecuado para la inestabilidad política y por
tanto favorecedor de un desorden social que desmantelaba las posiciones de privilegio
de la élite. Es más, toda argumentación del gobierno encaminada a desprestigiar a la
oposición o de la oposición contra el gobierno pasaba por acusaciones referidas al
comportamiento militarista del ofendido, que a su vez iban acompañadas por el
reconocimiento de este término como contrario al comportamiento legal del ejército18.
19 Esta afirmación cuestiona, por tanto, el supuesto acerca de que tanto liberales como
conservadores (...)
20 “Vosotros (los artesanos) sois la porción de la clase social que más ama mi corazón
porque, como v (...)
9El cambio en la estructura política posibilitó la estabilidad necesaria para que los
distintos grupos de élite no vieran cerradas sus expectativas de remodelación y
definición social. Así, las opciones políticas partidarias bolivianas no buscaban,
mediante su labor conjunta, el interés nacional sobre la base de algún principio
particular acerca del cual todos estuviesen de acuerdo, sino un clima adecuado a la
consolidación de sus intereses particulares19. Esto no contradecía que existiese una
intencionalidad política destinada a lograr consenso. La preocupación por la vía
consensual iba encaminada a la obtención de votos electorales o la generalización de
conductas que no amenazasen los supuestos de reproducción de la élite. La
convocatoria de elecciones se hacía con el propósito de lograr que los sectores
subalternos reconocieran y consintieran que sus demandas quedasen canalizadas a
través de los partidos políticos, ya que éstos eran los únicos con capacidad para dar a
sus peticiones una dimensión política20.
Aquel sector de la élite que tuviese más apoyo electoral tenía mayor posibilidad para
presionar a la élite en el poder y negociar su porción de privilegios.
10Se advierte, entonces, un fuerte interés por popularizar las medidas gubernamentales
de cara a las elecciones y un esfuerzo por canalizar los posibles descontentos a través
de las redes de clientelas de cada partido.
22 Discurso pronunciado por el presidente del Congreso, doctor don Mariano Baptista,
en la clausura d (...)
24 “...Y aquí se presenta la ocasión de hacer notar que. si bien han sido divergentes
nuestras opinio (...)
12Este debate inicial resultó el más característico, ya que la legitimidad de los partidos
conservadores y liberales se construyó en virtud del abandono de las formas militaristas
y de una continua acusación al partido contrario de representar la pervivencia del
caudillismo.
El discurso antimilitarista fue empleado principalmente por los conservadores, siendo
Aniceto Arce su principal artífice y diseñador. No se trató de una argumentación
monolítica sino que se estructuraba en dos variantes que fueron empleadas a la vez en
las sucesivas campañas electorales de 1884, 1888, 1892 y 1896. En primer lugar,
antimilitarismo significaba antiperuanismo. Los conservadores o pacifistas bolivianos
pretendían un acuerdo de paz rápido con Chile mientras que los guerristas proponían la
continuación de la guerra en alianza con Perú. La forma que tenían los primeros de
deslegitimar a los segundos era acusándoles de mantener los principios de los
regímenes caudillistas. Puesto que los guerristas defendían el mantenimiento de los
lazos con Perú, la posición antimilitarista terminaba, entonces, identificándose con el
antiperuanismo.
Detrás de tal simbiosis subyacía una crítica a la orientación que quería darle la región
de La Paz (mayoritariamente liberal y guerrista) al país. Este departamento era el
competidor más directo y con mayores posibilidades de éxito que tenían las élites del
sur. Los mercados peruanos no eran prioritarios para éstas que preferían continuar con
las vinculaciones chilenas y argentinas. Este hecho tampoco impidió que, a medida que
el mercado de la plata perdía fuerza, los intereses chuquisaqueños se orientasen hacia
una participación activa en la economía paceña, como lo demuestra la presencia de
Aniceto Arce en la fundación de los primeros bancos de La Paz. El control que quisieron
hacer de este mercado también puede entenderse como un deseo de supeditarlo a la
hegemonía del sur a fin de bloquear su potencial como competencia y, por tanto, anular
la ventaja de los paceños. Estos constituían la élite regional con más arrastre
interdepartamental y con mayores posibilidades de arrebatar a los mineros de la plata
su posición hegemónica, que ya estaba por sí misma en peligro ante la bajada del
precio de la plata en el mercado mundial.
17De las propuestas de paz con Chile manifestadas por los conservadores, la que tuvo
mayor resonancia y se configuró en ideología partidaria fue expresada por Aniceto
Arce, entonces Vice-presidente de la República, siendo presidente Campero. Consistía
en una alianza con Chile que permitiese la rectificación de las fronteras entre Perú y
Bolivia para que este último país se quedara con Tacna y Arica27. Esta posición
invalidaba el tratado de 1873 entre ambos Estados y liquidaba los proyectos de una
Confederación28. El argumento de Arce estaba justificado por la búsqueda de
soluciones a la posible “polonización” de Bolivia:
Boliviano ante todo, he creido que debíamos exigir la rectificación de nuestras fronteras,
sin la cual Bolivia no puede aspirar a llamarse nación independiente. La zona que
Bolivia necesita y que comprende a Tacna y a Arica no puede decirse que se la
arrebatemos a Perú, pues es ya cosa averiguada que Chile se apoderó de ella y no la
devolverá a Perú29.
34 Ibidem. p. 8.
39 39
40 “No nací minero, sino agricultor; pero comprendiendo que la minería es hoi la única
fuente de nues (...)
41 Mensaje especial del Presidente Constitucional de la República. Agosto 6 de 1884,
(Sucre: El cruza (...)
20Arce intentaba probar que el Perú se había esforzado siempre en explotar, deprimir y
anular a Bolivia y, de este modo, contrarrestar la llamada del General Campero a ser
solidarios con ese país38, del que se había obtenido gran parte de la ayuda militar para
la derrota del presidente Daza (1876-1879). Para limpiar su imagen de todo interés
oculto, Arce recurrió a los préstamos de guerra destinados a la compra de armas que él
mismo hizo al gobierno en su campaña contra Chile39; préstamos que reforzaban su
discurso patriótico a favor de un progreso que venía definido por la actividad minera40.
La actitud del otro minero, Gregorio Pacheco, fue semejante en cuanto a la exaltación
del progreso pero no en cuanto a romper con el país del norte ya que “aún en la
hipótesis de que Bolivia hubiera podido romper su pacto de alianza con el Perú para
aceptar de Chile los territorios de Tacna i Arica, no es posible suponer que tanta
generosidad de parte suya no hubiera buscado su compensativo en nuestras ricas
provincias de Lipez i Porco”41.
43 Cuando en 1880 se discute qué ciudad boliviana será la que acoja la reunión de la
Asamblea Convenc (...)
¿Quereis una paz sin honra? - os contestará sin vacilar: - no, mil veces no. Este hombre
es el pueblo45.
23Este comportamiento llevó a los liberales más tarde, en vísperas y durante la Guerra
Federal de 1899, a un discurso político anti-oligárquico46 que no debe confundirse con
un rechazo de los principios de poder de la élite. Estos fueron defendidos en todo
momento tanto por liberales como por conservadores de cualquier región boliviana. Se
trataba de una estrategia electoral que pretendía equilibrar el poder económico de Arce
y Pacheco, desplegado no sólo en sus campañas, sino también en las de Mariano
Baptista y Severo Fernández Alonso, a través de una invocación al espíritu popular
boliviano claramente anti-oligárquico. La oposición política a los liberales era consciente
de ese juego y, por tanto, intentó identificar ese populismo con conductas caudillistas.
Conforme a esa estrategia, los pacifistas representados por el Partido Constitucional-
Conservador de Aniceto Arce y Mariano Baptista, afirmaron la existencia de dos
factores adversos que el Estado debía conjurar si quería identificarse con una corriente
política de mejoramiento progresivo: el caos nacido de la anarquía de las revoluciones
promovidas por el militarismo, por una parte, y el peligro de la subversión social
alimentada por la demagogia y la sublevación del suburbio contra la ciudad, por otra.
Ambas condenas fueron el resultado de la adopción de un principio consecuente con
las necesidades de estabilidad de la élite como clase política.
49 François Xavier Guerra. México: del antiguo régimen a la revolución (México: FCE,
1991) p. 181.
25A pesar del riesgo inherente a esta acción, la oposición en el poder no buscaba
paralizar el movimiento social, sino regularlo para que no se contradijese una lógica de
desigualdad social que garantizase la existencia de privilegios selectivos. De esta
forma, el mantenimiento del orden, es decir, el mantenimiento del conjunto de las
variaciones, las diferencias, los rangos, las procedencias, las prioridades, las
exclusividades y las distinciones que conferían su estructura a una formación social
estaba asegurado por las aspiraciones de ascenso social. Cada grupo social tenía
como pasado el grupo inmediatamente inferior y como porvenir el grupo superior, y esa
relación era necesario mantenerla porque desarticulaba cualquier tipo de alianza
horizontal o intra-clase entre los sectores marginados. Esto es, permitía que el orden
social jerarquizado no se cuestionase y, en consecuencia, fueran los grupos dominados
quienes sostuvieran y alimentaran su propia explotación al tener como principal meta la
apropiación de una posición privilegiada y no su eliminación.
51 Idem.
61 “Grato nos fue encontrar entre la inmensa muchedumbre que vitoreaba a los
candidatos liberales, a(...)
66 “Si era inmoral esta manera de conquistar adeptos, se trataba de uno de los vicios
de la vida demo (...)
La historia de Bolivia nos demuestra que ha sido titánica la lucha del sable contra la
idea, del parlamento contra el cuartel, del gobierno civil-símbolo perfecto del liberalismo
contra el poder militar-reflejo de la autocracia monárquica y del predominio por la fuerza
(...). El partido militar es el único que hasta hoy ha gobernado Bolivia, salvo dos o tres
administraciones de raquítica personería civil67.
Mientras Arce atrae a los venales con su plata, Pacheco aleja a los liberales con los
soldados, con los policiales, calabozos, sablazos, multas i torturas, con el reclutaje, con
la persecución por los jueces o denegación de justicia, etc., todo ejecutado por ajentes
a quienes paga la nación con el sudor del pueblo. Asi es que la plata de este i de aquel
convergen contra los liberales que no tienen más que su entereza, su honradez i sus
desnudos pechos que oponerles. Colocados en esta situación que carcome
hondamente las instituciones democráticas que acabarán por hundir esta Patria,
nuestra posición se hace sobremanera penosa... Solo Dios podrá señalarnos el rumbo
que hemos de seguir para salvarla. Pocas horas faltan para que ingresemos en lucha
tan desventajosamente preparada; el resultado no puede sernos dudoso. Preveo que la
abstención indicada o prescrita para el caso en que la violenta coacción imposibilite el
sufrajio se hará indispensable. Entonces ¿qué será del país?68.
Las revoluciones son para las sociedades lo que el cauterio de fuego para el cuerpo
humano: remedios heroicos para estirpar gangrenas mortales69.
32El golpe de Estado significaba también una imposición de legitimidad, válida en una
lucha competitiva desigual, donde se habían acrecentado todas las acciones de
proselitismo cultural. Se ejercía con la complicidad de las víctimas al ser sus
portavoces, los representantes de cada partido político, capaces de dar a la arbitraria
imposición de determinadas necesidades las apariencias de una misión liberadora. Esta
presentación cuasi revolucionaria hacía de la pretensión del Partido Liberal una
necesidad colectiva en contra de un orden social vigente, porque reconocía a los más
desposeídos el derecho a todas las satisfacciones, aunque sólo a largo plazo. Esto no
evitaba que se mantuviese el crédito sobre el goce inmediato de los bienes prometidos
ya que la aceptación de un porvenir no era sino la aceptación del presente70.
36Ese cambio de actitud conservadora tuvo su paralelo en las filas liberales que, en
apariencia, se manifestaron más transigentes en las negociaciones políticas y más
dispuestas a no recurrir a un golpe militar “desde abajo”76. La disminución de su
conducta beligerante no significaba el reconocimiento de las prácticas políticas
conservadoras y la legitimidad social de éstas, al contrario, anunciaba la conciencia de
la progresiva pérdida de sustento económico y apoyo electoral de los partidos
conservadores frente a los liberales. Estos comenzaron a creer en que tenían opciones
de oposición constitucional, pero sin que ello implicase que creyeran que podían ganar
en las urnas, sino que esta vez sí tendría éxito una insurrección:
Este programa político puede ser o no de oposición en el terreno legal o puede serlo de
oposición armada, o, en fin de combinación de fracciones de otro círculo. Llegado el
momento oportuno, yo daré mi opinión, la que ha de conformarse de seguro con las que
he profesado desde que ingresé en la vida pública77.
78 “La experiencia diaria nos muestra que un abuso trae consigo otro abuso, que tras
una estralimitac (...)
37Sucedía así no sólo por la continua disolución de las bases materiales de los
conservadores, sino también porque las medidas de modernización y progreso que
había desarrollado ese sector pusieron en peligro los pactos de reciprocidad del Estado
con los grupos menos privilegiados, en concreto, con las comunidades campesinas. El
Partido Liberal, con un discurso contrario a la ruptura de esos pactos, expresado a
través de una larga campaña proselitista en el medio rural, conseguirá el apoyo de la
población indígena como ejército auxiliar, al igual que la ayuda de las diversas élites
marginadas políticamente en las elecciones de 1884, 1888, 1892 y 1896, y de
fracciones de élite antes conservadoras, que verán en un cambio de orientación
partidaria la oportunidad de conservar sus privilegios y potenciar sus opciones de poder
futuro. A pesar de su aparente populismo, la promesa de revitalización política de los
liberales estaba circunscrita y dirigida a la obtención de cohesión de la élite, con lo que
una vez en el gobierno sus medidas políticas no variaron de las anteriores, es más,
éstas quedaron reforzadas por la legitimidad obtenida. Dicha legitimidad estuvo
estrechamente relacionada con el discurso sobre qué hacer con el indio y con la
explotación de los miedos interiorizados de la mancomunidad criolla-mestiza78. Se dio,
entonces, un proceso de pánico en el que cada individuo de este grupo contribuyó a lo
que más temía, es decir, ayudó a aumentar el peligro de que los sectores subalternos
arrasasen con sus privilegios. La consecuencia inmediata fue una atmósfera de
inseguridad social que favoreció a las élites en su proceso de reorganización interna. Y
esto ocurrió porque la oposición a cualquier medida que quisiera implantar la élite en el
gobierno, quedó inoperante a causa del miedo a que se produjese todo lo temido. Los
miedos interiorizados posibilitaron un consenso en el interior de la élite que, aunque fue
variando de representación a lo largo del tiempo, mantuvo intactas las fórmulas étnicas
de exclusión pública como garantía de su supervivencia.
80 “El lado flaco en este partido (Liberal), y que fue admirablemente explotado por los
adversarios, (...)
39Ante todo, se buscaba hacer útil al ejército en el nuevo régimen político al tiempo que
anular su tendencia a tomar el gobierno, por lo que le fueron asignadas funciones que
favoreciesen la primacía de la élite. La confección de sus nuevas responsabilidades se
inspiró en tres ideas fundamentales desarrolladas por Narciso Campero: el ejército no
debía tener intervención en la política de partidos, ni pertenecer ciegamente a los
hombres que compusieran el gobierno, ni ser otra cosa que la fuerza armada nacional,
para la defensa de la patria y de las leyes. Campero aconsejaba, en definitiva, la
privación absoluta del derecho electoral de la clase militar y la indispensabilidad de que
éste fuera enteramente nacional, es decir, boliviano: