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Ante todo debemos indicar que el término post praevisa merita significa después de los
méritos y en relación a dichos méritos. Jamás debemos pensar en obtener algún premio o
gracia antes de merecerlo. Si creemos en merecer la gracia antes de nuestros méritos,
descuidaremos nuestros actos, que son los que podrían hacernos merecedores del mérito o
premio.
Lo anterior nos lo confirma san Ignacio de Loyola al decirnos: “No debemos hablar mucho
de la predestinación por vía de costumbre; mas si en alguna manera y algunas veces se
hablare, así hable que el pueblo menudo no venga en error alguno, como a veces suele,
diciendo: si tengo que ser salvo o condenado, ya está determinado, y por mi bien hacer o
mal no puede ser ya otra cosa; y con esto entorpeciendo, se descuidan en las obras que
conducen a la salud y provecho espiritual de sus ánimas” (Ejercicios Espirituales, regla
15ª).
Esta teoría de la predestinación post praevisa merita fue defendida tanto por Alberto Magno
(siglo XII) como por Francisco de Sales (siglo XVII), diciendo de ella que era la opinión
más verdadera y más atractiva. Difiere de la predestinación ante praevisa merita o antes de
obtener los méritos en dos puntos: primero, asume una predestinación hipotética a la gloria;
y en segundo lugar, no revierte la sucesión de gracia y gloria en los dos órdenes de la eterna
intención y de la ejecución en el tiempo.
En primer lugar debemos indicar que el Concilio de Trento se celebró durante 18 años,
desde 1545 hasta 1563, en la ciudad de Trento, Italia, iniciándose bajo el papado de Pablo
III, siguió bajo los de Julio III, Marcelo IV y Pablo IV, finalizando con Pío IV. El tema
principal que se abordó fue el nuevo estilo de la Iglesia, tanto la reforma como la contra
reforma, con todos los temas que ello abarca.
A esta cuestión la única respuesta razonable es la es la palabra de San Agustín: “Los juicios
de Dios son inescrutables” (De la predestinación de los santos).
EL LIBRO DE LA VIDA
En los comentarios al texto del Éxodo, cuando Moisés le pide a Yahvé que le quite del
Libro, se considera que en dicho Libro de la Vida se inscriben los que están en vida, en
contraposición a los que mueren o que ya están muertos, ya que es innegable la intención
de Moisés de pedir la muerte para sí mismo en este relato: “¡Pero ahora! si quieres perdonar
su pecado. Si no, bórrame del libro que has escrito” (Éxodo 32:32).
También parece ser esta la interpretación del texto del libro de los Salmos, donde el
salmista pide que sus enemigos sean borrados del Libro de la Vida: “Añade culpa a su
culpa, no tengan acceso a tu justicia; sean borrados del libro de la vida, no sean inscritos
con los justos” (Salmo 69:28-29).
Los judíos eran muy dados a hacer genealogías donde se colocaban documentalmente la
pertenencia o el rango de los miembros del pueblo de Israel. Esto servía de prueba, e
incluso a veces condicionaba la ciudadanía, tal como consta en Nehemías 7:61-64. De ahí
la creencia de que existía un Libro de la Vida a modo de registro celestial, el cual contiene
la lista de los que pertenecen a Dios.
Finalmente, en el libro de Daniel se habla del Libro de la Vida como el registro de quienes
se salvarán: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que se ocupa de tu pueblo.
Serán tiempos difíciles como no los habrá habido desde que existen las naciones hasta este
momento. Entonces se salvará tu pueblo; todos los inscritos en el Libro” (Daniel 12:1).
“Y la adorarán todos los habitantes de la tierra cuyo nombre no está inscrito, desde la
creación del mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado” (Apocalipsis 13:8).
“Los habitantes de la tierra, cuyo nombre no fue inscrito desde la creación del mundo en el
libro dela vida, se maravillarán al ver que la Bestia era y ya no es, pero que reaparecerá”
(Apocalipsis 17:8).
“Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; fueron abiertos unos
libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados según
lo escrito en los libros, conforme a sus obras” (Apocalipsis 20:11-12).
“Nada profano entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira, sino solamente
los inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27).
Se dice que el Cordero es quien posee el Libro de la Vida, de ahí que en numerosas
iconografías se represente a Cristo llevando el Libro. Es una imagen usada ampliamente,
muestra de ello es esta cita bíblica: “Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan;
alegraos de que vuestros nombres estén inscritos en los cielos” (Lucas 10:20).
Una vez analizados los textos anteriores no nos debe quedar duda de que un nombre será
borrado sin misericordia del Libro de la Vida cuando un cristiano se hunda en la infidelidad
o en el ateísmo, y muera en pecado.
Pablo:
Ser escogido significa que alguien te escogió, es decir, tú eres su opción. Como leímos en
las páginas anteriores, es la voluntad declarada de Dios que todos los hombres sean salvos y
para este propósito Dios pagó con la vida de Su Hijo. Ahora, si Dios quiere que todos los
hombres sean salvos, significa que la opción de Dios es que todos los hombres lo sean. A
su vez, si esta es la opción de Dios, la voluntad de Dios para todos ¿cómo entonces hace a
todos estos en cuanto a la salvación se refiere? ESCOGIDOS. En otras palabras, cuando la
Palabra de Dios se refiere a nosotros como escogidos y elegidos, de ninguna manera
significa escogidos en relación a algunos otros que supuestamente no son escogidos.
TODOS son escogidos para salvación, ya que esta es la opción, lo que Dios quiere para
todo hombre (aunque obviamente no todos van a tomar Su oferta). Más bien, a lo que la
Palabra se refiere al llamarnos escogidos es escogidos para la salvación. La salvación es la
opción de Dios, Su voluntad, para todo hombre y por lo tanto, en cuanto a la salvación,
todos los hombres han sido escogidos por Él. Sin embargo, no todos van a aceptar esta
oferta y el resultado es que se perderán. Pero no están perdidos porque Dios no los escoge
para salvación, sino porque ellos escogieron rechazar la opción de Dios para ellos. Del
mismo modo, nosotros también, no fuimos salvos porque Dios nos escogió por encima de
otros que supuestamente no fueron escogidos. Sino que fuimos salvos porque escogimos
aceptar la opción de Dios para nosotros y todo hombre. La salvación es cuestión de creer.
Es cuestión de gente que escoge a Dios y no cuestión de Dios escogiéndolos a ellos. Hasta a
donde a Dios le concierne: no hay cuestión: Él escogió a TODOS los hombres para
salvación y para ese propósito dio a Su Hijo. Vamos a ver de nuevo estos pasajes de las
Escrituras:
John MacArthur
La elección o predestinación es el acto de Dios por el cual en el pasado eterno Él escogió a
aquellos quienes serían salvos. La elección es incondicional, porque no depende de nada
fuera de Dios, tal como las buenas obras o una fe prevista (Ro. 9:16). Esta doctrina es
repetidamente enseñada en la Biblia, y es también demandada por nuestro conocimiento de
Dios. Para empezar, debemos ver la evidencia bíblica.
La Biblia dice que antes de la salvación, toda persona es muerta en pecado – muerta
espiritualmente (Ef. 2:1-3). En ese estado de muerte, el pecador es totalmente incapaz de
responder a cualquier estímulo espiritual y entonces incapaz de amar a Dios, obedecerle, o
placerle en cualquier manera. La Escritura dice que la mente de cada incrédulo es
“enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que
viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:7-8, énfasis agregado). Eso describe
un estado total de desesperanza: muerte espiritual.
El efecto de todo esto es que ningún pecador puede dar el primer paso en el proceso de la
salvación. Esto es lo que Jesús quiso decir en Juan 6:44, cuando dijo, “Ninguno puede venir
a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero”.
• Hechos 16:14 nos dice que Lydia fue salva cuando “…el Señor abrió el corazón de ella
para que estuviese atenta a lo que Pablo decía”.
• Romanos 8:29-30 dice, “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que
fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre
muchos hermanos; y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”.
• Efesios 1:4-5, 11 dice, “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para
que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para
ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad…En
él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que
hace todas las cosas según el designio de su voluntad”.
• Segunda Timoteo 1:9 nos dice que Dios “nos…llamó con llamamiento santo, no
conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en
Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”.
Iglesia oriental.
Antes de Agustín no hubo un desarrollo serio en el cristianismo de una teoría de la
predestinación. Hasta entonces los ricos materiales del Nuevo Testamento, especialmente
los escritos de Pablo, permanecieron inutilizados o sujetos a una prolija exégesis. Que los
Padres griegos se conformaron con la mera revelación superficial histórica y la libertad de
la personalidad se debió a la necesidad de afirmar contra el determinismo naturalista
pagano y gnóstico la autonomía del hombre y contra el poder evolutivo primordial, la
personalidad trascendente de Dios. Para ellos esta autonomía era la característica peculiar
de la personalidad humana, la base de la responsabilidad moral, un don divino por el que el
hombre puede escoger lo que es agradable a Dios (Justino, 1 Apol., x. 63, xliii. 10, II, vii.
3). El pecado no pudo destruir esta autonomía, como mucho sólo la debilitó y llevó a un
descarrillamiento intelectual (Orígenes, Contra Celsum, iii. 66–69); Ireneo (Hær., IV,
xxxvii. 3) pudo poner a la par "la autonomía del hombre y el consejo de Dios que no le
coacciona." Ninguno de los Padres griegos concibió una revelación por el Espíritu al alma
individual trascendiendo una presentación histórica e intelectual de la verdad y aunque
hubo vagas alusiones al "sinergismo" de Dios en los misterios, con el esfuerzo moral del
hombre, la voluntad humana siempre escoge de esas operaciones. Dios da el poder, el
hombre debe ejercer la voluntad (Clemente, Quis dives, xxi; Strom., VI, xii. 37, VII, vii. 82;
Crisóstomo sobre Fil. ii. 13; Orígenes, De principiis, III, ii. 3); sin embargo, de Romanos
8:29 surgió gradualmente un concepto de presciencia divina que preparaba el camino para
el reconocimiento formal, pero también el rechazo de la doctrina de la predestinación,
basada en pasajes como 2 Timoteo 2:25 (cf. Justino, Apol., I, xxviii. 56; Trypho, xlii. 78;
Ireneo, Hær., IV, xxix. 2) y significados similares se atribuyeron incluso a pasajes bíblicos
de tendencia directamente opuesta. Según Justino (1 Apol., lxi. 71) el nacimiento difiere de
la regeneración en que el primero es una cosa hecha con el hombre, mientras que el
segundo voluntariamente lo escoge. Juan de Damasco, formulando primero la doctrina de la
predestinación (De fide orthodoxa, II, xxix. 95), distinguió la "voluntad precedente" divina
que condicionalmente procura la salvación de todos los hombres, de la "voluntad
consecuente", que restringe el número de los elegidos en particular a aquellos a quienes la
presciencia percibe ser dignos. Esta es todavía la doctrina ortodoxa de la Iglesia oriental. El
catecismo ruso (1:3) declara: "Ya que Dios previó que algunos escogerían lo bueno y otros
lo malo, predestinó a los primeros a la gloria y rechazó a los segundos."
Iglesia occidental.
En la Iglesia occidental, hasta el tiempo de Agustín, los principios del libre albedrío
(Tertuliano, Adv. Marcionem, ii. 6; Ambrosio, De Jacobo, i. 1) y de la presciencia divina
(Tertuliano ut sup., ii. 23; Ambrosiaster sobre Romanos 8:29) no experimentaron revisión
esencial, aunque era tan profundo el sentimiento de la obra de gracia sobre el individuo que
las declaraciones de los Padres latinos están mucho más en armonía con la Biblia que la de
los Padres griegos. El desarrollo de la doctrina del pecado original según Tertuliano y el
énfasis que Cipriano puso sobre la Iglesia y sus medios de gracia profundizaron el concepto
de las operaciones de gracia, trascendiendo la mera iluminación del intelecto. Cipriano
atribuye todo lo bueno a Dios (Epist., i. 4; De oratione Domini, xiv); Tertuliano, por otro
lado, enseña un poder de la gracia que modifica el libre albedrío (De anima, xxi. 39) y
Ambrosio en algunos pasajes se expresa sinergísticamente (In Lucam, i. 10, ii. 84) y
también casi en términos de predestinación (vii. 27).
Agustín.
La profundización occidental en la doctrina de la gracia fue llevada a sus conclusiones
lógicas por Agustín, tanto como resultado de su experiencia personal como a consecuencia
de su estudio de la Biblia, especialmente los escritos de Pablo. Al principio osciló entre la
convicción de que el sentimiento y la experiencia se sometían a la obra de gracia, pero que
la razón estaba adherida al libre albedrío (cf. Soliloquia, I, i. 5). Incluso entonces su interés
religioso le llevó a distinguir claramente entre la fe como la raíz de las obras y el fruto,
pensando que había hallado el punto, en el origen de la fe, donde el libre albedrío es sólo
operativo; la elección estaba basada en la presciencia de la fe (Romanos 9:11). Sin
embargo, en 397 llegó a la convicción de que la fe misma es un don divino y por tanto la
creencia de que la gracia es la fuente de todo bien en el hombre sostiene todo el sistema
teológico de Agustín. Esta actitud de Agustín provocó la oposición de Pelagio, quien
procuraba guiar a las almas a una mejor vida recordándoles su poder innato e inalienable.
El hombre reconocerá en sí mismo los poderes de la voluntad y las "riquezas espirituales",
"que será capaz de emplear bien cuando haya aprendido lo que tienen ellas." La fuerza
motriz en el desarrollo de la doctrina de Agustín no fue la práctica o la teoría de la Iglesia,
sino su experiencia personal del pecado y la gracia. Según su sistema, la característica
decisiva e inalienables del hombre no es la libertad abstracta de elección sino la unión
amorosa con Dios (Expositio Psalmorum, v.; Conf., I, i. 1, VII, x. 16). Sin la ayuda divina
(poder que capacita, adjutorium), que trasciende los poderes naturales morales, ni siquiera
Adán pudo permanecer bueno, aunque esta ayuda sólo da la posibilidad, no la realización,
de la comunión con Dios (De natura et gratia, xlviii. 56; De correptione et gratia, xi. 32;
cf. x. 27; xii. 34, 38). Dios dio primero una buena voluntad al hombre, en la cual, sin
embargo, no pudo permanecer sin el don del poder capacitante y que el hombre quisiera
permanecer lo dejó Dios a su libre albedrío. Esta voluntad libre es inherente a la
personalidad humana, no pudiendo considerarse que el hombre, desde el punto de vista del
amor, actúe bajo compulsión, por lo que la culpa del pecado recae sólo en él (De gratia et
libero arbitrio, ii. 4, xviii. 37). Esto libera su idea del libre albedrío del naturalismo
panteísta; por otro lado, su interés religioso no le permitirá emancipar el libre albedrío de
Dios. A partir de ahí, la voluntad inicial es más bien un contenido divino para su desarrollo
posterior, por el que obtiene su libertad en un sentido más elevado como agente autónomo
en la esfera de la vida. La forma más inferior de la libertad no fue sino una transición a la
verdadera libertad (xi. 32, xii. 33; cf. x. 28; De prædestinatione sanctorum, xv. 30). Desde
el pecado de Adán, en virtud de la unidad del género humano, surge la necesidad de la
condenación de toda la humanidad ("masa de perdición"), siendo la salvación posible sólo
por el segundo Adán, Cristo, para todos los que están unidos con él (Contra duas epistolas
Pelagianorum, IV, iv. 7; De correptione et gratia, x. 26, 28; De natura et gratia, v. 5). Esta
dispensación histórica de la salvación es llevada a cabo tan rígidamente que incluso los
patriarcas fueron salvados sólo por la contemplación del Cristo resucitado en el cual
creyeron (De peccato originali, xxvi. 30–31). La Iglesia de todas las edades, históricamente
fundada sobre Cristo, esconde a los elegidos dentro de sí misma, al revés que el mundo
perdido (De civitate Dei, xv. 1). En la admisión empírica al "cuerpo de Cristo" expuesta ya
en la recepción del bautismo de los niños (De natura et gratia, viii. 9), se muestra la
dispensación gratuita de Dios a sus elegidos (De correptione et gratia, viii. 42). En sus
escritos sobre la predestinación Agustín considera, en su mayor parte, sólo a aquellos a
quienes la gracia de Dios dirigió a su reino por su propia buena voluntad; la Iglesia es el
cuerpo de los elegidos sólo en un sentido general, ya que contiene "vasos para honra" y
"vasos para deshonra", no perteneciendo estos últimos plenamente a la Iglesia (De
baptismo, VII, li. 99). El fundamento de la idea de que la elección no se efectúa meramente
por la incorporación externa a la Iglesia, sino que se cumple finalmente por la operación
personal de la gracia, fue fortalecida por la experiencia de la voluntad "es libre pero no
liberada" (De correptione et gratia, xiii. 41–42) y el formalmente libre albedrío debe, por
tanto, ser lleno de lo bueno (De gratia et libero arbitrio). Por su experiencia de conversión
Agustín halló su albedrío libre instantáneamente, por lo que él se sometió absolutamente al
servicio divino (Conf., ix. 1). De ello la conclusión es que "la voluntad humana no obtiene
la gracia por la libertad, sino que más bien es liberada por la gracia" (De correptione et
gratia, viii. 17). La fe es especialmente, desde el principio hasta el fin, la obra de Dios en el
hombre, por lo que "los elegidos no son elegidos porque creen, sino que son elegidos para
que puedan creer." (De prædestinatione sanctorum, viii. 16, xvii. 34; cf. ii. 3–4, xx. 40).
Dios escogió un "cierto número" de la "masa de perdición" (De coreptione et gratia, x. 26,
xiii. 39; cf. vii. 12; De dono perseverantiæ, xiv. 35; De prædestinatione sanctorum, xii.23).
Para Agustín hay, pues, una división sólo sobre el conjunto, nunca en referencia a personas
individuales.
Ideas post-agustinianas.
Teología escolástica.
Los reformadores.
En los primeros días del protestantismo, la predestinación, como expresión del poder de la
gracia, opuso la certeza individual de la salvación a las pretensiones de la Iglesia, siendo el
dogma central común a todos los reformadores. Antes de comenzar su carrera como
reformador, Lutero había expresado un agustinianismo que teóricamente se oponía a las
rígidas deducciones del sistema; pero posteriormente pasó más allá de la posición de
Agustín a un supralapsarianismo auténtico que contemplaba incluso la caída de Adán
decretada divinamente en la naturaleza del hombre, o que la gracia capacitante de Agustín,
no sólo hacía la unión posible sino efectiva con Dios. Para el mantenimiento teórico de esta
posición había que echar mano de la doctrina de lo absoluto de la divina voluntad,
postulada no sólo por Duns Escoto y los nominalistas que le siguieron, sino también por
Lorenzo Valla y el panteísta místico Pico della Mirandola. Por tanto, el argumento fue
llevado no sólo desde la servidumbre empírica de la voluntad pecaminosa a la gracia
todosuficiente de Dios, sino también desde la actividad incluyente de Dios a la
imposibilidad del libre albedrío. Todos los reformadores partieron de la premisa de que sólo
su doctrina estaban armonía con una verdadera fe viva. Lutero hizo una presentación
sistemática de su doctrina de la predestinación por el De libero arbitrio de Erasmo (Basilea,
1524), a la que replicó en su De servo arbitrio (Wittenberg, 1525). Sin esos predecesores,
Zwinglio a duras penas habría avanzado ideas extremas en su Anamnema de providentia
Dei (1530). Partiendo de los postulados de que Dios, como el inmutable y poder infinito,
reina por su providencia en todo lo que hay en el universo, afirmó que el hombre no es
diferente de la naturaleza por tener una voluntad indeterminada, sino por ser capaz de
conocer a Dios y entrar en comunión con él. Tal conocimiento es realizado en la
irrevocable ley que es la expresión de la voluntad divina. Sin embargo, la ley no puede
vencer el conflicto entre el espíritu y la carne, por el cual el hombre ha caído, sino que sólo
lo revela. Se sigue que la caída era necesaria para la revelación divina completa. Dios no
meramente previó la caída sino que la originó. Este acto no fue una negación de la ética de
Dios, pues él está por encima de la ley. La bondad de Dios se manifiesta primero en la
caída, pero especialmente en la salvación. Si la salvación estuviera basada en la presciencia,
Dios quedaría degradado al nivel humano. Las ideas posteriores de Lutero muestran el
hecho de que la fe recién adquirida no explica las cualidades del regenerado por la poderosa
obra de la gracia divina, sino la realización de la gracia de Dios por la predicación de las
promesas. Sin embargo, el tipo de fe de Lutero, basado en las Escrituras y los sacramentos,
a veces subrayó la eficacia objetiva de los medios de gracia de tal forma que finalmente
minaba el dogma de la predestinación. Por otra parte, Zwinglio derivó la seguridad de la
salvación no meramente de la predicación de la Palabra, sino también por la eficacia de la
palabra; esto es, por la vida personal de fe avivada por Dios. Aunque de esta manera era
llevado a menospreciar los medios de gracia, la doctrina de la predestinación con él y sus
sucesores permaneció asociada con el conocimiento de la fe. La diferente estimación
atribuida a los medios externos de gracia hizo que Zwinglio debilitara los lazos de la
Iglesia, por lo que pudo enseñar la salvación de ciertos paganos y de los niños sin bautizar
que mueren en la infancia; mientras que la identificación de la "Iglesia invisible" con los
elegidos, sólo ocasionalmente hecha por Lutero, formó un elemento importante de su
teología. La doctrina de la predestinación de Lutero subyace en su Catecismo (ii. 3) y en la
Confesión de Augsburgo (artículos quinto, 19); pero la Confessio variata de 1540 borró
esas huellas y después de 1532 Melanchthon enseñó un sistema sinergista y universalista,
con el propósito especial de salvar la seriedad de la predicación para la salvación. Sin
embargo, de los más importantes teólogos de su siglo fue seguido sólo por el reformado
Johannes a Lasco, quien, sin embargo, adoptó las ideas de Zwinglio sobre la salvación de
los niños no bautizados. Mientras tanto había parecido el hombre que iba a hacer de la
predestinación el fundamento necesario de creencia para aquellos que le siguieran. Las
enseñanzas de Juan Calvino sobre la elección son sólo los que se puede hallar dispersos en
los comentarios de Martin Bucero, pero su capacidad sistemática le permitió convertir esos
elementos en una doctrina y conectarlos indisolublemente con los fundamentos del
protestantismo. El no enredarse en especulaciones paradójicas y su determinación de
adherirse estrictamente a la Biblia hizo su doctrina un pilar inamovible del sistema.
Presentada hábilmente como un apoyo de la doctrina de la justificación, descansa con
seguridad en su premisa fundamental de la gloria divina. Calvino está distanciado de
Zwinglio quien, de alguna manera más próximo a los panteístas, postula una necesidad a
priori del pecado para la gloria de Dios; pero encuentra que exponer el rechazo de la gloria
de Dios supone no menos que rechazar la elección. Aunque más próximo a Agustín que a
Lutero sobre el estado original, sin embargo mantiene el supralapsarianismo (Institutos, I,
xv. 8, III, xxiii. 8). El decreto absoluto, la gracia irresistible y el don de la perseverancia son
prominentes (III, xxi. 5). Comparte con Zwinglio la necesidad de la certeza de la salvación
en la vida personal, prescindiendo de la objetividad de los medios de gracia en el sentido
luterano del término. Dios opera mediante ellos "en una forma ordenada", debiéndose su
eficacia a la obra del Espíritu divino, con la fórmula resultante de que los medios de
salvación son eficaces sólo para los elegidos. El cristiano que queda asegurado de su
salvación debe, por tanto, comprobar la operación de la Palabra en sí mismo (III, xxiv. 4),
por lo que tanto práctica como teóricamente la creencia en la elección sirve para avivar la fe
y elevar la naturaleza moral (III, xxiii. 12, xxiv. 5). Los verdaderos miembros de la Iglesia
son, por supuesto, sólo los elegidos.
Historia post-Reforma.
En las confesiones reformadas del siglo XVI la doctrina de la elección fue expuesta tanto
en su forma rígida (Confession de foi, 1559) como en su forma suave (H. Bullinger,
Confessio Helvetica posterior, art. x., 1562), o presupuesta en sus consecuencias prácticas
(Catecismo de Heidelberg, 53–54, 86). Durante varias décadas no hubo controversias con
los luteranos, ni fue hasta la batalla entre Johann Marbach y Hieronymus Zanchi en
Estrasburgo en 1561 que los luteranos estrictos se desviaron de Lutero. Dos años más tarde
se elaboró la Fórmula de Concordia, postulando la universalidad de las promesas divinas,
la necesidad del esfuerzo moral y la elección como fundamento de la fe, delatando sólo por
una simple palabra que la doctrina de la perseverancia de los elegidos había sido
abandonada. Sobre esas afirmaciones se construyó el artículo 11º de la Fórmula de
Concordia, que, procurando poner límites a diversas tendencias, declara que la elección no
está basada en la presciencia de la fe, y, por otro lado, que la sinceridad de la "promesa
universal" no supone que haya una voluntad escondida en Dios diferente a su voluntad
revelada. Al mismo tiempo se implica que no hay un propósito universal de salvación para
incluir a cada individuo; los paganos son condenados al juicio justo y sólo donde Dios hace
que su Palabra sea predicada es donde se propone que sea para todos. Los elegidos son
todos aquellos que por el bautismo están en el estado de gracia, aunque es posible
posteriormente caer. La doctrina de la auténtica predestinación desaparece y la objetividad
de los medios de gracia sólo sirve para encubrir un sinergismo refinado. En la Iglesia
reformada, el sinergismo de los arminianos desembocó en la reafirmación de la doctrina en
el sínodo de Dort, donde también se hizo evidente cuán indisolublemente el modo de fe
reformado histórico se había unido con este elemento fundamental. Sin embargo, el rigor de
sus deducciones, provocó modificaciones, no sólo en Alemania, sino también en terreno
genuinamente calvinista. Aunque Theodore Beza había solapado a Calvino al declarar
(Quæstiones theologicæ, i. 108, 1580) que "la predestinación es un decreto eterno
inmutable por el que Dios determinó glorificarse al salvar a algunos en Cristo por la sola
gracia y por condenar a otros en Adán y por su propio justo juicio", la escuela de Saumur,
por otro lado, comenzó a desarrollar el lado ético del calvinismo, el "universalismo
hipotético" de Moïse Amyraut, que no tenía relación con la teoría de la presciencia, dejando
al menos los fundamentos de la experiencia religiosa enteramente intactos. Las duras
antítesis de la Fórmula de Consenso Helvética en 1675 fueron de corta vida. En Inglaterra
los Treinta y Nueve Artículos expusieron la doctrina de la elección clara y suavemente, sin
alusión a la reprobación; no fue fructífero el intento de dar sanción oficial al rígido
calvinismo en los Artículos de Lambeth de 1595. Sin embargo, quedaron prácticamente
incorporados en la Confesión de Westminster de 1647; pero incluso en círculos calvinistas
las deducciones lógicas del sistema se evaluaron opresivas, por lo que en 1903 los
presbiterianos de los Estados Unidos introdujeron ciertas modificaciones en la Confesión
de Westminster, que si bien dejaron el documento esencialmente sin cambios, no obstante
declaraban la fe de la Iglesia en el amor incluyente de Dios, la elección de los niños que
mueren en la infancia y el deber de la actividad misionera.
INTRODUCCIÓN
Definitivamente el ser humano puede aceptar o rechazar la salvación que Dios le ofrece.
Uno de los atributos de Dios es la bondad, por lo cual Él no puede ser cruel y arbitrario y
crear a los hombres para la condenación o la salvación, según su capricho. Cristo nos
enseñó que Dios es nuestro Padre y que quiere que todos los hombres se salven.
Segundo Grado
06 de julio de 2019