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EL ANGELITO REBELDE

Hace mucho tiempo cuando todo en la tierra no tenía un orden DIOS mando a llamar
a sus ángeles y a cada uno de ellos le dio una tarea: tu rayas el alba, tu mantienes
el aire y tu vigilarás las noches, tu cuentas las estrellas todos los días y así
sucesivamente le fue dando a cada uno su tarea pero había entre ellos un angelito
que era muy travieso e irresponsable al que Dios no le había dado algo para hacer,
pero no porque se hubiese olvidado sino porque tenía un trabajo especial para él.

Entonces el angelito fue ante su presencia y le dijo -¿Señor te has olvidado de mí y


yo porque no tengo un deber? El señor lo quedo viendo y entonces le dijo – ah es
que para ti tengo una tarea muy especial que solo lo pueden hacer los ángeles
responsables y en los que confío y pensé en ti porque creo que tu puedes y sé que
no me fallarás. El angelito se quedó maravillado, el señor no se había olvidado de
él y tendría una tarea más especial que la de los otros ángeles -¡cual es señor!-
preguntó con mucho interés.

El señor, le explico que bajaría a la tierra y a todos los niños del mundo pobre, rico,
y de la raza o el color que fuera le llevaría un juguete. Pero solo tendría un día para
hacerlo y debía llegar al cielo antes de que el ángel de la mañana rallara el alba y
antes de que la última estrella se metiera porque de no ser así sería castigado. El
angelito muy emocionado tomó el saco de juguetes y bajó a la tierra y empezó a
repartir uno por uno los juguetes a los niños pobres, a los que estaban tirados en la
calle, a los ricos que tenían muchos juguetes. Fue por cada rincón de la tierra hasta
que vio que todos los niños del mundo tenían su juguete y pensó: -el señor estará
muy orgulloso de mí, he terminado a tiempo y todos tienen sus juguetes, no creo
que se enoje si veo que es lo que hacen los humanos, total faltan un par de horas
para que amanezca. Y el angelito se fue y anduvo espiando a los humanos y
metiéndose en sus problemas, tratando de solucionarlos y así se pasó el tiempo
cuando solo le quedaba como media hora decidía volver al cielo, iba de camino a
casa cuando de repente miró a la tierra y a lo lejos vio aun niño muy pero muy
pobrecito, la noche era cruelmente fría y la inocente criaturita estaba bajo una casita
de palitos como pared y el techo de palmera, dormía sobre un pedazo de cartón y
se tapaba con unas poquitas hojas de periódicos. Al verlo, el angelito quedó muy
conmovido pero más se impresionó, cuando vio que no tenía ningún juguete a su
lado inmediatamente empezó a buscar uno dentro de su saco de regalos pero para
su sorpresa todos los juguetes ya los había repartido, el angelito estaba en serios
problemas no tenía un regalo para el niño más pobre del mundo, las estrellas se
estaban metiendo y pronto amanecería no sabía qué hacer y pensó -si me voy pues
nada va a cambiara total no se lo diré al señor así que no me castigaría, pero cuando
había tomado la decisión de irse miró a la tierra y sin saber que hacer, apunto ya
casi de amanecer cuando las estrellas ya estaban ocultas vio a una de ellas y fue
rápidamente al cielo, la tomó y la bajo a la tierra; la llevó hasta donde estaba aquel
niño y se la puso de techo. Cuando el niño abrió los ojos, frente a él estaba el más
grande regalo; él podía ver y tocar una estrella, era lo más maravilloso que le estaba
pasando después el angelito lo dejo dormir y cuando el ángel del cielo contó sus
estrellas, noto que una le hacía falta pero ya era tarde para buscarla pues ya casi
había amanecido. El angelito mientras tanto subió al cielo lo más deprisa que pudo
con la estrella pero cuando la coloco era demasiado tarde ya estaba rallado el alba
no podía hacer nada entonces ese día la última estrella en ocultarse fue la del
angelito travieso.

Cuando llegó al cielo, el señor lo mandó a buscar y le preguntó- ¿cómo te ah ido en


la tierra? ¿Qué tal te fue con los niños? – El angelito sabiendo lo que había hecho,
le contó al señor todo lo ocurrido y le suplicó que lo perdonara, pues él no podía
dejar a un niño tan pobre y solito sin un regalo a pesar de ser tan travieso no tenia
mal corazón, el señor le dijo: – lo que has hecho, se que lo has hecho de corazón y
por eso te perdono pero hay un pequeño problema, la estrella que tomaste fue la
última en ocultarse y tú te harás responsable de eso. Todos los días saldrás con ella
y te meterás hasta lo ultimo con ella y así cuidaras y le darás calor a todos los niños
desamparados del mundo, esa es la tarea que tú te pusiste te dijo el señor también
te dije te acuerdas que solo los ángeles mas capases y especiales lo podrían lograr.

Desde entonces puedes ver que a las seis de la mañana cuando ya casi amanece
y cuando todas las estrellas se ocultaron siempre hay un hermoso lucero más
brillante que todos que se queda a lo último y después se mete.

Sin duda alguna, es el angelito que está cuidando de todos los niños pobres y
desamparados de la tierra y se queda hasta la mañana como diciendo que
desobedecer no es bueno.
ESPINOSO Y LAS TRES RANITAS
Espinoso y las tres ranitas. Material educativos. Textos escolares. Lecturas
infantiles. Cuentos largos infantiles. Cuentos de ranas.
El charco se estaba secando y las tres hermanas hablaban de marcharse de allí,
en busca de otro charco con más agua, si querían sobrevivir al duro verano.
—Anita ¿no sabemos lo lejos que estará el charco, del cual nuestros amigos nos
han hablado?
—Ya sé Violeta que no sabemos lo lejos que pueda estar, pero si se seca esta
charca, moriremos las tres.
—Y ya vez la poca agua que queda, en un par de días, no habrá ni una gota. —
Violeta hay que intentar encontrar ese gran charco, aunque nos cueste la vida en el
intento, que siempre será mejor intentarlo, que quedarse aquí y morir sin Hacer nada
– dijo Anita —.
—Es verdad Violeta, nosotras necesitamos el agua para vivir y este charco si no
llueve, en dos días como mucho, estará seco.
—Lo sé Marga, pero los peligros que hay fuera del charco son muchos y nosotras
no sabremos defendernos de ellos – decía Violeta, que era la más pesimista de las
hermanas —.
—Le preguntaremos a nuestro amigo el erizo, que acaba de llegar y el debe saberlo
– dijo Anita, que lo había visto llegar—.

La noche había sido calurosa y el amigo erizo llegaba a la charca sediento y muy
cansado.
—Hola espinoso ¿cómo te va la noche?– le preguntaba Marga —.
—No muy bien, está todo muy seco y casi no encuentro comida – le contestó
espinoso, con voz cansada —.
—Te puedo hacer una pregunta – le dijo Marga —.
—Una y todas las que quieras – dijo espinoso —.
—¿Tu sabes si está muy lejos, la charca de la cual suelen hablar nuestros amigos?
— He oído hablar de ella, pero no sé lo lejos que pueda estar— ¿Por que me lo
preguntas?
—Esta charca como estas viendo, se está secando y nosotras aparte de beberla, el
agua es nuestra hábitat, sin ella moriremos
Les podéis preguntar a nuestras amigas las palomas, ellas si que lo sabrán – dijo
espinoso —.
—Es buena idea espinoso.
— Hola violeta, no te había visto.
—Hola espinoso.
— Hola Anita ¿como estas?
—Muy bien, aunque ya ves como está de seca la charca—.
Está toda la zona igual – dijo espinoso, con tristeza —.
Las amigas palomas suelen venir de día, mañana le preguntaremos –dijo Marga—
—Amigas mías, me tengo que marchar, si os puedo ayudar en algo, no dudéis en
avisarme—.
Gracias, le contestaron las tres a la vez.
Serían las doce del día siguiente, cuando varias palomas se acercaban al charco
para beber.
—Hola señora paloma ¿le puedo hacer una pregunta?
—Una y todas las que quieras amiga rana.
— Muchas gracias. ¿Usted sabe si la gran charca está muy lejos?
—Por que me lo preguntas.
—Es que está charca como usted ve, sé esta secando y nosotras necesitamos agua
para poder vivir, es nuestra hábitat.
— Para nosotras está muy cerca la gran charca, por que podemos volar, en cambio
para ustedes que no pueden hacerlo, por lo menos una semana.
— ¿Nos puedes indicar el camino, que debemos coger?
—Claro amiguitas mías, no faltaría más.
—Es que esta noche queremos salir.
—Al norte, ustedes ir siempre al norte y llegaréis.
—Y como podremos saber nosotras, cual es el norte, si solo podremos viajar de
noche.
—Haré una cosa amiga rana, el norte es hacia hallar, os lo marcaré en el suelo y
vosotras por las estrellas lo vais siguiendo.
— ¡Por las estrellas!
—Si, es muy fácil—Ustedes miran en la dirección que os he marcado y os fijáis en
una estrella muy grande, la siguen como si la quisierais coger y en una semana,
estaréis en la gran charca.
A la noche siguiente, el erizo como cada noche, se acercaba a la charca para beber.
— Hola chicas, habéis podido hablar con las palomas.
—Si, esta mañana hemos hablado con ellas – le dijo Marga, que era la más
ingeniosa de las hermanas—.
— ¿Y que os han dicho?
— Que hay una semana de camino como mucho – contestó Anita, que era la
optimista de las hermanas —.
— ¿Y que camino hay que coger y si lo sabemos coger, por que yo los veo todos
iguales?– dijo Violeta, que era la más pesimista—.
— Hay que ir hacía el norte – le contestó Anita —.
— ¿Y como se sabe eso?— dijo Violeta, con voz incrédula —.
—Por las estrellas – dijo Marga, con firmeza —.
—Por las estrellas – le contestó espinoso, con voz incrédula —.
—Las amigas palomas, han marcado la dirección y nos han dicho, que si seguimos
a esa estrella tan grande, en una semana llegaremos a la gran charca.
Espinoso miró hacía el cielo, para ver la estrella que marga le estaba indicando.
—No creo que nos perdamos, esa estrella es mucho más grande que las demás. —
Has dicho que no nos perderemos, es que piensas venir con nosotras.
—No pensaréis que os voy dejar solas, con los peligros que hay por ahí fuera. —
Muchas gracias espinoso, tú si que eres un gran amigo.
—Coger lo que tengáis que coger, que nos marcharemos enseguida.
MARCOS CUADROS, de vocación pintor – Capítulo VIII
Como en muchos colegios, en el que iba Marcos se organizaban campeonatos de
fútbol.
Era una fiesta en la que todos participaban, no sólo los niños que jugaban, sino los
padres que ayudaban en la dirección técnica, las madres que cocinaban ricas
meriendas para compartir luego del partido y los abuelos y hermanos que alentaban.

Sin embargo, últimamente la organización y realización de los campeonatos, más


que fiesta se había convertido en algo similar a una gran batalla.
Algunos padres parecían no entender que lo más importante de esos encuentros
eran la unión y la diversión y no quién ganaba o quién perdía, quién había hecho
más goles o a qué mamá le había salido más rica la torta.

-Tu hijo debería en el banco de suplentes-dijo un padre a otro-nunca hace goles.


-Y tu esposa debería hacer un curso de cocina, sus tortas parecen piedras y no
tienen gusto a nada-contestó el otro.
-Es cierto-intervino un tercero- el otro día comí una porción y la tuve que masticar
media hora.
-Media hora tarda tu hijo en pasar la pelota al compañero-dijo el primer padre al
tercero que se había metido en la conversación.
-¿Qué tarda qué…? ¡¿Qué tarda cuanto….?!-gritó el tercero enfurecido.
-¡Vamos debes reconocer que tu hijo es muy lento en el campo de juego!-contestó
el primero.
-¡Vamos debes reconocer que tu esposa es pésima cocinera!-respondió el tercero.
Ese afán de competencia que no era el adecuado, se trasladaba a los niños que
terminaban enfrentándose unos a otros.
-¡Perdimos por tu culpa!-gritó un niño al otro.
-Perdimos todos, perdió el equipo, no es culpa de nadie, a veces se pierde y a veces
se gana-contestó Marquitos.

En el colegio había dos equipos “Los azules” y “Los rojos” y si bien ambos equipos
pertenecían al mismo colegio, algunas veces los niños no se portaban como
compañeros, sino como rivales.

La peleas llegaron hasta el aula y allí todo empezó a complicarse un poco más.
-Hoy veremos las palabras graves-dijo la maestra.
-¡Grave es la forma en que atajas!-gritó un niño al otro.
-Bueno, bueno-intervino la maestra-no quiero discusiones sobre fútbol, estamos en
la clase de lengua.
-¡Lengua larga es la tuya!-gritó el niño que siempre atajaba al que lo había agredido.
-Bueno basta-dijo firme la maestra-esto se termina aquí, dejaremos las palabras
graves para otro momento y veamos ahora cómo podemos solucionar estos
desencuentros.
Conversaron mucho en clase y la maestra propuso a los niños que hicieran algún
trabajo vinculado con los partidos de fútbol pero que sirviese para unir, para pensar,
para cambiar lo que estaba ocurriendo, podía ser una poesía, un dibujo, lo que cada
uno quisiera.

Esa tarde Marquitos colocó el lienzo en el caballete, muy seguro de lo que iba a
pintar.
Como siempre, dibujó primero. Esta vez a cada uno de los chicos que formaban
ambos equipos, pero en este caso formando un solo equipo, todos juntos, muy
juntos. Los dibujó sonrientes y divertidos.

Cuando llegó el momento de pintar no hubo dudas con el color de las camisetas,
serían violetas: la mezcla del rojo y el azul.
El cuadro quedó precioso, todos lucían una misma camiseta, eran parte de un
mismo equipo que era el equipo del colegio. Se veían contentos y no enojados como
siempre.
Divertidos y no peleando como de costumbre. En ese cuadro no importaban los
resultados, era ni más ni menos que un grupo de niños haciendo algo juntos sólo
por divertirse y por estar unidos.

Al día siguiente todos presentaron sus trabajos. Cuando llegó el turno de Marquitos,
mostró el cuadro y explicó el por qué había pintado la camiseta violeta.
Y los niños entendieron de qué se trataba verdaderamente esa actividad y no sólo
los niños, sino los padres también.
El colegio mandó a hacer camisetas nuevas, todas iguales, todas violetas.
Los padres y los niños celebraban los triunfos e intentaban aprender de las derrotas.

Ya no se criticaban o agredían por la lentitud en la cancha, la falta de goles y lo


duras que salieran las tortas, se permitían pensar en que si cada uno se esmeraba
en lo suyo, vendrían los goles y las tortas suaves y sabrosas.
¿Un sueño?…una lección de vida – Último capítulo

¿Un sueño?…una lección de vida – Último capítulo es uno de los cuentos de amor
inventados por la escritora Viviana Velez.

Si en tus sueños me posees, será que vivirás soñando. Algún día entenderás mi
decisión de no estar a tu lado. Si realmente me amas como lo dices en cada
oportunidad, respeta mi volar libre, seguir el viaje hacia donde yo elijo.

Mi vida sin ti, es tu lección. Expresó ella con suaves y reflexivas palabras aquella
noche con el cielo colmado de estrellas y el brillo inigualable de sus ojos cautivando
la profunda y triste mirada de él.

Jugaste conmigo, me ilusionaste, tengo tantas penas en palabras que sólo pueden
aflorar en reproches. No logro ser feliz porque sólo sostengo en mi mente y corazón
todo tu ser, ese que llevo hasta mi último día de vida. Dijo él en una mezcla rara de
angustia incontrolable por no poder manejar la situación del rechazo que ella
sostenía.

Pronunciaste tantas palabras sin pensar, cegado por la impotencia de no poder


controlar celos injustificados que sólo reafirmó una vez más mi pensamiento: fuiste
un error en mi vida, permitirte un lugar que no merecías, tan sólo dos palabras te
dirán todo: tu apellido, acompañado de un ¡Basta! Expresó ella con absoluta
certeza, profundizando en su mirada un inminente adiós.

Generó en él un acuerdo impregnado de dolor, impotencia y desidia. Recurrir a


palabras amenazantes anticipándole un futuro de dolor, el mismo que él sentía y
que no podía asumir en buscar un nuevo horizonte en el amor. Amor como él
acostumbraba a llamar a cada mujer que intentaba tener como posesión, como
objeto y que ninguna había logrado poseer su alma, esa que entregó en ese
romance todo, hasta sus propios sueños incumplidos durante toda su vida. Ser él
mismo, ser en ella. Allí en ese instante comenzaba su duelo, el camino a
comprender que ella ya no era para él.
Mil preguntas transitaban por su mente en busca de respuestas y así cada noche
inmersa en el insomnio maldito del recuerdo de su belleza plena, aquellas sonrisas
y palabras únicas, como sus caricias y frases que desbordaban de su corazón y
sacudían su ser; eran sus ansiolíticos eternos.

-No logro ser feliz se repetía como reproche mirando una foto de ella.- ¿Por qué mi
amor? ¿Por qué? Esbozaba una sonrisa, se acomodaba su cabello y mirándose en
un espejo se respondía: Algún día, volverás a mi lado, lo sé.

– Los sueños como me enseñaste, se cumplen si se mantiene la pasión, ¡sí! Tú eres


mi pasión, el tiempo será mi aliado. Sostenía él, en una rutina diaria que lo mantenía
expectante.

Mientras ella continuaba con su propia vida canalizando todo su ser en el camino
que todavía tenía por recorrer, con la firme certeza, que él había incorporado una
lección que la vida le debía.

Fin
¿Dónde están los libros? Cuentos de duendes
¿Dónde están los libros? es un cuento de la colección cuentos de duendes de
nuestra escritora de cuentos infantiles Liana Castello sugerido para niños a partir de
nueve años.

Capítulo I – Tiago pide un deseo


Tiago era un niño al que no le gustaba leer. Era muy inquieto y decía que leer era
aburrido. No creía en las historias de piratas, menos aún en las de fantasmas y
hadas, y como si esto fuera poco, consideraba que las de príncipes y princesas eran
solo para niñas.
Le parecían tontas las historias de brujas y malvadas madrastras, y poco creíbles
las de héroes con capa y espada.
No leía cuentos y tampoco quería escucharlos, cosa que a sus papás ponía muy
triste. Tenía una hermosa biblioteca llena de maravillosos libros que su mamá había
comprado con amor y entusiasmo, pero que él jamás había querido leer, ni
escuchar.
También era perezoso y entonces no le gustaba estudiar. Esto le traía algunos
problemas con su maestra y con sus padres. Para Tiago el mundo no estaba en los
libros y no valoraba lo que un buen libro puede brindarle a una persona.

Cada noche antes de irse a dormir, su madre le ofrecía leerle un cuento y cada
noche, Tiago decía que no, que lo dejara tranquilo, que ya bastante tenía con los
libros que había en la escuela.

Una noche en particular, el pequeño estaba de muy mal humor, había sacado malas
notas en el colegio porque no había estudiado, y su madre había insistido más de
la cuenta con el famoso cuentito de las buenas noches. Antes de apagar la luz y en
la aparente soledad de su cuarto, Tiago dijo en voz alta: ¡No quiero volver a ver
un libro más en mi vida! ¡Cómo desearía que todos los libros del mundo
desaparecieran de una vez y para siempre! –y con este feo pensamiento se quedó
dormido.
Lo que Tiago no sabía, es que en su habitación, sentadito arriba de un armario, vivía
Dindón, su duende protector.

Dindón había estado siempre al lado del niño, pero nunca jamás dejó que Tiago lo
viera. Sabía perfectamente que los duendes no son muy bienvenidos en la mayoría
de los casos y menos en el mundo que está fuera de los cuentos. Aún así, solito y
sin ser visto, vivía arriba del armario cuidando como podía a este niño rebelde,
perezoso y al que no le gustaba leer.

Dindón era un buen duende, algo olvidadizo, hay que decirlo, pero era bueno y no
solo amaba a Tiago, sino que sentía un gran amor por los libros de cuentos, las
historias de todo tipo y si hubiera podido ir a la escuela, habría sido un alumno
ejemplar.
Al duende no le gustaba la actitud de su protegido, sabía que leer era importante y
se había esforzado porque el niño leyera, pero sin resultado alguno. Solía tomar un
libro de la biblioteca y colocarlo bajo la almohada para que Tiago lo encontrara y tal
vez le dieran ganas de leer, pero lo único que había conseguido era que el niño se
enojara con su madre pensando que había sido ella. Ponía también cuentos dentro
de la mochila del colegio para que Tiago los leyera en el recreo y solo logró que los
usara para espantar las moscas que sobrevolaban en el patio.

A veces, mientras Tiago dormía, el duende le contaba esos cuentos que despierto
el pequeño nunca hubiera querido escuchar y, si bien Tiago no escuchaba, Dindón
disfrutaba ese momento soñando en que algún día pudiera mostrarse y el niño
aprendiera a amar la lectura.

Dindón había tenido paciencia y mucha, pero ese feo deseo que Tiago había pedido
lo había enojado y decidió actuar.

¡Pero qué cosa con este mocoso! ¡Habrase visto tamaña insolencia! ¿Cómo
puede pensar que los cuentos son tontos y aburridos? ¿Cómo pueden no gustarle
las historias de piratas y fantasmas? ¡Con el esfuerzo que han hecho todas las
madrastras de la literatura en demostrar su maldad, con el esmero que han puesto
las brujas en preparar esas pócimas horribles, con el valor con que los piratas
buscaban los tesoros! ¿Cómo puede no valorar lo que les ha costado a todos los
príncipes rescatar a las princesas de esos horribles castillos? ¡Esto no va a quedar
así, le daré a este pequeño una lección que jamás olvidará! ¿Con que no quiere
más libros? Pues no habrá más libros y veremos cómo se las arregla.
Como él sí era un gran lector, intentó recordar algún hechizo de los tantos que había
leído en los cuentos y, si bien sabía perfectamente que no era un brujo, sino un
duende, confió en que podría hacerlo bien. Movió sus manitas y repitió las palabras
que había leído en un cuento de hadas, que creyó recordar a la perfección… ¿o era
un cuento de brujas? Bueno, no recordaba muy bien, pero las dijo con los ojos bien
cerraditos y cuando terminó… ¡¡¡Puff!!! No quedó un solo libro en la habitación (y
fuera de ella tampoco).

Abrió los ojos y, a decir verdad, se sorprendió de lo efectivo que había sido el
hechizo; en realidad, no recordaba muy bien si eran esas las palabras exactas
porque solía olvidar muchas cosas, pero evidentemente esta vez lo había hecho
bien, no quedaba un solo libro a la vista.
Continuará…

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