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sois diosas, y lo presenciáis y lo conocéis todo, mientras que nosotros oímos tan
sólo la fama (kleos) y nada cierto sabemos"(iWaáa II, 485-486). El poeta, de
este modo, es un personaje excepcional que confiere gloria [5].
Los héroes, como hemos visto, pertenecen a una capa social determinada.
Homero nos ofrece una clara definición de su función y de su deber en el
pasaje de la Iliada que cuenta el discurso que Sarpedón dirige a Glaucos, en
la batalla cerca de las murallas: "¡Glauco! ¿Por qué a nosotros nos honran en la
Licia con asientos preferentes, manjares y copas de vino, y todos nos miran como
a dioses, y poseemos campos grandes y magníficos a orillas del Janto, con viñas
y tierras de pan llevar? Preciso es que ahora nos sostengamos entre los más
avanzados y nos lancemos a la ardiente pelea, para que diga alguno de los licios,
armados de fuertes corazas: "No sin gloria imperan nuestros reyes en la Licia- y si
comen pingües ovejas y beben exquisito vino, dulce como la miel, también son
esforzados, pues combaten al frente de los licios'. ¡Oh amigo! Ojalá que, huyendo
de esta batalla, nos libráramos para siempre de la vejez y de la muerte, pues ni yo
me batiría en primera fila, ni te llevaría a la lid, donde los varones adquieren gloria-
pero como son muchas las clases de muerte que penden sobre los mortales, sin
que estos puedan huir de ellas y evitarlas, vayamos y daremos gloria a alguien o
alguien nos la dará a nosotros". (Ilíada XII, 310-328).
será inmortal- si regreso, perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la
muerte no me sorprenderá tan pronto". (Ilíada IX, 410 ss). La timh, el honor, del
héroe va más allá de la timh ordinaria que se materializa en honores efímeros
y relativos (cf. el rechazo por parte de Aquiles de los regalos que Agamenón le
ofrece para que desista de su postura).
La gloria imperecedera, cuya obtención es la aspiración máxima del héroe,
supone la existencia de una tradición de poesía oral que funciona como
memoria social y como transmisora de la cultura compartida por la
comunidad. En el 'mundo de Homero', honor heroico y poesía épica son
indisociables. La función poética, con su papel educador, mantiene vivo en el
corazón de una cultura oral el honor heroico. Para que el héroe alcance de
este modo la inmortalidad a través del kleos afqiton, de la gloria imperecedera,
en la memoria de las generaciones futuras, además de ser celebrado en un
canto que no perecerá, es preciso "que su cadáver haya recibido su parte de
honor, el gras thanonton (II. 16, 457 y 675), que no haya sido privado de la time'
que le hace acceder al estatuto social de muerto , aunque permaneciendo
portador de valores de vida, de juventud, de belleza, que el cuerpo encarna y que
han sido, sobre él, consagrados por la muerte heroica" [7] . Es decir, el héroe se
inscribe y perpetúa en la memoria social de dos maneras: en el canto épico y
en el mnhma, el memorial funerario que consiste en la edificación de una
tumba y la erección de un shma o túmulo [8] .
Los enfrentamientos bélicos a los que los héroes se entregan no son conflictos
que representen y conciernan al pueblo (demos) en cuanto tal. Se podría
decir, por tanto, que este tipo de guerra se sitúa en un plano a-político. En
este sentido observa Yvon Garlan que "del mismo modo, esta acción busca
imponer en el adversario un estado de hecho de amplitud limitada, y no una nueva
situación de derecho que le afecte en tanto que colectividad. Tiene el aspecto de
una operación de razzia sobre los límites territoriales, o de una operación de
piratería marítima, y se termina con el acaparamiento del botín" [9] . Conviene
hacer resaltar este aspecto de limitación de la guerra heroica.
En cuanto al botín, hay que advertir que no era apreciado únicamente por los
beneficios materiales que acarreaba, sino que era valorado fundamentalmente
como expresión material del reconocimiento y honor que se atribuía al
adjudicatario de una parte del mismo. El geras, 'presente de honor', 'privilegio
honorífico', designaba propiamente la especial porción del botín que los
caudillos se asignaban antes del reparto general. La precedencia en la
partición era signo de superioridad, bien de rango y de función (Agamenón),
bien de valor y de hazañas (Aquiles), y la parte del botín así elegida era la
materialización de la timh, del honor. La élite se distinguía del resto porque sólo
a ella le correspondía el gevra como marca de prestigio. A los demás lo que se
echaba a suertes a partes iguales en el reparto posterior. Por eso cuando
Agamenón le arrebata Briseida a Aquiles, no le está privando al 'mejor de los
aqueos' sólo de una esclava, sino que está atentando contra su timh,
privándole de una marca de prestigio por la que se le reconoce su calidad de
héroe.
La Ilíada, como ha mostrado James Redfield en su excelente estudio [10] , es
una exploración de los límites y contradicciones del ideal heroico. El guerrero
se encuentra en una posición de liminalidad en relación a su comunidad:
encarna el ideal heroico compartido por todos, pero su realización le exige
entregarse a un universo de violencia, de muerte, de sangre, de mancha, que
le excluye de los suyos. El héroe
1
[1] Yvon Garlan, 1972, La guerre dans l'Antiquité, Nathan, París, pág.ll.
[2] "Atenas, por ejemplo, durante el siglo y medio que va de las guerras
médicas (490
y 480-479) a la batalla de Queronea (338), guerreó una media de más de dos
años
sobre tres, sin jamás disfrutar de la paz durante diez años seguidos." Ibíd. pág.
3.
[3] Encontramos dos ejemplos en Heródoto y dos en Tucídides.
[4] J. P. Vernant, 1968, Problèmes de la Guerre en Grèce ancienne, Editions de
l'Ecole
des Hautes Etudes en Sciences Sociales. Reimpr. 1985, París, pág. 29.
[5] Demódoco, el poeta ciego de los feacios, que es impelido por la Musa a
cantar las
glorias de los hombres (Ar/ea andrwn) es un ejemplo claro de esta función del
aedo
(Od. VIII 72-82).
[6] A este respecto, J. P. Vernant, "La belle mort et le cadavre outragé", en G.
Gnoli y J. P. Vernant, (eds.) La mort, les morts dans les sociétés anciennes,
Cambridge Univ. Press y Editions de la Maison des Sciences de l'Homme,
Paris 1982, especialmente página 53. [7] Ibíd. pág. 64.
[8] El antropólogo Joseba Zulaika, en su libro Violencia vasca: metáfora y
sacramento (ed. Nerea, Madrid 1990) equipara al militante etarra con el héroe
homérico (p.118), y
la estructura cultural de un pueblo guipuzcoano de hoy (es decir, de una
región industrial, nada aislado, con televisión...) con la cultura de la sociedad
homérica. En esto insiste a modo de recapitulación al final de su libro: "Este
libro es el intento de un nativo por llevar a cabo una apreciación similar de la
experiencia paradójica que constituye la violencia política en Itziar. Es una
recomposición de la estructura cultural básica en que se sitúa esta violencia y de
las actitudes ideativas y emocionales de los habitantes de Itziar ante el fenómeno.
En algunos momentos me ha parecido estar describiendo una sociedad homérica
donde la lucha por los derechos de la comunidad eran un deber humano
inalienable". Esta equiparación es un claro despropósito que tiende a presentar
supuestos elementos de "la estructura cultural básica (?) con un peso
condicionante de la violencia etarra similar al que la sociedad homérica ejercía
sobre la acción heroica, cuando son realidades incomparables en este sentido.
Para hacerlas comparables habría que omitir u ocultar que el militante de ETA:
no nace en una capa social que le obliga a la hazaña heroica, a combatir en
primera fila; no lucha contra el adversario frente a frente, sino que mata a
escondidas; no forma parte de una sociedad oral (no hay que confundir el
sector analfabeto de una sociedad dominada por la escritura con una sociedad
de tradición oral); no goza de sanción divina (Musas), ni su fama se inscribe
en el mismo corazón de la sociedad para siempre (inmortalidad); no
constituye tampoco un modelo compartido por el conjunto de la sociedad,
sino que es rechazado por la mayor parte de ella que comparte valores
opuestos (como lo refleja la clandestinidad obligada de los etarras, las penas
de cárcel con que la sociedad 'premia' sus acciones). [9] Op. cit. pág. 12.
[10] Nature and Culture in the Iliad: the Tragedy of Hector, The University of
Chicago
Changed with th^^<¡^ (ed)
Entre finales del siglo VIII a.C. y principios del siglo VII a.C., las ciudades eubeas de
Calcis y Eretria se encontraban enfrentadas entre si por la posesión de una planicie
conocida como la Llanura del Lelanto (1). Este conflicto no hubiera tenido mayor
importancia -uno más entre los muchos que se desarrollaron durante esa centuria- si
no fuera por el hecho de que este es el primer enfrentamiento armado, conocido, en
donde dos ejércitos griegos se enfrentaron adoptando ambos la formación hoplítica.
Esta llamada formación hoplítica iba a dominar los campos de batalla durante los
siguientes tres siglos, hasta la batalla de Queronea en el 338 a.C. donde un
profesionalizado ejército Macedonio, al mando de Filipo II, iba a destrozar a los
hoplitas de las ciudades libres de Grecia, dando fin de golpe a la hegemonía de esta
forma de combate en los campos de batalla.
La aparición en el escenario griego de la figura del hoplita, iba a tener unas
consecuencias tanto militares como sociales que han llegado a nuestros días a través
de la filosofía y la literatura.
Para poder entender la figura del hoplita hay que ver su evolución, incluso antes de
su definitiva aparición, ese será el objeto de este trabajo.
• Los siglos VIII y VII, Homero y Hesiódo.
Las fuentes principales en que nos apoyamos para comprender este importante
periodo de la historia de Grecia -conocido como Arcaico- son las obras escritas por
Homero (la Odisea y la Iliada) y Hesiódo (Los trabajos y los días). El primero nos da a
conocer la aristocracia del mundo griego, mientras que el segundo nos muestra el
mundo del campesino acomodado o lo que hoy en día llamaríamos la clase media
griega y que dará origen al futuro hoplita.
Hasta ese momento la guerra tenía un carácter limitado. Las aldeas se enfrentaban
entre sí por un puñado de tierra u otros motivos que podemos considerar ahora
menores, siendo los miembros de la nobleza de dichas aldeas quienes casi en
exclusiva llevaban el peso de la guerra. Los combates en la mayoría de los casos
concluían en una lucha individual (monomachia) entre sus campeones, siendo el
vencedor el que se apropiaba del territorio o hacía prevalecer sus derechos sobre el
motivo de la disputa.
Con esto no se pretende dar a entender que la lucha individual resolviera los
conflictos, pero sí es verdad que debió de ser una práctica habitual en este periodo, o
al menos, esto es lo que se puede intuir de las lecturas de las fuentes de que
disponemos (Homero y Estrabón).
Y así debió ser durante un largo periodo de la historia griega, al menos hasta que nos
llega la noticia del choque armado habido en Eubea, en la Llanura de Lelanto. Ya que
lo sucedido en la que vendrá a llamarse La Guerra Lelantina se opone precisamente a
esta idea.
Esta información (Estrabón X 8 y sig.) hace pensar que ya en el siglo VIII se estaba
empezando a formar la imagen que tenemos del hoplita y que posiblemente dos
formas de lucha radicalmente distintas convivían al mismo tiempo.
Es curioso saber que, a pesar de la crueldad de la batalla descrita por los clásicos
tantas veces, al finalizar la lucha el ganador no se ensañaba con el perdedor, al
contrario los prisioneros eran tratados como extranjeros, recibiendo los cuidados
propios de las costumbres de hospitalidad griegas. En ocasiones, los bandos en
conflicto alcanzaban una paz que podía llevar consigo un matrimonio entre las familias
en disputa, cobrando este una gran importancia. Incluso antes de las batallas se
negociaban las reglas por las que iban a regirse, caso de la guerra lelantina.
• La expansión colonial.
Nos encontramos en un mundo, Grecia, en el que la tierra era un bien tan preciado
y tan escaso -a causa de la difícil orografía y una puntual explosión demográfica- que
impulso a que muchos de sus habitantes buscaran tierras en otros lugares más
lejanos, empezando así un proceso colonizador que los llevaría desde las costas del
Mar Negro a las de la Península Ibérica: El Ponto, Anatolia, sur de Italia, costas Ilirias,
Córcega, Cerdeña, Libia etc. Esta expansión colonial y el contacto con otras muchas
culturas, en muchos casos hostiles, trajo consigo la necesidad de una adaptación en
sus técnicas de combate (2).
Los nativos de las tierras que se querían colonizar, podían no ser afines y estos no
tenían porque ofrecer una lucha al estilo en que los griegos estaban acostumbrados
(un ejemplo claro es la concertada Guerra Lelantina o los conocidos combates
individuales), ahora se encontraban con desordenados ataques en masa o
emboscadas donde la vida de un aristócrata tenía el mismo valor que la de un simple
campesino armado de un pica.
Siendo esta una lucha sin reglas es fácil que influyera cada vez más a la nobleza a
buscar el abrigo de la formación cerrada abandonándose definitivamente el
enfrentamiento individual y cambiando con ello los valores de virtud guerrera, de la
aristocracia, por el del valor de disciplina dentro de la formación. Cambio este, que sin
ir más lejos, afectaría a la Historia de la Humanidad.
Otro problema era el número de combatientes que la nobleza podía aportar para esas
expediciones de colonización. En muchos casos estos no eran suficientes para la
envergadura del trabajo encomendado, entonces la alternativa pasaba por reclutar un
pequeño ejército, donde los costes del armamento y el abastecimiento de estos
voluntarios eran una carga demasiado pesada para las arcas de la nobleza. No hay
que olvidar la importancia que tenía la fuerza armada en estas expediciones, ya que
ser derrotados en un intento de colonización, podría significar el perder esas tierras
para siempre y con ello la posibilidad de establecerse allí o en cualquier otro lugar
cercano, al haber quedado relativamente debilitados o derrotados, por no hablar del
peligro de ser aniquilados. Cuantas desconocidas expediciones habrán caído
exterminadas a manos de los nativos de cualquier lugar sin dejar el menor rastro en la
historia!..
Dado que era necesario que los propios soldados adquiriesen sus armas, se
comenzaron a reclutar a las gentes del demos que pudieran costearse el equipo para
el combate, y lo que es más importante, la nobleza se veía obligada a combatir junto a
todos los miembros de la expedición, sin distinción de estatus.
El luchar codo con codo junto a la aristocracia de sus ciudades, a la larga provocó un
resentimiento entre los combatientes del demos. Veían como luchaban y morían junto
a la nobleza y en cambio no recibían compensación política de ningún tipo. Eran
iguales a sus nobles en el campo de batalla, pero en cambio no tenían derecho a
expresar sus opiniones en una asamblea pública, ni obtener cargos con cierta
responsabilidad en la comunidad.
Las tácticas de combate también debieron de ser cambiadas, la monomachia ya no
tenía sentido, ahora la lucha era en formaciones cerradas (taxis) dentro de una
formación (phalanx). Esta evolución, que definitivamente se implantó durante el siglo
VII, sería la que acabaría dando origen al verdadero hoplita. Alfonso Domínguez
resume esta idea diciendo, “El surgimiento de la táctica hoplítica es consecuencia de
un proceso que empieza a gestarse en el siglo VIII, mediante el cual se va a ampliar la
base militar de la polis”. Seguramente el proceso de colonización no fue el único
motivo que propició el cambio a la formación hoplítica pero sí es fácil que fuera el
principal motivo que lo acelerara.
Analizando la obra de Homero, la Iliada, encontramos los primeros indicios de uso
del combate en orden cerrado, aunque en su obra lo que principalmente resalta es
como la aristocracia domina las cuestiones militares. Estos, reunidos en una asamblea
en donde sólo la palabra de ellos tiene valor, deliberan sobre los asuntos que
consideran importantes; alrededor de ellos tiene al demos, que por la intensidad de
sus aclamaciones, muestra su apoyo a uno u otro aristócrata. Pero no se puede dejar
de mencionar la intervención de Tersites (Iliada, II,198-206) este, aunque es
reprendido por Ulises, que le llama la atención por interrumpir con su palabra en una
de estas asambleas, muestra un primer intento del pueblo de participar en los asuntos
militares. Hesiódo, por otro lado, con sus continuas referencias a la justicia (dike) y
sus quejas y avisos sobre las consecuencias que un mal gobierno puede llevar, nos
puede dejar intuir que dentro del demos hay un cierto malestar. Poetas como Calino
de Efeso o Tirteo de Esparta ensalzan ya el esfuerzo heroico del soldado ciudadano,
cuando antiguamente esto estaba únicamente reservado a la aristocracia.
Se empieza a notar un inconformismo de ese campesino acomodado. Para él sólo a
cambiado una cosa: se le han aumentado las cargas teniendo que servir en el ejército,
además de jugarse la vida, y ¿qué recibe a cambio?, nada.
En cierto modo el demos sí estaba adquiriendo un cierto poder, en contra de los
deseos de la aristocracia, un poder que la misma nobleza les había otorgado al
llamarlos a filas. Ahora el pueblo era la fuerza armada y cada vez se iba a tener que
contar más con ellos.
• La Stasis griega.
En lo expuesto anteriormente queda claro el descontento de aquellas personas que
no pertenecientes a la élite se les exige cada vez más un mayor esfuerzo, y que no
encuentran compensaciones, tanto en lo social, como en lo económico o político, a sus
esfuerzos o sacrificios. En este sentimiento encontrado se sientan las bases de lo que
va a caracterizar el panorama político del siglo VII, la stasis, la discordia civil.
No será esta una lucha de carácter bélico y civil, aunque muchas veces conduzca al
choque armado, adoptara más bien la forma de una genuina lucha de clases que se
extenderá en breve tiempo por todo lo largo y ancho del Mundo Griego.
Estas clases enfrentadas, siguiendo el esquema que Hesiódo nos ha dejado, son las
siguientes: los basileus, el campesino acomodado (que es el hoplita) y el resto del
campesinado. Entre ellos se enfrentarán y se aliarán indistintamente para conseguir
sus propósitos.
En el siglo VII, el hoplita ya estaba extendido por toda la hélade y continuaba
desarrollándose. La lucha en formación cerrada traía consigo un sentimiento de
solidaridad y, en un plano superior, reforzaba una idea de isonomía (todos son
iguales), los espartanos estaban orgullosos de considerarse iguales (homoioi), aunque
entre ellos hubiese, en principio, gentes mucho más poderosas económicamente que
otras.
Ahora se hablaba de una serie de individuos que tenían el deber y la posibilidad de
defender personalmente la polis, esto, sin duda, aumento su sensación de pertenencia
a la comunidad. Muchos ciudadanos experimentaron el sentimiento del ascenso social,
pero esto a su vez se veía contrarrestado por su escasa participación política,
generalmente cercenada a mano de la nobleza. Un profundo malestar crecerá en el
seno de las comunidades griegas, que directamente desembocara en el estallido de la
stasis. Pero ¿en qué consistía esta stasis?.
Hasta entonces los basileus habían ostentado todo el poder, haciendo innecesarias
la existencia de instituciones, ellos juzgaban y decidían todo lo concerniente a su
comunidad, dándoles esto un poder ilimitado del que usualmente se aprovechaban.
Hesiódo ya mencionaba estos abusos en su obra y avisaba, anticipándose a los
hechos, de que nadie esta a salvo de la justicia y que incluso los basileus en su
momento serían juzgados por Zeus. Mientras, el ciudadano hoplita, que ya empezaba
a tener conciencia de ser un grupo social, buscaba igualarse en ciertos derechos a la
aristocracia. Esto lo justificaba por el hecho de que su sangre, al igual que la de
cualquier aristócrata, era derramada en el campo de batalla; juntos luchaban en
beneficio de la polis, por lo tanto ambos deberían disfrutar de los mismos derechos. A
su vez para el aristócrata ceder estos derechos significaba perder su prestigio ante la
sociedad, un prestigio mantenido durante siglos y que ahora se ponía en entredicho;
además, y lo que es en la practica lo más relevante, el dejar en manos de la mayoría
el acceso a los cargos públicos, lo que obviamente les conduciría a perder, en breve
tiempo, buena parte de su poder económico. De aquí en adelante el camino para
ambos grupos no iba a ser fácil y este enfrentamiento iba a provocar lo que
conocemos como stasis.
• Comienzos del cambio político: las Tiranías.
Ahora hoplita podía morir defendiendo la polis, por lo que tenían un derecho
ganado para tomar parte en las decisiones que en esta se tomaban. Ese derecho ya
era marcado por las propias tradiciones griegas; en los tiempos de Homero los
basileus ganaban su prestigio en los combates demostrando su virtud guerrera, su
arete, pero ahora el aristócrata debía de luchar junto al campesino, cargar contra una
formación compacta como la falange, era un suicidio, dejarse llevar por la hibris ahora
no daba gloria (con respecto a este punto, esta muy relacionado con el mito de las
razas, la raza de los hombres de bronce, se deja llevar por la hibris, una hibris mala)
sino todo lo contrario porque al abandonar la formación ponía en peligro a sus
compañeros. Todos eran un grupo, eran hoplitas y sólo el trabajo en equipo les
permitía alcanzar el arete.
Si en esto ya habían igualado a la aristocracia, el siguiente paso es que fuera
reconocido su esfuerzo, en la polis. Esto llevo a continuos enfrentamientos, no
quedando más remedio a la aristocracia, que ir poco a poco cediendo en compartir sus
poderes y reconocer los derechos que haría del hoplita un ciudadano responsable y
preocupado por todo lo concerniente a su comunidad. Pero antes de que el hoplita
llegase a alcanzar su plenitud en la sociedad griega, apareció la figura del tirano.
En muchas ciudades griegas ante el estado de stasis en el que vivía la comunidad, a
causa de la lucha por conseguir una igualdad de derechos, se buscaron entre las
personas notables a gente capaz de normalizar la situación. Estos llamados
legisladores, ostentaban un gran poder por el cual se les permitía dictar leyes. El
objeto de este nombramiento era para que a modo de arbitraje el legislador dictara
unas normas que llevasen a una paz social y acabaran con el motivo que había
provocado la stasis, el nombramiento era hasta haber cumplido con su cometido, pero
el problema surgió cuando algunos de estos legisladores decidieron no devolver el
poder, así apareció, inicialmente, la figura del tirano (en otros casos tomaron el poder
directamente por las armas).
Pero ciñéndonos al motivo del trabajo, ¿en qué afectó esta situación al hoplita?. En
primer lugar los hoplitas eran el brazo armado de la ciudad, por esto los tiranos en
muchas ocasiones dictaban leyes de las que los beneficiados eran los hoplitas; no es
que el tirano (que en la mayor parte de las ocasiones provenía de la aristocracia)
estuviese de acuerdo con ellos, sino, más bien, procuraba ganárselos para poder
mantenerse en el poder, incluso dictando leyes contra los de su clase. En otras
ocasiones el tirano no dudaba en dar su apoyo a otro bando con tal de mantenerse al
frente de la polis. Pero en lo que no cabe duda es que el hoplita era la fuerza militar
de la ciudad y difícilmente se podrían mantener en el poder sin su apoyo.
Finalmente cansados de los abusos de los tiranos y con una aristocracia que había
quedado muy debilitada con la stasís, el demos pudo imponer su voluntad y
empezaron a aparecer en muchas polis las primeras democracias.
De esta forma, el origen y desarrollo del soldado griego, el hoplita, condujo
directamente, lo que no deja de ser curioso, a un cambio radical del modo en que los
griegos se gobernaban. Este cambio, realmente vertiginoso, tendría consecuencias
trascendentales para la historia de occidente.
• El armamento hoplita y sus tácticas de combate.
Una de las preguntas que más nos viene a la cabeza al pensar en el hoplita es
¿qué los hizo tan especiales para poder dominar los campos de batalla durante cuatro
siglos?. Evidentemente la infantería pesada ya existía tiempos atrás en los imperios
orientales, esta iba aparentemente equipada como el hoplita, llevaban sus lanzas
para el primer choque, su espada y su escudo para el combate cuerpo a cuerpo, el
casco para proteger la cabeza y, los más afortunados, espinilleras que protegían sus
piernas. También conocían el combate en orden cerrado y los problemas que traía
consigo, como romper la formación en una batalla, entonces ¿dónde estaban las
diferencias?.
La primera quizá apareció motivada por la mejora del armamento al desarrollar
técnicas de forja más avanzadas, que trajeron la utilización masiva del bronce. Con
este material se hacía el arma que principalmente caracterizo al hoplita y del que
precisamente cogió su nombre, este es su escudo, el hoplon.
El hoplon era redondo y de unas dimensiones
mayores que los utilizados hasta la fecha, tenía
unos 90cm, por su interior llevaba una
abrazadera (parpax), para meter el brazo de
forma que este quedara más sujeto, y un
sistema de agarrado (antilabe), para poder asirlo
con la mano. Pero lo revolucionario de este
escudo era su finalidad, sus grandes
dimensiones permitían proteger la parte
izquierda del cuerpo, y el lado derecho del
compañero de fila que es la parte vulnerable, al
ser la mano derecha donde se lleva el arma.
Esto causaba una impresión de seguridad que
debía de tranquilizar mucho al hoplita. En
cambio la impresión para el enemigo tenía que
ser terrible al ver enfrente de ellos una
gigantesca muralla de escudos y lanzas sin
fisuras. Su único punto débil era el soldado
colocado más a la derecha de la formación, pues
no tenía a nadie que le protegiera, por este
motivo la falange tendía a escorarse. Los griegos
en este puesto colocaban al mejor luchador que
tenían siendo conscientes del punto débil de la
formación. Tucídides (V,71) nos describe esto en
su descripción de la batalla de Mantinea, “Los
ejércitos hacen todos esto: suelen cabecear
hacía su ala derecha en las acometidas y, en
consecuencia, dominan ambos con su ala
derecha el ala izquierda del contrario, y ello a
causa de que cada soldado, por temor, protege
lo más posible su lado desnudo (es decir, el
derecho) con el escudo del compañero situado a
su derecha, y por considerar que la formación
compacta es lo que ofrece mayor seguridad. En
realidad, el que inicia el desvío es el que va
primero por la derecha, en su afán de hurtar
continuamente la parte desnuda de su cuerpo a
los contrarios; después, le siguen por el mismo
temor los demás”.
La otra ventaja del hoplon, era el aprovechamiento
táctico que se hacía de él. Los hoplitas cargaban
contra el enemigo formando en filas y columnas,
cuanto más densas en profundidad eran estas filas,
más fuerte era el impacto sobre el enemigo. Aquí el
escudo era un arma terrible, utilizándolo para empujar
mientras con la mano derecha en la que se portaba la
espada o la lanza aseteaban una y otra vez al
enemigo.
El resto del equipo, las espinilleras (grebas), el casco, la espada, la lanza (de
madera de cornejo y punta de hierro) hacían en su conjunto del hoplita un guerrero
formidable. Todo el equipo en su conjunto podía pesar entre 35 y 70 Kilos, por esta
razón se necesitaba de la ayuda de personal que les ayudaran a portear el equipo
cuando salían de campaña. Se sabe que los espartanos antes de la batalla de Platea
llevaron consigo hasta siete ilotas como ayudantes para ayudarles con el equipo
(además de alejarlos del pelopóneso).
Por último, el otro aspecto que hizo destacar al hoplita en el campo de batalla es
más psicológico que propiamente militar: el sentimiento de unidad de ser todos uno,
luchar codo con codo, ser igual en la batalla y compartir todos la misma gloria o las
mismas desdichas. Todo esto hacía del soldado griego un hombre con un
temperamento muy fuerte que sabía sufrir en la batalla, donde defendía a su polis que
era su identidad, y donde defendía esos derechos que tanto les habían costado
conseguir o que en su defecto estaban demostrando porque eran merecedores de
ellos.
Citando unas palabras de J.P.Vernant “La virtud guerrera es resultado de la
sophrosyne: un dominio completo de sí, una constante vigilancia para someterse a
una disciplina común, la sangre fría para refrenarse en los momentos en que se puede
perturbar el orden de la formación”, ellos sabían que si se rompía la formación tanto
por miedo como por dejarse llevar por el fragor de la batalla podían poner en peligro
al grupo, por eso el ciudadano que abandona la formación quedaba marcado de por
vida.
• Conclusiones fínales, el hoplita.
Básicamente ya se han comentado muchos aspectos que hacen del hoplita un
ciudadano, podrían resumirse en su conciencia que tiene de pertenencia a su ciudad.
La importancia del interés colectivo sobre el individual.
El hoplita era un campesino, un mercader, cuyo principal interés era ser reconocido
en su sociedad, una sociedad dominada por una aristocracia que tuvo que acabar
doblando su rodilla ante un pueblo unido, que aspiraba a una igualdad política.
Evidentemente la aristocracia no desapareció, sólo se muto para adaptarse a la nueva
situación, para seguir dominando a una sociedad que en algunos momentos rozó el
ser un sistema perfecto (para su época).
Finalmente, la guerra del Peloponeso acabó transformando poco a poco todos esos
valores para en el año 338, en los campos de Queronea, dar comienzo a una nueva
época en la que el hoplita había sido ya superado.
Notas..
Dice que la falange existe por qué no se conoce algo mejor y, cuando se
presenta durante las guerra médicas, está tan enraizado que no es tan
sencillo modificarla.
¿De dónde procede pues ésta anomalía histórica?, ¿qué hace que los griegos
evolucionen hacia éste modo de hacer la guerra mientras allende el Egeo se
marcha hacia los ejércitos integrados?.
La Edad Oscura crea una ruptura con la tradición precedente (incluso
desaparece la escritura) y, en materia militar, se vuelve al duelo de
campeones. Aquí, se podía haber optado por cualquier tipo de combate, pero
se decantaron por el combate de Infantería Pesada.
Esto lo complementa Keegan ("Historia de la Guerra") explicando que sólo
hay un periodo muy pequeño para que la guerra sea efectiva (devastando los
campos de gramíneas lo cual exige decisión (una acción decisiva): por parte
de los defensores evidente, salvaguardar sus posesiones, por la de los
atacantes, el regreso rápido a sus tierras desguarnecidas en ese momento.
Además, en sus páginas 302 y 303, indica que también pudo influir el
espíritu competitivo olímpico que acostumbra a hechos decisivos y la
obtención de un resultado inequívoco. En estos juegos se preconiza también
el contacto físico (lucha, pugilismo) que en otras culturas es impensable.
Vemos pues que la evolución de la falange es circunstancial, en modo alguno
premeditado por los griegos. Teóricamente, el enfrentamiento con los persas
se hubiera debido decantar por éstos últimos y sus ejércitos integrados,
sin embargo no fue así.
Por último, y como una característica más del combate decisivo, tras la
ruptura y la posterior persecución y muerte de los que huyen por parte de
los escaramuzadores y la caballería (armas secundarias de la falange y
supeditadas a ésta), lo lógico hubiera sido la total aniquilación del
enemigo, pero no se produce. Esto se debe, según Keegan, a que hay una
limitación tácita entre los combatientes, a un rasgo arcaico de la guerra
que perdura.