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Entrevista con Juan Felipe Robledo

“Celebrar con esas palabras, una manera de ver el mundo”


Por: José Agustín Jaramillo

Nacido en Medellín en 1968, Juan Felipe Robledo se perfila como un poeta importante en el ámbito
colombiano actual. Su poesía ha ganado dos premios –uno nacional y otro internacional–, se ha
publicado en cuatro libros y varias revistas.

Juan Felipe Robledo empezó a hablar de su infancia en medio del trasegar bullicioso de un jueves
por la tarde. Una cafetería en la calle 73 con novena, en pleno centro del distrito financiero de
Bogotá, no parece ser el mejor lugar para hablar de poesía, pero poco a poco las palabras de este
poeta dibujaron un jardín lleno de palos de mango en Montelíbano, Córdoba, donde pasó toda su
infancia. “Ese recuerdo vuelve una y otra vez”, dice mientras apura un tinto, y la mirada –antes
perdida– se vuelve a fijar con una sonrisa en la realidad cotidiana: “Yo siento que fui expulsado un
poco de ese patio de mangos y… bueno. De alguna manera los poemas que escribo intentan
convocar ese espacio perdido, ¿no?”

Actualmente, alterna sus clases de Literatura Española en la Universidad Javeriana con una
incansable actividad poética que lo ha llevado a publicar cuatro títulos: De mañana, que ganó en
1999 el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, en Chiapas, México; La música de las horas,
publicado en el 2001 y Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura; Luz en lo alto, una
compilación de poemas publicada por la Universidad Externado de Colombia en 2006, y Dibujando
un mapa en la noche, publicado en España hace ya dos años, en 2008.

I. La Poesía

“La poesía es una cosa que se hace con palabras, pero las palabras adquieren un carácter de
encantamiento especial”, responde Robledo al ser interrogado por el arte que domina. Para él las
palabras, más que un mecanismo para las transacciones cotidianas de la vida, son una herramienta
que transforma el mundo en algo sagrado, misterioso y mágico: “la poesía tiene una dimensión
sacra que nunca ha perdido del todo”, dice. “Cuando la pierda, se va a perder ese regalo de hacernos
percibir la realidad más amplia, más densa, más completa, más sutil de lo que en apariencia la
vemos”.

A veces parece que Robledo respondiera en verso, y simplemente mientras habla parece encantar
todo lo que hay alrededor: “En la poesía no hay nada fortuito, todo tiene una conexión con todo: las
estrellas se conectan con los conejos y la manera como se mancha una acera tiene que ver con la
manera como descubrimos el recuerdo de un rostro amado”, remata mientras mira de reojo a pocos
metros un andén salpicado de polvo y aceite.
José Agustín Jaramillo: En el prólogo a Dibujando un mapa en la noche, Eduardo Chirinos toca el
tema de la poesía como rito, refiriéndose a que, a través de las palabras, se crean signos que nos
ayudan a navegar por la vida. ¿Para usted cuál es la dimensión ritual de la poesía?

Juan Felipe Robledo: Vivimos en un mundo desnudo y estéril, como sin aliciente espiritual. La
realidad es como un gran yermo y los ritos como la poesía nos permiten habitar esos días que en
apariencia son todos idénticos, grises, difíciles de atravesar. Los ritos nos permiten convocar y
sentir momentos excepcionales donde cargamos de significación las pequeñas acciones que
componen cada día: atravesar una calle o ver una muchacha bonita puede tener una dimensión de
encantamiento. Dotar de sentido esa realidad aparentemente dura y anodina del mundo, creo que es
una gran conquista.

San Juan de la Cruz dice: “un no sé qué que quedan balbuciendo”. Eso es lo que trata de atrapar
indistinta, imprecisa y mágicamente la poesía: ese “no se qué” que habla de una realidad fuera de
las palabras y que simultáneamente es convocada en las palabras del poema.

J.A.J. En los años veinte, al hablar de Poesía Pura, algunos poetas europeos decían que había un
estado superior al poema: que esa sacralización de la realidad estaba antes del poema y quedaba
atrapada en la poesía. Otros, como Juan Ramón Jiménez, decían que la dimensión sagrada se
encontraba en la poesía misma, y que para lograrla había, primero, que hacer el poema
técnicamente y, después, pulirlo hasta “desnudarlo” y encontrar eso sagrado.

J.F.R. Hablar de un mundo poético en sí mismo, aunque es enormemente sugestivo, no nos permite
entender el poder del poema como artefacto. El poema es una cosa que hacemos con palabras y que
habla de algo que está por fuera de las palabras. Es un artefacto que tiene una dimensión técnica, de
manufactura, de objeto que se hace, pero que habla de una realidad que trasciende esas palabras.
Ahora, si me dicen: ¿existe poesía fuera del poema? Yo digo que sí, pero como escritor de esas
cosas que llamamos poemas tengo que reconocer que la poesía se hace con palabras. Sin embargo
no dejo a un lado esos vasos comunicantes donde todas las cosas del universo consiguen cierta
armonía.

J.A.J. En el poema Nos debemos al alba (2001) usted dice que: “Traicionar las palabras / canjear
su peso, su color, en el sucio mercado de los días / es acto que nos llena de muerte / y ceniza y vago
afán. ¿Qué sería traicionar la poesía?

J.F.R. Considerarla un artilugio, un efecto de sentidos retóricos o un juego de ingenio, una


construcción mental con agudeza verbal. Cualquier percepción de la poesía como sólo técnica es
una traición a los poderes sacros, misteriosos y de relación que tiene la poesía.

II. El poeta

La mesa donde apoya el café, parece quedarle pequeña a la inmensa figura de Juan Felipe Robledo.
Su figura robusta inspira confianza y sabiduría. Al tiempo, un poco de inocencia se asoma en esa
mirada perdida y alegre. Su obra toca algunos temas propios de la condición humana: la nostalgia,
la pérdida, el paso del tiempo y –muy de vez en cuando- la muerte. “Es que yo sigo teniendo
interiormente quince años, ¡no es una mentira!”, dice riendo, “pero parece que en mis poemas
trasciende la idea de que el tiempo sí ha ido pasando”.

J.A.J. ¿Qué tanto influye la vida de un poeta en su poesía?

J.F.R. Totalmente. Tu poesía da cuenta de tu vida, en uno u otro registro. Es uno de los artes más
claramente autorreferenciales. Todas las decisiones de ritmo y forma, si se usa una retórica más
cercana a la vanguardia, o una retórica más clásica. Todas esas decisiones están vinculadas con la
propia vida. Además en los poemas hay una contemplación particular: ¿por qué se contempla de
una manera jubilosa, o pesimista, esa realidad que tenemos en frente? Esa decisión, ese giro, de “o
celebramos el mundo o lo consideramos como imperfecto”, está vinculado con nuestra propia vida.

J.A.J. En varios poemas suyos hay una voz de resignación por tener que vivir en este momento
histórico: como en el poema donde habla de Jim Morrison, Ángeles y ángeles (2001) y escribe
“esos años de mediados de los noventa, en los cuales todo es tan fácil y de mentiras”.

J.F.R. Los noventa fueron estar perdido, sentirme en un mundo donde no encontraba ningún
vínculo. Cada vez más sintiendo claramente que el poder de la poesía era el que me daba una
afirmación, un tesoro. En un mundo que yo sentía lleno de aristas, lejano, agresivo, la poesía fue mi
castillo ¿verdad?, mi torre de marfil, mi brújula. Y al mismo tiempo mi compañía, mi bálsamo y mi
poder. Mi poder de afirmación en el mundo. La manera de decir “yo no me siento aquí del todo a
gusto, pero hay ciertas cosas que me gustan”.

Hölderlin hablaba de la idea de extrañeza hacia el mundo que tiene el poeta. En nuestro tiempo,
desde la revolución industrial, yo creo que este sentimiento ha llegado a un extremo, porque no
hacemos contacto con el mundo. Nos sentimos desarraigados, y ese desarraigo produce la
convicción de que podemos vincularnos con aquello que encontramos cercano. Eso que
encontramos cercano es lo que podemos decir con palabras verdaderas.

III. El Poema

La clave del poema, para Robledo, está en la musicalidad y en esa dinámica rítmica que establece la
poesía: “es como escribir una partitura, porque cada palabra es como una nota con un color y un
peso muy específico. El carácter musical del lenguaje, es el aspecto que más destaco yo de la
poesía, porque es su poder de convocación más profundo”.

En cuanto a sus influencias, si hay un interés marcado para Juan Felipe, ese es la literatura española:
desde la tradición del romancero, pasando por Luis de Góngora, y hasta la generación de García
Lorca, Machado y Azorín. “Espero dar cuenta en mis poemas de la admiración que me ha
producido la gran poesía que se ha escrito en nuestro idioma”, dice pensativo. “Espero que haya un
recuerdo, un eco, de esa admiración en mis poemas, pero nunca esperaría que fueran simplemente
un calco de esas lecturas”.
J.A.J. ¿Cómo conversa con toda esa poesía sin hacer de la suya algo puramente referencial?

J.F.R. Ese es uno de los grandes misterios con los que se escribe poesía (risas). Creo que es
dejándose impregnar tan profundamente de los poemas, que empiezas a escribir en un registro en el
cual se habla de eso, pero lo dotas de tu propia voz. Hablas con esos recursos, con ese mundo que
puede ser el de Bécquer, el de Antonio Machado, el de Juan de la Cruz, pero pasándolo por tu
corazón, poniéndolos en sintonía con los propios recuerdos, con tus miedos, con tus alegrías y
dándoles una voz propia. Esa mirada específica sobre el mundo nunca es igual de un poeta a otro.

J.A.J. A la hora de hacer un poema, ¿cómo se decide por la técnica? ¿Cuándo dice: “voy a
escribirlo en verso”, o “voy a escribirlo en prosa”?

J.F.R. Borges decía que cada obra exige su propia forma. Yo no creo que exista una decisión
anterior al escritor que lo fuerce a decir “este va a ser un poema en verso medido, en verso libre, o
en prosa”. El asunto se impone de tal manera que exige que esa forma sea una u otra, y la
inteligencia del escritor está en saber darle curso a esa forma que el tema exige por sí mismo.

J.A.J. ¿Recuerda un ejemplo específico?

J.F.R. Es difícil convocar en este momento un ejemplo concreto. Pero existen momentos en los
cuales sientes que encontraste una forma errada. Por ejemplo, en algún momento traté de escoger
formas métricas muy medidas, y descubrí que la forma del metro medido no me va bien, que no me
funciona, que usar las formas clásicas de la tradición termina para mí convirtiéndose en una camisa
de fuerza. Y si se convierte en una camisa de fuerza, si lo siento como una forma impostada, pues el
poema no va a funcionar porque yo no me lo creo tampoco. Por eso nunca escribo versos medidos y
rimados.

J.A.J. ¿Conversa con su propia obra a la hora de hacer poesía? ¿Se acuerda de alguno de sus
poemas anteriores?

J.F.R. A mí me sirve repetirme un verso que me guste mucho, como un mantra, para escribir. El
verso me viene a la cabeza, y me lo repito y me lo repito. A veces no tiene ninguna relación el
poema que escribo con el verso, pero esa repetición musical, ese ritmo, me ayuda.

J.A.J. ¿Cómo es la situación en que escribe un poema? ¿Se sienta tras un escritorio con ese
mantra, con ese verso; o puede estar acá tomándose un tinto, en medio de la calle, y se le ocurre
algo y lo escribe en una servilleta?

J.F.R. No tengo una sola manera de escribir. Casi siempre escribo de un tirón, y eso me obliga a,
aprovechar el momento donde esté. Pero no tengo un método. No puedo sentarme a la mesa a
esperar: “voy a escribir un poema”. Nunca me ha ocurrido así. Casi siempre escribo como si me lo
estuvieran dictando. Lo escribo frenéticamente, con la sensación de que si no lo hago en ese
momento, se me perderá y nunca lo podré escribir.

J.A.J. Así que su escritura, como pone en el primer verso del poema El legado de Lucián Braga,
“Obedece al rumor de una dulce lengua que dicta los versos en los cuales se traduce la canción del
corazón” ¿no? Primero sale el verso y después me imagino que le pule un par de palabras.
J.F.R. Sí. Hago algunos cambios rítmicos. Una palabra que no me convence… un verso que cambio
de orden…

J.A.J. ¿Recibe ayuda externa para pulir sus poemas?

No. Yo trato de que mis poemas queden un poco como yo los he escrito. Ocasionalmente un amigo
me dice: “mira, me parece que esa palabra desentona. Yo que tú, la cambiaba”. Y lo pienso y lo
pienso y ocasionalmente hago el cambio. O con mi esposa, que es editora. Ocasionalmente digamos
una sintaxis, una falla, una preposición torpe… eso me ayuda. Pero tiendo a ser un poco maniático y
trato de no mover mucho los poemas. Tengo una idea un poco como vivípara de la creación en la
que trato de interferir lo menos posible con el texto terminado. No le hago muchos cambios
después.

J.A.J. Es la posición contraria a la de Juan Ramón Jiménez, que no hacía otra cosa que pulir y
reescribir sus poemas.

J.F.R. Eso me parece enfermizo, yo no entiendo cómo llegar a ese punto. Uno sí puede ofrecer a
veces una versión atenuada… pero me parece que lo de Juan Ramón era una cosa maniática.

J.A.J. A la hora de editar tus poemas, ¿inventa su orden o los nombres de los capítulos de sus
libros?

J.F.R. Eso lo he hecho de maneras distintas. En algunos casos, amigos que saben de edición me
ayudan a decir: este grupo de poemas sería mejor en este orden, o en este otro. En otros casos yo
decido el orden… las secciones… No tengo, digamos, como un método único. Lo hago de maneras
distintas porque confío mucho en el ojo de un buen editor. Me parece que el ojo de un buen editor le
ayuda mucho a un poeta, y que a veces a un conjunto de textos que uno ve como dispersos, un buen
editor –mirándolos de una manera atenta e inteligente– le da una nueva luz. Lo hace leer de otra
forma.

J.A.J. ¿Por qué comunicar la poesía? ¿Por qué publicarla y por qué leerla?

J.F.R. Tiene que ver con la cosa ritual en la lectura misma. Esas palabras permiten que alguien se
conecte con una vivencia propia que de alguna manera encuentra algún asidero en eso que está
oyendo, y el hecho de detener el curso del tiempo que es tan frenético, que es tan acelerado, y
dedicar un tiempo, aunque sea unos minutos, a celebrar con esas palabras una manera de ver el
mundo… eso a mí me parece que tiene un sentido.

J.A.J. Encontrar una comunión con otro estado mental. No sólo se habla con otra gente, sino
también a través del tiempo y del espacio. Porque uno a veces encuentra vigentes poemas, por
ejemplo, de Lorca: así el tipo esté hablando de la Guerra Civil española, o de Granada o de Nueva
York, uno se sienta a leerlo y encuentra algo.

J.F.R. Uno encuentra un vínculo, una afirmación ¿verdad? Que es común. Y eso es lo que le da un
sentido. Y si no es idéntica, porque idéntica nunca es, sí convoca una forma de ver el mundo que
tiene muchas cosas cercanas. Que las palabras tejan un lazo con los demás. Eso es lo que tiene un
gran valor.

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