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En opinión de Hall fueron las pésimas condiciones de los barrios obreros de las ciudades británicas las

que impulsan a las atemorizadas clases burguesas a hacer algo para solucionar el problema de la
vivienda obrera, a hacer urbanismo originiariamente como política social. Fue el miedo a que una
revuelta socialista brotase de entre las capas de pobres y desempleados la causa del nacimiento de las
instituciones británicas dedicadas al ejercicio del planeamiento urbano. La ciudad gigante se había
convertido en un problema en sí misma, en ella vivían unos cuantos ricos y la clase media rodeada de
millares de pobres. Nunca los pobres habían sido tan conscientes de su pobreza, que en el bucólio
campo se difuminaba. Nunca los ricos fueron tan conscientes del riesgo que corrían o de las pésimas
condiciones en que vivían us congéneres (los reclutamientos militares pusieron a la luz el declive físico
del habitante urbano que no era válido para el servicio militar). Era el momento de hacer algo, de
encabezar propuestas. El medio condicionaría al individuo. Un sistema de ciudades jardín
proporcionaría habitantes corteses y templados (controlados). No obstante, "la planificación urbana
dependió sólo de la alianza de los propietarios del suelo con el votante de clase media dueño de una
casa, que no tenía ningún tipo de interés en lo programas de viviendas para pobres". En estos primeros
años aparecieron las imaginativas propuestas de los anarquistas británicos encabezados por Howard,
sus ideas de reforma social que con los años se quedaron en nada. Pero a pesar de estas ideas confiadas
en el género humano, el urbanismo se consolidará como el substituto elegido por los poderosos para no
aplicar una política social más directa.

En La Ciudad de las vías de circunvalación abarrotadas Hall nos explica como la difusión de los
nuevos medios de transporte público (ferrocarril, tranvía y metro) posibilitaron la ampliación de la
ciudad. Las nuevas vías de transporte ofrecieron un terreno virgen para la aplicación del urbanismo, un
suelo barato que no amplió la oferta de vivienda a precios bajos, sino que se convirtió en un terreno
virgen para la especulación immobiliaria. A pesar de las ideas de Unwin o Parker, no hubo vivienda
social. La zonificación fue aceptada por los agentes urbanos unicamente porque defendía los intereses
creados. Los nuevos transportes posibilitaron la creación de barrios donde se alojaron los nuevos
trabajadores cualificados y de "cuello blanco" aumentando el porcentaje de viviendas. Mientras que los
sistemas de urbanización y zonificación se utilizaron para mantener a los pobres indeseables fuera de
los nuevos barrios suburbanos. Los nuevos tranportes propiciaron la especulación inmobiliaria (los
promotores inmobiliarios construían las líneas de tranvía para promover sus operaciones urbanísitca) y
la substitución dela ciudad jardín por la ciudad satélite dependiente de la metrópoli. Durante el primer
tercio del siglo XX, en Inglaterra unicamente tras la I G.M. el Estado impulsó la construcción de
vivienda social en casas unifamiliares, no obstante, el gobierno sólo optó por esta medida ante el
peligro que el socialismo supuso en el momento de desmovilización de las tropas.
En el capítulo cuarto, La Ciudad Jardín, Hall explica como el movimiento de la ciudad jardín iniciado
por E. Howard fue en origen un movimiento de reforma social cimentado en la confianza anarquista
sobre el ser humano. El tiempo y las aplicaciones prácticas de estas ideas consiguieron reducir este
movimiento a "simple urbanismo". La ciudad jardín fue ideada por los anarquistas como una tercera vía
de desarrollo (al margen del capitalismo y del socialismo estatutario). Una vía basada en el
colectivismo, la organización local y el autogobierno. La ciudad jardín perseguía la reforma de la
sociedad y recuperar a los pobres, para conseguir este objetivo la receta propuesta era la construcción
de ciudades de 30.000 habitantes, donde se evitase la separación de clases, donde se permitiese a los
pobres el acceso a una residencia junto al lugar de trabajo, en un intento por salvar la comunidad que
junto a la familia eran las cimientos de la sociedad para estos anarquistas. Quizás un exceso de
confianza en la "salvación geográfica". No obstante, en seguida se abandonó la construcción de
ciudades jardín, las cuales fueron substituidas por las ciudades satélite, capaces de alojar a un numero
mayor de familias, que además no requerían de la costosa descentralización de la industria, donde el
coste de los desplazamientos diarios al trabajo caían sobre los obreros, y donde se evitaba el peligro de
que los obreros tomasen consciencia de clase (pues era más fácil que los trabajadores de una misma
factoría residiendo juntos fuesen más conscientes de su situación). Finalmente, el "baby boom" dio el
golpe definitivo a las ciudades jardín, que no tenían la capacidad de absrción necesaria. Hoy de la
ciudad jardín instrumento de reforma social sólo quedan los barrios suburbanos destinados a las clases
acomodadas.

En el capítulo 5 La ciudad en la región nos recuerda que la planificación regional nació como una
teoría revolucionaria de la mano del anarquista Patrick Geddes. Mediante la planificación regional
Geddes pretendía la descentralización de la industria y de la población asentada en ciudades jardín. Las
grandes ciudades debían extenderse en forma de hojas de arce para posibilitar la cohesión entre lo
urbano y lo rural. Las ideas de Geddes atravesaron el Atlántico, la Asociación para la Planificación
Regional de América impulsada por Mumford y Stein las adoptaron como suyas. Con la llegada a la
presidencia de los EE.UU de Rooselvett defensor de las ideas de retorno de la población al campo
como cuna de la pureza social parecía que las reformas sociales que impulsaba la planificación regional
iban a poder plasmarse. No obstante, ni en la fuerte intervención que el Estado Federal realizó en el
Valle del Tenesse la política social llego más lejos de programas sanitarios o educativos. Finalmente, se
puede sostener que durante el proceso de divulgación de las originales ideas de Geedes se perdió su
aspecto radical. Y al final, se utilizaron los métodos de la planificación no para la descentralización,
sino para conseguir una centralización más eficiente. El crecimiento de las ciudades se consideró un
mal inevitable, pero se utilizaron los métodos de la planificación para evitar las deseconomías
impuestas por el gigantismo urbano. El resultado fue una dignificación de las ciudades sin la
realización de un cambio en la sociedad.
El capítulo sexto está dedicado al "movimiento de la ciudad bella" un urbanismo carente de carácter
social, que tiene su origen en la reconstrucción de París ejecutada por Haussmann. Es el ámbito del
"urbanismo de exhibición" que se concentra en lo monumental y lo superficial. Sus realizaciones se
utilizaron para superar complejos colectivos de inferioridad estimular empresas o expresar el dominio
colonial o racial. Sus obras se limitaron al diseño de los centros, sin preocuparse de las operaciones de
realojamiento de la población pobre desplazada que se encomendaba a la sabiduría del libre mercado.
Fue un urbanismo centrado en el fasto y lo monumental, olvidado de lo necesario. Tuvo adeptos entre
el capitalismo financiero, los fascismos y los imperios coloniales. Su aplicación colonial no reconoció
al habitante indígena (inexistente en sus planes) estaba hecha para el dominio y el dominador. Ante los
gobiernos fascistas o ante el stalinismo "los urbanistas trataban de impresionar al pueblo; o, lo más
probable, a su dueño".
El capítulo séptimo, La ciudad de las torres, está dedicado a la influencia de las ideas de Le Courbusier.
Quizás este apartado no sea del agrado de los urbanistas que han subido a un pedestal a este autor, pues
para Hall toda la obra del Gran Arquitecto es criticable. A Hall (más próximo a las ideas de los
urbanistas anarquistas como Howard o Mumford) le horroriza que con Le Courbusier las casas pasen a
ser máquinas para vivir que deben producirse en serie y cambien de nombre para pasar a llamarse
celdas o unidades de habitación en un claro intento de asesinar el concepto del hogar y la personal
idiosincracia de cada individuo; tampoco le convencen los intentos de descongestionar los centros
urbanos aumentando su densidad mientras en sus planes olvidaba intencionadamente las deseconomías
que comportaban sus proyectos; también denuncia que inicialmente en los proyectos del maestro la
zonificación estuviese orientada a segregar las clases sociales, hasta que sus ideas fueron aceptadas en
la URSS, momento en que adaptó sus teorías a la construcción de una sociedad sin clases.
Pero la principal crítica de Hall a la obra de Le Courbusier está basada en su autoritarismo centralizado,
un urbanismo que debía ser conducido por los expertos y en el que la gente corriente sólo tendría el
poder de elegir al experto. Esta crítica al autoritarismo de los rbanistas es uno de lo ejes centrales del
libro, aplicable a toda una serie de planificadores que tratan de "imponer sus propios sistemas de
valores a gente que los tiene diferentes". La manera de vivir promulgada por Le Courbusier y sus
seguidores no respetaba la ideosincracia y las necesidades de una gente que no conocían. Fueron
diseñadas sin humildad desde el concepto de belleza y bien burgués. A pesar de todo, las ideas de Le
Courbusier divinizadas por los arquitectos han tenido una plasmación mucho menor de lo que la
leyenda haría suponer. Unicamente el bloque de alta densidad ha sido universalmente reproducido. No
obstante, fuera del contesto para el que Le Courbusier lo ideó. Este bloque ha sido sufrido como una
mala enfermedad por sus habitantes mayoritariamente pobres, mientras la clase media que fue la
inspiración para su creación ha huido de él como si se tratase de la peste.
También en este mismo capítulo Hall nos explica la historia de las operaciones de la Agencia de
Renovación Urbana durante los años 30 y 40 en la ciudades de EE.UU. La Agencia que reunió a
diversos agentes urbanos consiguió con subvenciones públicas destinadas a renovar los barrios
degradados del centro y construir viviendas sociales cerrar su libro de ejercicios expulsando la
población pobre del centro de las ciudades, facilitando el retorno de la clase media, incrementando el
precio del suelo y haciendo desaparecer al menos la mitad del número de viviendas que estos barrios
albergaban, al tiempo que se incrementó el número de comercios y oficinas; todo un éxito para la
planificación urbana, aunque un poco alejado a los objetivos originales con que se había creado la
agencia. El dinero público enriqueció al rico, mientras embelleció los centros urbanos.
Y para finalizar el capítulo más denso de esta obra Hall nos presenta la tercera vía que abrió la obra de
Jane Jacobs Death and life of Great Americam Cities en la década de los años 60. En esta obra Jacobs
criticó el movimiento de la Ciudad Jardín por considerar a la ciudad cmo la cuna de los males de la
sociedad y atacó a los courbusianos por su empleo indiscriminado de la zonificación y el bulldozer. Su
propuesta abogaba por ciudades densas con servicios y soportes subterráneos, barrios que albergaran a
todos los usos posibles, abiertos las veinticuatro horas. Desafortunadamente, con el tiempo, sus ideas
darían lugar a la ciudad yuppie de los ochenta repleta de comercios de diseño adecuados al poder
adquisitivo de unos pocos.
En el capítulo octavo, La Ciudad de la Difícil Equidad, Hall nos explica como en los años 60 aconteció
un cambio de mentalidad decisivo en la historia de las realizaciones urbanas; con anterioridad a esta
década, "planificadores y planificados estaban de acuerdo en derribar para conseguir nuevas viviendas
y vías de acceso pero a partir de 1968 la gente defendió la renovación (que los financieros descubrieron
como negocio)'. No obstante, la renovación era una idea vieja, ya en 1914 Geddes la propuso para
reemplazar las destrucciones masivas, pues consideraba la ciudad contemporánea como el resultado de
una adaptación de centenares de años. Era el fruto de un saber milenario que no se debía destruir sino
mejorar. Pero en la práctica las operaciones de renovación de los centros urbanos tuvieron el mismo
efecto que el método bulldozer: se expulsó a sus humildes habitantes y se convirtieron los barrios del
centro en una ciudad-boutique destinada al consumo de los yuppies.

En este capítulo también se nos relata la aventura de la Autoconstrucción: de los importantes Barrios
Esperanza iniciados por Turner en Perú para la clases pobres iberoamericana; pero también de la
experiencias singulares en el mundo occidental como la Broadacre City de Frank Lloyd Wright.
En el capítulo noveno, La Ciudad en la Autopista, Hall nos explica el nacimiento y evolución de los
barrios suburbanos del automóvil. Una historia que se inició en los años veinte en EE.UU. pero que no
pudo generalizarse hasta la década de los 50, momento en que los empleos empezaron a abandonar el
centro urbano. El automóvil extendió una vez más el alcance de la ciudad permitiendo el nacimiento de
barrios residenciales (suburbios) a gran distancia del centro; pero a su vez incrementaba la capacidad
de atracción de los centro urbanos, los cuales tuvieron la necesidad urgente de dotarse de las autopistas
y plazas de aparcamiento suficientes para poder subsistir a los nuevos tiempos. Los sistemas de tráfico
se convertieron en la estrella de la planificación urbana; al tiempo que los suburbios fueron críticados
con dureza, basicamente por el despilfarro de suelo que suponían, los traslados diarios, o los elevados
costes de los sevicios.
No obstante, en el fondo, los arquitectos los despreciaban por carecer de forma, negándose a aceptar
una forma nueva, totalmente diferente, ajena a la tradición más academicista. También culparon al
urbanismo de la cultura consumista de los habitantes de los suburbios, una crítica basada en un exceso
de ego arquitectónico; finalmente los estudios sociológicos demostraron que la arquitectura no
condicionaba los comportamientos humanos, que el consumismo no estaba vinculado al suburbio. En
EE.UU. el automóvil era claramente egemónico y las ciudades y sus centros tuvieron que adaptarse a
las autopistas. Pero ¿qué pasaba en Europa donde las ciudades se planificaron sobre las redes de metro?
(París, Estocolmo o, incluso, Londres).
En el capítulo décimo, La Ciudad de la Teoría, Hall se detiene ante la institucionalización del
urbanismo como disciplina científica. Explica, que aunque el urbanismo se empezó a institucionalizar
tempranamnte durante los primeros años 20, no se produjo el divorcio entre profesión y método hasta
la década de los 50, momento en que también se olvidó el "urbanismo utópico" y el objetivo social que
originariamente había guiado al urbanista. El Urbanismo que se había venido desarrollando como un
saber artesanal con teorías prestadas de la geografía y la sociología tuvo que adaptarse a una "ciudad
rapidamente cambiante" sacudida por el bienestar económico de postguerra y por el "baby boom". En
la década de los 50, la Revolución Cuantitativista ofreció a los urbanistas modelos teóricos y objetivos
para dominar los sistemas urbanos.Aunque, en la práctica, al planificador le fue más difícil acercarse al
bien, que se empeñó en ser imposible de determinar cientificamente. En los años 60 los radicales y
humanistas atacaron al cuantitativismo despiadadamente (1º) por planificar de arriba a abajo, (2º) por
su imposición de un pseudocientificismo arbitral y (3º) por su ineficiencia a la hora de dar soluciones a
las necesidades urbanas. El nuevo urbanista radical de los años 60 volvió al saber artesanal basado en la
intuición; buscó su sitio en la escena aliándose con los habitantes para mejorar el entorno urbano. Pero,
finalmente, tras el compromiso de los años 60, el divorcio entre teoría y praxis se consolidó. En la
práctica los urbanistas se olvidaron de los grandes problemas, se volvieron pragmáticos, aceptaron los
encargos; mientras, los teóricos, desde las universidades, se preocuparon de solucionar las grandes
contradicciones del sistema más allá del ámbito del urbanismo. En resumen, la útopia de intervención
práctica ideada por los primeros urbanistas anarquistas había sido olvidada.
En el capítulo undécimo, La Ciudad de los Promotores, Hall nos explica el impacto que tuvo la crisis
económica de los años 70 sobre el urbanismo. La crisis provocó un cambio de orientación, el
urbanismo dejó de preocuparse por el control y planificación del crecimiento, para fomentar el
crecimiento fuese como fuese. El terrible estancamieno del crecimiento hizo desaparecer las
subvenciones para crear nuevas ciudades, todo el dinero se destinó a sacar del ahujero de la crisis a las
ciudades ya existentes. En los 70, las ciudades estaban en reconversión, se tuvieron que adaptar a la
desaparición de la base industrial de la economía urbana; todos los esfuerzos se orientaron a dar un
nuevo papel a la urbe como centro de servicios. El principal objetivo fue atraer a las entidades
financieras, el turismo y el dinero de los yuppies. "La idea que predominaba era que la ciudad era una
máquina de crear riqueza y que la función del urbanismo era engrasar la maquinaría". La deserción de
la industria dotaba a las ciudades con nuevos espacios a los que se debía encontrar nuevos usos. Fue el
periodo de las grandes operaciones de renovación urbana (de los Dolls londinenses). El centro de la
ciudad se convirtió en una boutique para el consumo de los yuppis y en un señuelo para atraer a los
turistas. Para las políticas de vivienda social no corrieron buenos tiempos durante el periodo de las
administraciones Reagan y Thatcher.
En el capítulo duodécimo, La Ciudad de la Eterna Pobreza, Hall inicia el retorno de nuestro viaje hacia
"los eternos barrios bajos". Este capítulo está dedicado a la historia de los estudios sobre la pobreza y la
marginalidad urbana en EEUU. Estudios que se remontan a los años 20, época en que los sociólogos de
la Escuela de Chicago (Park, Burgess y compañía) localizaron la pobreza urbana en los ghettos que
acogían a los inmigrantes. Para los de Chicago la ciudad robaba al recien llegado la protección y
autodefensa que le brindaban las comunidades tradicionales, la ciudad tentaba al indefenso hijo del
inmigrante hacia la marginación. La marginación llegó a ser considerada como un problema transitorio,
pues en los años cuarenta los ghettos blancos habían desaparecido, sólo quedaban ghettos negros en las
ciudades americanas, ghettos que se hacían cada vez más profundos. ¿Que diferenciaba a los negros?
Los estudios de Frazier substituyeron las xplicaciones racistas por los hechos, en esencia tres
diferencias: partían de una pobreza más extrema, la familia negra estaba descentralizada y habían
llegado más tarde a la ciudad, cuando los trabajos no cualificados habían comenzado a desaparecer o
estigmatizaban, y por si esto fuera poco aún se debía sumar el racismo blanco. Finalmente, a partir de
los 60 la extensión de la pobreza a los blancos (aunque siempre en menor medida) arrabató la razón a
los sociólogos de Chicago, no se trataba de un problema transitorio. Hall no facilita ninguna solución
ante la persistencia de la pobreza en las ciudades, sólo una pregunta ¿dónde ha estado el urbanismo?
¿qué ha hecho? La respuesta no puede satisfacernos. Es cierto que el porcentaje de pobres es menor que
en 1880, pero también es cierto que son muchos los pobres de nuestras ciudades a los que no se les ha
querido ofrecer una vivienda digna.
El viaje de la mano de Peter Hall termina en el capítulo decimotercero, La Ciudad a lo Belle Epoque,
un número para muchos de mal agüero. En este capítulo Hall se pregunta cuál es el papel del
urbanismo en el futuro, en la época de la globalización y de Internet. Un futuro que el urbanismo debe
tener pues la ciudad no está muerta ni mucho menos, al ser aún la sede del bien más demandado, la
información. Pues, aunque se descentraliza la producción, la ciudad aún acoge a las finanzas, al I+D y
al turismo. El urbanismo tiene trabajo para realizar una ciudad sostenible, preocuparse por el ahorro de
energía y dar una solución a los problemas del transporte. El urbanismo inluso puede responder a las
exigencias de aumento de la calidad de vida de sus habitantes. Preocuparse por la competición
interciudadana por el atractivo turístico. Incluso el urbanismo tiene que responder a un problema grave,
pues el incremento de las familias uniparentales implica un incremento próximo de la necesidad de
vivienda que no podrá satisfacer la ciudad a la escala actual.
No obstante, existe un problema más grave, aún no mencionado. Un problema que no ólo afecta a esta
disciplina, pero por el que se creó el urbanismo hace más de cien años: la pobreza. Sin duda la noción
actual de pobreza no es la misma que la de la Inglaterra Victoriana, ni las características de los barrios
pobres de las ciudades son las mismas, pero tampoco el urbanismo es el mismo. Hoy, según Hall, la
situación se caracteriza por la desaparición de los trabajos tradicionales, el aumento del paro y el
incremento de la polarización de la sociedad "entre los informados y los infraeducados". El miedo a
que estalle la violencia que bulle bajo la superfície, que estalle la revuelta vuelve a apoderarse de las
clases medias. Los disturbios de Los Angeles fueron entendidos como un aviso. A finales del siglo XX
hay una Ciudad de la Noche Espantosa más insostenible que nunca al estar rodeada por la ciudad de la
luz. Hay pobres. Hay problema, la pregunta que se hace Peter Hall es si este problema afecta a los
urbanistas.

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